Resumen: En el presente trabajo será nuestro objetivo la delimitación de una serie de coordenadas clínicas de un caso de obesidad infantil, las cuales nos permitirán realizar un análisis del modo en que se articulan demanda y deseo en relación al Otro y la transferencia en la clínica psicoanalítica. Para ello, se procederá a la presentación de tres viñetas clínicas del caso, las cuales serán analizadas a partir de los operadores conceptuales mencionados. Dicho trípode clínico-conceptual, como veremos, nos permitirá hacer ulteriores consideraciones sobre las nociones de pulsión de muerte y de goce, nociones problemáticas en psicoanálisis, que a través del prisma de la transferencia podremos retomar desde una perspectiva clínica.
Palabras clave:DemandaDemanda,DeseoDeseo,TransferenciaTransferencia,Pulsión de muertePulsión de muerte,GoceGoce.
Abstract: In the present paper, it will be our aim to delimitate a series of clinical coordinates of a case of child obesity, which will enable us to analise the way in which demand and desire are articulated in relation to the Other and the transference in the psychoanalytic clinic. To such aim, we will proceed to present three excerpts from the case, which will be analised from the perspective of the mentioned conceptual operators. Such conceptual-clinical tripod, as it will be shown, will allow us to make further considerations on the notions of death drive and enjoyment, problematic notions in psychoanalysis, which we will be able to examine through the prism of transference from a clinical perspective.
Keywords: Demand, Desire, Transference, Death drive, Enjoyment.
Psicoanálisis
SHAHRIAR Y LAS MIL Y UNA SESIONES. DEMANDA, DESEO Y TRANSFERENCIA COMO OPERADORES CLÍNICOS EN UN CASO DE OBESIDAD INFANTIL. SU ARTICULACIÓN CON LA PULSIÓN DE MUERTE Y EL GOCE
Shahriar and the thousand and one sessions. Demand, desire and transference as clinical operators in a case of child obesity. Its articulation with death drive and enjoyment
Recepción: 26 Marzo 2019
Aprobación: 30 Octubre 2019
Shahriar es un niño de 9 años. Concurre a la consulta por medio de su padre, P., quien se halla preocupado por los reiterados dolores de estómago que presenta el niño, los cuales le impiden asistir a la escuela muchos días. Por otro lado, también le preocupa al padre el elevado peso del niño en relación a su cuerpo, pues presenta un sobrepeso médicamente significativo de acuerdo a su índice de masa corporal. En lo concerniente a su rendimiento escolar, el padre señala que si bien se ha mantenido aprobando casi todos los exámenes, advierte un descenso paulatino del rendimiento en los últimos meses, notándolo desinteresado y desganado, lo que también observa en su tiempo de ocio, el cual oscila entre el desánimo, largas horas de sueño y el consumo compulsivo de videos, dibujos animados y series on demand.
En cuanto a la situación familiar, sus padres están divorciados y mantienen una relación conflictiva entre ellos. Debido a ello, a lo largo del tratamiento se llevaron adelante entrevistas con ambos padres por separado.
Sin proseguir la descripción del caso, procedemos a continuación, para evitar superposiciones y redundancias en las que de lo contrario incurriríamos, a describir y analizar tres viñetas clínicas del caso. La primera, centrada en la primera entrevista con el niño, la segunda, ubicada en un punto crítico del tratamiento, y la tercera, sobre el ulterior despliegue del tratamiento posterior a tal punto de inflexión.
Shahriar concurre a la primera entrevista junto con su padre. Su gesto es apático, desanimado y desesperanzado. Al llegar e invitarlo a pasar, hace ademanes con la cabeza indicando que no quiere pasar. Le propongo entonces que pasemos junto con su padre, lo cual acepta. Al comenzar la entrevista, el niño se muestra incómodo y angustiado. El padre le reitera así los motivos por los cuales se realizó la consulta, entre los cuales menciona el hecho de que el niño pueda hablar de los dolores estomacales que lo aquejan y sus ansiedades, lo cual empeora la situación, haciendo que el niño empiece a decir que se quiere ir, que no quiere estar allí y que no quiere hablar de eso. El padre se tensa y se sonroja, y se logra advertir por sus expresiones faciales la vergüenza que llega a sentir ante la situación. Interrumpo entonces el vaivén argumental entre ambos y le digo al niño que si no quiere, no comenzaremos y que si quisiera quedarse, no vamos a hablar de esos temas si no lo prefiere. Rápidamente, el niño deja de confrontar con su padre y se queda meditativo, asintiendo luego con la cabeza pero destacando: “si no hablamos de eso, sí”. Destaca además que, si bien quiere quedarse, es “sólo por hoy”, ante lo cual me río y consiento lo propuesto. Le pregunto luego si prefiere que su papá se retire y espere afuera, lo cual es bien recibido por el niño. Luego de que su padre se retire, Shahriar comienza ávidamente a dibujar, marco que aproveché para introducir el juego del garabato de D. W. Winnicott, lo cual permitió que pudiéramos realizar un primer intercambio desde el dibujo. Al terminar, se retira contento y sugiere con ademán cómplice que la semana que viene “tal vez vuelva”, complicidad a la que respondí en consonancia. Así se mantuvo las primeras tres entrevistas repitiendo la misma despedida, señalando alternativamente que la semana que viene “es probable que vuelva”, que “la semana que viene va a volver para terminar de dibujar” o bien que “es casi seguro que vuelva”.
Al cabo de seis meses de tratamiento, en los que gradualmente el niño comenzó a abordar en el juego algunos tópicos problemáticos de su vida familiar, concurriendo con notables ganas a la sesión (factor a destacar para el análisis de lo que sigue) sorpresivamente llega a sesión con sueño y muy desganado. Le pregunto si se siente bien y me dice que no (tenía sus mejillas rojas y se lo notaba engripado), pero con evidente falta de ganas de hablar y ahondar en detalles. Le pregunto luego si tiene ganas de que juguemos a algo y también me responde tajantemente que no, y agrega que estaba durmiendo la siesta y que su papá lo despertó para venir cuando él le había dicho luego de salir del colegio que no quería venir a la sesión. Le pregunto entonces si prefiere que llame a su papá para que lo venga a buscar, y destaco que no tiene sentido que venga si va a sentirse así de mal. Por su mímica facial, advierto que la idea lo atrae, pero sin embargo me dice que no. Opto por preguntarle: “¿Seguro? Yo no te veo bien así…”. Y sugiero: “Me parece que tenés ganas de que llame a tu papá pero te da miedo que se enoje…”. Luego de ello, asiente con la cabeza. Le digo entonces que no se preocupe, que yo voy a hablar con él y que no se va a enojar (ello podía preverlo a partir de la receptividad del padre a las intervenciones realizadas durante los últimos meses en las entrevistas con él). Me dice así que quiere que lo llame. P. viene a retirarlo y el niño se retira, ya menos enojado y angustiado, notándoselo aliviado. Paralelamente, lo invito a pasar a P., quien inicialmente se ve molesto y luego se siente más tranquilo después de señalarle que lo ocurrido se inscribe como parte de la estrategia del tratamiento.
A la semana siguiente, Shahriar viene y en lugar de sentarse, se acuesta en el diván y se le llenan los ojos de lágrimas. Le pregunto sin éxito qué le pasó. Luego gira y se ubica de costado, dándome la espalda. Comienza a hablar y me dice que no quiere venir más y que odia venir a sesión. Se lo nota angustiado y enojado. En mi primera reacción, me sentí confundido; no esperaba que luego de la anterior sesión no sólo no se produjeran efectos, sino que volviera en un estado aún peor. Sin embargo, no podía encontrar al interior de la producción asociativa, gráfica ni lúdica del niño ningún elemento que permitiera enmarcar lo ocurrido como una transferencia negativa ni como una resistencia que pudiera producirse por el decurso mismo del trabajo realizado; de hecho, como arriba señalara, hasta hacía sólo dos semanas venía contento y con ganas de jugar. Ello, sumado a lo súbito e inconexo del vuelco, así como a la secuencia de lo ocurrido la semana pasada, que culminó con él sintiéndose más tranquilo luego de que interviniera para que el padre viniera a buscarlo sin enojarse con él, me llevó a inclinar mi hipótesis sobre lo ocurrido en el sentido de la relación entre ambos, y a redoblar la intervención en dicha dirección.
Mi primera respuesta fue no pretender compulsiva y desesperadamente encontrar una respuesta, sino en cambio, quedarme en silencio, mostrándome contemplativo y receptivo para que el niño pudiera desplegar aquello que lo aquejaba y lo enojaba. Solamente me limité a sutilmente brindarle algún tipo de sosiego por medio de palabras y expresiones que no implicaran una negativa a encontrarse con eso que traía (lo cual, como se entenderá a partir de lo que sigue, presumiblemente contribuyó a que no quedara situado en serie con la figura del padre que le imponía venir/decir a toda costa): expresiones tales como “bueno, si estás enojado y necesitás llorar y no querés hablar, no hay problema. Yo me quedo acá y te acompaño; si querés, hablamos, y si no, nos quedamos en silencio”. Al cabo de unos minutos, noté que ya no estaba tan enojado. Comencé a indagar sobre las circunstancias en que el niño planteaba no querer venir más. Al igual que había ocurrido anteriormente, las respuestas no llegaron directamente por la simple y directa pregunta. Al principio, sólo obtuve de su parte la reafirmación de no querer venir más. El viraje se produjo cuando me mostré extrañado y preocupado por lo que me decía. Le señalé el motivo de mi extrañamiento: “No es que nunca viniste con ganas. Si nunca hubieras tenido ganas y no quisieras venir más, hablaríamos y dejarías de venir, porque la idea no es que vengas así. Pero lo raro es que hasta hace dos semanas vos venías con ganas y dibujabas y jugábamos mucho…” Entre lágrimas infundidas de ira, el niño asintió con la cabeza. Le pregunté si antes venía con ganas. Nuevamente respondió afirmativamente. Le pregunté entonces si algo había pasado en las últimas dos semanas que le hiciera perder las ganas de venir. Así formulada la pregunta, no supo decirme, pero fue otra la respuesta cuando le pregunté por esa sesión particular: - “Vos hoy viniste sin ganas, ¿no?”. Asiente. “¿Desde cuándo es que no tenés ganas de venir? ¿Ayer vos ya sabías que no tenías ganas de venir hoy?”. Responde que no (lo cual permitía inferir que podía ser algo en las circunstancias en que había venido ese día lo que había precipitado su falta de ganas). – “Entonces, si ayer tenías ganas, ¿pasó algo hoy que te hizo perder las ganas de venir?”. Señala que al finalizar la jornada escolar, se había quedado en el comedor de la escuela durante dos horas hasta que lo fueron a buscar. Se había aburrido y cuando llegó a su casa estaba muy cansado y quería descansar. Refrendé lo que él sentía diciéndole que era muy feo venir con sueño y que cuando uno está cansado incluso pierde las ganas de hacer cosas que normalmente le gustan. Agregué: - “Eso me hace pensar que cuando decís que no querés venir más, ¿es porque no querés venir más o porque no querés venir más así? ¿Es que odiás venir acá o que odiás venir de esta manera, tan cansado y sin ganas?” (Las negritas expresan el énfasis en la enunciación). Se quedó pensativo… Le dije que a mí también me pasaba que cuando estaba cansado hasta me dejaban de gustar mis cosas favoritas. Le interesó la idea. Le propuse entonces: “Mirá, podemos hacer esto: si querés, puedo buscar otro día y horario donde vos te sientas mejor para venir y puedas venir con más ganas. Si no funciona y seguís sin ganas, lo vemos y tal vez sea mejor que terminemos el tratamiento. ¿Querés que probemos?”. Respondió por la afirmativa inmediatamente. Buscamos un día y horario que se adecuara mejor a su rutina cotidiana. Luego, sólo restaba la confirmación de su padre. Su talante se había modificado drásticamente; se lo notaba menos desanimado. Efectivamente, luego de lo anterior, hizo un dibujo, que dejó inconcluso y aclaró volver la próxima semana para finalizarlo.
A diferencia de las anteriores, esta última viñeta no se circunscribe a un episodio ubicado en un punto temporal determinado, sino al desarrollo del caso posterior al punto crítico antes mencionado.
Con posteridad a la confirmación de su padre, quien también se mostró tranquilizado por la propuesta (y hasta en cierto punto esperanzado de dejar de sentir que tenía que pelearse con el niño para insistirle en venir), la semana posterior comenzó a venir en el nuevo día y horario. Llegó mostrándose animado y expectante respecto de la continuación de su dibujo, destacando que había dormido la siesta después del colegio, y que ya había hecho la tarea y se había bañado. A partir de este punto, en virtud de lo que sigue, he ubicado un punto de inflexión en el desarrollo del caso. El niño, en efecto, vuelve a querer dibujar y jugar, pero se modifica, además, el modo en que lo hace.
En este respecto, es importante destacar el viraje producido en el material asociativo desplegado tanto en el juego como en el dibujo. En la primera etapa del tratamiento, el material había sido más bien repetitivo y reproductivo, pues giraba en torno de la repetición de dibujos y escenas de programas televisivos que veía durante muchas horas (los cuales, según se pudo reconstruir en las entrevistas a padres, veía también de manera compulsiva, ya que les resultaba difícil “sacarlo de la tablet/celular/computadora/Netflix” y poder conversar o compartir alguna actividad de ocio con el niño). No obstante ello fue modificándose paulatinamente en la fase posterior al cambio de día y horario.
En cuanto al juego y los dibujos, podemos sucintamente hacer un análisis de su contenido y su forma. En lo que respecta a su contenido, los dibujos y los juegos, ellos presentaron una serie de constantes en cuanto a la secuencia narrativa en ellos contenida: 1) Protagonistas furiosos que enfrentan a enemigos crueles que sin motivos claros y por simple despotismo y arbitrariedad quieren destruir al protagonista y/o a su mundo y seres queridos; 2) tales enemigos parecen al principio imposibles de derrotar y son mucho más fuertes que el protagonista; 3) no obstante, una transformación sorpresiva y milagrosa sobreviene al protagonista. 4) Por último, gracias a dicha transformación y el desarrollo consiguiente de la fuerza y/o medio para hacerlo, el protagonista logra derrotar a su enemigo y salir airoso. 5) Vuelve a aparecer otro enemigo, ahora más fuerte que el anterior, y recomienza la secuencia.
Por otra parte, en lo que concierne a la forma, el material tendía a ser reiterativo y reproductivo, características solidarias entre sí. Por un lado, reiterativo en tanto los tópicos eran siempre los mismos (factor de contenido y estructura narrativa arriba mencionado), así como también lo era su tratamiento, es decir su planteo y su desenlace posterior. En segundo lugar, pues, y en estrecha relación con lo anterior, reproductivo, pues el mismo era meramente reproductivo y no agregaba elementos ulteriores de la propia fantasía. Es decir, el dibujo no dejaba de ser una copia de sus dibujos favoritos, así como el juego también recreaba tales escenas, con escaso contenido creativo. La intervención, en tal sentido, consistió en promover invitarlo a dibujar o inventar escenas nuevas que no fueran las de sus programas televisivos favoritos. Si bien desde los comienzos del tratamiento se mostró muy renuente a dibujar o jugar sobre/con otros contenidos, no obstante, al proponerle “hacer otras versiones” de los mismos programas televisivos, sus producciones se volvieron paulatinamente más creativas. Así, pasó de reproducir escenas (tanto en el dibujo como en el juego) a crear nuevas escenas tomando los mismos personajes, para en un momento posterior crear incluso una historia con otros personajes (los cuales, si bien toman las características de sus personajes favoritos y se amparan en la secuencia narrativa comentada, no obstante, no son los mismos e implican una mayor apuesta creativa por parte suya, lo que hace que su producción esté cada vez más lejana de tal carácter reproductivo), en donde él se identifica con uno de ellos. Asimismo, es de destacar la complejización que adquiere la trama narrativa, por cuanto deja de centrarse en la relación diádica de rivalidad protagonista/héroe - antagonista/villano, para en cambio presentar personajes que al mismo tiempo tienen matices más complejos que los de la polaridad binaria bueno-malo (un demonio que se vuelve bueno y traiciona a los reyes demonios de su estirpe, una princesa celestial que se enamora del demonio devenido bueno y se pelea con su tiránica reina-madre para defender su amor. Como se puede observar, se incrementa notablemente el número de personajes, los cuales ahora se inscriben genealógicamente y en relaciones ternarias. Asimismo, estas relaciones más complejas no toman la forma de una simple escena fija/repetitiva, sino que tienen un desarrollo diacrónico bajo la forma de una historieta que se elabora en el transcurso de varias sesiones. En un ulterior momento, llega a crear una historieta cuyo protagonista es un superhéroe que se caracteriza por su inteligencia (nótese que en este caso ya no consiste su característica saliente en su furia, ni la enorme fuerza física ni en poderes sobrenaturales, como en los personajes anteriores, pues no precisa desarrollar un poder hipertrófico para derrotar enemigos invencibles) y combate contra delincuentes y villanos comunes, es decir, también más terrenales y derrotables/falibles en lugar de tiránicos dioses o semidioses. Podemos así apreciar cómo es que la fantasía logra gradualmente ceder en su recurso defensivo a formaciones estáticas y estereotipadas al disminuir la angustia ante el encuentro con aquello que, organizando la escena, no obstante se encuentra latente (como ser la ira, la destructividad y el odio latente dirigido al Otro configurado como perseguidor invulnerable). Ello le permite a la fantasía volverse entonces más creativa y satisfactoria para el niño (a diferencia de las primeras, con estas últimas producciones el niño logra sorprenderse gratamente por lo que hizo y se muestra contento y distendido). Así, al caer de los cielos y volverse tanto el Otro como el sujeto más humanos y falibles, la modificación de la interlocución dada entre los personajes permite hipotetizar que el sujeto se ve confrontado a otro modo de la alteridad y la palabra, factor que podría considerarse como un primer indicador de un movimiento sobrevenido en la correlación Sujeto-Otro.
Proponemos a continuación, como coordenada de análisis del material antes expuesto, rastrear los sucesivos movimientos transferenciales producidos a lo largo del tratamiento y cómo la tensión entre demanda y deseo que subyace a los mismos es un operador teórico-clínico regio para su abordaje y para su puesta en juego.
En cuanto a las primeras dos viñetas, las mismas permiten de hecho explicar por qué a los fines de la exposición aquí realizada tomamos para el niño el nombre del famoso personaje de “Las mil y una noches”. En efecto, como reza la historia, Shahriar es el flamante sultán quien, al cabo de ser engañado por su esposa, la sultana, manda a decapitarla y a partir de entonces, resentido y con ánimos de venganza, desposa una nueva mujer cada noche, para al alba ejecutarla. Al cabo de haber repetido lo dicho con 3000 mujeres, la hija del visir, Sheherazade, se ofrece como próxima esposa del sultán. Sin embargo, esta última logra quebrar el terrible designio del sultán y romper la serie, pues cada noche cuenta al sultán un cuento, el cual dura toda la noche y al alba queda inconcluso, para ser finalizado la próxima noche. Así, Shahriar mantiene con vida a Sheherazade un día más a la espera de que por la noche llegue el final del cuento inconcluso de la noche anterior. Así se mantienen durante mil noches (número sinónimo del infinito en el sistema de numeración árabe), hasta que finalmente el sultán le conmuta la pena a Sheherazade y viven felices.
Como se puede apreciar, algo similar a lo ocurrido encontramos en el análisis de nuestro niño. Esta secuencia, dada en la transferencia, puede por otra parte formalizarse, de manera análoga al clásico relato de oriente próximo, de la siguiente manera: Amor - Desengaño/desencanto amoroso - Venganza/Desesperanza - Amor nuevamente y repetición de la secuencia. No obstante, en el quiebre de la serie producido por Sheherazade, tenemos por otra parte Amor – Misterio, produciéndose la suspensión de la secuencia, a partir de dicho misterio, en una báscula entre el deseo aquí suscitado por el misterio y la amenaza de venganza ante una eventual nueva frustración amorosa, que permanece como telón de fondo y que no deja de insinuarse a cada momento, ora en primer plano, ora en segundo.
Así, podríamos comprender la llegada del niño a la consulta ubicado entre el segundo y tercer momento, oscilando entre el desengaño y el rechazo hostil del Otro decepcionante a quien luego es dirigida toda su ira destructiva y retaliativa. De este modo, podríamos dar cuenta de la interpelación inicial de no querer venir desde dos perspectivas que resultan convergentes: por un lado, el hecho de experimentar la consulta como una demanda del Otro encarnado en este caso por su padre, lo cual resultaba de obstáculo para que pudiera experimentar deseo de estar allí. Por otro lado, la intervención inicial (-“Si no querés, no” y la propuesta de no hablar de aquello que no quiera), por el contrario, se puede pensar avanza en la dirección opuesta, por cuanto hace a un lado la cuestión de la demanda proveniente del Otro y abre paso a que quedarse o irse no sea una cuestión de obedecer, ni de deber o cumplir sino una cuestión de otra cosa: de deseo (aun a costa de pactar inicialmente en cierta medida con la resistencia, pues no hacerlo habría supuesto, por así decirlo, entrar en la serie con el Otro de la demanda, y por ende, inducir la frustración y subsiguiente venganza, corriendo el destino de una más de las esposas asesinadas al alba). En tal sentido, es interesante notar que más fructuoso que interpretar la situación en función de la resistencia concebida en sí misma o de manera reificada como un obstáculo a remover, resulta observar dos cosas: 1- Qué es lo que la suscitó (la interpelación de un Otro imperativo que le quiere extirpar la verdad si él no la dijera. En este caso, la detención del despliegue asociativo, lúdico y gráfico se halla en correlación con una estasis de la dialéctica de las relaciones con el Otro, aquí configurado como Otro de la demanda); 2- La formulación de la estrategia del análisis en torno de las condiciones necesarias para el atravesamiento de dicho obstáculo, aquí planteadas en función de la posición del analista y la transferencia en su articulación con la demanda y el deseo.
El efecto luego de la intervención fundada sobre los dos puntos anteriores permite verificar su operatividad, y por otra parte, es también gracias a la reiteración de esta dinámica de hacer a un lado la demanda y abrir paso al deseo a lo largo del tratamiento que podemos atribuir a la intervención tal efecto, que más bien toma la forma de una direccionalidad estratégica y lejos se halla de limitarse a un momento determinado. Así pues, observamos la misma dinámica en la segunda viñeta, en donde en un primer momento funciona el hacer retroceder la demanda de venir a toda costa frente a la cuestión de que la operativización del deseo es la condición de un análisis, lo cual ese día lleva a que vuelva a su casa. Sin embargo, a pesar de que en el momento de la intervención ello parece funcionar y cuando se retira lo hace con mejor ánimo, lo cual dejaba presumir que la semana siguiente habría de rendir ciertos frutos, no obstante, la semana siguiente se repite lo ocurrido la anterior, e incluso magnificado, ahora bajo la forma de no querer venir más y el afirmar odiar venir.
En este punto, advertimos cómo la demanda resulta un operador clínico-conceptual que permite dar cuenta en este caso del eslabón que media entre el primer momento (amor) y la precipitación de la relación hacia el segundo (frustración-decepción-desengaño) y el tercero (rechazo del otro/hostilidad). He aquí una distinción que permite una lectura menos rígida del caso y del recurso de análisis comparativo a “Las mil y una noches”, la cual concierne a las condiciones subjetivas en las cuales el amor se frustra y sobrevienen los momentos posteriores de desilusión y hostilidad: mientras que en el cuento es la infidelidad amorosa aquello que lleva al sultán a tal decepción, en el caso clínico, la retirada del amor y la frustración se producen a partir de la báscula de la relación con el Otro producida cuando éste es configurado como un Otro asfixiante de la demanda, en desmedro del deseo. La traición es aquí la traición al deseo. El rechazo del niño viene entonces a redoblar el rechazo experimentado ante un Otro que se presenta inflexible en su demanda y refractario a las condiciones en que se sostiene el deseo del niño. Dado que el Otro es en efecto, el Otro de la palabra, se logra entonces dar cuenta de la correlación dada entre la actualización transferencial del Otro de la demanda y la detención de la producción gráfica, lúdica y asociativa. Inversamente, cuando la relación con el Otro retoma la vía del deseo y se distancia respecto del eje la demanda, se produce un impasse en la secuencia comentada, cuyo destino se tuerce, relanzándose correlativamente el cumplimiento de la regla fundamental, manifestado a nivel asociativo, gráfico y lúdico.
En efecto, si antes el rechazo del niño redoblaba el rechazo de las condiciones subjetivas del deseo, efectuado a manos del Otro (devenido Otro de la demanda), en este otro caso, al hacerse lugar en el dispositivo a dichas condiciones, respetando su silencio, su angustia, su dificultad y sus tiempos (sin por ello interpretarlos acusatoriamente como índices de falta de disposición por parte del niño, por ejemplo, lo que presumiblemente habría reforzado las dificultades mencionadas), la receptividad del Otro es redoblada con la receptividad del niño, quien comienza a desplegar el dibujo, el juego y la palabra en el dispositivo.
En este contexto, podemos comprender el no querer venir más a partir del marco en que se producía la llegada del niño, el cual, al no contemplar las condiciones necesarias para desear, fuerza a que el venir a las sesiones, en ausencia de un deseo en que sostenerse, pasara a sostenerse sólo en la demanda del Otro, lo cual lleva a que se reactualizara en análisis el modo transferencial negativo concerniente al segundo y tercer momento de la estructura comentada. Ello motivó que, más allá de la intervención que se realizara “puertas adentro” del consultorio, se interviniera respecto de aquellas condiciones colindantes que podrían estar produciendo el amedrentamiento del deseo por la demanda, buscando en el trabajo con el niño identificar las condiciones bajo las cuales se producía tal impasse para luego operar sobre ellas a partir del ofrecimiento de cambio de día y horario, el cual presumiblemente dio sus resultados operando como condición de posibilidad del pasaje transferencial que produjo (al no quedar como analista ubicado en serie con el Otro de la demanda, y en cambio viabilizar la relación con el Otro a partir del deseo). Es de destacar, en tal sentido, cómo se modifica el talante con el que el niño viene a la sesión luego del cambio de día y horario, enfatizando explícitamente al llegar que tuvo tiempo para volver del colegio, descansar y jugar un rato, bañarse, hacer la tarea y luego venir a la sesión.
Ahora bien, tal intervención a partir de la función transferencial de la demanda y el deseo, cabe destacar, estaba sustentada en una serie de manifestaciones correlativas en las que se podía verificar cómo en el niño operaba esta polaridad recurriendo a mantener en reserva el lugar del deseo, a defender el deseo poniéndolo a resguardo de la demanda que lo obstaculizaría y/o habría obstaculizado. La resistencia, en este marco, se revela como resistencia del deseo frente a lo que devendría su aplastamiento por la demanda.
Entre dichas manifestaciones podemos enumerar:
- El insinuar la posibilidad de no venir la próxima semana, señalando al final de la sesión en tono cómplice y provocativo: -“La semana que viene no sé si vengo…”, o -“La semana que viene creo que vengo…”, o también, modulación de lo anterior: “La semana que viene voy a venir para que terminemos tal o cual dibujo o juego” (en esta última, al igual que en el clásico oriental, si bien destaca el deseo en primer plano, ello lo hace sobre un segundo plano de amenaza o posibilidad de no continuar luego de finalizado el dibujo o juego en cuestión, fondo de amenaza que cumple la función de indicar la labilidad del deseo frente a la demanda que lo obstaculizaría, para entonces reservarle en el futuro un lugar a salvo de ésta). Al mismo tiempo, es de notar que estas insinuaciones no sólo cumplen la función antedicha, sino que además revisten el carácter común de interpelar al Otro por medio del suspenso y la suscitacion de una expectativa, modo acaso de concernirlo en el nivel del deseo, pues al habilitarse la posibilidad de no venir, se genera la pregunta por si el Otro desea que venga y qué produciría en el Otro su ausencia, fantaseando con la posibilidad de la misma.
- El rendimiento escolar, el cual en las épocas en que es más bajo, el niño refiere, en la situación de examen, no poder dejar de pensar en que tiene que rendir bien, lo cual lo lleva a bloquearse, mientras que en los exámenes más fáciles, en los que se siente menos exigido (y, podríamos hipotetizar, no se sintomatiza la situación de examen por no mantener, como en el caso de los exámenes más exigentes, un vínculo estrecho con la demanda), no padece de dichos pensamientos ni se bloquea. (Paralelamente, es de destacar cómo su rendimiento escolar mejora sustancialmente durante el tercer momento del análisis, en donde encontramos la distinción demanda-deseo como un rector transferencial fundamental, el cual, se podría pensar, se transfiere al campo escolar, o bien del saber y la cultura). [1]
Como se puede apreciar, damos en todas estas manifestaciones con un mismo hilo en común: aquello que en un primer momento es planteado como exigencia o demanda del Otro acaba por deslibidinizarse, pero inversamente, si la demanda hace mella al deseo, es precisamente la deposición de la demanda aquello que abre paso al deseo. Es decir, si el deber no permite la pregunta por el desear, es a partir de la puesta al margen de la dimensión del deber que se puede plantear la segunda pregunta. Ello nos da pie, de este modo, a una serie de reflexiones sobre la dirección de la cura analítica.
Como se observara en el parágrafo anterior, resulta llamativo cómo, más allá del carácter específico del terreno del que se tratara (exámenes escolares, venir a análisis), encontramos una primacía del entramado de relaciones subyacente por sobre el contenido de cada ámbito. Así, algo que en un momento, cuando queda planteado como una inquebrantable demanda del Otro que no contempla las necesidades, deseos y ritmos del niño, es desinvestido y rechazado, en un segundo momento, al promover en análisis la sustracción del sujeto respecto tal demanda por medio de un lazo con otro Otro (ahora no de la demanda, sino del deseo), puede ser deseado. [2] Ejemplo de ello es que una estructura común que logramos reconstruir en aquellas intervenciones que culminan en algún viraje transferencial en el cual el niño pasa del desánimo a las ganas de producir material e insinuar seguir viniendo (apuntando a la expectativa y ya no a la exigencia del lado del Otro), son aquellas intervenciones en donde se contempla algún ritmo del niño, es decir, donde lo que viene del Otro ya no tiene carácter absoluto e inapelable, sino que aparece dialectizado, modulado por el deseo del niño.
Si entonces arriba señalábamos la modificación del lazo al Otro suscitada en el marco transferencial, ello debe a que aquellos momentos en que el niño se religa al análisis son precisamente aquellos momentos en donde el Otro se muestra más permeable y abierto a una interlocución, lo que permite relanzar la dialéctica del deseo antes enviscada en la estasis en la demanda. Si el niño se mostraba rechazante ahí cuando se sentía expulsado de la escena del Otro por no haber en el Otro cabida para el deseo, el niño se religa al Otro precisamente cuando éste se muestra receptivo, y ello permite fundar a su vez un Otro como destinatario del material asociativo, gráfico y lúdico, habilitando, de este modo, que el niño se reinserte en el marco transferencial y prosiga la dialéctica del análisis.
Permiten así los operadores de deseo y demanda retomar la dinámica freudiana de mezcla y desmezcla pulsional del dualismo pulsional de pulsión de vida(Eros)-pulsión de muerte, pero ahora en clave transferencial a partir de la modalidad de lazo al Otro y por fuera del mero marco de una energética teleológica. Así, lo que en Freud es articulado como desmezcla pulsional de componentes eróticos y padecimiento del yo bajo la servidumbre del superyó sádico devenido cultivo de pulsión de muerte (lo cual conlleva como efecto la desvitalización del yo), bajo estos operadores puede ser concebido en clave transferencial a través de la configuración del Otro como Otro de la demanda, elemento ante el cual sobreviene la mentada desinvestidura erótica del Otro y la subsiguiente dinámica de desmezcla pulsional y padecimiento bajo el superyó y los efectos de la pulsión de muerte desmezclada.
A propósito de la prevalencia del registro de la demanda del Otro y su articulación con el superyó y sus manifestaciones asociativas en el cumplimiento de la regla fundamental, señala Donghi:
Se verifica en estos sujetos un aplastamiento por la demanda del Otro y una sujeción a la misma –es la manera que han encontrado de vérselas con el deseo materno– tomando todo decir un carácter absoluto, caprichoso e idéntico a sí mismo, en fin, superyoico. (Donghi, 2007, p.39)
En esta línea podemos comprender, al mismo tiempo, la correlación dada entre dos elementos: por un lado, el modo cerrado que cobran el decir, el juego y el dibujo (como se pudo observar en las viñetas, difícil de abrir y problematizar, que se cierra sobre sí mismo y no permite fácilmente su dialectización a partir de su apertura al Otro, tornándose hermético y refractario); y por otro lado, la prevalencia del registro de la demanda del Otro, es decir, el modo superyoico que cobran tanto el decir y el lazo al Otro, lo cual no es una coincidencia, por cuanto hablar es hablar a otros y la palabra presupone la dimensión del Otro, siendo entonces la modalidad de la palabra y el modo del lazo al Otro indisociables.
A partir de tal preeminencia del carácter superyoico del decir y del lazo al Otro, podemos por otra parte, entrever cómo dos manifestaciones del caso encuentran una comunidad problemática a partir de estas coordenadas clínico-conceptuales: la desesperanza/resignación y el devorar (incluimos aquí tanto la comida y la obesidad como así el devorar videos y dibujos animados).
Por un lado, podemos dar cuenta de la desesperanza, tristeza y resignación con que el niño respondía ante estas situaciones en donde experimenta ser devorado por el Otro de la demanda [3] encarnando al superyó sádico, pues la pérdida de apoyo del yo en el superyó, como señalara Freud en El problema económico del masoquismo (1924), lleva a su desvitalización y a que el yo se melancolice, pierda su nexo con la vida (el superyó es pues, según lo concibe en tal trabajo Freud un cultivo de pulsión de muerte) y, en última instancia, se deje morir.
Por otro lado, en lo que concierne al devorar, podemos abordarlo a partir del carácter aplastante que asume la demanda del Otro en tres fases: 1) Ser devorado por el Otro/ Demanda devoradora del Otro, pero también su inversa: 2) Devorar al Otro, sea deseándolo, demandándolo o necesitándolo, o incluso 3) Ser devorado por el devorar mismo, encarnación de la acefalía subjetiva de la pulsión (en este caso oral). Aquí pues, la pulsión es llamada a cumplir la función de detener el fading subjetivo, deteniendo también el deslizamiento de la cadena significante, por servir de defensa frente a la angustia que produciría el encuentro con aquello de lo que prefiere no saber. Vemos entonces a la pulsión operar de una manera defensiva y desubjetivante (ello tanto en el caso de la comida como en el de los dibujos, videos, etc., en los cuales se destaca, por su carácter repetitivo, el modo en que destierran la creación del niño, quien sustituye el fluir de su fantaseo por un fantaseo estático ajeno o bien, toma dichas fantasías por el contacto que guardan respecto de las suyas, pero como defensa estanca frente a que las suyas se entrometan y hallen un despliegue que lo angustie). [4]
Consecuencia de lo anterior a nivel de la dirección de la cura es que, al reinsertar el fenómeno dentro de la dinámica de demanda y deseo y del lazo al Otro en la que se sostiene, podamos comprenderlo bajo una nueva luz a partir de la función que ejerce en el marco de tal dinámica, facilitando así la estrategia del análisis. Respecto del circuito oral de la pulsión, como arriba observáramos, el mismo ejerce una función defensiva respecto del vacío y la angustia que surge ante el aplastamiento del deseo por la demanda del Otro. Así, cuando el comer es llamado a ejercer la función de mantener a distancia aquello que angustia, se torna compulsivo, y tanto más compulsivo cuanto mayor es la angustia a la que así se le da curso defensivo, lo cual transfigura el comer bajo la forma compulsiva del devorar, cual si entrara en una espiral indefinida intentando llenar un vacío que no cesa de sustraérsele y de no ser llenado [5].
Si el niño llama, si se aferra al pecho y este se convierte en lo más significativo de todo, es porque la madre le falta. Mientras tiene el pecho en la boca y se satisface con él, por una parte el niño no puede ser separado de la madre, y por otra parte esto le deja alimentado, descansado y satisfecho. La satisfacción de la necesidad es aquí la compensación de la frustración de amor […]. Si la regresión oral al objeto primitivo de devoración acude a compensar la frustración de amor, tal reacción de incorporación proporciona su modelo, su molde, su Vorbild, a esa especie de incorporación, la incorporación de determinadas palabras entre otras, que está en el origen de la formación precoz llamada el superyó. Eso que el sujeto incorpora bajo el nombre de superyó es algo análogo al objeto de necesidad, no porque sea el don, sino como su sustituto cuando este falta, lo cual no es en absoluto lo mismo. (Lacan, 1956-1957, p. 177-8)
Estos planteos nos permiten considerar otro punto: la cuestión del goce.
En efecto, mientras que en la cita anterior del Seminario 4 el superyó y el circuito oral de la pulsión quedan en articulación con la necesidad, Lacan en el Seminario 7 caracteriza el modo de presentación del goce, a diferencia del de la necesidad, como el de la satisfacción de una pulsión (1960-1961, p.253). He aquí un desnivel entre ambas referencias a la necesidad. En efecto, mientras que en el primero (cita del Seminario 4) se mienta la necesidad en el sentido lógico de algo que tiene que ser y no podría no ser ni podría ser de otro modo (voz alemana Not/Notwendigkeit), en el segundo (cita del Seminario 7) se enfatiza la necesidad en el sentido de las exigencias vitales-instintuales del organismo viviente (voz alemana Bedürfnis). En suma, mientras que la primera ilustra el efecto de captación y de viscosidad que detenta el goce y la dificultad de sustraerse de él (su carácter necesario en ausencia del don), en el segundo, en convergencia con lo anterior, se destaca que no consiste en una simple necesidad entre otras necesidades de la realidad del organismo que sería saciada para luego producirse un redireccionamiento hacia otra, sino que en cambio, al igual que la pulsión, el goce no tiene una raíz adaptativa ni tampoco su satisfacción se consuma acabadamente, tendiendo la vía del goce hacia un punto de satisfacción imposible. Así, el goce se presenta bifásicamente con caracteres de captación e insustractibilidad pero al mismo tiempo de inaccesibilidad y de imposibilidad de atraparlo acabadamente. Paradójicamente, no se puede no ser atrapado por él (aunque más no sea tendiendo a él en el límite), pero tampoco se lo puede atrapar, y ello se debe a que tiende hacia aquello que satisfaría si existiera; lo que tienta de sus vías reside en que prometería llenar el vacío imposible de llenar de la pulsión, poner a un freno a su empuje incesante, rebajándola en lo que sería una mera necesidad, solo que, al tener él un carácter mítico (Lacan, 1962-1963, p. 189), solo horada dicho surco (trou) aún más, “retroumatizando”.
Así, en las viñetas expuestas vemos que es en ausencia del objeto del don que el sujeto queda a merced de la vía del goce, que se manifiesta con sus correlativos sesgos de imposibilidad y necesidad insaciable. Es ello lo que advertimos en la transmutación del comer (donde está en primer plano lo que el Otro da y la falta que da en el dar lo que no se tiene) en devorar (donde opera la ausencia del vacío imposible de llenar propio del mero no dar). En otros términos, el alimento se transforma en objeto del comer sólo en tanto metaforiza el don del deseo del Otro, mientras que deviene objeto de devoración cuando, en ausencia de un deseo que metaforizar, es degradado en su estatuto respecto del deseo y llamado (incesantemente qua necesidad, en el primer sentido referido) a saciar de un vacío insaciable. Allí donde el deseo es aplastado por la demanda, la vía del goce acude regresivamente a compensar una estasis en la vía dialéctica de las relaciones con el Otro, rebajando hacia la necesidad el estatuto del objeto. Así, la transferencia se inserta en el vector opositivo respecto de la vía regresiva del goce, pues la transferencia retoma lo que podríamos denominar como Otra vía [6], la de la dialéctica del deseo y la palabra (dialéctica dada en relación al Otro) devenida trunca en la vía del goce, alter-ando las relaciones con el Otro y el estatuto del objeto bajo el modo del deseo, des-substancializándolo crecientemente, haciéndolo polarmente tender hacia la falta de objeto y no hacia una positividad.
En esta línea, Lodeiro (2007, p.183) afirma sobre un caso de obesidad: “Tal estado de desnutrición afectiva provocó el circuito de la incorporación de alimentos como modo de compensación que sólo redoblaba el vacío.” He ahí un puntal que permite comprender que al menos en una serie de casos, como aplica en el niño, sea fundamentalmente en momentos de ocio, donde amenazan la nada y el vacío, que se produzca la devoración, el atracón y la compulsión propia de los trastornos alimentarios.
Las consideraciones previas nos permiten entonces establecer una correlación adicional. No sólo, como lo desarrolláramos en el parágrafo anterior, entre deseo, demanda y la producción asociativa en la transferencia, sino adicionalmente, entre el modo de presentación del objeto en articulación con la dialéctica del deseo y el modo de lazo al campo del Otro [7].
A nivel de la posición del analista, ello implica que para que la pulsión oral deje de ser convocada a ejercer dicha operatoria defensiva contra la angustia, es condición previa que se produzca poco a poco en la transferencia el despliegue en palabra para Otro/en la escena del Otro de aquello angustiante de lo que la compulsión defiende. [8]
A modo de cierre, ubicamos en el caso entonces una primera forma de ello, por ejemplo, en la puesta en juego de los contenidos hostiles de manera no simplemente reproductiva, sino creativa. Por caso, ubicamos aquí el desarrollo en análisis, a lo largo de varias sesiones, de la mentada historieta, en donde él mismo se presenta como un personaje demoníaco y angelical al mismo tiempo (se representa como un demonio que, siendo bueno, traiciona a los demonios y se enamora de la princesa de los ángeles), quien puede matar pero también amar (no es simplemente el superhéroe lastimado, iracundo y vengativo). Así, también juega con la fantasía de matar al analista si se olvidara su cuaderno, en el cual desarrolla los distintos capítulos de la historieta. Al adoptar el juego y el dibujo un carácter creativo y representativo, adquieren otra forma de presentación en lo que refiere a la dialéctica de la relación con la palabra y con el Otro. Así, el dibujo (y juego)-copia no permitía la introducción de elementos ajenos al original, es decir, presentaba el carácter repetitivo, hermético e igual a sí mismo propio del superyó y del decir superyoico, esto es, el deber ser de cierto modo y no poder ser de otro modo. Su contraparte, el dibujo creativo, se abre dialécticamente a la introducción de nuevos elementos, ya sea por la creación del niño (cuyas fantasías, cabe destacar, ahora sí hallan su despliegue figurándose y desplegándose más acabadamente e incluso pasan de una estructura diádica/pre-edípica a una triangular/edípica) y como creación conjunta como efecto de interpretaciones e intervenciones varias, jugando con nuevas posibilidades aportadas por la fantasía del niño. Paralelamente, también destacamos la estructura temporal de estos dibujos, pues estos no consisten ya en escenas repetitivas sin ulterior desarrollo (que comparten con la fijación al trauma su carácter estático y estanco de un semi-presente que se resiste a devenir pasado), pues en cambio poseen un despliegue temporal, cobrando así una forma temporal más próxima a la del acto, el cual surca el tiempo subjetivo trazando una discontinuidad entre un antes y un después.
Recordamos a propósito de ello que el término alemán Zwang, el cual da nombre a la Zwangsneurose, traducida al castellano como “neurosis obsesiva”, significa al mismo tiempo, además de obsesión, compulsión, lo que por otra parte ha motivado el DSM haya intitulado al trastorno como obsesivo-compulsivo. Así es como Freud encuentra la función de la compulsión en que la compulsividad de la acción pone a la paciente (cuyo caso expone en dicha conferencia) a resguardo respecto de las representaciones dolorosas que concernían al deseo frustrado por su fallido matrimonio. Paralelamente, podemos apreciar en Shahriar, en efecto, que las acciones se vuelven compulsivas ahí donde cumplen una función de obturador o sustituto respecto de aquello que, de no ser por la compulsión, se desplegaría causando angustia. Más allá de que en este caso no podamos, al igual que en el allí referido por Freud, ubicar un deseo reprimido localizable históricamente en la vida del paciente con nitidez, sí podemos no obstante rastrear la frustración de amor, una serie de episodios recurrentes de eficacia traumática en el vivenciar y las fantasías hostiles, todos los cuales, como pudimos ir viendo en el recorrido por las viñetas, se fueron poniendo de manifiesto sea en acto en la transferencia o en forma figurada en el dibujo y/o el juego. Correlativamente, podemos agregar, también se da lugar a una forma temporal distinta de la estanca, característica la fijación y su pasado devenido eterno-presente (la otra característica esencial del síntoma), para aproximarse a una vivencia distinta de la temporalidad, que implica un fluir materializado en la diacronía ahora presente en el material asociativo y la presencia de un antes, un ahora y un después.