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“No queremos ser servidas. Queremos servir a Chile”. Rol de los Centros de Madres (CEMA) en el sur rural de Chile, 1973-1983
“We do not want to be served. We want to serve Chile”. The Role of Mothers’ Centers in rural areas of Southern Chile between 1973 and 1983
Revista Austral de Ciencias Sociales, núm. 39, pp. 75-94, 2020
Universidad Austral de Chile

ARTICULO



Recepción: 19 Agosto 2019

Aprobación: 30 Julio 2020

Resumen: El siguiente artículo analiza históricamente la relación de las madres campesinas del sur de Chile con los Centros de Madres durante una década de dictadura cívico-militar. ¿Cómo impactaron los Centros de Madres en la organización social de las mujeres campesinas del sur de Chile entre los años setenta y ochenta? ¿Cómo se transformó la economía de las mujeres campesinas a partir de los lineamientos de los Centros de Madres? ¿Qué discursos específicos se dirigieron a las madres del sur rural durante la época de estudio? Como hipótesis se plantea que a pesar de la existencia de Centros de Madres “refundados” con la dictadura, su impacto se vio tensionado por historicidades de mujeres de Llanquihue y Chiloé, que en su mayoría no participaron en estos espacios al priorizar labores ligadas a la autosubsistencia familiar en circunstancias de aislamiento geográfico, o el rechazo político de estas mujeres por sus experiencias de organización antes del golpe de Estado.

Palabras clave: Madres campesinas, Centros de Madres, Dictadura cívico militar, Sur de Chile.

Abstract: This article analyzes historically the relationship of rural mothers in Southern Chile with Mothers’ Centers during the first decade of the Civil-Military Dictatorship. How did the Mothers’ Centers impact on the social organization of rural women in Southern Chile between the seventies and the eighties? How was the economy of peasant women transformed through the guidelines of the Mothers’ Centers? What specific discourses were addressed to rural southern mothers during the period of study? This article claims that despite the existence of Mothers’ Centers “refounded” after the dictatorship, their impact was hindered by the historicity of women from Llanquihue and Chiloe, most of whom did not participate in these instances as they prioritized family-subsistence-related labor in remote geographical areas, or because of the political rejection of these women for their experiences of organization before the military coup.

Keywords: Peasant Mothers, Mothers’ Centers, Civic Military Dictatorship, South of Chile.

1. Introducción

La dictadura cívico-militar en Chile operó hacia el mundo popular mediante dos flancos: el terrorismo de Estado y las políticas sociales. Respecto a lo segundo, nos encontramos con intentos del Estado autoritario por establecer una hegemonía en el quehacer de la sociedad civil, específicamente en las familias y, dentro de estas, las mujeres. Sin embargo, no todos los hogares poseían las mismas características, partiendo por la accidentada geografía de Chile. Familias del campo y de la ciudad, uniparentales y/o numerosas fueron objeto de los mandatos del régimen, por lo que es necesario analizar las particularidades territoriales y las relaciones que sostuvieron estas mujeres con organismos como los Centros de Madres.

Este artículo se sitúa en la ruralidad de dos provincias del sur de Chile, siendo la madre campesina de las provincias de Llanquihue y Chiloé nuestra sujeta de investigación. Se desarrolló el análisis de testimonios orales de madres campesinas en el periodo 1973-1983 en relación con el rol de los Centros de Madres en sus espacios de residencia, crianza y trabajo.

Es escasa la literatura que aborda el impacto de los procesos previos a la dictadura para el caso particular de las provincias de Llanquihue y Chiloé, y en donde se hayan visto involucradas organizaciones sociales y/o políticas. A partir de las recopilaciones de crónicas y testimonios, sin embargo, encontramos que la geografía accidentada no fue impedimento para que antes del golpe de Estado se funden espacios como Centros de Madres, donde madres campesinas se agruparon e interactuaron en comunidad, algunas teniendo que atravesar kilómetros para llegar hasta las sedes.

A partir del método historiográfico, consideramos la interpretación de las fuentes históricas escritas y orales (Aróstegui 1995, 2004). Se revisaron y analizaron documentos como prensa nacional y regional (diarios El Llanquihue, La Cruz del Sur, Revista Amiga de la Secretaría Nacional de la Mujer) para identificar el discurso dirigido a las madres campesinas; censos y datos del Registro Civil e Identificación sobre maternidad en dictadura, número de hijos y las comparaciones respectivas entre el campo y la ciudad, además de los niveles de operatividad de CEMA en el archipiélago, considerando que los Centros de Madres operaron desde antes de la dictadura cívico militar. Por otro lado, se trabajó con fuentes orales y el análisis a las trayectorias de vida de mujeres de las provincias de Llanquihue y Chiloé, que participaron de estos centros y vivieron sus transformaciones.

Según las experiencias comentadas por madres campesinas y auxiliares paramédicos rurales, fueron los Centros de Madres los que fomentaron trabajos utilitarios para las mujeres: actividades que compatibilizaron con la crianza de los hijos e hijas y, para el caso de las mujeres campesinas, con el trabajo en la tierra.

La proliferación de Centros de Madres fue en incremento entre 1964 y 1973, ya que el interés estuvo en hacer partícipe a la mujer como fuerza política. Sin embargo, con el golpe de Estado, al mismo tiempo que se inauguraron nuevos Centros de Madres, otros tantos dejaron de funcionar. Así lo señalaron algunas de nuestras entrevistadas en ambas provincias, como participantes o testigos de estas organizaciones.

Se plantea como hipótesis que a pesar de la existencia de Centros de Madres “refundados” con la dictadura cívico militar (Valdés y Weinstein 1993b), el impacto de estos se vio tensionado por las historicidades de mujeres campesinas que en su mayoría no fueron parte de estos espacios al priorizar labores ligadas a la autosubsistencia familiar en circunstancias de aislamiento geográfico, o por rechazo político debido a experiencias de organización en Centros de Madres antes del golpe de Estado.

En los documentos orales y escritos analizados, una de las formas con las que se estableció una articulación entre el Estado autoritario y las madres campesinas de las provincias de Llanquihue y Chiloé, fue a través de los Centros de Madres. Es por ello que nos preguntamos cómo impactaron los Centros de Madres en la organización social de las mujeres campesinas del sur de Chile entre los años setenta y ochenta, considerando a la dictadura cívico-militar como un quiebre y transformación de los espacios sociales en tanto despolitización progresiva. Así mismo, cómo se transformó la economía de las mujeres campesinas a partir de los lineamientos de los Centros de Madres, y qué discursos específicos se dirigieron a las madres del sur rural durante esos diez años.

De esta forma, también se busca entender las particularidades de ser mujer y madre en sectores campesinos de minifundio, considerando las transformaciones políticas durante la década de estudio (1973-1983), y si la dictadura impactó o no en los mandatos familiares de las madres campesinas de las provincias de Llanquihue y Chiloé.

Al ser un estudio de historia del tiempo presente (Aróstegui 2004; Franco y Levín 2007), la metodología apuntó al trabajo con fuentes orales que permitieron la recopilación de testimonios desde las memorias individuales de campesinas protagonistas. Para ello se realizaron entrevistas donde las testimoniantes narraron sus historias de vida para la historización de las experiencias, considerando que la particularidad de sus testimonios tiene correlato con procesos que superan la individualidad, como elaboración reflexiva (Aróstegui 2004: 177-182).

Las mujeres entrevistadas son campesinas del archipiélago de Chiloé y de la provincia de Llanquihue, de entre 45 y 80 años, que fueron madres entre 1973 y 1983. La entrevista fue semiestructurada (Portelli 1991, 2004, 2014; Bertaux 1993), para poder analizar la historia de vida orientada al lugar de origen; escolaridad; estado civil; trabajo; maternidad; relaciones parentales; asistencia o no a centros de salud (controles de ‘niño sano’, planes de Salud Rural en su lugar residencia); y finalmente la relación de ellas con los Centros de Madres de sus comunidades.

Es importante señalar que durante la investigación nos encontramos con las dificultades de acceso y conectividad que aún persisten en algunos espacios rurales, sobre todo en el archipiélago de Chiloé. Gran parte de los testimonios de mujeres campesinas retoman las experiencias de abandono asociada al territorio y la importancia de hacer comunidad en torno a reunirse en sedes y entre pares.

Para el caso particular de estas memorias, los testimonios buscan aportar a la historiografía de género, desde el sur de Chile, y desde la ruralidad local, considerando las particularidades que tuvieron los Centros de Madres para la configuración de los roles tradicionales de las mujeres y para el disciplinamiento de estas en el hogar.

2. Control del cuerpo de las mujeres/madres y teoría de género

La subalternidad de las mujeres como madres, es comprendida desde la concepción binaria y biologicista que condiciona a la identidad femenina desde su rol reproductor y asociado a los cuidados. En relación con la historiografía de género, entendemos que la naturalización de la diferencia sexual no se funda con la dictadura cívico militar chilena, sino que es internacional (Bock 1991) e inherente a la herencia colonial occidental para el caso latinoamericano, que surge

con la adscripción identitaria femenina a través de la naturaleza maternal, la dedicación a la familia y los restringidos deberes domésticos (Nash 2012: 44).

Esto asegura un control ejercido por hombres respecto a sus mujeres en el hogar, y que se evidencia también en las políticas públicas dirigidas a las familias en tiempos de dictadura y fascismo sustentados en la moral religiosa (Nash 2012: 49).

Respecto a los conceptos de biopoder y biopolítica, Foucault señala que el primero está relacionado con que “la gente tenga más hijos, (…) regular el flujo de la población, (…) las migraciones” (Foucault 1999a: 246). Se disponen los distintos organismos del Estado que ejerzan el poder y controlen la población económica, política y administrativamente. Estos mecanismos se presentan en la práctica como control, gestión y regulación de la vida, desde lo que Foucault postula como “biopolítica”. Una forma de intervención de los cuerpos desarrollada por un “soberano”, donde este tendrá que actuar sobre el medio para modificar el accionar de los sujetos (Foucault 2007: 169).

Pensando en el cuerpo como una realidad biopolítica a través de la cual la medicina es la estrategia, Foucault critica al capitalismo porque permitió la socialización del cuerpo como objeto esencial. Un control de los cuerpos “en función de la fuerza productiva, de la fuerza de trabajo (...) que se ejerció en el cuerpo, y con el cuerpo” (Foucault 1999b: 365-366).

Si nos centramos en lo que respecta al control de los cuerpos femeninos, este se asocia a su fuerza reproductiva y el rol doméstico asociado a lo materno, normalizado por la biología. Un ejemplo es el análisis biopolítico dirigido al cuerpo femenino desde la histerización o la “mujer nerviosa” donde “el cuerpo de la mujer fue analizado —calificado y descalificado— como cuerpo integralmente saturado de sexualidad” (Foucault 2007: 127), dispuestas con una fecundidad regulada; funcionales y sustanciales al espacio familiar; y responsables biológico-morales de los niños y su educación. Esta relación con el cuidado asociado a lo femenino se replica en los espacios en donde la mujer se enfrenta a lo público, desarrollando actividades acordes a su sexo según lo establecido, como en el caso de los Centros de Madres.

Desde la teoría de género y la historiografía de género, la división sexual del trabajo considera la asignación de responsabilidad del hogar y los cuidados a las mujeres, aun cuando estas trabajen fuera de casa, asalariadas y con pagas inferiores.

La combinación de obligaciones domésticas y de empleo infructuoso es un poderoso obstáculo para las mujeres que trabajan fuera del hogar, y puede disuadirlas de hacerlo (Molyneux 2005: 45).

Con la industrialización, se agudiza el debate sobre el trabajo doméstico y, con ello lo que respecta a la reproducción social de la estructura familiar y del trabajo asalariado y no asalariado. Estos debates comprenden una diferenciación entre trabajo doméstico y trabajo de los cuidados ligado a las mujeres, desde el rol que cumplen los Estados de bienestar (Carrasco, Borderías y Torns 2019), lo que permite identificar la importancia del control del cuerpo femenino y su relación con la biopolítica. Es decir, la intervención y gestión de la vida desde la capacidad reproductiva de las mujeres, y también como reproductoras de los servicios domésticos del hogar y cuidado de la familia.

También podemos considerar aquí el concepto de “maternalismo”, que es definido por algunas autoras como “la socialización de las mujeres en el rol tradicional de género” (Luna 2009: 257), donde se institucionaliza la maternidad y se transmite como norma.

En el caso de la maternidad y la biopolítica de lo materno se entiende que el carácter procreacional de las mujeres es utilizado “en favor de la patria’, por una parte, y por otra (…) como cuerpo individual y cuerpo político” (Arcos 2017: 28). Con la biopolítica de Foucault, los sujetos sobre los que se ejerce el poder permiten “producir riquezas, bienes, para producir otros individuos” (Foucault 1999a: 245-246) y al mismo tiempo, comprender que los cuerpos son adiestrables, controlables para estos fines.

Por estos elementos teóricos es que consideramos que al estudiar a los Centros de Madres entre 1973 y 1980 nos encontramos con un entramado de la biopolítica dispuesto por la dictadura cívico-militar para el control de los cuerpos de las mujeres del sur, tal como lo evidenciaron los testimonios de madres campesinas del sur de Chile desde sus memorias. Este control fomentó su subalternidad asociada a lo doméstico, sin embargo, se vio matizado con el ingreso de las mujeres al trabajo neoliberal, si consideramos los trabajos de Heidi Tinsman (2009) y Ximena Valdés (2007) sobre las familias campesinas de la zona central durante la segunda mitad de siglo XX en Chile.

3. El trabajo de memoria con mujeres campesinas en el tiempo presente

Trabajar históricamente con la experiencia de madres campesinas a través de la oralidad es al mismo tiempo una forma de disputar espacios que historiográficamente han subyugado a diferentes sujetos, entre ellos a las mujeres. La tradición oral como el conocimiento traspasado de generación en generación permite la construcción de historias de sujetos que no han sido incorporados en los relatos oficiales de la historia escrita en base al documento, “oprimidos, silenciados y discriminados” (Jelin 2002:10).

Ni la memoria ni la historia son excluyentes para mirar el pasado; esto porque, por un lado, la memoria es presentada como elemento palpable y posible en tanto historicidad, como vestigio del pasado; y por otro, la historia como objetivadora de la memoria permite que adquiera significancia “tanto el olvido como el silencio o la inexactitud” (Mudrovcic 2005: 114). Pierre Nora propone que la memoria está en nosotros y nosotras, los vivos y las vivas,

en evolución permanente, abierta a la dialéctica del recuerdo y de la amnesia, inconsciente de sus deformaciones sucesivas, vulnerable a todas las utilizaciones y manipulaciones, capaz de largas latencias y repentinas revitalizaciones (Nora 2009: 20).

Desde el estudio de historias de vida de once madres campesinas, la memoria y la oralidad permiten historizar estos relatos y exponer las voces de mujeres en relación al tiempo presente. Mujeres que para los efectos de esta investigación son campesinas de minifundio, trabajadoras para la autosubsistencia en el sur austral de Chile, entre 45 y 90 años, que fueron madres durante la dictadura cívico-militar y participaron en Centros de Madres.

Respecto a la relación entre género y memoria, lo que se potencia es la identidad, donde las mujeres se construyen como sujetas sociales y están vinculadas por experiencias que no están dadas, sino que se resignifican (Troncoso y Piper 2015), y que también están vinculadas al cotidiano (Barrientos 2017).

El trabajo de memoria busca desarrollarse en torno al uso del testimonio como fuente, desde la historia oral como metodología, para conocer el pasado reciente de las trayectorias de vida de madres campesinas del sur de Chile, así como ya lo han hecho otros trabajos, ligados por ejemplo al rescate de historias de vida, vinculadas desde la memoria (Alfaro 2018; Barrientos 2017).

La memoria, así dispuesta, es entendida como mediadora simbólica y testigo del pasado, encumbrándose en los espacios en donde la tradición escrita no se ha hecho parte. Porque incluso con los olvidos y los silencios se entienden las particularidades de los sujetos, donde la memoria, al constituirse como fuente, es también un saber y un problema histórico. Por ejemplo, “la memoria de comunidades rurales (…) puede producirse en abandono de la historia, ésta es sustituida por mitos (…), oralidad u olvido” (Cuesta 1983: 237). A su vez, el testimonio adquiere mayor significancia al permitir narrar lo que no se ha narrado, como la violencia en el cuerpo durante las dictaduras cívicos militares en América Latina (Bacci, Capurro, Oberti y Skura 2014).

La tarea que aquí nos proponemos es relevar los testimonios para fortalecer los análisis en torno a la violencia social en dictadura a las mujeres campesinas, y cómo ese pasado reciente dialoga también con el presente de las protagonistas del relato y nuestro tiempo, desde el sur de Chile.

Las entrevistadas fueron madres que habitan espacios rurales de las provincias de Llanquihue y Chiloé (específicamente las comunas de Frutillar, Maullín, Carelmapu, Quemchi y Chonchi). El criterio de selección además apuntó a que hayan sido madres durante una década de dictadura cívico militar chilena (1973-1983) y que tuvieron vínculos directos o indirectos con los Centros de Madres antes y después del golpe de Estado.

El siguiente mapa muestra los puntos en donde residen las entrevistadas. En al menos más de la mitad de los casos, estas mujeres viven en zonas aisladas de centros urbanos, minifundios o pequeñas propiedades agrícolas con geografías accidentadas y difícil acceso (los casos de sector Costa Tenglo Alto, Maullín, Quemchi y sector Curaco de Vilupulli en Chonchi, isla Grande de Chiloé):


Fig. 1.
Mapa de las comunas donde residen las entrevistadas
Elaboración propia (Google Maps)

4. La Secretaría Nacional de la Mujer y CEMA Chile durante la dictadura cívico-militar

Desde sus inicios, los Centros de Madres se configuraron como espacios para la formación de la mujer como madre ejemplar desde el asistencialismo o la caridad. Según análisis desarrollados por Teresa Valdés (1993), Norbert Lechner y Susana Levy (1984), los orígenes datarían de 1954, cuando se crea el “ropero del pueblo”.

Otras problematizaciones sobre los antecedentes de los Centros de Madres enuncian la labor de las visitadoras que recorrieron los hogares populares (Illanes 2002), hasta la creación de la Asociación de Dueñas de Casa en 1947 como otro intento de disciplinamiento de las mujeres más pobres. Sin embargo, el fomento de estos espacios es permitido por la Democracia Cristiana hacia 1962. Los testimonios de las entrevistadas reconocieron larga data de los Centros de Madres, antes del golpe, habiendo data de uno en costa Tenglo (comuna de Puerto Montt) a fines de los años cuarenta.

Algunos estudios como el de Heidi Tinsman posicionan a los Centros de Madres como instancia de “domesticidad cívica”, donde se expusieron “las bases específicas de género para integrar a las mujeres pobres al proceso de movilización popular” (Tinsman 2009: 159).

Durante la Unidad Popular se creó la Coordinadora de Centros de Madres (COCEMA) y con ella nuevos lineamientos en torno al rol de las mujeres en el hogar:

La figura de la dueña de casa, soporte de la familia, amparada por los Centros de Madres, dio curso a la figura de la trabajadora, ya no sólo garante de ingresos para la familia, sino además soporte de cambios en la sociedad, mediante su contribución económica a la superación de la pobreza (Bahamondes 2016: 90).

Según lo afirmado por Valdés, Weinstein, Toledo y Letelier (1989), con el golpe de Estado se “refunda” CEMA Chile y las sedes que lo componen, disminuyendo la cantidad de centros de madres (Valdés y Weinstein, 1993b); y esta refundación se entendió como construcción de un discurso autoritario y maternalista, pero también disciplinante y clientelista (Valdés 1989). CEMA se definía:

ajena por completo a proselitismo político o religioso, cuyo principal objetivo es lograr el desarrollo integral de la mujer agrupada en los Centros de Madres a lo largo y ancho del país, y (…) contribuir al bienestar de su familia (Lechner y Levy 1984: 7).

La creación de la Secretaría Nacional de la Mujer en 1976 explicitó el interés del régimen por el control de las mujeres como madres ejemplares para los hijos de la patria:

Durante tres años de gobierno marxista, la mujer jugó un papel decisivo en la vida nacional. Consciente del peligro en que vivían su hogar y el país, tomó en sus manos la decidida lucha por la defensa de los principios fundamentales, la reconquista de la libertad y el futuro de Chile.1

Para la misma Lucia Hiriart, todos los programas que se iban desarrollando bajo el alero de la Secretaría y CEMA (como el Hogar de la Madre Campesina, Minera y del Litoral), significaron promover los valores cristianos que tanto pregonaba el oficialismo durante el régimen.

[L]a futura madre está en la gran encrucijada de su vida, al dar a luz puede, traer vida o perder la propia. Evitar, en lo posible, que esto ocurra, es algo por lo que ha valido trabajar todos estos años.2

Tanto la Secretaría Nacional de la Mujer como CEMA se constituyen como instancias para el disciplinamiento organizacional, transformándose en la “trinchera civil del régimen militar” y en espacios en donde ser voluntaria femenina era motivo de mérito, dado que el deber era servir a la Patria. “Terminó la época de pedir, ahora [la mujer] quiere ofrecer algo a Chile”.3

Es en revistas como Paula y Amiga, de la Secretaría Nacional de la Mujer, donde encontramos el más explícito discurso asistencialista dirigido a las mujeres, tanto como madres, como dueñas de casa, y como las primeras encargadas del cuidado de las hijas e hijos. Junto a ello, seguir el ejemplo que la primera dama de la época, Lucía Hiriart, representaba. Constantes reflexiones en torno al “renacimiento” del país aludían a la “Primera Dama” como una trabajadora inagotable para los fines del régimen. Un ejemplo para las demás madres de familia.

Con la dictadura se elaboraron discursos desde el “afán de la superación” de la mujer como dueña de casa. Esto precisamente desde la Secretaría Nacional de la Mujer y CEMA Chile como organismos defensores de los roles de la familia y la moral. Tanto la mujer como la familia aparecen imbricadas discursivamente. El cambio social, para la patria, que debía realizar la mujer, era desde el hogar. Un cambio para sí misma y para el bien de la patria:

para la mujer, liberarse es perfeccionarse. Solo en la medida en que la mujer se perfeccione como dueña de casa y como ser humano, logrará una verdadera liberación.4

En la misma revista de la Secretaría Nacional de la Mujer nos encontramos con una recopilación de políticas que apuntaron a las mujeres madres de familias “bien constituidas”. En una edición de 1976 se destaca la creación del Comité Coordinador Nacional de Ayuda a la Comunidad, entre cuyos objetivos estaba:

lograr la participación organizada de todas las entidades femeninas de acción social, que mantienen su individualidad, pero con un objetivo común que responde a las necesidades y requerimientos de la comunidad.5

De este comité se desprendieron una serie de actividades encomendadas por Lucía Hiriart de Pinochet, como por ejemplo comedores abiertos para preescolares (sin vacantes en jardines o con problemas de desnutrición) y la iniciativa “El médico en casa”, que según la revisión de prensa sólo se replicó en algunas comunas de Santiago (Renca, Conchalí, Pudahuel y Quinta Normal). Este programa fue coordinado entre CEMA y el Servicio Nacional de Salud y tenía como objetivo:

educar a las madres para el tratamiento de enfermedades simples de sus hijos, colaborando de esta manera en la descongestión de los Consultorios del Servicio Nacional de Salud.6

A pesar de que lo expuesto anteriormente nos muestra el trabajo coordinado de CEMA Chile y el SNS en el mundo urbano, queda en evidencia la inminente intervención de los Centros de Madres en las labores de salud durante el régimen más allá de la urbe. En directa relación con la emisión de un discurso específico a las madres campesinas, los Centros de Madres se articularon con el Servicio Nacional de Salud para impartir cursos en las capitales regionales de las provincias de Valdivia, Osorno, Llanquihue y Chiloé, todos dirigidos por esposas de miembros de las Fuerzas Armadas y de Orden que forman parte de los Centros de Madres7, y alcanzar el mundo rural.

En la revista CEMA Chile son múltiples los anuncios respecto a la creación de postas y centros asistenciales dirigidos al mundo rural, sobre todo a partir de 1980. Para ese año se contempló un programa para crear ciento noventa y cinco postas entre Antofagasta y Magallanes; y trece consultorios rurales, entre Atacama y Los Lagos, sumado a hospitales que beneficiarían a socias de Centros de Madres y sus familias8. Esta proliferación de postas rurales no se condijo con las condiciones de funcionamiento e infraestructura. Hacia 1983 se analizó la atención primaria en postas rurales de distintas regiones de Chile, entre Coquimbo y Aysén, donde se concluía que las postas de la región de Los Lagos eran

las más desprovistas en la implementación necesaria para cumplir con los objetivos establecidos, por cuando sólo reúnen en promedio el 47.2% de los requisitos considerados como óptimos (…) un nivel francamente deficiente.9

La documentación de la época muestra que el número de organizaciones sociales de carácter vecinal existentes es irregular en los sectores rurales, y de alta presencia en las comunas más urbanas.

Tabla 1.
Organizaciones sociales del archipiélago de Chiloé hacia 1977

Gráfico elaborado por la autora. Fuente: INDAP - PROPLAN, Estudio minifundio diagnóstico preliminar INDAP – PROPLAN, Santiago: Profesionales Asociados Para Proyectos y Planificación y Cía. Ltda. – PROPLAN, 1977, p. 27.

Más allá de esos análisis, el discurso propuesto por revistas como Amiga apuntó a la mujer urbana, con disposición por la compra de revistas, y claramente, que supiera leer y escribir. El analfabetismo primó en lo rural entre los setenta y ochenta, considerando el número de mujeres madres y los años de estudio aprobados.10 Así mismo, el interés por la lectura no se concentró en estos espacios, tal como lo expresaron la mayoría de las mujeres entrevistadas en la provincia de Chiloé. El discurso autoritario no llegó a las madres campesinas a través de la lectura de periódicos y revistas, pero sí a través del accionar de organismos como los Centros de Madres. Los testimonios expuestos a continuación nos exponen el actuar específico de estos organismos en el mundo rural y cómo se articularon con el Servicio Nacional de Salud y las propias historicidades de las mujeres campesinas, desde el cuestionamiento de si percibieron las madres campesinas de Llanquihue y Chiloé los mandatos familiares de la dictadura, considerando sus historicidades y trayectorias de vida.

5. CEMA en los campos del sur de Chile: Llanquihue y Chiloé antes y después del golpe de Estado

Como se señaló en el primer apartado, el campo historiográfico ligado a analizar las trayectorias de organizaciones sociales y/o políticas de sectores asociados a las provincias de Llanquihue y Chiloé es escaso. Nos encontramos con breves referencias en algunos escritos (Urbina 1996), siendo las crónicas y los testimonios las principales fuentes que confirman que antes del golpe de Estado los centros de Madres funcionaron en algunos sectores rurales, agrupando a mujeres campesinas no solo para la beneficencia.

Las memorias de distintas mujeres de las provincias de Chiloé y Llanquihue y que asistieron a Centros de Madres en el periodo de estudio van desde la participación y persistencia en el espacio, a la no participación y/o persecución y cierre del lugar. Respecto a esto último, es necesario destacar que se interrumpieron las instancias colectivas en algunos sectores rurales, sobre todo si estos espacios tenían simpatías con la izquierda o la Unidad Popular, y donde incluso los mismos vecinos y vecinas contribuyeron a la persecución de quienes fueron dirigentes o activistas políticos.

Es necesario precisar que los estudios sobre la politización en espacios como Chiloé se reducen a crónicas de habitantes de la zona. Por ejemplo, lo que sabemos del impacto de la reforma agraria es a partir de algunas investigaciones recientes que rescatan testimonios ligados a cooperativas campesinas o indígenas, pero donde sin embargo las trayectorias partidistas no son parte central del relato (Haro 2015: 232-233). Así mismo con los Centros de Madres, donde encontramos que los testimonios anteriores a la dictadura refieren a estos espacios como instancias de ayuda comunitaria, ligados a fortalecer las dirigencias campesinas y el vínculo con las comunidades.

Nelly Paillaleve es agricultora y paramédico rural en la comuna de Quemchi en el archipiélago de Chiloé. Ella participó en el Centro de Madres del sector rural de Aucar “Hortensia Bussi de Allende”. Su mamá fue la presidenta de este espacio, hasta su fin con el golpe de Estado, debido a la adherencia que las socias tenían con la Unidad Popular. Los militares creían que el padre de Nelly escondía armas en la casa, por lo que como familia fueron perseguidos y obligados a terminar con cualquier tipo de asociatividad comunitaria e instancia para la cooperación entre vecinos, quienes muchas veces no tenían fácil acceso a servicios básicos.

Los Centros de Madres se reunían aquí para hacer cosas beneficiosas (…) hacían curantos a beneficio cuando a alguna le pasaba algo, iban y les ayudaban con eso. Siempre estaban ayudando unas con otras. Venían señoras de kilómetros a la sede de acá de Aucar (N. Paillaleve, 18 de julio de 2018).

Las labores de apoyo comunitario y adherencia a temas políticos se articularon al reconocerse desde lo colectivo, ya que para muchas mujeres campesinas era la única instancia de salir de casa y conversar con otras mujeres. Esta valoración es coincidente con mayoría de los relatos de las entrevistadas, sobre todo considerando las distancias que separan a vecinos y vecinas en los espacios rurales, donde entre una casa y otra hay al menos un kilómetro de separación.

Nelly compartió labores con Marby Vidal, también paramédico rural de isla Caucahué que recorrió los campos del norte de Chiloé. Ella recuerda que con el Centro de Madres de Quemchi pasó algo similar: “duró poquito”, porque quienes lo componían eran señoras campesinas de diversos sectores, adherentes al socialismo y contrarias al régimen. Al ser un espacio politizado, dejó de existir. Estuvo constituido por mujeres que participaron del espacio para ayudarse colectivamente y para “hacer vida social, para no estar encerradas en la casa y en el campo” (M. Vidal, 19 de julio de 2018). Este argumento también podemos encontrarlo en testimonios referentes a la mujer campesina de la zona central en tiempos de Reforma Agraria, al menos hasta la dictadura (Tinsman 2009).

Los mismos vecinos terminaron siendo persecutores y acusadores y las socias comenzaron a evitar espacios de organización colectiva como el Centro de Madres del sector, por temor a represalias, según los testimonios de las mujeres. En su reemplazo, siguió funcionando la Junta de Vecinos, sin embargo, estos espacios tradicionalmente políticos fueron igualmente cooptados por los mandatos dictatoriales y el afán por resocializar los espacios de organización comunitaria (Valdivia, Álvarez y Donoso, 2012).

En Frutillar, las hermanas Leticia y Miriam Vera, dueñas de casa, comentan que su madre fue presidenta del Centro de Madres de Nueva Braunau, pero hasta 1973: “La Estrellita se llamaba. Había muchas señoras socialistas así que parece que por eso dejó de funcionar” (M. Vera, 23 de septiembre de 2018). Leticia, unos años mayor que ella, recuerda que existían algunas resistencias a que estos espacios cerraran:

Había muchas señoras de los centros de madres que se tomaban terrenos porque se así se usaba en ese tiempo [dictadura] y ponían la bandera patas pa’ arriba. Y pedían por las casas, para arreglos de cercos, beneficios para tener fondos y onces para los chicos de la población. (L. Vera, 23 de septiembre de 2018).

Desde el testimonio anterior, se manifiestan los intentos por parte de los Centros de Madres por organizarse para el beneficio colectivo, donde el cierre de estos espacios significó la ocupación de terrenos para lograr reunirse con estos fines. Sin embargo, y a pesar de ser localidades pequeñas, estas instancias colectivas terminaron siendo clausuradas, generando remembranzas de los Centros de Madres antes del golpe de Estado para unas o indiferencia para otras, dependiendo de los niveles de participación que tuvieron.

Un poco más al sur, en el sector Carelmapu, comuna de Maullín, María Velásquez señala que también existió solo por un tiempo un Centro de Madres cuando era pequeña, al que asistía gran cantidad de mujeres.

Se llamaba ‘Anita Moreno’... Iban el grupo de amigas de mi mamá. Ahí hacían reuniones, aprendían a tejer, hacían cosas para vender y cosas para ayudar a las personas de escasos recursos. Después del golpe yo no vi más centros de madres en Carelmapu o en otro lugar cercano (M. Velásquez, 29 de septiembre de 2018).

Para María lo significativo del Centro de Madres fue haber sido instancia de encuentro para muchas mujeres que ella conoció, lo que fomentó el sentido de comunidad de Carelmapu. Ella, sin embargo, no participó y solo fue testigo del apogeo y cierre del espacio a través de su madre, ya que su adultez la vivió durante la dictadura, cuando ya no ubo lugar que congregue a las mujeres de la zona. De hecho, muchas mujeres como ella comenzaron a insertarse en las empresas marisqueras o confinarse al hogar, dependiendo de la cercanía con las fábricas.

A pesar de que muchos de estos Centros fueron cerrados como instancia de organización comunitaria y beneficio colectivo, otros Centros de Madres continuaron operando sin necesariamente ser perseguidos o cerrados por las nuevas autoridades, ya que existió un decreto de Ley que el 1 de abril de 1974 ordenó el cambio de nombre de toda organización comunitaria que tuvieran alguno con “contenido político”. Estas mismas debieron proponer nombre y, en caso de no ajustarse a la Ley, el Ministerio del Interior era el encargado de fijar uno, o bien cerrarlo definitivamente.11

María Márquez, agricultora, recuerda que el Centro de Madres funcionó hasta los años noventa en el sector rural de Curaco de Vilupulli, donde vivió hasta los años noventa, para luego migrar a la ciudad de Chonchi. Este organismo se articuló con la Posta para el reparto de leche y el incentivo en el tejido, además de orientar el cuidado de los niños y niñas que atendían. Antes de ser madre, María solo fue testigo de los cambios de estos aspectos sanitarios, ya que no fue socia del Centro de Madres, ni antes ni después del golpe de Estado. De hecho, comenta que muchas no asistieron a estos centros asistenciales primarios ni siquiera a buscar leche:

Muchas mujeres tenían su leche propia, les daban de mamar. Por un año, por 2 años, por 3 años. Algunos hasta con 10 años seguían mamando. Porque si una mujer tenía hijos todos los años sin parar tenía leche siempre (M. Márquez, 2 de febrero de 2018).

María Márquez solo tuvo una hija, que nació con una malformación en las piernas. Siempre la llevó a la posta y era interpelada respecto al cuidado que debía tener la niña:

Llegaba a la sede [del Centro de Madres] Don Gerardo, el del consultorio. Ahí me habrían dicho unas miles de veces que mande a la guagua a Santiago, y yo no quise… Querían que la mande para que lo operen... querían que la mande sola ¡Y a dónde iba a vivir la Nicha po’! (M. Márquez, 2 de febrero de 2018).

Transversal a los relatos de estas madres campesinas es la lucha por los hijos e hijas a pesar de las adversidades. María Márquez no representa a las madres multíparas (con más de cuatro hijos e hijas), pero sí a aquellas que debieron compatibilizar la soltería con la crianza y el trabajo de la tierra, al mismo tiempo que se incorporaron a los Centros de Madres a través de trabajos que reproducían lo doméstico y lo privado. A pesar de no ser socia, María asistió un par de veces para aprender a coser paños de loza y ropa de bebé, dejando de asistir al espacio porque le quitó tiempo para las tareas de mantenimiento de la casa. Existió una aversión a los centros de Madres no solo por el tiempo que demandaban estos espacios, sino también por temor a represalias u objeciones en las formas de criar de estas mujeres campesinas. Esto se habría agudizado después del golpe militar, considerando el fortalecimiento de la alianza de los Centros de Madres con el Servicio Nacional de Salud en sectores rurales.

En general no se les incentivó a que vendieran sus tejidos, sino que desarrollaran vestimenta infantil, u objetos para el hogar, como fue el caso de María. Se buscó la “superación individual” de la pobreza más que el apoyo colectivo entre mujeres, y a algunas también se les respaldó como emprendedoras desde el trabajo doméstico (Valdés y Weinstein 1993a, 1993b). Sin embargo, para el caso específico de las entrevistadas, solo una se dedicó a vender tejidos después de participar de un Centro de Madres. Las demás continuaron trabajando para la autosubsistencia campesina.

María mantuvo el hogar en compañía de una hermana que debió hacerse cargo del hogar mientras el marido viajó estacionalmente a la Patagonia argentina. Ambas mujeres gestaron la vida en el trabajo dentro y fuera del minifundio, con la agricultura para la autosubsistencia y la crianza compartida.

Lastenia Macías, profesora rural, señaló que cerca de Canaán, sector rural donde habitó junto a su marido y cinco hijos, el Centro de Madres operó antes del golpe de Estado como sede comunitaria en la que se reunieron las mujeres para acciones de beneficencia, para ayudar a los adultos mayores y para hacer los controles del niño sano. Sin embargo, después del golpe “todo eso se hizo en la posta” (L. Macías, 3 de febrero de 2018). Debido a su formación como profesora, Lastenia no se volcó al emprendimiento o a la agricultura para la autosubsistencia, sino que a la educación rural y a la acción social en conjunto con Gerardo Millapel, “el del consultorio”. Él confirma esta articulación con los Centros de Madres en los espacios rurales de esta zona del Archipiélago de Chiloé, donde incluso las socias incentivaron el uso de la huerta casera para la producción de alimentos y lo que respectó a salubridad:

El único propósito era poder mejorar la calidad de vida de la población, porque se veía incluso un programa de autoproducción y autoconservación de los alimentos. Porque era muy difícil conseguir los alimentos (G. Millapel, 3 de febrero de 2018).

Al mismo tiempo, era común que los Centros de Madres se encargaran del reparto de leche, sobre todo en espacios donde las sedes eran compartidas con el Servicio Nacional de Salud y los centros asistenciales eran lejanos, lo que permitió que tanto las socias de los Centros de Madres como los profesionales (en su mayoría auxiliares rurales con experiencia técnica) se relacionasen en un mismo espacio. Esto se expone tanto en los testimonios de las entrevistadas, como en la prensa regional de la época, que destaca que las entregas de leche por parte de CEMA en los espacios rurales se intensificaron:


Imagen 1

Fuente: Diario La Cruz del Sur de Ancud, 17 de agosto de 1976, p. 4

De esta forma tenemos que ambos organismos, dependientes del Estado autoritario, permitieron la materialización de un discurso de control biopolítico, donde se desplegaron sistemáticos operativos cívico-militares que incluso trascendieron los espacios rurales. Operativos que se presentaron en la prensa como espacios para la protección y bienestar de los sectores alejados del sur de Chile, liderados por mujeres esposas de miembros de las fuerzas armadas, y que finalmente permitieron el control de la población desde la beneficencia, para salvaguardar la soberanía e impedir el despoblamiento, en territorios que al menos hasta los años ochenta se caracterizaron por altas tasas de migración, sobre todo laboral.


Imagen 2

Fuente: Diario El Llanquihue de Puerto Montt, 24 de abril 1982, p. 8.

Los Centros de Madres y el Servicio Nacional de Salud además buscaron las mejoras en higiene, promoviendo el uso de letrinas como avance en servicios básicos en lo rural, considerando que la luz eléctrica y el agua potable no se extendía hasta estos lugares:

Todo era pura velita, puro mechero chonchon… No había radio, no había televisión. Yo mismo vengo de esas familias, integrante de una familia de nueve hermanos. Mi mamá encontró poco, creció uno más y fuimos diez (G. Millapel, 3 de febrero de 2018).

“Crecer” niños que en otras familias no podían ser cuidados fue muy común en estos espacios, sobre todo cuando las madres no tenían más apoyo que el de ellas mismas para la crianza y la carencia de servicios básicos y acceso a suplir otras necesidades era compleja. Por esto se buscó contener la multiparidad, aun cuando, según las estadísticas revisadas, las cifras de madres multíparas (con más de cuatro hijos) aumentaron sostenidamente entre las décadas de los setenta y ochenta. Por un lado, la multiparidad fue conveniente para las familias que necesitaban de mano de obra para el trabajo de autosubsistencia; pero, por otro lado, significó un incremento en las necesidades, sobre todo en las familias campesinas más pobres, o aquellas en donde solo la madre era encargada del cuidado de hijas e hijos.


Imagen 3

Fuente: Diario El Llanquihue Puerto Montt, 1979

La intervención de las políticas dictatoriales en las familias campesinas se expresó principalmente a través de las mujeres madres de las provincias de Llanquihue y Chiloé, y en la imbricación que existió entre el Servicio Nacional de Salud y los Centros de Madres en el periodo 1973-1990. A partir de los testimonios de madres campesinas, nos encontramos con el asistencialismo que encarnaban los Centros de Madres, esta vez dirigidos por esposas de miembros de las Fuerzas Armadas y del Orden. Por ejemplo, para la creación de los Hogares para la Mujer Campesina, la presencia de mujeres parte de Centros de Madres demuestra la representación de la madre abnegada y ferviente defensora de la infancia y la maternidad, como una característica del autoritarismo en términos discursivos. En los Hogares para las Madres Campesinas, las esposas de militares que forman parte de CEMA justifican sus actos desde la salvación, con un “maternalismo” que se intensificó cuando las madres eran pobres y/o provenientes del mundo rural, equiparando a la mujer del campo y a sus hijos como aquellos que deben ser defendidos y resguardados:


Imagen 4

Fuente: Diario El Llanquihue de Puerto Montt, 10 de noviembre de 1978, p. 9.

Así mismo,

En la medida en que CEMA-Chile no proponía una nueva forma de ser mujer, reforzó los hábitos tradicionales. Podemos agregar que condicionó asimismo la experiencia cotidiana de la mujer popular (Valdés y Weinstein 1993b: 126).

Las políticas de salud pública apelaron a las mejoras en la calidad de vida, lo que habla de las continuidades del rol del Servicio Nacional de Salud. Sin embargo, en los espacios en donde las dificultades geográficas primaron, existió una articulación entre el Servicio Nacional de Salud y los Centros de Madres.

Sin embargo, para reconocer el impacto que esta imbricación tuvo en las condiciones de vida de las mujeres entrevistadas, encontramos que se persiguió a algunas socias de Centros de Madres por sus vínculos socialistas y se coartaron esas ayudas mutuas de las que hablaba Nelly Paillaleve desde Aucar. Ella y Marby, como paramédicos rurales, reconocen un trato diferenciador y discriminador por el prejuicio que tenían algunos profesionales de la salud por el origen de las mujeres que se atendieron en Centros Asistenciales rurales (pobres, campesinas, solteras, etc.).

Una de las excepciones es el caso del Centro de Madres de Costa Tenglo Alto, que data de 1938 y que continuó funcionando durante dictadura y hasta la actualidad. “Flor de Copihue” reunió mujeres entre 30 y 90 años. Inicialmente hacían beneficios entre ellas. Sin embargo, sobre todo desde el golpe de Estado, se impulsó un trabajo con monitoras que les enseñaron a confeccionar productos para la venta y mejoras en su calidad de vida. Desde su memoria se evidencian características de los Centros de Madres durante la dictadura cívico-militar, considerando que Costa Tenglo Alto continúa siendo un espacio rural:

Una señora del puerto nos enseñaba a tejer a palillo, a crochet. Cuando había muchas madres no podíamos vender, así que unas con otras teníamos que quedarnos con las cosas que hacíamos, como los paños para colocar en la mesa… Aquí en la casa venían a enseñar con una monitora, después estuvo otra. Y eso sigue. Ahora que nos juntamos todas “somos de edad”. Ya no vendemos productos, sólo las cosas que sembramos la vendemos y en la casa cada uno vendía para su vida y para nuestra familia (M. Cerón, 26 de octubre de 2018).

Sin embargo, ese espacio nunca fue utilizado como sede para el SNS en los repartos de leche o controles de niño sano, como sí ocurrió en Centros de Madres en el archipiélago de Chiloé. La posta más cercana estaba en Puerto Montt y allí el Servicio Nacional de Salud funcionó.

En el consultorio nosotros nomas íbamos. Igual que el control del niño sano, en la posta nomas. Nunca llegó ni un auxiliar, nada pa’ acá. Nunca faltó leche, leche para la mamá y para la guagua. Y eso del medio litro de leche no sé, quizá en Puerto Montt llegaría, pero acá no (M. Cerón, 26 de octubre de 2018).

A partir de otros testimonios nos preguntamos qué tanto asistían las mujeres campesinas del sur de Chile a los Centros de Madres durante la dictadura. La señora Adelina Vera vive actualmente en Maullín rural y tiene más de 90 años. No participó de los Centros de Madres del sector porque asumió que “le quitaba tiempo” con el trabajo agrícola. Así mismo, prefirió que los mismos productos del campo fueran los que permitieran el cuidado de sus hijos y nietos. Tuvo seis hijos, y cuidó de dos nietos “(…) El mayor tenía un mes quince días. Los crecí no más. Y trabajé toda la vida, por eso estoy así po’, trabajé mucho” (A. Vera, 29 de septiembre de 2018). Sus trabajos se relacionaron con la recolección de algas y mariscos, el cultivo de hortalizas y la crianza de animales. Esto último lo desarrolla hasta el día de hoy, con dificultades de movilidad.

Tuvo a todos sus hijos en casa, con una partera que resultó ser su madre. Afirma que nunca fue a ningún centro asistencial y que tampoco nunca tuvo que llevar a sus hijos a atenderse al consultorio, que funcionó como hospital por mucho tiempo en Maullín. Ni siquiera para los controles de niño sano o para las entregas de leche, siendo esencial la propia leche de la madre o de las vacas. Así pudo criar a su nieta Marcela:

la crié con leche de vaca… No la llevé nunca a la posta, la crié en mi casa no más. Un tío que falleció no hace mucho iba a trabajar donde una señora y ella todas las tardes le daba cinco litros de leche (…) nunca nos faltó nada (A. Vera, 29 de septiembre de 2018).

Desde los testimonios de esta abuela que sostuvo el rol de madre (ya que su propia hija desistió de criar a Marcela), se expresa la relevancia de la crianza campesina del sur, desde el trabajo para la subsistencia y el cuidado doméstico, en la intimidad de la relación filial. A pesar de las carencias materiales del espacio rural, la idea de madre como aquella que se hace cargo de las hijas e hijos para la sobrevivencia se extendió como fundamental para las mujeres campesinas de las provincias de Llanquihue y Chiloé, independiente de los lineamientos dictatoriales y mandatos familiares dispuestos.

Ser parte de algún Centro de Madres no era obligación para las mujeres campesinas. Las que sabían de estos espacios, acudieron y fueron parte de talleres que prolongaron sus actividades domésticas, incluso desde antes del golpe de Estado, manifestando en algunos casos juicios de valor ligados al cierre de estos espacios por razones políticas, y luego no participando de instancias como esa, porque dejaron de existir.

Las que no acudieron a estos espacios, priorizaron sus roles como trabajadoras permanentes en la casa y en el minifundio, siguiendo la tradición de sus historicidades ligadas a una identidad agrícola y pesquera para la subsistencia. Si bien en la literatura nos encontramos con estudios que nos hablan de la terciarización de mujeres como temporeras o en faenas pesqueras para el caso del sur de Chile (Valdés, Rebolledo, Pavez y Hernández 2014), solo fueron algunas hijas de estas madres entrevistadas y una de las más jóvenes (María de Carelmapu) quienes se insertaron en este tipo de trabajos o migraron en busca de otras oportunidades laborales, transgrediendo el rol privado asignado por el conservadurismo de género. Las demás optaron por la autosubsistencia agrícola o la recolección de orilla y continuaron trayectorias de vida asociadas al campo y al mar, dependiendo de sus lugares de residencia, siendo solo aquellas más politizadas las que rememoran con nostalgia el Centro de Madres que les permitió encontrarse comunitariamente.

6. Reflexiones finales

Lo que se entiende como una refundación de CEMA Chile desde la dictadura (Valdés 1989; Valdés y Weinstein 1993b), se manifiesta en el campo sureño con la búsqueda por el fomento del rol doméstico de las mujeres como cuidadoras y reproductoras. Sin embargo, esta refundación de los Centros de Madres sólo es percibida por las mujeres campesinas que antes de la dictadura formaron parte de estos espacios (de carácter comunitario organizativo, a un carácter emprendedor desde el hogar).

Se imbricó el discurso autoritario con la asistencia en salud, que repercutió en el control de las nuevas generaciones y el mantenimiento de la población en un sur que migraba en busca de mejores oportunidades. No se evidencia un impacto en la tradición de la madre campesina, ya que estas mujeres portaban una historicidad asociada a ser dueñas de casa y “buenas madres”, desde la moral cristiana (y católica, en su mayoría). La diferencia fue que tenían que seguir esos lineamientos para los hijos de la Patria “refundada” tras el golpe de Estado, del que algunas de ellas ni supieron al formar parte del campo profundo y aislado.

Al mismo tiempo que los Centros de Madres pasaron a ser espacios de despolitización debido a los requerimientos legales impuestos durante la dictadura, se desarrollaron como instancias para educar a las mujeres campesinas en actividades asociadas al emprendimiento y la superación individual de las mujeres, considerando los límites del hogar. La organización comunitaria y el beneficio colectivo al que aspiraron las socias de los Centros de Madres antes de la dictadura se vio interrumpido por los intentos de legitimación del discurso autoritario que promovió a la mujer como individuo con un rol doméstico y privado, no como parte de una colectividad ni capaz de hacer cambios fuera del hogar.

Junto con los Centros de Madres, los constantes operativos cívicos militares permitieron el desarrollo de labores “de su sexo” como las mencionadas por las entrevistadas, sin que estas mujeres dejaran de lado su trabajo con la tierra y la subsistencia. Esta tarea se hacía más evidente en los hogares donde la madre era el único sustento económico del hogar y en donde la cantidad de hijos e hijas superaban los cuatro nacidos vivos.

Los Centros de Madres generaron constantes instancias para la formación doméstica de las campesinas participaron de estas organizaciones. Sin embargo, no todas participaron de estos talleres y, sin necesidad de ser socias de Centros de Madres, permanecían en sus casas y desarrollaron actividades propias del campo y el hogar, en el trabajo agrícola para la subsistencia y ser cuidadoras y criadoras por su cuenta, como parte del rol naturalizado de la maternidad.

El discurso autoritario no llegó a las madres campesinas a través de la lectura de la prensa oficialista que fue revisada, sino desde lo que intentaron desarrollar que realizaron los Centros de Madres en los espacios rurales. Y estas agrupaciones, articuladas con los centros asistenciales del Servicio Nacional de Salud, buscaron irrumpir en el quehacer de la madre campesina acostumbrada a vivir del campo y criar a partir de la producción para la subsistencia, para constituirse desde el emprendimiento y abandonar paulatinamente el sentido de comunidad que ya había trastocado con la dictadura. Sin embargo, esa irrupción no impactó significativamente en la cotidianeidad de estas mujeres, ya sea por la historicidad atravesada por la tradición política de izquierda, o porque muchas no consideraron relevantes espacios que solo les incentivaban a tejer y bordar, muchas veces sin poder vender esos productos.

Así entendemos que la particularidad detrás de la mujer campesina como madre y como trabajadora agrícola de minifundio, se relaciona con lo difuminado de los límites entre lo público y lo privado. Tanto campesinos como campesinas desempeñan ambos roles en la agricultura para la autosubsistencia, pero sobre todo la maternidad está naturalmente asociada a la mujer desde un maternalismo institucionalizado y un control de los cuerpos que trasciende al neoliberalismo, si volvemos a las teorías de género ya trabajadas.

Podemos indicar además que el impacto de los mandatos familiares de la dictadura ni siquiera fue percibido por algunas de estas mujeres, quienes persistieron en la cotidianeidad de sus labores e historicidades que incluso eran compatibles con los lineamientos y lógicas de la maternidad, como la multiparidad y una gran cantidad de hijas e hijos en hogares rurales. Respecto a las entrevistadas, quienes no querían ser servidas, sino servir a Chile12, adhirieron al llamado del perfeccionamiento desde una sobrevivencia externa a la actividad campesina, migrando a las ciudades y desempeñándose como auxiliares paramédicas, profesoras o dueñas de casa, sobre todo cuando los Centros de Madres dejaron de existir en algunos espacios, entre la década de los noventa y los años 2000, para ser reemplazados por programas para las mujeres emprendedoras que se inserten en el modelo desde sus labores domésticas, fomentando un perfil neoliberal de mujer y madre en el tiempo presente. Esto nos permite proyectar la investigación respecto a las dinámicas de organización de mujeres en la actualidad, y qué roles o posicionamientos tienen las madres campesinas del sur rural de Chile hoy.

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Notas

1 “Aniversario de la Secretaría Nacional de la Mujer”, Diario El Llanquihue de Puerto Montt, 17 de octubre de 1977.
2 CEMA CHILE, Revista oficial de la fundación Graciela Letelier de Ibáñez, N° 8, mayo de 1980, p. 5.
3 “Aniversario de la Secretaría Nacional de la Mujer”, Diario El Llanquihue de Puerto Montt, 17 de octubre de 1977.
4 “La importancia de ser dueña de casa”, Revista Amiga, mayo 1976 (N° 4), Año 1, p. 32.
5 Ibid., “Comité coordinador nacional de ayuda a la comunidad”, octubre 1976, (N° 9), Año 1, p. 4
6 Ibid., p. 5
7 “Capacitación para Centros de Madres”, diario El Llanquihue de Puerto Montt, 2 de noviembre de 1978, p. 9.
8 CEMA CHILE, Revista oficial de la fundación Graciela Letelier de Ibañez, N° 8, mayo de 1980, p. 6.
9 Cuadernos médico-sociales, “Condiciones de eficiencia de las postas rurales”, Volumen XXIV, N° 1, marzo de 1983, p. 25
10 Del total de mujeres fértiles mayores de 15 años (3.300.530), 468.837 eran mujeres rurales, y la media no superaba los 6 años de estudios aprobados. Instituto Nacional de Estadísticas, XV Censo de Población y Vivienda, 1982, Volumen I.
11 Circular n° 70, Santiago, 1 de abril de 1974, República de Chile, Ministerio del Interior, Organizaciones Comunitarias, Fondo Ministerio del Interior, Vol. 17561, Archivo Nacional de la Administración.
12 Palabras de cierre escritas en el 1er aniversario del Servicio Nacional de la Mujer, sede Puerto Montt. Aniversario de la Secretaría Nacional de la Mujer”, Diario El Llanquihue de Puerto Montt, 17 de octubre de 1977.

Notas de autor

Artículo desarrollado en el marco de tesis de grado de Magíster, titulada “Ser madre rural en el sur de Chile. Mandatos familiares y estrategia geopolítica durante la dictadura cívico-militar, 1973-1990”, bajo el proyecto Fondecyt de Iniciación “Salvar la infancia pobre. Apropiaciones y Adopciones internacionales de niños/as bajo la dictadura militar en Chile (1973-1990)”, cuya investigadora responsable es la Dra. Karen Alfaro Monsalve.


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