Resumen: La problemática de la criminología ha sido indagada por diversos historiadores a través del tiempo. Sin embargo, se ha encontrado con la carencia de falta de respuestas la cual ha sido suplida por estudios generales de acontecimientos y aproximaciones temáticas. Lo que se presenta es una tratativa de llenar un vacío con trabajos de significación, que al analizarlos cubren esta falencia en parte, y ayudan a entender el trabajo individual de varios investigadores, quienes han sistematizado una problemática. Se trata de una problemática recurrente y discursiva en la actualidad, la cual periódicamente se cubre de nuevas y valiosas interpretaciones. Al analizar las obras de los historiadores que han ingresado a la temática de la criminalidad y la criminología, queremos ser un aporte sustancial para desvelar nuevas interpretaciones y crear nuevo conocimiento.
Palabras clave:CriminalidadCriminalidad,ÉlitesÉlites,ChileChile,Control SocialControl Social,Siglo XIXSiglo XIX.
Abstract: The problem of criminology has been investigated by diverse historians through time; however, it has faced a lack of answers, studies of general events or related topics have come to replace this shortage. A discussion to fulfill this vacancy with significant works is presented; which by being analyzed partly covers that lack information and help with the understanding of individual works from some researchers who have systematize a predicament. It is about a present, recurring and discursive problem; which is constantly covered by new and valuable interpretations. By analyzing the work of historians who have developed the topic of criminality and criminology, we want to contribute considerably to disclose new interpretations and create new knowledge.
Keywords: criminality, elite, Chile, social control, XIX century.
Résumé: La problématique de la criminologie a été étudiée par divers historiens à travers le temps. Cependant, il y a un manque de réponses lequel est comblé par des études générales des événements et approximations thématiques. Cet article tente de remplir ce vide avec l’analyse de travaux significatifs afin de couvrir ce déficit, et de comprendre le travail individuel de plusieurs investigateurs qui ont systématisé une problématique très fréquente et discursive de l’actualité. Il s’agit de la criminalité et la criminologie ; cette thématique est couverte de nouvelles et précieuses interprétations. Par le via de l’analyse des œuvres des historiens qui ont abordé cette thématique, on veut contribuer en donnant des nouvelles interprétations pour accroître l’ensemble de connaissances.
Mots clés: Criminalité, élites, Chili, contrôle social, XIXème siècle.
Aporte
La criminalidad como tema historiográfico: Chile en el siglo XIX
Criminality as a Historiographic Topic: Chile in the XIX century
La criminalité comme sujet historiographique : Le Chili dans le XIXème siècle
Recepción: 02 Junio 2016
Aprobación: 28 Junio 2016
Soy partidario de la pena de muerte inmediata, sobrecaliente, de cogoteros y de asesinos cobardes. No soy partidario de aplicar la pena de muerte al que sufrió una larga pena de cárcel. Estoy seguro de que el peor asesino, después de un año de suplicio en una celda, no es el mismo que asesinó. En cada ser humano hay posibilidades de metamorfosis. La pena de muerte se presta a no pocas hipocresías. Las dudas en este sentido son espantosas. No sabemos si el dolor ajeno nos produce placer o dolor. No confesaríamos nunca la verdad1
La revisión historiográfica de la criminalidad y sus resultados en el Chile decimonónico conlleva el conocimiento de un aparataje importante de archivos, libros, revistas, tesis de postgrado y otros documentos que den luces para adentrarse en esta temática. Se reconoce que, día a día, se suman más investigadores a esta incansable labor. Sin embargo, hay que señalar que las vertientes de interpretación, uso, interés o aproximación al tema, puede producir deslizamientos en ciertas tendencias o gustos. Además, estarían más cercanas o lejanas a los intereses personales, que permanentemente salen a relucir y, sobre todo, cuando hay cuestiones de objetividad y definición de por medio.
La historia, como la justica, a veces olvida su venda de compresión del binomio pasado-presente/presente-pasado y la levanta con su otra mano ocupada, para mirar y hacer sus juicios valóricos. Entonces y por lo antes expuesto, el enfoque no pasa por lo ideológico, sobre todo en lo que se refiere a abrazar una escuela en desmedro de otra o para entrar en una competencia doctrinaria, la cual cree no corresponde.
Hay numerosas definiciones sobre criminalidad, pero este estudio ha optado por las definiciones de Hermann Mannheim y Émile Durkheim. Mannheim, define el crimen desde el punto de vista jurídico, donde todo comportamiento humano –acción u omisión– será previsto y castigado por la ley penal por causa del trastorno ocasionado al orden social. Sin embargo, el concepto legal encubre una realidad humana y social como fenómeno, la cual es anterior a la ley y a quien la motiva. Efectivamente, en cada delito2 se encuentra el acto de un individuo en rebelión contra su sociedad. Durkheim define el delito como un fenómeno normal, donde no se puede concebir una sociedad que esté completamente libre de él (es necesario), pues el delito está vinculado a las condiciones fundamentales de cualquier vida social (es útil); asimismo, las condiciones de las que es solidario son las mismas indispensables a la evolución normal de la moral y del derecho. Para Durkheim, el delito es una noción eminentemente social, es decir, esencialmente relativa.3
Efectivamente, no existe ningún acto que sea, por sí mismo, un crimen, por más grave que sean los daños ocasionados. Su autor sólo será considerado como criminal si la opinión común del grupo social al que pertenece lo trata como tal. Por otra parte, Máximo Paverini, expuso acerca del concepto de desviación, elemento fundamental al tramado criminal. El autor señala que la formación eminentemente sociológica de los criminólogos estadounidenses puede explicar en parte la confianza hacia un término –el criminal– tan comprometido con un explícito juicio de valor y, sobre todo, tan anclado únicamente al parámetro legal: el concepto de desviación se presenta, por el contrario, con los atributos de una aparente neutralidad y con una intrínseca potencialidad de re-comprender, tanto los fenómenos más diversos, como la pluralidad de parámetros capaces de calificar un determinado comportamiento.
En otras palabras, desviación sirve para abrazar, egregiamente y de manera unitaria, los diversos problemas de malestar social y de no integración4. No es posible dudar sobre la mayor elasticidad y ductilidad del concepto de desviación, al encontrar fundadas perplejidades que surgen a propósito de la presunta neutralidad de este término y, en particular, de su afirmada no normalidad. Esto es posible pese a lo muy diversas y a veces opuestas de las justificaciones teóricas de su utilización en criminología. De este concepto, desviado puede ser sólo quien se califica negativamente respecto de una norma, en distintas formas.5
Considerando lo antes expuesto, el propósito aquí no es discutir aspectos teóricos6 de la criminología ni sus distintas escuelas, ni profundizar la temática del derecho penal y sus distintas tendencias y escuelas, las cuales han definido y conceptualizado las distintas posturas de la criminología7, sino pasar revista a como ha sido vista la criminalidad en el siglo XIX por los historiadores chilenos, cuando el país comenzaba su vida emancipadora y se consolidaba en la República.
Desde el nacimiento de la humanidad, las sociedades se han organizado estableciendo normas de comportamiento entre sus integrantes. Estos acuerdos pueden tener carácter social, religioso, ético, moral o penal y se interpretarán como un pacto, un acuerdo entre cada individuo y el grupo social al que pertenece. Según esto, la violación a éste pacto es considerado –desde la antigüedad– como una anomalía o una anormalidad, que debe ser prontamente castigada. Esto evita que «él o los» quebradores de la normativa vuelvan a incurrir en el ilícito. o que otros imiten esa acción, la cual se puede transformar en un mal ejemplo. Con ello, se comienza a configurar y consignar que este tipo de actos y acciones, sean controlados, castigados o reprimidos, por las autoridades o por las personas comunes que componen la comunidad8. El castigo y la pena de muerte estarían, de este modo, presentes en la todas las sociedades, las cuales tendrían su propia visión al respecto9.
Ahora bien, la pena máxima no ocurría en forma instantánea. El condenado era entregado a la justicia para purgar el delito o crimen. Purga en la cual el ingenio humano no quedó atrás al crear innumerables sistemas, métodos y herramientas de tortura10. Lo anterior no dejó inmune a parte importante de la sociedad, como a Beccaria11, quien criticará severamente el método de tortura como infame e inútil. César Beccaria no estará solo en la cruzada y un gran número de pensadores de la Ilustración se horrorizarán frente al espectáculo de la tortura y sus métodos y levantarán su voz. Estos pensamientos llegarán a los habitantes de las nuevas repúblicas latinoamericanas, las cuales comenzaban su viaje en el mundo de la vida civilizada. Por consiguiente, dejaban tras sí una época colonial que no acaba con la emancipación, sino que se proyectaría en el tiempo,12 según las características de cada uno de los nuevos Estados latinoamericanos, pese a que su intelectualidad era asidua visitante de Europa y los Estados Unidos y observaba lo ocurrido en esas latitudes y que sería analizado por los historiadores sociales del siglo XX en materia histórica y teórica13.
Las características generales y dominantes de este período pasan por la escasa consideración otorgada en materia de libertad a los aborígenes y criollos, a pesar de ciertas leyes de protección y distintos conceptos políticos emanados desde la metrópolis.
Por otro lado, la Recopilación de Leyes de Indias adopta ciertas penas y tiene en consideración algunas costumbres ancestrales de los pueblos originarios sometidos. Esas costumbres combinadas con las hispanas, van dando cuerpo a la reglamentación penal. Según José María Rico,14 existen penas en materia de homicidios, lesiones, duelos, injurias, robo, abigeato, adulterio, violación, sodomía, concubinato, entre otros.
Cobra importancia ante este tópico, las palabras de William Taylor15, quien pone de manifiesto la relevancia del tema social al referirse al Virreinato de Nueva España. Critica permanentemente a aquellos poseedores del poder político, económico y religioso, quienes dejan de lado a una parte importante de la población como los campesinos y a la población urbana de las clases humildes. A partir de esta posición, Taylor se refiere a los distintos tipos de documentos archivísticos que analizó, la mayoría de los cuales fueron escritos por la élite para sus propios fines. Muchas de estas fuentes son sobre campesinos, las cuales no se encuentran escritas por sus verdaderos protagonistas. Para el presente tema, el historiador se ha apoyado en actas de juicios, donde se detallan distintos actos ilegales, descripciones de los delitos y declaraciones de acusados y acusadores. La situación no cambia para el resto del continente y se encuentra la voz del que no tiene voz en los archivos Según sus palabras, que no son sus palabras, ya que es guiado en su interrogatorio y lo que piensa la élite peninsular y, posteriormente, la criolla queda sobre papel el modelo de Hobsbawn16, muchas veces, no es aplicable a esta parte del mundo. El Robín Hood, la protesta social, el precapitalismo deben tener en consideración el tiempo y el espacio. América Latina y Chile, en particular, no es el Mediterráneo donde el Hobsbawn instala su bandido.
Se ha planteado que no es posible hacer tabla rasa entre el período colonial y el período republicano de los Estados Latinoamericanos. La firma del acta de independencia de Chile (el 12 de febrero de 1818), de la Gran Colombia (el 17 de diciembre de 1819) o México (el 28 de septiembre de 1821) no significaba que el día 19 de febrero, 18 de diciembre y 29 de septiembre todos los habitantes e instituciones de los nuevos países americanos comenzaran a pensar y obrar distinto. Sin embargo, se produjo un período de inestabilidad política por motivos acomodaticios de las élites criollas, debido principalmente a las crisis económicas causadas por las guerras emancipadoras. Consecuentemente, estas guerras redundaron en una etapa de virulencia social. Con esta problemática en ciernes, Latinoamérica retrasó los procesos de formación, organización y desarrollo de la nación.17 Esta situación provocó que una gran cantidad de personas se vieran involucradas en distintas situaciones de peligro y provocó impacto en su vida personal, donde algunos fueron víctimas y otros transgresores.
Consecuencia de ello, América post emancipación va a producir un cierto incremento de la delincuencia, sobre todo por el proceso de reorganización e imposición del Estado de Derecho, la aplicación de medidas de contención y control poblacional, a través de las Cartas Fundamentales y también por las distintas medidas de control a los habitantes de estas nuevas naciones que se formaron. Durante las primeras décadas del decimonono, se dio la persecución y violencia política entre el bando triunfador y el bando perdedor18, representado en destierros, prisión o simplemente, la eliminación del contrario. Entonces, se crearon formas legales y tribunales encargados de cumplir la ley creada por quien ostentaba el poder. Ahora bien, los de abajo sufrieron la férrea disciplina de las noveles repúblicas. En México, por ejemplo, los léperos –gente empobrecida–, eran quienes desfilaban mayoritariamente en los tribunales de justicia, donde los expedientes criminales nos demuestran que «la mayoría de los delincuentes registrados en este trabajo pertenecían a la llamada clases bajas»19.
Estos miserables que pululaban por Ciudad de México, en un número bastante importante, se habían constituido en una real amenaza para el orden establecido, pese a que la mayoría de estos, no tenían un sitio para vivir y mucho menos medios para ganarse el pan de cada día. Súmese a ello, los migrantes desde el mundo rural que venían en las mismas condiciones paupérrimas.
La centralidad que han tenido los textos elaborados por las diferentes instituciones de control social en las estrategias para investigar ha minimizado e incluso ha eliminado la percepción de otros actores en otros procesos.20 Los actores, que pertenecen a los ámbitos oficiales de las élites, parecen ser los protagonistas únicos de esta historiografía. Asimismo, se descartan las acciones y la presión que ejercen los sectores oprimidos frente a un sistema implementado desde arriba. Así mismo, aquella historiografía se ha encargado del control social, centralizando su atención en zonas y eventos donde el pensamiento positivista y criminológico había logrado vencer y establecerse, pero sin preocuparse de observar y aceptar los fallos en la cual incurrió o cuando debió modificar o cambiar sus objetivos. Esto ha conllevado a omitir el análisis de aquellos fenómenos acaecidos lejos de las ciudades urbanizadas, en ocasiones muy reiteradas.
Actualmente, y a cada momento, los medios de comunicación de toda índole bombardean acerca de la delincuencia y temas afines. Claro que hay que mencionarlo a riesgo de recibir críticas –¡y qué historiador no las recibe cuando hace una radiografía del presente! y ser preciso en que la manifestación mediática trae consigo motivos políticos de todas las direcciones. Ciertamente, el fenómeno delictivo debiera cuestionarse qué tan responsables son –como sociedades frente a este fenómeno. De igual forma fue la pregunta que posiblemente se formularon los antepasados decimonónicos.
Se trata de un problema de marginación, de falta de oportunidad, postergación, aislamiento y desconsideración dentro de un sistema o forma de actuar y gobernar. Se podría aproximar una idea. Este tipo de situación –la criminalidad– es causa de que muchos niños crezcan en situaciones de riesgo donde el delinquir, en el más amplio sentido de la palabra, es la solución para evitar el hambre y conseguir la sobrevivencia.
Si lo anterior se retrotrae al Chile decimonónico, lógicamente se encontrarían escenarios muy diferentes, pero ciertas directrices parecidas, a saber, la carencia de oportunidades. A partir de los acercamientos expuestos, se revisaron aspectos historiográficos de la conformación del estado de la criminalidad en el siglo XIX. La época en cuestión y principalmente la primera etapa de este estudio (de 1800 a 1850) poseía un orden social, el cual pretendía mantener a la población en un status quo jerarquizado, bajo la consigna del orden republicano. El eje era la figura e impronta que dejara Diego Portales y Palazuelos y la Constitución de 183321, donde se busca el bien común, pero sometiendo al más débil y desclasado. Durante el período 1850 a 1900, el país ingresó en una etapa de reformas liberales, las cuales abogaron por la población desposeída, pero bajo el concepto de la filantropía o la instrucción conforme a sus propios cánones.
El período en cuestión presenta aportes históricos importantes, aunque no son suficientes para esclarecer ciertos tópicos en materia de criminalidad. Aquí este estudio se nutre de referencias encontradas en algunas historias generales de Chile22 y de otros aportes de la época. Se puede agregar, a lo anterior algunos periódicos como El Monitor Araucano, El Mercurio de Valparaíso o El Ferrocarril como referencia, los cuales entregan comentarios acerca de la situación social en editoriales y opiniones. Al mismo tiempo; en sus noticias, dan un panorama del vivir del bajo pueblo. Se suma a ello, algunos pasquines y panfletos, que aportan noticias y preocupación por lo delictivo. Posteriormente, los historiadores del siglo XX han puesto su atención en resaltar esta realidad social de diferentes escuelas historiográficas, que se han adentrado en la historia de los desposeídos, con sus visiones.23
Volviendo a los aspectos teóricos de formación de la República de Chile, cabe resaltar que los estudios de las ideas políticas de esta época24 arrojaron como resultado la predominancia de la idea del ordenamiento de la nación. Este elemento le dio un sello de orden legal-institucional durante todo ese siglo y el posterior. De ahí que fuese el Estado, centro de los estudios y preocupación de los historiadores durante mucho tiempo25.
Pero a pesar de lo señalado anteriormente, existen ciertas preguntas referidas a lo analizado en este artículo y que Marcelo Neira Navarro, citando a Simon Collier, da la respuesta, al sostener que:
durante la primera mitad del siglo XIX, varias técnicas de coacción se ensayaron sistemáticamente. Junto a la represión destacaron mecanismos de disciplina social como el rol de la iglesia católica, la reorganización y control administrativo (manejo del sistema electoral) y la reorganización de las milicias. Para explicar el caso de la represión, es necesario señalar que ella se vincula a una necesaria reorganización administrativa. Esta permitirá el control político subsecuente. A partir de aquí, se construyó todo un sistema normativo, de control, de represión y por cierto de exclusión. En la sociedad de la época, todo aparece objetivado en la actividad desplegada por el sistema policial-penal.26
El trabajo de Neira proporciona y refresca la información sobre esta primera mitad del siglo XIX chileno, adjuntando un copioso dossier de información y alcances acerca del sistema penal, administrativo, político, entre otros tópicos de envergadura histórica.
Por otra parte, deben destacarse las investigaciones de Marco Antonio León León, quien analiza el período 1810 y 186027 y señala elementos acerca del nuevo orden institucional republicano, el cual debía apoyarse, en un orden social y una organización política-económica. En este escenario, quedaba claro que el gobierno y la élite gobernante debían tener como prioridad la administración de justicia y la educación, por tal razón:
mientras la primera –administración de justicia– era concebida como una voluntad constante y perpetua de dar a cada uno lo que le pertenecía, e implicaba la penalización o castigo público de los delitos, la segunda –la educación– se entendía como un valor necesario para sustentar dicho orden institucional y social. En este sentido, ambos eran complementarios.28
Por otra parte, la aceptación de un nuevo orden, frente al pasado colonial, fue un lento proceso que puso énfasis en la noción de cambio gradual, para evitar que se produjese cierto descontrol. Sin embargo, debe tenerse en cuenta que el concepto de orden se va a recuperar luego de consolidar la institucionalidad rota por los sucesos de Lircay en 1830, que significó el fin de la República Liberal, posterior a la emancipación y el nacimiento de la República Conservadora en Chile. La confianza se va a convertir en el tiempo cercano, en una relación directa con el orden impuesto. Esto provocó transformaciones desde aquí en adelante y que, en palabras de Ana María Steven, el miedo a la anarquía provocó un temor en la clase gobernante y rechazo a los procesos que traerían consigo cambios29. Al respecto, es importante señalar que las ideas, prejuicios y preocupaciones de Portales, en relación con los grupos marginados, van a ir adquiriendo una mayor presencia y protagonismo público, Además, a partir de la década de 1830. no van a ser distintas a ciertas prácticas del pasado en materia de criminalidad30, aunque las palabras del Ministro del Interior sobre que la República Liberal –que entregaba libertades y participación ciudadana–, llegara cuando se hubiera moralizado a la población,31 Primero que nada.
Este período se va a caracterizar por la convergencia de una serie de hechos territoriales, políticos, económicos y sociales que van a producir transformaciones en todos los ámbitos de la vida nacional. Por cierto, esta etapa, en relación con la anterior, va a significar una nueva visión del fenómeno social y criminal.
Mandiola Grecco32 propone tres direcciones principales: la violencia colectiva –cuyo estudio añade una dimensión a la historia de los conflictos–, las revueltas y las revoluciones; la violencia cotidiana, a la manera de la antropología social y finalmente la violencia como criminalidad y represión, que entronca una historia renovada de la justicia y del derecho. Víctor Brangier33 realiza una propuesta investigativa, donde focaliza su estudio en el sistema penitenciario y las distintas reformas, para encontrar allí los pilares de una particular antropología criminal.
Por otro lado, se encuentra la visión sobre la criminalidad durante la segunda mitad del siglo XIX. No ha sido rigurosamente investigada y analizada. Asimismo, llama la atención el modo en que la observación de una institución –como los juzgados del crimen–, cuya documentación legada en el archivo está atravesada por una conciencia oficial sobre el sujeto procesado,34 ha estado ajeno al análisis de la producción decimonónica de una antropología criminal.
Esto último es, sin duda, un alcance realmente importante y que se relaciona con muchas investigaciones generadas en los últimos años, las cuales han replanteado la necesidad del uso, como un medio fundamental de investigación de las fuentes documentales judiciales35 y los distintos archivos criminales, sumados a todo tipo de actas, testamento y otros36. Por otra parte, y retomando enfoques más generales de la historiografía nacional, Sergio Villalobos37 expresa que una parte importante del bajo pueblo llevaba una vida vagabunda, permitida por las facilidades de la alimentación y los miles de oportunidades de robar, sin ser castigados ni sorprendidos. Todo esto fue producto de la falta de estabilidad en el trabajo y, por consiguiente, una permanencia regular en las distintas localidades. Con todo ello, era fácil infringir las normas legales y morales de la sociedad, creándose un ambiente de irresponsabilidad. Los individuos seguían sus propias inclinaciones y ambiciones, sin que el control social pudiese encauzar su conducta.
Por su parte, Gonzalo Vial Correa38 señala que los contemporáneos sostenían que en el cambio de siglo se presenciaba un fuerte aumento de la delincuencia, sobre todo en las zonas rurales39. Se acota que la delincuencia urbana se incrementaba debido a las condiciones vitales –aislados, marginados– de los sectores populares, pero el país no supo responder ante las necesidades policiales, judiciales y carcelarias, producto del aumento de la población delincuente. La policía, entregada a las municipalidades, eran corruptas e ineficientes. Los juzgados se tornaron insuficientes para el inmenso movimiento penal. Pero, las críticas recogidas tienen un carácter muy significativo, cuando se ahonda la distancia entre el pueblo y el derecho, nacida mediado el siglo XIX, con un Código Civil europeizado. Además, suponía un desarrollo cultural no alcanzado por las masas. Dichas costumbres no cambiarán en los inicios del siglo XX, y se observa que el trato recibido por el bajo pueblo y la élite es distinto ante un mismo delito40.
Juan Cáceres41 presentó la relación que se desarrolla entre delito y crecimiento económico en la parte final del siglo XIX en Santiago. En su estudio, señala que si bien la modernidad urbana de Santiago42 se hizo presente en ciertos elementos específicos, como obras públicas, no sucedió lo mismo con las relaciones sociales43 que estaban en un pie tradicional y, algunas veces, expresaban sus estados de ánimo a través de comportamientos agresivos, los cuales también se acrecentarán en el siglo XX44.
En un estudio de profunda realidad humana, Gabriel Salazar45 muestra el mundo infantil en un país donde ser guachoera el pan cotidiano de cada día. Esto provocaba que ese niño terminara su vida como gañán, labrador o delincuente o siendo mano de obra barata en alguna incipiente industria46. En otra obra, mostró la vida de los peones-gañanes, que incluso deben trabajar por un bajo salario o sin este pecunio47. Eran hombres que por encontrarse en el camino y sin ocupación –es decir sin una papeleta que atestiguase que tenía amo– se les consideraba un vagabundo, malviviente sin oficio y, por consiguiente, se le acosaba y se le perseguía48. Eran unos sospechosos de nacimiento. Este vagabundo, que debía alimentarse, era presa fácil del bandidaje y del robo49. Construirían una marginación subjetiva de valores, costumbres, actitudes y conductas diferentes a las de los grupos integrados50. Estos personajes que deambulaban por el Chile rural51 no sólo rompían las normas sociales explícitas, sino también aquellas que devienen de lo que la élite consideraba como normal, correcto y adecuado. De igual modo, las mujeres se vieron muchas de ellas llevadas a la práctica de la prostitución52.
Estos grupos, que se organizaban posteriormente, iban a irrumpir en la sociedad a través de manifestaciones que más de algún dolor de cabeza provocarían en la élite gubernamental53. La élite solicitaría soluciones inmediatas a su falta de dignidad, que por ejemplo se veía en la salubridad, especialmente, en los sectores periféricos de las grandes urbes, sea esta la capital o el puerto de Valparaíso54 y que irán in crescendo con el inicio del nuevo siglo55.
Igor Goicovic,56 presentó un balance historiográfico preciso y adecuado, al señalar que mientras los clásicos de la historia social del país coinciden desde la formación de la República en adelante. es señera en transformaciones profundas, en aspectos institucionales y en la estructura económica del país. Los aspectos más controversiales han quedado prácticamente relegados a notas a pie de página y, cuando mucho, a algunos estudios referidos a coyunturas que tienden a explicarse por sí mismas. La violencia desplegada por los sin voz pone de manifiesto sus formas de relación con el Estado y con las élites dominantes, con las cuales estuvieron permanentemente en conflicto. En ese contexto, la expresión más radical de resistencia cultural fue el levantamiento social. Las características específicas de esta manifestación violenta corresponde a tres fenómenos clásicos: el motín urbano, el levantamiento minero y el bandolerismo rural.
Si bien los aportes en el campo de los estudios de la criminalidad se han incrementado, se cierra esta revisión, conscientes de que han quedado elementos importantes para el análisis de futuras revisiones historiográficas acerca de la criminalidad, los cuales entregaran nuevas luces para la comprensión de este flagelo.
La historia de la criminalidad se está construyendo por parte de los historiadores de Chile. Los esfuerzos han sido plausibles y las nuevas generaciones de historiadores deben sumergirse en los archivos para encontrar nuevas miradas y nuevas interpretaciones. Al mismo tiempo, hacer nuevas lecturas de los historiadores del siglo XIX y XX, que trabajaron la temática y adecuarlas –si Clío lo permite– a nuevas disciplinas auxiliares y puntos de vista. Sin embargo, no se puede dejar de lado, que debe efectuarse este análisis a la luz del tiempo y el espacio donde ocurrió sin juzgar, sino comprender.
Formato de citación según APA: Estay-Sepúlveda, J.G., y
Monteverde-Sánchez, A. (2017). La criminalidad como tema historiográfico: Chile
en el siglo XIX. Revista Espiga, 16(33), 131-147. DOI: http://dx.doi.org/10.22458/re.v16i33.1767
Formato de citación según Chicago: Estay-Sepúlveda, Juan Guillermo y
Alessandro Monteverde-Sánchez. «La criminalidad como tema historiográfico:
Chile en el siglo XIX». Revista Espiga, 33 (2017):
131-147. DOI: http://dx.doi.org/10.22458/re.v16i33.1767
https://investiga.uned.ac.cr/revistas/index.php/espiga/article/view/1767 (html)