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Latrascendencia dellogos universitario: diálogoeducativo/diálogo académico
The significance of the University logos: educational dialogue/academic dialogue
La Colmena, núm. 92, 2016
Universidad Autónoma del Estado de México

Aguijón


Recepción: 03 Junio 2016

Aprobación: 10 Agosto 2016

Resumen: A partir de la propuesta hermenéutica de Hans-Georg Gadamer, se reflexionó sobre la trascendencia de los diálogos educativo y académico en el ámbito universitario. Se puso énfasis en el intercambio de argumentos como elemento que instaura y renueva el sentido humanista y científico de la sociedad académica, y al mismo tiempo confiere a sus miembros identidad, legitimidad y presencia histórica. Finalmente, se dio cuenta de la importancia del debate cotidiano de nociones y concepciones entre investigadores, profesores y alumnos, para configurar una comunidad plural, defensora de la libertad de pensamiento y consciente de los modelos que sustentan sus interpretaciones.

Palabras clave: educación, enseñanza superior, discurso, comunicación en grupo, humanismo.

Abstract: From the Hans-Georg Gadamer hermeneutic precepts, we reflected upon the importance of the academic and educational dialogues within the University fields. We placed emphasis in the exchange of arguments as a factor that establishes and renews the humanistic and scientific sense of academic community, and at the same time, that gives its members a sense of identity, legitimacy and historical presence. Finally, we conveyed the importance of daily debate about notions and conceptions among researchers, professors and students to shape a plural community that advocates for freedom of thought, and is aware of the models underlying its interpretations.

Keywords: education, higher science education, speeches, group communication, humanism.

La universidad pública es una institución social, lo cual significa que sus integrantes participan de un espacio abierto y privilegiado para el avance del diálogo educativo. A partir de tal premisa, se debe señalar la trascendencia de los coloquios donde académicos, investigadores, profesores y alumnos realimentan sus modelos de pensamiento. Este trabajo explora las formas que adquiere el diálogo en tales espacios y muestra las implicaciones asociativas del encuentro mediante la palabra.

La sociedad académica es el colectivo que mejor encarna y representa a la institución universitaria. Realiza tareas educativas y científicas que propician intercambios simbólicos y adquieren el carácter de prácticas reflexivas, experiencias donde la palabra contribuye a esclarecer diversos hechos, visiones, posturas, y confiere sentido a los campos de interés.

A partir de la concepción del logos en tanto voz argumentativa, las relaciones interpersonales propias de las sociedades académicas fueron interpretadas a partir de las experiencias personales de los autores. El propósito de esto fue debatir el sentido del diálogo educativo y académico en el quehacer universitario.

La trascendencia del logos

Según la tradición filosófica griega, el logos1constituye uno de los conceptos esenciales del ser humano, pues anuncia la trascendencia del lenguaje en la vida social. Dicho vocablo alude por igual a la palabra, al discurso y a los modelos de racionalidad que traducen el mundo en dicción, es decir, que sustentan un modo especial de expresarse y referirse a alguna cosa. En el lenguaje se manifiesta la lucidez y comprensión del sujeto pensante como “artífice de sus actos de conceptualización, entendimiento y declaración” (Casadesús, 2000: 131).

En su obra Ontología. Hermenéutica de la facticidad, Martín Heidegger asevera que a partir de Aristóteles el logos adquirió la función de “descubrir y hacer conocido lo ente” (2011: 28). En efecto, las palabras hacen presentes las cosas que relatan. Al ser lo expresado, el logos despliega el mundo racional en el cual se establece aquello que tiene sentido para un determinado colectivo humano. Dicho de otra manera, la lingüisticidad nos hace partícipes de las visiones particulares “que nos permiten comprender” (Fernández, 2006: 58). Conforme a tal noción, resulta relevante examinar todas y cada una de las dimensiones del lenguaje y su contexto, tomando en cuenta las significaciones y trayectoria de las palabras de cada disertante.

Con respecto a cuánto se manifiesta en el léxico, Hans-Georg Gadamer afirma que los pensadores de la Grecia antigua consideraban al logos un “caudal que partiendo del pensar fluía resonando desde la boca” (2012: 490). Tal torrente de palabras permite externar el mundo interior de las personas y hace posible la fusión de horizontes diversos, territorios íntimos e intersubjetivos. Dicha metáfora nos lleva a imaginar la colisión de afluentes donde el lenguaje juega un papel preponderante en la vida comunitaria. Con lúcida razón, Octavio Paz escribió: “estamos hechos de palabras” (2003: 30).

Cualquier frase o discurso, como andar que va y viene, se realiza en el lenguaje. Lo que se piensa y comparte irrumpe como léxico dando cuenta de las conciencias que se hacen presentes. Los textos, tejidos de palabras, extienden mantos que pretenden cubrir las cosas de significados que los trasciendan. De acuerdo con Lev. S. Vigotsky, el lenguaje es “la construcción a través de la cual cada voz y sus expresiones adquieren sentidos particulares en función del contexto donde aparecen” (2015: 313).

En su planteamiento hermenéutico, Gadamer atribuye un papel decisivo a la palabra, y afirma que “no sólo es una de las dotaciones de que está pertrechado el hombre tal como está en el mundo, sino que en él se basa y se representa el que los hombres simplemente tengan mundo” (2012: 531). En efecto, la realidad como representación constituye una creación humana vinculada a la lengua que se emplea, y existen mundos a la medida de cuanto se logra expresar con cada lengua. La extensa variedad de logos anuncia las diversas interpretaciones de las experiencias que los acompañan.

La importancia del lenguaje radica finalmente en aquello que instaura y revela algún sentido. Cada logos participa en la apertura y significación de un determinado mundo sobre el cual comunica aquello de su interés. En el diestro y sutil juego que despliegan las palabras y que da vida al lenguaje ocurre el intercambio de significaciones que convalidan la realidad y dan certidumbre a los colectivos. Finalmente, las comunidades lingüísticas confieren valor a las frases y las consideran apegadas a sus prácticas. Al respecto, Gadamer señala que “la vida del lenguaje no se realiza ni se desarrolla al margen de las tradiciones vivas que nutren una humanidad histórica” (2010: 166). La trayectoria de cada logos, como cualidad argumentativa, otorga sustancia a las expresiones y credibilidad a los seres que las formulan. Por este motivo, cada expositor queda obligado a revisar las fuentes y contextos que configuran sus usos del lenguaje. Al construir un discurso, las frases requieren asegurar los juicios y razonamientos implicados en los actos de interlocución que lo originan.

Más allá de la forma particular de pensar, cada logos requiere realizarse en un espacio social de entendimiento, condición que posibilita la construcción de los diálogos vinculantes, los cuales surgen de las experiencias que suscita el intercambio de palabras. El momento de la conversación posibilita el encuentro entre discursos dispuestos a interactuar y complementarse. Cada uno de ellos manifiesta las diversas interpretaciones que proporciona la vida propia y colectiva.

A pesar del enlace que origina y favorece el lenguaje común, cada diálogo se constituye de experiencias personales, por lo cual incita al logos a narrar desde su tradición aquello que es capaz de dilucidar y traducir en palabras. Al escuchar diversos discursos se reconstruye el mundo propio y ajeno. Aunque se pretenda comprender todo lo que ha sido expresado por otros, sean conocidos o extraños, persisten limitaciones lingüísticas y de entendimiento entre quienes reciben las frases. Cuando se dialoga, asoma parcialmente el mundo implicado y cada conversación anuncia la voluntad o negativa de los individuos por exteriorizar y compartir sus razones.

Universidad y sociedad académica

Desde su origen, la universidad constituye una comunidad reflexiva y dialogante. El término ‘universidad’, próximo por su etimología al significado de único-universal, sugiere las ideas de unidad y totalidad. Desde esta perspectiva, alude esencialmente al espíritu consolidado e imperante de la colectividad dedicada al estudio y la discusión de las ideas. Así mismo, representa la utopía postulada por un grupo de intelectuales que pretenden explicar y comprender la vida y el mundo que les circunda. Con tan meritorio propósito, desde su declaratoria institucional las universidades facultan a sus miembros para explorar horizontes diversos y escudriñar realidades que prometen mejores escenarios de entendimiento y certidumbre para la humanidad.

Los principales postulados que guían a la universidad contribuyen al desarrollo de comunidades plurales, practicantes de la libertad de pensamiento e interesadas en cultivar el logos académico vinculado con la voluntad de expandir y sustanciar el intercambio de visiones y argumentos. El diálogo que generan sus integrantes implica relaciones intelectuales por medio de las cuales alumnos, profesores e investigadores adquieren su identidad, legitimidad y presencia histórica. Al tratarse de un proyecto compartido, la universidad configura una entidad indivisible que, aunque diseminada por el mundo, permanece cohesionada por la reflexión más generosa que acompaña al devenir de la humanidad. En tal sentido, el saber que genera y resguarda permanece invariablemente abierto al escrutinio. Cada institución alienta el debate de los modelos y paradigmas que ofrecen las elucidaciones más consistentes. Por tanto, el mundo universitario “encierra el diálogo sobre el futuro de las naciones” (Parent Jacquemin, 2005: 33), y puede ser considerado matriz cultural de la sociedad actual.

Con apoyo de las universidades, las sociedades actuales pretenden adquirir el máximo conocimiento y expandir los dominios de la razón. Sin embargo, y más allá de las contingencias que enfrenta cada institución en su contexto, “la Universidad hace profesión de la verdad. Declara, promete un compromiso sin límites para con la verdad” (Derrida, 2002:10). Esta obligación acarrea a los académicos la alta responsabilidad de acrecentar su capacidad de cuestionar e indagar lo que acontece dentro y fuera de las universidades. Al persistir en sus fines, la universidad otorga plenas libertades cognoscitivas y comunicativas a su comunidad; sin tales garantías, las sociedades académicas quedarían impedidas de renovar sus logos y perfeccionar los conocimientos que reclaman escrupulosa revisión.

Desde el campo de la filosofía, pensadores de la talla de Georg W. F. Hegel identificaron la universidad como el mejor lugar para hacer prosperar la conciencia de modo notable.2 Para José Ortega y Gasset, dicha institución resulta indispensable para el “fortalecimiento de la cultura de los profesionales y el avance de la ciencia” (2001: 21). Como resultado de las reflexiones que durante varias generaciones han alentado el quehacer académico, la universidad ha llegado a ser considerada como baluarte del humanismo (Bricall, 2004).

Para favorecer el proceso de humanización de los grandes colectivos, las universidades han dirigido el estudio y la crítica de los académicos hacia el acontecer social, específicamente hacia aquellos asuntos que afectan negativamente la vida y dignidad de los individuos. Por este motivo, en momentos cruciales de la historia universal han surgido perspectivas emancipadoras que, al señalar las iniquidades que se suscitan en el mundo han propuesto liberar al hombre de los errores e injusticias propiciadas por los sistemas políticos y económicos. En dicha tarea destaca la llamada escuela de Fráncfort, 3 difusora de un pensamiento crítico que ha motivado a numerosos grupos a cuestionar sus entornos, dinámicas y significaciones.

Como institución humanista, la universidad está facultada para examinar las contradicciones del mundo real. Su misión radica en hacerlas comprensibles, al grado de sugerir los cambios sociales necesarios para combatirlas. Con tal propósito, los académicos no pueden quedar impedidos de opinar sobre dichos asuntos, y mucho menos deben ignorar deliberadamente los hechos que involucran situaciones de dominación y abuso, o que ponen en riesgo al hombre.

La universidad es también un proyecto social que se realiza cuando sus miembros enfocan sus conocimientos a la vida cotidiana. El espíritu académico se renueva en el encuentro de conciencias en diálogo, acto en el cual se fusionan diversas vocaciones y talentos que deciden debatir sus elucidaciones y revisar los fundamentos de las mismas. Por medio del choque de saberes, los individuos contribuyen a enriquecer y renovar sus perspectivas. Las interacciones comunicativas fecundas movilizan los referentes contextuales, teóricos y analíticos que cuestionan las estructuras supeditadas a diferentes disciplinas académicas. 4

La universidad se forma de individuos con profundas convicciones humanistas y científicas, hombres y mujeres que hacen evidente su condición dialógica,5 personajes que trascienden las fronteras formativas y logran instaurarse como defensores de los máximos atributos de la razón, la sensibilidad y la palabra. Dicha comunidad se unifica y despliega en logos que debaten y pretenden ser el pensamiento más avanzado de su época, siguiendo una tradición milenaria.6

Las cualidades académicas de los universitarios son la materia principal que sostiene el trabajo generador y difusor de su visión, siempre orientada a esclarecer el mundo y fortalecer el sentido humano de la existencia. Gracias a la institución universitaria, la conciencia explora y evalúa el estado del conocimiento, posibilitando el cuestionamiento ineludible de las circunstancias que enfrenta la humanidad en cada momento y que inciden en el curso de la historia de los pueblos. Por esta causa, los académicos consideran el entorno social como origen y destino de su quehacer, y precisan descubrir las contradicciones que lo constituyen y determinan.

Cada comunidad universitaria traduce su labor científica en una serie de compromisos de orden social orientados a comprender y superar las adversidades que enfrenta el colectivo, primordialmente desde el campo de las ideas. La noción de humanidad que se expresa y avanza en todo individuo constituye el principio esencial que alimenta la esperanza de los universitarios de propiciar una mejor convivencia y lograr un mundo más equitativo.

Con frecuencia, las universidades son apreciadas únicamente por su calidad como centros de profesionalización. Bajo esta óptica, se les ha llegado a considerar centros de educación superior, es decir, recintos en los cuales las generaciones en turno adquieren suficientes competencias y cultura para operar en campos laborales que resulten de su interés. En dicha tónica, el conocimiento científico se estima como la materia prima de las relaciones educativas que derivan de su carácter ontológico.7 Como resultado de los efectos del sistema económico imperante, el saber que produce la universidad tiende a ser valorado por la utilidad que reporta al ejercicio profesional y las expectativas de ascenso social de los participantes, vinculadas con los “estamentos y clases que derivan de un determinado orden económico” (Weber, 2005: 242).

Al operar meramente como espacios que favorecen los aprendizajes profesionales, las universidades reducen considerablemente sus horizontes culturales y de reflexión. Esto termina contradiciendo los principales propósitos y postulados que les fueron conferidos. Sin embargo, cada sociedad académica responde a su contexto, por ello termina siendo afectada por los procesos sociales del entorno, los cuales le inducen a desempeñar nuevas tareas que habrán de rivalizar con sus funciones principales.

La correlación de fuerzas e intereses influye sensiblemente sobre los ámbitos intelectuales y las áreas laborales. Los requerimientos y eventualidades del medio profesional, territorio adyacente al sistema económico, desafían los ideales académicos e inhiben los objetivos orientados en principio a “constituir un ser libre y pensante” (Ortega y Gasset, 1985: 390). La universidad suele ser amenazada constantemente por agendas extraacadémicas que tienden a transformarla. Por esta razón, sus miembros se ven obligados a proteger y preservar los fines culturales, más aun aquellos que amparan sus valores supremos y trascienden los dictados del sistema político y económico vigente.

Interlocución y finalidadeseducativas

Junto a las diversas concepciones, modelos y prácticas educativas que hoy rivalizan y enriquecen el medio universitario, persiste el interés de autoridades y pedagogos por depurar los actos comunicativos implicados en el proceso de enseñanza-aprendizaje. Educar implica apropiarse de ciertos contenidos significativos y colaborar en la constitución del sujeto.8 Asimismo, conlleva la transferencia de conocimientos de una generación a otra. Al respecto, Émile Durkheim puntualizó: “la educación es la acción ejercida por la generaciones adultas sobre aquellas que no han alcanzado el grado de madurez necesario para la vida social” (1999: 32).

En su modalidad formal y escolarizada, la educación universitaria implica una guía conductora a cargo del grupo que aventaja en conocimiento y dominio profesional a los discentes. Por tal motivo, Gadamer consideró que “la conversación entre maestro y discípulo es sin duda una de las formas originarias de experiencia dialogal” (2010: 207). En la práctica educativa subyace el diálogo como recurso de socialización y acceso al conocimiento, una práctica que demanda adquirir los conceptos y lenguajes propios de cada disciplina, los cuales pueden o no requerir o ser susceptibles de interactuar con otras áreas de conocimiento. De acuerdo con J. Houssaye, la estructura del diálogo pedagógico configura “una triada originaria; estudiante-saber-profesor, que anticipa una situación asimétrica, resultado de sus diferencias de posición y funciones” (Jean Houssaye, en Postic, 2000: 122).

Debido a la difusión de modelos educativos emanados de la llamada escuela nueva,9 en décadas recientes se ha pretendido apartar del aula las modalidades expositivas y reservarlas únicamente a los profesores más notables. A pesar de ello, el docente continúa siendo el principal orador, el personaje que adopta el monólogo como forma expresiva e impone a su audiencia un logos único que se legitima bajo la propuesta institucional de que el profesor es el poseedor del máximo saber. Con base en ello, cada docente reclama el derecho de hacer uso privilegiado de la palabra y se apropia de la escena escolar. A causa de tales asimetrías, el catedrático orador termina por impedir el diálogo, en el mejor de los casos por ser un modo de interacción innecesario o contrario al propósito de escuchar el logos erudito. Evidentemente, el encuentro de especialistas en campos afines y en formato de simposio contribuye a producir el diálogo entre pares.

Aunque hoy en día no se haga tan evidente la condición asimétrica entre profesores y alumnos debido a las prerrogativas que derivan del libre acceso a la información por medios digitales como el internet, la relación educativa continúa identificando al profesor como el sujeto mejor informado y con mayor experiencia, condición distinta a la de los estudiantes, a quienes se les considera individuos con saberes limitados y carentes de práctica profesional. Tal contraste social, cada vez menos atribuible a la diferencia de edades, constituye el factor definitorio del encuentro escolar en tanto posibilidad real de intercambio y libre interlocución. Al respecto, Gadamer asegura que “la educación y la formación existen en las acciones concretas de educarse y formarse, lo cual sólo es posible a través del logos (1991: 77).

Al manifestarse diversos propósitos en el encuentro entre profesores y estudiantes, el medio instituido ofrece rutas prescritas para el intercambio lingüístico. En general, el profesor asume el rol de orientador y esclarecedor de contenidos, mientras los estudiantes demandan información acorde con sus expectativas de formación. La adquisición de códigos especializados propios de cada disciplina reduce las distancias cognoscitivas entre los involucrados. Derivado de ello, el diálogo educativo concentra sus esfuerzos en la fase informativa y anticipa las respuestas que serán requeridas por los discentes, junto con los casos y asuntos más relevantes asociados con la práctica profesional. El desempeño eficaz de los profesores en sus tareas generalmente propicia aprendizajes significativos entre los estudiantes, sector que en reciprocidad deberá mostrar su interés y tenacidad por adquirir saberes y desarrollar habilidades notables en su área de conocimiento.10

Durante el acompañamiento que el docente hace al proceso de profesionalización de los futuros colegas, el diálogo educativo adquiere formas diversas, como las expositivas, aclaratorias e interrogativas. Estas modalidades derivan de los objetivos anunciados en los programas de estudio. Aun cuando el discurso del docente pueda ser custodiado por charlas coloquiales y otras expresiones de camaradería, el intercambio académico no puede suplir o distraerse de su principal encomienda: servir como sustrato de la experiencia formativa, lo cual no excluye la posibilidad de nuevos aprendizajes también para el docente. El encuentro educativo vitalizado por la empatía entre pares intensifica los procesos comunicativos y cognoscitivos, lo cual favorece la identidad disciplinaria y la socialización de los saberes cardinales.

La prevalencia del diálogo educativo y la posibilidad de sumar nuevos interlocutores pende de la estrategia didáctica desplegada por el profesor. La continuidad y expansión del encuentro enriquece la perspectiva que ofrece la profesión. El propósito de intercambiar saberes puede conducir a los participantes a emprender nuevos aprendizajes. Al ser el escenario propicio para que ocurra la multidireccionalidad comunicativa, el medio educativo contribuye a su manifestación en la medida en que los actores logren apreciar el “diálogo como vehículo de entendimiento social” (Bautista de la Torre, 2004:10).

Los desafíos del diálogoacadémico

Consideremos lo ‘académico­’11 como aquello concerniente al grupo de intelectuales y estudiosos que deciden dialogar con el afán de compartir y vitalizar sus reflexiones. En este sentido, implica la acción orientada a contrastar diversas nociones, interpretaciones y recursos argumentativos, hecho que presupone la manifestación de los diversos logos que configuran la comunidad dialogante. Visto así, el hálito de lo académico radica por igual tanto en la acción de expresar como en la necesidad de comprender lo que acontece.

El diálogo es un factor que vigoriza el quehacer universitario. Mediante el intercambio de ideas se fortalecen los conocimientos, se acrecienta el entendimiento y se expande la conciencia de la comunidad pensante. Al dialogar se revelan los vínculos de colaboración existentes y posibles entre los individuos que aspiran a renovar sus logos. De este modo se hacen presentes los principios orientadores de las tareas universitarias, hecho que favorece el avance de la conciencia crítica y la acción solidaria.

Por medio del encuentro en la palabra, los académicos aventajan y dignifican sus modelos interpretativos. Una vez que los argumentos propios se someten a la opinión de los pares, es posible realimentar lo que fundamenta cada logos manteniendo el formato de participación alternante. El propósito de confrontar diversas versiones es valioso, no sólo para los sujetos involucrados, dado que puede despertar interés en otros colectivos y propiciar ulteriores desarrollos. Bajo esta óptica, dialogar contribuye a expandir y vigorizar los afanes universitarios, sitúa a los interlocutores fuera de los límites preestablecidos y propicia mejores elucidaciones.

El intercambio de ideas constituye una vía de entendimiento entre los seres humanos por medio del cual los participantes se hacen legibles. Debido a esto, durante el encuentro académico cada individuo puede trascender sus dominios y fronteras, se libera del silencio impuesto y tiende un puente hacia otras perspectivas y mundos. En la palabra se manifiesta la presencia del ser que adolece de certezas absolutas y anhela revisar su rumbo, comprender mejor su realidad y entenderse a sí mismo. A pesar de la relevancia que se atribuye al acto de conversar, constituye un esfuerzo siempre interrumpido por aquellas tareas que inhiben y suprimen la libre expresión. El diálogo resulta siempre un horizonte inexhausto, más no por ello intrascendente en la construcción de sentidos de vida y la formación de la conciencia individual y colectiva.

El intercambio de ideas es una característica indispensable del mundo académico, sin embargo, para ningún colectivo es una empresa fácil de lograr y menos aún de mantener vigente. Incluso en las universidades más prestigiosas, los diálogos asoman de manera intermitente debido a que su desarrollo exige actitudes maduras y capacidades afines entre los interlocutores. El sentido de identidad que provoca y reafirma la comunicación entre pares sintetiza los referentes críticos que habrán de transformar a los individuos en auténticos académicos.

Al ser parte esencial de la dinámica universitaria, el encuentro requiere que el discurso empleado no evada, mucho menos traicione, su compromiso por declararse en contra de aquellas realidades que lesionan la vida humana, y que ante cualquier amenaza que asome posibilite la “salvación por la palabra” (Bordelois, 2004: 106). Para que ello ocurra se demanda de los interlocutores plena sinceridad y firmeza para desentrañar las situaciones que les afectan; de esta manera pueden avanzar, acompañados de otras voces, en el enjuiciamiento de las perspectivas propias y ajenas, configurando un escenario capaz de expandir sus horizontes.

Debido a que todo coloquio reclama profundizar y revisar lo que se afirma, resulta necesario adentrarse en el campo de las significaciones y sentidos instaurados. Para lograrlo es indispensable alentar el interés de los dialogantes por comprenderse-comprendiendo, lo cual implica aceptar que en todo intercambio de palabras se cuestionen, confirmen y modifiquen los propios modelos, así como las capacidades interpretativas.

Por efecto del trabajo científico y las reflexiones humanistas que tienen lugar en los ambientes universitarios, el diálogo vitaliza e instaura el sentido social entre sus miembros. Contrario a ello, en la medida en que se inhibe o impide el intercambio de las ideas dentro de las instituciones superiores se extingue el propósito y sentido de la ciencia en tanto conciencia colectiva. Sin diálogos que permanezcan activos, las actividades académicas se desvanecen mientras prevalecen las cuestiones adjetivas y regulativas en la institución. Los actos que incomunican a los miembros en sus labores cotidianas trastocan el avance del proyecto social en que se encuentran involucrados. Ejemplo de ello suele apreciarse en los dispositivos y mandatos burocráticos que más allá de fortalecer las funciones sustantivas de la universidad la convierten en un organismo escolar, o peor aún, en una empresa empeñada en incrementar la rentabilidad de sus productos.

La universidad egregia se constituye por medio de la comunidad pensante, aquel colectivo consciente de sus circunstancias y posibilidades de intervención en la realidad social. Los académicos representan uno de los mayores logros de la sociedad contemporánea en tanto conciencia de sí misma. Al dialogar, sus miembros acrecientan sus capacidades sensibles e intelectuales y son capaces de renovar los modelos de interpretación instaurados, lo cual expresa un esfuerzo colectivo por liberar el pensamiento de ideologías innecesarias.

En la misión trascendental encaminada a generar nuevo y mejor conocimiento, ninguna comunidad universitaria puede considerarse un modelo perfecto a seguir, pues los procesos reflexivos y dialogantes nunca concluyen de manera definitiva. Incluso en las más modestas instituciones de nivel superior, circunscritas a precarias infraestructuras, pueden emerger planteamientos y desarrollos notables por vía del diálogo y la colaboración entre académicos.

El mundo intelectual de la universidad se configura gracias al intercambio de ideas. Se trata de alentar un proceso en el cual el saber acumulado y la voluntad de comunicar logren constituir el espacio de reflexión donde se puedan debatir los diversos modelos de racionalidad y eticidad hasta lograr su comprensión. En la medida en que el trabajo y el diálogo se armonizan y realimentan, la vida académica prospera y contribuye realmente al avance significativo del conocimiento, ingrediente indispensable para el perfeccionamiento de la sociedad y la transformación del mundo en un lugar equitativo, viable y sostenible. Por el contrario, cuando ambas tareas se desarticulan, o bien, disminuyen su presencia en su entorno, el porvenir se desdibuja y el proyecto humanista de la institución se extravía.

Aunque de modo arbitrario y por inercia se continúa segmentando el trabajo académico por medio de las llamadas funciones sustantivas, el diálogo puede unificar a los universitarios. La docencia promueve la discusión formativa, la investigación reclama el encuentro de los expertos y la extensión universitaria pugna por la comunicación cercana a la sociedad. Es así como en la universidad se cultiva el gran diálogo que garantiza el encuentro de perspectivas diversas y expresa el espíritu solidario de una comunidad sensible y pensante. En efecto, mediante el intercambio de ideas entre los universitarios la conciencia social y científica logra impulsar las labores académicas y favorece la comprensión del sentido que guía a los intelectuales hacia una prospectiva de trascendencia histórica y cultural.

En vista de que la premisa hasta aquí expuesta es correcta, los universitarios permanecen convocados en todo momento a dialogar sobre el sentido y significado de sus tareas, hecho que permite renovar sus teorías y transformar con acierto sus entornos. Fortalecer la conciencia académica insta a relacionar la vida universitaria con el contexto social, ámbito donde se debaten diversas voces que reclaman a los universitarios ser congruentes con su vocación científica y humanista. Al ser fortalecido por el diálogo académico, el trabajo que se realiza al interior de la universidad terminará incidiendo deliberadamente en la formulación de proyectos colectivos pertinentes y favorables a la sociedad, escenario que expresa las convicciones más enraizadas de los núcleos académicos.

Reflexiones finales

Los ámbitos universitarios animan al diálogo educativo de forma expedita, sin embargo, rara vez mantienen vigentes los coloquios académicos orientados a renovar sus perspectivas y alentar la conciencia solidaria. Por medio de programas didácticos e intercambios de ideas entre docente y alumnos, los universitarios asumen tareas formativas que resultarán congruentes con los cometidos profesionales. Las posibilidades de encuentro en la palabra incitan a los investigadores, profesores y estudiantes a emprender reflexiones filosóficas y científicas orientadas a la comprensión de los diversos modos de interpretar e intervenir en el mundo. El diálogo educativo favorece el avance intelectual, mientras que el debate académico configura la identidad que confiere sentido a la comunidad pensante.

Por medio de la discusión, los expertos pueden confrontar las perspectivas más diversas y develar los fundamentos que las constituyen. Se trata por tanto de estimular el intercambio de ideas que permita a los interlocutores descubrirse como protagonistas y depositarios de un logos que los trasciende, una tradición de pensamiento orientada a explorar los horizontes y significaciones que sustentan la convivencia humana. Dialogar implica dignificar la palabra y buscar el entendimiento junto a otros. Conversar nos humaniza.

Este ensayo deja abierto el debate sobre la trascendencia de los diálogos educativos y académicos que los universitarios requieren cultivar, un tema que por su naturaleza resulta cardinal para la vida institucional al poner de manifiesto el propósito del humanismo dialógico12 como eje conductor de las tareas científicas y profesionales. Asumir la universidad como comunidad implica necesariamente apropiarse de la palabra que revela cuanto se ha sido y se pretende ser.



Dúctil encuentro (2016).
Fotografía : GuillermoRomero-Zarazúa



Tocadiscos (2016).
Fotografía : GuillermoRomero-Zarazúa .

Referencias

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Notas

1 La noción del logos transitó del griego al latín como ‘ratio’. Para Francesc Casadesús (2000), dicho cambio hace suponer una primera crisis de racionalidad debido a la transformación del significado discursivo y los procesos cognoscitivos implicados en el concepto que terminaron afirmando al hombre como ser racional.
2 Alreferirse a Christian Wolff, Hegel destaca la trascendencia de enseñarfilosofía en las universidades alemanas.
3 La llamada escuela deFráncfort constituye un proyecto de reflexión crítica. Su visión plantea uncuestionamiento severo de las condiciones sociales e históricas que imponen lossistemas económicos y políticos a la vida de los pueblos. Su origen se remontaa los escritos de Max Horkheimer y se consolida en los trabajos de Theodor W.Adorno, Herbert Marcuse, Erich Fromm, Jürgen Habermas y Karl-Otto Apel, entreotros. Actualmente, Axel Honneth es responsable del Instituto de InvestigaciónSocial de la Universidad de Fráncfort.
4 La institucionalizaciónde la universidad origina que los conocimientos adquieran forma de disciplinasy campos de especialización. Esta segmentación del conocimiento deriva en unacierta organización del saber que determina las maneras de observar el mundo.
5 Lasprimeras universidades en Occidente se constituyeron durante la Edad Media yfueron el resultado de incipientes asociaciones de alumnos e intelectualesinteresados en dialogar libremente.
6 En la relación Sócrates-Platón se configura un coloquio orientado a confrontar y orientar el pensamiento. En tal intercambio se manifiestan los principios del diálogo académico.
7 Cualquierpráctica educativa supone la instauración de finalidades que son determinadaspor la dinámica social.
8 Educar implicaconstituir al individuo social y hacerlo consciente de su condición histórica.
9 La escuela nueva es lavisión pedagógica que prioriza el aprendizaje sobre la enseñanza. Este enfoquealienta la interpretación, el diálogo y el contacto con el mundo real entre losparticipantes, y fortalece la conciencia, la colaboración y la autoevaluación.
10 En la sociedad de lainformación y la economía del conocimiento estos aspectos han adquirido nuevasdimensiones y posibilidades de realización y constatación debido al avance delas tecnologías de la información y la comunicación.
11 El término seencuentra vinculado con la Academia de Platón, la cual evoca la leyenda delhéroe Akádêmos, personaje mítico cuya palabra evitó que Atenas fuera víctima dela destrucción.
12 El humanismo dialógicoaboga por el derecho de todos los hombres (Amigo Fernández de Arroyabe, 2003:179).

Notas de autor

* Gustavo A. Segura Lazcano. Profesor de la Facultad de Planeación Urbana yRegional de la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM), México. Esdoctor en Educación por la Escuela Libre de Ciencias Políticas y AdministraciónPública de Oriente, México. Forma parte del cuerpo académico Hermenéutica yCotidianidad del Centro de Investigaciones Histórico Socioculturales de laUAEM. Entre sus publicaciones recientes están: “Desempleo juvenil y matrículauniversitaria en México ¿Transición al desarrollo o esquizofrenia?” (Elementos,núm. 101, 2016), en coautoría con Eduardo Loría, y el capítulo “Los entornos deinnovación y responsabilidad social para la universidad pública en condicionesde globalidad” (en Humanismus und Ethik als Brücke zwischen den Kulturen,2013).
* Carolina Caicedo Díaz. Profesora-investigadora de la Facultad de Químicade la UAEM. Doctora en Educación por la Escuela Libre de Ciencias Políticas yAdministración Pública de Oriente. Forma parte del cuerpo académicoHermenéutica y Cotidianidad del Centro de Investigaciones HistóricoSocioculturales de la UAEM. Recientemente publicó el capítulo “Éticaprofesional de los egresados de Química en Alimentos” (en Humanismus undEthik als Brücke zwischen den Kulturen, 2013).
* Emmanuel Moreno Rivera. Profesor de tiempo completo de la Facultad deEconomía de la UAEM. Doctor en Estudios Latinoamericanos por la Universidad deTulane, Estados Unidos. Es miembro del cuerpo académico Hermenéutica yCotidianidad del Centro de Investigaciones Histórico Socioculturales de laUAEM. Entre sus publicaciones se encuentra: “Narciso Bassols, intelectual yrevolucionario mexicano” (en Humanismo mexicano del siglo XX, 2005),“Genealogía teórica del estudio de la pobreza y la marginación en AméricaLatina” (en La visión de la pobreza desde las regiones de México, 2005),y “Desarrollo humano y pobreza en el Estado de México” (en A media legua.Repensando el desarrollo rural, 2006).


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