Resumen: Se describe la construcción de la región Ciénega de Chapala, Michoacán, en donde bajo la hegemonía centralista, sostenida por una amplia red de intermediarismos locales heredados del Cardenismo, se fraguó una vecindad contenciosa entre Jiquilpan y Sahuayo. Se revisa conceptualmente la región, así como la manera en que influyen los procesos económicos y políticos en la articulación del espacio y la identidad que nutre la distinción y da lugar a una vecindad antagónica entre estos municipios. A través de un ejercicio crítico y con algunas evidencias de campo se explican: los procesos históricos de esta antagónica vecindad regional; el nuevo reordenamiento económico y político, derivado de las dinámicas globales y la inseguridad; así como los esfuerzos de solución de ambos municipios para redefinir su relación y enfrentar articuladamente esta nueva y difusa realidad.
Palabras clave:regiónregión,centralismocentralismo,políticapolítica,municipiomunicipio.
Abstract: This paper describes the construction of the Cienega de Chapala region, in Michoacan, under the influence of a centralist hegemony resulting from a widely local net of Cardenist intermediaries that have fostered the contentious vicinity between both municipalities, Jiquilpan and Sahuayo. The region is reviewed conceptually, as well as the way in which economic and political processes influence the articulation of space and identity that nurtures the distinction and give rise to an antagonistic neighborhood between these municipalities. Through a critical exercise and with some field evidence the historical processes of this antagonistic regional neighborhood; the new economic and political reorganization derived from global dynamics and insecurity, as well as the efforts of solution of both municipalities to redefine their relationship and articulately face this new and diffuse reality are explained.
Keywords: region, centralism, politics, municipality.
Artículos
Cambios y continuidades de una vecindad contenciosa en la región Ciénega de Chapala, Michoacán
Changes and continuities of a contentious neighborhood in the Cienega region of Chapala, Michoacán
Recepción: Abril 17, 2017
Aprobación: Noviembre 09, 2017
La Ciénega de Chapala de Michoacán1(ver mapa 1) ha forjado una cultura regional basada en la actividad agropecuaria y el comercio, la cual se manifiesta en los valores de los grupos sociales al momento de relacionarse en un territorio que les da significado y sentido a sus prácticas sociales. De acuerdo con esta dinámica productiva, los espacios que habitan se crean, recrean y transforman al mismo tiempo que la naturaleza genera ambientes y disponibilidad de recursos diferenciados que imponen sus propias divisiones geográficas.
Los cambios en las condiciones económico-ambientales que ocasionaron la desecación a principios del siglo pasado, la incursión neoliberal en los ochenta y la violencia derivada de la acción de los grupos del crimen organizado en la última década son elementos de la cultura regional que nos permiten visibilizar empíricamente el proceso de construcción contenciosa de La Ciénega de Chapala, Michoacán. Para Claudio Lomnitz-Adler (1995: 39), la cultura regional es “aquella cultura internamente diferenciada y segmentada que se produce a través de las interacciones humanas en una economía política regional”. La región, entonces, es una construcción socio histórica que se configura en un espacio funcional y de convivencia donde convergen procesos agros productivos, políticos, globalizantes que moldean el territorio. En ella se integran esquemas de dominación y relaciones de poder asimétricas entre los grupos, clases e instituciones que convergen en ese espacio geográfico.
Aunque la región está integrada por trece municipios, analizamos sólo los de Jiquilpan y Sahuayo porque representan el núcleo político, comercial e ideológico. Este último es un municipio adherido culturalmente a las actividades comerciales y al arraigo devoto que fue llevado al límite en la guerra cristera y que hoy sigue definiendo su identidad conservadora. En Jiquilpan, el Cardenismo y el poscardenismo (cuyo referente es Cuauhtémoc Cárdenas) han resultado pieza clave en la construcción de una identidad agraria y revolucionaria.2
La tradición caciquil, como una expresión dominante de la cultura política local, fungió como el engranaje que articuló a la región referida con el resto del Estado y del país. Esta forma “clásica” de intermediación política (Guerra, 2002; Vargas 1993; Buve, 2003) propició la canalización de recursos del Estado para intervenir en la región mediante proyectos de “modernización” y para atender las demandas de los representados (Vargas, 1992). En el medio rural, este tipo de dominación dio lugar a la conformación de grupos de presión política que se insertaron como agentes del agrarismo oficial en la estructura del ejido que conformó una amplia red de intermediarios, los cuales sirvieron de conexión entre las comunidades y el sistema político regional. En la ciudad o cabeceras municipales proceso de intermediación se dio a través de los empresarios- comerciantes, quienes controlaban los recursos y créditos para la producción.
Esta estructura hegemónica, construida oficialmente desde los años treinta hasta los sesenta, dio paso a una intermediación cooptada que representó el núcleo del sistema político y del modelo económico posrevolucionario, los cuales se instituyeron en los gérmenes autoritarios en la sociedad rural. Las dirigencias campesinas que fungían como intermediarios frente al mercado al integrarse a la burguesía agro comercial dieron paso a la proliferación de caciques de distinto tipo. Esta representación “autoasignada” correspondió a una cultura política que proliferó en la mayor parte de las regiones del país e incentivó una “cultura de la resignación” y una ciudanía inactiva (Zepeda en Tapia, 1992).
En La Ciénega, bajo el dominio cardenista, el caciquismo se estableció de una red conformada por la Confederación Revolucionaria Michoacana del Trabajo (CRMDT), la cual germinó y expandió la intermediación en las sociedades rurales y urbanas como nuevas estructuras de dominación donde el agrarismo y el Cardenismo se mimetizaron (Guerra, 2002). Los trabajos de Pablo Elías Vargas González (1992 y1993) dan cuenta de los procesos de construcción hegemónica que vivió este territorio bajo el emblemático liderazgo de Dámaso Cárdenas del Río, hermano del Gobernador y Presidente de la República, Lázaro Cárdenas del Río, quien hizo de esta región, y particularmente de Jiquilpan y Sahuayo, su espacio de operación. A través de una amplia red de operadores: Baltazar Gudiño, Ignacio Gálvez y Enrique Bravo Valencia en Jiquilpan y Sahuayo, respectivamente; Bernabé Macías en Venustiano Carranza; los Bravo en Briseñas; o los Méndez en Pajacuarán, el Estado tuteló la modernización económica en las comunidades agrarias gracias a la doble función de empresarios y políticos que cumplían (Archivo privado de la familia Gudiño, UAER-UNAM; Zepeda en Tapia, 1992). Estos liderazgos hegemónicos fungieron como operadores oficiales esenciales en la construcción del Estado nacional y como reproductores de los mecanismos de control agrario y político electoral.
Sin embargo, la erosión del corporativismo oficial deterioró la credibilidad social de los liderazgos tradicionales, provocó y motivó la “refuncionalización” o mutación hacia otro tipo de dominación con un impacto importante en el sistema político regional y nacional. En la era del pluralismo político, iniciado a finales de los ochenta y noventa, los grupos y liderazgos encontraron en los partidos emergentes los espacios idóneos para luchar por la hegemonía en el medio rural y en el urbano al diversificar el clientelismo. La apertura política y económica generada por la globalización económica propició la emergencia de empresarios agros productores exportadores, generó cambios en la figura del cacique e incentivó la germinación de nuevas formas de intermediación en el escenario político. Esta emergencia de nuevos actores rurales organizados frente al Estado coincidió con el debilitamiento del corporativismo oficial y el fortalecimiento de la oposición electoral frente a un proletariado atomizado.
Aunque en la construcción regional los municipios de Jiquilpan y Sahuayo comparten valores regionales, la particularidad histórica y la disputa por la hegemonía regional de cada uno derivó en una relación contenciosa por la disputa económica, política e ideológica, así como por el acceso a los recursos naturales y a la dirección de los proyectos de modernización ligados a la actividad agropecuaria y el comercio.3 Esta dicotomía histórica entre Jiquilpan y Sahuayo ha llegado a conformar una identidad cultural diferenciada que se eslabona cotidianamente en una relación litigante entre habitantes y autoridades.
La cultura regional se configura en “espacios internamente diferenciados” (Lomnitz-Adler, 1995) que, en ocasiones, dan lugar a relaciones de rivalidad regional. Desde el siglo XIX y a principios del XX, en La Ciénega de Chapala se empezó a configurar una vecindad contenciosa entre los municipios de Jiquilpan y Sahuayo que comparten una cultura mestiza y ranchera (Zepeda, 1989; Barragán, 1997). De acuerdo con Schaffhauser (2013), esta rivalidad se da en el marco de la construcción de “estereotipos culturales” conformados por “alicientes etnocéntricos”. Esta relación forma parte de las contradicciones culturales que se alojan en las mentalidades y las prácticas de los habitantes que conforman la microhistoria del terruño o la matria a la que hacía referencia don Luis González (1986). La rivalidad entre Sahuayo y Jiquilpan, como ha sucedido entre Jacona y Zamora, se construye a partir de las diferencias que la propia vecindad genera en términos simbólicos más que geográficos, y cuyas sujeciones están en las prácticas, los hábitos, las costumbres y las representaciones que dan forma a la identidad y la diferencia entre los vecinos.
La identidad cultural implica el sentido de pertenencia a un grupo o clase “con el que se comparte rasgos culturales, como costumbres, valores y creencias”, que se reafirman o se alimentan frente al adversario, el vecino, debido a que “la identidad surge por diferenciación y como reafirmación con el otro” (Molano, 2007: 73). En este sentido, los habitantes de una región o un territorio se reconocen históricamente en su espacio físico y social, el cual les permite identificarse culturalmente pero también distinguirse del disímil, y las “diferenciaciones culturales localizadas preparan a veces competiciones que justifican las fugaces rivalidades entre pueblos, aldeas y barrios: éstas pueden servir para encauzar las pasiones individuales y colectivas que no encuentran aplicación” (Molano, 2007: 75).
La implementación del proyecto hidrológico por el gobierno central que desecó más de 50 mil hectáreas del lago de Chapala propició que en La Ciénega se constituyera una vasto cinturón agropecuario que dio lugar al asentamiento de familias locales que amasaron riqueza económica y poder político (Brugger, 2013). Esta región también fue espacio de disputa entre el Estado y la iglesia en la guerra cristera, así como de los altercados derivados del reparto agrario que fue acuñado como uno de los logros más significativos de la revolución y del Cardenismo.
La vigencia de la disputa por la hegemonía entre Jiquilpan y Sahuayo se remite a los procesos de construcción regional que tuvieron lugar en el siglo XIX. Por un lado, los vaivenes en los niveles del lago de Chapala permitieron que ranchos y haciendas de La Ciénega se dedicaran a actividades agropecuarias con una agricultura limitada y una ganadería extensiva (Bohen de Lameiras, 1984); al mismo tiempo se contribuyó a la apertura de vías marítimas de comercio que benefició, en mayor medida, la actividad comercial de Sahuayo. Por su parte, Jiquilpan, municipio con vocación agrícola, tuvo que lidiar con la alta producción de la hacienda de Guaracha, convertida en la más importante de la región (Moreno, 1994; Gledhill, 1993; Zepeda en Tapia, 1992).
Jiquilpan y Sahuayo se constituyeron en el enclave político y comercial de la región por su cercanía con el lago de Chapala, y desplazaron a Cotija, otra ciudad media importante para finales del Porfiriato. En este periodo, la hacienda de Guracha se convirtió en un centro productor importante en la organización social y territorial, con poderosas relaciones políticas que dejaron al descubierto “un poco de infamia en el trato de las tierras y vidas de los pobladores de entonces” (Moreno en Zepeda, 1989: 68).
La actividad de la hacienda de Guaracha favoreció más a Sahuayo que a Jiquilpan, ya que los ganaderos jiquilpenses se vieron limitados por la alta producción de la hacienda, en tanto que los rancheros y hacendados sahuyenses pudieron expandirse hacia los antiguos territorios de la hacienda de Cojumatlán; esto lo convirtió en el centro comercial, en la “clase comercial” y en “concesionario mercantil” de La Ciénega. El protagonismo de Sahuayo fue consecuencia de la comunicación marítima del lago, la cual beneficiaba la salida a las rutas comerciales, en especial a la capital jalisciense. Otro factor influyente fue la desecación de la zona norte de La Ciénega que cambió sustancialmente la organización del territorio y propició que la infraestructura y la economía de Sahuayo se fortalecieran e iniciara el despegue comercial del resto de los municipios de la región.
Sin embargo, por su influencia política estatal y nacional, Jiquilpan se instituyó en el centro político de la región con una extensión geográfica de casi el doble que Sahuayo, pero con menor poder económico.4 Esto generó un primer disenso debido a que Sahuayo, Tingüindín, Cotija y Guarachita quedaron dentro del distrito de Jiquilpan, cuya población era inferior a esto municipios. “Algunos atribuyen el hecho al encumbramiento del primero de una larga serie de políticos jiquilpenses: Anastasio Bustamante. Lenguas menos maliciosas, en cambio, lo explican por la mejor ubicación de Jiquilpan con respecto al territorio del distrito, dentro del cual Sahuayo se encontraba más bien marginado” (Zepeda, 1989: 65).
En el Porfiriato se acentuó la rivalidad de los habitantes entre estos municipios. Desde hechos de amor y sangre, litigios de tierras, intervención de las autoridades de Jiquilpan en Sahuayo, disputas entre las élites por el poder político distrital hasta la renuencia de los sahuayenses de subordinarse política, administrativa e, incluso, religiosamente (hasta 1940 Sahuayo dependió de la diócesis de Jiquilpan) de un municipio más pequeño que se asumía como ciudad. Para los jiquilpenses resultaba humillante rezagarse en el crecimiento económico y demográfico de la región que lideraba Sahuayo.
Al concluir el desmantelamiento de las haciendas, la vocación agrícola de la región se mantuvo bajo la intermediación caciquil que se afianzó como el basamento donde descansaba el orden político y económico regional. En esta estructura hegemónica, el linaje de Dámaso Cárdenas del Río le permitió influir en la vida pública, así como ejercer el control económico y político en ambos municipios hasta mediados de los setenta (Vargas, 1993). De ahí que Jiquilpan se considera como tierra productora de políticos y profesionistas ligados a los valores cívicos nacionales y difusores del Cardenismo, y a Sahuayo como productora de empresarios comerciantes y practicantes católicos.
Las diferencias en el plano político ideológico van definiendo la forma de sus identidades. Por un lado, el cambio de “apellido” en 1967 de Sahuayo de Díaz a Sahuayo de Morelos refrendaba una definición controversial; primero por la figura autoritaria de Díaz y después por la figura creyente de Morelos. En contraparte, Jiquilpan se adhirió al ala liberal que representaba la figura de Juárez debido a la influencia de sus hombres en el gobierno local y de la capital michoacana, lo cual le permitió convertirse en ciudad en 1891 (Ochoa, 2010). En términos simbólicos, este cambio de nomenclatura solidifica las afinidades culturales y las definiciones políticas que cada municipio asumió en momentos históricos clave de la construcción regional y que a la postre se convirtieron en referentes identitarios.
Por ejemplo, en la Revolución, Jiquilpan aprovechó los momentos de turbulencia política y llegó a convertirse en “la plaza más importante de la zona, por no decir la única, para defender el fervor maderista de los años 1910-1911. Se organizó el Club Antirreleccionista Democrático Jiquilpense; salió a la luz el periódico El Popular, cada cinco días para fustigar a los residuos porfiristas y a los reaccionarios sahuayenses” (Zepeda, 1989: 75).
Esta coyuntura política le permitió ubicarse como una demarcación proclive al movimiento armado. Por su parte, Sahuayo se opuso al reparto agrario y en la coyuntura del movimiento armado entre la Iglesia y el Estado entre 1926 y 1929, conocida como “La Cristiada”, se constituyó en aliado y bastión de las fuerzas eclesiales, aportando combatientes para enfrentar las fuerzas federales. Su participación del lado de la resistencia cristera propició la desconfianza del gobierno federal y la clase política nacional, y se ganó el estigma de “pueblo mocho y recalcitrante”. En ese mismo conflicto Jiquilpan se convirtió en la trinchera de las partidas militares anticristeras; no obstante que esta posición le ocasionó reclamos de los pueblos vecinos, le retribuyó también la gratitud de los poderes centrales, lo cual aprovechó para consolidarse como un pueblo propenso a las instituciones del Estado.
Aunque las dos demarcaciones tienen una identidad religiosa marcada, su sincretismo religioso los distingue. Por un lado, Sahuayo celebra a Santiago apóstol el 25 de julio; en las banquetas de las calles, los pobladores presencian la carnavalesca procesión de los Tlahualiles que cargan pesadas máscaras y coloridos atuendos para rememorar el pasado azteca. Jiquilpan, por su lado, el 18 de marzo celebra con gran júbilo la expropiación petrolera de 1938, hecha por Lázaro Cárdenas del Río cuando era Presidente de México. Las diferencias son sustantivas; para los sahuyenses, su celebración está ligada al sincretismo religioso y alude a su pasado cristero que “desborda el marco estricto del catolicismo institucional”; mientras que para los jiquilpenses la fiesta civil confirma la identidad cardenista como patrimonio nacional y convierte esta celebración en una “religión comunal” (Schaffauser, 2013: 165).
Las diferencias político-ideológicas de estos municipios se han concatenado con el paso del tiempo y persisten en la crítica mordaz de sus habitantes que se aviva con la descalificación de lo que su vecino idolatra. Para los sahuayenses, “Jiquilpan es un pueblo mágico hecho aguevo”; para los jiquilpenses, “Joselito es un santo hecho a la medida y a base de dinero”.
Sahuayo combina su vocación comercial con su arraigo judío-religioso- migrante del sur de España, católico y cristero; Jiquilpan forja su identidad con base en las herencias institucionales como el Cardenismo que dejó a su paso la construcción del Estado mexicano posrevolucionario. El sahuayense nace y crece en el comercio; el jiquilpense es próximo a educarse o cultivarse. De acuerdo con Schaffhauser, estos “contrastes corresponden a una sobrerrepresentación que construye una brecha imaginaria entre los dos municipios ocultando la relación de cercanía y complementariedad que no ha dejado de existir entre ambos” (2013: 157); es decir, la construcción regional contiene identidades y rivalidades locales diferenciadas que brotan en el corazón del terruño y se manifiestan a través de la competencia que ambos municipios despliegan.
La contención entre ambos municipios también representa cierta artificialidad que se visibiliza a través de la identificación y la valoración del vecino, del que comparte y compite en la región y se hace evidente al revisar los argumentos de uno y otro; es decir, la construcción del conflicto se da a partir de una suma de detalles, los cuales puedan ser irrelevantes pero que unen y separan la vida de los habitantes. Así, el cuestionamiento de las nimiedades del otro es parte de la construcción difamatoria que articula un lenguaje contencioso aparejado a connotaciones descalificativas que nutren esta porfiada relación.
Los diferendos en esta relación contenciosa abundan debido a las divergencias presentes en la construcción del imaginario político, las cuales van edificando las diferencias culturales y las tradiciones de ambos municipios. Uno de ellos fue el conflicto generado por la radiodifusora que transmitía desde el Centro de la Revolución Mexicana (CERM), patrocinada por comerciantes de Sahuayo, cuando inició una campaña de desprestigio de los productos de Sahuayo que indignó a los comerciantes y amenazaron con retirar el patrocinio a la radio, por lo cual la campaña fue retirada. Otro fue la cancelación del arco que indicaría el ingreso al municipio de Sahuayo en la calzada que los une. La autoridad municipal de Jiquilpan reclamó que estaba en su territorio y, por consiguiente, la obra se canceló. En la misma zona, un empresario sahuayense construyó un centro de convenciones que albergó a populares cantantes, actos políticos y sociales y que el dueño nombró “Centro de Convenciones de Sahuayo”. Este hecho provocó que las autoridades municipales de Jiquilpan exigieran retirar la mención de su vecino. A la fecha, el edificio sigue cumpliendo su función con el nombre de “Centro de Convenciones” (Schaffauser, 2013: 169).
Jiquilpan ha estado más referido a la vida rural campirana porque el ejido tiene una significación histórica y productiva que lo hace un pueblo tranquilo; Sahuayo tiene una fisonomía más urbana con el dinamismo de una ciudad acelerada y ruidosa. Con 34,199 habitantes en la actualidad, Jiquilpan se ha construido en un espacio con una oferta educativa cultural importante, pues alberga el Centro Interdisciplinario de Investigación para el Desarrollo Integral Regional del Instituto Politécnico Nacional (CIDIR-IPN), la Unidad Académica de Estadios Regionales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UAER-UNAM) que alberga el museo Lázaro Cárdenas, el Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Jiquilpan (ITESJ), la Casa Museo Feliciano Béjar, la biblioteca Gabino Ortiz que exhibe los murales de José Clemente Orozco. Aunado a ello, desde 2010 obtuvo la denominación de “Pueblo Mágico”, cuyo principal argumento de gestión fue haber sido cuna del General Lázaro Cárdenas del Río, lo cual le ha dado una distinción regional y nacional y ha intensificado el flujo turístico.
Sahuayo, por su parte, con 76, 587 habitantes, representa la economía más pujante de la región; sus habitantes orgullosamente lo llaman la “Capital de La Ciénega”. Con una robusta y dinámica actividad comercial heredada de los migrantes judíos y franceses que arribaron a la región imponiendo la tradición de descansar los sábados, ahora también se asientan las grandes marcas nacionales, como Aurrera, Soriana, Cinépolis y Elektra que conviven con cientos de negocios diversificados que pueblan el centro urbano. Predominan también las instituciones de educación básica, media y media superior con formación religiosas, así como universidades privadas; además, en 2006, cuando Lázaro Cárdenas Batel era gobernador, se estableció la Universidad de La Ciénega del Estado de Michoacán de Ocampo (UCEM).
Estos municipios mantienen también un añejo conflicto por el polígono de la superficie de colindancia, ya que la Ley Orgánica de División Territorial de Michoacán de 1909 y la escritura de Jiquilpan de 1939 no esclarecen sus límites; las colonias Cuauhtémoc, Independencia, Lomas del Pedregal, Colonias del Paraíso y Fraccionamiento 18 de marzo, así como La Barranca de los Muertos y La Cerca Doble conforman la zona álgida de disputa, ya que reciben los servicios de Jiquilpan, pero el INEGI (2010) las ubica dentro de Sahuayo, lo cual significa merma en la asignación de presupuesto estatal y de programas federales que afecta a los cerca de 8 mil habitantes no registrados (La Voz de Michoacán/10/3/2013; Cambiode Michoacán/15/9/2014).
Asimismo, al ubicarse la UCEM en esta zona limítrofe,5 forma parte de las discrepancias, ya que, además de debatir cuál sería su domicilio oficial, los grupos políticos iniciaron una disputa por el control de la rectoría que a la fecha presentan un empate con un rector por bando.6 Este altercado limítrofe entre ambas demarcaciones que ha generado conflictos en la planeación urbana, la cual afecta asignaciones presupuestales estatales y federales, se presenta en medio del crecimiento vertiginoso de la mancha urbana que empieza a revestir los cinco kilómetros de zona conurbada y cuya expansión acabará por abrazar la frontera común de ambos municipios.
En las últimas tres décadas, La Ciénega de Chapala de Michoacán arribó al proceso de alternancia municipal que, como parte de la construcción del Estado democrático, derivó en la desagregación del régimen de partido de Estado. En esta nueva correlación de fuerzas, Jiquilpan continuó siendo un centro político importante de la región7 bajo la nostalgia cardenista que se asienta como el mayor patrimonio político colectivo, el cual es rechazado por un sector de población adulta sahuyense, primordialmente católico: “Las señoras grandes ven al general como un enemigo de la iglesia, y como Sahuayo es muy apegado a ella, como sus fiestas son más patronales y aquí son más bien cívicas o paganas, entonces lo tachan o lo colocan en ese lugar, pero no fue así porque incluso en la guerra cristera, él concilió con los cristeros para que esto se acabara” (Entrevista a Marco Antonio Segura, 18 de agosto de 2016).
A pesar del fervor religioso que permea a Sahuayo, un amplio sector político se declara afín con esta identidad política8 y la considera una herencia histórica. Incluso, líderes del Partido Acción Nacional (PAN), el cual mantuvo divergencias ideológicas históricas con Lázaro Cárdenas del Río cuando fue Presidente, asumen ser partidarios del Cardenismo.
Yo soy cardenista del general, yo simpatizo con los ideales del general y de Cuauhtémoc. Del general por mi abuelo y de Cuauhtémoc por lo personal, yo lo admiro a él. Me motiva el cambio que propone el Cardenismo por lo que aportaron, por su conducta, por su valentía y los aportes de la Corriente Democrática Nacional. El Cardenismo es una identidad para los jiquilpenses que incluye a los priistas (Entrevista a Juan José Reynaga, ex líder del PAN en Jiquilpan, 17 agosto de 2016).
La vigencia del Cardenismo, que se extiende hacia las generaciones adultas rurales y urbanas9 y cuyo mayor incentivo es la obra de gobierno estatal y federal de Lázaro Cárdenas del Río, presenta importantes desencuentros entre Jiquilpan y Sahuayo. Aunque la clase política sahuyense hace una valoración positiva de la figura de Lázaro Cárdenas del Río, mantiene una posición crítica, hacia el liderazgo de Dámaso Cárdenas del Río por los abusos que cometió en la región, la cual es compartida por un sector jiquilpense cardenista. Este escaso reconocimiento hacia el hermano del general se manifiesta también en la discreción que guarda la denominada “casa verde” donde vivió y que actualmente permanece cerrada en el centro de Jiquilpan.
La identidad de las regiones se conforma de elementos simbólicos históricos que se construyen, asumen y reproducen socialmente en largos periodos. La polaridad que han mantenido los municipios en cuestión –la identidad progresista de Jiquilpan más apegada a la institucionalidad y al ambiente académico cultural permeado por el Cardenismo, y la conservadora de Sahuayo– da forma a valores y a prácticas de una cultura política diferenciada que articulan la manera en que se definen y asumen políticamente, así como la hegemonía construida en torno al “abolengo” de grupos y familias que copan los partidos políticos (Vargas, 1993), y que un informante lo refiere así: “Aquí en Sahuayo lo que cuenta es lo social, lo económico, lo religioso, eso hace la diferencia. En una elección cuentan las familias, aquí no es de partido es la persona, la planilla, el abolengo” (Entrevista a Rafael Ramírez Sánchez (†), ex presidente municipal de Sahuayo, Michoacán, 14 de marzo de 2017).
En esta construcción regional, la disputa electoral abre un campo donde se exhibe esta dicotomía entre Jiquilpan y Sahuayo. Por un lado, fiel a su convicción cardenista, Jiquilpan registró las primeras fracturas de la élite local para dar paso a la constitución del PRD que emergió a finales de los ochenta bajo el liderazgo de Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano. Allí se dieron las primeras reuniones donde amigos y simpatizantes del ex gobernador conformaron una nueva fuerza política contra hegemónica al PRI. A partir de esta ruptura, las elecciones se volvieron más competitivas pero también se hicieron visibles las “trampas” o “fraudes” electorales a través de la compra de votos y la promoción de los candidatos del PRI con recursos públicos. No obstante, el PRD pudo gobernar por primera vez el municipio en 1990, aunque bajo el asedio del gobierno estatal.
La tradición religiosa de Sahuayo se ha afianzado recientemente con la canonización de José Sánchez del Río (1913-1918) en 2016, conocido como Joselito, el niño cristero que a los 14 años de edad lo asesinaron fuerzas federales por defender la causa católica y quien se ha convertido en el principal estandarte religioso de la sociedad sahuayense (Proceso/16/10/2016). Esta cohesión religiosa permeó la lucha electoral y solidificó un bipartidismo entre el PAN y el PRI, quienes se han alternado el gobierno municipal en los últimos treinta años, aunque ambos municipios han enfrentado episodios electorales conflictivos en 2011 y 2015 que los tribunales han tenido que resolver.10 Esta identidad religiosa, mayoritariamente católica, tiene una función sustancial en la construcción del poder municipal, ya que permea la vida política y propicia que la contienda electoral asuma una directriz acorde con esta creencia.
La conformación contemporánea de La Ciénega de Chapala de Michoacán enfrentó cambios derivados de la incursión del modelo neoliberal desde 1992 con la “modernización” del sector agrícola; destacan: estimular empresas rurales mediante la compactación de tierras en los territorios campesinos; propiciar la renta, venta o asociación de los campesinos a través de la modificación del artículo 27 constitucional; suplantar los cultivos tradicionales por cultivos más rentables en los mercados; y modificar la idea de autosuficiencia campesina. En el marco del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), desde 1994 se suplieron los cultivos agrícolas tradicionales por otros de mayor demanda en el mercado global. Con ello, no sólo se modificó la relación entre los campesinos y el Estado, sino que propició otras relaciones que redefinieron las regiones y los territorios en un entorno de transiciones políticas y económicas complejas (Paleta y Aguilar, 2013).
En Jiquilpan y Sahuayo los cambios se observan a través una paulatina reconversión en sus cultivos, lo cual ha derivado en el estancamiento y abandono de las actividades primarias por los bajos precios de las cosechas de granos. Esto propició que los cultivos de maíz y de sorgo desde 1999 fueran sustituidos por agave tequilero, hortalizas, espárrago, frutillas, zarzamora y berries. La reconversión del agave tequilero en Jiquilpan y Sahuayo trajo problemas como el bajo precio de la mano de obra y el bajo rendimiento promedio en las parcelas que no hacía redituable la cosecha, así como el estancamiento del precio de venta del producto que detuvo su expansión. Por lo tanto, los campos se reutilizaron para plantar otros productos y el agave en la Ciénega de Michoacán sólo quedó en un intento fallido (Paleta y Aguilar, 2013).
Esta política fallida de reconversión de cultivos en La Ciénega de Chapala, Michoacán, debilitó el sector primario y propició la expansión del comercio y los servicios como actividad económica sustancial y como perspectiva de empleo para los habitantes de estos dos municipios (ver cuadro 1).
El municipio de Sahuayo representa el 1.67% de la población del Estado y ocupa el octavo lugar en población. El 86.1% (64,431habitantes) se concentra en la cabecera municipal, cuya extensión es de 15.95 km² y representa el 12.46% de la superficie municipal; el 13.9% de la población restante vive en 28 comunidades rurales dispersas; de ahí que la zona urbana se haya convertido en el núcleo de la actividad comercial a la que acuden los pobladores de sus comunidades y de los municipios aledaños a la sierra de Jalmich, cuya actividad lo convierte en el centro comercial de la región por encima de Jiquilpan.
Sahuayo es el centro comercial más importante de la región, podemos decir que Sahuayo tiene cien mil habitantes pero la afluencia es de setecientos mil. Comercialmente sale la gente de Sahuayo a surtir la región y vienen de la región a surtirse en Sahuayo, y estamos hablando hasta Tizapan, Tuscueca, Concepción de Buenos Aires, La Manzanilla, Valle de Juárez, San José de Gracia, Jiquilpan, Villamar, Santiago Tangamandapio, Chavinda, etc. Sahuayo tienen una condición sui generis porque políticamente dependemos de Morelia pero toda la influencia comercial y de radiodifusoras viene de Jalisco. Nosotros tenemos más contacto y comunicación en lo comercial con Jalisco que con Michoacán. Jiquilpan tiene lo suyo pero comercialmente Sahuayo es el centro comercial más importante de la región (Entrevista a Rafael Ramírez Sánchez (†), Sahuayo, Michoacán, 14 de marzo de 2017).
Sahuayo también se ha afianzado como uno de los municipios michoacanos de mayor expulsión de migrantes. Hasta el 2000 se calculó que 165,502 sahuayenses se habían marchado a Estados Unidos, lo cual supera su población total actual. Esto lo ubica con el índice municipal de expulsión promedio en la región con 42 migrantes por cada 100 que migran, en tanto que la entidad es de 16 por cada 100, lo cual explica la fuerza económica y política de los migrantes sahuayenses, principalmente situados en Santa Ana, California. Su influencia en la economía del municipio se reflejó en 2016 donde el envío de remesas alcanzó los 90’034,499, ocupando el séptimo lugar en este rubro, detrás de Morelia, Uruapan, La Piedad, Zamora, Apatzingán y Puruándiro (Gurza, 1996; Mimorelia/5/2/2017).
La tradición histórica comercial de Sahuayo se ha visto fortalecida mientras que su actividad en el sector primario se ha mantenido en números similares a los de Jiquilpan, dando cuenta que en los dos municipios el sector primario dejó de ser predominante en la actividad económica. De acuerdo con las cifras del Distrito de Riego #24 con cabecera en Sahuayo, en 2013, la actividad agrícola en el distrito representaba el 16.23% y a nivel estatal sólo el 1.47% de hectáreas sembradas y sus respectivos ingresos, tal como lo muestra el cuadro 2.
En los últimos treinta años, la hegemonía política de Jiquilpan se ha mantenido bajo el estandarte cardenista, así como bajo el cobijo que las últimas tres administraciones estatales perredistas han proporcionado a la clase política local. Sahuayo, por su parte, se mantiene como el centro comercial regional y se consolidó como la “verdadera capital por ser sede de la burguesía comercial que controla la producción láctea y agrícola de la zona” (Zepeda, 1990: 19).
La fortaleza económica de Sahuayo radica en su capacidad para ofertar una gama de servicios a los municipios fronterizos de Michoacán y Jalisco. Esto explica por qué su Población Económicamente Activa (PEA) del 2000 al 2010 en el sector del comercio y los servicios pasó de 44.5% a 55.46%; en la industria de la construcción de 33.3% a 38.7%; en el sector agropecuario de 7.4% a 6.3%, donde el 38% padece pobreza y el 6.2% pobreza alimentaria (INEGI 2000 y 2010), y cuya escolaridad es primaria y secundaria incompleta.
Jiquilpan representa el 2.5% de la población total del Estado y el 42% de la población de Sahuayo. Su cabecera municipal aglutina 24,233 habitantes, es decir, el 70% de la superficie total del municipio, en tanto que las 32 son comunidades y tres tenencias restantes albergan 9,966, lo que representa el 30% restante. De la década de los noventa en adelante, Jiquilpan empezó a tener una reconversión en sus actividades económicas, principalmente hacia el sector secundario y el terciario con un crecimiento sostenido hacia las actividades comerciales y los servicios profesionales que representa el 81.50%. El sector terciario representa el 56.25%, derivado sobre todo de los servicios educativos, culturales, el comercio y otros; el sector secundario, por su parte, representa el 25.89%, concentrado en dos importantes industrias transformadoras, el Molino de Trigo y la procesadora de leche Liconsa, la cual produce aproximadamente 192 mil litros diarios.
Este crecimiento de los servicios y el comercio se da a la par del detrimento paulatino del sector primario que actualmente representa sólo el 17.86% de la población municipal que participa en las actividades agrícolas de riego y temporal, como la siembra de granos, hortalizas; la producción y venta de ganado y de productos perecederos, como la leche. Por lo tanto, la PEA de Jiquilpan es de 13,034, lo que representa el 38% del total de la población (INEGI, 2010a), de la cual el 17.86% se dedica a las actividades agropecuarias y el resto al comercio y servicios, entre otros. Esto explica por qué sólo representa el 0.52% (5,739) de las 1’088,796 hectáreas de cultivo sembradas en el Estado (INEGI, 2010b).
La economía regional ha mantenido la dinámica productiva y ha coadyuvado a fortalecer la economía informal o economía en las sombras, la cual es consentida por las autoridades locales incapacitadas para generar oportunidades de trabajo formal. En la última década y media, Sahuayo diversificó su actividad comercial con una expansión de la industria farmacéutica sin control. El Estado aprueba esta economía informal e ilegal a pesar de que la venta de medicamentos en las farmacias es supervisada permanentemente por las autoridades. De acuerdo con la Cámara Nacional de la Industria Farmacéutica (Canifarma), el comercio ilegal de medicinas en esta ciudad se concatena con el desabasto de medicamentos en los centros hospitalarios oficiales y su alto costo, lo cual ha propiciado que el bajo costo de las muestras médicas, fármacos y medicinas apócrifas se mantenga como una opción de compra para amplios sectores de la población, lo cual la convierte en una redituable actividad comercial (La Jornada/15/8/2012).11
Esta hibridación de las actividades informales e ilícitas con las formales permite dinamizar las economías locales. El consumo de este tipo de bienes y servicios resuelve una necesidad apremiante en las economías familiares depauperadas que subsisten gracias a las redes de intercambio que el mercado informal e ilegal permite. Si bien es cierto que esta economía informal e ilícita representa un problema social, económico, fiscal, distributivo, cuentan con la connivencia de las autoridades municipales debido a que se ha convertido en una opción de empleo para amplios sectores marginados frente a la desarticulación de la economía formal.
Las relaciones contenciosas entre los municipios de Jiquilpan y Sahuayo de la región Ciénega de Chapala, Michoacán, son parte de un transcurso de cambios y permanencias en los valores y prácticas de sus poblaciones. Tanto los procesos históricos de transformación como las nuevas dinámicas de producción y movilidad global conforman una estela de significados desemejantes que se integran a la cultura de esta región.
En esta compleja construcción, las dicotomías que emergieron entre los municipios de Jiquilpan y Sahuayo en el proceso de transición de las últimas tres décadas han dado lugar a una nueva correlación de fuerzas que han dinamizado la disputa por la hegemonía local; destaca la dinámica excluyente del mercado global que funge como actor dominante en el campo empresarial, agrícola y comercial, a la par de un mercado local que ha sido permeado por el intercambio informal de mercancías articuladas a un mercado ilícito sin aparente control del Estado. Ciertamente el mercado regional se ha diversificado y la vida comercial se ha reconfigurado ante la presencia de una economía ilegal, pero también se han fortalecido los esfuerzos intermunicipales para el diseño de estrategias y la ejecución de programas para enfrentar los problemas vecinales comunes.
La vocación comercial de Sahuayo y la institucional de Jiquilpan conforman una profunda identidad regional complementaria para enfrentar los procesos de ajuste comercial y político que vive la región, así como las dificultades presupuestales y de planeación urbana que les permitirá enfrentar los desafíos que la nueva realidad global y local imponen. Los nuevos retos regionales abren posibilidad para una nueva relación de las administraciones municipales para enfrentar los diferendos fronterizos y desarrollar de manera conjunta una propuesta integral de desarrollo regional.
En esta posible reconstrucción de la relación intermunicipal es necesario valorar el potencial de las instituciones educativas y de investigación federal y estatal para la puesta en marcha de planes y programas de desarrollo municipal encaminados a la planeación conurbada, la recuperación de los espacios públicos, la promoción de los valores cívicos en la región, tal como sucede con el desarrollo de actividades conjuntas entre algunas instituciones. Por ello, la heterogeneidad que caracteriza a las poblaciones de la región de La Ciénega de Chapala, Michoacán, constituye un potencial importante para recuperar el valor identitario de la actividad agropecuaria, el comercio y los servicios, como actividades históricas sustanciales o basamentos de esta cultura regional que sostiene la convivencia de sus múltiples poblaciones.
Esta región seguirá siendo una zona de disensos y disputa regional bajo la dinámica del capitalismo global que somete a la mayoría de las comunidades rurales a una lógica de producción y comercialización mercantil agro- exportadora; asimismo, se mantendrá eslabonada a la vida agraria donde la vida rural, con base en el cultivo de los ecuaros(pequeños terrenos serranos cuya siembra provee de alimento a las familias para el autoconsumo), seguirá siendo un espacio de sobrevivencia rural. La permanencia de estos valores de subsistencia agropecuaria a baja escala continuará fortaleciendo una cultura regional productiva, la cual deberá encauzarse a la legalidad a través de acciones intermunicipales y sociales que conduzcan las diferencias y las contiendas identitarias hacia el fortalecimiento de la vida municipal. En esta tarea, el apoyo de los sectores sociales será sustancial para recuperar y re direccionar los procesos de convivencia pacífica y construcción democrática en los terruños ribereños al lago de Chapala.