Panal de luz
Percepción estética dufrenniana en la pintura de Asdrúbal Max: donde sueños y monstruos convergen

Las pinturas de Asdrúbal Max no sólo deben percibirse u observarse de la misma manera en que se contemplan los objetos del entorno. Para ser contempladas, las imágenes de su obra requieren el estatuto de una percepción estética por parte del espectador. De acuerdo con Mikel Dufrenne, la percepción estética “es más bien un lujo que un trabajo; el trabajo es el hecho por el propio artista; la contemplación estética lo supone, pero se limita a registrar los resultados y lo ignora en cuanto a trabajo” (Dufrenne, 1982: 31).
El arte tiene la capacidad de crear o trasformar el lenguaje, y la colección de Asdrúbal Max nos vuelve partícipes de un lenguaje no aprendido sino compartido en nuestra categoría humana. Percibir estéticamente su obra puede llevarnos a reflexionar que las deformidades de los rostros que pinta apelan a distintos estados de ánimo, a situaciones donde las emociones se trasforman como hojas desafiando al viento, o bien a sentimientos ocultos que reflejan nuestro lado más primitivo e inconsciente. De esta manera, percibir su obra nos traslada a un sueño del pasado, donde es posible recrear el monstruo que en nuestros arranques de cólera se asoma de nuevo frente al espejo o, quizá, donde se vuelve cotidiano señalar en otros el monstruo que pudimos llegar a ser; sus imágenes evocan cierta monstruosidad que nos lleva a contemplar el fondo de nuestra propia condición humana.
Con base en el planteamiento dufrenniano, sólo las obras de arte pueden percibirse estéticamente. En este sentido, las pinturas de Asdrúbal Max se catalogan como objetos estéticos por las siguientes razones: no están en la naturaleza (aun- que pueden ser parte de ella sólo si son intervenidos a propósito) y no son objetos de uso ni fueron realizados con fines utilitarios, sino que fueron hechos para La contemplación. De este modo, sus pinturas se perciben desde el punto de vista estético, condición necesaria, como decíamos, para catalogar al objeto artístico, pues “el objeto estético es percibido como un acertijo en el que se pone el máximo interés para descifrarlo […] esto lo comprendemos bien en los comentarios que André Bretón ha escrito sobre la pintura surrealista” (Dufrenne, 1982: 106). Por lo tanto, la obra de Asdrúbal Max no debe observarse de manera efímera ni superficial, ya que propicia la reflexión y la emergencia de un sentimiento profundo en el espectador. O, como lo explica Dufrenne (1982: 100): “la primera percepción que tengo del objeto estético, aún desconcertada y confusa, ya es sentimiento; las manchas de color sobre la tela enseguida me dicen algo, incluso, si no distingo bien su combinación y su relación”.
El estilo de Asdrúbal Max apunta hacia una deconstrucción, donde lo bello y lo feo son conceptos vacíos, en tanto que revelan una extraña forma de contemplar la anatomía; pero también muestra una ruptura de la anatomía del cuerpo en función de un quebrantamiento interno que desgarra las vivencias y emociones del artista.
Entre las finalidades de este artista, cuya principal influencia es Francis Bacon, se encuentra la de compartir que sus pinturas son extracciones de la vida diaria, donde la deformación es bella y se entiende como un estado de apreciación que trasciende lo cotidiano, que lleva al espectador a vivenciar una experiencia estética. Dicha experiencia permite inclinar el cuerpo y los sentidos hacia una percepción estilística determinada, que se lleva a cabo en la contemplación del objeto estético.
Cuando Kant criticó el dogmatismo de la metafísica de su época señaló que los delirios de la razón producen monstruos.1 Dicha idea bien puede aplicarse (respetando el marco contextual) en el sentido de que los sueños de Asdrúbal Max producen un monstruoso arte, no sólo por las imágenes deformadas de rostros, cuerpos y de los objetos que plasma, sino porque cada figura, al estar en conjunto con otras, cumple su destino, permitiendo que en la obra todo cobre una armonía profana, bella y profunda. Un monstruoso arte nos presenta este artista en condición doliente, fuerte e incomprendida, y esto lo hace extrañamente bello. En lo grotesco de las ilustraciones hay un cúmulo de trazos débiles que sugieren que los extremos son uno y la misma cosa.
No hay cielo sin paraíso ni artista sin público. En esta colección presentada se invita a dividir la línea del sueño y la realidad. Los artistas nos hacen dudar de la realidad, y al contemplar la obra de Asdrúbal Max nos situamos en un plano en el que reina la imaginación; sin embargo, podemos percibir que algunas imágenes, gestos o formas de algún modo nos resultan familiares. Quizás en nuestra condición de seres humanos se da el enlace entre las pinturas percibidas y el interior de lo que somos.

Prohibida su reproducción en obras derivadas.

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El arte de Asdrúbal Max puede catalogarse como monstruoso porque presenta la crudeza que nos remite a la humanidad perdida, aquella que en la deformidad de la piel, los huesos y nervios que aparecen plasmados nos lleva a preguntar qué nos hace humanos. Hombre y animal se fusionan para emerger en una misma imagen donde la mutación es transformación; después de todo seguimos siendo instintivos y conservamos esa parte animal que por medio de las pinturas nos permite reinterpretarnos.
Lo feo y lo bello convergen en una deconstrucción pictórica que también nos muestra algo a lo que no podemos acceder. Quizá se trata de la vida íntima del artista, que permanece un tanto oculta incluso para él mismo; por ello la plasma, para encontrar aquello que está ahí. Para los espectadores ese algo permanece latente y a la vista, como en los objetos puntiagudos y huesos de animales que aparecen en algunas de las pinturas. La mirada de espectador nos vuelve cómplices del artista, porque nos invita a descender a sus sueños a través de nuestra vigilia, percibiendo una realidad fragmentada, pero no incompleta. El arte de Asdrúbal es una especie de soliloquio donde las preguntas existenciales que él se hace quedan manifestadas en imágenes sin res- puesta; sin embargo, la existencia y su arte nos demuestran que la vida es una construcción mutable, que los cuadros percibidos son instantes en los que el artista se busca y a veces se encuentra, pero otras sólo deja su rastro en el lienzo donde los sueños, la vida y las pesadillas convergen en huellas que marcan un monstruoso camino.

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Algunas de sus imágenes remiten a lo profano; nadie sabe quién es quién ni qué pertenece a cada lugar. En el aparente caos de objetos aparecen imágenes de una existencia desbordada que logran una armonía de formas y emociones, y sólo quien ha caminado por el borde del abismo logra entender. En este sentido, los rostros y formas fusionadas redimen lo profano y lo vuelven casi celestial, pues basta ver en la pintura el dolor de la existencia para constatarlo.
La obra de este artista puede entenderse como una colección de emociones que forman historias de una vida mutable donde las pinturas retratan momentos sin dueño, porque, como espectadores, podemos percibir que las emociones pueden tener rostros y cuerpos. Es un conjunto de palabras con las que el propio artista define su obra, cuyo vocabulario incluye términos como deformación, transformación, introspección, mutación, perspectiva y metamorfosis.

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