Artículos científicos (sección arbitrada)
Recepción: 15 Marzo 2023
Aprobación: 02 Mayo 2024
DOI: https://doi.org/10.15517/ca.v21i1.61635
Resumen: En este artículo se analiza la novela Tikal Futura. Memorias para un futuro incierto (novelita futurista) (2011), del guatemalteco Franz Galich (1951-2007). Desde un enfoque interdisciplinario y apoyándome en una crítica marxista a la economía política, particularmente desde el concepto de “fractura metabólica” planteado por Marx, argumento que la distopía de Galich puede leerse como una respuesta simbólica y crítica a la racionalidad capitalista que concibe a la naturaleza como una fuente ilimitada de valores de cambio. La novela cuestiona la racionalidad neoliberal en la que todo, la naturaleza humana y no humana, es visto desde la lógica de costos y beneficios mediando nuestra relación con el mundo desde la forma mercancía. Finalmente, planteo que la novela nos permite leer la actual crisis ambiental a partir del concepto de Capitaloceno.
Palabras clave: Capitaloceno, literatura centroamericana, fractura metabólica, racionalidad capitalista, crisis ecológica.
Abstract: This article analyzes the novel Tikal Futura. Memorias para un futuro incierto (novelita futurista) (2011), by the Guatemalan author Franz Galich (1951-2007). From an interdisciplinary approach and a Marxist critique of political economy, using Marx´s concept of “metabolic rift,” I argue that Galich's dystopia can be read as a symbolic and critical response to capitalist rationality that conceives of nature as an unlimited source of exchange values. The novel questions neoliberal rationality in which human and non-human nature are seen from the logic of costs and benefits mediating our relationship with the world through the commodity form. Finally, I argue that the novel allows us to read the current environmental crisis through the concept of Capitalocene.
Keywords: Capitalocene, Central American literature, metabolic rift, capitalist rationality, ecological crisis.
Resumo: Este artigo analisa o romance Tikal Futura. Memorias para un futuro incierto (novelita futurista) (2011), do guatemalteco Franz Galich (1951-2007). A partir de uma abordagem interdisciplinar e apoiando-me numa crítica marxista da economia política, particularmente a partir do conceito de “fratura metabólica” levantado por Marx, defendo que a distopia de Galich pode ser lida como uma resposta simbólica e crítica à racionalidade capitalista que concebe a natureza como uma fonte ilimitada de valores de troca. O romance questiona a racionalidade neoliberal em que tudo, a natureza humana e a não humana, é visto a partir da lógica dos custos e benefícios mediando a nossa relação com o mundo a partir da forma mercadoria. Por fim, defendo que o romance nos permite ler a atual crise ambiental a partir do conceito de Capitaloceno.
Palavras-chave: Capitaloceno, literatura centro-americana, fratura metabólica, racionalidade capitalista, crise ecológica.
Introducción
Tikal Futura. Memorias para un futuro incierto (novelita futurista) (2011) es una obra póstuma de Franz Galich (1951-2007) escrita y pensada para ser parte de un conjunto de obras sobre Centroamérica, en las que se incluyen Managua Salsa City (2000) y Y te diré quién eres (Mariposa traicionera) (2006). Se publica en 2011, en un momento en el que Centroamérica ha acumulado dos décadas de políticas neoliberales. Este contexto de recepción es significativo para comprender el contenido y el alcance del libro. A principios de la década de 1990, los países periféricos como los de Centroamérica vieron comprometidos sus presupuestos nacionales a causa de los ajustes económicos demandados por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, lo cual hizo que se liberaran recursos naturales para la inversión extranjera, proceso que se agudizó con los Tratados de Libre Comercio (TLC), pues estos acuerdos eliminaron los obstáculos para que nuevas empresas transnacionales de carácter extractivista explotaran y degradaran los recursos naturales (minería metálica, construcción de represas hidroeléctricas, entre otros)1.
Estas industrias instalaron un desarrollo económico que ocasionó degradación ambiental, divisiones comunales, desplazamientos, violación de derechos humanos y persecución de líderes comunitarios. Un caso ejemplarizante de esta violencia transnacional fue el homicidio, en marzo de 2016, de la ambientalista hondureña, y además lideresa indígena, Berta Cáceres, asesinada por oponerse a la construcción del proyecto hidroeléctrico Agua Zarca en el río Gualcarque, lugar sagrado y vital para las comunidades del noroeste hondureño (Mediavilla, 2022). El de ella, lamentablemente, no fue un caso aislado. En El Salvador cuatro ambientalistas y líderes comunitarios también fueron ultimados en 2009 por oponerse al Proyecto Mina San Sebastián de Commerce/Sanseb, al Proyecto El Dorado y la concesión de Exploración del Proyecto Santa Rita de Pacific Rim, de capital canadiense. De igual forma, en Guatemala, durante la primera década del 2000 se registraron ciento veinte activistas y defensores de Derechos Humanos asesinados por luchar en contra de la transnacional canadiense Goldcorp Inc, empresa impulsora del Proyecto Marlín, en San Marcos y del Proyecto Cerro Blanco en Jutiapa (Sosa, 2012).
Sobre el caso guatemalteco, Giovanni Batz ha calificado sugerentemente a este tipo de violencia como “la cuarta invasión” (Batz, 2022). La primera fue la de los españoles, el genocidio y las instituciones coloniales. La segunda, el despojo de tierras comunales, la economía de finca y el trabajo forzado. La tercera, los gobiernos militares, genocidio y la lucha armada. Y la cuarta, los megaproyectos del capital extractivista trasnacional como parte de la inserción de Centroamérica a la economía globalizada. Podría argumentarse que también es una violencia inherente al modo en el que la producción capitalista se relaciona con la naturaleza e impone su modelo de crecimiento y desarrollo. En ese sentido, es una violencia que no surgió de la reestructuración neoliberal. De hecho, una novela como El precio del consuelo (2015), del guatemalteco Arturo Arias, al retomar como material de su trama la construcción de la Represa Chixoy y las masacres que acompañaron a este megaproyecto, nos recuerda que este tipo de violencia ya estaba presente a principios de la década de 1980. La diferencia es que entonces era ejercida por el Estado mientras que ahora, dentro de la democracia de mercado y el espacio trasnacional, ha pasado a manos de los capitales extractivistas con la permisividad de los Estados neoliberales. No obstante, más allá de su novedad o su larga data, de lo que dan cuenta estos conflictos es de una disputa por las definiciones en torno a la naturaleza y de lo que se entiende como desarrollo. También de cómo se piensa el futuro. Es una disputa donde se encuentran, no sin violencia, las visiones que se imponen desde arriba y aquellas que resisten desde abajo
Franz Galich retomó estos materiales sociales para someterlos a la textura de la ficción y a su genio artístico y nos entregó esta novela que da cuenta de dicha conflictividad. La literatura centroamericana de décadas anteriores registró exiguamente esta violencia. En ese sentido, la novela aquí analizada es una importante contribución. Si tal como lo plantea el crítico literario Mackenbach en relación con Managua Salsa City (2000) y Y te diré quién eres (Mariposa traicionera) (2006): “Galich logró tal vez la representación literaria más impactante de la vida urbana centroamericana de ‘posguerra’ impregnada, socavada y determinada por las políticas de un neoliberalismo desenfrenado, el narcotráfico, la delincuencia profesional y cotidiana, los procesos acelerados y agudizados de exclusión social” (Mackenbach, 2021, p. 24), con Tikal Futura. Memorias para un futuro incierto (novelita futurista) (2011), en mi opinión, esta operación se completa al dar cuenta de la violencia del capital extractivista en las sociedades neoliberales centroamericanas.
Fundamentación teórica
Mi punto de partida lo constituye una comprensión del texto literario en el sentido en que lo plantea Frederic Jameson (1989): la obra literaria no como producto de un genio aislado, sino como un acto socialmente simbólico en el que se manifiestan las contradicciones de la sociedad: clase, raza, género. Para este crítico, los artefactos artísticos y literarios son resultado de estas contradicciones, sin ellas no existiría la necesidad de recurrir al arte para construir una dimensión alternativa de la realidad. Lo anterior, no quiere decir que el arte o la literatura sean un mero reflejo de una realidad que les es externa. La realidad social, según Jameson, es inherente a cualquier obra, incluso cuando se trate de textos completamente autorreferenciales. La operación que realiza la literatura, según él, es someter lo Real a su textura artística, convirtiéndolo en un subtexto. Aunque lo Real y lo histórico queden desdibujados en el mundo ficcionado, continúan presentes siempre como una suerte de inconsciente político. Esto es así, en parte, porque “la historia nos es inaccesible excepto en forma textual, o en otras palabras, que sólo se la puede abordar por la vía de una previa (re)textualización” (Jameson, 1989, p. 30), narrativizándola como hace la literatura o los textos de historia. Jameson también nos advierte que “la Historia sólo puede aprehenderse a través de sus efectos, y nunca directamente como alguna fuerza cosificada” (Jameson, 1989, p. 82). Su conceptualización me parece valiosa para pensar el modo en que una novela como Tikal Futura. Memorias para un futuro incierto (novelita futurista) somete la realidad social y sus contradicciones a su textura literaria para convertirla en una ficción que posibilita lecturas políticas y reflexiones en torno al poder.
En cuanto a la relación entre lo humano y la naturaleza, para su interpretación me apoyo en primer término en Marx. Particularmente en lo que él denominó como la “fractura metabólica” provocada por el modo de producción capitalista. Marx expuso que lo que mediaba entre la naturaleza y los seres humanos era el trabajo. “El trabajo es una condición de existencia del hombre independiente de todas las formas de sociedad, una necesidad natural eterna para que opere el cambio de materias entre el hombre y la naturaleza, sin el cual no sería posible la vida humana misma” (Marx, 2019, p. 48). Al transformar la naturaleza mediante el trabajo, según él, nos transformábamos a nosotros mismos como humanidad, pero el trabajo bajo la dirección despótica y alienada del capital fracturó esta relación metabólica. La fracturó debido a que, como él observó, la producción capitalista solamente reparaba en la tierra después de que sus efectos la habían agotado y le habían devastado sus cualidades naturales. Esto es así porque el trabajo puesto al servicio de la acumulación capitalista tiene como fin principal no la producción de cosas útiles (valores de uso), sino, ante todo, la producción de mercancías (valores de cambio)2. Lo anterior explica que en la actualidad el mundo esté inundado de mercancías que no necesitamos, también que haya crisis, no de escasez como lo fueron las crisis precapitalistas, sino de superproducción: las personas desempleadas sufren hambre, no porque no haya suficiente comida sino porque la producción de alimentos es demasiada y estos tienen que realizarse antes que como alimentos como valores de cambio y no siempre pueden venderse o comprarse. A ello Mediavilla lo llamó crisis de realización en la esfera del intercambio.
En los manuscritos, antes de desarrollar la noción de metabolismo, Marx advertía que
La naturaleza es el cuerpo inorgánico del hombre; es decir, la naturaleza en cuanto no es el mismo cuerpo humano. Que el hombre vive de la naturaleza quiere decir que la naturaleza es su cuerpo, con el cual ha de mantenerse en proceso constate, para no morir. La afirmación de que la vida física y espiritual del hombre se halla entroncada con la naturaleza no tiene más sentido que el que la naturaleza se halla entroncada consigo mismo, ya que el hombre es parte de la naturaleza (Marx, 1966, p. 67).
Sin embargo, el trabajo enajenado, por un lado, convierte a la naturaleza en algo ajeno a los seres humanos y a los seres humanos ajenos de sí mismos, de su propia función activa, de su actividad vital.
James O’Connor, en esta misma línea, planteó una segunda contradicción del capital. Si la primera se daba entre el capital y el trabajo, esta segunda se da “entre las relaciones de producción y las fuerzas productivas capitalistas, por un lado, y las condiciones de producción, por el otro” (O`Connor, 2001, p. 8). Tal contradicción, en palabras más sencillas, estriba entre el crecimiento exponencial y acumulativo sin fin del capitalismo y la naturaleza como recurso finito. Desde su misma lógica de acumulación y crecimiento perpetuo, el capitalismo es incapaz de abstenerse de dañar sus propias condiciones de producción, poniendo en peligro con ello sus propias utilidades y su capacidad para producir y acumular más capital. Lamentablemente, el capital, como ha dicho David Harvey (2014), no puede cambiar su manera de rebanar y trocear la naturaleza para transformarla en mercancías y derechos de propiedad, pues negarse “a esto significaría poner en tela de juicio el funcionamiento mismo del motor económico del capitalismo y negar la aplicabilidad de la racionalidad económica del capital a la vida social” (Harvey, 2014, p. 248).
La Escuela de Fráncfort, apoyándose en Marx, también reflexionó en esta relación entre la naturaleza y la racionalidad capitalista, a partir de la formulación del concepto de “instrumentalización”. Para ellos, el capitalismo implicaba la transformación de todo en puros medios, pues el capitalismo es un sistema de medios enteramente racionalizado puesto al servicio de fines irracionales. Horkheimer lo planteó así:
A pesar de todo, la naturaleza es concebida hoy día más que nunca como mera herramienta del hombre. La naturaleza es objeto de una explotación total, que no conoce límites puesto que no conoce ninguna meta instituida por la razón. El imperialismo sin límites del hombre no encuentra jamás satisfacción. El dominio de la especie humana sobre la tierra no tiene parangón en aquellas épocas de la historia natural en que otras especies animales representaban las formas más altas de la evolución orgánica. Sus deseos encontraban su límite en las necesidades de su existencia física. Es cierto que la codicia del hombre, su deseo de extender su poder hacia dos infinitudes, el microcosmo y el macrocosmo, no surge inmediatamente de su propia naturaleza, sino de la estructura de la sociedad (Horkheimer, 1973, p. 69).
Lo cual también derivó en que las fuerzas
económicas y sociales adoptan el carácter de ciegas fuerzas de la naturaleza a las que el hombre, a fin de preservarse, debe dominar mediante la adaptación a ellas. Como resultado final del proceso tenemos, por un lado, el yo, el ego abstracto, vaciado de toda substancia salvo de su intento de convertir todo lo que existe en el cielo y sobre la tierra en medio para su preservación y, por otro, una naturaleza huera, degradada a mero material, mera substancia que debe ser dominada sin otra finalidad que la del dominio (Horkheimer, 1973, p. 63).
Es vital la relación entre lo humano y la naturaleza como una relación metabólica que la producción capitalista fracturó. Es vital, primero, para entender cómo la racionalidad capitalista convierte a la naturaleza en algo externo y ajeno a nosotros; segundo, porque permite superar la tendencia neoliberal de atribuir responsabilidades a los individuos en lugar de a las fallas sistemáticas del capitalismo, y, en tercer lugar, porque complementa las narrativas actualmente en boga del Antropoceno. Dichas narrativas se fundan en el consenso científico de que nos encontramos en un periodo geológico llamado “Antropoceno”. Este se define por la huella que los seres humanos hemos estampado sobre el planeta. Se trata de una época en la que sucede un constante incremento de temperaturas, el deshielo de los polos, la sexta extinción masiva de especies, la desertificación de grandes territorios antes selváticos, el abuso de combustibles fósiles, la acidificación de los océanos y la inundación de estos con toneladas de plástico. Fenómenos alarmantes que amenazan la existencia de millones de personas alrededor del mundo (Serratos, 2020). La causa del problema, según este consenso, somos los humanos. Nuestras actividades cotidianas, desde las más superficiales hasta las más trascendentales, han impactado de manera directa y negativa en el medio ambiente (Serratos, 2020). En contraste con otros periodos como el Pérmico o el Jurásico, en los que la destrucción fue provocada por la actividad volcánica o por un meteorito que impactó la Tierra, hoy es la actividad humana la fuerza destructora (Serratos, 2020).
Aunque el argumento es importante en cuanto a que llama la atención sobre algo urgente, este resulta limitado. Al depositar la culpa de la crisis climática en todos los humanos (anthropos) y no en unos cuantos o en cierto anthropos capitalista, deja así por fuera la dimensión socioeconómica y la desigualdad. Con Marx podríamos argumentar que no somos los humanos siendo humanos quienes destruyen al planeta sino ciertos humanos con mucho poder económico, político y militar que administran dicho sistema y que se han beneficiado históricamente de él (Serratos, 2020). No es lo mismo la agricultura como la practicaban los pueblos indígenas de Guatemala que el modo de acumulación primitiva que llegó con los españoles mediante la Conquista. Un campesino de Nicaragua no tiene la misma responsabilidad que los dueños de empresas mineras canadienses en la contaminación de los ríos de donde extraen sus metales. No todos los que habitamos el planeta hemos recibido los mismos beneficios, ni tampoco todos los humanos consumimos la misma cantidad de recursos. Las emisiones del 1 % más rico de la población mundial, por ejemplo, son mil veces más grandes que las de habitantes de Mozambique, Honduras, El Salvador o Etiopía. El 1 % contamina ciento setenta veces más que el 10 % más pobre de la población mundial.
Además, en una perspectiva histórica, como la planteada por Serratos, el 80 % de las emisiones acumuladas desde 1571 hasta ahora son responsabilidad de los países ricos, mientras que los actuales ochocientos millones más pobres del planeta apenas han contribuido con el 1.38 % (Serratos, 2020). Además, un lugar ya común lo constituye el siguiente planteamiento: si todos los países vivieran como se vive en Estados Unidos con ese consumo de recursos, el planeta ya se hubiera agotado. El problema, entonces, no es el anthropos sino el anthropos capitalista, su lógica de mercantilizar todo en un crecimiento infinito a partir de una relación de costo y beneficio. Lo que nos ha traído al cambio climático es el desarrollo capitalista y su razón calculadora que convierte a la naturaleza, parafraseando a Heidegger, en una gigantesca gasolinera (Heidegger, 1985). Sobre esta base, abrazo más el término de Capitaloceno, en lugar de Anthropoceno. Entendiendo que el capitalismo no es solamente un sistema económico o social, sino también una manera de organizar la naturaleza. Además, porque este término sí incluye las relaciones sociales.
Situándome en este marco analítico interpreto Tikal Futura. Memorias para un futuro incierto (novelita futurista) (2011). La novela oportunamente goza de amplias y valiosas lecturas teóricas. Se le ha estudiado a partir de la pérdida de referentes ideológicos de carácter utópico (Gianni, 2007; Barrientos Tecún, 2007), el papel de la construcción de la otredad y el papel de la memoria (Alvarenga Venutolo, 2016), la dialéctica entre modernidad y tradición, el uso de la tecnología por la modernidad (Boyer, 2019), la política de la narrativa y juegos de lenguaje frente al poder de la lengua escrita de los centros hegemónicos (Gringberg Pla, 2021), la apropiación crítica y creativa del legado mítico ancestral maya (Mackenbach, 2021), la colonialidad del poder (Ríos Quesada, 2021), las relaciones de poder, la subalternidad y superfluidad (Rivera Rivera, 2021), entre otros. Pero en menor medida desde la perspectiva que yo aquí propongo.
En tal sentido, espero que este trabajo pueda ser una modesta contribución a los estudios literarios y culturales centroamericanos. No obstante, destaco dos trabajos que considero un punto de partida para realizar mi lectura. Uno es el de Brigitte Adriaensen, “Turismo, alteridad y violencia en Tikal futura. Memorias para un futuro incierto (novelita futurista) de Franz Galich” (Adriaensen, 2021), en el que se señala la mercantilización de la violencia y la memoria en la novela. Y, el segundo, es el de María del Carmen Caña Jiménez, “Vida resurgida y neoliberalismo en Tikal Futura de Franz Galich” (Caña Jiménez, 2014). Esta autora analiza la domesticación de las prácticas y efectos de las políticas neoliberales en el istmo en el espacio urbano y cómo la novela propone la creación de una macroestructura de un Sur Global (Caña Jiménez, 2014). Sobre la base de estos dos trabajos, me propongo ampliar esta exploración, pero orientando mi análisis más hacia una crítica que la novela esboza en torno a la mercantilización de la naturaleza y de la naturaleza humana3 por parte de la racionalidad capitalista.
Tikal Futura. Memorias para un futuro incierto
En la obra Tikal Futura. Memorias para un futuro incierto (novelita futurista) se imagina una sociedad guatemalteca del futuro llamada Cuatemallán en la que el cielo y el aire, debido a la contaminación, tienen un oscuro “color Coca-Cola”. Desde un narrador extradiegético se nos cuenta que la crisis fue precedida en el escenario internacional por una guerra de los hidrocarburos librada por las grandes potencias. Esta guerra agotó las reservas de petróleo y acabó con la flora y su fauna de estos países. Cuatemallán resultó menos afectada debido a su lugar periférico y marginal. Esto le permitió conservar su flora, su fauna y una modesta reserva de petróleo, lo cual la ha convertido en un lugar de interés estratégico y geopolítico para el gran vecino del norte, Quisyan (anagrama de la palabra Yanquis). El nuevo orden mundial se ha reducido al poder de una alianza llamada Gran confraternidad de la Cofradía del Nuevo Orden Mundial Universal (GCCNOMU). Esta alianza que gobierna el mundo ya no se da entre naciones, sino entre grupos de poder que dominan la producción de armas. Estos han aliado sus capitales y de esta manera han impuesto su poder. Cuatemallán, sin embargo, continúa subordinada a Estados Unidos (Quisyan), por esta razón el embajador de Quisyan, Mr. Klimowitz es la figura de mayor autoridad dentro de la diégesis. Este personaje, junto con Apocalíptico, un político local, quiere echar a andar la mega construcción de Tikal Futura, la cual busca desarrollar una industria turística orientada en los recursos naturales y en la explotación de la mano de obra barata de Cuatemallán. La ejecución de este proyecto de desarrollo, pensado desde arriba y de manera autoritaria, genera conflictos entre los habitantes de Ciudad de Arriba, los ejecutores, y los de Ciudad de Abajo. Estos últimos se organizan y crean el Ejército Revolucionario de Liberación de la Ciudad de Abajo (ERLCIA) que lucha y resiste para liberarse de la explotación y la represión que impone la clase dirigente de Ciudad de Arriba.
En primer lugar, el color de la distopía que Galich construye literariamente es el color de una de las mercancías más emblemáticas del capitalismo norteamericano, la cual con la globalización y los tratados de libre comercio ha conquistado los mercados locales e internacionales. Por otro lado, es el petróleo lo que ha ocasionado la guerra que agotó la flora y la fauna de los países ricos. La Coca-Cola y el petróleo son los elementos visibles de un ideologema que traduce al capitalismo tardío y a la actual crisis medioambiental. Es posible leer desde estos dos símbolos, la contradicción peligrosa entre, por un lado, el crecimiento exponencial y acumulativo sin fin, y por el otro, los recursos finitos que ofrece la naturaleza a los seres humanos. Esto a su vez alude a la fractura metabólica planteada por Marx. El embajador Klimowitz, por ejemplo, lamenta que en Estados Unidos se haya llegado al extremo de que las nuevas generaciones ya no conozcan a los animales ni a las plantas; que estos tengan que ir a museos para poder contemplarlos disecados, igual si desean escucharlos o también sentir los olores que antaño despedían las flores (Galich, 2011, p. 35).
En la novela, los personajes de Ciudad de Arriba y Ciudad de Abajo se encuentran insertos y atrapados en el tiempo teleológico de la economía que se mueve hacia el infinito para consolidar la reproducción de un modelo civilizatorio de crecimiento y desarrollo sobre la base de la acumulación capitalista. Esta lógica se presenta como una fuerza ciega. En el imaginario de Klimowitz y del Apocalíptico la naturaleza de Cuatemallán y sus habitantes se presentan como un repertorio de valores de cambio, de objetos y seres que pueden ser monetizados, capitalizados, comercializados e intercambiados como mercancías. Esto en concordancia con la lógica de la privatización que parcela y cerca bienes comunes naturales, tales como el agua y la tierra para repartirlos en forma de derechos de propiedad. Principio, a partir del cual, la racionalidad capitalista se impone como subjetividad hegemónica. No importa que el mundo se desmorone, la racionalidad de mercado prevalece, tal y como puede verse en la siguiente cita:
El Apocalíptico sin inmutarse pensaba en el proyecto, mismo que a no dudarlo sería todo un éxito: proporcionar a los grandes empresarios del supermercado lugares donde poder vivir en contacto con la naturaleza, puesto que en sus países eso resultaba ya totalmente imposible (Galich, 2011, p. 12).
Lo que ha emergido de la crisis es una especie de capitalismo del desastre, un capitalismo que continúa circulando y acumulando en medio de la ruina ecológica. El megaproyecto turístico Tikal Futura que piensan implementar el embajador Klimowitz y el Apocalíptico camina en esa dirección. Como dice O’Connor, “la crisis es la ocasión que aprovecha el capital para restructurarse y racionalizarse a fin de restaurar su capacidad de explotar el trabajo y acumular” (O`Connor, 2001, p. 6). Esto es notable en el fragmento que sigue: –¡Se imagina cuánto dinero ganaremos con nuestros safaris revolucionarios! ¡Cace un guerrillero y recibirá muchos regalos! ¿Se imagina? Por docena recibirá más, por ejemplo, un viaje a Miami (Galich, 2011, p. 186).
El megaproyecto que estos personajes quieren echar a andar consistirá en ofrecer a los grandes empresarios y a las élites del mundo un lugar para contemplar la naturaleza. Turistas provenientes de países ricos dispondrán de safaris en los que tendrán la oportunidad de cazar la fauna, apreciar la flora de la selva tropical, escuchar “en vivo y a todo color el canto y rugir de las aves fieras”, contemplar las cataratas, ríos y lagos, atrapar mariposas, “pescar de verdad¨, “montar a caballo y ordeñar vacas”, “todo lo que la vida del campo ofrecía unos doscientos años atrás” (Galich, 2011, p. 51) en los países del primer mundo. Para quienes paguen más, estarán los Safaris Sexuales: los hombres podrán cazar mujeres de la Ciudad de abajo y tener sexo con ellas y las mujeres disfrutar del “ciber macho”. Los turistas también dispondrán del “turismo armado”, cacería de guerrilleros por divertimento. Brigitte Adriaensen ha llamado a esto la mercantilización de la memoria y la exotización de la violencia mediante la industria del turismo morboso (Adriaensen, 2021).
Para Klimowitz y el Apocalíptico los safaris armados permitirán recrear el pasado del país, cuando existió una guerra en la que la ideología comunista se erigió como: “una forma equivocada del pensamiento de la modernidad primitiva, opuestas a la única forma correcta de pensar: el capitalismo neoliberal, que por supuesto era la forma de pensar de nuestros últimos padres, los quisyan” (Galich, 2011, p. 52).
Adriaensen también ha señalado que el abuso económico al que son sometidos los desechables dentro de la novela
se inserta en una lógica neoliberal de explotación, pero tiene sus raíces en una realidad histórica de violencia política hacia la población indígena. En ese sentido, el turismo en la novela no es sino un episodio más en esta historia de explotación (Adriaensen, 2021, p. 173).
Por ello, en el diseño de Klimowitz y Apocalíptico, los guerrilleros que servirán como carne de cañón, serán indigentes, lumpen, que recogerán de las calles de los bajos fondos, la superpoblación relativa creada por el mismo capitalismo.
Las personas, los objetos, la naturaleza y hasta el pasado y la memoria son sometidos a una mirada instrumentalizadora desde los ojos del embajador Klimowitz y los del Apocalíptico. Para ellos, el mundo está lleno de valores de cambio. En términos de Marx, ellos son la personificación del capital, y en tanto personificación de esta relación social, “su alma es el alma del capital” y el capital
no tiene más impulso vital que el que le lleva a valorizarse, a crear plusvalía, a chupar con su parte constante, con los medios de producción, el mayor volumen de plustrabajo posible. El capital es trabajo muerto que, como vampiro, solo revive chupando trabajo vivo y revive tanto más cuanto más chupa (Marx, 2019, p. 208).
La novela presenta la subjetivación de mercado en términos de la frase atribuida a Frederic Jameson (Fisher, 2009), en cuanto a que, en nuestro presente del capitalismo tardío y tras el derrumbe del Muro de Berlín, es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Más fácil imaginar que las plantas y los animales morirán y que el calentamiento global derretirá el Polo Norte a que podamos dar un giro de timón hacia otro desarrollo más sustentable y amigable con la naturaleza.
A la luz de Marx, la preminencia de esta subjetividad implicaría un riesgo, pues al imponerse la forma mercancía sobre el mundo natural, además de afectar y de dejar casi inutilizables las fuerzas y las potencias naturales para el propio capital, también atentamos y destruimos nuestra capacidad humana de imaginar otras maneras de relacionarnos con la naturaleza y de habitar el mundo que no sean las que dicta el capital. Es decir, nos impide que desarrollemos una naturaleza humana mejor.
Gran parte de la novela transcurre en los reiterados encuentros entre el Apocalíptico y Klimowitz. Apocalíptico queriendo convencer a Klimowitz de la viabilidad del proyecto Tikal Futura y de que sus worldólares serán invertidos de manera segura. Ambos planifican cada detalle. Nombran a la mega obra turística “Ruta Maya”, “en honor (según explica el Apocalíptico) de aquellos salvajes ahora ya olvidados por incompetentes y brutos” (Galich, 2011, p. 43).
La racionalidad de mercado del neoliberalismo continúa imponiéndose como la racionalidad rectora dentro de ese futuro distópico, economizando todo, extendiendo valores, prácticas y mediciones de la economía a todas las dimensiones de la vida humana. Por tal razón, la crítica literaria, María del Carmen Caña, apunta que la megaconstrucción Tikal Futura, se constituye dentro del espacio diegético como el locus de la inversión extranjera en el cuerpo centroamericano, engendrando
dentro de sí una serie de procesos transnacionales que se traducen en nuevas configuraciones espaciales y sociales. La concesión del espacio guatemalteco a los intereses del Norte impone una rearticulación del espacio público que -concebido como materia prima- da lugar a la exclusión, re-significación e, incluso, mutación de la ciudadanía de ciertos grupos sociales (Caña Jiménez, 2014, p. 73).
De ahí que Apocalíptico ofrezca al embajador de Quisyan como atractivo para la inversión extranjera, la mano de obra barata de sus habitantes:
El Apocalíptico sentía que el piso se le abría, pues con el simple cálculo, hecho en el aire, él podría ganar, por el sólo hecho de contratar mano de obra barata, algo así como tres millones de worldólares, la nueva moneda que regía en todo el mundo. Se sintió mejor que si hubiera pegado unos cinco narizazos de éxtasis magnífico (Galich, 2011, p. 19).
La movilidad social que Apocalíptico ha logrado es fruto de la relación con el embajador de Quisyan. Este vínculo le permitió escapar de Ciudad de Abajo y de la fábrica donde trabajaba. Cuatemallán es una sociedad de movilidad social muy limitada, parece más bien, como describió Edelberto Torres a la sociedad guatemalteca: un edificio en cuyos dos primeros pisos sin ventanas y sin luz eléctrica vive la vasta mayoría, los más empobrecidos, los indígenas, pero un edificio en el que no hay ascensores para visitar a los privilegiados que viven en el pent-house (Torres-Rivas, 2005). En “Ciudad de abajo”, también referida por el narrador como “Villa miseria” o “Xibalba”, la mayoría de sus habitantes son indígenas. La abuela Cané, personaje que habita este margen y que encarna las funciones proféticas de la comunidad, al mencionar a sus nietos Namú e Ix dice, preocupada, que “ellos no tienen ninguna posibilidad de superar la miseria con la que vivimos en Ciudad de Abajo. Nuestro destino y el de ellos está sellado” (Galich, 2011, p. 82).
En tal sentido, Apocalíptico representa en el aparato textual al arribista social sin escrúpulos. También a una élite local dispuesta a transar soberanía y recursos en el contexto neoliberal. Una elite dispuesta a someterse a la hegemonía estadounidense a cambio de poder y de dinero, con tal de habitar ese espacio más alto en la pirámide social. La novela alude a la relación extratextual que ha mantenido Estados Unidos con Centroamérica y Latinoamérica. Es decir, a la subordinación a las que las economías dependientes han estado sometidas y que incluye la apropiación de recursos.
Sobre este punto, Verónica Ríos Quesada ha señalado un importante contraste. En novelas centroamericanas antiimperialistas, publicadas a inicios del siglo XX, como El problema, de Máximo Soto Hall (1899) o La caída del águila (1920), de Carlos Gagini, las élites representadas en el espacio diegético reflejaban cierta resistencia frente al imperialismo norteamericano. En Tikal Futura, en cambio, el renegado Apocalíptico o el Indio Sacul “abrazan a ojos cerrados los proyectos externos, siempre y cuando haya beneficio personal directo” (Ríos Quesada, 2021, p. 154). Este cambio de subjetividad se debe, a mi parecer, a que la geografía a la que alude Galich es la geografía globalizada y trasnacional inaugurada con los programas de ajuste estructural. La obra registra la consolidación del régimen de acumulación neoliberal que frustró los anhelos desarrollistas y que tuvieron en el pensamiento cepalino su momento más cumbre, el cual buscaba reducir la vulnerabilidad externa de América Latina y la dependencia a Estados Unidos a partir del patrón de acumulación por sustitución de importaciones. Los programas de ajuste estructural a finales de la década de 1980 marcaron el fin de esos proyectos desarrollistas. La conducta del Apocalíptico responde a esa nueva realidad material sobre la que se configura todo un imaginario neoliberal.
Esto también explica que las maquilas, proyecto modélico de la reestructuración neoliberal que buscaba en la década de 1990 insertar a las economías centroamericanas al mercado global a partir de la competencia de mano de obra barata, sean en la novela la mayor fuente de empleo de las personas de Ciudad de Abajo. Las maquilas han adquirido, incluso, un carácter sagrado. La abuela Cané dice que “las zonas francas pronto fueron consideradas templos del trabajo y los dueños como los dioses del trabajo” (Galich, 2011, p. 64). En estos espacios de explotación la sofisticada tecnología del futuro, figurada en los chips que les insertan en el cerebro a los trabajadores, existe no para emancipar a los trabajadores de las extenuantes jornadas laborales, sino para controlarlos y evitar la insurgencia. La novela sugiere que la tecnología y la ciencia, aunque tengan la capacidad de acortar la jornada laboral y menguar la explotación de las personas, bajo la dirección capitalista solo tiene el objetivo de acrecentar capital. También porque, como el Apocalíptico le dice a Klimowitz, explotar a las personas descartables de Villa Miseria “es mucho más barato que producir androides" (Galich, 2011, p. 43).
Como es habitual, en momentos de crisis la forma de gobernar se torna autoritaria y el capitalismo transparenta su violencia. En este capitalismo del desastre que presenta la novela, la élite dirigente recurre a la hipervigilancia de sus ciudadanos. A los habitantes de Ciudad de Abajo desde que nacen se les instalan microcámaras en una zona del cerebro que conecta con el lóbulo de la visión. Aparte hay cámaras en los resquicios de sus hogares y se les suministra una droga adictiva llamada Ospin que aumenta su productividad en las fábricas y los vuelve dóciles. Recurre también a la represión, mediante un repertorio de instituciones estatales que trabajan coordinadamente: el Comando Central de Control (CCC), los Servicios Super Secretos (SSS), las Comunidades de Reforma Espiritual Social y Auténtica (CRESA), Departamento de Información, Propaganda (DIPP), Tribunal Supremo (TS), Central de Análisis de la verdad (CAN), entre otros.
Esta represión alcanza en el espacio diegético su más álgido punto cuando el Indio Sacul, jefe del Comando Central de Control y encargado de la seguridad de Cuatemallán, desciende a Ciudad de Abajo. A él se le ha encomendado la misión de capturar a un contingente de personas descartables que puedan servir de carne de cañón en los safaris armados. Los niños capturados en esta redada son vendidos a gente de la élite que desea explotarlos sexualmente, o a clínicas que extraen y venden sus órganos a gente rica con necesidad de trasplantes. Quienes no sobreviven al tratamiento de sanitización, debido al daño ocasionado por la droga Ospin, se les incinera. En esta incursión una muchedumbre se atrinchera en el mercado negro para no ser capturada y es quemada viva por órdenes del Indio Sacul. Para este operativo, este psicópata invita a su jefe y embajador de Quisyan, Mr. Klimowitz y al Apocalíptico para que los tres puedan contemplar el sádico espectáculo. Los tres suben a un helicóptero y desde las alturas observan la pira de cuerpos. A el Indio Sacul le provoca tanta excitación ver a aquellas personas arder en las llamas que tiene que masturbarse en la cabina del helicóptero.
La grotesca escena encierra el ideologema del conflicto armado en Guatemala con toda su carga traumática. Por eso la novela establece numerosas correspondencias extratextuales con ese pasado histórico. Se habla, por ejemplo, del golpe de Estado al presidente Rabenz, en referencia a Jacobo Árbenz. Este fue víctima de un golpe de Estado, apoyado por el gobierno de Quisyan, acaecido cincuenta años atrás del presente diegético. El narrador también nos revela, hacia el final de la novela, que el nombre verdadero del Apocalíptico es Juan Efraín Montañés, de esta manera hace referencia al dictador y militar guatemalteco, jefe de Estado de Guatemala entre 1982 y 1983, Efraín Ríos Montt, acusado de genocidio. El indio Sacul, por su parte, representa la deshumanización de los Kaibiles. Mientras que el volcán de cadáveres incinerándose, que con placer contemplan estos tres abyectos personajes, simboliza la guerra guatemalteca, la brutalidad con que el Estado actuó contra la población, las más de cuatrocientas comunidades indígenas que fueron destruidas, de las cuales, según la Comisión de Esclarecimiento Histórico (CEH), el 83 %, fueron indígenas. También alude a la política de tierra arrasada implementada durante los gobiernos de Romeo Lucas García (1978-1982) y Efraín Ríos Mont. Y, en general, a una cruenta guerra en la que fueron asesinadas, según la CEH, aproximadamente doscientas mil personas y cuarenta y cinco mil desaparecidas, sin enumerar a los miles de desplazados y exiliados, y a las incontables víctimas de tortura y violencia sexual.
La novela además da cuenta del racismo contra la población indígena. Un racismo que atraviesa el cuerpo social guatemalteco desde tiempos de la Conquista española. Los descartables que habitan Ciudad de Abajo son descendientes de los ancestros Yama (anagrama de la palabra Maya). La impunidad con la que los representantes de Ciudad de Arriba matan y disponen de ellos pareciera ser un gesto literario que nos dice que la cultura de la impunidad, de la que han gozado militares y élites económicas, desde la guerra hasta la sociedad contemporánea, seguirá reproduciéndose una y otra vez hasta el futuro como una especie de eterno retorno de lo mismo. Esto mientras no se trate el trauma, ni se logre resarcir a las víctimas del genocidio. Y mientras no haya verdad ni justicia, ni se atiendan las causas estructurales que generaron el conflicto armado.
Frente a esta violencia, Galich hace brotar de las alcantarillas al Ejército Revolucionario de Liberación de la Ciudad de Abajo (ERLCIA) que se nutre de las personas desechables y de los ciudadanos que han cumplido ya su vida útil. Este ejército es liderado por los hermanos Vitz y Zacte. Estos insurgentes se mantienen en el clandestinaje, viven en las alcantarillas, combaten como las antiguas guerrillas centroamericanas: sabotean centrales eléctricas con bombas, roban armamento enemigo, adoctrinan a la clase trabajadora en las fábricas, infiltran militantes en las esferas altas del poder, ajustician poderosos terratenientes, etcétera. Pero con la diferencia de que su ideario político ya no es marxista, la utopía de estos guerrilleros se funda en la cosmovisión indígena maya. Los ancestros se comunican a través de los sueños, algunos son elegidos por el destino para luchar contra la Ciudad de Arriba, la guerra se anuncia antes en los sueños, en las visiones que tiene la abuela Cané, personaje que dentro de la novela es una profetiza, una sabia, la persona en la que descansa el pasado, el presente y el futuro. Ella conoce los textos antiguos mayas: el Popol Vuh, El Rabinal Achí y Los Anales de los cakchiqueles.
Además, el ERLCIA esboza desde abajo una definición de la relación entre lo humano y la naturaleza. Esta visión se contrapone al discurso instrumentalizador y mercantilista del embajador Klimowitz y el Apocalíptico. En el discurso de la abuela Cané la tierra, el agua, la naturaleza, adquieren un tono poético, sagrado, en el cual los objetos y seres que se nombran parecieran integrar un mismo orden cósmico. El narrador, al referirse a ellos, abandona el tono carnavalesco con el que enuncia las acciones y las conciencias de los personajes de Ciudad de Arriba y adopta un tono más solemne: “También será la tierra con su sal la que bendecirá nuestros vientres, haciéndolos fértiles para la engendración de los hijos que habrán de redimir nuestro suelo” (Galich, 2011, p. 161).
El tono de Cane reviste lo telúrico y ancestral:
La sangre habrá de brotar nuevamente de los corazones jóvenes y de la dura roca y empapará nuevamente la tierra, fertilizándola. De ella surgirán los nuevos árboles que lo mismo servirán para la sombra que para el fuego, para las casas o para las armas. Oh signos de la voz, sombras de las manos, papel del aire. ¿Acaso será el agua el libro de mis montañas, de mis montes verdes y azules claros horizontes? (Galich, 2011, p. 188).
Ciudad de Arriba y Ciudad de Abajo conforman una geografía polarizada donde se configuran dos modos de relacionarse con la naturaleza humana y no humana. Por un lado, en Ciudad de Arriba, quienes ocupan este espacio privilegiado: el Apocalíptico, el embajador Klimowitz, Proserpina, El Indio Sacul, están representados por Galich, como seres que han internalizado la racionalidad de mercado. Pareciera que, al igual que los descartables, estos tuvieran un chip metido en la cabeza, pero el de ellos es el de la racionalidad mercantilista, el de la mano invisible del mercado. Esta fuerza los controla de manera más sutil, sin recurrir a la fuerza, impidiéndoles que desarrollen relaciones afectivas. De ahí que todas sus relaciones interpersonales sean transaccionales, motivadas siempre por el frío cálculo del costo y beneficio.
Galich acentúa la decadencia del Apocalíptico y de Klimowitz situándolos la mayor parte del tiempo en un prostíbulo llamado Eros de Acuario donde se drogan y pagan servicios sexuales a prostitutas androides. Estos personajes tal como los representa el autor, padecen una incapacidad para desarrollar vínculos afectivos que no estén mediados por el dinero. Sus únicos intereses son de índole económica. El Apocalíptico ni siquiera confía en su mujer. Nos dice que alguien como él, debido al lugar de poder en el que se mueve, “solo tiene aliados y enemigos, nunca amigos. Los aliados pueden pasar a ser enemigos en determinadas circunstancias y los enemigos pueden volverse aliados, pero nunca amigos. Nada de amigos” (Galich, 2011, p. 153).
Las relaciones que se establecen en Ciudad de Abajo se construyen como la némesis de Ciudad de Arriba. Namú e Ix, nietos de la Abuela Cané, están unidos por el amor romántico, y los miembros del ERLCIA han desarrollado camaradería en torno a su causa, quieren cambiar el sistema que los oprime, tienen un proyecto colectivo de futuro. Sus afectos incluso los han llevado a que se puedan comunicar mediante los ojos, sin pronunciar palabras y así también burlar la hipervigilancia de Ciudad de Arriba.
En el deshumanizado contexto de la diégesis, el afecto podría devenir en práctica emancipatoria. En la siguiente cita el amor romántico es una némesis de las relaciones de cálculo y ganancia de Ciudad de Arriba:
Namú se sentía inmensamente feliz. Había una sensación de fuerza, seguridad y orgullo, todo mezclado, que lo inundaba, haciéndole hinchar el pecho y latir más de prisa el corazón, inundándole las venas de sus brazos, cuello y rostro. Definitivamente estaban enamorados, pero no era el enamoramiento que habían venido sintiendo desde hacía mucho tiempo. Era algo más real, más urgente. Algo que les salía de las entrañas y se les instalaba en la sangre que los quemaba, incendiándoles y ellos sin poder evitarlo, combatiendo el vendaval incandescente con más leña. Los besos aplacaron la furia de las llamas incendiándolas más. Estaban en las redes del amor de verdad (Galich, 2011, p. 158).
La concepción de mera mercancía que tiene el capital sobre la naturaleza y las personas encuentra resistencia en esta idealización de una sabiduría maya prehispánica. En ella descansa la esperanza de los descartables. El futuro y el desarrollo extractivista con color Coca-Cola es negado por este otro futuro que palpita en los textos antiguos que la abuela Cané ha memorizado: el Popol Vuh, El Rabinal Achí y Los Anales de los cakchiqueles. En esa sabiduría ancestral hay otra manera de entender la naturaleza contrapuesta a la forma mercancía.
A propósito de lo anterior, Mackenbach (2021) ha descrito esta estrategia narrativa que recurre al sustrato indígena, como apropiación crítica y creativa por parte de Galich. Para él Galich no idealiza un pasado prehispánico indígena exento de fisuras, por el contrario, lo evoca “con todas sus contradicciones y con todas sus potencialidades críticas. Tikal Futura muestra “las contradicciones y divisiones de las comunidades indígenas históricas y actuales” ( p. 34) y también al mostrar un futuro lleno de dudas, “un futuro incierto”.
En efecto, la novela presenta una división entre clanes, develada por la abuela Cané en su lectura de los libros antiguos. Ella lee los textos sobre la historia de los guatemaltecos y concluye que el gran error han sido las guerras intestinas del pueblo Yama. Estas han impedido la unidad para combatir al invasor, español en tiempos de la Conquista, Quisyan en el presente diegético. La abuela Cané después de leer los textos sagrados concluye:
Razas descendientes de una extraordinaria civilización, nos hemos extraviado entre la maraña de las luchas intestinas. Luchas donde la ambición no ha estado ausente. Pero ambiciones ínfimas que si nos damos cuenta bien, nunca nos permitieron expulsar a los quisyan: Nosotros siempre peleando entre nosotros, y ellos robándonos, bajo amenazas y por la fuerza. Y cuando hemos decidido combatirlos ha sido a través de luchas desorganizadas y siempre profundamente marcadas por la división. Por eso estamos como estamos. No hay vuelta de hoja. La unidad es lo más importante en la lucha contra la opresión. Nosotros nunca la hemos tenido. Por eso nos han sojuzgado, por eso nos tienen así (Galich, 2011, p. 104).
La unidad es necesaria para hacer frente a Ciudad de Arriba y su proyecto de desarrollo, que es el proyecto del capital sobre la vida, el trabajo vivo y los recursos naturales que además exhibe un carácter despótico y violento, satirizado e hiperbolizado por la pluma de Galich. La violencia representada en esta obra es homologable a la violencia extratextual de los capitales transnacionales de carácter extractivista. Frente a ello es que la Abuela Cané propone la unidad estratégica que armonice diferencias, contradicciones y sectarismos al interior del pueblo Yama. No se trata de una armonía entre Ciudad de Arriba y Ciudad de Abajo, entre ricos y pobres, sino entre descartables, entre parias indígenas, entre outcasts.
La novela cierra con el atentado que realiza el ERLCIA contra la central termoeléctrica, ubicada en el Lago Naltitama, (anagrama de Amatitlán). Los guerrilleros la explotan con bombas y roban el armamento que sirve para armar mejor a sus filas.
Me parece que, por un lado, Galich presenta una reivindicación clasista, por el otro, una reivindicación simbólica de la violencia frente a esa otra violencia extractivista que el capital impone desde arriba. Con esto desestabiliza la idea de una armonía social entre pobres y ricos, esa armonía aparente entre clases que se hayan separadas por un abismo material. Es posible leer esto como una crítica que la novela perfila al contrato social de posguerra, a ese pacto simbólico que nació de los programas de ajuste estructural y del fin de los conflictos armados cuando las sociedades como la guatemalteca y la salvadoreña transitaron de ser dictaduras militares a democracias de mercado, neoliberalizadas. En ese sentido, la novela nos invita a repolitizar los espacios despolitizados que esconden una violencia económica y un orden material injusto que reproduce cotidianamente desigualdades sociales.
Conclusiones
La novela presenta dos visiones de la naturaleza y de la naturaleza humana: una capitalista e hiperrealista que encripta los recursos naturales en forma de mercancía y otra maya que concibe a la naturaleza como parte de un orden cósmico. En esta segunda visión lo humano no está separado de la naturaleza y viceversa. La novela presenta desde la imaginación un escenario apocalíptico que busca interpelarnos, que nos invita a impedir a que la forma mercancía se imponga como la única manera de relacionarnos con la naturaleza. De lo contrario, el vendaval del progreso capitalista podría conducirnos, quizá más temprano que tarde, a que el horizonte se torne color Coca-Cola y nos prive de los rayos del sol acabando sin flora ni fauna como Quisyan.
Al recrear en el espacio textual este escenario resultado de una guerra de los hidrocarburos y al construir la tensión narrativa a partir de la imposición del megaproyecto Tikal Futura, la obra expone la centralidad hegemónica del desarrollo capitalista y, por tanto, puede argumentarse que es el centramiento del anthropos capitalista lo que nos ha conducido a la debacle ecológica, es decir, el Capitaloceno.
Que el futuro sea incierto, como reza el título de la novela y las memorias que la Abuela Cané está escribiendo, quiere decir, a mi juicio, que ese futuro para Galich no está clausurado como postularon de manera celebratoria las narrativas después de la caída del Muro de Berlín, sino que ese futuro está abierto y articula, al tomar prestada la terminología de Ernst Bloch, una “zona de esperanza” a través de la cual puede contemplarse el reino de la posibilidad, más allá del capitalismo. La novela ilumina nuestra reflexión sobre el riesgo de la racionalidad capitalista. El peligro no solo estriba en el daño que esta racionalidad le ocasiona a la naturaleza, sino en que también, al destruirla a ella y a nuestros medios de vida, también destruimos nuestra propia naturaleza humana; que esta subjetividad imperante, que encripta toda experiencia y materialidad a la forma mercancía, nos impida desarrollar una mejor naturaleza humana y naturalicemos el lema de que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. El Ejército Revolucionario de Liberación de la Ciudad de Abajo simboliza el esfuerzo y las luchas contra la inhumanidad del capital que destruye la naturaleza y que nos ha conducido al actual cambio climático.
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