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La heroína y la bruja en “Muñeca vestida de azul”, de Delfina Careaga
The doll and the witch in “Muñeca vestida de azul” by Delfina Careaga
La Colmena, núm. 91, pp. 61-68, 2016
Universidad Autónoma del Estado de México

Aguijón



Recepción: 08 Diciembre 2015

Aprobación: 03 Agosto 2016

Resumen: Con base en la tradición popular y el folclore, se analizaron las figuras de la tía Alejandra y Lucía, la bruja y la heroína, respectivamente, que protagonizan el cuento “Muñeca vestida de azul”, de la escritora Delfina Careaga. La interpretación se sustentó en la presencia de elementos antagónicos: maldad/bondad, daño/protección, egoísmo/amor, vejez/juventud, soledad/compañía, matrimonio/soltería, conocimiento/ignorancia, perversidad/inocencia, exterior/interior, terrible/maravilloso, pasado/presente, muerte/vida. Se hizo énfasis en la presencia del augurio como motor de los acontecimientos en la historia, así como en el simbolismo de las muñecas y el color azul. Finalmente, se dio cuenta de la importancia de la evocación y la confesión como estrategias narrativas.

Palabras clave: análisis literario, literatura latinoamericana, cuento, folclore, brujería.

Abstract: Based on popular tradition and folklore, we analyzed the characters of Aunt Alejandra and Lucía, the witch and the heroine, respectively, who are the main characters of the tale “Doll dressed in blue”, by the writer Delfina Careaga. This interpretation is based on the presence of antagonist elements: evil/goodness, harm/protection, selfishness/love, old age/youth, loneliness/company, marriage/ unmarried state, knowledge/ignorance, wickedness/innocence, outside/insider, terrible/wonderful, past/present, death/life. We emphasized in the presence of augury as an engine of the events in the story, as well as in the symbolism of the dolls and the blue color. Finally, we gave an account of the importance the evocation and confession as narrative strategies.

Keywords: literary analysis, Latin American literature, short stories, folklore, witchcraft.

La escritora Delfina Careaga ha pasado a ocupar un lugar fundamental dentro de la literatura mexicana contemporánea por la solidez y la fuerza expresiva de su narrativa. Debido a su importancia para las letras nacionales es necesario estudiar su obra más profundamente. La autora pertenece al grupo de mujeres que “se han hecho escuchar a lo largo de siglos en los más bellos ensayos, relatos y poemas, muchos de los cuales han sido ignorados por años” (Rivero Weber, 2009: 87).

En 1975, Careaga publicó su primer libro de cuentos, Muñeca vestida de azul . El relato que da nombre al volumen fue llevado al cine por Arturo Ripstein en 1978 bajo el título La tía Alejandra, cinta en donde la escritora participó como guionista. La película ganó varios premios y es considerada como uno de los mejores filmes de horror en México. La autora ha publicado también los libros Alquimia , Cosas del tiempoy otros fantasmas , El infausto eclipse de las hadas , Las victorias inadvertidas , la novela gráfica para niños Sor Juana Inés de la Cruz. Décima musa , con ilustraciones de Antonio Cardoso Gutiérrez, y las obras de teatro El cielo y Una tal Raimunda . En 1988, la Secretaría de Educación Pública (SEP) también publicó en su colección Lectura Semanal el libro Muñeca vestida de azul , con ilustraciones de Guillermo de Gante

El cuento que da título al volumen narra la historia de la tía Alejandra, quien repentinamente se queda sola tras morir su madre, una mujer anciana a la que cuidaba. Luego de este hecho, vende sus propiedades y decide mudarse a la casa de su sobrino Rodolfo. Con su llegada, la vida en familia cambia para bien de sus integrantes: la tía Alejandra los entretiene con leyendas maravillosas y juegos interesantes. Sin embargo, cierto día resbala con un patín olvidado por los niños y cae de las escaleras. Los pequeños se burlan de la anciana, pues a consecuencia del accidente la pierna se le deforma y se vuelve coja. También comienza a utilizar ropa de color azul. Este infortunio marca el principio de una serie de malos augurios.

Del mismo modo que en “La mujer alta”, de Pedro Antonio de Alarcón,[1] en el cuento “Muñeca vestida de azul” la narradora-personaje reconoce a la bruja por el augurio, pues la desgracia se manifiesta tras una mala acción que se hace en contra de la tía. Todo hace suponer que, efectivamente, la intención de la hechicera es causar un mal e incluso la muerte

Ahí empezó todo, licenciado; mala suerte, digo o tal vez algún castigo divino ¡qué sé yo! Pero ahí comenzó todo ultimadamente no sé por qué. Allá, en lo alto la tía Alejandra que bajaba para cenar como todos los días y ¡plaf! se va resbalando con el patín de Andresito que olvidó al principio de la escalera. ¡Un patín! Licenciado. Apenas un juguete de niño, fíjese. Rodó como muñeca de trapo porque yo la vi en el pasillo de abajo, yo la vi y pensé eso como muñeca de trapo. Una pierna se le quedó torcida llena de sangre. Uf hubiera visto, todos apuradísimos la llevamos cargada a su cuarto que no sé si ya le dije que ha quedado igual como ella lo tenía, y la acostamos con mucho cuidado (60-61).[2]

De esta manera, Lucía, la mamá de los niños, narra la situación que turba sus pensamientos. Un simple e insignificante acontecimiento (el olvido de un patín) provoca el accidente, crea una anomalía, y por lo tanto, presagia la desgracia. El encantamiento de la tía se da a causa de la caída. Una característica de la bruja es que ejerce su arte por medio de hechizos: “En este caso, los maleficios están ideados para producir daños, enfermedades, pobreza o cualquier otro infortunio” (Zamora Calvo, 2016: 19). Aunque no se le vea preparándolo, es notorio que la tía Alejandra lleva a cabo un embrujo. Sin embargo, gracias a la intuición o a la interpretación de indicios, las acciones perversas de la anciana se hacen evidentes para otras mujeres —sobre todo María Elena, la hija mayor— como si ellas tuvieran un poder especial para sentir la presencia de la bruja: “Todo cambió más para el puritito mal como si nos hubiera caído la gran maldición. Al menos dijo eso siempre María Elena, por cualquier motivo ¡ahí va lo de la maldición!” (64).

A partir de ese momento, en la familia se producen actitudes de desesperación y miedo. La presencia de la bruja comienza a transformar el ambiente familiar: los niños se comportan de manera rebelde, Rodolfo bebe nuevamente y Lucía cumple el rol de madre afligida y esposa resignada. Nuevamente, el maleficio se ha presentado:

Mis hijos también se volvieron diferentes, groseros, en la escuela, puf nomás quejas y quejas y yo ya no sabía qué hacer. Le digo, señor licenciado, que de no haber tenido junto a la tía no sé qué tontería hubiera hecho. Nadie puede imaginarse cómo me consoló, ahora que lo pienso sin palabras, casi nomás con sus ojos que se volvían en esos momentos líquidos, llenos de una agua dulce que apaciguaba mis tristezas (62-63).

La tía Alejandra se transforma físicamente, envejece sin motivo alguno y su pierna dañada le da un aspecto grotesco. Aquí está otra evidencia de que se trata de una bruja: “Sus signos definitorios responden al estereotipo difundido a través del folclore, donde nos encontramos con una mujer vieja y horrorosa, aunque en otras ocasiones resulta ser joven y seductora” (Zamora Calvo, 2005: 178). El origen de la apariencia de la hechicera se encuentra en la tradición popular; gracias a que ha sido personaje de varios cuentos y películas, su imagen de mujer vieja ha quedado instaurada en el imaginario colectivo. Por lo general, las brujas son ancianas horribles y malas, “Cómplices del Diablo, propagadoras del mal, son lo contrario de los hombres: seres abominables, con un poder sobrenatural muy difícil de controlar como no sea con los perores castigos” (Fe, 2014: 181). En el texto de Delfina Careaga, se lee:

Por fin fue sanando poco a poco, pero la pierna se le quedó negra y tiesa como de palo, para que se acordara. La arrastraba y el ruido me crispó siempre los nervios aunque nunca dije nada, usted comprende, el ruido y su cara triste que se arrugaba parecía que con sólo darle el aire; con decirle que se envejeció tanto que no se podía creer, y así de un día para otro le salieron esas canas con las que se murió (61-62).

Un aspecto importante a considerar es el título del cuento, pues en la Edad Media las muñecas eran utilizadas como instrumento para los maleficios. Sin ir más lejos, cuando se realizaban las labores arqueológicas en el Museo Regional Cuauhnáhuac —mejor conocido como Palacio de Cortés— en Cuernavaca, Morelos, fue encontrada una muñeca que según se cree fue utilizada en un trabajo de brujería. Por lo tanto, en el título del cuento el término ‘muñeca’ hace referencia a las hechiceras, lo cual se demuestra con el recorrido diegético del relato. A su vez, en su connotación negativa, la palabra ‘azul’ refiere irrealidad y tristeza. Por eso se insiste en la soledad de la tía Alejandra, una solterona que cuidó a su madre hasta su muerte. El aislamiento es también una característica de las brujas, en tanto no se casan y viven alejadas de la sociedad en una casa vieja o en ruinas: “De este modo, optan por quedarse solteras, ya que una vida marital y sus responsabilidades resultan estorbosas” (Campos García Rojas, 2014: 97). Sin embargo, la tía Alejandra decide integrarse a la familia de su sobrino, de ahí que se hable de una bruja transgresora:

Como la tía no se casó, al morir su mamá se quedó sola, entonces solita y su alma qué quería usted que hiciéramos, le dijimos vende esa casona y te vienes con nosotros, se lo debíamos, ¿no? Uy los muchachos se pusieron tan contentos porque entretenida lo era, con esas historias de fantasmas y esas cosas los tenía encandilados las horas enteras, tan inteligente, ¿verdad?, porque a mí no me cuenten que todo lo que platicaba era verdad, no, puros cuentos y para pensar tantos pues ha de haber tenido mucha inteligencia, ¿verdad? (58-59).

La muerte de los integrantes de la familia es consecuencia del maleficio. Primero fallecen los niños Andrés y María Elena, y después su padre, Rodolfo. Este último, en su lecho de muerte confiesa a su esposa Lucía que la tía Alejandra es la culpable del deceso de sus hijos —la única que se salva es Martita, la menor—. Andrés se rompe la cabeza mientras juega con su patín, María Elena muere cuando su cuarto arde en llamas misteriosamente, y Rodolfo perece tras una pulmonía, consecuencia de una fuerte lluvia. Los tres miembros de la familia tuvieron incidentes desagradables con la tía Alejandra: Andrés se burló de ella, María Elena le arrojó una taza de té caliente a la cara, además de llamarla bruja, y Rodolfo la sacó a rastras de la casa. Por lo tanto, la interacción de los personajes es otra forma de augurio.

Después de la muerte de Rodolfo, Lucía encarga a Martita con una prima que vive en Sonora. Cierta noche mata a la tía: primero le propina un fuerte golpe con el patín que provocó el accidente e intenta asfixiarla con la almohada, pero como la anciana se aferra a la vida vuelve a golpearla con el patín. Con gran esfuerzo la lleva al patio, la arroja a la pira que había preparado con anticipación y le prende fuego. Esta acción hace referencia a la quema de brujas en la hoguera que se llevaba a cabo en la Edad Media:

Le digo que fue nomás para que viera; cuando quité la almohada todavía le latía el corazón; por eso, ya apurada, ¿sabe?, le di en la cabeza con el patín; luego, estaba muy delgada pero al arrastrarla hacia el patio de atrás me pesó muchísimo, más que el cuerpo que se volvió de trapo como el de una muñeca, su pierna, ay su pierna que no era de otra cosa más que de fierro macizó me hizo sudar; ya le digo, mucho esfuerzo, sí, pero logré llegar con ella al patio en donde tenía ya preparada la hoguera (71-72).

Lucía es madre de dos niñas y un niño, cuida de ellos, de la casa, del esposo, por lo tanto, es la protectora del hogar. Además es joven y fuerte, cualidades que le permiten enfrentar a la bruja y la hacen diferente del héroe masculino. En este sentido, Paulina Rivero Weber expone:

La heroicidad de la mujer queda, en ese sentido, en entredicho. Es evidente que no se concibe como la del hombre ya que a nadie se le ocurre que una mujer deba necesariamente tener las cualidades propias de un varón (2009: 36).

Lucía es una heroína porque sus acciones generan un beneficio para su familia. Aunque no pueda salvar a tres de sus integrantes, su acción máxima consiste en proteger a su hija más pequeña y eliminar a la bruja. El poder de Lucía se fortalece en la tragedia. Su pensamiento sobre la tía Alejandra se transforma por los indicios que dejan huella en su memoria. Una forma en que esto sucede es por la expresión en la mirada de la bruja, la cual describe Lucía cuando confiesa la muerte de la tía Alejandra al licenciado, su vecino. La enunciación en primera persona significa que la historia no está distorsionada, lo cual le da mayor veracidad a los hechos descritos. La narración es la búsqueda de entendimiento y la comprensión de la existencia, en tanto los recuerdos del pasado se evocan por medio de la confesión. Lucía necesita hablar con alguien, desahogarse:

De que murió la tía Alejandra no cabe la menor duda. Bien presente lo tengo... y se me representa toda de cuerpo entero, con sus chinitos escurridos en vaselina, negros y blancos, porque hay pelos grises pero los de ella eran negros y blancos, sobre la frente arrugadita arrugada como mano de recién nacido y luego sus ojos ¡Ay Dios mío, si los estoy viendo! Tan negrísimos sus ojos negros que daba miedo mirarlos mucho porque parecía que una se quedaba ciega en pleno día (57).

El cuento presenta a la mujer como una figura con dos lados opuestos. Encontramos a la vieja y a la joven; a la casada que cuida el hogar y a la solterona; a la ignorante y a la portadora del conocimiento. Lucía es la joven, la heroína que se enfrenta al mal y sobrevive a la reacción de la bruja, aunque cometa un crimen. La tía Alejandra es la anciana, la hechicera que intenta ganarse el cariño de su nueva familia con buenas acciones y al no conseguirlo se transforma en una aberración que provoca males; no es la que da vida, por el contrario, la quita. Además, es la representación del egoísmo, de la soledad, del desamor y la muerte.

En un primer momento, la tía Alejandra llena la casa de alegría y la transforma de varias maneras: Rodolfo deja de beber y llega a casa más temprano, los niños son obedientes, Lucía realiza las tareas del hogar con agrado, la anciana ayuda en las labores domésticas e incluso las noches se vuelven tranquilas y reconfortantes. Es la manera en que la bruja atrae a sus víctimas: con el disfraz de ancianita buena se gana la confianza de los otros para después descubrir sus verdaderas intenciones. Esto es similar a lo que ocurre en el cuento Hansel y Gretel, donde una dulce abuela invita a pasar a los niños a su casa y una vez que han entrado ellos se dan cuenta de que en realidad la anfitriona es una bruja. En este caso, la tía Alejandra hechiza con la palabra:

Rodolfo salía de la fábrica y se venía corriendo, hasta se le olvidó lo de la tomadera que ha sido mi calvario, ya usted sabe, y juntos mis tres hijos y nosotros después de cenar jugábamos con todos esos juegos tan bonitos que nos enseñara Alejandrita. Al principio yo no los entendía bien porque al fin y al cabo pues una apenas fue a la escuela y pues las cosas como que no entran en la cabeza tan fácilmente, no así a los que aprenden que las agarran en el cerebro y ya no las sueltan, pero a la tía ni le importaba que entendiéramos o no, sólo quería que nos supiéramos de memoria algo así como letanías, oraciones chistosas o tal vez meras repeticiones. ¿Le digo alguna, señor licenciado? ¿No? (60).

Lucía también es una contadora de historias. Como Sherezada, interrumpe su relato constantemente ante la presencia del licenciado para divagar u ofrecer algún aperitivo, y luego lo reanuda después de pedir una disculpa. Ella misma cuenta su hazaña:

Ya se habrá usted cansado, ¿quiere que le traiga una limonada o, tal vez un café? ¿No? ¿Que le siga? Bueno, mejor, porque quiero acabar de una vez. Ya termino pronto ¿eh?... ¿En qué me quedé? ¡Ah, sí!, pues luego que desperté como que también despertó Rodolfo porque se echó sobre mí y me sacudió y lloraba y me pedía que le dijera cómo y por qué había muerto su hija. Se lo conté y sale como el demonio vivo de la pieza; ay, licenciado, y que me paro como Dios me da a entender y corro al corredor en donde mi marido arrastraba ya a la tía Alejandra hasta la calle (68).

En el cuento, los maleficios y la presencia de la hechicera dentro de la casa, en donde se originan el dolor y la muerte, representan el augurio de la muerte, a la cual invocan. En el espacio cerrado se van creando momentos de incertidumbre. La presencia extraña construye un nuevo lugar en donde la bruja puede actuar, y al hacerlo la angustia se apodera de Lucía. La tía Alejandra es el mal que llega del exterior e invade el hogar, que hasta entonces había sido un sitio de protección.

Los diferentes modos de representar a la heroína muestran la esencia de la mujer con las virtudes de esposa y madre. Su heroísmo radica en la fuerza para defender a su familia y los valores que ella representa. Al respecto, Lucía nunca menciona la palabra ‘asesinato’, por el contrario, cuando se refiere a la muerte de la bruja lo hace de una manera muy natural, sin cargo de conciencia. No es un acto de justicia pues no se lleva a cabo por una cuestión moral o de razón práctica. Tampoco se trata de una venganza, en tanto Lucía no está dominada por sus pasiones. Su manera de actuar no entra en conflicto con su forma de pensar.

Yo no sabía —una tan ignorante— no sabía que los difuntos se retuercen con las llamas, por eso creí por un momentito que no estaba muerta, pero no, de que murió la tía Alejandra, desde antes, no cabe la menor duda. Crujía, digo, entre la lumbre, y me acordé y volví a sentir ternura como cuando le quemó la cara María Elena, mi hijita que en paz descanse, aunque ahora la ternura fue más grande, tan grande que me llegó a los ojos y se me resbalaron las lágrimas, una de sentimental, ya sabe (72).

Lucía habla de sus sentimientos porque es capaz de identificar la emoción del momento para compartirla, primero con el licenciado, y luego, con el lector. Esto no la convierte en una persona vulnerable, por el contrario, le permite actuar de manera oportuna. Si en el último instante no hubiera procedido con decisión y valentía, entonces el mal se habría apoderado de la casa. Lucía es una heroína porque tuvo el valor de enfrentarse a la bruja y tuvo éxito. Mediante el relato espera el reconocimiento a su valor, por eso cuando habla lo hace con firmeza y convicción.

Pero, pase licenciado, aquí en mi ropero guardo sus cenizas. ¿Usted cree? Se dio cuenta de que la iba a matar y se dejó, así como lo oye, no hizo nada por defenderse. ¡Tan buena! ¡Inocente! ¡Cuánto la quisimos! Pero un juramento es un juramento, sobre todo a un moribundo y hecho en el nombre de Dios ¿Verdad, señor licenciado? (72).

Lucía es la antítesis del héroe masculino porque en ella se invierten sus capacidades físicas y acciones extraordinarias. Pero al mismo tiempo no hay un desprendimiento total del arquetipo, ya que Lucía se interesa por los demás, supera su miedo, toma decisiones y asume riesgos; más bien, su peculiaridad responde al universo diegético. Lo mismo pasa con la tía Alejandra. Al ser considerada una bruja, en el relato se van creando situaciones que sugieren la presencia del mal: “La ambición inicial, mezclada con el incumplimiento de las expectativas sociales, va construyendo una atmósfera sombría que, mediante estrategias de horror, introducen el miedo y la muerte” (Castro Ricalde et al., 2012: 31).

Como conclusión, en el cuento de Delfina Careaga la mujer despierta emociones en el lector a causa de su condición social, es decir, las creencias y costumbres que determinan su rol de esposa y madre. No existen secretos en la narración, llena de arrebatos de tristeza y sobre todo de maldad que no son otra cosa que representaciones de ese lado oscuro que toda la humanidad guarda y a veces se niega a aceptar. La tía Alejandra es el planteamiento del mal visto mediante sus acciones. Lucía es quien se enfrenta a la bruja y defiende a los suyos. Su existencia está llena de contrastes porque, como opina el personaje, así es la vida misma. Ella es la mujer joven, virtuosa, que provoca emociones y sensaciones que sólo una madre es capaz de sentir, y por lo tanto, de explicar.

La tía Alejandra y Lucía dejan una profunda impresión en el lector al resaltarse en la historia su condición de seres humanos en un mundo contradictorio donde el pasado se hace presente. De ahí que la narración comience con la mención de la muerte de la bruja y gire alrededor de la melancolía. La tía Alejandra traslada a la familia a un espacio maravilloso y terrible al mismo tiempo, en donde como mujer vieja transmite la sensación de estar en un paraíso, y como bruja, la de vivir en un infierno. Paraíso, porque la vida en familia cambia, como si se viviera en un sueño donde las cosas son maravillosas y los parientes se dejan arrastrar hacia un estado de fascinación. Infierno, porque el cambio también muestra otra faceta del sueño: la pesadilla, que se manifiesta con un realismo amargo, vacío, envuelto en una magia extraña que destruye la vida.

Sueño y pesadilla van de la mano de la tía Alejandra entre los dulces y tristes acontecimientos. La familia experimenta momentos fugaces de felicidad y el despertar del terrible sueño que implicó la presencia de la tía, aunque la muerte de sus integrantes nunca sucede. En la casa se perciben una enorme soledad y silencio, gritos de la bruja, así como el dolor de una madre. Los años se sucederán uno tras otro y la historia de la tía Alejandra recorrerá la memoria de quienes la conocieron.

Referencias

Campos García Rojas, Axayácatl (2014), “«Nunca le plugo ni consigo pudo de averse de casar». Mujeres solteras, intelectuales y brujas en los libros de caballerías hispánicos”, en Marina Fe (coord.), Mujeres en la hoguera: Representaciones culturales y literarias de la figura de la bruja , México, Universidad Nacional Autónoma de México, pp. 95-107.

Careaga, Delfina (1975), Muñeca vestida de azul , México, Editorial Samo.

Castro Ricalde, Maricruz, Alejandra Sánchez Velázquez y Carlos Gerardo Zermeño Vargas (2012), Inquietantes inquietudes. Tres décadas de literatura fantástica en el Estado de México , México, Instituto Mexiquense de Cultura.

Fe, Marina (2014), “Black/Magic/Woman: Eva’s man de Gayl Jones”, en Marina Fe (coord.), Mujeres en la hoguera. Representaciones culturales y literarias de la figura de la bruja , México, Universidad Nacional Autónoma de México, pp. 181-188.

Rivero Weber, Paulina (2009), Se busca heroína. Reflexiones en torno a la heroicidad femenina , México, Itaca.

Zamora Calvo, María de Jesús (2005), Ensueños de razón. El cuento inserto en tratados de magia (siglos XVI y XVII) , Madrid/Fráncfort, Iberoamericana/Vervuert.

Zamora Calvo, María de Jesús (2016), Artes maleficorum. Brujas, magos y demonios en el siglo de oro , Barcelona, Calambur.

Notas

[1] En el cuento, cuando la mujer alta (la bruja) se le presenta a Telésforo, alguien cercano a él muere; es decir, la presencia de la bruja predice el deceso.
[2] Todas las citas pertenecientes a “Muñeca vestida de azul” corresponden a Careaga, 1975, por lo cual sólo se anota el número de página

Notas de autor

* Licenciado en Letras Latinoamericanas por la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM), México. Actualmente estudia la Maestría en Literatura Mexicana Contemporánea en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), Unidad Azcapotzalco, México. Ha publicado en la revista Cástalida.

ramoguvi@yahoo.com.mx



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