Resumen: Este artículo cuestiona el carácter normativo de la medición para la toma de decisiones y sugiere la deliberación con sabiduría como un recurso más adecuado para decidir en incertidumbre. La ciencia de la medición, en principio, plantea una teoría explicativa sobre cómo los agentes deciden, sin embargo, al mismo tiempo indica una estrategia aparentemente razonable para elegir. La propuesta explicativa, que surge en la modernidad con una consideración normativa sobre la racionalidad, se propone una reducción de la incertidumbre; contrario a la deliberación con sabiduría cuyo punto de partida es un retorno sobre sí mismo. El texto se compone de cuatro apartados. El primer apartado discute los criterios epistemológicos que subyacen a la ciencia de la medición para decidir, además, presenta la Teoría de la Utilidad Esperada como principal propuesta explicativa que incorpora estos criterios. El segundo muestra el procedimiento que utiliza un agente racional para decidir en incertidumbre. El tercero hace una comparación entre el carácter normativo de una ciencia de la medición y la deliberación con sabiduría. Finalmente, el cuarto exhibe una distinción entre incertidumbre epistémica e incertidumbre ontológica.
Palabras clave:mediciónmedición,agente racionalagente racional,toma de decisionestoma de decisiones,incertidumbreincertidumbre,sabiduríasabiduría.
Abstract: This article questions the normative character of measurement for decision-making and it proposed to choose wisely as a more suitable alternative to decide in uncertainty. Science of measurement, in principle, supposed to raise an explanatory theory about how agents decide, however, at the same time it indicates a seemingly reasonable strategy to choose. A reduction of uncertainty is proposed in explanatory proposal that emerges in modernity with a normative consideration of rationality; contrary to a discussion with wisdom whose starting point is a turn on itself. The text has four sections. The first section discusses the epistemological criteria underlying the science of measurement to decide, also presents the Theory of Expected Utility incorporating the criteria. The second shows the process using a rational agent to decide in uncertainty. The third section makes a comparison between the normative character of a science of measurement and deliberation with wisdom. Finally, the fourth shows a distinction between epistemic uncertainty and ontological uncertainty.
Keywords: measurement, rational agent, decision making, uncertainty, wisdom.
Artículo
El cálculo racional para elegir o la deliberación con sabiduría1, 2. 3
Rational calculation to choose or the deliberation with wisdom

Recepción: 04 Abril 2016
Aprobación: 27 Septiembre 2016
El interés moderno por una ciencia de la decisión tuvo como referencia la incertidumbre. ¿Cómo los seres humanos deciden en condiciones de incertidumbre? ¿Qué estrategias de pensamiento utilizan los humanos para decidir en medio del azar y la ignorancia? Plantear una propuesta explicativa al respecto, representa la agenda de trabajo de la investigación científica moderna. También, ambas inquietudes son un punto de referencia en la reflexión normativa. En el siguiente sentido, ¿cómo los seres humanos deben tomar decisiones en condiciones de incertidumbre? ¿Qué estrategias de pensamiento deben utilizar los humanos para decidir en medio del azar y la ignorancia? Las primeras dos inquietudes son la guía de un interés explicativo presente, especialmente, en la psicología, la economía y la matemática. Y las segundas dos inquietudes, representan la guía de un interés normativo presente, especialmente, en la filosofía. La ciencia moderna de la medición presenta una teoría explicativa sobre la decisión en incertidumbre y, a su vez, una sugerencia normativa implícita que sugiere cómo deberíamos decidir. Este artículo cuestiona el carácter normativo de la medición para la toma de decisiones y sugiere la deliberación con sabiduría como un recurso más adecuado para decidir en incertidumbre. Esto a través de un diálogo renovado entre filosofía y psicología, es decir, con la interacción de argumentos propios de la filosofía moral contemporánea y con estudios realizados desde la investigación básica en toma de decisiones. La ciencia de la medición, en principio, plantea una teoría explicativa sobre cómo los agentes deciden, sin embargo, al mismo tiempo indica una estrategia aparentemente razonable para elegir. La propuesta explicativa, que surge en la modernidad con una consideración normativa sobre la racionalidad, se propone una reducción de la incertidumbre; contrario a un deliberación con sabiduría cuyo punto de partida es un retorno sobre sí mismo.
El texto se compone de cuatro apartados. El primer apartado discute los criterios epistemológicos que subyacen a la ciencia de la medición para decidir; además, presenta la Teoría de la Utilidad Esperada como principal propuesta explicativa que incorpora estos criterios. Asimismo, compara esta propuesta teórica con la interpelación de Kahneman y Simon en relación con la presencia de una racionalidad limitada. El segundo muestra el procedimiento que utiliza un agente racional para decidir en incertidumbre a través de un análisis formal de la decisión. Este procedimiento se caracteriza por un conocimiento pleno de las preferencias personales y una estimación de probabilidad para sucesos inciertos. De tal forma, que el agente racional evalúa con detenimiento cada opción de respuesta y elige, luego del análisis formal, la mejor alternativa posible. El tercer apartado hace una comparación entre el carácter normativo de una ciencia de la medición y la deliberación con sabiduría; en ambas el punto de referencia es un tratamiento singular de la incertidumbre. En el primer caso, se propone una reducción de la incertidumbre con la estimación numérica, a través de la probabilidad, de sucesos inciertos que rodean toda decisión. Y en el segundo caso, se plantea un retorno sobre sí mismo que se carecteriza por un cuidado de sí, una consciencia de finitud, una relación cómplice con el azar, una contrastación entre la deliberación y la experiencia y la configuración de una serie de hábitos que organizan, en el decisor, la experiencia acumulada. Finalmente, el cuarto apartado exhibe una distinción entre incertidumbre epistémica e incertidumbre ontológica con el objeto de precisar conceptualmente el escenario que circunda las acciones de un decisor. En tal caso, hablamos de la presencia continua de ignorancia y azar como telón que circunda la decisión humana.
Un asunto parece preocupar al ser humano desde la adquisición de una conciencia de sí mismo: la incertidumbre. ¿Podemos concebir alguna estrategia que permita asumir una elección en situaciones desconocidas? Es decir, intentar tener a disposición un recurso o herramienta de elección cuando no es posible conocer con exactitud las variables en juego y las consecuencias en un futuro, una vez hayamos optado por una alternativa de respuesta. Algunos autores concuerdan en resaltar las estrategias culturales que los seres humanos se han ideado para resolver la compleja tarea de tomar una decisión. Entre las estrategias más llamativas: la adivinación (con todas sus variaciones, desde el uso de sortilegios como la lectura de cartas y huesos hasta la observación de hojas de té «taseografía» y el examinar hígados de animales sacrificados «hepatoscopia», incluyendo la numerología y la astrología) y los juegos de azar (lanzamiento de monedas y dados, juegos de cartas, entre otros) (Bernstein 1998; Buchanan y O´Connell 2006; Dennett 2007 [2006]; Taleb 2009 [2004] 2011 [2007]). Según Dennett (2007 [2006]), estas estrategias en la toma de decisiones son atractivas porque aceleran el proceso en escoger una alternativa, entre varias opciones posibles, como dispositivos que eligen por nosotros. En este caso se prefiere hacer uso de la fortuna, el destino o el oficio de los dioses para explicar no sólo el curso de los acontecimientos, sino también el resultado y la calidad de las decisiones tomadas.
Estas estrategias son simples o complejas en función de la transcendencia o no de las circunstancias que demanden una elección. Inventamos trucos, buscamos ayuda, delegamos las circunstancias al deseo de seres sobrenaturales o al destino. En medio de estas maniobras que aún viven y se transforman en algunos contextos culturales, la matemática francesa de los siglos xvii y xviii se propuso hallar una pauta de comportamiento óptima para tomar una decisión en condiciones azarosas (Buchanan y O´Connell 2006; León 1987). Y esto, de acuerdo con León (1987), a través de la consecución de dos propósitos: “describir de la mejor forma posible la conducta del sujeto racional (que sería el objetivo más psicológico, por decirlo así) y por otro lado (…) deducir cuál es la mejor forma de decidir, suponiendo que se quiere obtener el máximo de beneficio” (p. 82). La ciencia moderna de la decisión se articuló rápidamente al intento de medir la conducta en la toma de decisiones y al mismo tiempo descubrir, con la matemática y la estadística como herramientas, la mejor opción posible en diversos contextos de elección. Sin embargo, esto a través de un supuesto problemático presente en la teoría económica moderna: los seres humanos son racionales y, por lo tanto, buscan siempre en sus decisiones el mayor beneficio posible para sí mismos, evaluando todas las opciones de elección (Kahneman 2003 [2002], 2012 [2011]; Pena 2005). Tal supuesto generó una tensión contemporánea entre modelos descriptivos (derivados especialmente de la psicología) que han intentado describir y explicar cómo los individuos toman decisiones, y modelos normativos (surgidos de la matemática y la teoría económica neoclásica) que suponen cómo se debería elegir, apelando al uso exclusivo de la razón para evaluar con detenimiento todas las opciones de respuesta y escoger la mejor alternativa en beneficio propio (León 1987; Kahneman 2003 [2002], 2012 [2011]; Pena 2005). Disponer de una herramienta matemática para decidir sopesando numéricamente las opciones de respuesta supone disponer de una estrategia confiable que permite concebir con precisión la mejor opción a elegir.
Esta pretensión ha generado una serie de controversias que están presentes incluso en la antigüedad. La ciencia de la medición para decidir no constituye una herramienta exclusiva de la modernidad. Nussbaum (1995a [1990]) sugiere, por ejemplo, que Aristóteles se opuso a esta posibilidad. En otras palabras, el debate en torno a la medición para elegir está presente en la antigüedad y se articula con la filosofía moral de la época. Para comprender la interpretación que hace Nussbaum (1995a [1990], 1995b [1986]) de Aristóteles en torno a una ciencia de la medición en la elección racional, es importante señalar al Protágoras de Platón como el diálogo que motiva este debate. Tal conversación da comienzo a la reflexión sobre la moral. Tres inquietudes fundamentales guían el diálogo entre Sócrates y Protágoras: ¿las normas morales son naturales (physie) o convencionales (nómos)?; ¿Cuál es el origen de la moral?; y ¿la virtud puede enseñarse? (Camps 2013; Platón Prot.). Las dos primeras preguntas sirven a los interlocutores para evaluar el carácter universal y convencional de la moral. Es decir, de acuerdo al mito de Prometeo presentado en el diálogo, al nacer todos los seres humanos disponen de un sentido universal para la moral (aidós) y la justicia (diké). Estas son dotaciones ofrecidas por Zeus, a través de Hermes, con el fin de permitir la convivencia humana; con la educación de ambas dotaciones es posible cultivar el carácter, tarea que, a juicio de Protágoras, corresponde a los sofistas (Platón Prot.). En palabras de Camps:
La virtud ya no es patrimonio de los que por naturaleza son nobles y pueden llegar a héroes, sino algo que todos –todos los ciudadanos- pueden adquirir si se esfuerzan en ello. Hermes reparte el sentido de la moralidad y la justicia, pero ese sentido hay que seguir cultivándolo para que produzca efecto y forme el carácter. La moral no es innata, no viene dada, sino que exige voluntad y esfuerzo. Por eso hay que vincularla a la paideia, a la educación. (Camps 2013 26).
Esta observación lleva a los interlocutores del diálogo a la tercera pregunta sobre la enseñanza de la virtud. Sócrates en primera instancia plantea que la virtud no se puede enseñar y luego afirma, al final del diálogo, que si la virtud es conocimiento, entonces se puede enseñar. Esta consideración final de Sócrates supone que la persona virtuosa es justa, por ejemplo, en tanto conoce en qué consiste la justicia. De ahí que el agente débil (acrático) toma decisiones inadecuadas por ignorancia, no por incontinente. La akrasía o supuesta debilidad en la voluntad para hacer lo correcto, de acuerdo con Sócrates, no implica dejarse llevar por las pasiones, antes bien, este agente por una parte desconoce la virtud y, por otro lado, no sabe medir, entre dos opciones de respuesta, cuál es la alternativa más ventajosa para el carácter (éthos) (Camps 2013; García 2007; Platón Prot.). Aristóteles expone la siguiente síntesis de este problema filosófico en la postura de Sócrates:
Se podría preguntar cómo un hombre que tiene recto juicio puede ser incontinente. Algunos dicen que ello es imposible, si se tiene conocimiento: pues, como Sócrates pensaba, sería absurdo que existiendo el conocimiento, otra cosa lo dominara y arrastrara como un esclavo. Sócrates, en efecto, combatía a ultranza esta teoría, y sostenía que no hay incontinencia, porque nadie obra contra lo mejor a sabiendas, sino por ignorancia (Ética a Nicómaco 1146a 103).
A esta idea Camps (20112013) la llama “falacia socrática”, en tanto Socrátes supone, en el presente diálogo con Protágoras, que la ignorancia explica el comportamiento acrático. Según la autora, la ética aristotélica y sentimentalista de Hume y Spinoza refuta la tesis socrática al proponer que no basta con conocer el bien, es indispensable desearlo, comprometerse emocionalmente con la vida buena. Se asume entonces que al conocer el bien y desearlo resulta menos probable tener una incoherencia entre la teoría y la práctica, por ejemplo, entre una teoría de la justicia y una práctica de la justicia. No basta con conocer la justicia, es necesario desear la justicia hasta el límite de querer practicarla y hacerlo en concecuencia. “Si mis elecciones correctas requieren siempre una lucha, si todo el tiempo tengo que estar dominando sentimientos poderosos que van contra la virtud, soy menos virtuosa que la persona cuyas emociones están en armonía con sus acciones” (Nussbaum 1995a [1990] 134).
La consideración de Sócrates en torno al agente débil es un aspecto crucial en el cual se introduce la medición como herramienta para elegir. De acuerdo con Sócrates es necesario conocer la virtud y luego, en un problema de elección moral, medir las opciones de respuesta para reconocer su respectivo valor con las posibles ventajas a obtener (Platón Prot.). Según Nussbaum (1995a [1990] 109), “tal ciencia de la medición está motivada – en su época como en la nuestra – por el deseo de simplificar y hacer manejable el enredado problema de la elección entre alternativas heterogéneas”. De igual forma, la autora plantea el siguiente argumento, presente en el diálogo de Platón, a favor de una ciencia de la medición: “los tipos más problemáticos de irracionalidad humana en la acción son causados por las pasiones que serían eliminadas o podrían volverse inofensivas por medio de la creencia a ultranza en la homogeneidad cualitativa de todos los valores” (Nussbaum 1995a [1990] 109). En este sentido, la irracionalidad humana en la acción es motivada por la pasión y es inofensiva cuando aguardamos la siguiente creencia: los valores que subyacen a una decisión son homogéneos y, en consecuencia, las alternativas son conmensurables.
Nussbaum (1995a [1990], 1995b [1986]) evalúa los argumentos a favor de una ciencia de la medición en la elección racional, con el propósito de exponer los desacuerdos de Aristóteles. La autora resume la posición de Aristóteles como una apuesta por la pluralidad de valores y la inconmensurabilidad para elegir. Contrario a la medición que exige la concepción de un único valor que permita comparar y valorar las alternativas para tomar una decisión. En este caso el único valor como referencia es aplicado en todas las circunstancias. Cuatro son las tesis constitutivas que configuran esta ciencia de la medición: Metricidad; Singularidad; Consecuencialismo y Placer. La Metricidad consiste en suponer que existe un único valor que se expresa en cantidad que es usado para comparar todas las opciones de respuesta. La Singularidad implica que existe un solo sistema de medición en cualquier situación de elección. El Consecuencialismo asume que las decisiones tomadas no son valiosas por sí mismas, sino como instrumentos para obtener efectos benéficos que son valorados por el agente que elige. Finalmente, el Placer constituye el único artículo que ha de maximizarse en la toma de decisiones (Nussbaum 1995a [1990], 1995b [1986]). De acuerdo con Nussbaum (1995a [1990]), al combinar el Consecuencialismo con la Metricidad se obtiene “la idea de maximización: lo decisivo en la elección racional es producir la mayor cantidad del valor operante en cada caso” (p. 109). Al combinar estas dos tesis con la Singularidad “tenemos la idea de que hay un único valor individual cuya maximización es, en todos los casos, lo decisivo en la elección racional” (p. 109-110). Este único valor es el Placer. Estas cuatro tesis constitutivas, presentes en la antigüedad, no sólo conforman la ciencia de la medición para elegir, también representan el antecedente filosófico que posteriormente retoma el utilitarismo moderno en su propuesta ética (Camps 2013; Nussbaum 1995a [1990]). En síntesis, la ciencia de la medición para elegir es singular, consecuencialista, métrica y se articula al valor del placer como único referente que permite comparar al menos dos opciones de respuesta.
En este contexto, tomar una decisión con base en esta ciencia de la medición implica usar las siguientes recomendaciones: analizar todas las alternativas de respuesta (¿Qué características tienen las opciones? ¿Cuáles son las similitudes y diferencias entre las alternativas?); apreciar las consecuencias derivadas de cada opción a elegir; juzgar las opciones por la cantidad de placer a obtener luego de realizar la elección; finalmente, este reporte de placer se representa con un valor numérico. Por ejemplo, si es necesario elegir entre A o B, de acuerdo con estos criterios es importante conocer a profundidad detalles de cada posibilidad; además, considerar las similitudes y diferencias entre los dos opciones; evaluar la cantidad de placer a obtener en cada alternativa; y asignar esta cantidad de forma numérica, por ejemplo, elegir A reporta cinco unidades de placer, en cambio, elegir B lo hace en siete unidades de placer. Esta última asignación numérica es relevante en las funciones de utilidad sugeridas por la teoría económica moderna que sirven para representar las preferencias del agente racional en todas sus decisiones (Kahneman 2003 [2002], 2012 [2011]; León 1987; Pena 2005). De ahí que el agente racional compara sus opciones de elección en función del placer a obtener en cada alternativa. De igual forma, se espera que este agente elija por defecto la opción que le reporte una mayor cantidad de placer. Este es el único valor relevante a tener en cuenta en sus decisiones. Esta forma de proceder es sugerida en cualquier contexto de elección, ya sea en la dimensión económica, política, social, familiar o afectiva, entre otras.
Es importante resaltar que el ensayo moderno que ofrece una teoría donde se articulan estos criterios, a propósito de las decisiones del agente racional, es presentado por Bernoulli (1954 [1738]) en una nueva teoría sobre la medición del riesgo. En este texto el autor introduce el concepto de utilidad. De acuerdo con Bernoulli (1954 [1738]), la conducta del sujeto racional está orientada a maximizar su respectiva utilidad esperada. Es decir, obtener el mayor beneficio acorde con la información disponible en el momento de elegir y con el conjunto de preferencias, metas y expectativas del decisor (Baron, 2008; Bernoulli 1954 [1738]; Kahneman 2003 [2002]; León, 1987). La pregunta fundamental en este caso para un agente racional es ¿cuál es la mejor opción a elegir, con la información disponible, de tal manera que pueda maximizar la utilidad esperada (preferencias, metas y expectativas)? En palabras de Kahneman (2003 [2002] 192):
Bernoulli suponía que los diferentes niveles de riqueza tenían una utilidad concreta, y proponía que la regla de decisión en las elecciones realizadas en un contexto de riesgo fuera la de maximizar la utilidad esperada de la riqueza (la esperanza moral). El lenguaje del ensayo de Bernoulli es preceptivo – se refiere a lo que es sensato o razonable hacer – pero la teoría se planteaba también como una descripción de las elecciones de una persona razonable (Gigerenzer et al., 1989).
Bernoulli (1954 [1738]) articula los criterios de singularidad, consecuencialismo, metricidad y placer en su teoría de la utilidad esperada. Sin embargo, y de acuerdo con Kahneman (2003 [2002]), en el tono argumentativo de su propuesta es indistinguible la perspectiva descriptiva o normativa de la toma de decisiones. Es decir, en ocasiones el autor parece presentar una teoría explicativa sobre la elección pero luego sugiere que es la forma más razonable de elegir. Es decir, la manera en que elige un agente racional ¿constituye una descripción precisa de cómo deciden los seres humanos o representa una sugerencia normativa sobre cómo deberían comportarse? Según Kahneman (2003 [2002], 2012 [2011]), la propuesta del agente racional no es una descripción y explicación adecuada de la toma de decisiones, de ahí que lo denomine el error de Bernoulli. Al presentarse la teoría como sugerencia normativa, merece una discusión en el plano de la filosofía moral y no en el ámbito de la investigación científica. No obstante, la teoría económica moderna, al incluir en su análisis teórico la figura del agente racional y la teoría de la utilidad esperada, no presenta una distinción clara entre ambas perspectivas, entre la perspectiva descriptiva y normativa de la toma de decisiones.
Al respecto, Baron (2008) propone la distinción entre modelos descriptivos, normativos y prescriptivos, en los estudios del pensamiento y la decisión. Según el autor, los modelos descriptivos representan aquellas teorías que intentan explicar cómo los seres humanos piensan, resuelven problemas y toman decisiones. Los modelos prescriptivos son planteamientos que sugieren cómo se debe pensar o decidir. Por último, los modelos normativos representan un estándar que sugiere un conjunto de estrategias de elección para cumplir con las metas propuestas por un decisor.
Desde esta perspectiva, el modelo descriptivo más representativo en la toma de decisiones durante la modernidad, con un carácter normativo en torno a la racionalidad, a propósito de una ciencia de la medición, es la Teoría de la Utilidad Esperada propuesta por Bernoulli (1954 [1738]). Y el modelo descriptivo sobre la elección, con mayor reconocimiento en la actualidad, es la Teoría Prospectiva propuesta por Kahneman & Tversky (1979)8. Las consideraciones prescriptivas, de acuerdo con Baron (2008), implican sugerencias prácticas para mejorar la toma de decisiones y los procesos de pensamiento. Esto en función de unas preferencias del decisor previamente establecidas.
En ambos tipos de propuestas, los tres aspectos centrales a tratar son el decisor, la tarea y la respuesta (Kahneman 2003 [2002]; León 1987). Cada modelo hace énfasis en uno o varios de los tres aspectos. Por ejemplo, la Teoría de la Utilidad Esperada enfatiza en la tarea y la respuesta, a propósito del algoritmo necesario para optimizar una decisión, en cambio la Teoría Prospectiva destaca el papel del decisor y la respuesta para elegir en una tarea. En ambas teorías, la incertidumbre representa el telón que rodea toda decisión a considerar. En síntesis, la medición para la toma de decisiones, además de pretender una teoría explicativa de la decisión, constituye una herramienta que surge en la modernidad con el propósito de reducir los niveles de incertidumbre en el momento de elegir. Lo desconocido, en tal caso, representa un compendio de posibilidades de elección cuyas consecuencias requieren ser controladas y predecibles. En otras palabras, la ciencia de la medición en la modernidad plantea una teoría explicativa sobre cómo los agentes deciden (lo que sugiere un interés descriptivo); sin embargo, al mismo tiempo recomienda una estrategia aparentemente razonable para elegir en escenarios de incertidumbre (lo que implica la presencia de un modelo normativo). El surgimiento de una Teoría Prospectiva en la segunda mitad del siglo xx expone esta ambigüedad presente en la Teoría de la Utilidad Esperada (Kahneman 2003 [2002], 2012 [2011]; Kahneman & Tversky 1979). Y además, propone de forma exclusiva una teoría explicativa sobre la decisión humana.
En este escenario, la Teoría de la Utilidad Esperada, como principal propuesta que surge en la modernidad para una ciencia de la medición en la toma decisiones (y cuyas tesis constitutivas son la metricidad, singularidad, consecuencialismo y placer), no plantea una explicación satisfactoria sobre la decision en incertidumbre. También, la ruta de elección que sugiere es cuestionable desde una perspectiva normativa. ¿Cuál es el carácter normativo de esta propuesta explicativa? ¿Qué alternativas existen en contraposición a esta dimensión normativa de la Utilidad Esperada? La figura del agente racional representa el antecedente normativo de esta propuesta moderna (con la tesis presente en el Protágoras de Platón sobre la comensurabilidad de los valores y la necesidad de un arte para medir las opciones de respuesta en un problema de elección moral), y la deliberación con sabiduría constituye una alternativa a considerar en relación con el cálculo racional para elegir en situaciones desconocidas. Antes de exponer esta segunda posibilidad normativa es necesario precisar algunos aspectos conceptuales del agente racional.
Una decisión sin incertidumbre es aquella donde “los resultados no dependen de la ocurrencia de sucesos desconocidos sino que se siguen automáticamente de las acciones” (Cañas 2008 57). En tal caso, un agente entre dos opciones de respuesta (A o B) descifra cuál efecto, en cada elección posible, tiene la mayor utilidad y en consecuencia toma la decisión que conduzca al resultado que reporte un mayor grado de satisfacción personal. En cambio, una decisión con incertidumbre se caracteriza porque los resultados “no dependen sólo de la opción que se tome, sino también de la ocurrencia de algunos sucesos; obtener un trabajo concreto puede depender no sólo de elegirlo (que es una decisión), sino también de superar una prueba (que es un suceso incierto)” (Cañas 2008 59). Estos sucesos inciertos que configuran la incertidumbre están presentes por ignorancia del agente (incertidumbre endógena, interna o epistémica) y por la ocurrencia de acontecimientos indeterminados que no son directamente controlados por el decisor (incertidumbre exógena, externa u ontológica) (Baron 2008; Lidley 2006; Naishtat 1994; Taleb 2011 [2007]). En este último caso, cada opción de respuesta (A o B) puede contar por ejemplo con al menos dos sucesos inciertos. De tal manera que en algún problema simple de elección entre dos alternativas de respuesta, y la presencia de dos sucesos inciertos, se pueden contemplar al menos cuatro resultados posibles. Un modelo básico de 2d x 2s que Cañas (2008) ilustra de la siguiente forma: dos decisiones alternativas, d1 y d2, con dos sucesos inciertos, s1 y s2, generan los siguientes cuatro resultados: r11 (d1 y s1), r12 (d1 y s2), r21 (d2 y s1) y r22 (d2 y s2). En esta circunstancia el agente jerarquiza la utilidad de las dos decisiones posibles y cuantifica su respectiva probabilidad de ocurrencia. Se espera que un agente racional, en este último escenario, escoja la alternativa que reporte un mayor grado de utilidad con la mayor posibilidad de ocurrencia, dada la presencia de un conjunto de sucesos inciertos (Baron 2008; Cañas 2008; Glimcher 2009; Rivera 2007). De acuerdo con Cañas (2008), la utilidad esperada entre dos decisiones alternativas con al menos dos sucesos inciertos se formaliza de la siguiente manera: Ud1꞊ p(s1) . u11 + p(s2) . u12 y Ud2꞊ p(s1) . u21 + p(s2) . u22. Esta medición permite al agente racional comparar y elegir entre la cuantificación de dos utilidades esperadas.
El modelo básico de 2d x 2s, en un análisis formal, se ejemplifica de la siguiente forma: “Ramón va a invitar a Marta a escuchar música. En el club Menfis actúa la Killing Me Softly Band. En la Cueva actúan los Vagabudos del Blues, pero además a veces se deja caer por allí a cantar con los Vagabundos… Diamond, y las noches son entonces memorables” (Cañas 2008 61). En tal caso Ramón se enfrenta a dos decisiones posibles: d1 (ir al club Menfis) o d2 (ir a la Cueva). Dos sucesos inciertos: s1 (Diamond pasa por la Cueva) o s2 (Diamond no pasa por la cueva). Y cuatro posibles resultados: r11 (d1 ir al Menfis y s1 Diamond pasa por la Cueva); r12 (d1 ir al Menfis y s2 Diamond no pasa por la cueva); r21 (d2 ir a la Cueva y s1 Diamond pasa por la Cueva); r22 (d2 ir a la Cueva y s2 Diamond no pasa por la Cueva). En este caso concreto, Ramón antes de estimar y comparar la utilidad esperada de las dos posibles decisiones d1 y d2, necesita estimar la probabilidad de ocurrencia de ambos sucesos inciertos, la utilidad a obtener en cada resultado y la jerarquía de utilidades. Ramón estima lo siguiente: probabilidad de ocurrencia del primer suceso incierto s1 (0,15) y probablidad de ocurrencia del segundo suceso incierto s2 (0,85). Es decir, él estima que Diamond probablemente no pasará por la Cueva aquel fin de semana en que invitará a Marta a escuchar música; la utilidad de los dos primeros resultados r11 y r12 (u11 y u12) es de 0,54 (Ramón y Marta estarían a gusto escuchando música en Menfils) y la utilidad de r21 o u21 (lo más satisfactorio es tener una noche memorable con los Vagabundos del Blues y Diamond en la Cueva) es 0,96 y r22 o u22 (sería bueno escuchar a los Vagabundos sin Diamond) es 0,32. Por jerarquía de utilidad, u21 ≥ u11 y u12 ≥ u22. Después, Ramón calcula las utilidades esperadas: Ud1꞊ p(s1) . u11 + p(s2) . u12 y Ud2꞊ p(s1) . u21 + p(s2) . u22. Con los datos disponibles, Ud1 ꞊ 0,54 y Ud2 ꞊ 0.416. Por lo tanto, Ramón en su condición de agente racional invita a Marta a escuchar música en el club Menfis.
Los agentes no son racionales por defecto, logran serlo cuando aprenden a realizar un análisis formal de sus propias decisiones y lo aplican a sus vidas. De tal manera que toman decisiones racionales en un sentido amplio. Un agente racional que decide en condiciones de incertumbre (interna y externa), estima el grado de satisfacción o utilidad esperada de cada resultado a obtener, dada la información disponible sobre las opciones de respuesta, y la probalidad de ocurrencia de sucesos inciertos que puedan afectar el resultado esperado. Una vez el agente racional realiza esta tarea pone en marcha el curso de acción que asegura el mayor grado de satisfacción personal, en medio de los sucesos inciertos.
Así por ejemplo, retomando el modelo formal simple de elección de 2d x 2s, ¿qué tiempo y recursos requiere un agente racional para tomar una decisión en un escenario de 3d x 3s, 4d x 4s, 5d x 5s, o en situaciones con mayor cantidad de decisiones y sucesos inciertos? ¿O qué habilidades son necesarias para elegir en una situación donde las decisiones en juego exigen una interacción entre intereses individuales y colectivos y, además, el bienestar de algún agente puede resultar afectado (situación propia de un dilema moral)? Las reglas que supone un análisis formal, para tomar la mejor decisión posible, requieren la existencia de entornos con información perfecta y una claridad plena en el agente sobre sus preferencias en el momento de elegir. En relación con el segundo aspecto, de acuerdo con Naishtat (1994), un agente es racional en la medida que satisfaga las siguientes cuatro condiciones: conoce sus preferencias; el conjunto de preferencias es jerárquico y coherente, de tal forma que se pueda asignar un orden numérico de utilidad a cada una de estas de forma creciente; el agente sabe qué medios necesita para satisfacer sus preferencias; y en estas condiciones el agente utiliza los medios con el propósito de escoger la alternativa que reporte un mayor grado de utilidad (criterio de optimización). Estas condiciones necesarias de racionalidad y la exigencia de un análisis formal de la decisión permitió el surgimiento, como alternativa teórica en la segunda mitad de siglo xx, del concepto de racionalidad limitada (Kahneman 2003 [2002]; Pena 2005; Simon 1978, 2000). Simon (1978, 2000) plantea una diferencia entre racionalidad sustantiva y racionalidad procedimental. La primera, corresponde al estereotipo de homo oeconomicus o agente racional. El objetivo principal en este caso consiste en maximizar la utilidad personal. Y la segunda, exige una distinción entre el mundo o estado de posibilidad que ofrece éste y la percepción que tiene el agente para evaluar sus alternativas de elección. La racionalidad procedimental o limitada hace énfasis en los recursos de un agente para decidir, en relación a sus restricciones cognitivas y la presencia de un entorno impredecible para el decisor. Esta concepción sugiere que los individuos tienden a ser satisfactores en vez de maximizadores, es decir, por lo general los individuos eligen una opción con la cual se sienten satisfechos, aunque esta no sea la mejor, en vez de identificar y elegir la mejor alternativa posible. La investigación experimental de Kahneman (2003 [2002], 2012 [2011]), a partir de esta concepción de racionalidad limitada, conduce a elaborar un mapa que indica las características de esta arquitectura cognitiva en la toma de decisiones. La racionalidad es limitada en tanto:
Las elecciones de los agentes no están exclusivamente determinadas por un objetivo general como pudiese ser la maximización del nivel de utilidad y por el entorno que rodea al sujeto, sino también por el conocimiento del mundo de aquellos que toman las decisiones, de su habilidad para recordar y extraer conclusiones, de la incapacidad para afrontar la incertidumbre, incluso de su incapacidad para integrar sus deseos en competencia. La racionalidad es limitada por la sencilla razón de que estas habilidades se encuentran severamente condicionadas. Por consiguiente, la conducta racional está tan severamente limitada por el entorno interno o los procesos personales como por el externo (Pena 2005 37).
En síntesis, la noción de agente racional constituye un punto de partida conceptual que posibilita un análisis formal de la decisión, en otras palabras, un trato matemático a la forma supuesta en que los agentes deciden en condiciones de incertidumbre. En este caso el agente conoce a plenitud sus preferencias con su respectiva jerarquía de utilidad, lo que impide la existencia de una incertidumbre endógena, interna o epistémica; pero, a pesar de contar con la información pertinente para elegir, es inevitable la presencia de incertidumbre exógena, externa u ontológica. De ahí la importancia de estimar la probabilidad o posible ocurrencia de sucesos inciertos asociados a cada elección y la medición de la utilidad esperada a obtener en las alternativas de respuesta. La teoría de elección racional que subyace a la teoría de la utilidad esperada, propuesta durante la modernidad, representa una consideración normativa en torno a la decisión. Esta no señala una explicación satisfactoria de cómo los agentes deciden, como luego es demostrado, en la segunda mitad de siglo xx, por los hallazgos experimentales en psicología básica y las consecuentes propuestas teóricas de Simon (1978, 2000) y Kahneman (2003 [2002], 2012 [2011]). Asimismo, la sugerencia normativa implícita a la concepción moderna de utilidad esperada resalta un tratamiento singular de la incertidumbre, al menos ontológica, esto es, precisar el suceso o conjunto de posibles sucesos inciertos que acompañan toda posibilidad de elección y estimar su respectiva probabilidad de ocurrencia. Esto con el propósito de obtener una utilidad esperada en cada opción. A propósito de las restricciones descritas por la psicología contemporánea, de una racionalidad limitada, ¿es posible avisorar otra sugerencia normativa en un tratamiento singular de ambas versiones de la incertidumbre (epistémica y ontológica)?
La sabiduría, y su relación con la deliberación en incertidumbre, es un tema de especial interés para la filosofía y la psicología. Por una parte, basta con señalar la interpretación contemporánea sobre la sabiduría práctica que algunos autores retoman de la Ética a Nicómaco en Aristóteles (Aubenque 1999; Lopera 2016; Nussbaum 1995a [1990], 1995b [1986], 1996 [1993]). En tal caso, la sabiduría se postula como recurso valioso para deliberar en la indeterminación; “esa indeterminación en la que se encuentra la ética a la hora de tratar conflictos prácticos” (Camps 2013 402). La reflexión de Aristóteles, sobre la contingencia y la deliberación para elegir, constituye el antecedente filosófico que genera un mayor interés en la filosofía contemporánea (Camps 2013; Schwartz & Sharpe 2010). De otro lado, la sabiduría también es un problema de interés científico en psicología, especialmente, a partir de la segunda mitad de siglo xx (Hall 2010; Sternberg 1994, 2003). Por ejemplo, Baltes y Smith (1994 117) conciben la sabiduría “como un sistema de conocimiento experto sobre la pragmática de la vida”. Una forma de conocimiento experto que, según los autores, es valioso en función del “curso, la variación, las condiciones, la conducta y el significado de la vida” (p. 109).
Un saber que se adquiere por experiencia y es útil en acertijos de la vida que exigen un juicio, una virtud o una decisión moral. Estos acertijos se caracterizan por tener un alto nivel de incertidumbre; no es posible identificar un algoritmo moral que permita saber con precisión la mejor alternativa a escojer en diversos dilemas morales; se pone en juego el bienestar de quien decide en relación con el bienestar de otras personas; y exige del decisor una respuesta que tiene implicaciones morales en torno a la convivencia y la forma como asume su vida. De ahí que la sabiduría también se entienda, desde la psicología, como una forma de saber experto sobre asuntos morales de la vida. En este caso, de acuerdo con Yañez, Corredor y Pacheco (2009 263):
El concepto de sabiduría tiene una larga historia en la filosofía y religión oriental y occidental. Pero en la psicología este término se reintrodujo en dos vertientes de pensamiento diferentes. Por un lado, en la obra de Erikson y sus primeras formulaciones del ciclo vital, y por otro, como un campo particular de la experticia estudiada en la ciencia cognitiva. Pasando por encima las diferencias entre estas posiciones, lo fundamental de este concepto fue el establecer una distancia con los análisis formalistas de la psicología cognitiva y del desarrollo. El hombre sabio simplemente es aquel que ha logrado una flexibilidad para analizar las situaciones y es aquel que tolera la incertidumbre en todo proceso de decisión.
La referencia a la obra de Erikson, autor reconocido por sus contribuciones teóricas a la psicología del desarrollo en la segunda mitad de siglo xix (Hall 2010; Yañez y otros 2012), indica el interés en principio por el estudio de la sabiduría en la vejez, como un rasgo posible al final del ciclo vital. Y la experticia implica una habilidad que se agudiza con la acumulación permanente de vivencias, de acertijos que demandan sabiduría. Yañez y otros (2012) estiman que las diferentes propuestas teóricas implícitas (aquellas que buscan examinar la compresión de la sabiduría en la psicología popular y el uso que hacen las personas de esta idea en su vida cotidiana) y explícitas (aquellas que tienen como objeto un abordaje científico de la sabiduría a través, por ejemplo, del diseño experimental, baterías psicológicas y la medición objetiva) que se tejen sobre la sabiduría9 guardan en común las siguientes características: 1. Interés por estudiar habilidades en el desarrollo humano distintas a la creatividad y la inteligencia que demandan un desempeño cognitivo en tareas concretas; en tal caso, a diferencia de estas dos habilidades, “la sabiduría al contrario es el espacio de la incertidumbre, la flexibilidad en el juicio y la riqueza en el reconocimiento del contexto” (p. 279). 2. La sabiduría exige reconocer que el conocimiento y la acción humana hace parte de un escenario interpretativo y contextual. 3. “El ser humano y su estudio demandan teorías que procuren entender su funcionamiento de manera holista y con procesos totales que funcionen de manera armónica con contextos vivenciales y culturales particulares” (p. 280). 4. El desarrollo humano demanda una comprensión cada vez mayor de la complejidad humana en sus interacciones sociales. De ahí, por ejemplo, la importancia de la flexibilidad en el juicio moral. 5. La sabiduría se concibe como capacidad para emitir juicios en asuntos de la vida y la interacción humana. Entre algunas categorías relacionadas con esta habilidad:
(…) capacidad de formular preguntas, de manejar la incertidumbre, de ser flexibles y reconocer las particularidades del contexto, el relativismo en el sentido de desprenderse de las reglas rígidas para poder descifrar las demandas del contexto y poder proponer pautas de análisis o planes de acción que sean sensibles a las demandas e historias particulares (280).
En el espectro de estas características nos interesa señalar que un punto de encuentro entre la filosofía y la psicología, a propósito de la sabiduría, es un tratamiento singular de la incertidumbre. Una perspectiva que difiere del cálculo racional para elegir, presente como sugerencia normativa en la Teoría de la Utilidad Esperada. Recordemos que en este último caso se estima una ausencia de incertidumbre epistémica, en tanto el agente racional conoce con detalle la naturaleza de sus propias preferencias y actúa en función de estas, estimando a su vez la propabilidad de sucesos inciertos propios de la incertidumbre externa u ontonlógica. En cambio, en la filosofìa, retomando especialmente la ética propuesta por Aristóteles y algunas interpretaciones contemporáneas de estas ideas, según Aubenque (1999), dos elementos centrales que relacionan la sabiduría con la incertidumbre como contingencia que rodea toda deliberación son: primero, una relación cómplice con el azar y segundo, una conciencia de finitud o sabiduría de los límites. Esta relación cómplice con el azar implica reconocer que toda deliberación en incertidumbre constituye un arte falible, es decir, toda deliberación comporta por defecto un riesgo, “incluso infinitesimal, de fracaso” (p. 131).
Quien delibera con incertidumbre capta un conjunto de posibilidades, elige una posibilidad y, sin embargo, no puede garantizar con certeza que tal opción constituya la mejor alternativa posible. Las variaciones impredecibles por azar pueden alterar el curso de la opción elegida; también, baraja continuamente las oportunidades de elección. De acuerdo con Nussbaum (1995a [1990] 130) “la buena deliberación es como la improvisación teatral o musical, donde lo que cuenta es la flexibilidad, la sensibilidad y la apertura a lo externo. Apoyarse aquí en un procedimiento numérico no sólo es insuficiente sino un signo de inmadurez y debilidad”. El grado de azar contenido en el entorno que rodea toda elección en ocasiones se resiste a la predicción. Especialmente, en aquellos acertijos de la vida que demandan un juicio o una decisión moral. En este caso, la improvisación, similar a la ejecución de un músico virtuoso de jazz que sigue una partitura (algo así como la experiencia que da contenido a la sabiduría) e introduce alteraciones singulares en función de las más variadas circunstancias, constituye un recurso que se sirve del azar, de la ignorancia y el azar para deliberar en incertidumbre. Lo que en principio fue una suerte de Jazz Standard (temas con diversos intérpretes que adquieren reconocimiento durante la historia en la comunidad de músicos, por ejemplo: Summertime, Round Midnight, All of Me, Stardust, entre otros), con el tiempo adquiere cambios por decisiones del intérprete que se alimentan de la experiencia. De ahí que existan múltiples versiones de los Jazz Standard que se tejen en los Jam Sessions o sesiones de improvisación de Jazz. Y que dan lugar, en situaciones posteriores, a la creación de nuevos Jazz Standard. De hecho, Schwartz & Sharpe (2010), se refieren a la sabiduría práctica, a propósito de la improvisación para deliberar con sabiduría en incertidumbre, como un jazz moral. En otras palabras, quien ejerce sabiduría para decidir en incertidumbre es similar a un músico que sigue una partitura (experiencia de vida) sobre la cual introduce, de ser necesario gracias a la exigencia de casos singulares, algunas variaciones novedosas de elección. Este no percibe la indeterminación del azar como una fuente problemática de incertidumbre, antes bien, se sirve del azar como un recurso para improvisar en su arte. El músico o aquel que delibera con sabiduría obtiene, en cualquier resultado posible, un feedback valioso que articula a su experiencia.
El segundo elemento, la sabiduría de los límites, es consecuencia de un conocimiento de sí mismo. Desde esta perspectiva, “el «conócete a ti mismo» no nos invita a encontrar en nosotros mismos el fundamento de todas las cosas, nos recuerda, por el contrario, la conciencia de nuestra finitud: es la fórmula más elevada de la prudencia griega, es decir, de la sabiduría de los límites” (Aubenque 1999 189). Quien delibera con sabiduría se reconoce finito y en consecuencia decide con prudencia. La ignorancia y el azar representan dos puntos de referencia para tomar decisiones. Y ambos varían en función de la experiencia acumulada y el nivel de indeterminación presente en cada situación. Al respecto, Kitchener y Brenner (1994) plantean que “la sabiduría se ha visto asociada a una consciencia de los límites del propio conocimiento personal, los límites generales del saber humano, y la limitada certeza con la que se pueden resolver los problemas mal definidos” (p. 252). En función de esto, la sabiduría demanda “reconocer la naturaleza dialéctica del saber y a la vez tener disciplina y humildad para estudiar y escoger la mejor opción posible” (p. 252). La sabiduría de los límites propios o consciencia de nuestra finitud es consecuencia de un conocimiento de sí mismo, de “ocuparse de uno mismo, cultivarse, cuidar de sí” (Lopera 2016 225). Una vuelta sobre sí mismo, cuando se delibera con sabiduría en incertidumbre, implica entonces un conocimiento de sí mismo, que deriva en una consciencia de finitud y una relación cómplice con el azar a través de la improvisación, es decir, con la articulación armónica entre experiencia y deliberación según lo requiera cada situación particular. Donde el riesgo, en función del nivel de incertidumbre, de alguna manera es inevitable. En relación con esto, Lopera introduce algunas ideas adicionales importantes a tener en cuenta:
...el conocimiento obtenido por deliberación – adecuado o no - es siempre aproximado, no acabado, puesto que en el caso de la prudencia (y de las decisiones humanas existenciales) hay siempre un elemento azaroso, contingente, que implica actuar dentro de un margen de “indeterminación” (imposibilidad de conocimiento), de allí que se trate de una apuesta o decisión tomada.
Por lo anterior, la deliberación ha de ser contrastada en la experiencia, puesta a prueba, examinada por medio de sus efectos en la práctica existencial. Así puede ser corregida, mejorada, modificada, vigorizada. El sujeto va adquiriendo un hábito, un modo de ser caracterizado por esa actitud ética de llevar a la práctica su teoría, su modo de pensar y deliberar. Se trataría de una contrastación dialéctica entre el discurso y la práctica existencial, en un diálogo que transforme ambos aspectos. (Lopera 2016 235)
La contrastación y el hábito constituyen dos aspectos que guardan relación con un retorno sobre sí mismo. Las decisiones morales o existenciales se resisten a un cálculo numérico por el alto nivel de incertidumbre que contienen las mismas y el carácter singular de cada situación que demanda, por ejemplo, flexibilidad en el juicio y la decisión. Quien delibera con sabiduría, en este tipo de decisiones, cuida de sí mismo; es consciente de su finitud (y por lo tanto, de su ignorancia como un límite y posibilidad); establece una relación cómplice con el azar (en tanto reconoce que la deliberación es un arte falible y además se representa la indeterminación como un escenario de contingencias positivas, negativas o neutras en el arte de la improvisación); contrasta sus deliberaciones con la experiencia y desarrolla hábitos que le permiten incorporar en sus acciones el saber contenido en sus propias experiencias. La sabiduría como un recurso de elección se transforma continuamente, de ahí la corrección, mejora o modificación, a través “de una gama de experiencias vitales” (Haidt 2006 187). Desde esta perspectiva, quien ejerce sabiduría para decidir tiene a su disposición un saber y vive aquello que sabe. Manifiesta en su vida una interconexión entre ambos aspectos. Por ejemplo, proclama el ejercicio de la justicia y al mismo tiempo vive la justicia para con sí mismo y los demás. De ahí la relación dialéctica entre lo que dice y hace.
En definitiva, el cálculo racional para elegir, tal como se representa en la Teoría de la Utilidad Esperada, por un lado, constituye una ficción explicativa. Y así lo demuestran los estudios contemporáneos en psicología que resaltan la racionalidad acotada o limitada en las decisiones y, por otro lado, representa una sugerencia normativa débil en decisiones morales o existenciales que comportan un alto nivel de incertidumbre. Lo que no excluye la posibilidad de calcular y medir opciones en algunas circunstancias donde esto sea posible. Por ejemplo, en decisiones económicas donde, de forma habitual, se mide el costo y beneficio de cada alternativa de respuesta para elegir. Sin embargo, suponer un conocimiento pleno de las preferencias personales y estimar la probabilidad de un suceso incierto en una decisión moral, implica una estrategia impertinente que merece una discusión. En este escenario, la deliberación con sabiduría comporta una relación singular con la incertidumbre que no está regida por la medición. Antes bien, se sirve de un juego con la incertidumbre, de un retorno sobre sí mismo. En el siguiente apartado desarrollamos con mayor atención este último concepto que tiene dos dimensiones estrechamente vinculadas, la ignorancia y el azar. Esto con el propósito de resaltar la interacción que se teje entre la deliberación con sabiduría y las circunstancias, con sucesos imprevistos, que demandan continuamente una elección.
Toda decisión implica optar por una alternativa. Una apertura y un cierre. Para que una decisión sea posible es necesario contar con al menos dos opciones de respuesta. En este caso, ambas alternativas, por defecto, están precedidas por un grado de ignorancia y por la indeterminación característica del azar. En el orden de la ignorancia, ¿qué conocimiento albergamos sobre los atributos y consecuencias de cada alternativa de respuesta? La amplitud o estrechez de tal conocimiento configura la primera forma de incertidumbre, esta hace referencia a limitaciones epistémicas presentes en el decisor. En el orden del azar, ¿cuál es el nivel de aletoriedad presente en el contexto que exige tomar una decisión? De acuerdo con Mandelbrot (1996), el azar puede manifestarse de forma benigna, salvaje o lenta. Estas manifestaciones dependen del nivel de indeterminación y posible predicción de los acontecimientos. Y en las tres está presente la irregularidad. Es decir, un suceso es azaroso en cuanto su expresión acontesca de forma irregular, sin un patrón establecido. En el azar benigno la predicción es posible, aunque no exacta, y la indeterminación es aceptable. En el azar salvaje la predicción es imposible y el nivel de indeterminación intolerable. Y el azar lento constituye un azar benigno que se comporta como salvaje. A gran escala, en el tiempo, los sucesos con azar lento son predecibles pero a pequeña escala temporal estos no son predecibles por la lentitud presente en los cambios. De ahí que la evolución por selección natural sea un ejemplo central en este caso (Mandelbrot 1996). Existen incertidumbres que son singulares y otras que son compartidas (Taleb 2011 [2007]). Es decir, el nivel de incertidumbre es distinto para cada persona, en relación con su nivel de ignorancia y el contexto habitual o imprevisto donde cada cual toma decisiones (Taleb 2009 [2004], 2011 [2007]; Kahneman 2012 [2011]; Rivera 2007). Y a su vez esta es compartida, en tanto el nivel de ignorancia es similar y el contexto de elección es indéntico para un conjunto de decisores. El nivel de incertidumbre y riesgo en cada decisión varía en función del nivel de azar e ignorancia presente en la percepción de las alternativas de respuesta. Hay un alto nivel de incertidumbre cuando hay un alto nivel de ignorancia y el azar presente en el contexto de elección es salvaje, por lo tanto, el riesgo para el decisor es igualmente alto. Y existe un bajo nivel de incertidumbre cuando hay un bajo nivel de ignorancia y el azar presente en el contexto de elección es benigno, por lo tanto, el riesgo para el decisor es bajo.
Al respecto, Taleb (2011 [2007] 450) afirma que “la distinción entre incertidumbre epistémica y óntica es importante desde el punto de vista filosófico, pero absolutamente irrelevante en el mundo real. Cuesta muchísimo desentrañar la incertidumbre epistémica de la más fundamental”. En otras palabras, en un dominio de incertidumbre, de acuerdo con el autor, la ignorancia y el azar son indisociables. Además de conservar un nivel de ignorancia, es difícil prever el nivel de azar presente en cada contexto que exige tomar una decisión. El agente racional, en estos casos, procura conocer a la perfección sus preferencias y estima con el mayor grado de exactitud posible la problabilidad de sucesos inciertos presentes por la incertidumbre exógena. En cambio, el agente que ejerce la sabiduría para deliberar en incertidumbre reconoce sus limitaciones en ambos sentidos y, en consecuencia, decide con prudencia. Especialmente, en aquellas decisiones morales o existenciales con alto grado de incertidumbre. Esto no implica una ausencia de interés por la predicción en cualquier dominio de elección. Avisorar estados posibles en cada decisión constituye igualmente un recurso imaginativo en la deliberación (Nussbaum 1995a [1990], (1995b [1986]). Además, el heurístico representa un recurso de elección cuando el tiempo es corto para decidir. Incluso, el ser humano hace uso de esta posibilidad tomando como base sus creencias a través del recurso heurístico. De acuerdo con Rivera (2007 17): “El bajo nivel de conocimiento que tiene el lego sobre ciertos estados del mundo, lo obliga a recurrir a estas reglas… Desde sus creencias describen “posibles” estados del mundo… Tanto el experto como el lego hacen uso de estas probabilidades subjetivas al evaluar eventos con bajos grados de conocimiento”. El experto también hace uso de estas reglas. No sólo es un recurso del lego, ante el bajo nivel de conocimiento, en tanto que estas reglas son sedimentos de experiencias. Ahora bien, deliberar con sabiduría no implica sustraerse de imaginar estados posibles o renunciar al heurístico para decidir en incertidumbre. Recordemos que esta sugerencia, a diferencia del agente racional, tiene como punto de partida la condición de racionalidad limitada presente en las decisiones. El agente que delibera con sabiduría entonces, imagina estados posibles y hace uso de la heurística para decidir. Pero está pendiente que tales recursos, por ejemplo, no materialicen un prejuicio cuando una alternativa se percibe con mayor atracción que otra. De ahí la importancia de un cuidado permanente de sí mismo.
La objeción de Kahneman (2003 [2002]) a Bernoulli (1954 [1738]) expone una característica frecuente en el tratamiento moderno de la toma de decisiones, esto es, una ausencia de tensión en el lenguaje descriptivo y normativo. En la medida que Bernoulli (1954 [1738]) presenta una posible explicación de la decisión en condiciones de incertidumbre, este desarrolla una sugerencia normativa sobre cómo los agentes deben decidir de forma razonable. La tesis principal que presentamos en este artículo sugiere la deliberación con sabiduría como un recurso más adecuado para decidir en incertidumbre. La propuesta explicativa que deriva de la ciencia de la medición propone una reducción de la incertidumbre; contrario a la opción ética de elegir con sabiduría cuyo punto de partida es un retorno sobre sí mismo. En otras palabras, la deliberación con sabiduría centra su atención en principio en un cuidado de sí mismo reconociendo de forma permanente las limitaciones epistémicas e irregulares, propias del azar, para elegir. Y esto especialmente en aquellos casos donde se toman decisiones morales. Es decir, en decisiones que tienen un efecto en el bienestar personal y colectivo, y el nivel de incertidumbre, por la singularidad de las circunstancias, es alto. La sabiduría como un recurso para decidir, adquirida por experiencia, representa en la actualidad un objeto de interés para la filosofìa y la psicología. De una parte como sugerencia ética para deliberar en incertidumbre. Y de otra parte, como objeto de estudio científico en seres humanos que han logrado incorporar un saber que les permite tener la suficiente flexibilidad, en el juicio y la decisión, para evaluar con discernimiento las circunstancias y emitir una repuesta que exhibe una relación armónica entre la deliberación y la experiencia adquirida. Entre la deliberación y la improvisación similar a una ejecución virtuosa de jazz.