Resumen:
Desde la segunda mitad del siglo XX, la historia de las ciudades, como sub-disciplina derivada de la Historia, hubo de nutrirse de diversas visiones tanto de las ciencias sociales y humanidades como de ciencias menos blandas. En su difuso linaje epistémico pueden distinguirse cinco tradiciones: alemana, francesa, anglosajona, norteamericana e italiana; solo identificables a partir del objeto de estudio, la temática, la postura epistémica y el campo disciplinar dominante que utilizan. Las aportaciones de esta rica historiografía han ocasionado, también, una heterogeneidad y fragmentación que impide tener una interpretación integrada de los hechos urbanos que pretenden explicar.
A semejanza del caso hispanoparlante, la investigación sobre historia urbana de las ciudades decimonónicas mexicanas se han desarrollado bajo tres características. La primera, por la utilización acrítica de elementos, en conjunto o aislados, de las cinco tradiciones, impidiendo la construcción de una teoría y metodología propia. La segunda, en el que la ciudad es vista como objeto y no como sujeto de su historia, por lo que los avances teóricos y metodológicos se han dirigido primordialmente a explicar fenómenos de urbanización, es decir, desdeñando la urbanística por la microhistoria. Y la tercera, la que se construye con tres tipos de sesgo: hegemónico, ya que la producción converge esencialmente hacia las ciudades capitales de mayor centralidad; temporal, al abocarse primordialmente en el periodo porfiriano y; unívoco, llegando a considerar como homogéneos los procesos urbanos del resto del país.
En este trabajo, y desde una posición hermenéutica historicista, se pretende describir y reflexionar las definiciones, métodos y diversos cruces epistémicos que estas tradiciones historiográficas han utilizado para entender la historia de la ciudad decimonónica. Específicamente, se busca identificar los posibles alcances e influencias que estos enfoques han tenido en la construcción de la historia urbana de las ciudades del México pre-liberal.
Palabras clave: historiografía urbana, escuelas, tendencias, revisión.
Abstract:
Since the latter half of the 20th century, the history of the cities, as a sub-discipline derived from History, had to nurture from diverse visions from Social Science and the Humanities, as well as from the hard sciences. In its vague epistemic lineage, one can distinguish five traditions: German, French, Anglo-Saxon, North American, and Italian; only identifiable depending on object of study, thematic, epistemic posture, and the dominant field of study being used. The contribution of this rich historiography has also caused a heterogeneity and fragmentation that impedes having an integral interpretation of those urban events being explained.
Similar to the Hispanophone case, the investigation of the urban history of Mexican cities from the 19th century is developed under three characteristics. First, the non-critical use of elements, along with or severed from, the five traditions, preventing the construction of proper theory and methodology. Second, the fact that the city is seen as an object and not as a subject of its own history, making all the theoretical and methodological advancement to focus primarily in explaining the phenomenon of urbanization, in other words, dismissing the urbanistic in favor of the microhistory. Third, that is built with three types of bias: hegemonic, as the production converges essentially towards those capital cities with more centrality; temporal, by focusing primarily on the Porfirian period and; univocal, considering the urban processes as homogenous for the rest of the century.
In this work, and from a historicist hermeneutics position, the intention is to describe and reflect on the definitions, methods, and diverse epistemic crossovers that these historiographical traditions have used to understand the history of the city from the 19th century. Specifically, it seeks to identify the possible scope and influence these approaches have had in the construction of the urban history of the pre-liberal Mexican cities.
Keywords: Urban historiography, Schools, Trends, Review.
Introducción.
La ciudad es un producto social y cultural en la que se reconoce la vida cotidiana de cualquier sociedad. El tiempo y el espacio son dimensiones que ayudan a percibir sus procesos. Comprender la ciudad implica reconocer estas dos variables; por lo que, si entender la ciudad actual resulta complejo, comprender y dilucidar fenómenos urbanos pasados, se complejiza aún más.
Hay dos maneras de aproximación para reconstruir un fenómeno urbano histórico. La primera, desde el presente, está dada en la reconstrucción de un tiempo urbano por las permanencias y persistencias del espacio. En esto los tipos ideales son herramientas útiles, desde la teoría del espacio urbano: hay diferentes estudios urbanos que no hacen referencia a la ciudad histórica, pero, al ser objetos de estudio que comparten elementos espaciales análogos, éstos pueden ser extrapolados a hechos urbanos pasados para su reinterpretación. Desde el espacio actual, entonces, puede advertirse el tiempo de la ciudad histórica. La segunda, desde el pasado, reconstruye los hechos urbanos a través del tiempo haciendo uso de la hermenéutica de diversos documentos que avalan la transcendencia de su realidad histórica, desde la historia urbana. En su abordaje, debe reconocerse que las dimensiones temporales y espaciales forman una relación dialéctica de múltiples combinaciones e interpretaciones. Así que la reconstrucción de la ciudad histórica se plasmaría a partir de una serie de acontecimientos yuxtapuestos sólo percibidos a través del tiempo. La ciudad histórica y su espacio, en consecuencia, sería una recreación a partir de la historia urbana que, como disciplina, daría coherencia temporal a estas diferentes relaciones que construyen tal espacio, o sea, que pondría en prioridad al tiempo para reconstruir la conformación del espacio urbano de la ciudad histórica.
Lo que se trata de advertir aquí, en el ejercicio de producir la historia urbana, es el proceso que ha tenido la historiografía de las ciudades preliberales mexicanas a partir de estas maneras de aproximación al fenómeno urbano histórico. En este sentido, lo que se discutirá es el comportamiento que ha tenido la historiografía urbana en México, su relación con las diversas tradiciones derivadas de las escuelas occidentales, y los diversos cruces epistémicos de acuerdo a las disciplinas que han intervenido en su construcción.
Dividido en cuatro partes, previamente se presenta un esbozo de lo que pretende explicar la historia urbana como sub-disciplina de la Historia, sobre todo las formas de interpretación que utiliza para reconstruir los hechos urbanos. Posteriormente, se presentan aquellos autores que han rehecho la historia de las ciudades decimonónicas occidentales y que, de acuerdo a su postura epistémica y a su escuela de pensamiento, han influido en la historiografía nacional. En la tercera parte, intentando obtener una mayor legibilidad sobre los puntos de encuentro y las influencias epistémicas de estos trabajos, se tratará de presentar la genealogía de la historia urbana de la ciudad preliberal mexicana. Finalmente se incluyen reflexiones en la búsqueda de delinear una mayor aproximación en el estudio de la historia de la ciudad mexicana de la primera mitad del siglo XIX.
La búsqueda de una idea de historia urbana.
Aquí partimos de una idea polisémica de la historia: la historia como relato y la Historia como disciplina. Esta última pretende, de manera asincrónica comprender hechos documentados de forma sincrónica manteniendo una diacronía espacio-temporal.
De manera general la historia de las ciudades se ha encaminado por dos vías. La primera, desde la narrativa urbana, producida por el imaginario de aquellos que documentan las vivencias de su realidad como parte de una compleja elaboración de significados que se socializan dentro de la ciudad. La otra, desde la historia urbana, alimentada por diferentes disciplinas científicas, en un marco integrador de análisis sobre eventos trascendentales ya documentados, los cuales permiten una aproximación a un suceso dado en varias líneas del tiempo. La primera concepción tiene una capa de interpretación de la realidad, en tanto la segunda, dos; pero ambas, buscan develar la forma en cómo fueron erigidas las ciudades, física e imaginariamente, encontrando siempre cruces entre ellas que robustecen la Historia.
Reconstruir la conformación del espacio urbano ha sido uno de los objetivos de esta última concepción. Diferentes escuelas de pensamiento, autores, posturas epistémicas y corrientes teóricas han tratado de definir dicha espacialidad a través de un flujo de acontecimientos históricos. A partir de las generalidades de la Historia, se ha interpretado la ciudad desde varias capas hermenéuticas que dependen de la historicidad e historización de sus fuentes documentales originales. De estas pautas de aproximación surge la historiografía, la cual se define como una serie de teorías de presunta objetividad para interpretar y comprender una realidad histórica. La historia urbana, asumiendo que contiene una ideología desprendida de una postura epistémica, está segmentada por un sinfín de enfoques metodológicos, especialización de temáticas, temporalidades y espacialidades desde donde se estudia la ciudad como producto histórico. Por ello el conocimiento unívoco y el abordaje holístico de una realidad histórica, en este caso de la ciudad, por definición, se imposibilita. Lo que hay son aproximaciones para su reconstrucción desde tales posiciones historiográficas. Veamos.
Para Almandoz (2003) la historia urbana se centra en el proceso de urbanización, y por extensión, en la urbanística. Flores (2015) menciona que esta última es entendida como el diseño, la administración, la ideología y la planificación de la ciudad, en especial del urbanismo técnico que surgió a raíz de los problemas de la ciudad industrial del siglo XIX. Álvarez (1996) distingue dos interpretaciones de la historia urbana: la que atiende los sucesos que acontecen en la ciudad y la que ve en ésta una variable independiente que se (re)produce como un hecho social diferenciado. Zoido (2000) define a la historia urbana como una especialidad histórica que ha abandonado la historia tradicional de las ciudades –la crónica local– elevada como una asignatura que se complementa con diferentes estudios de diferentes disciplinas. De Terán (1996) manifiesta que existe una heterogeneidad y una fragmentariedad implícita en la historia urbana, por lo que no se vislumbra una interpretación integrada de todos los aspectos que se hallan dentro de lo urbano a través del tiempo, más bien la visión retrospectiva de los asentamientos, por definición, es plural.
La historia urbana y la diversidad de los relatos de la ciudad que se construyen socialmente parten de la comprensión de una realidad histórica. Esto es lo que denomina Croce (1965) como historicismo, un marco delimitado de un tiempo-espacio según sea el establecimiento de su referencia. Si las ciudades son asentamientos inacabados, dispuestos sobre áreas específicas del territorio en el que permanecen y persisten diferentes grupos culturales que las habitan de forma conjunta con un mínimo de acuerdos necesarios para su convivencia; entonces, la historia de esas ciudades es la suma de las diversas historias urbanas en el tiempo, reelaboradas inacabadamente en cada uno de sus periodos.
Visto así, las ciudades son entidades complejas que, para facilitar su conocimiento, se abstraen de su realidad desde múltiples visiones, pero sobre todo, se han explicado desde temporalidades que intentan describirla como un constructo tan fortuito como la sociedad que las produce. Este compendio de perspectivas se identifica como historia del urbanismo, y busca estudiar la historia de las ciudades, es decir, su urbanización y su urbanística. Así pues, la historia del urbanismo estudia los sucesos urbanos desde las distintas relaciones y por la distinción de los acontecimientos sucedidos en lo urbano, explicando de manera aproximada, pero siempre fundamentada, la reflexión entre sus interacciones. Esta historia, al margen de su postura epistémica, se ha dado por un continuo encadenamiento dialógico entre dos grandes ramas disciplinares: desde las ciencias sociales, como economía, la política, la demografía, la sociología, la antropología, la etnografía y la geografía; hasta las humanidades, como el arte y la arquitectura. La primera intenta mostrar la ciudad como el reflejo espacial de la sociedad mediado por la correspondencia entre estructuras, urbana y social; y la segunda sugiere que la forma de la ciudad es un producto autónomo, enmarcado entre contenedor y contenido, explicada sólo bajo la evolución de sus hechos urbanos.
Por otro lado, la manera tradicional de explicar científicamente las transformaciones urbanas tuvo una revitalización cuando se incluyó la visión historicista de la arquitectura. Siempre ajena de las pretensiones nomotéticas del desarrollo urbano, aquí se aprecian las cualidades del proceso contingente y latente del arte (de Terán, 1996). Este análisis ideográfico de lo aleatorio en la historia urbana, trajo consigo una nueva tendencia de estudios sobre la ciudad desde los cuales se pretende tener una aproximación espacial de la historia de la urbanística. Así, recientemente, la historia del urbanismo y la historia de la arquitectura, como una díada indisoluble, han redefinido la historiografía de las ciudades. Buenas noticias para lo multidisciplinar, no así para lo interdisciplinario.
Los inicios de una historiografía de las ciudades decimonónicas
Las primeras obras de historia urbana, centradas en la explicación de la urbanización de la Revolución Industrial, estuvieron bajo el amparo de las nacientes ciencias sociales del periodo decimonónico. Con la premisa de explicar estos fenómenos urbanos, la Escuela Francesa de historia urbana –desde el positivismo–, y la Alemana –desde el materialismo histórico– con una visión sociológica compartieron, en un primer momento, un método de interpretación darwinista de la forma urbana que duraría hasta principios del siglo XX.
Contenida en la tradición de la Escuela Francesa (Almandoz, 2003), una de las primeras interpretaciones de esta historiografía urbana corresponde a Fustel De Coulanges. Por otra parte, para Marx y Engels, de la Escuela Alemana, las ciudades están marcadas por un antagonismo propio del capitalismo: el conflicto entre el campo y la ciudad, división social del trabajo, propiedad privada y la organización social como determinantes de la ciudad industrial (Bettin, 1982).
Entrado el siglo XX, aparece la tipología weberiana de ciudades, en donde las urbes encierran elementos ligados a formas de dominación política y social. El uso del tipo ideal histórico para hacer analogías entre ciudades orientales, occidentales, clásicas, medievales, aristocráticas y plebeyas permitiría reconstruir la historia de la urbanización europea, en específico para la ciudad industrial (Weber, 1964). Geddes (1960) por otra parte, tratará de ligar la economía con la morfología de la ciudad a través de la geografía. Es así que la Escuela Anglosajona tratará de comprender la historia de la ciudad de forma evolucionista, desde sus orígenes hasta la actualidad, a partir de reconstrucciones cartográficas, concibiendo el crecimiento de los asentamientos sobre un territorio común.
En la posguerra, la Escuela Anglosajona y Norteamericana entran a escena ganando influencia. El funcionalismo de Mumford (1979) frente a la perspectiva empírico analítica de la historia urbana, busca destacar a la ciudad como fruto de una civilización. A través de la historia de la urbanización, el autor hace un recorrido sobre las funciones urbanas visibilizando la acumulación de interacciones económicas, políticas, sociales y culturales que definen sus innovaciones: la ciudad es el lugar donde la tecnología ha sido capaz de transformar sus formas. De la misma forma el autor advierte que la principal función urbana es la de convertir a las instituciones en portadoras del dominio humano, por lo que la energía de la vida cotidiana es parte de una cultura, la materialidad física es parte de una red simbólica, y la reproducción biológica es parte de la cohesión social de sus habitantes. Paralelamente, con ese mismo enfoque, desde una perspectiva más segmentada que la anterior, Morris (1984) define que la presencia de patrones formales urbanos es resultado del conocimiento social en el transcurso de su planeación, desde que es una utopía hasta que se hacen realidad.
Desde la tradición francesa de los Annales, Choay (1983) determinará que el urbanismo es una disciplina técnica de planificación de ciudades con raíces preindustriales. Esta obra se define como parte de la historia del urbanismo, aunque en realidad se enmarca más sobre la historia de la urbanística. Este texto, no obstante, perfeccionaría la historiografía urbana del siglo XIX de la Nueva Escuela Francesa. Mejía (1999) intenta resumir las escuelas de pensamiento de la historia urbana. Indica que esta Nueva Escuela Francesa viene del marxismo estructuralista fundado en los análisis de larga duración braudelianos. Contra lo que se cree, esta corriente trataría de interpretar una yuxtaposición de sociedad y formas desde un pasado distante. El autor también precisa que la concepción de la Escuela Norteamericana, un apéndice de la inglesa, es analizar los procesos de urbanización para entender la evolución urbana a través de su materialidad.
A la par de estas escuelas, a mediados del siglo XX se gesta la Escuela Italiana de la historia del urbanismo y de la arquitectura. Más allá de la explicación del fenómeno de urbanización y de la urbanística, la tradición italiana agregó la arquitectura como factor de autonomía de los procesos formales del espacio a partir del reconocimiento simbólico de elementos físicos a largo plazo. Esto es, la materialidad de la arquitectura como parte de la historia de las ciudades. En esa perspectiva está el compendio de Benévolo (2010) en el que se explica la historiografía de la arquitectura europea del modernismo, ubicando el origen de ésta a partir de la ciudad industrial. Así, el autor entiende que la base de esta contribución parte de una lógica de la planificación: transita desde la historia de la urbanística hacia la historia de la arquitectura. Su obra impactaría en otras obras con similares categorías de análisis como la de los ingleses Curtis (2006) Roth (2007).
En ese mismo tenor, Sica (1981) intenta reconstruir la historia de la urbanística del siglo XIX, enfocada al occidente europeo y norteamericano. Su texto, imbuido en la Escuela Italiana, busca identificar los elementos de la transformación del espacio urbano. Para ello acude a los estudios de larga duración braudelianos, periodizando lapsos más cortos a fin de develar vínculos históricos y cambios estructurales entre los diversos acontecimientos económicos, políticos, sociales y culturales. Así, trata de explicar la relación entre urbanística y urbanización en la organización territorial de estas ciudades. En la misma tradición, Chueca (1998) establece una serie de tipos fundamentales weberianos a partir de una concepción de causalidad de acontecimientos. Su tipología de ciudades se basa en las necesidades de comunidad, sobre circunstancias espirituales de todo orden y por condiciones nacidas del entorno físico, entendidas como una concepción unitaria. Con la caracterización de la ciudad pública romana, la ciudad doméstica escandinava y la ciudad privada musulmana, intenta explicar el fenómeno urbano a una escala mucho mayor a la tradicional del urbanismo como disciplina totalizadora.
La verdadera novedad de la historia urbana es, sin embargo, la escuela Italiana del Urbanismo y de la Arquitectura ya que, aunque con influencia weberiana, tratará de descubrir el cómo se han conformado las ciudades a través del tiempo. Para ello, busca respuestas a través de principios que, organizados, develen un orden sólo definido por la ideología incluida en dicha cultura. Los hechos urbanos se manifiestan tanto en la ciudad como en su arquitectura; siendo por ello la historia urbana como una simbiosis entre urbanización, urbanística y arquitectura.
En busca de una historia urbana decimonónica en México
La historiografía en las ciudades latinoamericanas se ha visto influenciada por las tradiciones occidentales. Esta historia se ha determinado bajo tres características: en muchos casos, sobre la basa de la ciudad industrial europea, en otros, se priman aquellas ciudades hegemónicas de origen virreinal y, la última, fuente de sus mayores críticas, en la que su construcción es dependiente y colonizada (Waisman, 1993).
En busca de una historia urbana latinoamericana, con periodizaciones, morfologías y tipologías propias, surgen las primeras propuestas. Bajo la tradición italiana, con una dirección más hacia la urbanización, Hardoy (1973) y Segre (1983) inician una búsqueda diferente a la historia urbana que se había ideado desde el otro lado del atlántico. Gutiérrez (2005) y Arango (2012) les seguirían después, pero ahondando más en la urbanística. Esta historiografía surgiría con una conciencia crítica sobre la necesidad de una individualidad de los hechos urbanos, aunque influenciada por metodologías occidentales. De modo semejante surgiría la historia urbana mexicana.
Uno de los trabajos que aborda esta problemática es el estudio hecho por Garza (1996) En su análisis, advierte que la mayoría de las investigaciones tuvieron un sesgo hacía la ciudad de México, enfocados sobre el periodo virreinal y decimonónico, para posteriormente diversificarse a las ciudades capitales más importantes: Guadalajara, Puebla, Monterrey y Toluca. De forma paralela, se incluyen los trabajos de historia regional focalizados al inicio en la zona Central y de El Bajío. El autor asevera que el trabajo compilatorio de Moreno (1978) a partir del Seminario de Historia Urbana del INAH, significaría el parteaguas en la historiografía de las ciudades mexicanas. Ahí se muestra la dimensión histórica de la urbanización de la ciudad de México en varios siglos. Los trabajos incluidos fueron realizados por diversos historiadores del urbanismo y de la arquitectura. A partir de este texto repuntarán los estudios de historia urbana en el país.
Hacia la década del noventa se recrea esta experiencia. Aparece, guiada a la primera mitad del siglo XIX, una compilación hecha por Hernández (1994) Dividida en dos tomos, reúne de igual manera a diversos historiadores, que frente a la anterior recopilación, ésta alcanza una mayor profundidad y diversidad de temáticas urbanas[5] . Otro trabajo semejante fue el extraído de las memorias del II Congreso de Historia Urbana organizado por la RNIU (VV.AA., 1999) Con temáticas específicas, las líneas históricas convergentes tuvieron un alcance local y regional urbano para los siglos XVIII y XIX. El compilatorio, donde se pueden apreciar trabajos de múltiples historiadores, se convertiría en un buen referente por poner de relieve, por primera vez, a la región como parte de los estudios de historia urbana. En el mismo tenor, coordinado por Morales y Más (2000) aparece una nueva compilación en base a los trabajos presentados del II Simposio Internacional de Historia del Centro Histórico de la Ciudad de México. Aunque pareciera estar centrada sobre esta ciudad, se trató de un esfuerzo comparativo entre ciudades mexicanas y españolas de los siglos XVIII y XIX. Después de ello vendrían otras compilaciones que pretendían recuperar una asignatura pendiente en la historia urbana entre México, España y Brasil.[6]
A partir de ello, se han multiplicado los esfuerzos en el país por varias instituciones académicas. Desde finales del siglo XX hasta ahora, se han hecho estudios sobre los siglos XVIII y XIX por lo menos para una decena de ciudades más allá de México, Puebla, Guadalajara y Monterrey, tratando de zanjar el centralismo imperante. De la misma manera se ha tratado una amplia gama de temas económicos sociales, culturales y políticos.
Frente a ello, marcando diferencia, en la Facultad de Arquitectura de la UNAM, se han editado una serie de textos que concentran investigaciones útiles en el entendimiento de las ciudades decimonónicas mexicanas (Chanfón y Vargas 1998) Desde las humanidades, se intenta romper la clásica descripción del urbanismo y la arquitectura de estas ciudades, una historia de la urbanización y la urbanística basada en el historicismo italiano[7]. Esta serie de textos, a manera de enciclopedia periodizada de historia urbana, ha influido la forma de ver la conformación del espacio urbano mexicano al intentar, por primera vez, unificar las dos visiones –la de las ciencias sociales y las humanidades– con el simple objetivo de tener una visión de conjunto del fenómeno urbano histórico. Es así que las escuelas de arquitectura en las diferentes universidades del país, con programas afines a la historia urbana, han tratado de reconstruir, con innumerables estudios, las distintas urbes mexicanas por medio del análisis morfológicos y tipológicos de los elementos que las componen.
Reflexiones finales: desafíos y encuentros de la historiografía urbana en México
Tratando de resumir en el Gráfico1, la historiografía de la ciudad preliberal en México se nutre de la Escuela Francesa de los Annales y la Escuela Italiana del Historicismo. En un primer ámbito de estudio se advierten todos aquellos estudios urbanos situados en las ciencias sociales, que en su gran mayoría, se basan en el análisis braudeliano estructuralista orientado hacia las relaciones entre los diferentes actores que inciden en la urbanización del espacio urbano. En un segundo ámbito, desde las humanidades y las ciencias sociales, están aquellos que buscan comprender la materialización de los hechos urbanos por el despliegue espacial y temporal del urbanismo, pero específicamente sobre la concepción arquitectónica de las ciudades. Por último, y de manera aislada, aparece una tendencia por explicar el fenómeno de urbanización decimonónico desde el positivismo, con la intersección de la estadística demográfica y la geografía urbana.
Además de contener vacíos espaciales y temporales en sus estudios, aunque con grandes logros, la historia urbana mexicana se encuentra lejana de un diálogo interdisciplinar y de un posicionamiento epistémico-metodológico de manufactura local. Miranda (2012) reprende que esta historia no ha dejado de analizar a la ciudad como el escenario donde se consuman ciertos fenómenos, excepto la conformación de su espacio urbano. Alejada de ser la “protagonista de su propia historia” dice al autor que dichos estudios han ayudado a que la ciudad mexicana sea dirigida a temas específicos y de corto alcance.
Intentando paliar la crítica, Barros (2008) reconoce la complejidad del fenómeno urbano histórico y sus múltiples dimensiones, por lo que sólo desde la visión de diversas disciplinas es que se puede intervenir. El autor precisa que las ciencias sociales, y a ello le agregaremos las humanidades, han tejido un universo de factores que permiten caracterizar a la ciudad histórica: espaciales, sociales, culturales, funcionales, formales, políticos y simbólicos. Además, aboga porque la única forma de tener este acercamiento del fenómeno, es fragmentándolo en entidades maleables de investigar y después uniéndolo.
En ese mismo sentido, Álvarez (1996) efine que para encontrar las diferentes etapas de los componentes espaciales se debe recurrir a los mecanismos que intervinieron en su construcción, lo que incluye el tipo de sociedad que lo ha producido. Para ello, sugiere el concepto de desagregación espacial, un proceso vinculado a la (re)creación de las condiciones y necesidades sociales de las ideologías dominantes que la posibilitaron. Volviendo a Miranda (2012) señala que para dividir la complejidad en partes, se tienen tres alternativas. El secular, interesado en explicar en la larga duración braudeliana, cómo es que han evolucionado los asentamientos humanos de pueblo a ciudad; el temático, en el que existe un desglose de los hechos urbanos con la finalidad de comprender, de mejor manera, ciertos procesos urbanos en el tiempo; y por último, el contextual, el más fraccionado y, en consecuencia, el más preciso de todos, en el que existe la determinación de un tiempo- espacio tratando de agotar un acontecimiento particular.
Aunque las propuestas anteriores apuntan a una gran labor de síntesis, no todas definen directamente el cómo se ha producido el espacio urbano. Se debe recordar que proponen objetos o fenómenos fragmentados y contenidos en este gran objeto que es la ciudad, y que si bien, y de acuerdo a la teoría de la complejidad, la parte del todo no la hace menos compleja, tampoco demuestra que no sea útil en su reconstrucción. La producción del espacio urbano es contingente y latente; todo y nada puede incidir en su disposición, organización y composición debido a las interacciones causales y circunstanciales constantes de la sociedad que los habita. La aleatoriedad de la ciudad obliga a considerar la propuesta; pero, y sólo para reducir esta incertidumbre muy posmoderna, ¿hay algo más?
La producción historiográfica trata de integrar la mayor cantidad de fuentes de información y evidencias fácticas disponibles. A la discusión, entonces, además de las herramientas de la historia urbana, deben integrarse las de la narrativa urbana ya que aglutina diversas fuentes de información tanto textual como imagética y arqueológica. Sin embargo, y más allá de la información disponible, la forma de abordar dicho conocimiento puede ser una de las claves para obtener un mayor número de relaciones causales en esta historia urbana. Se sugiere, por ello, nuevas lecturas, como propone Mendiola (2005) definidas por los giros del método histórico, en que se incluye el cultural, el lingüístico y el historiográfico. Ello, además de permitir construir puentes entre campos disciplinares, fomentaría métodos y, eventualmente, posiciones de pensamiento local o, al menos, de naturaleza personal.
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Notas
Notas de autor