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Juan Bautista Alberdi: modernidad y modernizaciones en el siglo xix
Bernardo Subercaseaux
Bernardo Subercaseaux
Juan Bautista Alberdi: modernidad y modernizaciones en el siglo xix
Juan Bautista Alberdi: modernity and modernization in XIX century
Estudios Avanzados, núm. 25, pp. 1-19, 2016
Universidad de Santiago de Chile
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Resumen: El artículo distingue conceptualmente modernidad y modernizaciones en un contexto decimonónico, para luego examinar la trayectoria del pensamiento de Juan Bautista Alberdi (1810-1884), estableciendo tres etapas según el énfasis que el autor hace en distintos componentes de la modernización. Se focaliza en uno de los ensayos finales de Alberdi, su libro sobre un empresario norteamericano: La vida y los trabajos industriales de William Wheelwright en la América del Sud (1876) , texto que se analiza poniendo de relieve lo que esta etapa de su pensamiento revela y lo que oculta.

Palabras clave:modernidadmodernidad, modernizaciones modernizaciones, constitución constitución, sociabilidad sociabilidad, componente económico componente económico.

Abstract: the article discusses the concepts of modernity and modernization in a decimononic context. We examine three stages in Juan Bautista Alberdi´s thought, using as a variable the differents components of modernization. Finally the article focuses on Alberdi’s book on an american entrepreneur: Life and industrial Works of William Wheelwright in South America (1876), using this text to reveal the third and final stage of Alberdi’s thought.

Keywords: modernity, modernization, constitution, sociability, economic component.

Carátula del artículo

Juan Bautista Alberdi: modernidad y modernizaciones en el siglo xix

Juan Bautista Alberdi: modernity and modernization in XIX century

Bernardo Subercaseaux
U. de Chile., Chile
Estudios Avanzados, núm. 25, pp. 1-19, 2016
Universidad de Santiago de Chile

Recepción: 05 Abril 2016

Aprobación: 03 Junio 2016

Una distinción necesaria

Los intelectuales y políticos más relevantes del siglo XIX latinoamericano: Simón Bolívar, Camilo Henríquez, Francisco Bilbao, José Victorino Lastarria, Andrés Bello, Benjamín Vicuña Mackenna, Domingo Faustino Sarmiento, José María Samper, José María de Hostos, Bartolomé Mitré, Juan Bautista Alberdi, José Martí, Justo Sierra y Valentín Letelier, entre otros, se inscriben en la matriz de la modernidad, entendida ésta como una época marcada por la racionalidad, por un cambio epistémico que transita de la religión a la ciencia, de la fe a la razón, desde el conocimiento revelado al conocimiento empírico y objetivo y al dominio de la naturaleza. Alimenta así un imaginario político secularizado y teleológico que inventa la historia como progreso y que tiene como utopía final una República soberana, idealizada y feliz. En el siglo XIX circula la autoconciencia epocal de estar viviendo un siglo moderno por excelencia. Un siglo que separa el mundo antiguo del mundo nuevo1. En el contexto de ese imaginario opera la apropiación del pensamiento ilustrado, liberal y positivista europeo –adecuándolo a los nichos y circunstancias locales- para emprender la construcción de las naciones en disputa siempre con el tradicionalismo conservador (orden y re1ligión) e invisibilizando, paulatinamente, a la población ancestral y popular. Cabe tener en cuenta sí la distinción que hace Max Horkheimer entre un modernidad inspirada en la racionalidad instrumental con voluntad de dominio y una modernidad promotora de la racionalidad emancipadora (Bilbao y Martí) que proviene de los principios de igualdad y fraternidad2. La mayoría de estos pensadores comparten ciertas lecturas y autores: Rousseau, Montesquieu, Lammenais, Voltaire, Cousin, Bentham, Benjamin Constant, Desttut de Tracy y Conte, entre otros (Herbert Spencer, Darwin y Emerson en el caso de Martí y Letelier). Hay empero diferencias entre ellos y –aunque no es nuestro propósito entrar a fondo en el tema- se trata de diferencias que pueden aclararse, en parte, considerando las características de la modernización que en el ámbito de la modernidad decimonónica cada uno de ellos enfatizó. Lejos de ser neutro, el imaginario canónico de la modernidad es portador de un optimismo histórico, pero convoca también un pensamiento crítico y negativo de la misma. En el pasado la Conquista de América y las colonizaciones europeas de distintas regiones fueron inducidas por el imaginario moderno. Pero luego los procesos de Independencia y descolonización también. El imaginario moderno implica un fenómeno de doble filo: dominación y emancipación. El imaginario de la modernidad y las utopías que conlleva son históricos, están en constante ampliación, se trata, en esta perspectiva, de un proyecto inacabado. No es lo mismo la modernidad en el renacimiento que la que se fragua en la ilustración con el cartesianismo y el iluminismo. En el siglo XXI, amén de su autocrítica, la modernidad asume la utopía de una igualdad de derechos culturales y ciudadanos, con independencia de cuál sea el género, la etnia, el credo, el sector social y el rango etario. Amplía las coordenadas de tiempo y espacio vía nuevas tecnologías, y releva las ideas de diversidad y heterogeneidad multicultural en un mundo globalizado que se espera sustentable, mirando de reojo la posibilidad de otros planetas.

La modernidad es una matriz de pensamiento que genera conductas y prácticas a las que llamamos modernizaciones, modernizaciones que en el siglo XIX implican una agenda con al menos cuatro componentes: un componente político (república, división de poderes, constitución, democracia, ciudadanía, etc…), uno económico (mercantilización, urbanización, minería, agricultura, industrialización, etc…), uno social (educación, vivienda, trabajo, higiene) y uno cultural (libertad de prensa, tolerancia, secularización, actividades artísticas, etc..). En los diagnósticos y propuestas de cada uno de los pensadores decimonónicos hay énfasis y pulsiones que privilegian uno u otro de estos componentes, a veces más de uno, y a veces movilizándose de uno a otro. Hay quienes propugnan una modernización integral y paralela, y hay, por el contrario, quienes privilegian el componente político o económico y sustentan una concepción sectorial de la modernización, lo que implica en el primer caso gradualidad y en el segundo anacronismos y asimetrías. Se pueden establecer incluso combinaciones que darían pie a una tipología. Camilo Henríquez, por ejemplo, fue fundamentalmente un modernizador político3; Simón Bolívar, en cambio, tuvo una visión integral de las modernizaciones, las que debían corresponderse orgánicamente con el suelo histórico evitando así utopías irrealizables4; José Martí, en la línea de la modernidad emancipatoria, difiere del resto en la medida que esgrime una visión crítica de la modernización política y económica excluyente impulsada por la elite liberal5.

No debe confundirse el concepto de modernidad con el de modernización. La modernización apunta a los procesos concretos de cambio y construcción de la nación. Es el modo en que se concreta la episteme epocal moderna. Canónicamente implica una puesta en acción de los ideales de la modernidad, en este caso decimonónica. Se trata en América Latina de un concepto relativo que carece de pautas autosuficientes, sujeto por lo mismo a interpretaciones y disputas, aun cuando en los hechos opera en relación a los parámetros del mundo euro occidental. Por otra parte, los procesos de modernización en relación con la modernidad como imaginario de fondo, han dado lugar a un campo interpretativo en que se perfilan mapas intelectuales y culturales de América Latina, ya sea como una modernidad periférica (Beatriz Sarlo, Eduardo Devés), como una dependencia estructural (teoría de la dependencia), como un espacio caracterizado por modernizaciones sin modernidad (Néstor García Canclini) o viceversa (Octavio Paz), o como una región en que las ideas modernas suelen ser anacrónicas (Alejo Carpentier) o estar fuera de lugar (Roberto Schwarz) o no estarlo en absoluto (Elías Palti).

J.B Alberdi: tres etapas

En el caso de Juan Bautista Alberdi (1810-1884), que es el que aquí nos interesa, se perciben cambios en su énfasis modernizador, distinguiéndose al respecto tres etapas: una primera que va de 1837 a 1844, que corresponde a los años en que el tucumano estudia leyes en Buenos Aires, y forma parte con Esteban Echeverría y Juan María Gutiérrez del Salón Literario y de la Asociación de la Joven Argentina. Luego, al ser perseguido por la mazorca, se traslada a Montevideo. Son años en que escribe sus primeros ensayos (Fragmento preliminar al estudio del Derecho, 1837 e “Ideas para presidir la confección del curso de filosofía contemporánea”, 1840), también artículos políticos anti-rosistas. Luego, una segunda etapa, entre abril de 1844 y abril de 1855, en que forma parte con Sarmiento y Mitre de esa brillante generación argentina que se exilió en Chile durante el decenio de Bulnes. Alberdi se instala en Valparaíso, puerto con actividad económica bullente, a la sazón emporio mercantil no solo del país sino que del Pacifico. Son años en que litigó con éxito en importantes juicios, ganando fama y fortuna, lo que le permitió adquirir una quinta que en alguna oportunidad usó un ex presidente; también financiar y crear un Diario mercantil: “El Comercio de Valparaíso” (1847-1851) y hacerse de una mina en la región de Atacama. Durante esta segunda etapa escribe República Argentina, 37 años después de su Revolución de Mayo, 1847; Bases y punto de partida para la organización política de la República Argentina, 1852, y también más de 200 artículos en periódicos de Valparaíso: El Mercurio, El Comercio y El Diario. Finalmente, una tercera etapa, en que se desempeña en cargos diplomáticos en Europa, y luego, a partir de la década del sesenta, se distancia de los gobiernos liberales de Mitre y Sarmiento, autoexiliándose en Francia, dónde publica uno de sus últimos libros: La vida y los trabajos industriales de William Wheelwright en la América del Sud (1876).

En su primer ensayo, Fragmento preliminar al estudio del Derecho, cuando solo tiene 27 años y ha concluido sus estudios de abogado, percibe lo jurídico con una mirada histórica y organicista, como parte de una sociedad a la que considera un cuerpo vivo. El derecho es la ley moral del desarrollo armónico de una sociedad, por ende es correlativo a la sociabilidad, al arte, a la educación y está en concordancia con lo económico, lo político y lo religioso6 (60-65).Tanto el derecho como las demás instancias responden a una condición de tiempo y espacio particular, mirada que implica una visión plural y correlativa de las modernizaciones. Las formas vivas de la sociedad deben ser propias y rehuir la imitación, esa será la medida de su organicidad con las costumbres y la sociabilidad. Se trata de una mirada que implica una concepción integral y solidaria de las modernizaciones, que las concibe ancladas en la realidad nacional y por extensión americana. “Depuremos nuestro espíritu de todo color postizo, de todo traje prestado, de toda parodia, de todo servilismo” (66). La ilustración y el liberalismo deben adecuarse al color local; en el Prefacio a Fragmentos, Alberdi, en frase con coloratura bolivariana, señala que “los pueblos como los hombres no tienen alas; hacen sus jornadas a pie y a paso”, su progreso y desarrollo debe operar considerando las circunstancias de tiempo y lugar, las tradiciones y las costumbres, aquello que en siglo XIX se llamaba la sociabilidad.

En su texto sobre ideas para un curso de filosofía, argumenta que así como hay una filosofía griega, una filosofía europea y una filosofía oriental debe haber una filosofía americana que responda a las necesidades y circunstancias de las nuevas repúblicas. “En América no es admisible una filosofía (con) otro carácter… La abstracción pura, la metafísica en sí, no echará –dice- raíces en el continente” (98): “La filosofía americana, la política americana, el arte americano, la sociabilidad americana son otros tantos mundos que tenemos que conquistar”(67). Como señala Arturo Ardao, “Alberdi recuperó la exaltación de lo concreto e individual, el acentuamiento de los particularismos y la valoración de la experiencia histórica (y social) en su originalidad irrepetible”7.

En la segunda etapa, se advierten en su pensamiento contradicciones significativas, por una parte, supedita los componentes político social y cultural a la modernización económica y por otra, propone ideas que implican una modernización política, social y cultural de avanzada y no supeditada a lo económico. En Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina,8 obra escrita durante su exilio chileno y ofrecida al General Justo José Urquizar luego que éste derrotará a Rosas en la batalla de Monte Caseros (1852), Alberdi establece una diferencia entre la época de la Independencia y el momento en que escribe, señala que en los inicios todo se supeditó a la modernización política (independencia, soberanía, republica) olvidando los aspectos económicos, advierte incluso que la Revolución Francesa –que inspiró a los independentistassirvió a todas las libertades menos a la libertad de comercio, a la que desconoció y hasta persiguió. Aboga por una constitución argentina que de especial relevancia al progreso económico de otro modo los valores proclamados en las primeras décadas resultaran –dice- letra muerta.

Así como antes colocábamos la independencia, la libertad, el culto, hoy debemos poner la inmigración libre, la libertad de comercio, los caminos de fierro, la industria sin trabas, no en lugar de aquellos grandes principios, sino como medios esenciales de conseguir que dejen ellos de ser palabras y se vuelvan realidades (113).

Tiene una visión crítica de la educación, de las Universidades dice que han sido “fábricas de charlatanismo, de ociosidad, de demagogia y de presunción titulada” (119), y lo dice después de casi una década en que la única Universidad que existe en el país es la Universidad de Chile creada por Andrés Bello en 1842. Se pronuncia por lo que llama una educación espontánea, aquella que se hace con el ejemplo de una “vida más civilizada que la nuestra”; se refiere a inmigrantes europeos aptos para promover la industria y el comercio, de allí su máxima más famosa: “gobernar es poblar”. Identifica la identidad americana como un nosotros de sujetos europeos nacidos en América, implicando con ello una visión derogatoria de la realidad indígena y popular, desde esta postura pregunta:

¿Quién casaría a su hermana o a su hija con un infanzón de la Araucanía y no mil veces con un zapatero inglés? (123).

La respuesta la da, indirectamente, el mismo:

Haced pasar el roto, el gaucho, el cholo… por el mejor sistema de educación: en cien años no haréis de él un obrero inglés, que trabaja, consume, vive digna y confortablemente (127).

Con ese contingente humano no hay posibilidad de civilizar. Son expresiones que trasuntan racismo, en la medida que privilegian ciertos orígenes a partir de los cuales se categoriza a los individuos, percibiendo a otros como seres discapacitados, que no alcanzan el nivel de seres humanos racionales. En las Bases plantea, además, una visión tradicional de la mujer, señalando que debe limitarse a ser solo la reina del hogar, que no debe inmiscuirse en reuniones, ni en salones de arte ni en asuntos públicos. “Necesitamos señoras –dice- y no artistas”9. Concibe el suelo social con rasgos negativos, percibe una realidad nacional y americana inmadura, incapaz de agenciar su destino. Como casi todos los ilustrados decimonónicos, desatiende los particularismos étnicos y el mundo popular, visualizándolos como una amenaza, lo que da pie a una nación excluyente. El suyo es un realismo insatisfecho, producto de lo que percibe como una anomalía: una modernización (la Independencia) sin sujetos modernos10, imbuidos todavía en el modo de ser y en la modorra económica de la Colonia. De allí la propuesta de fomentar la inmigración europea, pero no cualquier migración solo aquella que sea apta para la industria y el comercio, modernización social que no es tal en la medida que se funda en prejuicios y obedece solo a consideraciones económicas. Darwinismo social que opera desde la economía y no desde la biología.

Entre 1847 y 1849 Alberdi fue no solo dueño de El Comercio de Valparaíso, sino también su colaborador habitual.11 Un número importante de sus artículos abordan el tema económico. En el “Prospecto”, publicado en el primer número, señala que la dimensión comercial del diario será preponderante, percibe al Comercio como un complemento del mercado, señala que solo se ocupara de la política económica y no de la que tiene que ver con el ejercicio del poder. Secciones relativas a la aduana, almacenes de depósito, tarifas, marina mercante, muelles serán –dice- fundamentales, reconoce en Valparaíso la metrópoli mercantil de Chile y señala una y otra vez al comercio como el principal agente de prosperidad para las naciones del Pacífico. “El comercio es el apóstol profano de todos los adelantos modernos”12… “Es el más poderoso pacificador de nuestra turbulenta América” (111).“Los progresos materiales son a los que deben encaminarse nuestros Estados nacientes” (113). A partir del adelanto material, afirma, los pueblos frívolos se vuelven serios, cultos y civilizados (111). Admira a Estados Unidos por su pragmatismo y su espíritu de industria y de progreso. En síntesis, son escritos que enfatizan la modernización económica por encima de los otros componentes, los que aparecen supeditados a esa dimensión.

Algo muy diferente ocurre con otra serie de artículos que publica en el mismo Comercio, entre 1847 y 1849. Se trata de textos en que los aspectos políticos, sociales y culturales de la modernización están resaltados en su propio mérito y no sujetos a lo económico. Hay textos en que se refiere a la libertad en todos los planos, político, social y cultural. A propósito de la anexión de California, Texas y Colorado por Estados Unidos, mientras Marx y Engels saludaban el hecho como una oportunidad de avance del capitalismo, Alberdi defiende la soberanía de las Repúblicas americanas percibiendo a Estados Unidos como un neocolonizador por la vía de la hegemonía comercial, “para ellos -dice- es una alta operación mercantil” (137), en México buscan espacio, tierras y mercado. Con postura anti monrovista crítica ácidamente la sumisión mexicana y el silencio de las naciones hermanas. “La América del Sur no tiene antagonista más temible que la América del Norte” (175). Publica también algunos artículos a propósito de la Revolución de 1848 en Francia, saludándola como un hecho histórico que terminó con la monarquía y revalorizó las ideas de igualdad, libertad y fraternidad. Nada se debe temer –dice- “calumnian a la Revolución Francesa los que la miran como signo de anarquía para el mundo” (274). En algunos artículos sobre la democracia señala que esta ha encontrado en América su domicilio favorito, que es necesario construirla y organizarla, el gran desafío es que se desenvuelva en paz y en orden, sin sangre ni desastres ruinosos para la población. En el plano de las ideas, a propósito de la muerte de Esteban Echeverría, escribe un largo artículo en El Mercurio resaltando sus ideas y los valores de la generación de Mayo. Son textos que enfatizan la modernización política en una perspectiva de progresismo liberal13.

En las Bases adopta, con respecto a la Constitución de la nueva Argentina, una postura historicista, señala que no debe ser imitativa, que debe responder a la realidad del país, a las tradiciones y a la sociabilidad imperante. “El verdadero modo de cambiar la constitución de un pueblo es cambiar sus costumbres”, ya desde sus primeros textos Alberdi apuesta por la materialidad de las costumbres por sobre el artificio de las legislaciones14. Solo se puede mejorar el gobierno con la mejora de los gobernados: por ello es necesario, piensa Alberdi, “mejorar la sociedad para obtener la mejora del poder” político (118). Más que las leyes interesa cambiar a los habitantes. Aboga por planteamientos constitucionales realistas que concilien los principios doctrinarios con la realidad nacional. “La libertad como el despotismo- escribe- viven en las costumbres“, de allí que “el verdadero modo de cambiar la constitución de un pueblo, es cambiar sus costumbres” (118). Precisamente en este sentido valora la educación y la inmigración, en la medida que modifican el sustrato poblacional y difunden la cultura moderna transformando a los habitantes en ciudadanos. Junto a esta impronta bolivariana sobre la Carta Magna, que rememora el peligro de Ícaro, señala que gobernar es poblar, lo que implica educar, civilizar, enriquecer y engrandecer espontánea y rápidamente a un país. Por aquí y por allá señala que hay que educar al gaucho. La nueva constitución no debe ser solo centralista, debe conciliar el interés de Buenos Aires con el de las provincias. En cuanto a lo económico señala que las disposiciones de la Constitución deben propender a que la riqueza sea un medio y no un fin, lo importante –dice- es que sea bien distribuida, bien nivelada y repartida. A diferencia de sus textos economicistas, su pensamiento se sitúa ahora en lo que Elías Palti denomina organicismo historicista, un pensamiento que imagina la sociedad como una totalidad funcional y articulada a partir de vínculos objetivos y reales.15 Perspectiva que implica una consideración integrada de las modernizaciones, acompañadas de cierto eclecticismo que se refleja en la fórmula: iluminismo en los fines (los ideales de la generación de Mayo) e historicismo en los medios (atención a las costumbres, al tejido social y a las tradiciones), en el contexto de un gobierno central y de un federalismo relativo.

Un modernizador unilateral y excluyente

A partir de mediados de la década de 1860 y especialmente en los últimos años de su vida se percibe en el ideario de Alberdi un cambio. Se trata de un énfasis modernizador que si bien continúa con algunas ideas planteadas en la primera etapa, las proyecta de modo unilateral en una modernización económica, la que es concebida como pilar y eje del resto. Como señala Patricia Funes: “Alberdi en más de una ocasión… corrige y desdice sus anteriores escritos” al compás de un itinerario “que se desliza de la filosofía a la política y de esta a la economía”16.Transformación que se hace evidente en uno de sus últimos libros: La vida y los trabajos industriales de William Wheelwright en la América del Sud, obra publicada en París por Garnier en 1876, durante su autoexilio europeo.

El cambio en su pensamiento se vincula al contexto de producción de sus escritos, luego de la derrota de Rosas en 1852 Alberdi se pone al servicio del Gobierno y asume funciones diplomáticas como embajador plenipotenciario y encargado de negocios en varios países europeos, pero solo hasta 1862, año en que el gobierno de Bartolomé Mitré lo cesa en sus funciones sin que se le cancele la retribución salarial que le correspondía17. Las razones de este distanciamiento con los gobiernos del liberalismo argentino (primero con el de Mitre, 1862-1868, y luego con el de Sarmiento, 1868-1874) obedecen, por una parte, a su postura crítica al centralismo de Buenos Aires y también, más tarde, a su opinión contraria a la Guerra de la Triple Alianza, a raíz de lo cual se lo llega a calificar de traidor. Ausentándose de la Argentina, permanece en Europa decepcionado del Estado Liberal, al que critica planteando que el Estado lejos de ser el garante del bien común y de la libertad se ha convertido en un patrimonio exclusivo del grupo gobernante, que no acepta ni sugerencias ni propuestas críticas. Pero también se decepciona del Estado como agente de políticas públicas y de progreso, esas son algunas de las razones que lo llevan a permanecer en Francia hasta 1884, año en que fallece.18 Contexto de producción que se hace patente en la transformación de su pensamiento, que transita desde una postura ecléctica en que dialoga y se pasea por los distintos componentes de la modernización, hasta un pensamiento que pone todas sus fichas en la modernización económica, en el comercio, la industria y la iniciativa privada como únicos agentes del progreso, ideas que están muy presentes en el pensamiento de Herbert Spencer.

William Wheellwrigth (1798-1893), el protagonista de su estudio, fue un hijo de emigrantes puritanos nacido en Massachussets, desde muy joven se enroló en la marina mercante llegando a ser con solo 24 años capitán de un buque que recorría las costas de América Latina. En 1822 naufragó frente a la zona del Plata lo que lo obligó a permanecer en Buenos Aires, para luego en 1825 trasladarse a Chile y hacerse cargo de un buque que recorría la ruta entre Valparaíso y Panamá. Pero su interés fundamental fue el negocio y desarrollo marítimo, pasando de los buques a vela y paleta a los propulsados por vapor y carbón, lo que en esos años implicaba un notable desarrollo en la navegación. Con este propósito levantó capitales ingleses y creo, en 1838, la Pacific Steam Navegation Company. Antes, en 1835, había conseguido una concesión por 10 años del gobierno chileno para realizar cabotaje en la costa del país. Entre 1840 y 1852 implementó un servicio mensual de carga y pasajeros entre Valparaíso y Panamá y, más tarde, logro comunicar la costa del Pacífico con el Atlántico y Europa, utilizando un ferrocarril donde hoy se emplaza el Canal de Panamá.

Fue también el impulsor y realizador del primer ferrocarril chileno entre Copiapó y Caldera (1849-1851), promovió el alumbrado a gas y el primer telégrafo que unió el puerto de Caldera con Santiago e instaló máquinas desalinizadoras en la costa de Atacama, planificó incluso un ferrocarril transoceánico. Soñaba con llevar lana desde Australia al Norte de Chile y luego en tren hasta Buenos Aires. En estos emprendimientos marítimos y ferroviarios se concentra el libro de Alberdi. No se trata, por lo tanto, como podría pensarse a partir del título, de un estudio biográfico, en los 37 capítulos poco y nada se dice de su familia, de su credo anglicano o de su rol en la organización de ese culto en Chile. Wheelwhright es más bien el pretexto, el verdadero protagonista es el ideario modernizante exclusivamente económico de Alberdi. Desde esa perspectiva el libro es un recorrido por los emprendimientos industriales y una apología del espíritu comercial y visionario de Wheelwright, promoviéndolo como un modelo a seguir en las naciones hispanoamericanas. Según su punto de vista estos países deben focalizarse en los intereses económicos y comerciales, que son los que abren la puerta del progreso material y de la historia.

Tres son los tópicos que revelan el punto de vista de Alberdi y que orientan su apología del emprendedor norteamericano, en una especie de hagiografía que lo convierte en un modelo. El primero es el contraste permanente que hace Alberdi entre una primera época del Continente caracterizada por las guerras de la Independencia, período ideológico y principista que enfatiza la modernización política pero que no logra dejar atrás las rémoras de la Colonia. Luego, está la época en que escribe, que debe propender exclusivamente al desarrollo económico, comercial e industrial, a los que califica como los verdaderos y “grandes intereses modernos”. En este contraste descansa su postura antibelicista, distante de la que tuvo en la época de Rosas. El progreso debe descansar, piensa Alberdi, no en el ejército ni en los políticos sino en la sociedad civil, en personajes motores de la empresa privada como lo fue William Wheelwright. Insiste en la necesidad e importancia de favorecer la inmigración europea, una inmigración que debe focalizarse en individuos económicamente activos. Continúa así ideas ya expresadas en las Bases: “la forma más fecunda y útil en que la riqueza extranjera pueda introducirse y aclimatarse en un país nativo, es de una inmigración de población inteligente y trabajadora, sin la cual los metales ricos quedarán siglos y siglos en las entrañas de la tierra” (Bases, 126-127).

La verdadera Independencia solo se alcanzará cuando se sustituya al régimen colonial económica y comercialmente incapaz por un nuevo régimen, que debe caracterizarse “por el tráfico y comercio libre con todo el mundo civilizado” (Bases, 128). Para Alberdi el comercio libre y espontáneo, sin trabas reglamentarias y sin impedimentos por parte del Estado, es el principal factor educador y pacificador de una nación, tanto en el plano interno como en las relaciones internacionales. El comercio y la economía –señala- educan más que la instrucción “La instrucción no educa el alma ni el carácter sino muy secundariamente” (Vida de William Wheelwright, 298). De allí que califique al empresario marítimo como un notable educador, como alguien que al revolucionar la navegación y las comunicaciones rompió la tiranía del tiempo y del espacio, tiranía que estaba encarnada en las costumbres imperantes en la Colonia. Ha hecho –dice- más por la unidad de América que cientos de diplomáticos. Lo llama “héroe de la paz”, pues entiende, siguiendo a Benjamin Constant, que el comercio y el intercambio económico es el mejor instrumento de pacificación. También lo califica como el “verdadero soldado moderno de la libertad americana” (317), refiriéndose a la “libertad de comercio y económica”.

El segundo tópico que figura aquí y allá en su relato es la idea de que Wheelwright es un continuador y un emulo de Bolívar, pero en otro plano; lo que el Libertador fue con respecto a las guerras de la Independencia, el norteamericano lo es en el plano del comercio y la economía. Ambos se destacan por su perseverancia, por su creatividad y por una laboriosidad incansable, capaz de sobreponerse a todo tipo de obstáculos. Un “yanqui” escribe Alberdi que con el vapor ha dado a Sud América la unidad con que soñó Bolívar y que no pudo conseguir en el Congreso de Panamá. Refiriéndose al año 1825 señala dos grandes novedades históricas “Bolívar acababa de destruir en Ayacucho el poder colonial español que había tenido incomunicados, ociosos y pobres a los países de Sud América, mientras Jorge Stephensen descubría un año antes…su locomotora” e “inauguraba el ferrocarril”, lo que representa “una revolución económica en el sistema de tráfico y comunicación internacional y doméstica”, ambos acontecimientos son revoluciones “contra el viejo régimen colonial español”, todo lo que hace de “William Wheelwright –según Alberdi- un continuador de Bolívar” (71). La victoria militar de Bolívar en Ayacucho derrocando la autoridad española dejó en pie “todo el orden interior de cosas del tiempo colonial, solo destruyó la dependencia en que América estaba respecto a España, pero no su gobierno interior colonial que seguía coexistiendo con la Independencia y produciendo los mismos malos efectos” (incapacidad económica, pobreza, retraso etc.) (77). La revolución en las comunicaciones y navegación generada por Wheelwright “no es menos importante que la completada por Bolívar en la batalla de Ayacucho contra la dominación española en América” (89). Su visión de Bolívar empero es positiva, los epítetos de “soldado”, “guerrero” y “libertador” los traslada semánticamente al emprendedor norteamericano pero en el plano del homo economicus. Mientras uno fue conquistador por las armas el otro lo fue por el vapor y el ferrocarril. Incluso percibe a Bolívar como un predecesor de Wheelwright, recordando “un curioso brindis” que el libertador hizo “en un banquete en Potosí, después de Ayacucho”, Alberdi lo interpreta como una muestra del “espíritu económico” que también tenía Bolívar: “la gloria de haber traído a estas regiones frías los estandartes de la libertad –habría dicho al levantar su copa- deja en nada el oro que tenemos bajo nuestros pies” (147). Alberdi percibe en estas palabras un incentivo a explotar el oro y la minería. El oro es símbolo del poder y de la riqueza, es decir “de la producción, de lo que es útil a la vida” aquello que es capaz de producir “tráfico, intercambio y vías de comunicación” (147). Se trata para Alberdi de multiplicar los Wheelwright´s, esos extranjeros que -como se titula el primer capítulo de su libropueden llegar a “ser más benemérito(s) de la patria que un patriota” (1).

El tercer tópico es la desconfianza con respecto al rol de Estado como agente de progreso material, un distanciamiento que opera incluso respecto al sistema republicano y a la política. Alberdi registra con detalle los problemas que tuvo Wheelwright con el Estado argentino para lograr los permisos y facilidades en sus propuestas modernizadoras, reclama también frente a una democracia –se refiere a la época de Mitre y Sarmiento- “que no gusta de ser contradicha”. Cita el caso de un préstamo conseguido por el Estado para tareas de modernización económica y que sin embargo fue mal usado en tareas improductivas, como dotar de nuevos buques a la marina de guerra (Alberdi habla de “inversiones ociosas y de atraso”). El Estado no debe obstruir ni tener precedencia sobre la nación y la sociedad civil. Con frecuencia para referirse al comercio internacional utiliza el adjetivo “espontáneo”, habla también de “progreso espontáneo”, entendiendo por tal el que se produce debido al comercio y a la industria, y que no está vinculado ni a las guerras ni a la política. “Espontáneo” en la medida que debe opera según las leyes de la oferta y la demanda, sin intervención ni cortapisas por parte del Estado. Con respecto a la inmigración percibe que esta debe ser producto del comercio y de las relaciones económicas y no planificada por el Estado, pues solo esa vía “espontánea” asegura una inmigración selectiva y no masiva. En 1880 publica un texto que se titula La omnipotencia del Estado es la negación de la libertad individual.19

Para Alberdi las relaciones económicas dan lugar a una suerte de Estado paralelo, “en cierto sentido- dice- el comercio forma una especie de gobierno aparte, que conduce las cosas de Sud América hacia sus altos destinos, mientras sus gobiernos propiamente dichos, se ocupan (solo) de su propia regeneración y existencia” (Vida de William Wheelwrigth, 295). En su credo económico Alberdi sigue las ideas de Adam Smith (1723-1790) el padre de la economía clásica y del sistema de libre mercado. Smith pensaba que la clave del bienestar social residía en el crecimiento económico, progreso que debía basarse en la ley de la oferta y la demanda. Como señala Felipe Pigna al consignar el vínculo entre el economista escoces y Alberdi, ambos pensaban que para que un país prosperase los gobiernos y el Estado debían abstenerse de intervenir en esa ley “natural” de la oferta y la demanda: los precios y salarios se regularían por si solos, sin intervención del Estado20. Según este punto de vista ante las injusticias y desequilibrios operaría como correctivo la mano invisible del mercado.

La modernización económica como eje del progreso material implica en el ideario de Alberdi una mirada excluyente y por momentos negativa respecto a otras instancias de la modernización. Si bien algunas de las ideas que plantea en 1876 ya están en las Bases de 1852, como por ejemplo el reemplazo de los grandes principios de la gloria militar vinculada a la guerras de la Independencia por ideales económicos, la diferencia reside en que en el libro sobre Wheelwright lo económico es el único componente de la modernización que cuenta. Con respecto a la modernización social y a los derechos ciudadanos que según la Constitución correspondían a todos los habitantes de Argentina y de los países europeos, Alberdi los pisotea cuando desde una mirada económica los desprecia como parte del ideal moderno. Según él la educación tal como es concebida por el pensamiento ilustrado y liberal no instruye ni educa, y es secundaria respecto a lo que significa en ese plano el comercio y la industria: los hechos y el conocimiento práctico enseñan más que los libros y el programa letrado de la ilustración21. Se mofa de los ilustrados principistas y de los literatos e imputa al gobierno de Sarmiento una “barbarie letrada”. En un apéndice que agrego en 1873 a una nueva edición de sus Bases señala que poblar no es civilizar sino embrutecer cuando un país se puebla con chinos y con indios de Asia y con negros de África, “poblar es apestar, corromper y degenerar…cuando en vez de poblarlo con la flor de la población trabajadora de Europa, se le puebla con la basura de Europa, con la basura atrasada y menos culta”22. En la violencia y discriminación verbal opera un darwinismo, como ya mencionamos, de cuño económico y no racial. Con respecto al componente político de la modernidad, Alberdi fue, tal como hemos señalado, escéptico frente a sus instituciones, particularmente frente al Estado y a la idea de que un hombre equivale a un ciudadano y a un voto. Para Alberdi, sin información y conocimiento no se puede deliberar racionalmente y por ende es contrario al voto universal. Subyace a estas ideas una concepción unilateral de la modernización, que concibe a la nación como un mercado, lo que implica pensarla desde una lógica empresarial abierta al espacio extraterritorial del capitalismo internacional. No es casual que Wheelwright haya intentado que el ferrocarril de Copiapó a Caldera se inaugurara el día de la Independencia de Estados Unidos y no el 18 de septiembre, intento que al ensayista argentino no le merece ningún comentario. La dimensión oculta.

Junto con reconocer la dimensión virtuosa y ajena al capitalismo especulativo de las empresas de navegación y comunicación ferrocarrilera en que se empeñó Wheelwrigth, y que Alberdi destaca, cabe también preguntarse por la parte oculta de esos logros. ¿Quiénes cargaban y descargaban los bultos y mercaderías que trasladaron durante décadas los vapores de la Pacific Steam Navegation Company en el cabotaje de las costas de Chile y América Latina? ¿Quiénes extraían y acarreaban el carbón y atizaban con él la sala de máquinas de los buques a vapor y de las locomotoras? ¿Quiénes cavaron a pala y chuzo en pleno desierto atacameño el trazado de casi 81 kilómetros de la línea de ferrocarril entre Caldera y Copiapó? ¿Cuáles eran las condiciones laborales y de vida de quienes conforman lo que se puede considerar la parte no visible de los emprendimientos de Wheelwrigth? Si bien carecemos de un cuadro completo de las condiciones de trabajo de quienes contribuyeron a los adelantos impulsados por Wheelwrigth, sabemos que uno de sus centros de operación –además de Valparaíso- fue la zona de Caldera y Copiapó. Contamos con datos y antecedentes de como operaban los tratos y el régimen laboral entre 1835 y 1860 en la región de Atacama, particularmente alrededor de Copiapó (en Chañarcillo) y en el puerto de Caldera, sobre todo en los emprendimientos mineros y en la construcción del ferrocarril.

La gran mayoría de los trabajadores que laboraban en el norte ya sea en el interior o en los puertos de la costa dejaban atrás a sus familias en el centro o sur. Se trasladaban al norte para proveerse de un jornal que les permitiera el sustento. Se dirigían de preferencia a los yacimientos de plata y cobre en Atacama. Lo que ganaban o gran parte de ello lo gastaban en las pulperías que eran de propiedad de los dueños de las faenas, quienes por esta vía recuperaban parte significativa de los salarios23. Las condiciones eran miserables, se alimentaban con cereales secos, charqui y harina tostada, dormían en cueros sin curtir y el trabajo -semana de seis días con calores y poca agua- era extremadamente extenuante tanto en el interior como en la costa. En las faenas mineras era frecuente la cangalla, el esconder en el algún lugar, en la ropa o en el suelo, un trozo de plata o de cobre para luego venderlo a algún intermediario.

Charles Darwin que visitó los distritos mineros de la zona en 1835, presenció cómo en el distrito de Copiapó quienes laboraban en las faenas mineras, cuando concluían el trabajo eran obligados a desnudarse para comprobar que no había cangalla. También Rudolfo Armando Philippi cuando en 1854 -por encargo del gobierno- cruzó en mula el desierto de Atacama y recorrió la zona, pudo constatar y dejar testimonio de las condiciones sub-humanas y casi de esclavitud de los trabajadores. Narra que en el mineral de Chañarcillo (a 49 kilómetros de Copiapó) con una población aproximada de 5000 habitantes habían sido castigados con multas y reclusiones 3763 individuos en poco más de tres años. Los delitos eran, entre otros, resistencia a los patrones, vagancia, faltar a los compromisos, los medios disciplinarios en las faenas eran casi medievales: “una respuesta áspera considerada como insolencia tenía como castigo: la barra, los azotes y el encierro en el pulguero”. La cangalla era penada con trabajos forzados y prisión, aplicada por los subdelegados. Un documento de 1841 alude a un reglamento en Chañarcillo que menciona un “toque de queda a las nueve de la noche y castigo para quienes lo infringían: por primera vez ocho días de trabajo sin jornal y por segunda la pena duplicada y así sucesivamente”24. En un aviso del periódico El Copiapino (30 junio, 1850) se publicitan las condiciones de quienes viajen a Copiapó para emplearse en labores mineras: se ofrece un sueldo de 10 a 12 pesos por mes con almuerzo comida y cena, se dice que los niños de 14 años para arriba ganan el mismo sueldo que un peón, mientras los niños menores de esa edad ganan solo 6 pesos mensuales. Se dice que la mujer del peón casado con seguridad podrá ganar “plata de lavandera, cocinera o costurera”. Cabe señalar que en 1852 el viaje en primera clase en el tren de Copiapó a Caldera costaba 4 pesos y dos reales, y en segunda 2 pesos y un real25.

Pedro Díaz Gana, poeta popular -con el seudónimo de Sebastián Cangalla- y minero ambulante que se desplazaba en la década por los alrededores de Copiapó, publicó en 1856 un texto en prosa y verso, Historia de Sebastián Cangalla, en la que con formato de picaresca relata algunas de sus aventuras26. En un poema titulado “La condición del minero”, ratifica las condiciones miserables y subhumanas en que se trabajaba en las faenas mineras, para referirse a los patrones usa el epíteto de “yanqui filibustero” sin especificar a quien se refiere27. Aun cuando no son datos directos de quienes laboraban en los emprendimientos de William Wheelwright nos dan una idea de lo que significaba ser peón o cargador en la zona. Cabe recordar que el ferrocarril de Copiapó a Caldera que implemento el empresario tenía como principal función llevar la plata del mineral de Chañarcillo al puerto de Caldera. Podemos entonces suponer que las condiciones laborales de quienes trabajaron en ese y otros emprendimientos cercanos no deben haber sido muy diferentes a las que se daban en las faenas mineras.

Hay también algunos datos directos de las condiciones laborales de quienes trabajaron en el trazado del ferrocarril. En marzo de 1850, cuando se empezaron las faenas trabajaban 80 hombres y muy pronto el número con jornaleros traídos del sur superó los 400, llegando a 500 a fines del año28. En todos los documentos de época se les llama “peones”, y también “tropa”, en la ceremonia de inauguración se habla de que la “peonía” estaba formada en fila, lo que indica un régimen forzado y militarizado. Los peones ganaban cerca de 20 pesos mensuales, dormían en carpas o al aire libre y los accidentes laborales eran frecuentes tanto en la construcción del trazado como en la operación del ferrocarril. En un recuento de estas “desgracias” se relata “la muerte de un trabajador “el 3 de enero de 1852, por motivo de que el tren que venía desde Caldera, quedó falto de vapor” y se “dio la orden a la tropa de empujar el tren hasta el lugar referido. En esta operación cayó un individuo de dicha tropa entre dos carros y murió en el acto”29. Los ingenieros y el conductor eran norteamericanos y en ningún documento se consigna el sueldo y las regalías que se les pagaban. Considerando el régimen de trabajo que operaba en esos años en la zona y en el trazado del ferrocarril no puede hablarse de modernización social, de hecho, quienes se llevaron la carga más pesada de los “trabajos industriales” de Wheelwrigth, fueron los trabajadores y jornaleros de quienes Alberdi no dice ni una sola palabra, dando la impresión de que las ideas del empresario se materializaban mágicamente por sí solas. Ayer y hoy

Leídas desde hoy, en un contexto en que se valora la vida y la diversidad socio cultural y étnica, algunas de las aseveraciones de Alberdi resultan racistas y casi aberrantes. El ideario que subyace al libro sobre Wheelwright se aproxima a una versión fundamentalista de un neoliberalismo avant la lettre. Estamos conscientes que los valores y circunstancias operantes en la segunda mitad del siglo XIX eran muy diferentes a los que operan hoy día, incluso lo que se entendía entonces por modernidad no es lo mismo a lo que se entiende hoy día por tal. Casi todos los intelectuales nombrados al inicio –salvo Francisco Bilbao y José Martí, y en alguna medida J. Victorino Lastarria)- pensaban euro céntricamente y compartían una visión despectiva de la población autóctona de América y también de los sectores populares, a los que percibían como una traba para el proceso de civilización que se deseaba para el continente. O como un contingente que debía ser educado para que prescindiera de su cultura original y se culturizara en la identidad de un ciudadano virtuoso y republicano (Simón Bolívar y Camilo Henríquez). Tiene por lo tanto cierta complejidad criticar desde el siglo XXI el pensamiento decimonónico de Alberdi y su propuesta de modernización unilateral y excluyente. Por otra parte, no hacerlo, implicaría una aceptación silenciosa y acrítica de un fundamentalismo económico que ha incrementado la desigualdad, favoreciendo la especulación y debilitando el mundo del trabajo, pavimentando la voracidad de las transnacionales y produciendo desastres ambientales que incluso están poniendo en riesgo la sobrevivencia de la especie. La culpa por supuesto no es de Alberdi, sino de esa herencia intelectual que sigue empeñada en lograr la modernidad exclusivamente desde el componente económico descuidando lo político, lo social y lo cultural y descuidando sobre todo una idea de la modernidad que ya no es la del siglo XIX.

Material suplementario
Referencias
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Bolívar, Simón, La carta de Jamaica , 1815
Cangalla, Sebastián, (Pedro Díaz Gana) Historia de Sebastián Cangalla , Imprenta El Huasquino, Vallenar, 1856. Reproducido en Pedro Pablo Figueroa Los poetas del pueblo. El poeta popular Pedro Díaz Gana , Imprenta Moderna, Santiago, 1900.
Carta de los Directores a los accionistas de la Compañía Ferro-Carril de Copiapó , Valparaíso, Imprenta y Librería del Mercurio, 1855.
Funes, Patricia, Historia mínima de las ideas políticas en América Latina , Turner, México, 2014
González, Benedicto, Historia del Ferrocarril de Copiapó a Caldera, en www.biografiadechile.cl
Henríquez, Camilo, La Camila o la patriota de Sudamérica (1817)
Horkheimer, Max, Crítica de la razón instrumental , Buenos Aires, Sur, 1973
Martí, José “El último siglo fue el del derrumbe del mundo antiguo: este es el de la elaboración del mundo nuevo”, en José Martí en los Estados Unidos. Periodismo de 1881 a 1892 , ALLCA XX, Edición crítica de Roberto Fernández Retamar y Pedro Pablo Rodríguez, Madrid, 2003
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Palti, José Elías, El momento romántico. Nación, historia y lenguajes políticos en la Argentina del siglo XIX
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Terán, Óscar, Escritos de Juan Bautista Alberdi. El redactor de la Ley, Universidad Nacional de Quilmes, Bs. Aires, 1996 , 59-90.
Zimmermann, Eduardo, “Liberalismo y conservadurismo en el pensamiento político de Alberdi” en Diana Quattocch-Woisson Alberdi e l´Independence argentine , Sorbonne Nouvelle, París, 2011
Notas
Notas
6 En Escritos de Juan Bautista Alberdi. El redactor de la Ley. Presentación de Oscar Terán. Universidad Nacional de Quilmes, Bs. Aires, 1996, 59-90.
7 Arturo Ardao en Biblioteca Virtual Americana. Internet
8 Escritos de Juan Bautista Alberdi, op.cit, 101-181.
9 Escritos de Juan Bautista Alberdi, op cit, 121-122.
11 En 1849 vendió su parte de la sociedad obteniendo una importante ganancia.
12 Alberdi periodista en Chile (compiladora Carolina Barros), Buenos Aires, 1997. Incluye casi 100 artículos publicados por Alberdi en El Comercio de Valparaíso entre 1847 y 1849, 111. 13 “Esteban Echeverría El Mercurio de Valparaíso, 14 de mayo de 1851.
13 “Esteban Echeverría El Mercurio de Valparaíso, 14 de mayo de 1851.
15 José Elías Palti. El momento romántico. Nación, historia y lenguajes políticos en la Argentina del siglo XIX, Eudeba, Bs. Aires, 2009. Según Palti toda la historia intelectual argentina puede entenderse en la dicotomía entre el atomismo principista iluminista (que concibe las sociedades integradas por individuos libres ligados por vínculos contractuales voluntarios) y el organicismo historicista.
17 Felipe Pigna “Estudio preliminar” en J. B. Alberdi, D.F.Sarmiento: Cartas Quillotanas, Emece, Bs. Aires, 2010 18 “Palabras de un ausente en que explica a sus amigos del Plata los motivos de su alejamiento” en Escritos de Juan Bautista Alberdi, op. cit, 249-280.
18 “Palabras de un ausente en que explica a sus amigos del Plata los motivos de su alejamiento” en Escritos de Juan Bautista Alberdi, op. cit, 249-280.
19 Buenos Aires, Imprenta La Pampa, 1880, incluido en Escritos de Juan Bautista Alberdi, op.cit, 299- 318.
27 El poema figura en la recopilación de Pedro Pablo Figueroa, op.ci.66-69. “Yanqui filibustero” fue epíteto frecuente luego de la anexión por parte de estados Unidos de gran parte del territorio mexicano.
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