EDITORIAL

El número monográfico que presentamos a continuación es un modesto aporte a la investigación que sobre los filósofos naturales del siglo XVII se ha desarrollado en español en los últimos años. Lejos de ofrecer un panorama muy general y amplio, lo cual es difícil de lograr dada la complejidad del tema, este número se concentra en presentar algunos estudios sobre figuras como Isaac Newton, Robert Boyle, y John Locke. Así mismo, ofrecenmos tres estudios generales que pretenden dar un contexto y hacer un énfasis en temas no tradicionales cuando se aborda el estudio de la filosofía natural, a saber, el papel de la filosofía experimental, las historias naturales y cómo estos proyectos investigativos en cierta medida motivan a replantear la misma historia de la filosofía moderna.
Varios aspectos han caracterizado a la filosofía natural de la modernidad temprana, por ejemplo, su preocupación por generar nuevo conocimiento, por establecer unos primeros principios, por matematizar la naturaleza física, por la búsqueda de establecer una nueva relación con Dios, no solo a nivel especulativo sino también práctico, y la preocupación por los alcances y límites del mecanicismo, son solo algunas facetas en las que incursionaron los filósofos naturales de la época. Sin embargo, otros temas no han corrido con la misma suerte, por ejemplo, el papel de las leyes naturales y el de las causas finales en las distintas propuestas filosóficas desarrolladas, son temas que algunas veces se presuponen como en el primer caso, y en otras ocasiones, simplemente no tienen mayor relevancia, solamente son curiosidades de una tradición añeja y que está por ser superada.
El profesor Orozco en su estudio sobre el papel de la Ley Natural en el pensamiento de Isaac Newton nos ofrece una reinterpretación de los alcances y límites de este concepto para la filosofía natural. Él nota que los estudios sobre este tema se han centrado exclusivamente en el aspecto teológico y metafísico, dejando a un lado el papel que las leyes naturales tienen como regularidades matemáticas que logran describir el comportamiento de la naturaleza física a través de la experimentación, de la manipulación de los fenómenos. Adicionalmente, el texto ofrece algunas ideas interesantes sobre la manera más adecuada de interpretar el concepto de Ley Natural en el contexto de la filosofía natural del siglo XVII.
Si las leyes naturales necesitan una reinterpretación de su papel en la nueva filosofía natural de la modernidad temprana que muestre sus reales alcances, la idea de causa final es un concepto que exige el mismo proceso. Si bien es un tema que ha venido siendo estudiado especialmente en el ámbito anglosajón, en español es difícil encontrar un trabajo que aborde dicho problema. Bribiesca suple ese vacío con un interesante estudio del papel de las causas finales en el pensamiento de Robert Boyle -uno de los supuestos mecanicistas más estrictos de la historia de la ciencia. El autor nos muestra que las explicaciones teleológicas jugaron un papel importante en la propuesta de investigación natural de Boyle, al punto que este las supo integrar en los distintos trabajos de investigación experimental que realizó. De hecho, el mismo trabajo experimental obligó a integrar y ofrecer una nueva comprensión de la causalidad final, por un lado, y por el otro, establecer de manera implícita los límites de la explicación mecanicista.
El compromiso de una ontología mecanicista fue un reto que muchos pensadores tuvieron que asumir, basta recordar a filósofos como Descartes, Spinoza, Malebranche, el mismo Newton, etc. Cada uno de estos autores defendía con unos presupuestos sólidos la explicación mecanicista como la mejor posible, pero en algunos casos, como el de Newton, sus investigaciones empíricas obligaban a asumir la existencia de entidades (como la fuerza de gravedad) que no eran reducibles a ese modelo mecánico. Los profesores Silva y Toledo ofrecen un estudio acerca de las consecuencias epistemológicas de asumir el compromiso mecanicista y corpuscularista en dos pensadores que compartieron muchos intereses, pero también grandes diferencias: Boyle y John Locke.
En el caso de Locke, los autores muestran como su propuesta filosófica no se queda solamente en buscar el mecanismo de los procesos naturales, sino que hay una preocupación por identificar los mecanismos cognitivo o perceptual que determinan los contenidos mentales. Así mismo, Locke es, en cierta medida, escéptico con los alcances de una ciencia que parta desde primeros principios, por lo que considera que es mejor establecer de la mejor manera los alcances y limitaciones de la misma. Desde esta perspectiva, para Locke propuestas como la filosofía experimental están más cerca de las limitaciones propias del entendimiento humano, donde es la observación y la elaboración de historias naturales las que realmente fundamentan el conocimiento alcanzado.
Ahora bien, la relación de Locke con la filosofía natural es bastante compleja, estudios recientes como el de Anstey (221 y ss.) han concluido que Locke asume una posición directa y fructífera con la filosofía experimental en, al menos, cuatro aspectos: i) el papel asignado a las historias naturales como el mejor método de investigar la naturaleza; ii) asume el compromiso con la hipótesis corpuscularista y ciertas ideas tomadas de la alquimia, especialmente la trasnmutación; iii) se acepta el papel del método matemático en filosofía natural, especialmente, el newtoniano; y iv) el único fundamento de la filosofía natural son las cuestiones de hecho (223). El estudio que nos ofrece el profesor Molina, teniendo como hilo conductor la famosa distinción entre cualidades primarias y secundarias, sostiene los puntos iii y iv, pero considera que, al menos en el Ensayo sobre el entendimiento humano, existe más una epistemología que la fundamentación de una filosofía natural, procediendo de esta manera se busca solucionar los aparentes problemas conceptuales que surgen cuando se quiere relacionar la distinción entre cualidades con la filosofía natural. Molina sostiene que si se entiende esta distinción desde una perspectiva estrictamente epistemológica conceptos como el de materia, partícula y similares encuentran un lugar más coherente dentro de la propuesta de Locke.
Las dificultades que generó la filosofía natural en el siglo XVII no fueron únicamente para Locke y su epistemología empirista, en el afán de buscar la generación de nuevo conocimiento, el modelo explicativo más efectivo fue el mecanicismo, y si bien hubo varias versiones, exigencias y limitaciones, poco a poco se fue consolidando como la mejor forma de hacer filosofía natural. Rogelio Laguna nos ofrece un breve recorrido histórico del mecanicismo desde sus orígenes griegos hasta el siglo XVII, teniendo como hilo conductor el concepto de máquina. Este recorrido muestra como la revaloración de dicho concepto permite también ir comprendiendo que la naturaleza se comporte de la misma forma, y sus partes actúen de acuerdo a una regularidad determinada.
Sin embargo, el siglo XVII no es solamente el siglo del mecanicismo, paralelo a esta forma de comprender la naturaleza surgía poco a poco otra propuesta, no tan ambiciosa desde una perspectiva explicativa, sino metodológica, a saber, la filosofía experimental. En mi artículo ofrezco un panorama de los principales retos que tuvo que afrontar esta propuesta para establecerse como un método serio de investigación del mundo natural. Las historias naturales, el nuevo papel del experimento y de la experiencia son los temas principales con los que quiero mostrar la relevancia de la filosofía experimental vista desde sus propios presupuestos y retos, y no desde la perspectiva tradicional de la historiografía tradicional que la entiende conectada desde los intereses de nuestra idea de ciencia, donde el experimento es funcional si confirma o rechaza una teoría específica. Frente a este panorama, presento esta filosofía como una metodología con unos objetivos autónomos, dirigidos más al descubrimiento de nuevas cosas que a la explicación de las mismas.
La filosofía experimental fue también una respuesta al exceso de creación de sistemas filosóficos sustentados en ejercicios intelectuales que fundamentaban principios explicativos, en algunos casos, sin un sustento experimental sólido, o en otros casos como el cartesiano, apoyado en hipótesis racionales que “salvaban” el fenómeno a explicar (el caso de los vórtices para explicar el movimiento de los planetas, es un buen ejemplo).
Como ya lo he señalado, la historiografía de la filosofía experimental es compleja, sea porque se comprende solamente en relación a nuestros intereses científicos, o porque al estar íntimamente relacionada con los filósofos modernos más conocidos (Spinoza, Leibniz, Malebranche, Locke y Hume, por mencionar los principales) por lo general es separada de la historia de la filosofía. Parte de este problema es abordado por la profesora Silvia Manzo quien nos muestra que dicha historia puede ampliar las categorías con las que comúnmente se escribe, a saber, las de empirismo y racionalismo. Examinando la propuesta de J. M. Degérando, un historiador francés del siglo XIX, identifica que otras categorías como la filosofía experimental y la filosofía especulativa fueron utilizadas para ofrecer una mejor descripción de los problemas filosóficos del siglo XVII con una clara ventaja, en lugar de establecer una especie de dicotomía entre: razón versus experiencia, los pensadores de la época eran conscientes de las diferencias y presupuestos filosóficos entre el camino experimental y el especulativo. Explorar y sacar a relucir esos elementos son uno de los grandes logros del texto que nos presenta la profesora Manzo.
Como se puede ver, el panorama de los temas abordados por los autores es amplio, pero no abarcante, quedan muchos temas por fuera que merecerían su inclusión, por ejemplo, el papel de la alquimia, la matemática y geometría, un énfasis en el cartesianismo, etc., pero se tratan otros temas que no son comúnmente trabajados y que, esperamos, puedan ofrecer al lector interesado unos rasgos específicos de una nueva imagen de la filosofía natural en el siglo XVII.
Para terminar esta breve presentación, quiero agradecer de forma muy especial a los autores que de manera muy generosa enviaron sus textos y creyeron en este proyecto a pesar de algunas dificultades. Este número monográfico no habría sido posible sin su paciencia y constante colaboración. También quiero apreciar la invitación que me realizó el editor asistente de la revista, Gustavo Silva quien me apoyó y siempre estuvo dispuesto a guiarme en el proceso editorial. Agradezco también a la directora del Programa de Filosofía de la Universidad El Bosque, Flor Emilce Cely, por su constante apoyo y paciencia mientras se terminaba este número, de la misma forma agradezco a los miembros del Comité Editorial quienes me colaboraron en todo momento.