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Ataque pirata a La Serena de 1680: poder blando (soft power), enodiplomacia y patrimonio cultural y agroalimentario
The 1680 Pirate Attack on La Serena: soft power, ethno-diplomacy and cultural and agri-food heritage
Si Somos Americanos, vol. XXII, núm. 2, pp. 65-86, 2022
Universidad Arturo Prat. Instituto de Estudios Internacionales (INTE)

Artículo original


Recepción: 28 Junio 2022

Aprobación: 02 Septiembre 2022

Resumen: En este artículo se examina el ataque del capitán Sharp a La Serena, ocurrido en 1680, a partir de cuatro cronistas piratas: Dick (1684), Anónimo (1684), Ringrose (1685) y Sharp (1699). Sin poder hacer frente a la agresión pirata con recursos militares ni de fuerza (hard power), la comunidad local centró su defensa en recursos de poder blando (soft power). Se detecta una notable defensa de la ciudad, con la activación del patrimonio cultural de los changos (con sus balsas de cuero de lobo) y los diaguitas (con sus redes de canales de riego). Estos elementos se articularon con la estrategia de las autoridades hispanocriollas (enodiplomacia) y, desde los tres frentes, se articuló una estrategia que logró expulsar a los piratas de la ciudad.

Palabras clave: Historia de la piratería, poder blando, enodiplomacia, patrimonio agroalimentario, patrimonio cultural.

Abstract: This article offers a study of Captain Sharp's attack on La Serena in 1680 using as reference four pirate chroniclers: Dick, 1684; Anonymous, 1685; Ringrose, 1685 and Sharp, 1699. Without the means to counter such pirate aggression with military resources or hard power, the local community focused its defence on soft power resources. A remarkable defence of the city was thus identified, through the activation of the cultural heritage of the indigenous Changos (with rafts made from sea lion skins) and the Diaguita (with their networks of irrigation canals). These elements were coordinated with the strategy of the Spanish-Creole authorities (ethno-diplomacy), and on the basis of these three lines of defence, a strategy was developed that succeeded in expelling the pirates from the city.

Keywords: History of piracy, soft power, ethno-diplomacy, agri-food heritage, cultural heritage.

Introducción

El ataque pirata a La Serena ocurrido en 1680 representa un hito significativo en la historia colonial de Chile y América del Sur. Allí se destruyó no solo parte importante de la ciudad, sino también los principales registros escritos de su historia, como las actas del cabildo y numerosos documentos notariales y judiciales. Los historiadores coinciden en calificar esta pérdida como irreparable, motivo por el cual se conoce muy poco del primer siglo de la historia del Norte Chico y sus conexiones regionales, incluyendo el Corregimiento de Coquimbo y el partido del Huasco, un amplio espacio circundante (Amunátegui, 1928; Arre Marfull, 2017; Cavieres, 1993; Concha, [1871] 2010, [1883] 1975; Cortés, 2005; Goicovic y Jaramillo, 2005; Lacoste, 2016; Pinto, 1980; Soto, 2022). Tampoco se ha podido profundizar en los hechos mismos del ataque pirata, debido a la pérdida de las fuentes españolas.

Paradójicamente, junto con la destrucción de estos registros, el ataque de los piratas generó otros nuevos, distintos de los anteriores, pero de sumo valor documental. Se trata de las crónicas y memorias de viajes que escribieron los mismos piratas, poco después, para dar cuenta de sus extraordinarias experiencias. En concreto, han llegado hasta nuestros días cuatro obras escritas por Dick (1684), un pirata anónimo (1684), el jefe de la escuadra pirata Bartolomé Sharp (1699) y su piloto e intérprete de lenguas extranjeras Basil Ringrose (1685). Estas obras representan una fuente de primera mano, sumamente rica y detallada, que hasta ahora no se había compulsado para conocer los detalles del ataque a La Serena ni para indagar sobre el patrimonio agroalimentario y cultural de Chile. Para los piratas era fundamental el registro de los recursos alimentarios del territorio, tanto para el abastecimiento de la expedición en curso, como para el diseño de futuros ataques. Esta información era tan valiosa como los datos topográficos, las facilidades para la navegación y las dimensiones de los puertos. El interés que ellos tenían para asegurarse el abastecimiento de alimentos en los siglos XVII y XVIII recobra nuevo valor y significado en la actualidad, como fuente para estudiar la evolución del patrimonio cultural y agroalimentario de la región.

El ataque de Sharp a La Serena en 1680 es mencionado regularmente por la literatura especializada, pero siempre desde las fuentes españolas (Amunátegui, 1928; Concha, [1871] 2010). Por otra parte, la trayectoria de Sharp ha merecido la atención de la historiografía para indagar en sus aportes a los conocimientos geográficos y cartográficos (Serrano, 1984; Stewart, 1998). El aporte novedoso del presente artículo es que, por primera vez, se examinan las cuatro memorias de los piratas para conocer lo que ocurrió en el ataque a La Serena y sus registros sobre el patrimonio agroalimentario, natural y cultural de Chile.

Como hipótesis de trabajo, el presente estudio parte de la base de la asimetría en materia de poder militar entre los bandos en pugna: la población civil de La Serena carecía de cañones, tropas y otros recursos de fuerza para oponerse al ataque de los piratas. Sin poder duro (hard power), los defensores apelaron al poder blando (soft power) para hacer frente a la emergencia mediante la movilización de su patrimonio agroalimentario y cultural. Desde el punto de vista teórico, este enfoque requiere el uso de categorías conceptuales específicas, como poder blando (Nye, 2008), patrimonio agroalimentario en situaciones de guerra (Garrido y Lacoste, 2021) y enodiplomacia (Negrín y Lacoste, 2022), como rama de los nuevos estudios internacionales enriquecida con enfoques como biodiplomacia (Sorondo, 2021) y gastrodiplomacia (González, 2021).

Las fuentes resultan adecuadas para un enfoque desde estas características porque, al navegar a miles de kilómetros de distancia de sus bases de operaciones, los piratas británicos tenían particular interés en asegurarse el abastecimiento de bebidas y alimentos indispensables para sobrevivir; además, en sus correrías elegían objetivos atractivos, con indicadores de prosperidad y riqueza. Todo ello los llevaba a observar con particular interés el patrimonio agroalimentario, arquitectónico y cultural de las ciudades españolas. Por lo tanto, los diarios y registros de los piratas tenían especial cuidado en el tratamiento de estos temas.

Para contextualizar las cuatro nuevas fuentes británicas en el tiempo y en el espacio, se han considerado también otras obras contemporáneas, tanto españolas (Lizarraga, 1605; Lobera, [1595] 1955; Ovalle, 1646; Vivar, [1558] 2001), como de los piratas Exequemeling (1678), Ringrose ([1685] 2022), Dampier ([1697] 2022), Cook ([1712] 2022) y Rogers ([1712] 2022). Con estos elementos se ha podido conocer mejor el patrimonio cultural de La Serena antes de la llegada de los piratas, y su movilización en el curso de las acciones.

Con respecto al uso de categorías empleadas para denominar a los agresores, el presente texto utiliza indistintamente los términos bucanero, filibustero y pirata. En los textos de la época, cuando ellos relataban sus aventuras, preferían las palabras filibustero (Lussan, 1690) o bucanero (Ringrose, [1685] 2022; Sharp, [1699] 2022), mientras que los españoles preferían siempre el concepto de pirata. Estos criterios ayudarán a comprender la expedición de los filibusteros al Pacífico en el siglo XVII, y su llegada a la bahía de Coquimbo para atacar La Serena.

El viaje de Sharp en su contexto

La figura de Sharp resulta particularmente atractiva para la historiografía por sus múltiples funciones. Se desempeñó como pirata y, a la vez, como corsario al servicio de la Corona británica. Junto con sus correrías en busca de botín y riquezas, prestó grandes servicios a la Corona en el campo de la obtención de información española (capturada en barcos de la flota imperial) sobre vitales aspectos geográficos y la navegación global (Stewart, 1998-1999).

La llegada de Sharp a La Serena, en diciembre de 1680, se produjo en el contexto de una amplia incursión de los piratas británicos y franceses al océano Pacífico, motivada por los acuerdos diplomáticos angloespañoles mediante los cuales los británicos se obligaban a restringir el apoyo brindado hasta entonces a los piratas en el Caribe. Este fue el precio que debieron pagar para recibir de España la soberanía sobre la isla de Jamaica, entre otras concesiones. Esos acuerdos diplomáticos causaron un fuerte impacto en la comunidad de piratas, filibusteros y bucaneros que, a partir de entonces, se vieron menoscabados en sus capacidades para realizar sus correrías con el apoyo y consentimiento de la Corona británica. A ello se sumó el incremento de la vigilancia y las fortificaciones españolas en el área caribeña, lo cual impulsó a los piratas a buscar nuevos escenarios para sus ataques. Dentro de esta corriente se produjo el desplazamiento de los piratas desde el Caribe hacia el Mar del Sur, proceso iniciado con el ataque de Henri Morgan a Panamá (1670). El éxito de esta campaña alentó a otros piratas a seguir el mismo camino, y en este contexto se produjo la campaña de piratas ingleses y franceses de 1680.

La expedición comenzó el 5 de abril de 1680 con 330 hombres en el Caribe. Los bucaneros cruzaron el istmo usando pequeñas canoas y piraguas. En esta travesía tomaron contacto con pueblos indígenas, particularmente los mosquitos, lo cual fue una experiencia intensa de contacto cultural. De todos modos, este antecedente poco aportó a los bucaneros para prepararse para enfrentar a los originarios en La Serena, cuyas prácticas culturales eran muy distintas, sobre todo en las técnicas de navegación.

Después de dos semanas de travesía, el 19 de abril los piratas llegaron al océano Pacífico. Pronto se apoderaron de barcos españoles y los pusieron a su servicio. A partir de entonces se puso en marcha una larga campaña, de un año y medio de duración, por las costas americanas, con recurrentes ataques a barcos, ciudades y establecimientos costeros en busca de botín. Uno de los momentos críticos fue el enfrentamiento con la flotilla española en el que los filibusteros, haciendo gala de su dominio de las técnicas militares, derrotaron a la armada y se apoderaron de sus barcos. Después de sucesivas acciones, decisiones y bajas, la expedición se consolidó a bordo de la Trinidad, bajo el mando de Bartolomé Sharp, Basil Ringrose como piloto y cerca de un centenar de piratas. Este fue el grupo principal que se mantuvo en operaciones a lo largo de toda la expedición, que terminó con la llegada a Londres el 31 de enero de 1682.

Naturalmente, a lo largo de estas correrías, el objetivo más codiciado por los piratas eran las ciudades más ricas y prósperas, como Panamá, Guayaquil, Lima y Arica, la puerta de salida de los tesoros de Potosí. Pronto advirtieron que sus fuerzas eran insuficientes para acometer tales empresas y evitaron atacar estas ciudades, salvo la última, lo cual solo les significó grandes pérdidas de hombres y armas. Se focalizaron entonces en atacar barcos y ciudades de segundo rango como Hilo y Paita en Perú y La Serena en Chile. Además, recorrieron las zonas aledañas, como los archipiélagos de Galápagos y Juan Fernández, donde hicieron observaciones geográficas y científicas de singular interés.

El abastecimiento de comida y bebida era la preocupación principal de los bucaneros. Al encontrarse lejos de territorios británicos o franceses, y totalmente rodeados de dominios españoles, ellos carecían de puertos o bases de aprovisionamiento. Cada vez que se acercaban a un lugar habitado donde pudieran encontrar alimentos, corrían el riesgo de ser atacados por los españoles. Las provisiones se agotaban con frecuencia, y la tripulación pirata debió soportar el hambre durante largos períodos de tiempo. De allí que, cada vez que tomaban contacto con un barco o ciudad española, prestaban especial atención a los alimentos, lo cual generó las condiciones para que en sus diarios y crónicas se destacaran los detallados registros del patrimonio agroalimentario.

Tras un año de recorrer las costas del Pacífico americano con pocos resultados, los piratas capturaron un barco español generosamente cargado de alimentos y bebidas, por lo que resolvieron regresar por mar al Caribe. Sharp se convirtió así en el primer europeo en atravesar el pasaje del Cabo de Hornos de oeste a este.

Esta expedición tuvo la particularidad de contar con cuatro participantes con actitud para registrar sus experiencias y volcarlas en sendos relatos autobiográficos. Surgieron así cuatro obras de singular valor, elaboradas desde cuatro diferentes puntos de vista.

Contexto sociocultural: La Serena en 1680 y su patrimonio

Antes de examinar los hechos que se desencadenaron a partir de la llegada de los piratas, conviene considerar la situación del Corregimiento de Coquimbo en aquel momento. Hasta ahora, esta situación era relativamente difícil de abordar debido a la ya mencionada destrucción de las fuentes y registros históricos del cabildo. Por tal motivo, la historiografía ha podido avanzar poco en el esclarecimiento de la situación vigente entonces. De todos modos, las ricas notas tomadas por bucaneros han permitido reconstruir la cultura material de la época, todo ello en un contexto regional. Los piratas disponían de una cultura europea que los dotaba de instrumentos conceptuales para identificar adecuadamente el patrimonio cultural de la sociedad hispanocriolla; en cambio, sus recursos culturales eran limitados para comprender en profundidad el legado de las naciones indígenas, sobre todo de changos y diaguitas. Para ello, la presente investigación se apoya en las crónicas españolas que sí lograron mayor capacidad de identificar y valorar el patrimonio cultural indígena.

La ciudad de La Serena se fundó en 1549, sobre la base del legado de los pueblos indígenas que habitaban el lugar antes de la llegada de los españoles. Entre ellos, dos pueblos o “naciones”, según el concepto usado entonces por los españoles, se destacaban: los changos y los diaguitas. Cada uno de ellos aportó a los recursos que permitieron la fundación y el desarrollo económico de la sociedad hispanocriolla en su primer siglo de vida y, a la vez, entregaría elementos para su defensa en el ataque pirata de 1680.

Igual que otros pueblos originarios de las costas del Pacífico Sur, como los de Paita (Jaramillo, 2019), los changos desarrollaron gran experticia en el arte de la navegación, con la particularidad de utilizar balsas infladas de cuero de lobo marino. Ellos adquirieron gran maestría en la construcción, mantenimiento y utilización de estas barcas, con las cuales navegaban a lo largo de un frente de más de mil kilómetros, entre Arica y Coquimbo para proveerse de alimento. Al llegar los conquistadores a estas tierras, se asombraron de la notable habilidad que tenían los changos para manejar estas ingeniosas embarcaciones y su eficacia para proveerse de pescado, sobre todo de atunes y albacoras (Lizarraga, 1605, I, pp. 163-164 y 204; Ovalle, 1646, p. 44;; Vivar, [1558] 2001, pp. 52-53).

Después de la llegada de los españoles y la fundación de La Serena, el desarrollo del puerto de Coquimbo se vio doblemente favorecido por los antecedentes marineros de los indígenas. Por un lado, el uso de las balsas inflables permitió un servicio de carga y descarga de pasajeros y mercancías; por otro, los materiales impermeabilizantes disponibles en el lugar, sobre todo la brea, atrajeron a los barcos para recibir servicios de calafateo y carenado (Vázquez, 2004 pp. 176-177). Cuando llegaban personalidades importantes al puerto de Coquimbo, como gobernadores u oidores de la Real Audiencia, era habitual que las autoridades locales fueran en esas balsas hasta los barcos para rendir honores y reconocimiento (Lobera, [1595] 1955, p. 357; Vázquez, 2004, pp. 176-177). La cultura de la navegación en las balsas de cuero de lobo se mantuvo vigente durante largo tiempo en las costas de Coquimbo (Páez, 1985).

Por su parte los diaguitas, igual que los huarpes trasandinos, eran un pueblo sedentario, destacado en la cultura del agua, la cultura del riego y la cultura del agro (Cerda, 2015; García y Damiani, 2020; Iniesta, Ots y Manchado 2020). Sus técnicas se fortalecieron con el aporte de los incas, y lograron construir y gestionar una extensa red de canales de riego, con los cuales generaron una rica y diversificada agricultura basada en productos como quínoa, maíz, papa, zapallo, entre otros bienes. Además, el mestizaje de diaguitas con incas permitió la incorporación a la red de rutas terrestres del Imperio del sol y, a través del valle de Elqui, la región de Coquimbo se incorporó en un activo circuito de intercambios comerciales con el camino del Inca (García, 2022).

Sobre la base de la red de canales de riego legada por los diaguitas, los conquistadores españoles sentaron las bases de La Serena como principal polo agrícola del norte de Chile. Allí se estableció tempranamente la dieta mediterránea centrada en vino, trigo y olivo (Medina, 2018). Se plantaron las primeras viñas del Cono Sur y desde allí se remitieron hacia Santiago y el resto de Chile, como así también a la actual Argentina, comenzando por el traslado de las primeras cepas que hizo el padre Juan Cidrón (1556). Pronto llegaron también los primeros olivos desde el Perú y las plantas frutales (cítricos, carozos y pomáceas).

El trigo encontró también en Coquimbo un excelente nicho ecológico para su cultivo. La producción creció estimulada por el mercado local y la demanda peruana. Para moler el trigo se hizo necesario incorporar tecnología molinera. Y la red de canales de riego de los diaguitas realizó un nuevo aporte, al asegurar los ductos necesarios para conducir el agua a los reservorios y facilitar su uso como fuerza motriz para mover los molinos. El gobernador Francisco de Aguirre impulsó la instalación del primer molino, el cual se hizo conocido como “el molino del gobernador”. Pronto esta tecnología se extendió a otros emprendimientos laicos y religiosos, y La Serena se consolidó como uno de los principales polos molineros de Chile, privilegio que ostentaría hasta bien entrado el siglo XIX.

Los testimonios de los piratas confirmaron estos datos y añadieron algunos elementos más que, hasta ahora, la historiografía no había detectado. Uno de los más interesantes fue la extensión de la actividad molinera en la región, no solo a Copiapó, sino también al Huasco. En este valle, los piratas encontraron buena producción de alimentos, incluyendo vino, guisantes, legumbres y grasa. (Sharp, [1699] 2022, p. 106). Pero lo que más llamó su atención fue el molino y los sistemas de canalización del agua para riego y fuerza motriz: “Aquí encontramos también un molino para moler maíz, y unas 200 fanegas ya molidas; las cuales transportamos a bordo de nuestro barco. Todas las casas de importancia tienen canales de agua que corren a través de sus patios” (Ringrose, [1685] 2022, p. 185).

El documento entrega datos de notable interés. La ciudad de Huasco, al igual que La Serena y Copiapó, estaba fundada sobre la red de canales de riego, legado de los pueblos indígenas que la sociedad hispanocriolla supo integrar. Sobre la base de ese patrimonio, los colonizadores insertaron la tecnología europea, coronada por el molino hidráulico harinero. Gracias al agua de riego y la capacidad de molienda del molino, los piratas se apoderaron de 200 fanegas de harina y engrosaron sus reservas de alimento.

Otro producto agrícola destacable para los piratas fue el aceite de oliva. Los ingleses sabían de la exitosa incorporación del olivo a Perú y Chile a partir de las crónicas de Garcilazo de la Vega (1606), citadas en los textos piratas (Cook, [1712] 2022, p. 172). Este producto era uno de los que más llamaba la atención de los piratas en todos los barcos, ciudades y puertos que tomaban (Cook, [1712] 2022, p. 232; Dick, [1684] 2022, p. 91; Ringrose, [1685] 2022, pp. 126-127; Sharp, [1699] 2022, p. 84). El aceite era para ellos una mercancía vital, porque representaba un insumo fundamental como alimento. Es más, cuando prepararon el largo viaje de siete meses de regreso al Caribe por mar a través del Estrecho de Magallanes, uno de los argumentos para tomar la decisión fue el generoso cargamento de aceite que obtuvieron con la captura del barco Santo Rosario (Dick, [1684] 2022, p. 100).

En la toma de La Serena, el aceite de oliva fue uno de los productos que más elogios recibió por parte de los piratas. El aceite fue mencionado positivamente en la crónica del jefe de la expedición (Sharp, [1699] 2022, p. 88). Pero los análisis más detallados los realizaron otros miembros de aquel viaje, concretamente, el capitán Edmundo Cook. De acuerdo con sus observaciones, el palmarés principal fue para el Corregimiento de Coquimbo: allí se encontraba “el mejor aceite del reino” (Cook, [1712] 2022, p. 79).

Junto con las actividades agrícolas y ganaderas, otro rubro económico importante en Coquimbo fue la minería, sobre todo por la extracción de cobre. Los pirquineros hispanocriollos desplegaron una notable capacidad productiva y en un plazo relativamente corto, este corregimiento emergió como un polo minero de primer orden. Y no conformes con la obtención del mineral, los artesanos se instalaron allí para poner en marcha una activa producción de cobres labrados. Los fragüeros de cobre de La Serena y el Huasco se hicieron famosos en toda la región; desde sus talleres salían utensilios que se exportaban a cientos y hasta miles de kilómetros de distancia para equipar el hogar doméstico y los centros productivos agroindustriales. Los “cobres labrados de Coquimbo” pasaron a formar parte del inventario de bienes de las viviendas y establecimientos rurales de todo Chile, Cuyo y Tucumán; también se exportaban cobres labrados a Charcas y Perú (Lacoste et al., 2016).

Los testimonies piratas coincidían en destacar que Coquimbo era la gran capital del cobre del Virreinato del Perú. Uno de ellos afirmó que en La Serena “hay suficiente cobre para abastecer Perú” (Cook, [1712] 2022, p. 79). El capitán de la expedición también coincidió en señalar que La Serena se destacaba por la “gran abundancia” de cobre (Sharp, [1699], 2022, p. 88), y uno de sus compañeros se refirió a los talleres de cobre que habían alcanzado a ver ahí: “la principal manufactura del lugar es el cobre, que ellos tienen en abundancia” (Anónimo, [1684] 2022, pp. 55-56). También registraron las faenas de producción en la isla de los Pájaros, frente a La Serena: “en cuyos valles hay fuegos para la fundición de cobre, metal muy abundante en estos montes” (Ringrose, [1685] 2022, pp. 184-185).

Junto con la producción agrícola y las manufacturas en cobre, los piratas se interesaron también por el patrimonio arquitectónico de la región, particularmente las iglesias y capillas. Los piratas tenían la costumbre de observar en detalle estas construcciones en todas las ciudades de atacaban porque consideraban que la arquitectura religiosa era un indicador adecuado para valorar la riqueza de la ciudad y, por lo tanto, del rescate que se podía solicitar (Anónimo, [1684] 2022, p. 83; Ringrose, [1685] 2022, pp. 184, 188; Rogers, [1712] 2022, p. 78). De sus crónicas se desprende que la presencia de iglesias, catedrales, conventos y monasterios era para ellos, un símbolo de prosperidad y riqueza. La única universidad del Cono Sur se encontraba en Córdoba que, a la vez, poseía diez iglesias (Rogers, [1712] 2022, p. 76). La Serena estaba apenas debajo de este estatus, con nueve iglesias (Anónimo, [1684] 2022, p. 83), pero estaba muy encima de Guayaquil, que solo poseía cuatro o cinco (Cook, [1712] 2022, p. 124: Rogers, [1712] 2022, p. 161). En un rango inferior estaban Patia, con dos iglesias (Dampier, [1697] 2022, p. 136), y el Huasco que tenía solo una (Anónimo, [1684] 2022, p.83). Sobre la base de estas consideraciones, los piratas concluyeron que La Serena era una de las más prósperas y ricas ciudades de la región y por tal motivo estableció su valor de rescate en $ 95.000 (Anónimo, [1684] 2022, p. 57).

Esta suma representaba un monto exorbitante, que superaba ampliamente las capacidades reales de La Serena. ¿Qué significaba esa suma como rescate en aquel momento? Para despejar esta incógnita basta examinar los montos solicitados por los piratas en otras ciudades. En 1667, los piratas del Caribe, al mando del Olonés, solicitaron $ 10.000 por Gibraltar y $ 30.000 por Maracaibo, aunque finalmente el flamenco gobernador acordó un pago de 500 vacas y $ 20.000; en Portobello, la gran puerta de entrada y salida del comercio español entre el Atlántico y el Pacífico, los piratas exigieron $ 100.000 (Exquemelin, 1678). En Guayaquil, el dinámico puerto del Reino de Quito, solicitaron $ 50.000, aunque finalmente arreglaron por $ 30.000 (Rogers, [1712] 2022, pp. 159-161). Por lo tanto, desde la perspectiva de los piratas, al fijarse el rescate de La Serena en $ 95.000, indirectamente, se estaba reconociendo el notable patrimonio arquitectónico religioso de la ciudad. En este contexto se produjo la toma de la ciudad y las negociaciones por su rescate.

Poder blando, enodiplomacia y defensa de la ciudad

La comunidad de La Serena ya tenía noticias de la presencia de los piratas en el Pacífico sur desde hacía tiempo. A lo largo de casi todo 1680 los piratas se habían desplazado por las costas del Pacífico Sur, entre Panamá y Arica, asaltando barcos, ciudades y puertos. Por lo tanto, en diciembre de aquel año, todas las ciudades costeras estaban alertadas de un posible ataque pirata. Por este motivo, apenas desembarcaron los piratas, las autoridades locales lograron organizar una fuerza de más de cien hombres a caballo para salirles al encuentro. Sin embargo, estas improvisadas milicias no pudieron hacer nada frente al profesionalismo de los piratas en las artes de la guerra: los defensores se dispersaron rápidamente y los piratas tomaron el control total de la ciudad.

La población estaba aterrorizada por la mala fama que se habían forjado los piratas en sus correrías. Célebres eran las escenas de la toma de Portobelo, en la cual no hubo límites para la vandalización, la depredación y las violaciones de mujeres (Exquemelin, 1678, p. 229). Las violaciones de mujeres se reiteraron también en la toma de Gibraltar (Exquemelin, 1678, p. 151). Igualmente estaban frescos los recuerdos de los sucesos de la isla Santa Catalina, la toma del fuerte San Gregorio y las humillaciones que sufrieron las mujeres que buscaron refugio en los conventos, incluyendo las violaciones (Lussan, 1690, p. 318). A pesar de esos oscuros antecedentes, el comportamiento de la comunidad de Coquimbo fue similar: los vecinos de La Serena, sobre todo mujeres, niños y ancianos, buscaron refugio en las iglesias confiando en una milagrosa ayuda divina. No encontraron ninguna opción mejor.

La transformación de los templos de La Serena en santuarios imaginarios favoreció los planes de los piratas. Porque al encerrarse voluntariamente dentro de los edificios religiosos, se entregó muestras de renuncia a una defensa activa, para ponerse dócilmente en manos de los invasores. Los piratas celebraron esos movimientos y procedieron a bloquear los templos; se apostaron vigilantes en sus ingresos, con orden de no dejar salir a nadie y profirieron fuertes amenazas. Para mayor dramatismo, colocaron barriles de pólvora en las puertas de las iglesias, custodiados por guardias con mechas y fósforos para encenderlos:

Estando las iglesias llenas de habitantes, colocamos en cada puerta un barril de pólvora con una mecha y un hombre de pie con una cerilla encendida. Y se les dijo que si intentaban salir, él les daría una paliza; pero nadie intentó escapar. Así que por medio de estos hombres, mientras los habitantes permanecían confinados, saqueamos la ciudad a nuestro antojo. (Dick, [1684] 2022, p. 64).

Las elocuentes palabras del cronista-pirata facilitan la comprensión de la traumática situación que vivieron entonces los vecinos de La Serena, indefensos en aquellos muros donde buscaban refugio ante la amenazante presencia de los invasores. La situación de la comunidad invadida era desesperante. Carecía de una fuerza militar capaz de hacer frente a los piratas. Tampoco disponía de la fabulosa cifra de $ 95.000 exigida por los piratas. Se corría un serio riesgo de perderlo todo: dignidad, integridad física, vida y patrimonio. Por otra parte, no había ninguna posibilidad de recibir ayuda: las fuerzas militares españolas más cercanas estaban en Arica, 1200 km al norte.

En este contexto, la comunidad de Coquimbo organizó una estrategia para expulsar a los piratas. Según el testimonio de las crónicas piratas, estas tres acciones fueron coordinadas hacia un fin específico: engañar a los piratas, confundirlos y forzarlos a retirarse. Asimismo, cada una de esas tres acciones se entroncó con una cultura, un legado patrimonial, proveniente de tres naciones distintas: las balsas de lobo de la comunidad de los changos, los canales de riego del legado diaguita y los rituales de la cultura del vino aportados por la tradición española. Cada uno de estos elementos se desplegó para enfrentar a los piratas. Por un lado, los hispanochilenos entretuvieron a los piratas con ceremonias y rituales de conversación en torno al vino, en un despliegue que podría situarse en la historia de la enodiplomacia; por otro lado, los canales de riego de los diaguitas se aprestaban para inundar la ciudad, mientras los changos preparaban un ataque al barco pirata en balsas de lobo.

Tras la captura de la ciudad de La Serena por la expedición de Sharp, se produjo una tregua para negociar el rescate. El corregidor de la ciudad y el equipo dirigente tenían clara conciencia de la angustiante situación que sufrían los miembros de su comunidad, encerrados en las iglesias y amenazados por los piratas. En ese contexto de máxima tensión se llevaron a cabo las tratativas entre el corregidor de Coquimbo y los jefes piratas. El ritual comenzó con una marcha de seis caballeros españoles, portando la bandera de tregua, para conversar con los piratas. Se organizó así una conversación entre el comandante de la expedición, Sharp, y el corregidor de La Serena, en la cumbre de un cerro cercano, en la cual se probarían unos vinos:

El segundo día de nuestra estadía en la ciudad, vinieron seis caballeros hacia nosotros, con la bandera de tregua, pidiendo que enviáramos a su gobernador un poco de vino porque no tenía en los campos donde estaba, y así lo hicimos, junto con algunas aves de corral. Y este cumplido de que, si él o su señora querían cualquier cosa que hubieran dejado atrás, excepto oro, plata y joyas, podrían pedirlo con libertad. Después de esto, encontrando que éramos enemigos tan sociables, y tan vencedores de buen carácter, invitó a nuestro capitán a beber un vaso de vino con él en la cima de una colina justo al lado de la ciudad, y deseó que nuestro capitán viniera sin armas, y sólo con un hombre, y él haría lo mismo. Nuestro comandante consintió, y se reunió con el gobernador con botellas de vino. Bebieron y estuvieron alegres juntos. Entre otros discursos no se olvidó nuestro interés. Nuestro comandante se puso de acuerdo con el gobernador, que no quería que la ciudad fuera demolida, para rescatarla por $ 95.000, que prometió enviarnos al día siguiente. Así, habiendo bebido su vino, se separaron. Nosotros recibimos al capitán en la ciudad con una descarga de armas. (Anónimo, [1684] 2022, pp. 56-57).

Otro cronista entregó una versión parecida de estos hechos, con algunos matices:

Después de una bandera de tregua y algunos complementos enviados de aquí para allá entre nosotros, llegó a un amistoso parlamento con nuestro capitán y sólo dos más, uno de cada lado, donde bebieron juntos muy amistosamente sobre una colina cerca de la ciudad, guardando él los campos con sus jinetes y todos los que estaban huidos fuera de la ciudad. Allí prometió rescatar la ciudad del fuego, por $ 95.000 piezas que deberían ser enviadas dentro de un día o dos. (Dick, [1684] 2022, p. 65).

Las ceremonias de conversación y rituales de degustación de vinos con los piratas fueron una diversión táctica del corregidor y sus acompañantes. Ellos sabían que la enorme suma requerida por los filibusteros excedía totalmente sus capacidades de pago. Sin embargo, estos movimientos les permitieron entretener a los piratas, sembrarles expectativas de riqueza, y ganar tiempo mientras se articulaban otros medios de resistencia. Esta no podía venir desde las autoridades españolas, que estaban muy distantes de La Serena, sino de las naciones amigas que compartían la misma comunidad de intereses.

Al no hallar ningún barco español surto en el puerto de Coquimbo, los piratas calcularon que su barco, Trinidad, se encontraba a salvo de cualquier ataque. Por tal motivo, el capitán Sharp ordenó el desembarco de sus hombres para asegurar la toma de La Serena. Solo quedó a bordo del Trinidad una pequeña guardia, encargada de asegurar el control de los prisioneros españoles que estaban en el barco, por los cuales esperaban cobrar grandes rescates, como el general Tomás Félix de Argandoña, corregidor y justicia mayor de Guayaquil (1675-1680), hijo de don Gaspar de Argandoña, que también había ostentado esos cargos, nombrado por el rey Carlos II de España. Lo que nadie podía imaginar fue el papel que los changos iban a desempeñar durante el ataque de los piratas, puesto que los invasores no tenían ninguna posibilidad de conocer sus destrezas náuticas ni sus capacidades de maniobrar en silencio en alta mar.

En efecto, la noche del 3 de diciembre de 1680, mientras los piratas recorrían las calles de La Serena, robando y dañando el patrimonio local, se produjo el audaz ataque al barco pirata. La acción fue llevaba a cabo por un indígena de la nación de los changos, es decir, los especialistas en navegación marítima en balsas de cuero de lobo. Las crónicas españolas no registraron estos hechos, solo fueron conocidos a partir de los registros de los piratas. Los hechos fueron relatados parcialmente por cada una de las versiones, pero la observación del conjunto de estos testimonios permite reconstruir la acción de un modo bastante completo. El primero de los relatos piratas explicó los hechos en los siguientes términos:

Aquella noche o la siguiente se las ingeniaron para incendiar nuestro barco, nadando un indio a bordo bajo la popa con una bola de materia combinada, que fijó allí sin que nuestros hombres la vieran; de no haber sido descubierta por el hedor antes de que estallara en llamas, todos habríamos perecido inevitablemente, tanto en tierra como en mar. (Dick, [1684] 2022, p. 65).

En este primer testimonio se menciona como autor del ataque al barco pirata, a un indígena que se habría acercado hasta el buque a nado, sin balsa, lo cual es poco verosímil. ¿Cómo se podría recorrer a nado una distancia tan larga, cargando con acelerantes y elementos incendiarios? Al parecer, este autor carecía de los conocimientos necesarios para comprender los medios empleados; pero constató la acción de un sujeto de origen indígena, y su relativo éxito, al lograr encender fuego a bordo del buque pirata. Este primer relato fue muy parecido en lo esencial a la versión del capitán de la escuadra:

Durante nuestra ausencia, nos encontramos con una gran desgracia, ya que los españoles, mediante una estratagema inusual, quisieron quemar nuestro barco, al que prendieron fuego; sin embargo, nuestros hombres, gracias a su dirección y a su buena suerte, pronto lo descubrieron y lo apagaron. (Sharp, [1699] 2022, p. 90).

Los dos textos citados coinciden en lo esencial, en sus fortalezas y debilidades. Ambos destacan que la resistencia llegó a encender el fuego en el barco, pero sin explicar bien los medios. En la versión de Sharp se reconoce, empero, la “estratagema inusual” utilizada en estos hechos. Más detalles aporta el piloto del barco e intérprete de la expedición:

Hicieron inflar un cuero de caballo como una vejiga, y sobre este flotador un hombre se aventuró a nadar desde la orilla, y venir bajo la popa de nuestro barco. Estando allí, metió brea, azufre otras materias combustibles entre el timón y el palo de la popa. Una vez hecho esto, lo encendió con un fósforo, de modo que en poco tiempo nuestro timón estaba en llamas, y todo el barco en una humareda. Nuestros hombres, alarmados y asombrados por esta humareda, corrieron de un lado a otro de la nave, sospechando que los prisioneros habían incendiado el barco, para obtener su libertad y buscar nuestra destrucción. Por fin descubrieron dónde estaba el fuego, y tuvieron la suerte de apagarlo antes de que fuera demasiado lejos. Tan pronto como salieron, enviaron el barco a navegar, y encontraron el cuero antes mencionado y el fósforo ardiendo en ambos extremos, por lo que se enteraron de todo el asunto. Cuando llegamos al almacén de la orilla, pusimos en libertad al incendiario prisionero, y a otro caballero que se convirtió en nuestro rehén durante la ceremonia del rescate. (Ringrose, [1685] 2022, pp.146-147).

En esta versión sí se reconoce el uso de un medio de transporte para llegar desde el borde costero hasta el barco pirata: un bote inflable. Como el autor desconocía la tradición de los changos de usar las balsas de cuero de lobo marino, pensó que se trataría de otro animal, y estimó que se trataba de un caballo. Logró así una buena aproximación. Además, detectó el uso de acelerante, en este caso, la brea que usualmente se usaba para calafatear e impermeabilizar los cueros. Resulta muy fuerte la imagen del barco pirata, con su timón en llamas, envuelto en densas columnas de humo. Este relato se logró ajustar más a los hechos, aunque el cuarto aportó otros detalles de interés:

Al día siguiente, nuestras fantasías estaban llenas de la expectativa de tanto dinero y estábamos en un tono de alegría más alto que el ordinario. Entonces recibimos una carta de a bordo de nuestro barco, dando a entender lo siguiente: un indio con un par de pieles de foca infladas, con las que hizo un flotador y en la oscuridad de la noche vino debajo de la popa de nuestro barco, con una bola de brea, azufre, roble y otras materias combustibles, y la golpeó entre el timón y el puerto de popa, y le prendió fuego con un fósforo de azufre, después de lo cual dejó su nuevo barco y nadó en la orilla. Este fuego produjo tal hedor que casi ahogó a los hombres del barco. Si hubieran estado bien atentos, el indio no podría haber llevado a cabo una parte tan grande de su plan. Algunos saltaron a sus canoas y otros buscaron a bordo. Al final encontraron el fuego antes de que se hubiera apoderado del barco. (Anónimo, [1684] 2022, pp. 57-58).

Solo la observación del cuarto cronista logró acertar en lo que había ocurrido: el medio de transporte utilizado para el audaz asalto al barco pirata era la tradicional balsa de cuero de lobo marino de los changos, aunque aquí se lo confunda con una foca. También se muestran detalles de la acción: el chango se arrimó al barco por la popa, impregnó el timón de brea y otros acelerantes, y le prendió fuego. Este alcanzó suficiente densidad para causar alarma en la guardia pirata, que se vio en serio peligro, sin poder imaginar de dónde prevenía el ataque.

Mientras los changos atacaban e incendiaban el barco pirata, dentro de la ciudad se activó otro mecanismo de defensa: el agua. Tal como se ha explicado, la ciudad de La Serena se encontraba atravesada por cursos de agua que se utilizaban para riego, consumo humano y fuerza hidráulica de los molinos harineros. Numerosos canales, hijuelas y acequias recorrían la trama urbana, en dirección este-oeste y norte-sur, siguiendo la pendiente del terreno; eran parte del legado cultural de la nación diaguita que habitaba este territorio cuando llegaron los colonizadores europeos. La sociedad hispano-criolla supo valorar ese patrimonio, cuidarlo, ampliarlo y fortalecerlo en los siglos posteriores.

La comunidad de La Serena se caracterizó por el dominio de avanzadas técnicas de la gestión del agua, lo cual incluía el manejo de los sistemas de compuertas que regulaban los flujos para garantizar su aprovechamiento oportuno, tanto para el riego como para la acción de los molinos hidráulicos harineros. Para utilizar el agua como fuerza motriz, se había desarrollado un complejo mecanismo de acumulación de agua en los reservorios y, mediante el uso adecuado de las pendientes y la fuerza gravitacional, se administraban los flujos para alcanzar los objetivos propuestos. Estos ingeniosos mecanismos se podían utilizar para asegurar el funcionamiento de los molinos, aun fuera de la temporada de lluvias, entre otras funciones. Precisamente, estos recursos son los que se activaron con motivo de la invasión pirata.

El plan de la comunidad de La Serena fue prevenir la amenaza de los piratas de incendiar totalmente la ciudad. Para ello, se consideró que el mejor plan era inundar la ciudad, de modo tal de dificultar los desplazamientos de los piratas, humedecer la infraestructura arquitectónica instalada y facilitar la disponibilidad de agua en caso de incendio, de modo tal de tener posibilidades de extinguirlo más rápidamente.

El plan de inundación se ejecutó en la madrugada del 4 de diciembre, y sorprendió a los piratas. Ni su capitán, ni el piloto ni sus ayudantes habían previsto este tipo de acción defensiva por parte de los serenenses: uno de ellos lo señaló en forma sucinta: “Al día siguiente medio inundaron la ciudad dejando caer muchas compuertas de agua sobre nosotros” (Dick, [1684] 2022, p. 66). Otro de los cronistas piratas, en cambio, entregó más detalles:

Los españoles, tras advertir que sus proyectos de quemar nuestro barco no funcionaron, temprano en la mañana, abrieron todas las compuertas para que el agua entrara en la ciudad. En una hora las calles estaban casi hasta los tobillos de agua, lo que antes era polvo seco. Esto lo hicieron, ya sea para expulsarnos de la ciudad, o para tener agua a mano para apagarla, en el caso de que le prendiéramos fuego. (Anónimo, [1684] 2022, p. 58).

La estrategia de los serenenses, con sus diversas acciones, desorientó a los piratas. Les hizo ver que los vecinos contaban con múltiples recursos para resistir la ocupación y estaban dispuestos a utilizarlos para hostigar a los invasores y expulsarlos de la ciudad. Acostumbrados a moverse en el Caribe, los piratas conocían los medios de defensa y resistencia que se utilizaban allí, pero en aquellos paisajes culturales no se habían encontrado con el uso de canales de riego ni de balsas inflables de cuero de lobo como medios de ataque y defensa de una ciudad. ¿Qué otras sorpresas los esperaban?

En este contexto, los piratas resolvieron retirarse de la ciudad, abordar su barco y darse a la fuga, causando el mayor daño posible, a modo de represalia. El vínculo entre las estrategias de resistencia de los serenenses y la decisión de retirarse fue explícitamente registrado por los piratas en sus crónicas. El jefe de la expedición, capitán Sharp, lo explicó en los siguientes términos:

Sin embargo, llegamos a un acuerdo por $ 100.000; pero los españoles traidores falsificando su palabra, en venganza de ello nos encargamos de incendiar todas las casas de la ciudad, para que así quedara totalmente reducida a cenizas, pero primero aseguramos el saqueo que pudimos. (Sharp, [1699] 2022, p. 89).

El testimonio de Sharp es una mezcla de relato real y de expresión de deseo, porque efectivamente, en su huida, los piratas quemaron algunos edificios, como la sede del cabildo de la Serena, y causaron vandalismo y destrozo. Pero no destruyeron la ciudad. Exagera el pirata al asegurar que La Serena fue “reducida a cenizas”. El relato es similar a otra de las crónicas de los piratas:

Eso hicimos para mantener nuestra palabra con el enemigo. Encendimos fuego en varios lugares a la vez, y después de haber permanecido hasta que la mayor parte de ella estaba en llamas, tras empacar nuestro equipaje, marchamos fuera de ella hasta el lado del agua. (Anónimo, [1684] 2022, p. 58).

Para los bucaneros era importante mantener la reputación de sus amenazas. Ellos habían amenazado con destruir la ciudad en caso de no pagarse el rescate. Al no recibir el monto exigido, se vieron en la necesidad de dañar todo lo posible la ciudad, como advertencia a otras ciudades españolas. De allí la expresión “mantener nuestra palabra con el enemigo” del citado texto. Otro de los cronistas-piratas entregó impresiones parecidas, insistiendo en vincular la huida pirata a los actos de resistencia:

Por cuyos actos de hostilidad y traición percibimos que no se podía esperar de ellos ni fe ni dinero más de lo que ya habíamos conseguido. Así pues, nos dirigimos a la ciudad, permaneciendo todo el tiempo que pudimos hasta que estuvo en llamas, cerramos las puertas de las iglesias, y salimos, luchando para llegar a nuestros barcos, lo que hicimos fácilmente, ya que no hicieron gran oposición después de las primeras descargas de nuestros disparos, que mataron a algunos de ellos. (Dick, [1684] 2022, p. 66).

La precipitada fuga de los piratas significó algunas pérdidas para la ciudad, pero un gran alivio para los pobladores, ya que se había evitado una masacre entre los temerosos refugiados que estaban en las iglesias. Tampoco los bucaneros habían violado a las mujeres como en Porto Bello ni destruido la infraestructura molinera, como ocurrió en el puerto de Hilo (Cook, [1712] 2022, p. 232; Ringrose, [1685] 2022, p.129;). Los piratas se marcharon de modo inesperado, sin mayor planificación ni orden. La población observó con alivio su repliegue.

Fuga y magro botín de los piratas

Las acciones de resistencia de los vecinos de La Serena lograron revertir las correlaciones de poder con los filibusteros. Estos pasaron de sentirse en control total de la situación a verse atacados y amenazados con medios insólitos y sorpresivos. Por tal motivo, para ellos huir de la ciudad y llegar a salvo a su barco se convirtió en un premio de consuelo, que celebraron con elocuente alivio. En efecto, la eventual pérdida del barco significaría el fin prematuro de la expedición, y comprometía la vida misma de los piratas. Así lo manifestó uno de ellos en sus crónicas:

Esta pieza de traición nos hizo desesperar de nuestro dinero. Sin embargo, tuvo este efecto sobre nosotros, que desde entonces mantuvimos una vigilancia tan estricta, que habíamos evitado cualquier otra travesura de este tipo si hubieran intentado lo mismo contra nosotros. Y a pesar de nuestras circunstancias, fue una liberación por la que ningún hombre serio dejará de dar gracias a Dios. Porque en aquel tiempo, si nuestra nave se hubiera quemado, no habría escapado ni un solo hombre de nosotros, pues los españoles no se reconciliaban fácilmente con nosotros, por los malos oficios que les habíamos hecho desde nuestras visitas allí en las costas del Mar del Sur, y algunos de nosotros tampoco les eran desconocidos en los mares del norte; habrían ahorcado al resto si hubieran sido santos. (Anónimo, [1684] 2022, pp. 57-58).

Los piratas eran conscientes de la vulnerabilidad que tenían en territorio español, lejos de sus bases amigas, en caso de perder el barco. Y el ataque del audaz chango con su balsa de cuero de lobo presagiaba una amenaza imposible de dimensionar. Por tal motivo, la opción más racional era evitar nuevos riesgos y alejarse de esta extraña ciudad.

El rápido e improvisado repliegue de los bucaneros solo les permitió recoger un modesto botín, integrado por efectos de valor que robaron de las casas de La Serena durante la huida. Lo que más llamó su atención fueron los utensilios de plata labrada que las familias atesoraban en sus casas, como reserva de valor y como símbolo del prestigio familiar, para agasajar a los invitados en sus tertulias y reuniones domésticas: “por botín nos llevamos 500 libras de peso en plata, además de joyas, bienes y otras cosas” (Dick, [1684] 2022, p. 66).

Para un contingente de más de un centenar de experimentados piratas, este botín era muy magro. En los valores de la época, la libra de plata se valoraba en $ 10; por lo tanto, aquellas 500 libras representaban la suma de $ 5.000, muy inferior al rescate de $ 95.000 que habían solicitado por la ciudad. Deducidos los gastos y las compensaciones para los heridos, cada pirata apenas recibió una magra recompensa por la toma de La Serena.

Al escaso botín capturado en La Serena, se sumó la pérdida de parte sensible de los activos que tenían los piratas antes de llegar a esta ciudad, ya que en su afán de retirarse a toda prisa, y temerosos de nuevos ataques, los piratas resolvieron disminuir riesgos y dejaron en libertad a los prisioneros que tenían en la bodega de su barco. Así lo expresó uno de los cronistas: “Aquí pusimos al capitán Argandoña en la orilla” (Dick, [1684] 2022, p. 66).

La liberación de los prisioneros fue otro síntoma de la exitosa defensa de La Serena. Los piratas habían mantenido bajo custodia y alimentado durante largos meses a estos ilustres cautivos con la esperanza de cobrar jugosos rescates. La pérdida de este destacado prisionero fue un severo revés para estos bucaneros y acentuó su frustración.

El asalto a La Serena fue muy frustrante para los piratas. De acuerdo con las cuentas de ellos mismos, cada uno tenía apenas $ 37 (Ringrose, [1685] 2022, p. 182). El ambiente de tensiones y disconformidad entre aquellos piratas llevó a un motín. Finalmente, la tripulación depuso al capitán Sharp del puesto de mando, nombró a un nuevo jefe y se preparó para atacar los puertos peruanos de Hilo y Arica (Dick, [1684] 2022, pp. 71-73).

Por su parte, en la comunidad de La Serena este hecho tuvo un impacto de larga duración, con emociones encontradas. Muchos vecinos vivieron el ataque como una traumática experiencia de miedo e intentaron abandonar la ciudad, en busca de lugares más seguros. El cabildo estableció ´medidas de urgencia, tendientes a prohibir la migración, reorientando de este modo el movimiento migratorio hacia el este, lo cual sirvió de disparador para la colonización del Valle de Elqui. En los años posteriores se produjo el florecimiento de este nuevo polo agrícola y vitivinícola, con el asentamiento de numerosas chacras y granjas dedicadas al cultivo de la vid, la elaboración de vinos y destilados, y la crianza de ganado menor, tal como ha examinado extensamente en otra parte (Lacoste, 2016).

Conclusión

En su afán de registrar la información relevante sobre los recursos de las colonias españolas, para aportar datos estratégicos funcionales a los intereses del Imperio británico y la comunidad de los filibusteros, los piratas que asolaron las costas del Pacífico americano al mando de Sharp realizaron un relevamiento notable y de singular valor del patrimonio agroalimentario y cultural de Coquimbo y sus zonas de influencia.

El asalto pirata a La Serena en 1680 fue un vórtice en la historia regional que permitió conocer con mayor profundidad los procesos históricos de la comunidad que se desplegaba en el territorio. Es cierto que, tal como ha señalado la historiografía tradicional, el ataque de Sharp generó la pérdida de las actas del Cabildo de La Serena y otros documentos,; pero a la vez, aquella agresión produjo nuevos registros, generados por los propios piratas, que hasta ahora no habían sido considerados por la historiografía chilena y regional. Y estas fuentes han permitido iluminar una riqueza cultural y patrimonial hasta ahora insospechada.

Se ha confirmado la hipótesis de trabajo, en el sentido de la estrategia utilizada por los defensores del Corregimiento de Coquimbo: ante la asimetría de fuerzas militares con respecto a los piratas (hard power), la comunidad local articuló su resistencia a partir de la movilización de sus recursos culturales (soft power), lo cual incluía la activación del patrimonio agroalimentario y las prácticas culturales, tanto de los pueblos originarios como de la sociedad hispanocriolla.

Desde el punto de vista del patrimonio cultural, los testimonios de los piratas sitúan a La Serena en un lugar notable dentro de las ciudades latinoamericanas de aquella época. De la enorme suma que se fijó como rescate de la ciudad, equivalente a $ 95.000, se desprende que La Serena se destacaba entre las ciudades más prosperas y elegantes de la región, comparable con las grandes ciudades estratégicas como Portobello, en el istmo de Panamá. Además, las crónicas piratas permiten compararla con otras ciudades famosas de la época, como Guayaquil y Maracaibo.

La alta estima que mereció La Serena se apoyaba en múltiples factores, incluyendo su notable patrimonio arquitectónico, sobre todo de carácter religioso; la producción agrícola de sus vinos y aceites de oliva; y sus avanzados talleres para manufacturar cobres labrados. Los bucaneros coincidieron en destacar que Coquimbo y el Huasco había alcanzado niveles de liderazgo en estas cuatro producciones, pues allí se elaboraban el mejor aceite de oliva del reino, los vinos más famosos de Chile, además de la mayor producción de cobres labrados; a ello se sumaban sus harinas y la eficiente labor de sus molinos hidráulicos harineros.

La pujante ciudad de La Serena estuvo en peligro de desaparecer, arrasada por los piratas, en diciembre de 1680. Cayó en manos de los bucaneros y fue amenazada de destrucción total, tal como había ocurrido con Panamá diez años antes. El rescate de $ 95.000 fijado por los piratas representaba un monto enorme, totalmente fuera de las posibilidades del gobernador. La población estaba aterrorizada, buscando refugio en los templos, sin mayores esperanzas.

En aquel contexto se pusieron en acción los medios de defensa mediante la activación de los recursos de softpower: las autoridades hispanocriollas realizaron maniobras de diversión táctica, con rituales de cultura del vino y enodiplomacia para distraer la atención de los filibusteros; los changos activaron sus tradicionales balsas de cuero de lobo marino y atacaron frontalmente el barco pirata hasta prenderle fuego y amenazar su existencia; también se activó el legado de los diaguitas, con los canales de riego que abrieron sus compuertas para inundar la ciudad. La imagen del barco pirata con su timón en llamas, envuelto en una densa nube de humo, con la guardia alarmada y corriendo desesperada de un lado para otro en busca de las causas del insólito ataque, registrada por las crónicas de los bucaneros, es una síntesis perfecta de la voluntad de la comunidad de Coquimbo por defender su territorio frente a invasores más poderosos y con mejores armas.

La sucesión de actos de resistencia desorientó a los piratas. Los hizo perder la seguridad en sí mismos, minó su confianza. Aquellas acciones lograron revertir la correlación de fuerzas y crearon en el imaginario de los piratas una sensación de peligro frente a amenazas invisibles e inesperadas. En este contexto, los piratas renunciaron al cobro del rescate; se limitaron a prender fuego en algunos edificios, saquear algunas casas y retirarse con un magro botín.

Las consecuencias de estos hechos fueron negativas para los filibusteros. La frustración fue tan grande, que se sumergieron en luchas intestinas, depusieron a su capitán y se embarcaron en aventuraras disparatadas, como el intento de tomar la fortificada e inexpugnable ciudad de Arica, en la cual perdieron la vida muchos de ellos. Esa desastrosa expedición disminuyó las capacidades militares de los piratas; los tornó incapaces de nuevos ataques y los impulsó, por fin, a abandonar el teatro de operaciones del Pacífico Sur y regresar al Caribe unos meses más tarde.

Para el norte de Chile, en cambio, esta experiencia tuvo otro significado. La ciudad de La Serena se salvó, en lo estructural, de una amenaza de destrucción casi asegurada. No se dañaron los recursos productivos, ni los capitales de la comunidad. Las fraguas de cobre quedaron intactas, lo mismo que los molinos hidráulicos y los talleres. Las pérdidas fueron menores, apenas unos artefactos de plata labrada que servían de adorno, avaluados en $ 5.000, equivalente al 6 % del rescate solicitado. Por lo tanto, a diferencia de lo que se había considerado hasta ahora, el resultado del ataque pirata a La Serena fue una victoria local y no de los piratas. Esta situación pudo reproducirse en otras ciudades, villas y puertos del Imperio español, cuyos recursos de defensa no se limitaban meramente a las guarniciones militares y cañones, sino también al poder blando que se pudiera desplegar según las circunstancias.

Desde el punto de vista emocional, la comunidad de La Serena quedó golpeada por una experiencia traumática de miedo e incertidumbre. Pero, a la vez, tuvo la oportunidad de afirmar confianza en sí misma, por haber logrado expulsar a los piratas con pérdidas mínimas. Estimulados por este positivo momentum, los vecinos de La Serena trazaron nuevos y ambiciosos proyectos de expansión y poco después iniciaron la colonización del Valle de Elqui, donde invirtieron sus capitales, extendieron sus viñedos, molinos y alambiques hasta generar un nuevo producto patrimonial: el pisco de Chile (Cofré y Stewart, 2020; Lacoste et al., 2016).

La clave de esta victoria fue la adecuada concertación de recursos culturales de las distintas naciones que formaban parte de aquella comunidad avecindada en Coquimbo: los hispanocriollos aportaron rituales de enodiplomacia para distraer a los piratas, los changos desplegaron sus balsas de piel de lobo y los diaguitas se elevaron con sus canales de riego. La conjunción de estos tres legados culturales permitió a la comunidad de La Serena, unida, derrotar a un enemigo de clase mundial.

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Notas de autor

* Doctor en Historia, Universidad de Buenos Aires (UBA), Argentina. Doctor en Estudios Americanos, Universidad de Santiago de Chile (USACH). Académico del Instituto de Estudios Avanzados (IDEA) de la Universidad de Santiago de Chile.


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