Aguijón

Recepción: 19 Enero 2017
Aprobación: 02 Agosto 2017
Resumen: La crítica nietzscheana a la filosofía tradicional está centrada en hacer una reflexión en torno a la exagerada autoridad que, desde la filosofía clásica, se le había dado al lenguaje conceptual y a las pretensiones de verdad como fundamento del conocimiento, así como de toda consideración moral. Ante esta “enfermedad”, como la nombra Nietzsche, se propone un empoderamiento del ser humano a fin de que éste sea capaz de convertirse en creador de nuevos y originales conceptos que deriven en virtudes. En este sentido, la hermenéutica pasa de ser un ejercicio para comprender textos y tratar de hallar verdades, a una manera de observar el lenguaje como una interpretación activa del mundo, de sí mismo y la producción de diferencias en el ámbito de la ética.
Palabras clave: filosofía del espíritu, Derrida, hermenéutica, ética, filosofía.
Abstract: Nietzschean criticism of traditional philosophy focuses on the reflection about the extreme authority that, from classical philosophy, had been given to conceptual language and to pretensions of truth as the basis of knowledge, as well as all moral consideration. Before this ‘sickness’, as it was named by Nietzsche, the author proposes an empowerment of the human being in order to be able to become a creator of new and original concepts resulting in virtues. In this respect, hermeneutics shifts from an exercise to understand texts and to try to find truths, to a way of observing language as an active interpretation of the world, from himself and a production of differences in terms of ethics.
Keywords: philosophy of mind, Derrida, hermeneutics, ethics, philosophy.
Parte del pensamiento del filósofo alemán Friedrich Nietzsche es, en general, una crítica a la filosofía tradicional con respecto al uso del lenguaje, en tanto se concibe como una herramienta para entender la condición humana y sus actos morales. El lenguaje, a partir de la filosofía platónico-aristotélica, fue instituido como el fundamento para la elaboración de modelos morales, los cuales han trascendido a lo largo de la historia. A raíz del pensamiento nietzscheano se comienza a sospechar de las pretensiones de verdad de la filosofía clásica, al igual que de los valores morales dictados por la tradición. El filósofo alemán propone observar el mundo desde nuevas perspectivas a través de un ejercicio de destrucción que permita interpretarlo de forma diferente. Esto como parte de una práctica hermenéutica propia y original, la cual ofrecerá al ser humano la posibilidad de crear diferentes y únicos conceptos éticos, mismos que defenderá como sus propias virtudes.
En el presente análisis se propone retomar la reflexión nietzscheana con respecto a la genealogía del lenguaje, principalmente de los conceptos morales, y de cómo estos han ido cobrando fuerza a lo largo de la historia, hasta el punto de ser aceptados como una verdad incuestionable a la cual el ser humano debe someterse. Lo anterior con el objetivo de animar al lector a una consideración ética que parta de la perspectiva de la propuesta hermenéutico-filosófica nietzscheana.
En un primer momento, será analizada la manera en que, de acuerdo con Nietzsche, se han delineado e impuesto una serie de conceptos éticos y pautas morales, y cómo esta situación ha generado una conciencia compartida para la humanidad. En segundo lugar, se realizará una breve exposición sobre la noción de “voluntad de poder” en el pensador alemán y su repercusión en el desarrollo de la sociedad, en lo referente al lenguaje y la cultura. Enseguida, se retomará el estudio nietzscheano con respecto al papel que la interpretación ha tenido como parte del mismo sistema de imposición del lenguaje moral. Posteriormente, será explorada la propuesta de la hermenéutica filosófica nietzscheana en tanto herramienta que permite llevar a cabo un ejercicio de deconstrucción. Finalmente, se generará una reflexión sobre la vigencia de las propuestas nietzscheanas como parte de la construcción del carácter ético propio.
Una conciencia compartida
Entre 1870 y 1875 Nietzsche se desempeñó como catedrático en la Universidad de Basilea. En este periodo desarrolló de manera más contundente su crítica a las estructuras conceptuales propias del lenguaje tradicional. Durante este tiempo se dedicó al análisis profundo de la antigüedad clásica y señaló a Sócrates como la figura que llegó a tergiversar el espíritu de la Grecia de tiempos de la tragedia, cuando no se trataba de dar definiciones sobre los hombres ni sus acciones, sino que el ser humano vivía libremente desde su inefable complejidad.
Una de las obras más importantes de la Grecia clásica, en lo que se refiere al lenguaje, es el diálogo platónico “Crátilo”, el cual ocupa un lugar destacado en la historia de la lingüística. En éste se discute la necesidad de observar el lenguaje como instrumento de conocimiento, cuya función es la de enseñar. El diálogo expresa lo siguiente:
Sócrates.- Pero dime a continuación todavía una cosa: ¿cuál es, para nosotros, la función que tienen los nombres y cuál decimos que es su hermoso resultado?
Crátilo.- Creo que enseñar, Sócrates. Y esto es muy simple: el que conoce los nombres, conoce también las cosas (Platón, 2016: 531).
De acuerdo con Platón es posible observar que el significado, representado por los nombres, es universal y eterno. Desde esta perspectiva, la razón del ser humano tiene la capacidad de conocer la realidad y su estructura por medio de las formas ideales expresadas en palabras. El origen del conocimiento y del lenguaje no está en las cosas de la naturaleza ni tampoco es producto de una convención, más bien se encuentra en la visión intelectiva de las ideas, de las cuales brotará toda significación del lenguaje. Así, para alcanzar un verdadero conocimiento: “hay que dirigir la mirada a las esencias, para lo que resulta imprescindible purificarse de las ambigüedades y contradicciones del lenguaje cotidiano, que constituyen una barrera para alcanzar este conocimiento” (De la Cruz Vives, 2002: s/n). La tarea, de acuerdo con el diálogo, está reservada únicamente a los filósofos, porque son ellos quienes desean conocer la esencia de las cosas.
Aristóteles, discípulo de Platón, fue más allá al considerar las definiciones y los conceptos como paradigmas y modelos estructurales. De acuerdo con el estagirita, la interpretación se concreta en una definición y es en ella donde podemos establecer la coherencia (correspondencia) entre un sujeto y un predicado y de esta manera aprehender la forma universal de las cosas. La verdad se torna una correspondencia y no la apertura de interpretación, mientras que la falsedad es considerada como una incoherencia. La definición enmarca el límite de “lo que una cosa es”. Lo universal hace posible la cosa y la limita.
A partir del análisis del pensamiento socráticoplatónico Nietzsche realiza un estudio sobre cómo surgen las definiciones de los conceptos cómo éstos, más que corresponder a realidades inmutables se refieren a aquellos hombres que desde su propia concepción y experiencia los han interpretado, delineado e impuesto a su época mediante el uso de estrategias retóricas. Con respecto a lo anterior, Silva-Proll Dozo comenta que para Nietzsche la retórica representa “sobre todo una fuerza [δύναμις] del lenguaje que expresa lo que es posiblemente verosímil y convincente”. Aquí la retórica es entendida como la facultad de observar todos los posibles medios de persuasión sobre cada cosa.
Desde la Grecia antigua hasta nuestros días han existido personajes que se asumen a sí mismos como maestros y poseedores de la verdad absoluta, dedicados a transmitir conocimientos estáticos a través de un lenguaje con pretensiones de universalidad, mediante un control absoluto del uso de los conceptos. El desarrollo del lenguaje ha sido, desde esta perspectiva, una construcción histórica y social. Nietzsche considera al respecto que:
La más inmoderada presunción de ser capaz de hacerlo todo, como retóricos y estilistas, corre por toda la Antigüedad de una manera que es incomprensible para nosotros. Ellos controlan ‘la opinión sobre las cosas’ y, en consecuencia, el efecto de las cosas en los hombres; y ellos lo saben. Para ellos es, ciertamente, necesario que la humanidad misma sea educada retóricamente (Nietzsche, 2000: 180).
El lenguaje se ha manifestado a través de la historia como una imposición con propósitos de organización y control, un vehículo para la preservación de poder por parte de los personajes más influyentes en cada periodo del desarrollo de las sociedades.
A partir de la tradición socrático-platónico-aristotélica, el hombre ha considerado los conceptos y los nombres como verdades eternas que ayudan a comprender cualquier tipo de situación en todo momento. Lo anterior sucede en todas las sociedades, en las diferentes etapas de su desarrollo, y expulsa por completo cualquier posibilidad de interpretación propia por parte de cada individuo. De la misma forma, el ser humano queda limitado para cualquier impulso creativo y se mantiene atado a un mundo previamente concebido al cual debe adaptarse.
La filosofía nietzscheana pretende, desde esta perspectiva, hacer una reflexión sobre la exagerada autoridad dada al lenguaje conceptual y a las pretensiones de verdad tanto de la filosofía como de la ciencia. El pensador alemán considera que las leyes de la ciencia han estado históricamente basadas en errores. Por un lado, se encuentra la tendencia a explicarse todos los fenómenos naturales únicamente como cuestiones que benefician o perjudican a los seres humanos, a tomar al hombre como la medida de todas las cosas; por otro, la afirmación de figuras con existencia trascendental a partir de las cuales es posible fundamentar el conocimiento científico. Estas representaciones que se han reconocido y aceptado sin ser objeto de cuestionamientos o dudas son blanco de la crítica nietzscheana, donde se pone en evidencia que no se puede comprobar su existencia y que incluso su aceptación deriva en contradicciones. Un ejemplo de este señalamiento está relacionado con las categorías de tiempo y espacio. Sobre ellas, Nietzsche señala que “nuestras sensaciones de tiempo y espacio son falsas, porque conducen, si las examinamos consecuentemente, a contradicciones lógicas” (Nietzsche, 1996: 54).
Autores como Deleuze hablan sobre la factibilidad de identificar, dentro de las obras de Nietzsche, un señalamiento hacia la ciencia, desde la cual se trata de igualar las cantidades y de compensar las desigualdades, “esto es precisamente lo que denuncia en la ciencia: la manía científica de buscar compensaciones, el utilitarismo y el igualitarismo propiamente científicos” (2000: 67). Estas manías, explica Nietzsche, han permeado los sistemas de organización social.
Una de las principales corrientes que Nietzsche critica es la del pensamiento científico inglés, en específico a Darwin y Spencer, cuya concepción evolucionista plantea la vida como adaptación al medio, lucha por la existencia y supervivencia del más fuerte. Tales postulados, afirma el filósofo, han tenido un considerable impacto cultural y moral. La teoría de la selección natural no ha tenido únicamente una repercusión científica en cuanto a la evolución de las especies, sino que ha permeado, también, en el ámbito de la organización social trayendo consigo la idea de que sólo los más fuertes serán los que puedan llegar a imponerse sobre el resto de los seres, —aunque estos no sean fuertes por su carácter, más bien porque han conseguido ser mayoría al aventajar una cierta igualdad de la cual obtienen su fuerza—.
De acuerdo con el análisis de Vattimo sobre la obra nietzscheana: “eso de lo cual tenemos experiencia consciente es aquello para lo que tenemos un lenguaje socialmente convenido e impuesto” (1991: 123). Podemos inferir que esta forma de observar la cultura se refiere a un desarrollo y evolución de las sociedades que crecen de manera homogénea, y toma como base las enseñanzas heredadas desde la tradición, comunicadas por medio del estudio de la historia. Lo anterior da como consecuencia la configuración de una conciencia compartida. Aquí se toma en cuenta un poder sobrevalorado de la historia para la comprensión del presente y el florecimiento de la cultura. Nietzsche lo denomina una “enfermedad histórica”.
Ferraris comenta respecto a lo anterior que: “el hombre afectado por la enfermedad histórica viaja como un turista por distintas épocas, puede disfrazarse en cualquier estilo y encarnar cualquier ideal y figura, de forma que la historicidad asume una potencia paralizante” (2000: 172). Con esto se reafirma la crítica que identifica a la historia como un trastorno que es, de cierto modo, impuesto a todos los hombres por igual, y por el cual el individuo puede llegar a verse como un extraño dentro de su propia sociedad, hasta el grado de experimentar frustración al sentirse imposibilitado para expresar sus propias ideas y sentimientos. De esta manera, cae en un nihilismo que Nietzsche califica como pasivo, fatigado y negativo, que implica “decadencia y retroceso del poder del espíritu” (2000: 54). El pensador alemán voltea a ver a la tradición con resentimiento, pero reconoce que el hombre no cuenta con las fuerzas para destruir aquello a lo que se encuentra sometido.
En el análisis de Nietzsche es posible distinguir la manera en que el ser humano fue construyendo, homogeneizando y simplificando, a través del lenguaje conceptual, su relación con el mundo así como su consecuente desencanto. Estos son los elementos que forman parte del ser humano visto como voluntad de poder. Así pues, la intención de Nietzsche es hacer transparentes estos aspectos “para conducir el nihilismo a ese grado de extrema radicalidad, en que el hombre, lejos de sufrir por la desilusión ante el ideal, reinstaura los derechos de la ilusión, como error al servicio de la vida” (Nietzsche 2000: 14), para guiar al ser humano hacia una auténtica transmutación de valores.
La voluntad de poder
La noción de voluntad de poder en la obra de Nietzsche no se refiere a una facultad de los seres humanos. No quiere decir que el hombre posea voluntad o capacidad para realizar tal o cual cosa, tampoco significa que se encuentre en busca del poder. No constituye una propiedad de los individuos es la esencia misma de todo cuanto vive, no como fundamento metafísico sino como una nueva forma de reinterpretar el mundo. De acuerdo con esta noción, los seres de la naturaleza realizan un esfuerzo innato por poseer todo el espacio, por extender su propia fuerza, y también por rechazar todo lo que se opone a su expansión: “la voluntad de poder suele manifestarse cuando encuentra resistencia; por tanto, busca lo que fatalmente resiste” (Nietzsche, 2000:435). En este sentido, en el ser humano son naturales aquellas pasiones e instintos que lo impulsan a querer configurarse a sí mismo, a crear sus propias virtudes y a forjar una identidad propia, sin hacer caso de los conceptos y ataduras morales a los cuales se encuentra sometido.
La voluntad de poder existe en el ser humano sin que lo decida y corresponde a cada uno la manera en que la manifiesta. Es responsabilidad de cada persona la forma en que interpreta su propia vida y actúa en relación a todo aquello que le rodea. Sobre lo anterior, Deleuze afirma que “según su cualidad, las fuerzas se denominan activas o reactivas. En la fuerza reactiva o dominada hay voluntad de poder, al igual que en la fuerza activa o dominante” (2000: 78). Históricamente en que la voluntad de poder se ha manifestado por medio de la imposición de la tradición y del lenguaje conceptual como parte de la configuración de una conciencia compartida principalmente en el ámbito moral. Se han presentado determinados valores como útiles para la sociedad y se han colocado como verdades inmutables.
El lenguaje, en efecto, es también voluntad de poder, es decir, el supuesto y condición mismo del lenguaje que al imponerse a manera de una conciencia común ordena de los modos de dominación social y deriva en la disolución del yo como voluntad de poder individual. Cuando el ser humano consigue entender que ha estado sometido a una voluntad de poder ajena a él tiene la posibilidad de comenzar a interpretar de manera diferente el mundo que le rodea. En este momento es capaz de afirmarse, observarse como voluntad de poder y conducirse hacia el engrandecimiento y diseño de su propio carácter.
El papel de la interpretación
La crítica nietzscheana al pensamiento clásico expresa que, en la pretensión de universalidad, el ser humano realiza un ejercicio de interpretación y al hacerlo crea el lenguaje. En este sentido, toda la metafísica tradicional se ha basado en modelos que han servido de parámetro y autoridad para determinar la verdad del conocimiento. Tal pensamiento es criticado por Nietzsche debido a que no pueden existir significados universales ni paradigmas que deban asimilarse con la realidad de una sola forma. Al contrario, el ser humano interpreta el mundo para dotarse a sí mismo de un horizonte en constante devenir en el que los conceptos se derrumban dando paso a la construcción de nuevos significados.
Nietzsche expone tales deficiencias y manifiesta que: “en ciertos casos el lenguaje se ve forzado a usar transposiciones [Übertragungen], porque faltan sinónimos” (2000: 107). El ser humano interpreta el sentido de un concepto en respuesta a sus propias percepciones, sensaciones, elecciones e intereses, y de esta manera lo transmite a otros. Pero, quienes reciben el mensaje tampoco podrán ser capaces de aprehender el sentido de aquello que escuchan, porque viene desde la sensibilidad de otro. Al respecto, Nietzsche pregunta: “cómo un acto del alma puede ser representado a través de una imagen sonora [Tonbild]” (2000: 91). Desde esta perspectiva, no es posible equiparar las palabras con las expresiones que devienen desde el pensamiento de cada persona.
Las palabras son “la reproducción [Abbildung: grabado, ilustración] en sonidos de un estímulo nervioso [Nervenreizes]” (Nietzsche, 2007: 21). Cada estímulo tiene un impacto en el ser humano y queda de alguna manera grabado en nuestro cuerpo. Lo que permanece impregnado es lo que se trata de reproducir a través de las palabras. Para quienes han estado en una posición de poder y superioridad a lo largo de la historia, sobre todo en cuanto al desarrollo del pensamiento, las palabras han sido consideradas como verdades inmutables, es decir, que han transmitido e impuesto a varias generaciones sus propios estímulos e impresiones, mismos que con el tiempo dejan de tener vigencia y necesitan ser superados.
La crítica que Nietzsche realiza gira en torno al concepto de “verdad”, la cual hasta antes de él se consideraba como algo absoluto e inmutable. Por ello puede ser pensada del siguiente modo:
Una hueste en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en resumidas cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, transpuestas [Übertragen] y adornadas poéticamente y retóricamente y que, después de un prolongado uso, un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes; las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son; metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su troquelado y no son ahora ya consideradas como monedas, sino como metal (2007:25).
El pensador alemán, además de rechazar la idea de una verdad inmutable, critica la concepción de mundo verdadero exponiéndola como la “historia de un error”. Nietzsche habla de cómo a partir de Sócrates y Platón el mundo verdadero sólo podía estar al alcance del hombre sabio, piadoso y virtuoso: “la forma más antigua de la idea, relativamente inteligente, simple, convincente. Transcripción de la tesis ‘yo, Platón, soy la verdad’”. (1989: 51). El concepto progresa, y para el cristianismo el mundo verdadero es inaccesible a todos los pecadores, pero existe la promesa acercarse a él mediante la penitencia. Más adelante la idea es modificada, y a partir de Kant la verdad ya no es accesible ni prometida, pero por el simple hecho de ser pensada a través de la razón se convierte en un deber, en un imperativo. Posteriormente, se comienza a dudar sobre la posibilidad del mundo verdadero hasta llegar al punto en que el concepto es eliminado completamente porque se ha vuelto inútil y superfluo. Nietzsche relaciona esta última etapa con su filosofía del mediodía, que es:
[…] la hora en que el hombre se halla a mitad de su camino, entre la bestia y el superhombre, y canta como a su nuevo camino el sendero hacia el atardecer, como su más alta esperanza: pues es el camino hacia una nueva aurora (1983: 99).
El mediodía es el momento en que el hombre puede sentirse bienaventurado, porque después de superar las ataduras de los conceptos comienza a dirigirse hacia un nuevo amanecer.
Nietzsche distingue el hecho de que tanto los conceptos como las definiciones van cambiando a lo largo de la historia y dependen tanto de la subjetividad, los instintos y las pasiones de los que la delinean, como del ambiente social, político y cultural que se vive. Por medio de la retórica estos conceptos van permeando el modo en que la sociedad se desenvuelve, privando a los seres humanos de la posibilidad de interpretar o de crear nuevos conceptos. De esta forma comienza un desvanecimiento de los ideales que constituían la tradición. Ferraris considera que: “la voluntad de enmascarar la herencia de la tradición y las ficciones del conocimiento no aparece vinculada con una finalidad constructivoreflexiva” (2000: 170). Es decir, se da inicio a una manera de observar la relación del ser humano con la naturaleza en la que se señalan las debilidades de tomar esta unión como la construcción de un conocimiento inmutable y se hace evidente la ineficacia del lenguaje impuesto para dar cuenta de la misma.
En relación a la crítica nietzscheana, Ferraris menciona:
La tradición se interrumpe y se echa a perder, sus lazos se aflojan: y la propia verdad se revela como un elemento tradicional, y que ha perdido su obligatoriedad en el momento en que la vida se despliega plenamente como voluntad de potencia, como voluntad que se quiere a sí misma” (2000: 174).
Por consiguiente, cuando el ser humano es capaz de afirmarse a sí mismo puede observar la tradición y el lenguaje como algo que le viene de fuera y tomarlos como un referente a partir del cual decidirá la forma de construir su propio ‘modo de ser’ de manera original, y no en tanto una imposición determinada.
La hermenéutica interpretativa en la perspectiva de la forja ética
Para Nietzsche, afirma Vattimo, “la verdadera esencia, si se puede decir así, de la voluntad de poder es hermenéuticamente interpretativa” (1991: 116). Desde ella el ser humano lucha apasionadamente por dar valor a sus propias interpretaciones, aun en contra del modo tradicional de interpretar. La hermenéutica interpretativa será, entonces, aquello desde lo cual el ser humano podrá comenzar a construir sus propias herramientas, nuevas virtudes que a su vez le servirán para forjar una identidad original para cada momento de su vida. Todo aquello de lo que el individuo se desencanta, todo lo negativo que en un momento aborreció no se borra ni se olvida para perderse, sino que se reinterpreta y se convierte en un estímulo que lo impulsa en un constante ejercicio de afirmación, mismo que desembocará en la creación de nuevos valores.
Desde su propia forja, el ser humano tiene la posibilidad de retomar la fuerza que ha perdido y, al mismo tiempo, es capaz de llegar a ser como aquellos hombres del tiempo de las tragedias griegas, que observaban su propia vida en toda su complejidad apasionada y cambiante, sin necesidad de definiciones ni conceptos morales. De esta manera, se convierte en creador de nuevas y originales virtudes que lo harán capaz de transformar la configuración que ha elegido para sí mismo. Yebra considera que la propuesta nietzscheana consiste “en la refundación de la esencia de las cosas a través de un lenguaje nuevo, de nombres y valores inéditos, en la oposición, frente a la fijación de esencias” (2010: 10).
En sus obras de madurez, cuando ya había expuesto el desvanecimiento de los ideales que constituyen la tradición, Nietzsche desarrolla más a fondo su propuesta sobre la interpretación y da paso a la idea contemporánea de hermenéutica, la cual se distingue por el hecho de que: “no existen fenómenos morales, sino meras interpretaciones morales de esos fenómenos” (2007:199).
El papel de la hermenéutica cambia completamente, puesto que se sostiene desde la idea de que el lenguaje viene dado desde una interpretación de la realidad, pero ya no tiene como finalidad la superación del malentendido entre individuos que dialogan. Por otro lado, se comienza a realizar un esfuerzo por quitar ese carácter utilitario e impositivo a fin de devolverlo al ámbito de la reflexión único en el que cada persona puede ser capaz de colmar los conceptos de nuevos y más ricos significados en “una búsqueda de sentido y de expresión, más originaria aún, de la vida misma” (Grondin, 2008: 42). Este se manifiesta mediante la voluntad de poder, la cuál, de acuerdo con Nietzsche, es capaz de quererse y afirmarse a sí misma.
La hermenéutica ha atravesado por varias etapas, desde ser un sistema de interpretación de textos religiosos a considerarse, en otro momento, como un camino para la posibilidad de conocimiento que pretendía: “tender puentes entre el interlocutor y sus intérpretes, salvando las eventuales deformaciones comunicativas” (Ferraris, 2000: 169). Nietzsche pone en duda el sentido de la interpretación lógica y conceptual, así como de la tradición, y considera que la hermenéutica se puede utilizar para trascender los conceptos y conducir al ser humano hacia un nuevo amanecer. Fue uno de los primeros pensadores en sospechar sobre el uso del lenguaje que se hacía desde la metafísica y después desde la hermenéutica tradicional. Es posible considerar que “la hermenéutica de la sospecha sería la primera auténtica formulación de una hermenéutica filosófica” (Nietzsche 2000: 169), cuya tarea es la de reconquistar la existencia a partir de un movimiento vital donde la experiencia misma se afirma en un devenir y en una verdad cambiante.
La tradición epistemológica, a partir de Platón y Aristóteles es puesta en duda por el movimiento de la duda desde el cual Nietzsche proclama que es necesario superar las definiciones y los conceptos. La filosofía, cuando se le observa de manera dogmática, tiene muy poco o nada que enseñarnos. Al respecto, Vattimo expone: “tengo miedo de que la idea de que la filosofía enseña algo a los hombres, algo decisivo para cambiar su condición, sea aún parte de una ideología que concibe la filosofía en términos de hegemonía” (1992: 10). Como parte de su análisis, el pensador italiano recurre a Heidegger, para quien el ser humano se encuentra atrapado en una red de tradiciones que le son transmitidas por medio del lenguaje y que de alguna manera lo condicionan en todo momento. El concepto “ontología del declinar” significa para Vattimo “una concepción de ser que se modela no sobre la objetividad inmóvil de los objetos de la ciencia […] sino sobre la vida, que es juego de interpretación, crecimiento y mortalidad” (1992: 10).
Cada persona debería ser capaz de desprenderse de toda neurosis que le produzcan las ataduras de la tradición. Asimismo debería sentirse libre al moverse dentro de esta red y del mundo de los conceptos, los mensajes y los símbolos, y encontrar sentido y conexiones entre ellos, a fin de acomodar y dar sentido a su experiencia. Lo anterior toma en cuenta la noción de “sujeto” que defiende Nietzsche a lo largo de su obra y que consiste en una transmutación de la idea clásica de sujeto. Para el filósofo alemán, el ser humano interpreta de manera natural el mundo que le rodea para dotarse a sí mismo de un horizonte en constante devenir en el que los conceptos se derrumban y dan paso a la construcción de nuevos significados. Este ejercicio no representa, de modo alguno, algo que se elija o no realizar, sino que forma parte del mismo ser humano en cuanto voluntad de poder, es decir, la interpretación es inherente al individuo.
Ahora bien, Nietzsche manifesta que el lenguaje ha sido de gran relevancia para el desarrollo de las diferentes culturas debido a que: “en él el hombre puso un mundo propio junto al otro, un lugar que consideraba tan firme como para a partir de ahí levantar sobre sus goznes el resto del mundo y adueñarse de sí mismo” (1996: 47). De igual manera, el lenguaje constituye una fuente de orden que permite no perderse dentro de un mundo caótico; igualmente considera que éste no resulta suficiente para abarcar la complejidad, siempre cambiante, del hombre y sus actos morales. Al respecto, Vattimo comenta que “el mismo lenguaje, en cuanto cristalización de actos de palabra, de modos de experiencia, está colocado en el cofre de la muerte” (1992: 12). En este sentido, el lenguaje, principalmente el moral, puede y necesita ser superado.
Lo que se anuncia en Nietzsche es una nueva manera de mirar y de interpretar, es una forma en la que se reconozca que los conceptos respondieron antaño a realidades propias de su época, pero que hoy en día resultan superfluos. No es posible, de acuerdo con la crítica que realiza este autor, continuar sometiéndose a la autoridad de concepciones sobre el individuo y a términos morales que poco tienen que decir al hombre del presente, quien es el responsable de afirmar sus propias virtudes, en su condición de puente hacia algo más grande.
La filosofía nietzscheana se enfoca en la necesidad de regresar al lenguaje su capacidad de expresarse naturalmente y de crear nuevos modos de relación entre el ser humano y la naturaleza. De este modo, “puede decirse que la hermenéutica tiene una marcada vocación de convertirse en ética” (Vattimo, 1991: 205). A partir de Nietzsche, y con Verdad y Método de Gadamer, se abre la posibilidad de pensar la hermenéutica filosófica como pauta para la forja de una identidad ética en cada persona. Así, desde de la propuesta nietzscheana se observa cómo el ser humano, al despojarse de las ataduras de los conceptos impuestos por el lenguaje y la tradición, es capaz de construir otros términos para narrar su propia historia: “el hombre, ser de posibilidades, puede configurar su mundo” (Grondin, 2008: 125).
Estas propuestas han tenido gran impacto en el desarrollo del pensamiento contemporáneo, principalmente en el campo de la hermenéutica filosófica, la cual ha pasado de ser un ejercicio de desciframiento para comprender el sentido de un texto a un ejercicio capaz de observar al lenguaje como producción de diferencias. Derrida, refiere que Nietzsche “se propone socavar el pensamiento metafísico, romper sus fundamentos, dislocar sus certezas, desechar sus exigencias de un punto indiviso de origen: el logos” (Jacques Derrida en Quevedo, 2001: 45).
Desde la mirada nietzscheana, el papel de la hermenéutica se asocia con la necesaria destrucción de las interpretaciones previas, Derrida lo señala como una deconstrucción que se enfrenta a la exigencia clásica de fundamentación y rechaza la insistencia de pensar en absolutos metafísicos, a la vez que implica un análisis activo que abre espacios para la creación de nuevas interpretaciones. Sobre las ideas nietzscheanas, Derrida, piensa que la interpretación es: “la afirmación gozosa del juego del mundo y del juego del devenir, la afirmación de un mundo de los signos sin falta, sin verdad, sin origen, que se ofrece a una interpretación activa” (Grondin, 2008: 132). En conclusión, la deconstrucción:
[…] pasa así por identificar las oposiciones estructurales a cualquier discurso, por desenmascarar la jerarquía que las gobierna otorgando a uno de los términos opuestos el valor superior de la presencia, por invertirla, y finalmente por imposibilitar la oposición dentro de una nueva economía textual (Muñoz Gonzalez, 2013).
Aquí los conceptos se confrontan perdiendo su vigencia y su autoridad. El resultado brinda al ser humano la posibilidad de construir de manera original y creativa sobre aquello que fue derrumbado, pero, sobre todo, le permite afirmarse desde sus propias virtudes y convicciones.
Conclusión
Se distingue el relevante papel del pensamiento nietzscheano, tanto en su aspecto crítico como propositivo, en la perspectiva de la forja ética del ser humano. En este sentido, la revolución que comenzó con el pensador alemán significó un eminente derrumbe del saber idealista y un ocaso del lenguaje conceptual, que hasta entonces se tomaba como autoridad capaz de dar cuenta de manera transparente y absoluta de la verdad. Con Nietzsche se abre camino a una nueva hermenéutica filosófica y ética que entiende que el sentido de lo que acontece de conciencia colectiva ce no es único y definitivo, sino que se despliega como parte de un diálogo interpretativo en el cual el ser humano se mira como principal responsable de la construcción de sí mismo. La realidad, lejos de ser una cuestión que se explica desde la metafísica de la tradición platónico-aristotélica, se entiende en su aleatoria transitoriedad donde la fuerza de la interpretación tiene un papel protagónico y fundamentalmente ético.
La interpretación activa del mundo que Nietzsche propone se constituye en la herramienta desde la cual cada ser humano es capaz de deslindarse de la conciencia colectiva y de forjar para sí un carácter que le permita ubicarse dentro desde su entorno, pero ya no desde conceptos heredados por adoctrinamiento, sino como parte de un constante ejercicio de deconstrucción a la manera en que Derrida propone.
Referencias
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Notas de autor