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Recepción: 28 Abril 2021
Aprobación: 30 Junio 2021
Resumen: Desde la nueva historia política, este artículo analiza la recepción realizada por Salvador Allende respecto del proceso revolucionario cubano entre 1953 y 1964. Sostenemos que, hasta el triunfo de la revolución cubana este proceso no ocupó un lugar relevante en las referencias políticas continentales del dirigente socialista. Lo anterior, cambió rápidamente a partir del triunfo revolucionario, llevando adelante un intenso proceso de reafirmación y profundización de sus principales definiciones en torno al carácter de la revolución chilena. De esta forma, a través del análisis de sus discursos parlamentarios, documentación partidaria, revistas y memorias militantes, es posible señalar que, la Revolución Cubana se convirtió en una importante experiencia e insumo para Salvador Allende durante el proceso de formulación de su proyecto estratégico. Por un lado, para ratificar su apuesta en torno a la vía pacífica y por otro, para desarrollar elementos centrales de su propuesta programática de carácter nacional-popular con miras al socialismo.
Palabras clave: recepción, socialismo, Allende, Revolución Cubana, vía chilena al socialismo.
Abstract: From new political history, this paper analyzes Salvador Allende's reception of the Cuban revolutionary process between 1953 and 1964. About this, until the triumph of the Cuban revolution this process did not occupy a relevant place in the continental political references of the socialist leader. The foregoing changed rapidly after the revolutionary triumph, carrying out an intense process of reaffirmation and deepening of his main definitions regarding the character of the Chilean revolution. In this way, through the analysis of his parliamentary speeches, party documentation, magazines and militant memoirs, it is possible to point out that the Cuban Revolution became an important experience and input for Salvador Allende during the process of formulating his strategic project. On the one hand, to ratify its commitment to the peaceful path and on the other, to develop central elements of its national-popular programmatic proposal with a view to socialism.
Keywords: reception, socialism, Allende, Cuban Revolution, Chilean road to socialism.
Introducción[1]
La larga trayectoria política de Salvador Allende, figura fundamental en la historia del socialismo y la izquierda chilena, ha sido objeto de diversos estudios e interpretaciones (Arrate, 2008; Amorós, 2008, 2013; Grez, 2004; Quiroga, 2016; Puccio, 1985). Su dilatada militancia socialista y la diversidad de sus redes políticas nacionales e internacionales, lo convirtieron en uno de los protagonistas de la denominada “vía chilena al socialismo”. Por su parte, este proyecto político, que toma fuerza hacía fines de la década de 1950 y comienzo de los sesenta, ha sido caracterizado por algunos cientistas sociales como una formulación auténticamente chilena y excepcional a nivel mundial (Casals, 2010: 279-282; Moulian, 2006: 237-252; Arrate, 1985: 150). De esta forma, este “particularismo chileno”, tan ampliamente difundido por la historiografía tradicional, también tiene su correlato en los estudios dedicados a la trayectoria de la izquierda chilena, la cual inscribe o explica la construcción proyectual y programática de la izquierda chilena, denominada vía chilena al socialismo, como resultado exclusivo de las dinámicas políticas y las estructuras internas del país (Pérez, 2019: 25).
A objeto de complementar estas miradas, estimamos necesario indagar en las recepciones políticas que realiza la izquierda chilena respecto de procesos políticos latinoamericanos experimentados en paralelo a la formulación de su proyecto estratégico. Nos interesa evaluar en qué medida estos procesos latinoamericanos nutrieron o tensionaron la trayectoria de la “vía chilena al socialismo”. En términos específicos, teniendo en cuenta el papel central que juega Salvador Allende en dicha apuesta, examinaremos la recepción realizada por éste respecto de uno de los procesos políticos más importante del siglo XX en nuestro continente, como lo fue la revolución cubana (Hobsbawn, 2018).
En cuanto a la trayectoria del socialismo chileno, en 1956 diversas facciones de este conglomerado conformaron junto al Partido Comunista de Chile, el Frente de Acción Popular (FRAP)[2]. Un año más tarde y después de pasar por múltiples quiebres y tensiones internas, el Partido Socialista de Chile (PSCh) y el Partido Socialista Popular (PSP) lograron unificarse en un solo partido en 1957 bajo la tesis política del “Frente de Trabajadores”. De esta manera, los socialistas chilenos se lanzaban a la tarea de construir un frente político con “comando y hegemonía” de la clase trabajadora, bajo el entendido que la burguesía nacional no poseía un carácter nacional ni progresista, lo que implicaba desde el punto de vista político, dejar al margen de la construcción programática y proyectual; a las diversas expresiones y partidos policlasistas con los cuales el socialismo chileno se había articulado tácticamente hasta 1953, y que incluso le permitió llegar al gobierno en varias oportunidades entre 1938 y 1953 (Jobet, 1971: 40).
Los resultados del proceso de unificación del socialismo chileno y la creación del FRAP se vieron reflejados en el crecimiento del apoyo popular durante la elección presidencial de septiembre de 1958. Donde Salvador Allende obtuvo 356.493 votos, representando el 28,85%, frente al candidato de derecha Jorge Alessandri, quien obtuvo 389.909 votos, un 31,56% del total, consagrándose como un líder de masas. La alta cantidad de votos obtenidos por el FRAP y el estrecho margen con el que se impuso Alessandri generó amplias esperanzas en la izquierda chilena respecto de la materialización de su apuesta programática (Moulian, 2006: 189; Quiroga, 2016: 183), definida para entonces, como popular y democrática y, no socialista (Fernández y Garrido, 2016: 87). Para algunos autores, el FRAP logró condensar dos aspectos centrales de las tácticas partidarias de socialistas y comunistas. Por un lado, primó una visión etapista de la construcción del socialismo, ligada fundamentalmente a las concepciones y apuestas del Partido Comunista de Chile. Por otro, estableció un marco de alianzas políticas estrecho, sin expresiones de la burguesía nacional, ni de sectores medios, tal como lo señalaba la tesis socialista del Frente de Trabajadores[3].
En cuanto a los estudios centrados en el marco de la formulación y despliegue del proyecto estratégico de la izquierda chilena y que hacen referencia igualmente a la Revolución Cubana, encontramos los trabajos de Luis Corvalán y Marcelo Casals. En el caso de Corvalán, éste pone énfasis en el papel jugado por el proceso cubano en la radicalización socialista y en particular, respecto al debate sobre las vías de acceso al poder (2001: 21). En la misma línea, Casals afirma que la Revolución Cubana, en un momento de creación estratégica de la izquierda chilena, propició el debate sobre las vías revolucionarias entre comunistas y socialistas, y en particular, sobre este último, el cual en medio del proceso de “leninización”, lo llevó a abandonar su paradigma populista (2010: 75).
Por otro lado, encontramos estudios centrados específicamente en el “impacto” que tuvo la Revolución Cubana en Chile. Según estos trabajos, además de incorporar a América Latina en la Guerra Fría, la revolución cubana tuvo un doble impacto en Chile. Por un lado, el proceso cubano se convirtió en un modelo a seguir por la izquierda chilena, por otro, indicó a los sectores reaccionarios la necesidad de cambios sociales y económicos para combatir los ánimos de transformación radical (Fermandois, 1978; Wolpin, 1972). En términos más específicos, Fermandois destaca el proceso de radicalización profundo del socialismo y del significado que tuvo para Salvador Allende, la cual habría establecido una ruta hacia la revolución radical de tipo marxista. En la misma línea, Wolpin destaca que el triunfo cubano significó para la izquierda chilena un paso más en su proceso de radicalización en torno a la adscripción de un modelo revolucionario (Wolpin, 1972: 491).
En cuanto a los trabajos específicos sobre el socialismo chileno, los hemos agrupados en dos grandes bloques. El primero, sostiene que la Revolución Cubana fue un factor clave en la radicalización del Partido Socialista de Chile (Ulianova, 2007: 235-284; Drake, 1992: 275-285, Corvalán, 2001: 21). El segundo, plantea que si bien, la experiencia y las dinámicas de Cuba tuvieron un importante eco en la política interna, no fue en sí mismo, el elemento definitorio o determinante dentro del proceso de radicalización del socialismo chileno, resaltando las dinámicas políticas nacionales y la propia experiencia del socialismo en ellas como elementos ordenadores de sus transformaciones internas (Fernández y Garrido, 2016: 71-101; Ortega, 2008: 153-165).
En cuanto a la figura de Salvadora Allende, encontramos múltiples memorias y biografías militantes[4], las cuales nos entregan una polifacética imagen de Allende, destacando su amplia trayectoria política como diputado, ministro, senador y presidente de la república. En estas obras se subraya la capacidad de Allende en cuanto a su liderazgo, la importancia en la construcción de la unidad política de la izquierda, el respeto a la institucionalidad y la relevancia que tuvo en la formulación y desarrollo de la vía chilena al socialismo.
Respecto a Salvador Allende y la revolución cubana, según Sánchez Ibarra (2004), el proceso revolucionario caribeño se convirtió en un modelo a seguir en cuanto a aspectos programáticos, como la reforma agraria y educativa. Del mismo modo, señala, que el “americanismo” de Allende coincidió con el carácter que asumió el proceso cubano en cuanto a definiciones políticas globales, por lo que Cuba se habría convertido en el punto de inicio de la Revolución Latinoamericana para el dirigente socialista.
De esta manera, las investigaciones específicas referidas al proceso de formulación del proyecto de la izquierda chilena durante la década de los sesenta, sostienen que el triunfo y trayectoria posterior de la revolución cubana, fue uno de los procesos políticos latinoamericanos más influyentes en cuanto a debates teóricos, políticos y tácticos dentro de la izquierda chilena durante este periodo de creación estratégica (Casals, 2010: 58), siendo el Partido Socialista el sector más influenciado por el proceso cubano. Sin embargo, se destaca la idea de efecto o impacto, términos que reducen el proceso activo y creativo del sujeto político receptor. Por otro lado, la mayoría de los estudios ha reducido la relación del socialismo chileno, la figura de Salvador Allende y la “cuestión cubana”, a la problemática de las formas de lucha, las vías de la revolución y acceso al poder, aislando así, los aspectos programáticos, tanto en la dinámica propia de la trayectoria cubana como en el proceso de construcción del proyecto político de la vía chilena al socialismo.
Desde el punto de vista metodológico, tomaremos la definición de recepción elaborada por Horacio Tarcus, concebida como un proceso de producción y difusión intelectual donde se distinguen productores, difusores, receptores y consumidores de ideas. Tarcus explica que “el momento de la recepción define la difusión de un cuerpo de ideas a un campo de producción diverso del original desde el punto de vista del sujeto receptor. Es un proceso activo por el cual determinados grupos sociales se sienten interpelados por una teoría producida en otro campo de producción, intentando adaptarla a (“recepcionarla” en) su propio campo” (Tarcus, 2007: 16). Por otro lado, el momento de la apropiación es definido como el “consumo” de un cuerpo de ideas por parte de un supuesto lector “final” al término de la cadena de la circulación. Asimismo, este lector se puede transformar en difusor o productor, considerando que en todo momento de esta cadena nos encontramos con un lector. Es decir, la recepción la entendemos como un proceso de apropiación crítica de acontecimientos y experiencias vivas, ideas y procesos políticos e imaginarios culturales. Por lo tanto, para poder comprender cómo Salvador Allende analiza y apropia aspectos de la Revolución Cubana, es necesario determinar cómo se produce la recepción de experiencias e ideas, cómo llega la experiencia histórica, quién o quiénes realizan el análisis y cómo se produce dicha resignificación. Por consiguiente, al actor político que aquí analizamos es un sujeto activo y creativo, que va observando y buscando afluentes teóricos y experiencias latinoamericanas que permitan el desarrollo de su propio proyecto.
Igualmente, es relevante la definición que realiza Eduardo Devés sobre el concepto de “circulación”. De acuerdo con el autor, el concepto de influencia establece pasividad por parte del receptor de una idea, concepto u proceso, por lo que la noción de circulación es más adecuada para analizar procesos de recepción y reelaboración (Devés, 2005). Bajo esta mirada, la circulación es un proceso que conlleva una experiencia activa por parte de los sujetos u organizaciones que recepcionan.
Para el examen del proceso de recepción y reconfiguración realizado por Salvador Allende, establecimos dos grandes dimensiones de análisis: carácter de la revolución y elementos programáticos. Para el caso de la primera, se relaciona con las tesis políticas derivadas de las definiciones sobre las condiciones económicas y políticas del período, lo que conlleva al establecimiento de la vía revolucionaria, el marco de alianzas y la estrategia de poder. En cuanto a la segunda, dice relación con las expresiones y elaboraciones concretas en función del diseño de un programa político en general, que permitan la transformación radical de la sociedad, guíen la táctica y los objetivos políticos en función de soluciones directas, prácticas y realizables.
En este marco, postulamos que la recepción de la Revolución Cubana fue un proceso diverso que permitió nutrir y reforzar aspectos globales y particulares de las concepciones políticas de Salvador Allende, como el carácter latinoamericanista y antimperialista del proyecto nacional, popular y democrático al cual aspiraba. Por un lado, el proceso revolucionario cubano y la confrontación con EE. UU, modificó en Allende la caracterización que tenía éste sobre el imperialismo norteamericano, reforzando así el carácter nacional y antiimperialista de la revolución chilena. Por otro, profundiza en la importancia política y programática de aspectos como la reforma agraria y la nacionalización de las riquezas básicas. En paralelo, robustece la idea de una tercera posición en oposición al bloque norteamericano y al modelo soviético, a objeto de constituir un bloque del Tercer Mundo, con Cuba a la cabeza. En definitiva, sostenemos que la recepción realizada por Salvador Allende de la revolución cubana se convirtió en un importante insumo político y programático durante el proceso de formulación y desarrollo de su proyecto estratégico, profundizando y reforzando aspectos claves de sus concepciones y definiciones iniciales respecto del carácter de la revolución chilena. Por tanto, más que tensionarlo o provocar rupturas en sus apuestas políticas, las lecturas realizadas por Salvador Allende sobre la revolución cubana le permitieron resignificar algunos aspectos centrales de su apuesta estratégica en torno a las posibilidades de transitar pacífica e institucionalmente al socialismo en Chile. Esta resignificación, a su vez, significó la agudización de las diferencias políticas con importantes sectores de su propio partido.
En cuanto a las fuentes que utilizamos para este trabajo, se centran en las intervenciones de Salvador Allende en el parlamento chileno entre 1953 a 1964, revistas teóricas, prensa partidaria y memorias militantes, así como biografías sobre el dirigente socialista.
En términos temporales, hemos establecido dos períodos de análisis para dar cuenta del proceso de recepción realizado por Allende. El primero, arranca en 1953 con el asalto al cuartel Moncada en Cuba y el retiro del Partido Socialista Popular del gobierno de Carlos Ibáñez del Campo en octubre de 1953, en lo que se establece como el fin del ciclo de alianzas y colaboración policlasista por parte del socialismo chileno (Jobet, 1971:14). El cierre de este primer período de análisis lo hemos establecido con el triunfo de la revolución cubana en enero de 1959. En términos generales, es posible sostener que, durante este ciclo histórico, existe una ausencia de análisis sobre la situación política de Cuba por parte de Allende. La preocupación del dirigente socialista está puesta principalmente en Perú y Venezuela, debido a su cercanía con las tendencias de carácter populista: el APRA y Acción Democrática, respectivamente.
El segundo período de análisis va desde el triunfo revolucionario en Cuba hasta la elección presidencial de 1964 en Chile, donde Allende vive su tercera derrota electoral. Durante este ciclo, Allende profundiza las definiciones antiimperialista y latinoamericanista de su proyecto, transitando de una caracterización ligada al populismo y al desarrollismo, hacia un horizonte proyectual decididamente socialista, pero de matriz heterogénea, en donde se combinan marxismo y populismo, acompañado, además, de una radicalización de los elementos programáticos y el afianzamiento de la vía institucional de acceso al poder. Es así, como la recepción y resignificación que hace Allende de la Revolución Cubana permitió la profundización de las definiciones en torno al carácter de la revolución, los elementos programáticos y la vía revolucionaria del camino al socialismo en Chile, además de contribuir a la formación y desarrollo de una solidaridad de carácter tercermundista.
Salvador Allende y la lucha revolucionaria en Cuba, 1953 - 1959
Durante la década de 1950 el socialismo chileno atravesó diversos conflictos internos heredados de la década pasada. Una de las coyunturas más relevantes fue en 1948 con la promulgación de la Ley de Defensa Permanente de la Democracia, la cual contó con el apoyo de importantes sectores socialistas. La “ley maldita”, como fue calificada, significó la ilegalidad del Partido Comunista de Chile y una fuerte represión hacia el movimiento obrero en general (Huneeus, 2009). Dicho proceso, provocó un nuevo quiebre en el socialismo chileno. Por un lado, quedó el Partido Socialista de Chile (PSCh), quienes apoyaron la “ley maldita”, y por otro, el Partido Socialista Popular (PSP), opositor a ella. No obstante, años más tarde, el PSP nuevamente entra en tensión debido al apoyo dado a Carlos Ibáñez del Campo en la elección presidencial de 1952. Producto de lo anterior, Allende se retira del PSP y se integra al PSCh, una vez expulsados de esta colectividad el sector anticomunista encabezado por Bernardo Ibáñez. Posteriormente, este partido acercó posiciones con el Partido Comunista de Chile (PCCh), configurándose así, la primera coalición formada únicamente por partidos de izquierda: el Frente del Pueblo. Dicha agrupación, presentó como abanderado presidencial a Salvador Allende para las elecciones de 1952, obteniendo un 5,45% del total de los votos. Según algunos autores, el porcentaje no fue menor, considerando que el PCCh estaba proscrito y el socialismo chileno se encontraba dividido en dos grandes bloques, en donde, además, el sector mayoritario formó parte del conglomerado que llevó adelante la campaña de Carlos Ibáñez del Campo, el cual resultó electo (Moulian, 2006: 156).
Salvador Allende, fue un fiel representante del socialismo chileno, en tanto posee una heterogénea matriz política, de un marxismo heterodoxo, rasgos populistas y un liderazgo importante dentro de su colectividad, el movimiento popular y la izquierda en general. La dinámica anterior, le permite, entre otros aspectos, presentarse en cuatro oportunidades como candidato presidencial. Su trabajo, se encuentra estrechamente vinculado al desarrollo de los programas del Frente del Pueblo y del Frente de Acción Popular, base del futuro programa de la Unidad Popular.
Paralelamente, en Cuba, el asalto al Cuartel Moncada en julio de 1953 da inicio al proceso revolucionario encaminado a terminar con la dictadura de Fulgencio Batista. Aunque derrotados, Fidel Castro y los demás participantes de la incursión, lograron una trascendencia extraordinaria para el movimiento de liberación nacional que se iniciaba (Rojas, 2015: 31), adquiriendo notoriedad nacional e internacional. Por su parte, Batista desata una fuerte represión sobre el movimiento articulado en torno a los asaltantes del cuartel y el grueso de la oposición en general, agudizando aún más el descontento de la población.
En cuanto a la recepción de este proceso inicial por parte de Salvador Allende, incluso, hasta el propio triunfo de la revolución cubana, es posible sostener que, para el dirigente socialista chileno, la dinámica del proceso revolucionario cubano no concitó mayor interés. De la búsqueda y análisis de fuentes que dan cuenta de sus referencias a procesos políticos latinoamericanos, no encontramos alusiones específicas a la situación política de Cuba, al menos, directamente relacionada con el movimiento revolucionario en desarrollo. Por tanto, para Allende, la situación política cubana forma parte tangencial o general a sus referencias continentales entre julio de 1953 y 1959. La gran mayoría de sus alusiones respecto de procesos políticos latinoamericanos, apuntan hacia dinámicas con características populistas y desarrollistas, matrices políticas compartidas, tanto por Allende, como por el socialismo chileno en su conjunto. En cuanto a las concepciones desarrollistas de Allende, al menos, hasta inicios de la década del 50, éstas se asociaban a la “política del Buen Vecino”. Lo anterior, tenía igualmente una traducción política y táctica, que derivaba de la concepción antiimperialista desarrollada y asumida por Allende hasta 1953.
Bajo este marco, podemos inscribir la intervención de Allende ante la visita del delegado presidencial norteamericano, Milton Eisenhower, en julio de 1953, donde resalta que tanto él, como la mayoría de los militantes socialistas habían tenido una actitud decidida de lucha contra muchas definiciones y apuestas de la política internacional del Departamento de Estado Norteamericano, pero que también deseaba dejar en claro, la necesidad de diferenciar su posición política respecto de otros sectores que se caracterizaban por sus ensordecedoras críticas hacia Estados Unidos (Diario del Senado, Sesión 11°, 14 de julio de 1953:476)
De lo anterior, se desprenden dos elementos fundamentales en la posición de Allende. En primer lugar, si bien se declara antiimperialista –el programa del Frente del Pueblo se define antiimperialista y antifeudal (Moulian, 1982: 12)-, es posible encontrar algunas singularidades en dicha concepción y carácter del mismo. Como pudimos observar, en ese momento persisten las simpatías por la política del Buen Vecino, ya que la injerencia norteamericana en la región no era vista por Allende como antagónica o desfavorable a los intereses del continente. En segundo lugar, si bien existían críticas a determinados ámbitos de la política internacional de EE.UU., también reconocía algunos beneficios de ella, principalmente en cuanto al rol que tenían estos en iniciativas destinadas a la industrialización de los países latinoamericanos (Sánchez Ibarra, 2003). Lo anterior, es posible verificar en algunas de sus intervenciones en el Senado chileno, en donde destaca: “la política internacional del Departamento de Estado, particularmente las inversiones de capital norteamericano, en el desarrollo económico y comercial de nuestro continente” (Diario del Senado, Sesión 11°, 14 de julio de 1953:477)
En la misma línea, podemos inscribir su preocupación por la reducción de los apoyos económicos norteamericanos a la región, en beneficio de otras áreas como Europa, Asia e India. A juicio de Allende, lo anterior implicaba el abandono de América Latina por parte de Estados Unidos. En palabras del dirigente socialista, estas políticas acentuaban la desigualdad en la que vivía la población en el continente, ya que sólo un 2,5% de la colaboración de EE.UU. a nivel mundial se concentraba en América Latina y una parte importante de ella, además, se realizaba a través de préstamos reembolsables (Diario del Senado, Sesión 11°, 14 de julio de 1953:481). Del mismo modo, la preocupación del dirigente socialista se situaba en el desvío de la colaboración económica de la potencia del norte hacia otros objetivos, particularmente, la destinada a las distintas Fuerzas Armadas del continente. Con ello, señala Allende, se perjudicaba claramente: “la ayuda para el desarrollo industrial de estos países” (Diario del Senado, Sesión 11°, 14 de julio de 1953:481).
Como vemos, durante este período, la cercanía hacia la política del Buen Vecino por parte de Allende, todavía es posible identificarla. Lo anterior, permite entender el carácter “moderado” de su antiimperialismo, ya que no manifiesta un completo rechazo a la presencia de capitales norteamericanos en América Latina, sino más bien, busca reorientar el destino de su inversión en la región.
En cuanto a las referencias políticas continentales de Allende, éstas aluden principalmente a actores de marcado carácter populista, como Acción Democrática de Venezuela y su líder Rómulo Betancourt, al que Allende define como una figura de proyección continental[5]. Para Allende, Betancourt, representa las características de un auténtico líder de las masas populares latinoamericanas: democrático, popular, respetuoso de la institucionalidad, al igual que otros líderes políticos como Haya de la Torre.
De esta manera, es posible sostener, que tanto el asalto al Cuartel Moncada como el ciclo represivo iniciado inmediatamente por Batista en Cuba, no fueron hechos o coyunturas políticas trascendentales para Allende en la dinámica del continente. La mayor parte de las intervenciones o discursos del dirigente socialista chileno durante ese año versaron sobre las dinámicas de conflicto en Europa, las problemáticas nacionales y los procesos políticos latinoamericanos ya descritos.
Es recién en el contexto de la situación política en Guatemala, donde Allende hace una referencia tangencial a Cuba. De igual modo, es importante señalar, que a partir de esta coyuntura es posible identificar un cambio en cuanto al significado que le da Salvador Allende a la inversión norteamericana en la región. Así, en una intervención parlamentaria del 2 de junio de 1954, denuncia la intervención de EE. UU en Guatemala a través de la United Fruit, compañía que tiene importantes inversiones en gran parte del continente, principalmente Centroamérica (Diario de sesiones del Senado, 1954: 166).
En cuanto a Cuba, las menciones se limitan a la similitud que tiene con otros países de Centroamérica, respecto del sometimiento a la hegemonía y explotación norteamericana[6], es decir, no entrega mayor información o precisión en cuanto a la situación política del país. En 1954, una de las preocupaciones políticas de Allende estaba puesta sobre Guatemala y la política norteamericana sobre este país. A partir de ese momento, con la derrota de Arbenz y la contrarrevolución de 1954, se hace manifiesta la ruptura de Allende con la herencia de la política de “Buena Vecindad”, concluyendo a partir de entonces, que es el propio Departamento de Estado norteamericano el que hace explicita su alianza con los capitales guatemaltecos, para agudizar la dominación imperialista sobre la región, visión compartida igualmente por el grueso del socialismo chileno en ese momento (Letelier y Pérez: 2020). De esta manera, la situación de Cuba aparece ligada a un contexto más amplio, relacionada con la presencia de la United Fruit y del imperialismo norteamericano y sus mecanismos de control político y económico para América Latina. En este escenario, Allende denuncia en el parlamento chileno la profundización del intervencionismo imperialista, ya no solo de explotación económica, sino que también de opresión política a través del establecimiento de bases militares y de gobiernos afines de carácter civil y militar (Diario del Senado, 1954: 168). Sin duda, la situación política de Guatemala marca un hito en la trayectoria de Allende en cuanto a su concepción antiimperialista, ya no sólo hablará de imperialismo financiero o de imperialismo extranjero, sino del imperialismo norteamericano ampliando y precisando así lo planteado hasta 1953[7].
Pero no solo la dinámica latinoamericana tuvo un rol importante en la reconfiguración política de Allende en cuanto a las definiciones relativas al carácter de la revolución que quería llevar adelante, la dinámica global lo fue todavía más durante la década de 1950. Así, sus referencias sobrepasaron los límites continentales, abarcando Medio Oriente y Europa del Este, en particular el conflicto del Canal de Suez y la invasión soviética a Checoslovaquia. En cuanto a estos últimos sucesos, sus intervenciones políticas también tensionaron las sensibilidades de proceso de unidad programática socialista-comunista[8]. De estos últimos procesos históricos, destacamos dos aspectos políticos en la trayectoria de Allende. Por una parte, el fortalecimiento del carácter nacional que debían tener los procesos revolucionarios. Por otro, el distanciamiento crítico del imperialismo y el colonialismo, en este último caso, aludiendo directamente a la política internacional de la Unión Soviética.
En cuanto al socialismo chileno, en diciembre de 1958 aparecen las primeras referencias específicas sobre la situación política cubana, dedicándole algunas páginas en el semanario oficial de la época[9]. En ese contexto, el 23 de diciembre del mismo año, algunos parlamentarios socialistas realizan una petición al gobierno chileno, entre ellos Allende, para que reconozca al gobierno provisional de Manuel Urrutia en Cuba[10]. No obstante, éste inicial interés por Cuba quedó postergado temporalmente por la toma del poder presidencial de Rómulo Betancourt en Venezuela, que en palabras de Allende “correspondía a un acto de trascendencia mundial”, debido al carácter democrático del proceso liderado por Betancourt. Es justamente en el contexto de la asistencia de Allende al cambio presidencial en Venezuela, donde se produce el primer encuentro del dirigente socialista chileno con el naciente proceso revolucionario cubano. El nuevo y abrupto interés por Cuba y su revolución, lo lleva a posponer su regreso a Chile y desviar la ruta hacia al epicentro de la triunfante revolución, la cual vivía sus primeros días de vida. En este escenario, conoce a Carlos Rafael Rodríguez[11], quien termina de convencerlo de alargar su estadía en Cuba y conocer de cerca la experiencia de la revolución (Debray, 1971). Allende, llegó a Cuba el 20 de enero y pudo presenciar inmediatamente una manifestación de apoyo hacia el proceso naciente. Posteriormente, fue contactado por la secretaria del “Che” Guevara para ser invitado a una reunión con el propio dirigente argentino en el Cuartel de la Cabaña. Según recuerda Allende, al momento de iniciar la conversación y decirle “comandante”, fue interrumpido inmediatamente por el “Che”, quién le señaló:
Mire, Allende, yo sé perfectamente bien quién es usted. Yo le oí en la campaña presidencial del 52’ dos discursos: uno muy bueno y uno muy malo. Así es que conversemos con confianza, porque yo tengo una opinión clara de quién es usted.
Dicho encuentro con Guevara en Cuba quedó grabado en la memoria de Salvador Allende, quién en conversación con Debray en 1971, señaló que en esa reunión pudo darse “cuenta de la calidad intelectual, el sentido humano, la visión continental que tenía el Che y la concepción realista de la lucha de los pueblos...” (Debray, 1971; 32)
Como vemos, a través del relato de Allende a partir de la experiencia vivida por éste en la Cuba revolucionaria, podemos establecer las características y dimensiones de sus primeros encuentros e impresiones de la revolución en curso, los cuales incluyen reuniones de alto nivel con los principales líderes del proceso. De esta forma, los viajes realizados por el dirigente socialista chileno a la isla se convierten en una de las principales vías de recepción del proceso revolucionario.
A partir de esta dinámica de recepción, Allende nos permite conocer su mirada del proceso y, sobre todo, su postura respecto del significado y las particularidades de la revolución cubana para América Latina. Según detalla en un informe que entrega en el senado chileno, señala que, en una reunión sostenida con los principales medios de comunicación de Cuba en esos momentos, además de responder la mayoría de las preguntas, señaló que el movimiento popular chileno también luchaba por un proceso de transformación profunda en la vida política, económica y social del país. Destacó, además, que Chile, al igual que el resto de los países subdesarrollados del continente, también entregaba sus materias primas a las potencias, por lo que se hacía necesaria una reforma al comercio exterior y una “nueva política agraria”. Por último, señaló que:
Preguntado acerca de si respecto de Chile tendría que seguirse el mismo camino de la insurrección, como sucedió en Cuba, dije que no. Interrogado respecto del Ejército de mi patria, dije con satisfacción que era profesional, que respetaba la expresión de la voluntad ciudadana, que había reconocido al señor Alessandri porque había triunfado en los comicios electorales y que actitud semejante habría adoptado si yo hubiese triunfado. (Diario del Senado, 1959: 56)
De lo anterior se desprenden al menos dos elementos que son fundamentales en la temprana recepción que realiza Allende del proceso cubano. Por un lado, en torno a la vía revolucionaria, de la cual toma distancia rápidamente, no quedando obnubilado por el modelo de conquista del poder que representa la revolución triunfante. Al contrario, refuerza y proyecta su perspectiva sobre las características y dinámicas del proceso político chileno, sosteniendo que la vía insurreccional y en particular las guerrillas, no eran un modelo posible en Chile para el entonces parlamentario[12]. El segundo aspecto a destacar se refiere a su visión sobre al carácter profesional y constitucionalista de las fuerzas armadas chilenas, a su juicio, respetuosas de la institucionalidad democrática. Este aspecto de caracterización de la sociedad chilena levantado por Allende, de supuesta neutralidad de las FF. AA y respeto a la voluntad popular, fue uno de los pilares en los cuales se construyó la denominada vía chilena al socialismo.
A pesar del temprano interés por la Revolución Cubana por parte de Allende, durante ese año, el dirigente socialista no animó mayormente en debates tomando como base o preocupación central el proceso revolucionario cubano, por el contrario, fueron otros senadores, radicales y socialistas quienes pusieron el tema en debate[13].
Por su parte, el Comité Central del PSCh, también observa este proceso revolucionario con interés, considerándolo como la experiencia de transformación más democrática y popular desarrollada en el continente en ese momento, en comparación a lo que sucedía en Venezuela, Colombia y Argentina. Como vemos, la trayectoria de la revolución cubana fue tomando peso en los debates políticos del socialismo chileno, convirtiéndose así, en una referencia permanente a la hora de pensar Latinoamérica y el proceso de cambio estructural. Lo anterior, nos indica también la existencia de distintos procesos de recepción y apropiación por parte de la militancia socialista, aportando con ello, al tensionamiento partidario interno y al distanciamiento de Allende en particular, con aquellos sectores dirigentes del Partido que, cuestionaban o ponían en duda la factibilidad la vía institucional para el acceso al poder.
De esta forma, podemos señalar que, hasta el triunfo de la Revolución Cubana, Allende no hace referencias específicas a la situación política de Cuba, tampoco al proceso de lucha desarrollado por el movimiento 26 de Julio, ni sobre Fidel Castro o sus principales dirigentes. Con excepción de los procesos guatemalteco, venezolano y peruano, liderados por Acción Democrática y el APRA respectivamente, no hay una preocupación mayor por los procesos políticos que ocurren en América Latina, así la mayoría de las referencias a procesos histórico-políticos sobrepasan los límites continentales. La dinámica anterior, le permitió profundizar en dos grandes aspectos de sus postulados políticos y su base programática proyectual. Por un lado, la concepción antiimperialista se vio nutrida y precisada a partir del papel jugado por la oligarquía guatemalteca y Estados Unidos en el derrocamiento de Jacobo Árbenz en Guatemala en 1954. En la misma línea, el triunfo de la Revolución Cubana terminó reforzando la idea del imperialismo norteamericano como enemigo de América Latina. Por otro lado, la experiencia yugoslava, alimentó y dio fundamentos para el carácter democrático del socialismo propiciado por Allende.
Segundo período: entre el despliegue de la revolución cubana y el fracaso electoral del FRAP (1959-1964)
En esta etapa, las cercanías y alusiones de Salvador Allende hacia Cuba adquieren mayor recurrencia e importancia política, recepcionando algunos aspectos centrales del proceso revolucionario, los cuales contribuyeron, por un lado, a la profundización de elementos programáticos que el dirigente socialista venía desarrollando a lo largo de toda su vida parlamentaria, y por otro, al distanciamiento político con importantes sectores de su partido, a propósito de las diversas recepciones y apropiaciones realizadas del proceso cubano. En específico, Allende resignifica el carácter nacional, antiimperialista y latinoamericanista del proyecto revolucionario cubano. Igualmente, profundiza y nutre de contenidos y experiencia histórica, aspectos programáticos centrales de su propuesta política como candidato presidencial de la izquierda chilena, como la reforma agraria y la nacionalización de los recursos básicos. Por otro lado, la experiencia cubana, le permite ratificar y desarrollar aspectos fundamentales de su visión en torno a la vía de acceso al poder, lo cual, a juicio de Allende, respondería a las características particulares del régimen político nacional y a las limitaciones puestas por el imperialismo norteamericanos a objeto de no permitir una nueva Cuba en el continente. Por último, fortalece la idea de la solidaridad continental y tercermundista, manteniendo una posición crítica a los bloques de la Guerra Fría.
A partir de la coyuntura abierta por el terremoto que afectó al sur de Chile el 22 de mayo de 1960, la relación de Allende con el proceso revolucionario cubano se intensificó notablemente. Al momento del terremoto, éste se encontraba en Cuba, lo cual le permitió solicitar inmediatamente la solidaridad del régimen cubano. Según relata el mismo Allende, al enterarse del terremoto que azotó al sur de Chile, decidió quedarse unos días más en la isla a objetivo de conversar con las autoridades cubanas. Al respecto, señala:
Podía hacerlo, pues por inquietud y vocación americanista he ido en tres oportunidades a Cuba para mirar de cerca y comprender lo que allá ocurre frente a la mentira diaria y despiadada con que se atenta contra la soberanía de esa isla y se ataca al Gobierno Revolucionario.
Precisa, además, que es en ese contexto donde pudo pedir ayuda a los dirigentes cubanos, conversando personalmente con: “Fidel y Raúl Castro, con Ernesto Guevara y el Ministro de Relaciones Exteriores interino, señor Regino Botti.” (Diario del Senado, 31 mayo 1960: 83)
Como señalamos, la solidaridad de Cuba profundiza aún más los lazos políticos de Allende con el gobierno cubano, quien otorgó medicamentos, ropas y otros aportes. De esta manera, se materializaba en la práctica una de las definiciones políticas claves del socialismo chileno: la solidaridad latinoamericanista.
Respecto de este último punto, si bien, desde sus orígenes el latinoamericanismo fue uno de los principios centrales dentro del socialismo chileno, en el caso de Allende, sus referencias continentales más bien se concentraron en algunos países, principalmente, Venezuela y Perú. Por otro lado, las conferencias y congresos latinoamericanos de los cuales el Partido Socialista era uno de los importantes patrocinadores, habían quedado eclipsados por otros procesos políticos globales desencadenados desde fines de la década de 1940[14]. La referencia política permanente a una experiencia viva, como lo era el proceso revolucionario cubano, revitalizó la idea de pensar el proyecto socialista continentalmente, ya que respondía a las particularidades y necesidades de América Latina en lo concreto, tanto política, económica como culturalmente. De esta forma, quedaba en un segundo plano el paradigma internacional del socialismo chileno levantado durante la década anterior, el cual se relacionaba en gran medida, con la experiencia del socialismo heterodoxo de Yugoslavia (Ulianova, 2007: 271).
En otro sentido, los nuevos e intensos vínculos desarrollados por el dirigente socialista con el proceso cubano, no implicaron perder o romper las antiguas redes políticas que éste había tejido en el continente, particularmente con Acción Democrática y el APRA, quienes, al igual que el gobierno cubano y a solicitud del parlamentario socialista, cooperaron con Chile luego del terremoto en el sur, motivados todavía por el encendido americanismo de Allende. No obstante, estas antiguas relaciones se fueron agrietando a partir de 1964 a raíz de las posiciones y solidaridad irrestricta del dirigente chileno respecto de Cuba, conflictuando primero con Acción Democrática[15] y luego con Haya de la Torre.[16]
Durante este período, es posible verificar transformaciones en torno a la matriz populista de Allende. Si bien no desaparece por completo, van tomando cada vez más relevancia los elementos y concepciones marxistas dentro de su programa político, tales como, el nexo entre democracia y socialismo a través de la profundización de la participación popular en los cambios estructurales, así como el relevamiento de la unidad obrera-campesina como fuerza motriz del proceso de transformación y tránsito al socialismo. De esta manera, las tensiones y distanciamientos con Haya de la Torre y Acción Democrática dan cuenta de la importancia que tuvo la Revolución Cubana en la resignificación política de algunas de sus concepciones por parte del dirigente socialista durante este segundo período de análisis, las cuales terminaron delimitando las relaciones internacionales de Allende. Dicho proceso, se verificó igualmente, a partir de las nuevas relaciones y acercamientos que comenzaron a establecer organizaciones como el APRA y Acción Democrática con Estados Unidos a través de la Alianza por el Progreso y otras instancias panamericanas[17].
En la misma línea, durante este periodo y particularmente a propósito de la situación de Cuba, Allende profundiza su crítica a la política intervencionista de Estados Unidos sobre Latinoamérica, denunciando las viejas y nuevas estrategias utilizadas para desestabilizar al régimen revolucionario cubano. En ese marco, inscribimos la denuncia de Allende, al comparar la situación de Cuba con Guatemala. Según el dirigente socialista:
La propaganda de ese entonces es la misma desatada hoy día, desde hace meses, en contra de Cuba. Ayer era Guatemala el polvorín comunista que ponía en peligro la hermandad americana. Hoy es Cuba. Ayer y hoy el Departamento de Estado norteamericano defiende, impúdicamente y por los peores métodos de presión económica y atropello, los intereses de sus connacionales, su influencia política. Ayer y hoy, muchos gobiernos de Latinoamérica, aceptan dócil y servilmente la voz de orden del poderoso país del norte. Como siempre, la raída bandera del anticomunismo se esgrime para atentar en contra de la soberanía de los pueblos: ayer contra Guatemala: hoy contra Cuba (Diario del Senado, 27 de julio de 1960: 1032; Witker, 1980:287).
La ofensiva norteamericana sobre Cuba, de acuerdo con las palabras de Allende, tiene elementos de continuidad respecto de los sucesos guatemaltecos, a la vez que se profundizan, tanto en la forma como en el fondo, mecanismos de agresión, como las campañas comunicacionales de desprestigio y coerción económica y política contra el régimen revolucionario, basadas principalmente, en el anticomunismo como un elemento central. Del mismo modo, refuerza la idea de unidad entre los intereses de los grandes capitales norteamericanos con el propio Departamento de Estado en función de atentar contra la autonomía del pueblo cubano. Esta posición política antiimperialista, era compartida igualmente por el resto del socialismo chileno y es posible identificarla a través de las diversas publicaciones partidarias e intervenciones de sus principales dirigentes. De esta manera, las muestras transversales de admiración por el triunfo y avance del proceso revolucionario cubano frente a la agresión del gigante norteamericano, se convierte en uno de los puntos de mayor síntesis u homogeneidad logrado por dicho partido en los inicios de la década de los sesenta (Revista Arauco, 1959; Periódico Izquierda, 1959, 1961).
En este contexto es posible inscribir la intervención de Allende en el parlamento chileno a propósito del 7mo aniversario del asalto al cuartel Moncada. De acuerdo con el discurso de Allende: “Cuba: un camino”, la revolución cubana es heredera de las luchas históricas de los pueblos de América Latina y a su vez es continuidad de las revoluciones llevadas adelante en el continente. Por tanto, es expresión genuina de las tradiciones, los actores y las dinámicas latinoamericanas. Cuba, se convierte así en una expresión viva de las necesidades de transformación estructural y de los cambios urgentes a realizar en el continente, compartiendo tanto el carácter del proceso revolucionario cubano como los elementos programáticos definidos por éste. Según establece Allende, se hacía necesario entonces, rendir:
Homenaje a las milicias inmoladas hace siete años en el asalto al cuartel Moncada...América Latina está viviendo uno de los minutos más trascendentales de su historia; que las revoluciones mejicana y boliviana señalaron ya una etapa y que la cubana marca con caracteres imborrables un proceso de superación, al dar sólidos pasos hacia la plena independencia económica y señalar, en su lucha el camino que han de seguir los pueblos latinoamericanos para afianzar y acelerar la evolución política, económica y social que los lleve a ser autentica y definitivamente libres (Diario del Senado, sesión del Senado, 27 de julio de 1960: 1057; Witker, 1980: 283).
En efecto, para Salvador Allende, la dinámica del proceso cubano adquiere una relevancia continental, ya que poseía antecedentes históricos compartidos por el resto de los pueblos del continente y a su vez, alcanzaba una fase superior de enfrentamiento con el imperialismo, no desarrollada por otros procesos revolucionarios en Latinoamérica. De esta manera, la formación económica social compartida por los países latinoamericanos subdesarrollados, dependiente y sometidos al imperialismo norteamericano, permiten, a juicio de Allende, que Cuba se alzase como un catalizador de la revolución latinoamericana (Archivo parlamentario Salvador Allende, 2014: 217: 314: 358).
Por otra parte, resulta interesante la reivindicación que hace de los acontecimientos relativos al Moncada, ya que, para 1953, cuando se materializó la acción, esta no fue mencionada por Allende, por lo que estimamos que se trata de una resignificación del pasado, es decir, la recepción no solo abarca la dinámica presente o contemporánea del proceso cubano, sino también, transforma la mirada del pasado, lo cual le otorga un examen de largo aliento a la Revolución Cubana.
En paralelo, Salvador Allende toma distancia crítica de algunos aspectos claves del proceso cubano, particularmente, la idea de toma violenta del poder como opción para Chile. Esta concepción, como vimos, es de continuidad en cuanto a apuestas políticas, siendo dos los argumentos principales de Allende para sustentar su posición: la política imperialista norteamericana hacia América Latina y la “tradición democrática” chilena. Sin embargo, resignifica y resalta las características comunes del proceso revolucionario en el continente, al definirla como antiimperialista y antifeudal. Al respecto, enfatiza:
La revolución latinoamericana, con características distintas en su táctica y estrategia – repito – en cada uno de nuestros pueblos, tendrá como fondo indiscutible una lucha emancipadora en lo económico, una frontal batalla contra el imperialismo y un combate decisivo contra el régimen feudal de explotación de la tierra y del trabajo del agro (Diario del Senado, sesión del Senado, 27 de julio de 1960: 1057)
El rechazo de Allende a la vía armada para Chile marca un hilo conductor con el período anterior, resaltando el carácter nacional de la revolución y por tanto la autonomía de cada país para decidir sobre la vía y las formas de la lucha revolucionaria, descartando por completo el establecimiento de un “modelo único”, lo que también se comprende por su mirada crítica respecto del “modelo soviético”. Es interesante este punto, ya que esta posición no implica un descuerdo con el proceso llevado adelante en Cuba. No obstante, esta postura, entra en conflicto con otras miradas dentro del socialismo chileno, específicamente con sectores que ven la Revolución Cubana como un modelo a seguir en cuanto a formas de conquista del poder, como los liderados por Raúl Ampuero, Chelén Rojas y Oscar Waiss, quienes además lanzan fuertes críticas al parlamentario socialista en relación con este punto: "Hablar de Cuba no es suficiente. Pronunciar discursos sobre Cuba no es suficiente. La revolución no se propagará a través de palabras y más palabras” (Cuadernos de Información Política, 1960: 3).
El tema de las formas de lucha fue un punto que tensionó cada vez más a Allende frente al resto de su partido durante la década de los sesenta. En este marco partidario y de conformación del proyecto estratégico de la vía chilena al socialismo, Allende refuerza constantemente su postura sobre la pertinencia para Chile del camino institucional, posición política que también lo acercaba a las concepciones y apuestas del PCCh. En este contexto, podemos inscribir una intervención de Allende en 1963, quien, a propósito de los comentarios realizados por otros parlamentarios a raíz de un nuevo aniversario del asalto al cuartel Moncada, señala:
...quiero dejar constancia de un hecho: si mañana, en el transcurso del tiempo, se dijera que los que estamos en estas bancas actuamos en la vida política de nuestro país queremos convertir a Chile en una nueva Cuba, contestaríamos: ¡no! No, señor presidente. Lo he dicho una y mil veces; si yo hubiera nacido en Cuba, habría luchado junto a Fidel Castro, con las armas si hubiera sido necesario, porque el ejército y la policía cubanos no pertenecían al país, sino que constituían a una guardia pretoriana al servicio de un vil dictador. El ejército chileno, en cambio, tiene una tradición; no ha servido nunca a un amo determinado: ha servido a la patria. Por eso, para nosotros, la revolución cubana tiene un contenido antiimperialista, antioligárquico. Representa por primera vez la derrota del imperialismo, y señala la insurgencia de un país pequeño frente a la insolencia económica y al atropello internacional. Pero allá esta Cuba, con su pasado y su presente, y aquí estaremos nosotros, haciendo la revolución chilena, que no significa paredón ni violencias, con nuestras características e idiosincrasia, de acuerdo con nuestra realidad y nuestra historia. Eso lo he dicho con una frase al alcance aún del hombre más modesto, el Honorable señor Ibáñez la entenderá también: la revolución cubana se ha hecho con sabor a ron y gusto a azúcar, la nuestra se hará con sabor a vino tinto y empanadas. (Diario del Senado, Sesión 27°, 7 de agosto de 1963: 1753)
Como vemos, Allende resignifica el rol de las fuerzas armadas para el caso chileno, reforzando la idea de neutralidad, patriotismo y respeto a la institucionalidad, cuestión fundamental para viabilizar el camino legal al socialismo. Por otro lado, el proceso revolucionario chileno debía responder al carácter nacional de la revolución y a las “particularidades del país”, de ahí que la revolución chilena debía tener “sabor a empanada y vino tinto”, pero con definiciones comunes: el carácter antiimperialista y antifeudal. En otro sentido, el triunfo y consolidación de la revolución cubana marcaba un hito en la historia del continente, al vencer por primera vez al imperialismo norteamericano en la región. Lo anterior, a juicio de Allende, llevaría a los norteamericanos a profundizar y perfeccionar su estrategia de control político y militar sobre el continente, siendo muestra de aquello, la Alianza para el Progreso, el Proyecto Camelot, el desarrollo de la estrategia de contrainsurgencia y la doctrina de seguridad nacional. Estas consideraciones y elementos de análisis son fundamentales en el discurso esgrimido por Salvador Allende a objeto de apuntalar y reafirmar la vía institucional como el camino hacia la revolución en Chile. Según la concepción y apuesta de Allende:
El pueblo conquistará el poder político por el cauce legal – jamás ocultaremos lo que somos; nunca hemos negado lo que queremos; sabemos adónde vamos y cuándo vamos a llegar. Hemos fijado una meta clara y precisa: conquistar el poder político para el pueblo. Y para esta lucha hemos buscado el cauce legal. Sabemos perfectamente que es más duro y difícil este camino, porque hasta ahora, en la historia, en la lucha de los pueblos, no ha alcanzado el poder político por el cauce legal un movimiento como el nuestro, no ha llegado un socialista a la primera magistratura de alguna nación con un programa definido y claro como el nuestro. Pero es que también hemos hecho algo distinto a los otros países, y la historia lo está demostrando (Diario del Senado, Sesión 52°, 6 de mayo de 1964: 4139)
Allende logra resignificar el proceso revolucionario cubano apropiándose de elementos fundamentales de éste, nutriendo con ello, las definiciones y el carácter del proyecto revolucionario chileno, situación que como señalamos, no le impide distanciarse del camino con el cual tomaron el poder los cubanos. Esta dinámica de discusión se extenderá, incluso, después de la derrota electoral de 1964 a manos del candidato presidencial Demócrata Cristiano, Eduardo Frei Montalva, lo cual acrecentó más aún la confrontación en las filas socialistas, particularmente, respecto de la posibilidad real de un triunfo electoral de Allende en una futura elección, ante el apoyo contundente por parte de la derecha chilena y el Departamento de Estado al partido Demócrata Cristiano. En este marco de discusión, a fines de 1964, Allende vuelve a defender su apuesta por el camino institucional haciendo referencias y teniendo como contraparte al proceso cubano:
Cuba, con su idiosincrasia; Cuba, con sus características, y nosotros con las nuestras, lo dije aquí y lo repito: si hubiera sido cubano, no habría demorado un minuto en estar junto a Fidel Castro, porque no cabía otro camino que la insurgencia armada frente a dictaduras brutales, que aplastaron toda la historia y la vida de un pueblo. Aquí, con nuestras características, con las fallas de la democracia burguesa, luchamos por los cauces legales. He dicho, con honradez, que Su Señoría debe respetar, que nuestro anhelo es transformar a Chile por los caminos legales, dictar la nueva Constitución dentro de la propia Constitución, hacer un aporte serio: el marxismo expresado en una nueva concepción táctica y estratégica frente a la realidad de nuestro país. (Diario del Senado, Sesión 6°, 15 de diciembre de 1964: 429)
Como vemos, al contrario de importantes sectores del socialismo chileno posterior a la derrota electoral del FRAP en 1964, Allende ratificaba nuevamente su apuesta institucional relevando las dinámicas políticas nacionales como soporte principal en el diseño de la estrategia revolucionaria, así como en la definición del carácter de la revolución. La insistencia en la posición política del candidato socialista era de vital importancia en ese momento. Por un lado, contaba con una significativa base social electoral articulada bajo su liderazgo y, por otro, reforzaba la alianza desarrollada con el Partido Comunista de Chile en torno a la vía pacífica hacia el socialismo. Sin embargo, como señalamos, también significaba un distanciamiento con las posiciones políticas del PSCh, limitando así, las posibilidades de influir en la definición de su línea estratégica y táctica. (Rubio, 2016: 99).
El debate en torno a la vía revolucionaria venía tomando fuerza antes de la elección presidencial de 1964 y muchas de las críticas en torno a la denominada vía institucional recaían en la principal figura de la izquierda en ese momento, Salvador Allende. La mayor parte de ellas provenía justamente de destacados personeros socialistas, quienes desechaban o tomaban enorme distancia respecto a la apuesta institucional para la toma del poder político. A juicio de estos sectores, tenían completa razón aquellos que:
Sostienen que no podemos establecer un estado socialista por la vía electoral. Ciertamente la democracia burguesa suscribe el derecho de sufragio como recurso para perpetuarse en el poder, no para ser sepultada por él (Revista Polémica, abril de 1963: 17)
Ahondando en las críticas a la perspectiva institucional y tomando como referencia la experiencia cubana, un sector del socialismo fijaba el problema en la dirigencia partidaria, haciéndola responsable de las deficientes concepciones políticas, prácticas militantes y apuestas tácticas del periodo. Para estos sectores del socialismo:
La lucha revolucionaria en la Sierra es de hecho una ardiente condena de la “vía pacífica” que en rigor no es sino la ideología de burócratas cobardes y engendros ajenos a la angustia de las masas, llenos de desprecio por la fuerza heroica que dan muestra guiadas por una autentica dirección revolucionaria. (Revista Polémica, abril de 1963: 31)
A pesar de la intensidad del debate y lo fuerte de las acusaciones (que son posibles de identificar en la diversidad de la prensa y la producción teórica partidaria de época), en la misma revista donde se plantea la posición contraria a la del parlamentario socialista, pero en columnas distintas, se declaraba el apoyo a la campaña presidencial de Salvador Allende. Como hemos señalado, la dinámica anterior, es posible explicarla a partir de la enorme heterogeneidad política e ideológica característica del socialismo chileno y que permitía la convivencia de distintas facciones y tendencias en su interior durante este período (Drake, 1992: 319, Rubio, 2016, 100).
En cuanto a los debates y definiciones respecto al carácter de la revolución, es posible sostener que este aspecto es uno de los más relevados por Allende desde los inicios del proceso cubano. El proyecto revolucionario de Cuba, Chile y el continente, sería común según el dirigente socialista: antiimperialista y antifeudal, debido a la matriz económica y política que comparten. En este sentido, el carácter común que establece Allende entre los procesos revolucionarios de Chile y Cuba es fundamental para entender la profundización programática y el relevamiento de actores que realiza posteriormente. En este marco y a partir de la experiencia cubana, es posible inscribir una intervención del parlamentario socialista al regreso de uno de sus múltiples viajes a Cuba, en donde narra que:
En una gran explanada, con sus machetes al cinto, y allá, destacándose a la distancia, la estatua de Martí parecía tomar vida, y, desde el silencio sonoro, volvía sus palabras a señalar el camino de sacrificio y la victoria. Cuando golpeaban los machetes – forma que tienen los campesinos de expresar adhesión a las palabras de Fidel Castro-, yo sentía el anuncio de lo que esos sonidos sembraban en América: la reforma agraria (Sesión del Senado, 27 de julio de 1960: 1058; Witker, 1980: 285).
En la misma dirección, Allende profundiza y radicaliza su discurso en torno a la nacionalización de los recursos básicos. En este sentido, el modelo cubano en torno a la nacionalización del azúcar fue uno de los aspectos que mayor admiración causó en el parlamentario. Primero, por el carácter ofensivo que tuvo contra el imperialismo norteamericano. Segundo, ya que impulsaba el desarrollo económico nacional del país, así como la independencia económica y política. Considerando la dinámica anterior, de apropiación y resignificación política del proceso cubano, podemos inscribir la política de nacionalización patrocinada por Allende, quien sostiene que:
Con estos antecedentes se concluye que la nacionalización en cuanto a costo no presenta un mayor obstáculo. Por lo demás, el solo hecho de indemnizar a las compañías importa un acto de generosidad al cual el país no está obligado moral ni económicamente. A Chile nadie lo indemnizaba por los cientos de millones de dólares perdidos. En uno o dos años, utilizando los dólares no retomados y sin ningún sacrificio extraordinario para Chile, se entera el valor actual de las instalaciones. Y si así lo hacemos, no necesitaremos mendigar “Alianzas para el Progreso” ni permitir intromisiones del capitalismo foráneo en nuestras decisiones soberanas. (Diario del Senado, Sesión 32°, 8 de agosto de 1961: 1780)
Considerando la trayectoria parlamentaria de Allende, es posible sostener que, con mayor fuerza, desde la década de 1950 en adelante, patrocinó importantes debates y propuestas en torno a la nacionalización de las riquezas básicas. Por consiguiente, la Revolución Cubana vino a reafirmar la importancia política y estratégica de dichas transformaciones. En este sentido, la experiencia cubana y la proclamación socialista de la revolución permitieron profundizar más aún en contenidos y objetivos relativos a reformas que el parlamentario socialista había esbozado en la década anterior, fortaleciéndose así, la articulación de las apuestas programáticas con las definiciones de carácter proyectual. Del mismo modo, se produce una apropiación de medidas que facilitó el desarrollo de nuevas líneas políticas, como la negativa a indemnizar compañías expropiadas y el rechazo completo de la política imperialista detrás de la Alianza para el Progreso, cuestión que terminará marcando su ruptura definitiva con la política norteamericana para el continente, rechazándola completamente a partir de entonces.
Otros aspectos referenciados permanentemente por Salvador Allende dicen relación con el “sentido místico” de la revolución y el estrecho vínculo de ésta con el “pueblo cubano”, así como también, el importante papel jugado por Fidel Castro y Ernesto Guevara, quienes, a juicio del dirigente socialista, no se les podía comparar con ningún otro liderazgo en América Latina. La importancia otorgada por Allende a estos aspectos, dicen relación con las características del populismo presentes en la matriz política del socialismo chileno, en particular, lo referido a los vínculos entre liderazgos y movilización popular. Allende no solo resalta el rol de los “caudillos revolucionarios” en las dinámicas de cambio estructural, sino también, el protagonismo desarrollado por los diversos actores integrantes y movilizadores del proceso revolucionario, como “el pueblo cubano” y “el campesinado”. Según Drake, esta perspectiva paternalista de análisis (1992: 10), se traducía, además, en una visión homogénea sobre estos actores y el propio proceso, sólo advirtiendo la separación entre urbano-rural, obrero y campesino, sin mayores distinciones de interés o filiación política. Del mismo modo, no hay menciones importantes a las organizaciones políticas, sindicales o estudiantiles que encabezan la revolución cubana. Se establece así, la composición de un grupo homogéneo: “los revolucionarios”. A partir de esta caracterización se busca ampliar la participación popular bajo la tutela de los gobernantes quienes “son los líderes de dichas masas y su tarea es orientar el desarrollo del movimiento popular”, una concepción que le atribuye la conducción y formación de las masas a una figura carismática y que tenga una relación cercana con el pueblo, tal como Castro o Guevara lo hicieron en Cuba (Quiroga, 2016: 206-207).
La invasión a Bahía Cochinos y la proclamación del carácter socialista de la Revolución Cubana el 15 y 16 de abril de 1961 respectivamente, concitó nuevamente la atención de Allende, quien expresó rápidamente su solidaridad con el proceso en curso, denunciando la actuación del imperialismo norteamericano. A juicio del parlamentario socialista, se utilizaba por parte de Estados Unidos la misma estrategia exitosa de intervención sobre Guatemala, apelando al anticomunismo, la invasión militar indirecta y el aislamiento del proceso revolucionario del resto de los países latinoamericanos (Diario del Senado, 1961: 2110). En cuanto a la propia invasión, defendió enérgicamente la política de autodeterminación del pueblo cubano frente al imperialismo norteamericano. En contraste, no hace mención sobre la proclamación del carácter socialista que adquiere la Revolución Cubana. Al respecto, creemos que dicho silencio inicial por parte del dirigente socialista chileno obedecía, a que dicha declaración por parte de Cuba implicaba el distanciamiento del proceso revolucionario de la dinámica independiente que la caracterizó en sus primeros años en relación con la política de bloques de la Guerra Fría, alejándose así, de una posible construcción propiamente latinoamericana y tercermundista, apuesta mantenida por Allende hasta ese momento. Para Allende, las dinámicas y transformaciones del proceso revolucionario cubano estarán marcadas permanentemente por las presiones norteamericanas hacia la isla, la cual no tendría más opciones que acercarse a la Unión Soviética a objeto de sobrevivir. Esta mirada sobre la trayectoria de la revolución cubana se profundizará a partir de la crisis de los misiles en octubre de 1962. Según señala Allende:
En Costa Rica, la OEA resolvió que los países latinoamericanos condenaran a Cuba por haber aceptado la ayuda de la Unión Soviética, después de la declaración de Kruschev en el sentido de que, si ese pequeño país era agredido, la cohetería soviética se pondría al servicio de su derecho y su libertad. ¡Qué cosa más extraña y curiosa! ¿Quién empujó a la revolución en sus pasos iniciales? ¿Quién la llevó, precisamente, hacia donde debería llegar con el tiempo, pero no en forma tan prematura? (Diario del Senado, Sesión 9°, 23 de octubre de 1962: 786)
Como vemos, para Allende la revolución cubana fue empujada tempranamente hacia el socialismo por parte de Estados Unidos. La decisión de Cuba no fue criticada por Allende y no fue vista como una medida contradictoria, ya que, para el dirigente chileno, era justamente donde debía llegar el proceso revolucionario, pero más adelante y habiendo madurado o transitado por otros procesos. Para el parlamentario:
Como es lógico, en el ideario de quienes la hicieron, estaba la posibilidad de convertir a Cuba en un estado socialista, pero no tan pronto. Por lo demás, ¿qué delito es éste? ¿O pretenden sus Señorías que los pueblos no pueden estructurar una economía distinta del capitalismo? ¿Imaginan que, en Chile, con las leyes represivas, con la cháchara de la propaganda de radio o con las mentiras de la prensa, impedirán que el movimiento popular avance e implante, cuando llegue al poder, un gobierno popular y, después, el socialismo? ¿Cuál es el delito? ¿Creen que las mareas de la historia se detienen? (Diario del Senado, Sesión 9°, 23 de octubre de 1962: 786)
A juicio de Allende, la definición socialista de la revolución estaba entre los cálculos de los dirigentes cubanos, sin embargo, necesitaba un desarrollo previo. Por otro lado, la proclama cubana, reavivó el debate dentro del socialismo chileno en torno al horizonte político del proyecto revolucionario nacional.
Las discusiones con otras corrientes del socialismo chileno, en donde se tomaba como ejemplo o se comparaba con Cuba, fueron creciendo en intensidad y amplitud, lo cual implicó en más de algún caso, la salida de contingentes de militantes socialistas de dicha colectividad.
La elección de Allende como candidato presidencial del FRAP para las elecciones del 4 de septiembre de 1964, se ofrecieron como contexto para resignificar el proceso cubano en relación con su visión respecto del acceso al poder. Del mismo modo, le permitieron reforzar su postura en cuanto al carácter y dinámicas del proceso revolucionario chileno, definiendo primero, la tarea de conquistar un gobierno democrático, nacional y popular y no, uno inmediatamente socialista. Dando cuenta de estas discusiones en las filas de la propia izquierda, las cuales, además, tuvieron eco en el parlamento chileno, señala:
Usted me plantea si voy a establecer un régimen marxista similar al de Cuba. Y sé que digo que es honesto, porque no es miedo, porque cree usted dentro de su pensamiento filosófico – que yo respeto- que en Chile vamos a establecer un gobierno marxista. ¡Yo le digo que no! ¿Sobre qué base? ¿Cuándo? Ya lo hemos dicho: queremos un gobierno democrático, nacional, popular y revolucionario. Una etapa de transición entre el régimen capitalista, que desde todos los ángulos ha hecho crisis, y el régimen que pueda venir en el futuro y que, para mí señor Cruzat, y le digo sin que me lo pregunten, será el socialismo. (Revista Arauco, número 55, agosto 1964: 14)
Estas afirmaciones, no solo tensionaron la discusión con algunas facciones socialistas, sino también, conflictuaban con las mismas resoluciones de su partido, puesto que, durante el verano de 1964, el PSCh reforzó formalmente, lo que venía señalado desde el programa de 1947, en cuanto a que las tareas de la izquierda no era “realizar la última etapa de las transformaciones demoburguesas, sino en dar el primer paso en la revolución socialista” (Jobet, 1971: 106). De esta manera, las apuestas del candidato del FRAP, se acercaban más a las definiciones levantadas por el Partido Comunista de Chile en torno a lo que denominaron como una “revolución nacional libertadora” (Fernández y Garrido, 2016:95), la cual, según Allende, sería expresión de un “marxismo en una nueva concepción táctica y estratégica frente a la realidad de nuestro país” (Archivo Parlamentario Salvador Allende, 2014: 177; Sesión del Senado, 1964: 429).
En definitiva, este segundo período de recepción se encuentra marcado por la profundización de elementos que ya se esbozaban en el primer período. En cuanto a los elementos presentes en el primer período, el antiimperialismo y el latinoamericanismo se nutrieron y reforzaron a partir de la Revolución Cubana, lo que se expresó tanto en términos programáticos, como de solidaridad continental. En términos programáticos la reforma agraria y las medidas de nacionalización de las riquezas se radicalizan, y respecto a las relaciones con otros procesos políticos latinoamericanos, implicó el quiebre con organizaciones como Acción Democrática y el APRA. De la misma forma, Allende refuerza su posición en torno a la vía institucional, ahondando en las características particulares de Chile y en la imposibilidad por parte del imperialismo norteamericano de aceptar otra Cuba. En otro sentido, la experiencia cubana, fue parte del proceso y contexto global que llevó al tránsito de Allende, desde una matriz ligada al desarrollismo y populismo a una matriz marxista, concibiendo la llegada al socialismo a través de la construcción y conquistas por etapas. Es decir, la Revolución Cubana no constituyó un modelo monolítico de cómo hacer la revolución para Allende, más bien contribuyó a enriquecer elementos centrales en su proyecto nacional, así como en la radicalización de otros aspectos programáticos. A su vez, no fue un proceso recepcionado de la misma forma por el socialismo chileno, lo que implicó importantes debates y quiebres durante la década de 1960, y condujo al alejamiento de Allende de posiciones estratégicas y tácticas con una parte importante del PSCh.
Conclusiones
Consideramos que la recepción y resignificación realizada por Salvador Allende del proceso revolucionario cubano entre 1953 a 1964, condujo, junto a otras dinámicas de carácter nacional, a profundizar sus definiciones políticas en torno al carácter, vía y programa del proceso revolucionario chileno. Durante la primera etapa de recepción, desde julio de 1953 a enero de 1959, existe un silencio respecto a la situación política cubana en particular. Lo anterior, se relaciona con dos factores: el primero, referido a las definiciones de Allende en torno al antiimperialismo, el que inicialmente no implicaba el rechazo total a la intervención económica de Estados Unidos en Latinoamérica. Es la etapa ligada a la persistencia de la política de la “Buena Vecindad” entre el campo socialista chileno. El segundo, dice relación con las referencias globales y continentales de Allende durante este período. En particular, el modelo Yugoslavo y las experiencias desarrolladas por organizaciones como Acción Democrática y el APRA, concentraron gran parte del interés del entonces parlamentario. Estos procesos políticos, comenzaron a matizarse e incluso a perder importancia en las referencias de Allende a partir del triunfo revolucionario en Cuba. Posteriormente, y hasta el fracaso electoral del FRAP en 1964, Allende pone en primera línea de sus referencias al proceso cubano, evidenciando un quiebre parcial con el período anterior. Esto, se expresa en la profundización de sus definiciones de carácter latinoamericanista y antiimperialista, ya de completa confrontación con el imperialismo norteamericano. Bajo este análisis de Allende, el triunfo cubano, se convierte en el indiscutible catalizador de la revolución latinoamericana. En la misma línea, la recepción aportó a la profundización de elementos programáticos como la reforma agraria y la nacionalización de las riquezas básicas, a contrapelo de lo que significaba la Alianza por el Progreso. Además, la resignificación que realiza de los sucesos cubanos tuvo un importante rol en la reafirmación de sus concepciones y apuestas respecto a la vía legal de acceso al poder, la solidaridad continental y el tercermundismo. Por otro lado, Allende continúa relevando la importancia de los líderes revolucionarios como conductores del proceso, por sobre otros actores movilizadores de la revolución.
En resumen, la Revolución Cubana fue recepcionada y resignificada por Salvador Allende entre 1953 y 1964, para nutrir y profundizar su proyecto político, reconfigurando elementos de su matriz política, relevando el carácter marxista por sobre algunos rasgos populistas, así como también, reforzando el carácter nacional, antiimperialista y latinoamericanista que debía tener la revolución chilena, en abierta confrontación con Estados Unidos.
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Notas