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Yael Zaliasnik Memoria inquieta Fondo Cultura Económica, Santiago, 2016
Jorge Montealegre
Jorge Montealegre
Yael Zaliasnik Memoria inquieta Fondo Cultura Económica, Santiago, 2016
Estudios Avanzados, núm. 25, pp. 132-134, 2016
Universidad de Santiago de Chile
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Yael Zaliasnik Memoria inquieta Fondo Cultura Económica, Santiago, 2016

Jorge Montealegre
Estudios Avanzados, núm. 25, pp. 132-134, 2016
Universidad de Santiago de Chile
. Memoria inquieta. 2006. Santiago. Fondo Cultura Económica

Debo confesar un privilegio otorgado por las coincidencias que revela, también, intereses comunes con la autora. No es raro: ambos somos periodistas e hicimos el doctorado en el mismo Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago. ¿A qué privilegios y coincidencias me refiero? Como miles de personas, estuve en varias de las actividades que han sido objeto de estudio de Yael. Entre ellas en el funeral de Víctor Jara (con Antonio Larrea), también en una de las Marchas del Silencio que se realizan en Montevideo; en el mismo Uruguay (con mi hija Natalia) seguí el proceso y tomé contacto con las queridas ex presas políticas, principalmente con las que estuvieron en Punta de Rieles, que hicieron los encuentros y libros “Memorias para armar”, del Taller de Género y Memoria. Aquí en Chile fui a todas las versiones de Santiago Amable y aún recuerdo con emoción a las parejas desnudas lavando las paredes de la morgue, frente al Hospital Psiquiátrico.

Hago esta cuenta, y cuento autorreferente, no porque sea –como dice Floridor Pérez- un “gol del que habla”, sino porque es curioso leer un análisis de las ceremonias, fiestas, conmemoraciones, caminatas, donde hemos estado sin mayor reflexión teórica ni sistematización de lo andado en silencio, reído, cantado, o envueltos en la melancolía o conmovidos hasta el llanto en una acción presente, performativa, propuesta por la memoria.

Surge, entonces, a propósito de lo anterior el tema de la intención de quienes participan en una actividad que es susceptible de un análisis como el que hace Yael en su libro “Memoria inquieta”. La teatralidad la construye una comparsa consciente del guión intencionado y también quienes se dejan o nos dejamos llevar por el “curso de los acontecimientos” participando de hecho en teatralidades que imponen silencio o respuestas corales en liturgias ciudadanas. Estas, sea marchas o procesiones con estaciones como el via crucis, provocan la cercanía literal al prójimo, lo que Yael llama “proxemia de la solidaridad”.

La solidaridad que se pone en escena en la post dictadura es una solidaridad en diferido, evocadora, que congrega a veteranos de los años setenta, que son sobrevivientes de las dictaduras militares, y la juventud del cambio de siglo. Ese es un corte significativo que hace Yael, al seleccionar acciones públicas, performativas y evocadoras que se construyen “con elementos que simbolizan la época y vivencias a través de actos artísticos-políticos en los cuales se prescinde del relato directo de los sobrevivientes”. (340) Una propuesta que da paso a la transmisión intergeneracional de una memoria liberada.

El relato directo de los sobrevivientes es la memoria literal, comunicativa, que resulta del “darse cuenta”, de tomar consciencia e informarse de lo que pasó. Contado lo sucedido, hecho público, desbloqueado o liberado de la autocensura, el recuerdo converge con otros en la memoria colectiva. El asunto singular pasa al bien común de donde un artista lo puede moldear, transfigurar, sintetizar, convertirlo en metáfora del conjunto, sinécdoque, en figura retórica que tiene sus propias leyes internas, valóricas y estéticas. Así, la anécdota personal como acontecimiento disperso, pieza de mosaico que no sabe aún que es parte de un mosaico, contribuye a “elaborar totalidades significativas” (Ricoeur - 145).

Sistematizando este proceso Yael propone un esquema que ilustra cómo la memoria comunicativa deviene memoria cultural. En este proceso que se inicia en la acción de testimoniar, del paso de la oscuridad a la luz, del silencio a la verbalización, la memoria inquieta, como una acción liberadora, “viaja del espacio privado al espacio público”. (187) En el esquema, motivado principalmente en el proceso de “Memorias para armar”, entre la memoria comunicativa y la memoria cultural hay una serie de verbos que señalan las acciones que permiten esta transfiguración, desde convocar para recordar hasta difundir esa memoria en un formato que la instala en la memoria colectiva. En este modelo el paso de la memoria comunicativa a la memoria cultural -o de la memoria literal a la memoria ejemplar (Todorov)- deja de estar en las manos de las personas directamente afectadas.

A este punto, me permito reconocer que este modelo es válido en procesos muy cercanos al testimonio. Manuel Antonio Garretón, prologando la primera edición chilena de Tejas Verdes, de Hernán Valdés, afirma que «La verdad miserable se transforma en obra de arte para que podamos asumir toda la significación de esa miserabilidad»; es decir, en ese caso, sin mayor transición el testimonio del escritor –un caso muy excepcional- deviene memoria cultural.

Los ejemplos de Yael son muy pertinentes y logra transmitir experiencias intensas difíciles de describir. Es evidente, además, que la autora fue observadora y participante de las teatralidades que presenció, vivió y que analiza en este libro. Empatizando con su análisis y celebrando su libro me permito recordar el funeral de Pablo Neruda, en el que espontáneamente se cantó y se recitaron poemas. No estuve ahí. Pero sí recuerdo haber participado, en los años 80 en el “Adiós a Tarzán”, convocado por Enrique Lihn, realizado en varios días y lugares, en el cual terminamos lanzando un ataúd al río Mapocho, después de haber denostado a los gorilas que estaban en el poder. También es memorable “la cueca sola”, conmovedora en su elocuencia, de las familiares de detenidos desaparecidos.

En fin, para develar las diversas “estrategias de teatralidad” la autora hilvana los capítulos relacionando los procesos performativos mediante verbos recurrentes que representan las acciones que contribuyen a “memoriar performando”: participar, relacionar, mirar, gritar, valorar, trasmitir, simbolizar, festejar” (330) y, entre otras, sobre todo humanizar y sentir. Sentir porque tenía sentido hacerlo, sentir porque tiene sentimiento, sentir porque es una comunidad de sentido es la que grita –en la via pública- se siente, se siente, la memoria está presente.

Felicitaciones.

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