Resumen: El presente artículo tiene como objetivo revisar la literatura vinculada a los estudios sobre cuidados transnacionales, específicamente a la población adulta que queda en el país de origen cuando los hijos emigran. Para esto, se ha realizado una búsqueda, revisión y sistematización de la literatura internacional (libros y artículos) y de revistas de estudios migratorios, de género y familia. Planteamos que en esta discusión convergen dos ejes analíticos. El primero de ellos proviene de los estudios sobre familias migrantes transnacionales y el segundo, de los estudios sobre cuidados. A través de la revisión de la literatura identificamos los principales aportes que cada uno de estos ejes entrega al análisis de los cuidados de las personas mayores en contextos migratorios transnacionales y revisamos a su vez algunas ausencias y puntos ciegos con el objetivo de puntualizar agendas emergentes de investigación en esta temática.
Palabras clave: Cuidados, envejecimiento, migraciones.
Abstract: The aim of this article is to review the literature on transnational care studies, specifically on the adult population left behind in the country of origin when children migrate. For this purpose, a search, review and systematisation of the international literature (books and articles) and journals on migration, gender and family studies has been carried out. We propose that two analytical points of focus converge in this discussion. The first is derived from studies on transnational migrant families and the second from studies on care. Through a review of the literature, we have identified the main contributions that each of these points of focus makes to the analysis of care for the elderly in contexts of transnational migration, and we also review some of the missing data and blind spots in order to elaborate on emerging research agendas in this area.
Keywords: Transnational care, transnational family, ageing, migrations.
Artículo original
Cuidados transnacionales y vejez. Aproximaciones teóricas y debates pendientes*
Transnational care and old age. Theoretical approaches and pending debates
Recepción: 27 Abril 2022
Aprobación: 08 Septiembre 2022
Comprender las dinámicas, procesos, organización y sentidos de los cuidados transnacionales que involucran a las personas mayores, cuyos hijos e hijas emigraron hacia otro país, nos sitúa en un campo de discusión relativamente nuevo, aunque con un importante nivel de desarrollo en el último tiempo. Este campo se construye en la intersección de dos ejes analíticos distintos, cada uno con sus debates teóricos y resultados empíricos propios. Estos ejes son los estudios sobre familias transnacionales, por una parte, y los estudios sobre cuidados, por otra. Los estudios sobre familias transnacionales abrieron todo un campo de reflexión que permitió cuestionar las nociones tradicionales de familia basadas en lazos consanguíneos y en relaciones de copresencialidad (Gonzálvez, 2017). A partir de la comprensión de familias desplegadas transnacionalmente, diversas autoras se centraron en entender el desarrollo de los vínculos que permitían mantener unidos a sus miembros y las prácticas de cuidados desplegadas para asegurar la reproducción social, cultural y material de dicha unidad (Baldassar, Baldock y Wilding, 2007; Bryceson y Vuorela, 2002; Mummert, 2017). En el estudio sobre los cuidados hacia los mayores que quedan en los lugares de origen será central comprender la configuración familiar -más allá de los lazos consanguíneos- y la reciprocidad como principio que permite la circulación de los cuidados no solo a través de las fronteras, sino también de modo intergeneracional (Näre, 2011).
Vinculado con los estudios sobre familias transnacionales encontramos un concepto desarrollado desde la economía feminista, a partir de la incorporación de las mujeres migrantes al trabajo de cuidados en los países de destino. Se trata del concepto de cadenas globales de cuidados (Hochschild, 2000; Salazar Parrenas, 2000), que permitió visibilizar el rol central que juegan las mujeres migrantes en el desarrollo y crecimiento de los países más ricos. La incorporación de las mujeres migrantes en los trabajos de cuidados permitió contrarrestar en parte el déficit de las políticas públicas en materia de cuidados, dejando en manos nuevamente de mujeres, esta vez externas a la familia, su cuidado y reproducción. Los estudios de género fueron enfáticos en plantear que estas prácticas responden a la articulación de las desigualdades de género, clase y étnicas que existen tanto a nivel global como al interior de las propias familias.
Ahora bien, parte importante de estas investigaciones se centraron en las dinámicas de cuidados llevados a cabo en los países del norte global, ya sea a niños, niñas y adolescentes, personas mayores o personas con alguna enfermedad. Yeates (2012) llama la atención sobre los sesgos que produce una investigación que no considera otras locaciones con otras realidades. De ahí la importancia de las perspectivas que surgen desde el sur global, así como de contextos diversos como es la incorporación de mujeres en otros ámbitos laborales distintos a los cuidados. Investigadoras situadas en el sur analizaron la situación de niños, niñas y adolescentes que quedaban en los lugares de origen, los cuidados desplegados por las madres y padres desde el exterior y la participación de las abuelas y abuelos en el cuidado de los niños (Cienfuegos Illanes, 2010; Comelín y Leiva, 2019; Herrera, 2013; Hinojosa, 2009; Parella, 2007; Zapata, 2016). En estos casos, la presencia de los mayores quedó circunscrita a su rol como cuidadores de las niñas y niños que quedaban en los países de origen o bien bajo la figura de las abuelas golondrinas que viajaban para apoyar en el cuidado de sus nietos. Sin embargo, el análisis sobre la configuración de los cuidados transnacionales, que se despliegan hacia la población adulta en los lugares de origen, es un tema que comienza a desarrollarse desde hace menos tiempo y principalmente desde experiencias ubicadas nuevamente en el norte global.
El interés que adquiere esta temática responde, entre otras cosas, al envejecimiento de los padres de quienes emigraron cuando jóvenes, a la tensión que enfrentan los modelos familísticos que sostienen los cuidados de las personas mayores en los países de origen -especialmente aquellos más empobrecidos o que han atravesado por conflictos armados o guerras- (Arriagada, 2010; Batthyany, Asesina y Brunet, 2007), así como a la importancia que adquieren las políticas de cuidados a los mayores, el derecho a los cuidados y la crisis de los cuidados que enfrentan las sociedades actuales (Acosta, 2011; Arriagada, 2010; Setién y Acosta, 2010; Williams, 2018).
En el presente artículo analizaremos los aportes que entregan los estudios sobre familias y cuidados transnacionales a la investigación sobre los cuidados a personas mayores en los lugares de origen. Revisaremos el estado del arte de la discusión, de modo de identificar algunas preguntas específicas que surgen en el contexto latinoamericano y los aportes y debates que emergen cuando el foco está puesto en países en desarrollo y en contextos de la migración sur-sur. Ello nos permitirá revisar algunos silencios y puntos ciegos que se observan en esta literatura con el objetivo de puntualizar posibles agendas de investigación en esta temática.
Este artículo atiende al llamado de vincular migración y vejez que realizan King, Lulle, Sampaio y Vullnetari (2017), de modo de problematizar aquellas visiones reduccionistas que entienden el envejecimiento como un camino inexorable hacia la vulnerabilidad (“the vulnerability trope”). Estos autores nos recuerdan que la vejez es una construcción social y, en cuanto tal, es necesario observar los procesos y las dinámicas a través de los cuales se despliega la agencia de las personas mayores. Particularmente, en contextos migratorios, King et al. (2017) instan a abandonar la noción de personas “dejadas atrás”, pues ello implica una connotación negativa asociada a imágenes de abandono, necesidad, ausencia, pasividad y pérdida (King et al., 2017, p. 186). Por el contrario, diversos estudios como los de Bastia (2009), Bastia, Calsina y Pozo (2020), Escrivá (2013), King et al. (2017) y Baldassar y Merla (2014) muestran que las personas mayores practican la reciprocidad en el cuidado de múltiples maneras y que más que la figura de una “fuga de cuidados” (care drain), observamos una circulación de cuidados en la que los mayores son simultáneamente cuidadores y personas que reciben cuidados.
Vincular migración y vejez también permite comprender hasta dónde la distancia física transforma las dinámicas de cuidados y redefine la relación entre los distintos agentes que proveen cuidados, agrupados bajo la figura del diamante o el pentágono (Estado, mercado, comunidad, familia y sujeto) (Arriagada, 2010; De Silva, 2017). Tal como lo indica Baldassar (2008), estos agentes de cuidados se articulan de distintas maneras según los contextos históricos, políticos y económicos en donde se sitúan.
Estas aproximaciones, por lo tanto, no solo aportan a la comprensión del nexo entre vejez y migración, sino que desestabilizan la construcción misma de vejez, posicionando a las personas mayores como personas activas, que contribuyen al cuidado de los demás y a su propio bienestar.
El texto se organiza a partir de cinco secciones. La primera expone un panorama general del envejecimiento y las principales tendencias migratorias en América Latina y el Caribe (ALC). La segunda señala la metodología utilizada en el estudio. La tercera analiza los aportes provenientes de los estudios sobre familias transnacionales y las cadenas globales de cuidado al estudio sobre vejez y migración. La cuarta sección examina los aportes de los estudios sobre cuidados a la relación vejez y migración. Finalmente, la quinta sección entrega algunas de las discusiones y preguntas que surgen de esta sistematización.
Las poblaciones de todo el mundo están envejeciendo a una tasa acelerada desde los últimos 20 años. Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), se estima que al año 2050 la proporción de la población mundial de 60 años o más se duplicará en comparación con la del año 2000, es decir, pasará de 11 % a 22 %. En términos absolutos, esto significa que al año 2050 la población mayor de 60 años alcanzará los 2.100 millones (Organización Mundial de la Salud, 2016), y la población mayor de 80 años alcanzará los 426 millones (ONU, 17 de junio de 2019). Sin embargo, las tasas de crecimiento de la población mayor no son homogéneas entre los países. De hecho, en América Latina y el Caribe (ALC), el proceso de envejecimiento ha sido más acelerado comparado con países de América del Norte o Europa.1
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) ha puesto el tema del envejecimiento en la agenda de desarrollo sostenible 2030, asumiendo para ello el nuevo paradigma de aproximación a la vejez. Si en un comienzo se entendía como una etapa de carencias económicas, físicas y sociales, producto de problemas de ingreso, falta de autonomía y ausencia de roles sociales, hoy en día se comprende desde un enfoque de derechos “que promueve el empoderamiento de las personas mayores y una sociedad integrada desde el punto de vista de la edad” (CELADE, 2006, p. 14). A partir de los cambios demográficos y el aumento continuo de la esperanza de vida y de la longevidad, Osorio (2006) invita a repensar el ciclo vital de la vejez y dar cuenta de las nuevas experiencias e implicancias sociales que esta tiene. La vejez, al igual que las otras edades de la vida, debe ser entendida como una construcción sociocultural que depende de una serie de aspectos como el parentesco, la salud, la economía, la presencia del Estado, la capacidad funcional, la educación y la cultura (Montes de Oca, 2003; OMS, 2015).
En 2001, la CEPAL realizó un esfuerzo por medir el grado de bienestar de las personas mayores mediante la construcción del Índice de Bienestar para el Adulto Mayor (IBAM). El concepto de calidad de vida involucra distintas dimensiones de la vida, tales como: la salud y el bienestar, la seguridad económica y el envejecimiento en entornos favorables. Para dar respuestas y asegurar los derechos e igualdad de la población mayor, es fundamental la articulación de las distintas esferas sociales involucradas (Estado, sociedad y Mercado) (CELADE, 2006).
Los estudios elaborados dan cuenta de que, para ALC, la mayoría de los países analizados (15 países) muestran un nivel bajo de bienestar de los adultos mayores y reconoce que la condición socioeconómica de las personas mayores en la región se encuentra deteriorada por cuatro razones principales: la falta de sistemas de seguridad social de amplia cobertura al momento del retiro, la debilidad de los sistemas de salud, la falta de políticas de vivienda y la falta de mecanismos de integración social e intergeneracional (CEPAL, 2000).
En consecuencia, es evidente que los Estados en ALC delegan la responsabilidad de los cuidados de las personas mayores a sus familias, lo que se conoce como sistema familístico, en oposición a los sistemas individualistas, en los que los cuidados recaen en las propias personas y en un sistema público de cuidados (Acosta, Picasso y Perrotta, 2018; Arriagada, 2010; Batthyany, Asesina y Brunet, 2007; Cachón, 2021). Un claro indicador de esto es el porcentaje de hogares en los que conviven grupos familiares de dos o más generaciones (familias multigeneracionales o extendidas). Así, mientras en Europa y América del Norte existe una alta proporción de personas mayores que residen solas o con su cónyuge, en ALC más del 60 % de los adultos mayores comparten residencia con sus hijos y/o nietos (Garay, Redondo y Montes de Oca, 2012), lo que implica, entre otras cosas, prácticas históricas de arreglos familiares en torno a los cuidados, los que en su mayoría recaen en las mujeres. Sin embargo, ambos modelos, el familístico y el individualista, se encuentran hoy en día en crisis debido a las transformaciones demográficas y sociales (Huenchuan y Guzmán, 2007), así como al retroceso que han experimentado las políticas de protección social en la región (Arriagada, 2010).
Desde la perspectiva de los movimientos poblacionales, América Latina es un continente donde las migraciones presentan características históricas y otras más recientes. El informe mundial de la OIM (2022) destaca la fuerte orientación de estos movimientos hacia América del Norte, principalmente desde México y América Central, y el crecimiento que experimenta la migración intrarregional en los últimos años. Este incremento está fuertemente asociado a la migración venezolana. A junio de 2021, había 5,6 millones de venezolanos residiendo en otro país y de ellos el 85 % se encontraba en algún país de América Latina y el Caribe (McAuliffe y Triandafyllidou, 2021). Estos datos, junto a los procesos de feminización de la emigración hacia destinos como Europa y también hacia países dentro de la región (Cortés, 2005; Roldán, Guerra y Pérez, 2017; Texidó y Gurrieri, 2012), plantean interrogantes importantes respecto de lo que sucede con la reorganización de los cuidados de la población mayor en los países de origen, cuyos hijos e hijas forman parte de la población que emigró hacia diversos destinos.
Para aproximarnos a esta reflexión, revisamos cerca de 120 artículos científicos, capítulos de libros y libros publicados, la mayoría de ellos entre 2000 y 2020. Como palabras clave consideramos, especialmente, familias transnacionales, envejecimiento, migración y cuidados. Revisamos revistas especializadas e indexadas en los sistemas WOS, Scopus, Scielo y Latindex. Utilizamos también un sistema de bola de nieve basado en la revisión de las referencias bibliográficas de los artículos seleccionados, lo que nos llevó a nuevos documentos y autores, y nos detuvimos cuando alcanzamos un punto de saturación.
Abordamos publicaciones en diversas áreas de estudio dentro de las ciencias sociales, incluyendo tanto revistas de estudios étnicos y migratorios, como de género, familia y envejecimiento. Revisamos estas revistas número por número desde 2010 hasta 2022 y seleccionamos los artículos vinculados con la temática de interés. No acotamos geográficamente la búsqueda, por lo cual los estudios se sitúan en distintos continentes, países y ciudades, dando cuenta de formas de organización transnacional de estos cuidados. Sin embargo, nuestra lectura y reflexión en torno a los silencios y propuestas de agendas de investigación están pensadas desde la región latinoamericana.
Todos los textos fueron ingresados a una planilla en donde identificamos autor, año, publicación, referencias bibliográficas, objetivos, metodología utilizada y principales hallazgos de la publicación. Esta planilla nos permitió ordenar los textos de distintas maneras (orden cronológico, temático y metodológico) con el objetivo de identificar el desarrollo de este campo de estudios. Toda omisión que hayamos cometido es responsabilidad de las autoras y el autor de este artículo.
En 2002, Bryceson y Vuorela definían las familias transnacionales como aquellas familias cuyos miembros viven una parte del tiempo separados unos de otros pero que, gracias a los vínculos que recrean y mantienen, logran sentirse parte de una unidad común y perciben su bienestar desde una dimensión colectiva a pesar de la distancia física (Bryceson y Vuorela, 2002).
Si bien la distancia que separa a las familias no es algo nuevo, tal como lo indica Arias (1995) a propósito de la migración campo-ciudad en México, el incremento a nivel global de los movimientos migratorios junto con el proceso de feminización de la migración Mahler, 2003), pusieron la atención en estas familias que se (re)construyen a través de la distancia. En este contexto son varios los temas que se abordan. A continuación, puntualizamos cuatro aportes provenientes de los estudios sobre familias transnacionales y cadenas globales de cuidados que consideramos centrales para abordar los cuidados hacia las personas mayores en contextos migratorios.
En primer lugar, el trabajo de Bryceson y Vuorela (2002) abrió un importante debate sobre cómo los movimientos migratorios generan un tipo particular de familia, aportando con ello al descentramiento de las nociones más tradicionales, nucleares y patriarcales que dominaron el estudio de la familia en las ciencias sociales durante parte importante del siglo XX. Las autoras buscaron comprender la emergencia de familias, cuya forma y significado están permeados por diversos tipos de movilidades (de largo alcance, circular, retorno, entre otras), así como por los distintos contextos políticos y económicos presentes en las locaciones de residencia de sus miembros, y por las estructuras de clase, género y étnicas que moldean la experiencia migratoria. Las familias transnacionales visibilizaron otras formas de construcción de familias, en este caso, a través de las fronteras y con participación de miembros unidos por vínculos que van más allá de lo consanguíneo. Esto es relevante porque en los estudios sobre cuidados a mayores adquiere gran relevancia la participación de otros miembros más lejanos a la familia nuclear, como son las nueras, ahijados, vecinos y amistades familiares (Leinaweaver, 2010). Mummert (2017) también enfatiza la incorporación de una serie de actores con roles más o menos específicos que permiten dar continuidad a las funciones que la sociedad actual otorga a la familia.
El segundo elemento refiere a las cadenas globales de cuidados (Hochschild, 2000; Salazar Parrenas, 2000). Este concepto permite comprender cómo el género articula la conexión entre estas dinámicas globales y las transformaciones microsociales. Las mujeres que emigran para cuidar a niños (y adultos mayores) de mujeres que se incorporan al mercado laboral en sociedades desarrolladas, mientras que sus hijos quedan al cuidado de otras mujeres en la sociedad de origen, devela el subsidio que entregan las abuelas, hermanas y tías que viven en países empobrecidos a las mujeres y familias de las economías más ricas. En ambos lugares, los cuidados y el trabajo doméstico recaen la mayoría de las veces en las mujeres (Guizardi, 2021), algo que también se observa en los países más ricos (Barglowski, Krzyzowski y Swiatek, 2015; Krzyzowski y Mucha, 2014; Nedelcu, 2017), aun cuando en estos últimos existiría una mejor distribución de estas labores entre ambos sexos.
El creciente número de mujeres que migran para proveer de recursos económicos a sus familias, a la vez que las cuidan, y además trabajan cuidando a quienes lo requieren en las economías del centro, plantea un tema clave en la relación cuidados y desarrollo y en el cambio que experimenta el modelo de producción que sostiene al sistema capitalista. De hecho, el análisis sobre la emigración de mujeres para proveer a sus familias contribuyó a reforzar lo que Lewis (2001) identificó como la crítica al modelo breadwinner, sustentado en la división sexual del trabajo (productivo/reproductivo; público/privado), presente en las sociedades modernas.
La economía feminista vinculó las transformaciones del mercado laboral global con la feminización de las migraciones (Salazar Parrenas, 2000), así como las desigualdades en la incorporación segmentada, racializada y etnificada de las mujeres inmigrantes al mundo del trabajo con las desigualdades de género que sostienen la reproducción de las familias (Hochschild, 2000). La incorporación de las mujeres al trabajo de los cuidados conectó estas transformaciones al plantear que el desarrollo de las sociedades del norte global requiere la incorporación de mujeres trabajadoras provenientes de países empobrecidos al trabajo de los cuidados. Siguiendo a Gregorio y Gonzálvez (2012), la presencia de mujeres migrantes cuidadoras en las economías más ricas develan las desigualdades de clase, género y étnicas sobre las que se sostiene la articulación transnacional y las relaciones entre el norte y el sur, o entre el mundo desarrollado y el empobrecido. Cuando la perspectiva feminista y crítica aboga por superar las aproximaciones binarias que sitúan y reducen a la mujer a una posición subordinada (doméstica, privada, reproductiva y emocional), no se trata de una superación solo en el contexto del Estado nación. Estas construcciones binarias determinan también la forma en cómo las mujeres se incorporan a la globalización.
Si bien el concepto de cadenas globales de cuidados resume muy bien la forma en cómo se reproduce la desigualdad de género en la interdependencia de países empobrecidos con los países más ricos, trabajos posteriores como el de Yeates (2012) dan cuenta de algunos puntos ciegos de esta aproximación y que requieren ser abordados en la investigación sobre cuidados. Uno de ellos es la unidireccionalidad presente en la figura de las cadenas y que se repite en la idea de care drain o fuga de cuidados. En ambos casos pareciera que los cuidados fluyen inexorablemente desde lugares empobrecidos hacia economías más ricas. Esta aproximación, sin embargo, invisibiliza las múltiples estrategias y prácticas que despliegan las mujeres migrantes para mantener la reproducción de la familia, así como la ampliación de las redes sociales y familiares -a través de la incorporación de nuevos actores- que contribuyen activamente al cuidado y reproducción familiar (Mummert, 2017). Baldassar (2008) utiliza el concepto de circulación de cuidados para relevar precisamente las idas y venidas de los cuidados a través de las fronteras (madres que cuidan a sus padres y padres que cuidan a sus nietos) y visibilizar que las personas involucradas muchas veces son cuidadoras y receptoras de cuidados de manera simultánea. Esto es relevante para el estudio sobre cuidados a adultos mayores, puesto que la literatura apunta precisamente al desarrollo de múltiples estrategias, reacomodos y negociaciones dentro de la familia para continuar proveyendo estos cuidados.
De este modo, cuando se analizan los cuidados a los mayores en sus lugares de origen, las desigualdades de género vuelven a ser un eje estructurante de los arreglos que realiza la familia. Ello visibiliza no solo las profundas desigualdades que existen en el espacio privado, sino que la articulación entre el Estado, mercado, comunidad y familia descansa en una desigual distribución de tareas entre hombres y mujeres.
Otro aspecto poco abordado desde las cadenas globales de cuidado es la relevancia que adquiere la relación entre el Estado, el mercado y las familias en la organización transnacional de los cuidados. Cuando la mujer inmigrante trabaja como cuidadora de adultos mayores o niños, es necesario preguntarse cómo el Estado y el sector privado proveen (o no) de cuidados a estas poblaciones, ya sea en los países de origen como en los de destino (Arriagada, 2010; De Silva, 2017; Hochschild, 2000; Setién y Acosta, 2010).
El tercer elemento deriva del uso de la perspectiva transnacional como soporte teórico para el estudio de las familias. Ello permitió visibilizar la emergencia de espacios formados a partir de la circulación constante de personas, ideas, materialidades, remesas y afectos entre sujetos ubicados en diversas locaciones geográficas (Baldassar, Baldock y Wilding, 2007; Bryceson y Vuorela, 2002; Dhar, 2011; Sorensen, 2008). Estos espacios vinculan lugares y personas, pero también, tal como indica Sorensen (2008), constituyen un espacio social particular donde se construyen los vínculos familiares, y con ello el sentido de pertenencia a una unidad compartida. En la medida en que la perspectiva transnacional desafía los límites del nacionalismo metodológico (Glick Schiller, 2009), este tipo particular de familia obliga a revisar supuestos como la copresencialidad para el desarrollo de los afectos y los cuidados. Tal como señala Parella (2007), se trata de estrategias que permiten “seguir siendo familia” en la distancia. El uso masivo de las tecnologías de la comunicación y el mayor acceso a medios de transporte que conectan los distintos puntos del planeta, permite el despliegue de una serie de prácticas y toma de decisiones cotidianas que afectan o atañen directamente a sus miembros (2007). Aquí adquiere gran relevancia el uso de la tecnología en el mantenimiento de los vínculos y en la provisión de los cuidados. La presencia virtual, planteaba Baldassar (2008), no necesariamente desplazan otras formas de comunicación, pero si influencian la forma en cómo se desarrolla la comunicación, actualiza el vínculo y genera reciprocidad. El aprendizaje y uso de estas tecnologías por parte de los adultos mayores para mantener el contacto con sus hijas, hijos y nietos, resulta también un tema de creciente interés en el estudio de las migraciones y vejez (Nedelcu, 2017).
Un cuarto elemento refiere a los ciclos vitales de las familias y los cambios que ello implica en materia de cuidados (Bolzman, 2018; Nedelcu y Wyss, 2020). Bolzman (2018) modela y orienta las obligaciones familiares, las necesidades de apoyo y de cuidados e insiste en la diversidad de la composición de grupos de migrantes de edad avanzada. Ello permite comprender las condiciones de vida de estos grupos, las redes de cuidados y apoyo y las estrategias movilizadas por estos últimos para sobrepasar las vulnerabilidades de esa etapa. Algunos/as de ellos y ellas, acercándose a la edad de la jubilación, tienen aún el compromiso de ayudar a sus progenitores en sus países de origen. De ahí que sea necesario analizar de manera longitudinal cómo estos arreglos van cambiando y modificándose para generar políticas, programas sociales y formas de intervención, medidas que son sensibles a estas transformaciones.
En resumen, sostenemos que si bien desde el estudio de las familias transnacionales se ha destinado poco espacio al análisis del cuidado hacia (y desde) los adultos mayores, existen ejes analíticos centrales para una aproximación a este campo, específicamente quiénes cuidan a los padres que quedan en los lugares de origen, y cómo la migración transforma las dinámicas de cuidado hacia los mayores, las que han estado presentes en distintas sociedades a lo largo del tiempo.
La bibliografía sobre cuidados a personas mayores que son parte de familias transnacionales comienza a desarrollarse de manera incipiente a comienzos del 2000. La mayor parte de estos trabajos se basan en la definición de cuidados (social care) elaborada por Daly y Lewis (Bolzman, 2018; Nedelcu y Wyss, 2020). Utilizando tres dimensiones centrales (trabajo, normatividad y relación público/privado), los autores los definen como “las actividades y relaciones necesarias para cumplir con los requerimientos físicos y emocionales que tienen las personas dependientes (adultos o niños y niñas), y que se realizan bajo un marco normativo, económico y social específico (traducción propia) (Daly y Lewis, 2000, p. 285). La organización social de los cuidados, por otra parte, sería la forma en que cada sociedad responde a las necesidades de cuidado de su población. Aquí se reconoce la participación de actores en distintos niveles: el Estado, el mercado, la comunidad y la familia (Gonzálvez Torralbo, 2018). De Silva (2017), a partir del estudio sobre inmigrantes provenientes de Sri Lanka y residentes en Australia, plantea un modelo de cuidado compuesto por cinco actores (care pentagon): la familia, el Estado, el mercado, la comunidad y el propio sujeto que recibe los cuidados y que también se proporciona autocuidado. Para De Silva, la forma en cómo se articulan estos actores varía en función de la experiencia y dinámicas migratorias, el tiempo de separación y las condiciones migratorias, entre otros aspectos.
Si bien en un comienzo el concepto de cuidado estaba circunscrito al ámbito privado, la crítica feminista permitió que los cuidados pasaran a ocupar un lugar central en la organización social (Cachón, 2021).
El trabajo de Baldassar, Baldock y Wilding (2007) marca el inicio de una línea de investigación en torno a los cuidados transnacionales al incorporar la movilidad como un elemento clave en la organización internacional de los cuidados. El punto de partida es la constatación del envejecimiento de los padres de los inmigrantes, cuestión que plantea un problema a las familias al tensionar el principio de reciprocidad en los cuidados. Si comprendemos que el principio de reciprocidad se construye de manera diferenciada entre hijos hombres y mujeres (Comas-d’Argemir, 2017), la pregunta por cómo se reorganizan los cuidados cuando las hijas (e hijos) no están presentes, adquiere plena relevancia. A esta pregunta inicial se suman elementos a nivel macro, meso y micro que permiten profundizar esta temática. Albertini y Semprebon (2020) hacen referencia, por ejemplo, a las restricciones de las políticas migratorias y las crecientes dificultades que existen para llevar a los padres a los países de destino, algo que también está presente en el trabajo de Ho y Chiang (2017), Merla, Kilkey y Baldassar. (2020) y Nedelcu y Wyss, (2020). También se puntualiza las crecientes dificultades que tienen las personas en situación irregular para viajar por temporadas y brindar cuidados a sus padres. A nivel meso mencionan las transformaciones que experimenta la familia cuando sus miembros pasan de sistemas familísticos a sistemas más individualistas. Finalmente, a nivel micro es necesario atender a la dimensión subjetiva que transforma los sentidos y significados del cuidado hacia los mayores. Los estudios sobre cuidados a los mayores ponen en discusión los significados y sentidos que hijos/as y padres/madres otorgan a los mandatos morales y emocionales que definen los cuidados, así como la generación de nuevos significados que permiten prescindir de la copresencia como una condición para cuidar (Baldassar, 2008, 2015).
En esta sección identificamos cuatro aportes desde los estudios sobre cuidados a la relación vejez y migración.
El primero de ellos refiere al concepto de economía moral que permite comprender la función que cumple el deber moral de cuidar en su dimensión productiva y reproductiva. Una definición inicial de carácter neodurkheimiano entiende la economía moral como un intercambio motivado por intereses distintos a la maximización del beneficio económico que busca la economía de mercado. Estas transacciones estarían orientadas más bien a mantener el estatus social o el prestigio, y de acuerdo con Näre (2011) permiten también la acumulación de capital social y simbólico, la cohesión social de un grupo y la estabilidad en el largo plazo del sistema económico. Desde esta aproximación, la economía moral se comprende por tanto como una economía distinta a la de mercado, presente en sistemas informales y circunscrita al ámbito doméstico. La dimensión moral permite establecer el límite (siempre social) entre aquello que es y no es aceptable, así como qué es un buen cuidado, un/a buen/a cuidador/a y, por tanto, qué representa un mal cuidado y un/a mal/a cuidador/a (Näre, 2011).
En el último tiempo, de acuerdo con este autor, la sociología ha expandido el uso del concepto de economía moral, planteando que no necesariamente se trata de un sistema distinto a la economía de mercado, sino que ambos se articulan en las múltiples interacciones sociales. De este modo, el trabajo de cuidados dentro del hogar (remunerado y no remunerado) se define a partir de la economía moral y de la economía de mercado, en la medida en que la primera define las nociones normativas de lo que es un “buen” y un “mal” cuidado, y establece las reciprocidades y responsabilidades esperadas (Boccagni, 2015; Näre, 2011), mientras que la segunda otorga un valor económico (al momento de contratar) o invisibiliza el costo cuando se asume como una función natural de los miembros de la familia (usualmente la mujer). Cuando se paga por este servicio, se espera que la persona cumpla no solo con las funciones específicas de cuidar (limpiar, alimentar), sino con el afecto, la entrega y la generosidad que establece el mandato moral del cuidado (Näre, 2011).
Un concepto inscrito en esta misma línea es el de reciprocidad (Comas-d’Argemir, 2017), en tanto principio que habilita la circulación de los cuidados. Pero tal como indica la autora, la reciprocidad se construye y significa de manera diferenciada según género.
El estudio sobre emigración china hacia Australia y Nueva Zelanda de Ho y Chiang (2017) analizan otro concepto similar, el de piedad filial (filial piety), que permite sostener los cuidados de los/as hijos/as hacia los padres en China. Para estas autoras, la piedad filial se define en términos similares a la economía moral de los cuidados, enfatizando la relación jerárquica entre padres e hijos que prescribe la obligación de estos últimos de atender las necesidades de los padres, proveer de cuidados y realizar determinados sacrificios en caso de ser necesario (Ho y Chiang, 2017; Krzyzowski y Mucha, 2014).
El estudio de Albertini y Semprebon (2020) sobre migrantes magrebíes en países del sur de Europa analiza las expectativas de solidaridad y apoyo que tienen las personas inmigrantes respecto del cuidado de sus padres. Sostienen que el linaje patrilineal y la residencia cercana son claves en la forma que adquiere el apoyo intergeneracional. A su vez, las normas y valores establecen que las mujeres deberían ocuparse de los padres y los hombres proveer de los recursos necesarios, especialmente en comunidades rurales. Ello explicaría por qué, por ejemplo, la mayoría de sus encuestados señalaron que la mejor situación para cuidar era que la madre viajara a Italia para ser atendida por alguno de sus hijos. Los autores concluyen que los sistemas con Estados de bienestar menos desarrollados tienden a mantener modelos más familísticos de cuidado, mientras que sociedades con sistemas de bienestar más fuertes tienden a transitar hacia sistemas más individualistas (Albertini y Semprebon, 2020).
En el caso latinoamericano, los estudios se centran principalmente en experiencias de familias transnacionales cuyos miembros residen en países del norte global (Ansion, Mujica, y Villacorta, 2009; Bastia, Calsina y Pozo, 2020; Escrivá, 2013; Herrera, 2013; Hinojosa, 2009; Leinaweaver, 2010; Zapata, 2016). La mayor ausencia de estudios centrados en experiencias migratorias subregionales (migración sur-sur) constituye un problema central en la construcción teórica, puesto que parte significativa de la discusión utiliza como casos de estudios la migración sur-norte, en la que se asume, como dada, la diferencia entre sistemas familísticos y sistemas individualistas. Sin embargo, cuando queremos comprender qué sucede en países con similares niveles de desprotección social, quedamos con pocas respuestas.
Un ámbito que cuenta con mayor atención en América Latina es la comprensión del deber moral presente en las formas de cuidado informal y familiar en familias no migrantes, precisando que el mandato cultural de cuidar recae con fuerza en la mujer (Bastia, Calsina y Pozo, 2020; Batthyany, Asesina y Brunet, 2007; Gonzálvez, Larrazabal y Guizardi, 2020; Gonzálvez y Guizardi, 2020). Parte importante de esta discusión versa sobre la relación madre-hijo/a y visibiliza la doble moral con la que son juzgadas las mujeres por parte de la comunidad y sociedad: cuestionar su ausencia física pues ello se traduciría en dejar cuidar a sus hijos (y por tanto ser una “mala madre”) y, por otra, celebrar la emigración de la mujer en tanto fuente de ingresos para la reproducción del hogar (Herrera, 2013; Cavagnoud y Bruslé, 2013).
En el caso del cuidado a los mayores, Batthyany, Asesina y Brunet (2007) identifican la presencia de dos discursos simultáneos a partir de sus investigaciones en Uruguay: hacerlo por amor y hacerlo como obligación. Las autoras plantean cierta continuidad entre lo que significa cuidar a niños y cuidar a adultos.
El segundo tema refiere a las prácticas y tipos de cuidados que se despliegan en las familias transnacionales, las que derivan de la propia definición de cuidados. Existen al menos cinco tipos de cuidados que se producen desde las familias: económico (financiero y material), apoyo doméstico, cuidados hacia la persona, apoyo emocional y apoyo cognitivo (Hoff Sommers, 1986; Krzyzowski y Mucha, 2014). Estas dimensiones del cuidado no son fijas y se negocian constantemente entre quienes están a cargo de proveerlos. Además, las necesidades de cuidados se pueden diferenciar según la percepción de su importancia. Zechner (2008) introduce una diferencia entre caring about (orientación para observar donde se requiere cuidado), taking care of (tomar responsabilidad para iniciar y mantener las actividades de cuidado), caregiving (trabajo concreto, lo que implica tiempo y recursos), care-receiving (respuesta del que recibe el cuidado a las tres dimensiones mencionadas previamente). Según esta autora, tres elementos crean la base para las actividades de cuidados transnacionales: distancia, recursos y circunstancias tales como el estado físico y económico de los adultos mayores. Muchos de ellos no quieren recibir ayuda, lo que disminuye el trabajo de caregiving, pero complica el caring about y taking care of por la carga emocional y las preocupaciones que provocan en los hijos e hijas migrantes.
Las expectativas y necesidades asociadas a estos distintos tipos de cuidados pueden cambiar a lo largo del ciclo de vida (Bryceson, 2019). Esta negociación se realiza en contextos de relaciones desiguales de poder al interior de la familia, sea en función del género, etarias, económicas, o incluso de condición migratoria (regularidad o irregularidad migratoria) (Krzyzowski y Mucha, 2014). Adicionalmente, es clave considerar las características de las familias e individuos que también han de conllevar diferencias significativas en las expectativas, necesidades y formas de cuidado; esto implica considerar su posición en torno a género, etnicidad, clase social, entre otros ejes de diferencia (Gonzálvez y Guizardi, 2020; Gonzálvez, Larrazabal y Guizardi, 2020).
El trabajo de Baldassar (2008) es clave para comprender estos procesos de negociación, así como la dimensión subjetiva presente en la relación de cuidados, abordada desde las emociones. La emoción de extrañar, nos indica Baldassar, se expresa en el discurso, la praxis y el cuerpo (Baldassar, 2008). Otras emociones como la culpa, puede cumplir funciones tales como reafirmar la relación, ser una herramienta para ejercer influencia o presión sobre otros y puede constituirse también como una forma de mitigar las desigualdades que median la relación (Baldassar, 2015). Según la autora, la separación física producida por la migración cuestiona la obligación moral de la copresencia, genera un sentimiento de culpa y estimula al mismo tiempo el desarrollo de estrategias, tanto de los hijos e hijas migrantes como de los padres mayores para paliar la ausencia física (que suponen el intercambio virtual y otras formas de copresencia a larga distancia) y responder a las demandas de cuidados transnacionales.
El tercer elemento es la circulación de cuidados, una aproximación que se inscribe directamente en la experiencia transnacional de las familias. Las estrategias transnacionales de cuidado reflejan compromisos negociados intergeneracionalmente e influidos por los conceptos culturales de deber, funciones sociales y responsabilidad (Merla y Baldassar, 2010). El trabajo de Baldassar y Merla (2014) plantea que la reciprocidad permite comprender la circulación constante de cuidados a través del tiempo y el espacio, inscrita en las asimetrías de género, económicas, étnicas y políticas. La literatura revela que las relaciones entre los miembros de las familias de los migrantes están constantemente moldeadas por las relaciones de poder (Castelloni y Martin-Díaz, 2019); al mismo tiempo, las expresiones de solidaridad pueden entrañar tensiones y sentimientos de ambivalencia (Bolzman, 2018) tanto a nivel intragénero como intergeneracional (Cavagnoud y Bruslé, 2013; Castelloni y Martin-Díaz, 2019).
Finalmente, las publicaciones consultadas apuntan a la creciente relevancia de las políticas de control migratorio, pues ellas dificultan en muchos casos la continuidad de la circulación de cuidados. Merla, Kilkey y Baldassar (2020) introducen la noción de immobilizing regimes of migration para describir los cambios políticos que están contribuyendo a inmovilizar a algunos, a la vez que condicionan severamente la movilidad de otros. Nedelcu y Wyss (2020), en su estudio sobre la “generación cero”, es decir, los/as abuelos/as móviles transnacionales en Suiza, subrayan que los cuidados que provee esta generación es un recurso importante para las familias migrantes, especialmente para las mujeres. Sin embargo, estos se ven limitados debido a las políticas de control migratorias. Basándose en una comparación entre grupos de la UE (Alemania, Francia, Italia, Rumania), África del Norte (Argelia, Marruecos) y Brasil, estas investigadoras constatan que, mientras las personas provenientes de los países de la UE pueden circular fácilmente entre las diferentes fronteras, las de los Estados africanos requieren visas para ingresar a Suiza y las de Brasil solo pueden permanecer tres meses en Europa. El estudio concluye que las políticas de cuidados y las de migración están dirigidas por lógicas diferentes. Las primeras conciben los cuidados como un aspecto necesario para la reproducción de la familia, mientras que las segundas se inscriben en la lógica del nacionalismo metodológico, según el cual poco importa la relación con los miembros de la familia que viven más allá de las fronteras geográficas.
En América Latina, la investigación en torno a la organización social de los cuidados ha sido un tema con importantes aportes, especialmente en el caso de las personas mayores. Batthyany, Asesina y Brunet (2007) se preguntan para el caso de Uruguay acerca de cómo los cuidados se distribuyen entre el Estado, el mercado y la familia. Esta tríada está a la base de la definición del sistema familístico (Setién y Acosta, 2010) y de los arreglos formales e informales (Albertini y Semprebon, 2020). La mayor o menor presencia de un Estado de bienestar determinaría el mayor o menor involucramiento de las familias. Sin embargo, en las últimas décadas el sistema neoliberal ha priorizado el mercado en la medida en que se externalizan en el sector privado los cuidados de los mayores.
A través de esta revisión de la literatura hemos podido identificar algunos elementos centrales que permiten vincular migración, vejez y cuidados, así como los aportes y diálogos que surgen desde algunos de los temas claves en el estudio de las familias transnacionales y las cadenas globales de cuidados. Resaltamos, en primer lugar, la centralidad del género como eje que estructura la organización social de los cuidados al interior de la familia. Son las mujeres-esposas, madres o hijas en quienes recae con fuerza el mandato social de cuidar a los mayores, aunque las condiciones culturales y la mayor presencia o ausencia de un Estado de bienestar pueden matizar esta desigual distribución. Las estrategias transnacionales de cuidado compensan la falta de protección formal, ya sea por la ausencia de un Estado de bienestar en el país de origen, por la precaria condición jurídica o social de la persona migrante en el país de acogida (Cavagnoud, 2021), o por una política de cuidados deficiente en materia de la niñez y pequeña infancia (Nedelcu y Wyss, 2020). Al mismo tiempo, como la literatura ha mostrado, estas posibilidades de ayuda están fuertemente determinadas por los recursos de los migrantes, así como por las políticas migratorias y de cuidados de los países en cuestión.
En términos de agenda de investigación resulta central avanzar en estudios sobre migración y vejez en el contexto de la migración sur-sur. La mayoría de los estudios han sido realizados en el contexto de migración sur-norte, lo que asume ciertas diferencias en cuanto a las formas en cómo se organizan los cuidados. Sin embargo, la migración que se produce entre países con niveles similares y bajos de desarrollo, enfrentan dificultades comunes en lo que respecta a la crisis de los cuidados y la débil protección que entrega el Estado a las personas mayores. La posibilidad de desarrollar estudios en este contexto permite a su vez avanzar en análisis comparados, de modo de visibilizar cómo aspectos estructurales adquieren formas específicas de acuerdo con su locación económica, histórica, cultural y política.
El segundo elemento refiere a la necesidad de comprender cómo se organizan los cuidados en contextos de creciente inmovilidad, producto del incremento de las políticas de restricción y control migratorio por parte de los países receptores, así como en atención al contexto de los desplazamientos forzados en donde los sujetos tienden a estar más desprotegidos y con menor posibilidad de enviar ayuda a los padres que quedan en los lugares de origen. El caso de Venezuela, dentro de la región latinoamericana, adquiere gran importancia, dada la magnitud de la población que ha salido de dicho país y las condiciones de vida que enfrentan quienes permanecen en ese país, especialmente desde el punto de vista de la salud, la seguridad y los derechos sociales.
Un tercer elemento alude a la necesidad de avanzar hacia la portabilidad de derechos, con especial foco en los sistemas de pensiones. En un mundo donde la movilidad humana es una constante, la dificultad para trasladar los ahorros que una persona ha realizado en un país determinado hacia otro al que desee emigrar, constituye un impedimento a la movilidad de las personas mayores. Esta situación pareciera ser más compleja en los sistemas de capitalización privados que se han implementado en diversos países de América Latina (Vásquez y Stefoni, 2020).