Resumen: Se sostiene que la distinción entre empirismo y realismo en la propuesta de Anjan Chakravartty es una cuestión de grado y no una distinción entre características que delimiten la naturaleza de las decisiones ontológicas tal que resulten inconmensurables. La stance empirista es el grado cero de un continuo de compromisos ontológicos plausibles y un límite regulativo del compromiso metafísico posible. Son un conjunto de afirmaciones dadas, aun cuando se cuente con valores que generan estándares. Se propone ampliar el espacio colaborativo de la epistemología voluntarista y considerar en el plano epistémico la existencia de afirmaciones evaluables bajo la norma de la metafísica naturalizada.
Palabras clave:stancesstances,empirismoempirismo,realismorealismo,ChakravarttyChakravartty,compromisos epistémicoscompromisos epistémicos.
Abstract: This article will suggest that the distinction between empiricism and realism in Anjan Chakravartty’s proposal is a matter of degree and not a distinction between characteristics that delimit the nature of ontological decisions such that they are incommensurable. The empiricist stance is the degree zero of a continuum of plausible ontological commitments and a regulatory limit of the possible metaphysical commitment. These commitments are not definable as general attitudes, but only in relation to a set of given claims, even when values that generate standards can be accounted for. An extension of the collaborative space of voluntarist epistemology is thus proposed. At the epistemic level the existence of evaluable statements should be considered under the Norm of Naturalized Metaphysics.
Keywords: stances, empiricism, realism, Chakravartty, epistemic commitments.
¿En qué se diferencia el empirismo del realismo? Una observación crítica a Anjan Chakravartty*
What Is The Difference Between Empiricism And Realism? A Critical Observation To Anjan Chakravartty

Recepción: 19 Febrero 2020
Aprobación: 19 Marzo 2020
Ireneo sabía pasarse las horas muertas sin encender la vela. … Ahora su percepción y su memoria eran infalibles. … Funes no sólo recordaba cada hoja de cada árbol de cada monte, sino cada una de las veces que la había percibido o imaginado. Era el solitario y lúcido espectador de un mundo multiforme, instantáneo y casi intolerablemente preciso. … Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer.
Fuente: Jorge Luis Borges, “Funes el memorioso”.
En este artículo buscamos elucidar en qué consiste la diferencia entre empirismo y realismo en el marco de la metafísica naturalizada y el voluntarismo epistémico de Anjan Chakravartty (2017). Tras analizar su descripción de las stances epistémicas empirista y metafísica, sostenemos que, tal como está planteada, se trata de una diferencia de grados en todos los ejes posibles de distinción, y que si se pretende una diferencia que delimite de manera estricta las stances, la empirista luce implausible. O bien se está cometiendo una falacia de hombre de paja, o bien debe entenderse como límite regulativo del compromiso metafísico, su grado 0. Por ello, solo es viable el realismo. Dado que el propio autor señala que la stance metafísica se adopta “en un grado u otro” (Chakravartty 2015 170) y que toda actitud epistemológica es metafísica, se confirma que la diferencia entre stances es de grados y no de tipo inconmensurable, como también sugiere Chakravartty, contradictoriamente. Disolver esta contradicción adoptando el gradualismo metafísico robustece el marco trans-stances en el cual desarrollar una epistemología voluntarista colaborativa que afronte el riesgo de estancamiento. En primer lugar, presentamos la propuesta general del autor en sus trabajos de 2004, 2015 y 2017 referidos a las stances epistémicas. Luego analizamos las zonas de diferenciación que se establecen entre empirismo y realismo, dadas las caracterizaciones de las stances empirista y metafísica. A continuación señalamos los problemas de esa conceptualización para una distinción en la naturaleza de las stances, tal que las delimite nítidamente como conflictivas, y argumentamos que la diferencia es de grado y hace inverosímil el empirismo, disolviéndose la inconmensurabilidad sugerida. Por último, aludimos al modo en que este resultado puede reducir el riesgo de estancamiento propio del relativismo que acecha al voluntarismo epistémico y amplía el aspecto colaborativo de la epistemología voluntarista.
En Scientific Ontology, Anjan Chakravartty (2017) propone, ya desde el subtítulo del trabajo, adoptar la norma de la metafísica naturalizada (en adelante, nmn) e integrarla a la epistemología voluntarista. La nmn demanda identificar los límites y el alcance de la ontología científica con la teorización ontológica suficientemente informada por la investigación científico-empírica, o sensible a ella. Pero esto no resuelve por sí mismo cuál debe ser la ontología científica con la cual comprometerse porque hay puntos de vista contradictorios sobre el alcance y los límites apropiados de lo que es “suficientemente” informado por la investigación científico-empírica. El voluntarismo epistémico, por su parte, indica que la decisión de aceptar o no la teorización ontológica sobre cierta región de los temas de la ciencia está sometida en algún aspecto y de modo indirecto a libre elección, es decir, que es posible ejercer algún tipo de control voluntario sobre los propios estados doxásticos: creencia, incredulidad y suspensión de la creencia. O, de manera más rigurosa, que diferentes compromisos y estrategias para tomar esas decisiones pueden ser igualmente racionales (Chakravartty 2015).
La mencionada elección, sin embargo, no impacta en el nivel de las creencias (uno no elige directamente qué afirmaciones creer como verdaderas), sino solo en el nivel de lo que Chakravartty, siguiendo críticamente a Fraassen, llama stances epistémicas. Son ellas las que determinan (ya no “libremente”) los estados doxásticos respecto a la evidencia. La idea del compromiso voluntario en el contexto de la ontología científica, entonces, se aplica a las stances en primera instancia, y solo de ese modo, secundaria o indirectamente, a la creencia. Una stance epistémica es un conjunto de estrategias y compromisos que conforman una orientación o actitud con respecto a las afirmaciones ontológicas, y definen el modo en que se generan las creencias para un agente. Una stance se expresa en algunas políticas epistémicas para afrontar la determinación de si ciertas afirmaciones son aptas para la creencia o más bien merecen la suspensión del juicio frente a ellas. Las stances, según el autor, no son objetos de creencia, más bien de adopción, y por ello no son vulnerables a los argumentos en el sentido técnico-filosófico de lo que cuenta como argumento.
Si consideramos el alcance del compromiso ontológico posible, es decir el área de evaluación ontológica, como algo que puede variar de manera racional como una función de diferentes stances, la concepción de la racionalidad en cuestión deberá ser “permisiva” en el sentido de que acepte (potencialmente) que más de una stance y más de un conjunto resultante de creencias cuenten como racionales, dadas las consideraciones probatorias. Lo que se necesita es, por lo tanto, una comprensión de la racionalidad que sea apropiadamente permisiva, pero que no admita un comportamiento epistémico que se consideraría indeseable desde un punto de vista neutral o trans-stances.
Esta racionalidad permisiva, según el autor, supone coherencia interna en dos aspectos: uno lógico y otro pragmático. El primero exige a cualquier stance que no conduzca a creencias que se contradigan entre sí o a grados de creencia que violen los axiomas básicos de la probabilidad. Este aspecto debe combinarse apropiadamente con la consideración de que cada stance no está asociada de manera unívoca a un conjunto dado de proposiciones, pero no nos detendremos en ello. El segundo aspecto, la coherencia pragmática, exige a cada stance que no conduzca a creencias en tensión con las actitudes y orientaciones de sí misma. Ambos aspectos refieren a una coherencia interna y por tanto no apelan a ningún nivel exterior trans-stances. De todos modos, el requisito mismo de coherencia interna (lógica y pragmática) sí es trans-stances, así como lo son el compromiso epistémico con la búsqueda de conocimiento y con el respeto por la evidencia. De manera que en un nivel trans-stances se sitúan tanto el requisito de coherencia interna como los compromisos epistémicos. Al primero se refiere específicamente Chakravartty con la noción de racionalidad, aunque podría sostenerse que los compromisos epistémicos nombrados son elementos de la racionalidad epistémica requerida. Ahora bien, mientras el respeto de la coherencia interna quizás sea decidible de algún modo (es decir, presumiblemente podría haber acuerdo en que una cierta stance es coherente, aun entre quienes no se inscriben en ella), los compromisos epistémicos de búsqueda de conocimiento y respeto por la evidencia parecen no ser del mismo tipo. Estos últimos compromisos son los que se operativizan en las políticas epistémicas de una stance, generando estándares de evaluación que pueden ser diferentes a los de otra stance, situación que parece no darse con respecto a la racionalidad como coherencia lógica y pragmática, acerca de la cual los estándares pueden presumirse compartidos. Se volverá sobre el nivel trans-stances en el cuarto apartado y en las conclusiones.
Entonces, ¿qué debate puede haber entre quienes sostienen stances en conflicto con el supuesto de que la coherencia interna agota la racionalidad compartida? Cuando las partes en un desacuerdo mantienen posiciones que son mutuamente incompatibles (Chakravartty 2017), pero defendibles dados los valores y estándares de evaluación adoptados por cada uno, parece predecible una cierta solidez del desacuerdo. Una epistemología (voluntarista) colaborativa sería aquella que nos permitiera articular nuestras stances, poner nuestros valores epistémicos sobre la mesa para que los examinemos nosotros y los demás, explicar cómo y por qué los adoptamos, invitar a otros a sentir empatía y alentar lo mismo con respecto a nuestros interlocutores. Aun así, según el autor, hay razones de principio para esperar que este desacuerdo no pueda resolverse por medio de argumentos racionales.
Chakravartty identifica dos niveles que deberían distinguirse en el análisis de las decisiones acerca de qué creencias ontológicas adoptar. Por un lado, el nivel en que efectivamente se encuentran las afirmaciones (ontológicas) que son designadas como aptas para la creencia o sobre las cuales se debería suspender el juicio, nivel que el autor califica como propiamente ontológico. Ahora bien, esta distinción entre afirmaciones en el nivel ontológico se encuentra condicionada por la stance epistémica que el agente sostenga. Esto hace parte de un nivel diferente, el epistémico, que sería lógicamente anterior a las decisiones en el nivel ontológico. Además, agentes que adoptan una misma stance epistémica pueden sostener políticas epistémicas distintas, cuya aplicación determina diferentes niveles de compromiso ontológico.
En el nivel epistémico se encuentran los requisitos de racionalidad y de compromiso epistémico ya mencionados; también lo que fundamentalmente evalúa una stance frente a un conjunto de afirmaciones, es decir, el grado y valor de su vulnerabilidad empírica, su poder explicativo, y de ello, el riesgo epistémico que se corre admitiendo esas afirmaciones como aceptables para la creencia o no haciéndolo, así como si se está dispuesto o no a tomar ese riesgo. El riesgo epistémico es una medida de la confianza que tiene el agente para juzgar correctamente el valor veritativo de una proposición. Cuanto mayor es la confianza, menor el riesgo percibido. Y agentes posicionados en diferentes stances estarán dispuestos a correr grados de riesgo distintos. La vulnerabilidadempírica es la susceptibilidad de un supuesto ontológico a la prueba empírica, y está asociada a decisiones acerca de cuán lejos de ella es posible ir. El poder explicativo es la medida en que un postulado ontológico satisface criterios asociados con buenas explicaciones de fenómenos que se busca dilucidar y el valor que a ello se le otorga. Nótese que el riesgo epistémico es la medida de una percepción subjetiva, al tiempo que la vulnerabilidad empírica y el poder explicativo, si bien serían propiedades de las afirmaciones (o conjuntos de ellas), se operativizan para la evaluación de un conjunto de afirmaciones por medio de actitudes también subjetivas: las decisiones de cuánto alejarse de la vulnerabilidad empírica y la valoración otorgada al poder explicativo. Estas actitudes y decisiones posibles delimitan dos stances fundamentales en relación con la ontología científica.
Chakravartty destaca dos grandes stances que han llevado adelante el proyecto de una ontología científica. Se trata de la stance empirista y la metafísica. Dentro de la primera está incluido el instrumentalismo (Chakravartty 2017) y el antirrealismo en general (Chakravartty 2004), mientras que en la última deberían incluirse los realismos científicos (Chakravartty 2015).
La stance empirista ha sostenido una actitud epistémica cautelosa. Según ella, los límites de la precaución razonable se encuentran en lo que podemos detectar utilizando nuestros sentidos sin ayuda instrumental alguna, y la explicación no es una tarea imprescindible de la empresa científica. Por tanto, las afirmaciones ontológicas que van más allá de esos límites incurren en demasiado riesgo epistémico por su insuficiente vulnerabilidad empírica y la naturaleza poco convincente de la idea de que el poder explicativo equivalga a una forma de garantía epistémica. Las políticas epistémicas que esta stance aplica son básicamente (1) “Rechazar demandas de explicación en términos de cosas subyacentes a lo observable” y (2) “A fortiori, rechazar los intentos de responder a estas demandas teorizando sobre lo inobservable” (Chakravartty 2017 211). El autor advierte que esto no prohíbe a los científicos buscar explicaciones de observables en términos de inobservables, sino que impide que las consideremos conocimiento ontológico.
Por otra parte, la stance metafísica ha sostenido una actitud epistémica más audaz, dado que considera que el empirismo excluye al menos algún conocimiento del mundo que buscamos poseer y que está a nuestro alcance. Esta stance se toma seriamente el poder explicativo como fuerza probatoria y busca comprender entidades que no son accesibles a la detección por el uso exclusivo de las modalidades sensoriales humanas. Desde este punto de vista, las políticas epistémicas por aplicar son las contrarias a las de la stance empirista: (1) “Aceptar demandas de explicación en términos de entidades subyacentes a lo observable” y (2) “Tratar de responder a estas demandas teorizando sobre lo inobservable” (Chakravartty 2017 212).
Ahora bien, el compromiso metafísico posible implicado por esta stance es de un espectro amplio, pero se admite la variabilidad del compromiso ontológico dentro de ella según la magnitud de inferencias metafísicas que se esté dispuesto a aceptar. Una inferencia metafísica es un razonamiento con una significativa dimensión a priori, es decir, impulsado por consideraciones no empíricas, cuyo principal objetivo es proveer una explicación de un fenómeno observable en términos de entidades inobservables subyacentes. Es decir, una inferencia metafísica refiere a entidades tanto indetectables por los sentidos, incluso con instrumentos (por ejemplo, inobservables por principio), como a entidades que podrían ser detectables por medio de instrumentos, mas no por medio de nuestras capacidades sensoriales “sin ayuda” (Chakravartty 2015 171). Puede verse entonces que la gestión de distintas políticas epistémicas muestra la complejidad de la aplicación de una stance sobre un conjunto de afirmaciones, y la variabilidad de los compromisos ontológicos que se pueden producir de manera coherente en relación con una stance.
Chakravartty argumenta, mostrando evidencia textual de los debates entre realismo y antirrealismo, que el diferendo se encuentra en un “punto muerto” y que la situación es la de dos posturas irreconciliables. Los principios que dan lugar a las diferentes actitudes respecto a la ontología científica estarían en un metanivel y podría tratarse de principios inconmensurables por incorporar diferentes estándares de evaluación. Lo que se propone como argumentos a favor de una u otra posición solo convence a quienes ya están comprometidos en algún nivel con esa postura. En términos generales, el autor sostiene que las diferencias en el compromiso ontológico responden a discrepancias más profundas que no son conciliables por medio de razones, porque no se trata de creencias sino de actitudes y estrategias epistémicas que se adoptan o se rechazan. Discutiremos esta afirmación en el último apartado.
¿De qué se trata entonces este “desacuerdo profundo”? El autor remite a tres características enumeradas por Gurpreet Rattan (Chakravartty 2015), a saber: la fundamentalidad (es decir, la referencia a principios fundamentales), la intratabilidad (esto es, la falta de un terreno común suficiente para lidiar con el desacuerdo) y la intransigencia (trenchancy). Podría decirse que la relación entre estas dos stances debería ser, en cierta forma, de incompatibilidad. Este es un término que Chakravartty (2017) utiliza en algunas oportunidades y debe ser entendido en un sentido epistémico y pragmático. En primer lugar, debemos descartar que la incompatibilidad resida entre las afirmaciones que sostienen como creencias ontológicas una y otra stance. Recordemos que el diferendo se juega en qué afirmaciones de ese tipo son aptas para la creencia y cuáles no. Es decir, no es el caso que una stance sostenga la afirmación ontológica p mientras que la otra defienda ~p, sino que dada una afirmación ontológica, el caso podría ser que una stance la considere apta para la creencia (por ejemplo, sostenga efectivamente la verdad de p), mientras que la otra suspenda el juicio (es decir, no afirme p ni -p). Dicho de otro modo, el conjunto de las afirmaciones ontológicas que sostiene el empirista es también aceptado por el realista que, a su vez, agrega algunas, quizás muchas más. De manera que no hay incompatibilidad entre las stances en el plano ontológico.
En segundo lugar, en el plano epistémico, según el autor, no contamos con afirmaciones, sino con estrategias, compromisos y valores. Por tanto, no puede haber en este plano incompatibilidad lógica, porque estos elementos no son portadores de valores veritativos. Discutiremos esta aseveración en el apartado 5. Sin embargo, sí podemos predicar incompatibilidad pragmática en el plano epistémico, en el sentido de que no es posible adoptar una stance sin rechazar la otra. Las políticas epistémicas que definen al empirismo y las que definen al realismo son mutuamente excluyentes porque, como hemos visto, son contradictorias entre sí en su formulación misma. Uno no puede adoptar las políticas de una de estas stances sin socavar los compromisos de la otra. Este sentido pragmático de la incompatibilidad es el mismo en que se pide coherencia pragmática a una stance: se espera que no conduzca a creencias que minen sus propios objetivos y compromisos, aun cuando estos últimos no sean portadores de verdad.
Además de la incompatibilidad, Chakravartty (2017) sugiere, a través de referencias a trabajos que él ofrece como apoyo a su tesis del “desacuerdo profundo”, que entre las stances epistémicas hay inconmensurabilidad. Este modo de referirse a la relación entre las stances es acorde con la idea de que entre ellas hay discrepancia en los estándares de evaluación para determinar las zonas de posible compromiso ontológico, y esa discrepancia es fundamental e intratable.
Por tanto, dado que se trata de actitudes incompatibles pero además inconmensurables entre sí e intratables, el clivaje que distinga a una y otra debería ser radical, cualitativo, y no de grados. Proponemos aquí algunos vectores sobre la base de los cuales podrían distinguirse las stances empirista y metafísica (o realista) según el análisis de Chakravartty. Sostendremos, en el próximo apartado, que en ninguno de ellos la diferencia devenida sería radical y que, en cualquier caso, solo la stance metafísica goza de verosimilitud. Este puede ser un resultado compatible con las convicciones de Chakravartty, pero no parece ser el buscado por esta exposición acerca de las stances.
En primer lugar, las posiciones podrían diferenciarse en relación con qué tipo de cosas requieren explicación, es decir, con referencia a una posible meta de la ciencia. Mientras que los empiristas dudan de que los fenómenos observables requieran explicación en absoluto, quienes se posicionan en la stance metafísica sostienen que es epistémicamente valioso buscar esas explicaciones, y que además están a nuestro alcance. Es decir, la discrepancia está en el estándar generado por una y otra stance en la aplicación del compromiso epistémico con la búsqueda de conocimiento.
En segundo lugar, lo que calificaría como explicación, o más en general, como conocimiento genuino, puede también definirse según diferentes estándares. Aquí la divergencia se refiere a criterios de validación. Según los empiristas tal como son descriptos por Chakravartty, se trataría solo de aquello a lo que podamos acceder por los sentidos. En cambio, según los metafísicos podrían incluirse también las afirmaciones ontológicas sobre entidades inobservables que son temas explícitos de la ciencia, o incluso las que son parte de lo implícito en ellas (como por ejemplo la naturaleza de las propiedades o de las leyes). Posiblemente aquí el disenso opera sobre la manera adecuada de respetar la evidencia, es decir, otro de los compromisos epistémicos requeridos.
En tercer lugar, puede haber diferencias sobre dónde colocar los límites de la vulnerabilidad empírica. Desde el punto de vista empirista, según el autor, estos se trazan exactamente en los límites de las entidades observables por los sentidos humanos de manera directa. Quienes participan de la stance metafísica, por el contrario, pueden aceptar como suficiente un grado de vulnerabilidad empírica en presuposiciones ontológicas acerca de entidades no observables de manera directa por los sentidos humanos.
Por último, es posible trazar una distinción entre estas dos stances en virtud del valor epistémico otorgado al poder explicativo de una afirmación ontológica. Para los metafísicos, ese poder es valioso por cuanto hace que la afirmación de referencia pueda satisfacer legítimos requerimientos de explicación y también como garantía epistémica para la afirmación que lo porta. En contraposición, para los empiristas, el poder explicativo no es una forma de garantía epistémica en absoluto y además cuando se agranda la magnitud de la inferencia metafísica necesaria para que una explicación funcione, se vuelve menos comprensible y por tanto pierde poder explicativo. Más en general, para los empiristas a cierta distancia de los datos empíricos, es decir, tras cierta pérdida de vulnerabilidad empírica, los constructos teóricos pierden eficacia epistémica, porque el tipo de consideraciones probatorias y virtudes que influyen en la elección de teorías no ofrecen suficiente garantía epistémica (Chakra- vartty 2015).
Mientras que los criterios enumerados en el apartado anterior deberían distinguir la stance empirista de la metafísica al punto que resulten inconmensurables, argumentaremos que esa condición no se cumple. Por el contrario, en la lectura más verosímil de cada uno de ellos, estos vectores generan un continuo entre los compromisos ontológicos admisibles por empiristas y metafísicos, presumiblemente asignable a un continuo en las políticas epistémicas de ambas stances, es decir, en el metanivel. Ya hemos dicho que la stance metafísica implica también un continuo de compromisos ontológicos más o menos paralelo a la gradualidad de las inferencias metafísicas.
Respecto del primer criterio mencionado, los tipos de cosas que requieren explicación, es dudoso que en el debate epistemológico sobre las ciencias haya quienes no consideren en absoluto la explicación como una tarea de la ciencia. Lo que Chakravartty describe como la actitud empirista hacia la explicación no parece consistente con la práctica científica misma ni con el compromiso con la búsqueda de conocimiento, pero tampoco luce convincente para ser aplicado a ningún filósofo de la ciencia en el debate actual. En la mejor versión del vector, puede aceptarse que haya quienes den a la explicación mayor o menor prioridad en el programa de la ciencia (o de una disciplina o campo científico en particular), y que haya quienes evalúen de manera diferente la accesibilidad de esta tarea, es decir quienes la consideren más o menos alcanzable para la capacidad cognoscente humana.
En relación con el segundo criterio, qué respuestas al requerimiento de explicación calificarían como genuinas, resulta poco verosímil que haya científicos que limiten la aceptación a explicaciones que los comprometan con la sola existencia de entidades observables por los sentidos humanos desnudos. Es un conocimiento consensuado que la capacidad de los sentidos humanos es limitada de manera contingente, que otras especies observan más o menos entidades o propiedades, y que existen instrumentos de observación en que puede confiarse al menos tanto como en los sentidos directos. Si, además, suspendemos por un momento los clásicos problemas gnoseológicos de confiar en los sentidos (problemas dejados de lado en la argumentación sobre las políticas epistémicas y la vulnerabilidad empírica, aunque quizás merecerían alguna atención), puede tomarse la observación directa como un punto cero de la accesibilidad a las entidades, o dicho de otro modo, puede considerarse a las entidades observables (de manera directa) como un punto cero de un continuo de entidades más o menos observables o inobservables. Entonces, pueden ubicarse como “respuesta genuina” explicaciones que involucren el compromiso con entidades de una amplia gama de distancia con el acceso directo por los sentidos.
Por otra parte, no parece haber algoritmos que arrojen resultados dicotómicos sobre si una explicación dada es buena o mala. Hay algunos criterios que pueden considerarse, además del compromiso ontológico que suponen, pero aun así siempre nos movemos en un mar de explicaciones plausibles, rivales y más o menos probables. Los criterios son numerosos y combinables, arrojando una enorme variabilidad en el modo de evaluar una explicación, dentro de la cual la vulnerabilidad empírica es solo uno de los criterios por considerar.
De lo que hemos dicho en relación con el primer criterio se sigue que el tercero de ellos, acerca de los límites de la vulnerabilidad empírica, también genera un empirismo inverosímil. Los científicos utilizan instrumentos de todo tipo para acceder por medio de la percepción a las entidades que investigan, ampliando inevitablemente los límites de la vulnerabilidad más allá de las entidades observables de manera directa. Además, la propia observación directa no es considerada infalible por ningún científico ni filósofo, motivo por el cual las comunidades disciplinares cumplen un papel fundamental en la aceptación de cuáles son los fenómenos establecidos. De manera que, dado que la cuestión de la observabilidad es de grados, la de la vulnerabilidad empírica así planteada también lo es.
Asimismo, de lo que hemos dicho acerca del segundo criterio puede establecerse que el poder explicativo siempre tiene algún valor, que no es plausible imaginar científicos que no otorguen mérito alguno a la capacidad explicativa de una teorización científica, y por tanto al compromiso ontológico que ella supone. Definitivamente ese valor varía en función de diferentes elementos de contexto. Además, puede haber debates acerca de cuánto es ese valor (cuán valioso es el valor explicativo), y difícilmente alguien acepte que por sí mismo es una garantía epistémica de las afirmaciones ontológicas supuestas. Al mismo tiempo, será discutible en cada caso si aceptar esos compromisos vale el sacrificio de otros valores epistémicos (diferentes del explicativo). Una vez más, el espectro continuo de las inferencias metafísicas interviene en la conformación de una gradación continua del valor del poder explicativo de suposiciones ontológicas.
En la base de estos continuos y de la desaparición fáctica de la stance empirista tal como la describe Chakravartty encontramos la aceptación de que, además de los compromisos epistémicos y la racionalidad permisiva, las distintas posturas acerca de con qué estrategias decidir las afirmaciones aptas para la creencia comparten la importancia, mayor o menor, de valores como la vulnerabilidad empírica (o el reconocimiento de la importancia destacada de los sentidos como fuente de conocimiento) y la capacidad explicativa (o el reconocimiento de que explicar es parte de las metas de la ciencia en la búsqueda de conocimiento). Es decir, esto nos compromete con un marco trans-stances algo menos minimalista que el que nos presentaba originalmente el autor. De esta manera, se acota la intratabilidad del desacuerdo.
Si es correcto lo que acabamos de argumentar, en cada campo de diferenciación entre las stances empirista y metafísica, es decir entre el antirrealismo y el realismo, las entidades involucradas generan continuos donde la diferencia es de grado: el continuo de las entidades observables e inobservables, el de la valoración de virtudes epistémicas (entre ellas, el poder explicativo), el espectro de magnitudes de las inferencias metafísicas, y de aquí que también se vuelva una cuestión de grado la vulnerabilidad empírica y por tanto el riesgo epistémico.
Hemos mencionado que Chakravartty señala que la variabilidad del compromiso ontológico es compatible con la stance metafísica. Y más en general, que la aplicación de las stances a las preguntas de la ontología puede ser compleja, y no arrojar una misma respuesta aun partiendo de una misma stance. Una misma stance puede generar diferentes niveles de compromiso ontológico y además una misma persona puede ubicarse desde diferentes stances para juzgar distintas regiones del espectro de las inferencias metafísicas. Entonces, a la gradualidad de los continuos de los conceptos puestos en juego y valorados se agrega la variabilidad también gradual en la gestión de la aplicación de las políticas epistémicas de los agentes.
De manera que de los argumentos anteriormente expuestos puede concluirse que:
Se trataría de afirmaciones epistémicas (no lucen como ontológicas), pero trans-stances. Sin embargo, una vez más encontramos que la stance empirista quedaría descartada tal como ha quedado descripta por sus políticas epistémicas en el tercer apartado, por rechazar alguna de estas afirmaciones que devienen de los compromisos y valores identificados a nivel trans-stances, por ejemplo la que reconoce en las explicaciones algún grado de conocimiento, dado que a toda stance se le exige coherencia interna y satisfacción de los requisitos trans-stances.
De esta manera, se describen de un modo más verosímil las actitudes posibles hacia la ontología científica, considerando su variabilidad, respetando una epistemología voluntarista y con una base más robusta de condiciones de posibilidad para la colaboración entre agentes que adoptan distintas actitudes epistémicas. A su vez, queda abierto el problema de cómo tratar con las afirmaciones en el plano epistémico, que pueden involucrar compromisos metafísicos, sin sucumbir en circularidades ni peticiones de principios. Por último, sobre la base de la disolución de la dicotomía entre las stances empirista y metafísica, se ofrece para el análisis la inversión práctica de la secuencia lógica que va de las stances a las afirmaciones ontológicas y se propone que metodológicamente debería considerarse que el diálogo entre agentes comienza en el examen de afirmaciones particulares o conjuntos de ellas.
https://revistas.unbosque.edu.co/index.php/rcfc/article/view/3231/2798 (pdf)