Aguijón

Recepción: 08 Junio 2017
Aprobación: 10 Octubre 2017
Resumen: La prensa jugó un papel muy importante en la difusión de la ideología del movimiento insurgente de 1810 en México, ya que permitió la transición del relato oral a una comunicación de ideas a mayor escala y con más precisión. Este texto propone revisar algunos aspectos del papel de la prensa y su importancia en la definición ideológica del movimiento independentista mediante la revisión de fuentes primarias, como las ediciones facsimilares de los periódicos insurgentes de Sultepec y algunas cartas de José María Cos. Además, se explican algunos sucesos históricos —en particular, la adquisición de la imprenta por parte de los insurgentes—, los cuales ilustran la visión del historiador al narrar ciertas tramas históricas plenas de significado. Lo anterior permite indagar por qué o de qué manera ocurrieron algunos hechos.
Palabras clave: historia, historiador, historia nacional, historia latinoamericana.
Abstract: The press played a very important role in the dissemination of the insurgent movement ideology in Mexico, 1810, since this tool allowed the transition from oral storytelling to a bigger communication and with an even a more accurate precision. By looking through the primary sources as facsimile editions of Sultepec’s insurgent newspapers and some letters by José María Cos, this paper proposes to review some aspects of the press role and its importance in the ideological definition of that movement as an independence one; moreover, we analyze some historical events such as the acquisition of a printing press by the insurgent fighters, who illustrate the historian view telling some of the historical plots that are full of meaning, allowing to investigate why and how some historical events happened.
Keywords: history, historians, national history, Latin American history.
Carlos IV de España tuvo un reinado convulso y caótico, por lo cual se vio obligado a ceder el trono a su hijo Fernando. Después del secuestro del joven rey y de una serie de estratagemas políticas propiciadas por Napoleón, en 1808 España se quedó sin monarca ni gobierno. Entonces surgieron múltiples juntas que pretendieron gobernar en nombre de Fernando VII. En Nueva España, a esta crisis se sumaron los abusos del virrey José de Iturrigaray y la presión de algunos españoles para someter la nación a las juntas arriba citadas. El conflicto se agudizó por las alarmantes noticias que llegaban de España, la posibilidad de que en un futuro cercano se vieran obligados a someterse a Francia, y la cada vez más marcada distancia entre peninsulares y criollos —estos últimos sin participación en la vida política del país—. También fueron factores, aunque no determinantes, la situación interna de pobreza y la desigualdad social. Todas estas circunstancias provocaron que estallara la guerra de Independencia.
Si bien es cierto que existieron figuras clave en el movimiento, como Miguel Hidalgo, José María Morelos, Ignacio Allende y Juan Aldama, entre otras, también intervinieron personajes y organizaciones que apoyaron decididamente la insurgencia, sin embargo, no figuran en la narrativa histórica en toda su importancia. Los esfuerzos del colectivo son un signo de la envergadura del movimiento y su victoria, pero “no pueden apreciarse en todo lo que valen si no conocemos la ayuda y el apoyo que les brindaron innumerables personas de toda clase y condición” (Guedea, 1992: 71). La participación del pueblo a lo largo de la lucha permitió hacer frente al poder virreinal en condiciones adversas.
En este escenario de efervescencia política incursionó el doctor José María Cos, sacerdote, periodista, militar, diplomático, político e insurgente. Aunque no se tiene la seguridad de la fecha, algunos registros históricos señalan que nació en 1774 en el estado de Zacatecas. Lemoine, quien es considerado uno de sus biógrafos más importantes, señala que era hijo legítimo de españoles (1996). Cos vivió en condiciones privilegiadas y tuvo acceso a una educación esmerada y completa. En el Seminario Conciliar Tridentino de Guadalajara concluyó los estudios de Física, Geometría, Cronología, Teología y Filosofía. En 1798 obtuvo los grados de licenciado y doctor en Teología por la Universidad de Guadalajara, y posteriormente se ordenó sacerdote. La carrera eclesiástica de Cos parecía prometedora; fue vicerrector del Colegio de San Luis Gonzaga, en Zacatecas, y cura de Mineral de la Yesca, en Nayarit. En 1802 fue designado sacerdote del Burgo de San Cosme, ministerio que desempeñó hasta 1810, cuando las circunstancias lo empujaron a sumarse a la causa insurgente. Hay que destacar que en un principio se unió sin una firme convicción ideológica, porque su lealtad estaba con el monarca español.
La importancia de retomar aspectos biográficos de José María Cos radica en que nos muestra su perspectiva de la época a través de las cartas que escribió en su faceta de editor, periodista y cronista. No se trata de realizar un análisis psicológico que intente desentrañar sus intenciones, porque no es posible ponernos en su lugar. El entendimiento que Cos tuvo de su tiempo, consecuencia de la formación académica y religiosa que recibió, le otorgó un enfoque muy particular a su interpretación de los hechos. Según Florescano, la historia se puede analizar en función de “lo que perciben y borran sus autores […] y los criterios que ponen en juego para analizar los hechos [por ello se] otorga a estas obras su importancia como expresiones de la conciencia histórica en acción” (1998: 104). En la narrativa de Cos se identifican la relación y la causalidad de los acontecimientos. Por medio de sus anotaciones, podemos estimar un registro de operaciones en las que se aprecia la forma en que el pensador concibe el cambio histórico y decide grabarlo en su memoria y en la de otros (Florescano, 1998: 104).
El ingreso de José María Cos a la insurgencia
A pocos meses del Grito de Dolores, en Zacatecas existía un ambiente de tensión e incertidumbre, lo que provocó que la población tomara medidas para una eventual defensa de la ciudad. En octubre de 1810 don Manuel Rivero, conde de Santiago de la Laguna, llegó con doscientos hombres armados, hecho que tranquilizó a la población, pues sus fuerzas hacían posible un resguardo exitoso del lugar. Posteriormente, el conde les informó que los insurgentes que habían atacado Guanajuato iban rumbo a Zacatecas. Para ese momento ya no era posible proteger la ciudad, pues habían sufrido la deserción de algunos personajes importantes que, temerosos, huyeron con sus hombres.
Mientras tanto, Rafael Iriarte, jefe de las fuerzas rebeldes, se encontraba en Aguascalientes, en dirección a Zacatecas, para ocupar la entidad por orden de Miguel Hidalgo. En una junta de vecinos, los zacatecanos decidieron enviar un comisionado para que se entrevistara con Iriarte y así pudieran conocer los pormenores del movimiento armado. Particularmente, querían saber si la insurgencia:
Salvaba los derechos de la religión, rey y patria, y si en el caso de ceñirse su objeto a la expulsión de los europeos, admitía excepciones y cuáles eran éstas, con el fin de que la explicación que sobre estos puntos se diese, sirviese de gobierno a las provincias para unirse todas en un mismo sistema de paz o guerra (Corzo, 1987: 17).
El elegido para la misión fue José María Cos, quien salió del Burgo de San Cosme el 24 de octubre de 1810. Ya en Zacatecas recibiría instrucciones “para que se traslade de paz a los mismos reales del enemigo a exigir con todas las formalidades necesarias una completa instrucción” (Corzo, 1987: 18).
En diversas cartas, Cos expresa su preocupación por el levantamiento armado y sus consecuencias, manifiesta su convencida adhesión a la causa realista y su interés por la preservación de los derechos de Fernando VII en estas tierras. Cos era un fervoroso fernandista, simpatía que conservaría aun después de su ingreso a las filas insurgentes y de la que se liberaría hasta mucho tiempo después. Enviado a una misión en favor de los realistas, Cos es sorprendido por los insurgentes. Ellos, encabezados por Iriarte, lo reciben en Aguascalientes como si fuera uno de los suyos, situación que es informada a las autoridades del virrey, quienes comienzan a desconfiar de él, a tal grado que es aprehendido.
Cos escribe al virrey Venegas explicándole lo ocurrido, tras lo cual se le concede la libertad, pero en condiciones que le parecieron inaceptables, provocando que se revelara y marchara a la Ciudad de México. Un par de días después es aprehendido por los insurgentes, quienes lo llevan a Zitácuaro en calidad de reo. Estos acontecimientos inesperados lo colocan en entredicho, posición que origina la incomprensión del poder virreinal. Sus biógrafos1 mencionan que tales circunstancias no le dejaron más camino que unirse al movimiento rebelde.
En esos momentos, en Zitácuaro se encontraba instalada la Suprema Junta Nacional de América.2 Cos tuvo que vencer el recelo con el que lo miraban Ignacio López Rayón y los demás miembros de la junta, quienes pensaban que era espía de los realistas, en especial del virrey, a causa de “su fama de sabio y a su carácter que lo hacía poco manejable y firme en sus ideas personales, además de no ser afecto a pasar desapercibido” (Corzo, 1987: 25). Además, aún se recordaba el recibimiento que Iriarte —a quien Rayón había mandado fusilar tiempo atrás— le había dado en Aguascalientes.
El 2 de enero de 1812 Zitácuaro cayó en manos de Calleja. Este hecho puso en defensa al virrey Venegas, que decidió no dejar crecer más la base de la organización insurgente. De hecho, ofreció recompensa y, en su caso, indulto, a quien entregara vivo o muerto a López Rayón o a cualquiera de los otros miembros de la junta. Inmediatamente después de la caída de Zitácuaro, Calleja fue detrás de Rayón, mientras que Verduzco y Liceaga se hicieron cargo del gobierno y se instalaron en Real de Sultepec para dar continuidad a las actividades de la junta.
La instalación de la Suprema Junta en Sultepec y los primeros esbozos de ideas independentistas
Tras la muerte de Hidalgo en febrero de 1812, la lucha insurgente se trasladó al sur al mando de Morelos. El lugar elegido fue Cuautla, porque esa ubicación facilitaba mantenerse en contacto con la junta, ya que tenía acceso a los caminos que se dirigían a Sultepec (Lara, 2011: 50). Cuando Zitácuaro cayó, los insurgentes eligieron Sultepec para que los miembros de la Suprema Junta de Gobierno se instalaran y reagruparan. El lugar se encuentra estratégicamente ubicado a 71 kilómetros de Toluca, distancia que podía cubrirse con facilidad, pero no tanto como para colocarse en una situación vulnerable.
La instalación de la junta en Sultepec fue ideal por sus condiciones geográficas, ya que poseía rutas hacia el sur que confluían en los caminos que conectaban hacia parte del Bajío y la Ciudad de México. Sin embargo, la razón por la que se consideraba idóneo era porque la mayoría de su población simpatizaba con la causa, y era “el único sitio de la República que le brindó garantías [a la Suprema Junta], puesto que sus habitantes eran ardientes defensores de la causa libertaria y estaban dispuestos a morir protegiendo a sus caudillos intelectuales” (Sánchez García, 1992: 7). En consecuencia, creemos que estas fueron las razones que lo convirtieron, durante un tiempo, en base para las operaciones de estrategia militar e intelectual de la insurgencia.
Una buena parte de la guerra de Independencia ha sido narrada como lo hemos hecho hasta ahora en este texto. Tal como diría Schaff, pareciera una mera crónica que sólo relaciona hechos y no busca indagar en sus causas, pero “el historiador a diferencia del cronista, no busca solamente saber qué ocurrió, también quiere saber por qué” (1972: 291). De tal suerte, a partir del bicentenario de la Independencia se recuperan personajes que hasta ese momento estaban olvidados. Tal es el caso de José María Cos, cuya historia personal, la transformación de su pensamiento durante su paso por Sultepec y el contexto que rodea la gran cantidad de documentos y cartas que escribió han despertado un creciente interés en los historiadores.
En Zitácuaro, José María Cos conoció a fondo la causa insurgente y se unió a ella. Era un hombre hábil y persuasivo, por lo que en muy poco tiempo logró vencer el recelo y resistencia de aquellos con los que se encontró cuando arribó a la sede de la Suprema Junta. En Sultepec abrazó el movimiento y cobró notoriedad por las aportaciones que realizó. En este municipio editó los periódicos El Ilustrador Nacional y El Ilustrador Americano. En tres meses y con grandes esfuerzos logró imprimir y hacer circular quince periódicos que tenían como objetivo informar a la gente la otra cara de la guerra, aquella que los medios oficiales no daban a conocer, tergiversando los hechos para generar una opinión favorable a la causa realista.
En muchos documentos de la época se revela la afinidad y sumisión de Cos hacia Fernando VII, ya que en diversas cartas y publicaciones manifiesta que lucha por conservar los territorios para el monarca español,3 reconociéndolo como rey y soberano. No obstante, entre los insurgentes encuentra su espíritu liberal y se convierte en uno de los primeros y más importantes ideólogos de la independencia. Es importante mencionar que sus ideas fueron producto de un largo proceso, pues al principio del movimiento estaban más inclinadas hacia la defensa de la monarquía, como lo sugirieron Ignacio Allende y Miguel Hidalgo.4 El ahora llamado Padre de la Patria comprendió la importancia de obtener el apoyo de la mayor cantidad de gente posible, de modo que en Dolores su discurso se encaminó hacia lo que Allende le sugería.5
El camino que los intelectuales tuvieron que recorrer hasta definir el movimiento como liberal fue largo. Los Sentimientos de la Nación, de José María Morelos, afianzó la idea de independencia total de España, entre muchos otros importantes postulados. Aun así, los actores políticos del momento cederían a la tentación de dar pasos atrás en 1821, cuando durante la promulgación del Plan de Iguala y de los Tratados de Córdoba se pensó en la posibilidad de que un extranjero de sangre real viniera a gobernar el país. Uno de los padres de este ir y venir ideológico fue Cos, quien entre los insurgentes pudo explayarse y dar rienda suelta a su potencial creativo (Lemoine, 1996). Desde Zitácuaro la junta otorgó al zacatecano el nombramiento de vicario castrense, y en esa posición removió sacerdotes enemigos, o sospechosos de serlo, de sus parroquias y hasta los mandó encarcelar. Surgió así una nueva disputa entre el poder eclesiástico oficial y la estructura clandestina paralela encabezada por los rebeldes.
Dichos acontecimientos llevaron a Cos a introducirse de lleno en su arena favorita: la argumentación; esto se verifica en los intercambios epistolares que sostuvo con los adversarios del movimiento, e incluso con sus rivales personales.6 Como ejemplo, podemos mencionar la confrontación con Beristáin, quien fue comisionado por Venegas para editar El Verdadero Ilustrador Americano, cuyo objetivo era contestar y descalificar el periódico editado por Cos, “entablóse así una terrible y enconada batalla dialéctica entre el ilustrador ‘sultepeco’ y el ‘mexicano’ que como era de esperar no produjo ningún entendimiento” (Lemoine, 1996: XLIX), pero sin duda abonó a ejercer el derecho de réplica.
En abril de 1812 Rayón se dirigió a Toluca para entretener a Porlier y evitar que éste se sumara a las fuerzas de Calleja que se dirigían hacia Cuautla a enfrentar a Morelos. Rayón atacó Toluca y estuvo a punto de derrotar a Porlier, pero no lo logró por falta de municiones, mismas que debían llegar de Sultepec.7 Según Corzo, esta omisión se debió a que Liceaga se encontraba inconforme por el nombramiento de Cos como vicario castrense, por lo que retrasó el envío de suministros a Rayón (1987: 39). Acciones como ésta pretendieron castigar a unos y se convirtieron al final en autosabotaje.
Vale la pena destacar que la retirada de Toluca fue minimizada por los insurgentes, e incluso retratada como una batalla gloriosa en el número 3 de El Ilustrador Nacional (El Ylustrador Nacional, 1812). En efecto, militarmente vencieron al enemigo pero no lograron tomar la plaza, ya que los escasos suministros y la escasez de hombres se los impidieron, por lo que tuvieron que emprender la retirada. En contraparte, los medios oficiales describieron el hecho como un éxito de las fuerzas realistas. Se trata pues de un mismo evento narrado de manera distinta por los actores que participaron. Tal como menciona White, “la mayoría de las secuencias históricas pueden ser tramadas de diferentes maneras, proporcionando diferentes interpretaciones de los acontecimientos y otorgándoles diferentes significados” (2003: 114). En este caso es notorio que cada uno de los bandos enfrentados hizo lo propio al contar de diferente modo la lucha para no desmotivar a sus partidarios y generar una percepción de invencibilidad de su tropa y de debilidad del adversario.
Poco después, con la amenaza de que Bustamante atacara Sultepec los insurgentes se adelantaron y abandonaron el Real, llevándose la imprenta que tenían. De este hecho da cuenta el número 7 de El Ilustrador Americano, publicado en junio de 1812:
Sultepec 16 de junio. Las providencias que tienen por objeto economizar la sangre de los hombres aunque menos brillantes que las que la ambición dicta para procurarse una estéril gloria son sin duda acreedoras a los elogios de la humanidad, no menos que a la bendiciones de la piedad y religión. De este carácter está revestida la que S. M. la Suprema Junta tuvo a bien tomar el 14 del corriente, cuando perseguidos hasta este real por el enemigo superior en número y armas a nosotros, providenció la salida de nuestra tropa, erario, imprenta, (&c.) para no dejar a los contrarios más que el recinto vacío, ni aventurar una acción, cuyo éxito hubiera sido muy favorable a sus armas, atendida la inferioridad de fuerzas con que nos hallábamos (Arellano y Remolina Roqueñi, 1976, s/n).
La salida forzada de Sultepec marcó la escisión de la junta. Se decidió que Liceaga marchara a Guanajuato; Verduzco, a Michoacán, y Rayón, acompañado de Cos, a Tlalpujahua. La retirada de los insurgentes facilitó la ocupación de Sultepec el 20 de junio, ya que Bustamante la encontró prácticamente desierta y, por lo tanto, no hubo resistencia alguna.
Los miembros de la junta tomaron la decisión de disolverla para facilitar su supervivencia. Este hecho fue publicado en El Ilustrador Americano del 20 de junio de 1812. Sin embargo, las diferencias empezaron: “Rayón opinó que, siendo él el presidente (de la Suprema Junta), los poderes los llevaba consigo; pero Liceaga y Verduzco, por su parte, le recordaron que ellos eran mayoría, y así se planteó el conflicto” (Lemoine, 1996: LIII). Poco después, Cos fue designado segundo de Liceaga y se fue a Guanajuato. Este acto8 lo alejó de la imprenta. Cos abandonó El Ilustrador Americano y no volvió a tomar en sus manos la responsabilidad de editar periódico alguno. Sin embargo, no dejó de escribir y colaborar de forma esporádica con algunos textos en otras publicaciones, como El Semanario Patriótico Americano, dirigido por Andrés Quintana Roo. Adicionalmente, hay una vasta cantidad de cartas personales, así como dirigidas a sus adversarios a manera de réplica.
En septiembre de 1813 el Congreso de Anáhuac expidió la Declaración de Independencia, donde se expresaba el rompimiento de los vínculos con la monarquía española. Es importante mencionar que Cos asistió al congreso, pero no firmó la declaración, a diferencia de Andrés Quintana Roo y los vocales de la Suprema Junta, entre otros. Quizá la definición de la insurgencia, que elevaba el movimiento a la calidad de independentista, generó dudas en él, y aunque comulgaba en lo general con las ideas liberales no abandonó la idea de preservar el territorio para el monarca español mientras se resolvía la guerra contra los franceses.
Con la promulgación de la Declaración de Independencia y de la Constitución de Apatzingán —obras de Morelos— se sostuvo y definió el movimiento. Cos firmó este último documento legal el 24 de octubre de 1814 en su calidad de diputado por Zacatecas. Cuando los franceses lo restituyeron en el trono español, Fernando VII derogó y declaró nulas todas las disposiciones de la Constitución de Cádiz, ante el disgusto de españoles y partidarios americanos. Entonces, Cos desistió de sus ideas monárquicas, se convenció plenamente de su posición independentista, y además se declaró antifernandista. No obstante, hacia el final de su trayectoria militar tuvo varios enfrentamientos con los insurgentes, publicó un manifiesto contra ellos y, en su momento, se deslindó del movimiento y de sus antiguos compañeros. En ese momento trató de encontrar lugar entre los realistas y escribió cartas renegando de la lucha que alguna vez defendió —aunque siempre con reservas—. Sin embargo, Cos ya no poseía credibilidad ante la autoridad virreinal, por lo que el único camino que le quedaba para mostrar su arrepentimiento y ofrecer una garantía de lealtad fue aceptar el indulto que se le había ofrecido. Así, dejó de ser perseguido, pero se quedó aislado y relegado hasta que murió en 1819, prácticamente en el olvido.
Durante la guerra de Independencia se lidiaron unas pocas batallas épicas y bastantes refriegas, pequeñas escaramuzas, persecuciones y huidas. También hubo casos de vacilaciones personales, enfrentamientos ideológicos y claudicaciones de algunos personajes sumamente importantes, como Andrés Quinta Roo y Leona Vicario, quienes, al igual que José María Cos y por motivos personales distintos, aceptaron uno de los muchos indultos ofrecidos en diferentes momentos por la autoridad virreinal.
La frustrada toma de Toluca, la salida de Sultepec, la lucha de poder que generó la tensa relación entre los insurgentes y el protagonismo de Ignacio López Rayón desembocaron en la fractura y disolución final de la Suprema Junta. Pocos fueron los logros militares de esta instancia de gobierno. Una posible explicación puede ser que su actuación no se comparó en magnitud y repercusión con las batallas que libró y ganó Morelos. Sin embargo, la junta fue un espacio vital en el diseño y gestación de la ideología que sostuvo la lucha de Independencia, dado que los primeros liberales mexicanos, como José María Morelos, Carlos María Bustamante, Leona Vicario y Andrés Quintana Roo, participaron con sus ideas en esta importante labor.
El nacimiento de la actividad periodística en Sultepec
La decisión de instalar la junta en Sultepec propició que varias de las batallas militares y sobre todo ideológicas que se libraron cuando se afirmó el movimiento independentista se llevaran a cabo en lo que es actualmente el Estado de México. Durante este periodo histórico la prensa jugó un papel sumamente importante. Personajes como José María Cos y Francisco Severo Maldonado tuvieron la visión para entender la necesidad de contar con un medio que informara a la gente de las razones que motivaban el levantamiento. Severo Maldonado convenció a Miguel Hidalgo de elaborar, junto con José Ángel de la Sierra, El Despertador Americano, el cual fue editado entre 1810 y 1811 en Guadalajara y se convirtió en el primer periódico insurgente. De él se publicaron siete números hasta que dejó de circular después de la derrota de Hidalgo en la batalla de Puente de Calderón.
La incursión de José María Cos en el movimiento marcó el inicio de la actividad periodística en la región. No obstante, crear el periódico no fue fácil para él porque se encontró con la dificultad de conseguir una imprenta. Por esta razón talló los tipos en madera y construyó una imprenta rústica, pero funcional. La tinta tampoco era fácil de hallar, así que para la impresión del primer número utilizó añil, un material que se usaba en la región para teñir rebozos. En el Prospecto al Ilustrador Nacional, el primer ejemplar del periódico, publicado en 1812, José María Cos narra este episodio del siguiente modo:
Una imprenta fabricada por nuestras propias manos entre la agitación y estruendo de la guerra y en un estado de movilidad, sin artífices, sin instrumentos, y sin otras luces que las que nos han dado la reflexión y la necesidad, es un comprobante incontestable del ingenio americano siempre fecundísimo en recursos e incansable en sus extraordinarios esfuerzos por sacudir el yugo degradante y opresor. Más para conseguir este importante medio de ilustraros ¡Cuántas dificultades se han tenido que vencer! ¡Cuántos obstáculos que superar! (Arellano y Remolina Roqueñi, 1976; s/n).
Aquí, el protagonista de la historia es también el historiador, quien elige una peculiar manera de narrar un hecho que, por sí mismo, “no dice nada ni impone significación alguna. El historiador es quien habla y le da una significación” (Schaff, 1972: 272). Cos resaltó las vicisitudes del movimiento, les imprimió un tono trágico y escogió determinadas palabras no tanto para dar cuenta de los hechos, sino con la intención de transmitir emotividad a sus lectores, resaltando las peripecias por las que pasó para allanar este primer obstáculo en su empresa. Posteriormente, los insurgentes instalados en Sultepec sustituirían esta rudimentaria máquina por una imprenta en forma, misma que fue proporcionada y financiada por los Guadalupes,9 agrupación que nació con la idea de:
[…] constituir una organización bien tramada, activa y secreta que sirviera de medio eficaz para unir a los simpatizantes dispersos de la insurgencia, que los conectara con los jefes y que diera a los grupos rebeldes el auxilio material y moral que requerían en una guerra que era desigual (De la Torre, 2010: 465).
De tal suerte, los miembros de este grupo “se hallaban ocupados en mantener correspondencia con el jefe insurgente Ignacio López Rayón, a quien le enviaban información, armas y otros auxilios” (Guedea, 1992: 78), entre los que se encontraba la mencionada imprenta.
En abril de 1812 Juan Raz, Manuel Díaz, el doctor Benito J. Guerra y José María de la Llave, identificados como miembros de los Guadalupes, compraron la imprenta con el objetivo de donarla al movimiento armado. Una vez resuelto este primer obstáculo, el principal problema fue encontrar la manera de hacerla llegar a los insurgentes, ya que, “de acuerdo con las ordenanzas virreinales (por las mismas fechas Venegas había arremetido especialmente en contra de El Ilustrador) nadie podía tener una imprenta particular” (Sánchez García, 1992: 7). Por lo tanto, si eran descubiertos no tenían manera de justificar la posesión de la máquina, de ahí que el traslado debía hacerse con la mayor discreción posible. Fueron las esposas de estos benefactores las que se encargaron de llevar la imprenta de la Ciudad de México hasta Tizapán, en donde fue entregada a otro emisario que la llevó a Tenango, lugar en el que se encontraba Ignacio López Rayón, quien a su vez dispuso su transporte a Sultepec. Lara relata los acontecimientos del siguiente modo:
Las esposas de los que habían costeado el retal se brindaron para la delicada misión, sacando los tipos de letra y utensilios de imprenta dentro de un coche y en unas canastas que colocaron debajo de sus faldas, detenido el coche, que iba acompañado tan sólo por el licenciado Raz y Guzmán montado a caballo, por oficiales realistas, las damas hicieron broma con ellos y después de declarar con naturalidad que se dirigían a San Ángel para asistir a una jamaica, y de invitarlos para que los acompañasen, cosa que contribuyó a desvanecer cualquier duda, los realistas dieron permiso al coche para continuar su ruta (2011: 78).
En contraste, Guedea narra el episodio de una manera un poco más dramática:
El problema más grave era, sin duda, el de cómo sacar la imprenta de la ciudad. Se decidió que Rebelo debía adelantarse y que Antonia Peña, Luisa de Orellana y Mariana Camila Ganancia, esposas respectivamente del doctor Díaz, de Raz y Guzmán y de Guerra, la llevarían en un coche, acompañadas de Nicolás Becerra y del propio Raz y Guzmán, con el pretexto de ir a una jamaica en San Ángel. A punto estuvieron de ser descubiertos al salir de la ciudad, pero las señoras, sin acobardarse, invitaron a los guardias que los habían detenido a que los acompañaran en su paseo; éstos declinaron tan amable invitación, los dejaron pasar y así lograron llegar a Tizapán. Desde allí enviaron la imprenta, metida en huacales de fruta, a Tenango, acompañada de Antonio del Río, del licenciado José María Jáuregui y del propio Rebelo (1992: 80-81).
En el episodio anterior, podemos observar que los historiadores han elegido una estructura o trama específica para narrarlo. Lara (2011) se inclina por un tono cómico y hasta picaresco, mientras que Guedea (1992) opta por un estilo que invita al suspenso y que puede ser, quizá no trágico pero sí más dramático. La elección depende completamente del historiador, de acuerdo con “la estructura de trama que considera más apropiada para ordenar los acontecimientos de ese tipo, de forma que se incluyan dentro de un relato comprensible” (White, 2003: 113). Si retomamos la propuesta teórica de Schaff (1972), la historia de la imprenta y las dificultades para su adquisición y traslado son significativas por el contexto en que se dieron, por su trascendencia y relación con otros acontecimientos; no es un hecho simple, como pudieron existir muchos otros. La imprenta es transcendental porque sin ella los insurgentes sólo hubieran podido comunicar oralmente su ideario, llegando a un limitado número de personas, además de que el narrador —a la manera de los juglares de la Edad Media— habría recuperado sólo parte de la información, hecho énfasis en ciertas cosas e, incluso, podría omitir acontecimientos de la mayor importancia para la causa.
Después de que los insurgentes obtuvieron su imprenta, José María Cos editó ocho ejemplares de El Ilustrador Americano en Sultepec, y cuando la Suprema Junta se vio forzada a abandonar este lugar, el zacatecano siguió a Rayón a Tlalpujahua, llevándose la imprenta a esa población de Michoacán. Allí publicó hasta el número 20 de su Ilustrador, y poco después partió hacia Guanajuato para reunirse con Liceaga, situación que lo alejó de los medios impresos. Aunque la información contenida en estos periódicos es bélica, Cos no olvidó la importancia de difundir la ideología, ganar simpatizantes, fomentar la libertad de expresión y generar una percepción de triunfo y de opinión favorable hacia el movimiento.
El Ilustrador Americano siguió editándose en Tlalpujahua hasta el mes de abril de 1813 bajo la dirección de Francisco Lorenzo de Velasco. Se publicó paralelamente con El Semanario Patriótico Americano, de Andrés Quintana Roo, periódico que tendría en su haber 28 ejemplares, y que fue concebido para la difusión de la ideología insurgente, dejando a El Ilustrador la tarea de informar específicamente sobre asuntos de guerra.
Los periódicos rebeldes difundieron el pensamiento liberal de la nación. Su ejemplo inspiró y convenció a los insurgentes de la importancia de contar con un medio que hiciera las veces de vocero de la causa. Según Marco Antonio Landavazo, las ideas y nociones políticas tradicionales estaban presentes en los discursos, pensamientos y actitudes ilustradas y modernas (2009: 85). Ante este escenario surgieron más publicaciones en diversos puntos del país, entre ellas El Correo Americano del Sur, editado en Oaxaca en 1813 por José Manuel Herrera y Carlos María de Bustamante durante la campaña de Morelos en esa entidad.
A modo de conclusión
La difusión de las ideas insurgentes presenta un cambio sustancial al pasar de la oralidad al papel gracias al uso de la imprenta, lo que intensificó el debate político y abonó a la libertad de expresión. La evolución política y la transformación ideológica del movimiento son apreciables en la interpretación del hecho histórico que logra ser captado en la posición de José María Cos como protagonista y cronista de su tiempo.
Referencias
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Arellano, Manuel y Felipe Remolina Roqueñi (1976), El Despertador Americano; El Ilustrador Nacional; El Ilustrador Americano; Gaceta del Gobierno Americano; Clamores contra la Opresión, v. 2; Correo Americano del Sur; complementado con la iconografía de José María Morelos y Pavón, facsímil, México, Partido Revolucionario Institucional.
Corzo, Arturo (1987), José María Cos, Toluca, Gobierno del Estado de México.
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Notas
Notas de autor