Reseñas
Una pequeña vista de la vida de Luis Quintana en Marcos

![]() | Quintana Luis. Juegos de amor y muerte. 2000. Toluca. UAEM . 176pp.. 968-835-948-3 |
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Sería bastante difícil abarcar a Luis Quintana Tejera en una sola palabra para describirlo como escritor, sin embargo, podríamos pensar en la frase: ‘es fiel a su lugar de origen’. Quintana Tejera nace en la ciudad de Maldonado el 18 de julio de 1947, y en 1984 se traslada a México. Más tarde comienza su tarea como escritor y, posteriormente, como profesor de literatura.
Su particular personalidad y forma de trabajar lo han llevado a ser muy reconocido en el ámbito literario. Joaquín Ma. Aguirre Romero, encargado de la revista Espéculo, en una entrevista con Quintana Tejera en 2007, cataloga al profesor como: “una de esas personas nacidas para sacar adelante proyectos de todo tipo, bajo la apariencia de la tranquilidad más extrema, sin perder la calma y siempre con una sonrisa franca en su cara”.
Al ser conocedor de la literatura, se desenvuelve en el trabajo de la crítica literaria, siendo ésta una de sus labores más representativas, no obstante, esto no le ha impedido incursionar en el campo de la narrativa y la lírica. En las propias palabras del escritor: “no hay crítica literaria sin creación” (Aguirre Romero, 2007). Es en el año 2000 cuando su primera obra ve la luz. Juegos de amor y de muerte es una recopilación de cuentos que puede considerarse una de las primeras manifestaciones de apego a su lugar de origen:
[En] Juegos de amor y muerte, publicado por la UAEM, mi universidad […] desfilan una serie de personajes que pertenecen a una saga familiar, de mi familia en particular, y de la pequeña ciudad que me vio nacer: Maldonado, que permanece viva en mi recuerdo a través de las páginas de mis cuentos (Aguirre Romero, 2007).
Esta producción literaria, como ha mencionado su propio creador, presenta un encadenamiento de relatos que involucran a una familia entera: padres, hermanos, hijos, y otros. Mas no es esto lo que llama la atención en la obra, sino el tipo de narrador, el cual estará presente en cada uno de los cuentos: “el narrador […] se apasiona, disfruta, sonríe, pero a la vez se atormenta y sufre con los acontecimientos de los personajes” (Florencia Zaldívar, 2002). Quintana Tejera nos hace creer que “el narrador puede ser el autor, pero también el posible lector que mira o está imposibilitado para comprender a los otros ya que su infierno personal no se lo permite” (Florencia Zaldívar, 2002).
“Marcos” es uno de los cuentos que aparecen en el sobredicho libro, no obstante, ya había sido publicado en 1997 en la revista CIENCIA ergo-sum. Cabe recalcar que a nuestro escritor le apasiona enormemente la creación de cuento y es una de sus prioridades a la hora de escribir (Aguirre Romero, 2007).
A grandes rasgos, se podría catalogar a Marcos, el protagonista del relato, como un amante de la vida que realiza acciones sin importar lo que éstas conlleven. Desde pequeño es conocido en el pueblo por todas las ocurrencias infantiles que realiza y, a pesar de ser consideradas normales a su edad, él las lleva a otro nivel.
“Era el hermano menor de Alcibides” (327)1es la frase que abre el relato e indica un ab ovo. El narrador testigo retoma pequeñas partes de la prematura vida de Marcos. Por ejemplo, las malas rachas que trajo a la familia su nacimiento, como la falta de trabajo de Leonardo, su padre, y en consecuencia las dificultades que Marcolfa, su madre, atravesó para poder alimentar a su familia.
Si hay algo que recalcar en el cuento es que existen pequeñas reflexiones sobre la vida expuestas por la voz narrativa de Quintana Tejera: “los días en la vida del hombre parece que pasan todos iguales, recorren diametralmente cada recóndito lugar de la existencia, nos dejan marcados y se alejan presurosos en cualquier tarde de otoño” (327).
El lenguaje que usa el narrador es coloquial, no existe una descripción minuciosa en los paisajes o personajes, pero da la información necesaria al lector para poder imaginarse el escenario en que se desarrollan las anécdotas de Marcos. El uso de metáforas parece ser característico para describir a nuestro hombrecito, la misma voz narrativa lo explica: “‘Es la piel de Judas’ decían las viejas del lugar cuando lo veían correr con la ropa hecha jirones, la lágrima a flor de ojos, y el paso rápido y certero” (327).
El narrador nos muestra tres momentos cruciales en la vida de Marcos, el desarrollo del relato se genera en estos tres círculos vitales: 1. su niñez, 2. su juventud y el casamiento con Mirta, 3. la muerte de Marcolfa, su madre.
La niñez de Marcos no puede ser calificada con los estándares normales, su picardía lo hace tener ciertos comportamientos que lo llevan a emprender aventuras riesgosas. Una parodia de “El demonio de la perversidad”, de Poe, puede hallarse inmersa cuando el narrador hace mención del ser luciferino interior de Marcos con la expresión: “así actuaba Marcos, sin saber muchas veces por qué el demonio que llevaba adentro se manifestaba con tanto carisma y atrevimiento” (327). En esta etapa de su vida, Marquitos comete la travesura de hacerse pasar por un sacerdote durante la confesión de una anciana en la misa de Nochebuena, ganándose un regaño del párroco principal y su expulsión de la iglesia, además de obtener el sobrenombre de ‘joven satanás’ por parte del narrador.
Si bien, la historia puede tener matices de relato infantil para quien lee el cuento independientemente de la obra completa, queda claro cuál es el tipo de receptor que requiere el relato al hacer mención a los recuerdos de Marcos, tales como su primera masturbación y su atrevimiento de meter la mano en la falda de las mujeres para buscar el ‘erótico tesoro’ que les pertenece, además de otros recuerdos de su larga lista. Estas memorias rompen por completo el esquema prematuro que el receptor puede percibir en un primer momento.
A partir del orden de los círculos ya antes indicados, examinaremos la vida marital de Marcos con Mirta. Al casarse con ella decide retomar el oficio de peluquero, que su hermano Leonardo también ejercía. En su fase matrimonial se posiciona como un muchacho amable y fanático de contar anécdotas sobre el comportamiento que lo caracterizó por tantos años. Es así que la voz narrativa de Quintana Tejera usa el oxímoron “santamente satánico” (38) para referirse al ambiente que este distintivo hombre provoca entre sus clientes.
El lector puede verse inmerso en la anagnórisis del personaje principal tras el deceso de su madre. En el relato, la muerte desenmascara la manía de Marcos por contar chistes en los velorios. Se añade también un comportamiento errático hacia el obispo en pleno velorio. De igual manera, el personaje manifiesta su dependencia al alcohol. A partir de estos sucesos se puede llegar a la conclusión de que la cultura mexicana está presente en los pensamientos de nuestro escritor, porque Marcos se ríe ante la muerte, se burla de ella, un aspecto muy destacado en la literatura nacional. Montevideo también tiene presencia en esta parte de la historia, dado que es el lugar donde Marquitos le da el último adiós a su madre.
Al llegar al desenlace de la historia, se hace mención de la muerte de los hermanos y un sobrino del protagonista, antes que la de Marcos. No obstante, no puede irse sin antes asustar a su mujer por causa del alcohol.
El párrafo final es uno de los que más llaman la atención porque recrea una plática entre el lector y el narrador. Éste último se dirige al primero en segunda persona: “pero lo que más importa —oh lector— es hablarte de él, de quien deberá tener un sitio en el lugar del recuerdo” (38).
Al final, el texto alude a las narraciones sobre la vida de Marcos y sus decires: “quizá [las anécdotas] sean tan mentirosas como estas páginas que se deslizan tras el golpe sordo del teclado” (328). Es ahí que nos imaginamos a Quintana Tejera redactando este breve cuento, compartiéndonos un pedacito de su amado Maldonado para volverlo inmortal entre esas páginas y, por supuesto, vemos también a Marcos, a quien recordaremos como el “hombre, capaz de hacer sonreír al más serio, tambalear al más centrado, violentar al más pacífico” (328). Al lector no le queda más que leer en su totalidad los Juegos de amor y de muerte desde la percepción del narrador que conoce a Maldonado como la palma de su mano.