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Bibliotecas gramscianas: recepciones intelectuales en la interpretación de lo nacional-popular en Argentina
Gramscian libraries: intellectual receptions in the interpretation of the national-popular in Argentina
e-l@tina. Revista electrónica de estudios latinoamericanos, vol. 20, núm. 80, 2022
Universidad de Buenos Aires

Artículos


Recepción: 08 Junio 2021

Aprobación: 10 Junio 2021

Resumen: Este artículo presenta una serie de recepciones teóricas gramscianas que, en Argentina, fueron utilizadas para interpretar a los nacionalismos populares desde el derrocamiento del peronismo en 1955. Tomando como punto de partida los primeros debates a fines de la década del cincuenta y principios de los sesenta, que se reflejan a lo largo de los lustros sucesivos en proyectos intelectuales como la revista Pasado y Presente o las Cátedras Nacionales, abordamos luego revisiones hechas en el exilio mexicano y en el retorno de la democracia. Presentamos también los cruces de los conceptos gramscianos con otras perspectivas teóricas como el análisis discursivo, tal como se aprecia en la obra de Ernesto Laclau. Realizamos en el final un balance de esta traductibilidad conceptual en su tentativa de analizar lo nacional-popular en clave local.

Palabras clave: intelectuales, Gramsci, nacional-popular, hegemonía.

Abstract: This article presents a series of gramscian theoretical receptions that, in Argentina, were used to interpret popular nationalisms since the overthrow the Peronism in 1955. Taking as a starting point the first debates in the late fifties and early sixties, which are reflected throughout the successive decades in intellectual projects such as the magazine Pasado y Presente or the Cátedras Nacionales, we then address revisions made in Mexican exile and in the return of democracy. We also presents intersections of gramscian concepts with other theoretical perspectives such as discursive analysis, as can be seen in the work of Ernesto Laclau. In the end, we take stock of this conceptual translatability in this attempt to analyze the national-popular in a local key.

Keywords: intellectuals, Gramsci, national-popular, hegemony.

Introducción

El objetivo de este artículo es reconstruir algunos trazos de debates intelectuales que en Argentina analizaron el fenómeno de los nacionalismos-populares a partir de recepciones de Antonio Gramsci desde mediados del siglo XX. En el cruce entre práctica teórica y práctica política, distintos conceptos gramscianos fueron utilizados para analizar el fenómeno del peronismo, particularmente los de “hegemonía” y lo “nacional-popular”.

Si es posible realizar lecturas que aborden estos intercambios desde un espacio intelectual gramsciano rivalizado entre “gramscianos socialistas” y “peronistas gramscianos” (Burgos, 2004) en los sesenta y setenta, resulta evidente que las lecturas de las notas de Gramsci respondían tanto a ejercicios de inteligibilidad de la realidad nacional como a concretas apuestas políticas. Parte de esos debates puede recuperarse a partir de las producciones de dos espacios concretos. Por un lado, el grupo nucleado en la revista cordobesa Pasado y Presente va a tomar las notas gramscianas como una forma de entablar discusiones críticas con la izquierda argentina sobre la interpretación del peronismo, particularmente con el Partido Comunista. Por otra parte, intelectuales vinculados ideológicamente al peronismo, algunos de los cuales formarán parte de la experiencia de las Cátedras Nacionales harán de Gramsci, desde mediados de los sesenta y en clima de la intervención universitaria, un pensador de lo nacional-popular.

Claro que el recorrido de las categorías gramscianas no dejó de acompañar las vicisitudes de las coyunturas políticas desde entonces, con páginas relevantes en las elaboraciones de los gramscianos argentinos durante el exilio en México o en la constitución del grupo de intelectuales que acompañaron al gobierno de Raúl Alfonsín en la recuperación democrática. Asimismo, otra emergencia gramsciana ocurrió con las apropiaciones gramscianas realizadas por Ernesto Laclau y Chantal Mouffe para analizar tanto la hegemonía como el fenómeno de los populismos desde una perspectiva principalmente discursiva.

A continuación reconstruiremos descriptivamente estas intervenciones en cuatro momentos: i- los sesenta y setenta: entre los gramscianos socialistas y peronistas; ii- la reflexión desde la “derrota”; iii- Gramsci para la democracia: entre la consolidación institucional y la hegemonía desde la sociedad civil movilizada; iv- el Gramsci de Laclau y sus resonancias discursivas.

Los sesenta y setenta: entre los gramscianos socialistas y peronistas

Transitaremos por interpretaciones del peronismo que, luego del derrocamiento del gobierno de Perón en 1955, van a producirse desde un sector de la izquierda intelectual. Como sostuviese Carlos Altamirano (2011), la identidad peronista se mostrará luego del ´55 como un factor de cohesión y motivo de lucha entre la clase obrera industrial argentina. Si bien referirse a las interpretaciones marxistas del peronismo tenía puntales en los textos de Lenin y Trotsky, ahora se nutrirá también de otras fuentes, moldeando el clima de una nueva izquierda intelectual. Así, el revisionismo de izquierda sobre la naturaleza del peronismo se produjo en no pocas ocasiones contra las interpretaciones de los dos partidos de izquierda más importantes en Argentina, el Socialista y el Comunista. De modo que la nueva izquierda intelectual estará tanto armada de renovadas lecturas teóricas como en debate acerca de la naturaleza de los procesos de nacionalismo popular y de los sujetos políticos a los que representaban.

Dilucidar las particularidades del fenómeno peronista y su ascendencia sobre la clase obrera argentina será entonces una de las preguntas centrales del campo intelectual de izquierda, hecho que es también expresión de un viraje generacional. El peronismo produce lo que Altamirano define como “efecto de generación” o “fractura generacional”. Interpretación similar a la de Hugo Vezzetti (2013), quien sostiene que las crisis de las tradiciones liberal democrática y de la marxista ortodoxa como fundamento de la izquierda argentina estuvo vinculada a nuevas lecturas que el peronismo requería. Esta generación va a denunciar desde allí un equívoco interpretativo del fenómeno peronista y las clases trabajadoras argentinas. Aspecto que podría ser explicado en parte por el olvido de la “cuestión nacional”, dimensión para la que Gramsci aportaba renovadas herramientas analíticas.

Por ello, afirma Oscar Terán, fue posible “caracterizar a la nueva izquierda argentina por albergar núcleos entre nacionalistas de izquierda o, tal vez con alguna mayor precisión, nacionalistas marxistas” (2013: 141). Junto al fenómeno peronista, el autor subraya que el humanismo sartreano, en vinculación con el marxismo y el optimismo de la voluntad militante, colocaron a esta franja intelectual en una posición de compromiso con el quehacer político. Si Sartre era una de las figuras centrales de ese alineamiento, Gramsci fue otra. Además de renovar la teoría política marxista, el italiano reivindicaba para el intelectual una posición relevante en la constitución de un proyecto hegemónico de las clases subalternas. Si con los conceptos vertidos en “Los Cuadernos de la cárcel” devenía posible una nueva interpretación del peronismo a partir de las ideas sobre la “hegemonía” o lo “nacional-popular”, la noción de “praxis” aportaba la tendencia humanista e historicista al marxismo. Así, las figuras tanto del intelectual comprometido sartreana como la del intelectual orgánico gramsciana apuntalaban este reposicionamiento de la tarea intelectual.

Relata José María Aricó (2014) que posiblemente el primer comentario en Argentina de las cartas de Gramsci reunidas en “Cartas de la Cárcel” haya sido el de Ernesto Sábato en la revista Realidad en 1947. El hecho más relevante, sin embargo, es la publicación de ese tomo en 1950. Esos textos serán los primeros utilizados para las interpretaciones gramscianas sobre el peronismo, de la mano del Partido Comunista Argentino (PCA) vía Héctor P. Agosti.[1] Aunque marcando similitudes con la experiencia fascista italiana, Agosti se distanciará de las lecturas de la izquierda vinculada a la matriz liberal o cultural progresista, agrupada por ejemplo en la revista Sur, en la tentativa de comprender en las propias características de la historia argentina las condiciones de emergencia del fenómeno peronista. Entre 1958 y 1962 el PCA publicará, desde la Editorial Lautaro a él asociada, cuatro de los “Cuadernos de la cárcel”, según el orden de la edición italiana en seis tomos a cargo de Palmiro Togliatti.[2] Previo a estas traducciones al castellano, Agosti ya había desarrollado con herramientas teóricas gramscianas una lectura de la historia argentina.[3] Sin embargo, sus ensayos renovadores serán profundizados por algunos de sus jóvenes lectores como Juan Carlos Portantiero o José María Aricó, miembros relevantes de la revista cordobesa Pasado y Presente, una de las manifestaciones de la nueva izquierda vinculada al mundo político-cultural.

“Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno” tendrá traducción, prólogo y notas de Aricó. Una década después, veremos, las Cátedras Nacionales harán su propio prólogo al libro en la tentativa de una lectura peronista de Gramsci. Detengámonos entonces en el que Aricó realiza en 1962. En ese texto el autor rescata principalmente la figura del Gramsci de la “praxis”, en el que se aúna el militante político con el renovador teórico del marxismo. Entonces es un Gramsci fuertemente relacionado con Lenin, en los términos en que el pensador italiano ha “bebido de las raíces nacionales del proceso revolucionario” (Aricó, 2017:60). Como los años que Gramsci pasa en la cárcel son también los del fin del período de ofensiva de la clase obrera en buena parte de Europa, el reflujo precisará nuevas reflexiones. Si la estabilización del capitalismo implicaba una nueva estrategia política para las clases subalternas, resumida en el paso de la “guerra de movimiento” a la “guerra de posiciones”, la puesta en valor de “lo nacional” para analizar las configuraciones hegemónicas particulares (por ejemplo analizadas en “Algunos temas de la cuestión meridional” para el caso italiano) cobrará un vigor analítico imprescindible.

Esta lectura de las notas contenidas en el volumen que presenta Aricó, no es ajena a las condiciones políticas latinoamericanas y a su propia apuesta teórica de debate con los planteos más ortodoxos del PCA y de revisiones sobre la experiencia del peronismo. La cuestión nacional, los modos de configurarse la dominación a nivel local y regional y la tentativa de una nueva hegemonía que “significa la formación de una voluntad colectiva nacional-popular” (Aricó, 2017: 66) son parte de las discusiones que tenderá a producir.[4]

En el primer número de Pasado y Presente (abril-junio de 1963) la editorial escrita por Aricó deja claro el posicionamiento gramsciano de esta formación de intelectuales, descripta como una “generación sin maestros”. Si bien las tradicionales clases dominantes habían perdido la hegemonía cultural en el país, subrayaba esa editorial, una nueva hegemonía no pudo surgir desde el seno de la clase obrera. El rol del intelectual en esa conformación no podría soslayar el hecho fundamental del fenómeno peronista y, fundamentalmente, la distinción entre los juicios a la figura y al gobierno de Perón y aquella identidad que había logrado configurarse en la clase obrera industrial. Con una lectura “no dogmática” del marxismo y apelando al “historicismo radical” de Gramsci, la posibilidad y la necesidad de releer la historia nacional debía incluir además las herramientas teóricas de la reciente institucionalización de las ciencias sociales.

Si un Gramsci se referencia en esta primera etapa de la revista (entre 1963 y 1965 editarán nueve números) es el de la cuestión “nacional-popular”, aquel que permitía pensar en las formas de construcción identitaria de las clases subalternas argentinas y su separación de las direcciones políticas socialistas (Burgos, 2004:82). Con ello se apuntalaban tanto revisiones de los principios teóricos como reflexiones sobre el propio rol de los intelectuales. Lo “nacional-popular” era una categoría que permitiría renovar el modo de acercar las posiciones entre esa emergente intelectualidad y los sectores populares identificados principalmente con el peronismo. Sostiene Aricó en el noveno número de Pasado y Presente, en 1965:

Pues, ¿podríamos negar el papel esencial que juega el peronismo en la homogeneización ‘clasista’ del proletariado argentino, entendida como un proceso ‘objetivo’ que se ha cumplido históricamente? ¿Podríamos cerrar los ojos a esta realidad que nos ofrece la dinámica política argentina de una identificación casi absoluta entre proletariado industrial e ideología peronista (…) que muestra una solidez inconmovible y una resistencia considerable a los intentos políticos de integración encarados por las clases dominantes argentinas? Es preciso reconocer que es esta resistencia la que crea un amplio campo a una política de izquierda en el país (Citado en Sigal, 1991: 187)

En el segundo y corto período de la revista (tres números en dos volúmenes en 1973) ese acercamiento parecía posible a partir del vínculo de Pasado y Presente con la organización Montoneros, en una coyuntura marcada por la radicalización política en general y de un sector del heterogéneo universo peronista en particular. En esta segunda etapa, el socialismo será tematizado en sus posibilidades desde la experiencia nacional del peronismo, al interior del cual se vislumbraba la expectativa de una dirección revolucionaria de las masas.

El texto de Juan Carlos Portantiero (1973) “Clases dominantes y crisis política en la Argentina actual” apareció en el primero de los números de esta segunda etapa de la revista. En un lúcido análisis de corte gramsciano, Portantiero va a plantear que desde el derrocamiento del peronismo hasta la fecha en que su trabajo está escrito (marzo de 1973) la Argentina estaba inmersa en una situación de “crisis orgánica” producto de un “empate hegemónico” y una “vacancia hegemónica”. El autor partía de una pregunta muy similar a la que Gramsci consideraba la más relevante del materialismo histórico: la relación entre el nivel económico-social y el político-social, o entre las estructuras y las superestructuras. Una de las hipótesis que recorría el texto era que en la coyuntura argentina de esas décadas se había producido una diferencia de tiempos o, de otra forma, una “asincronía” que impedía equiparar los niveles y era, en definitiva, la que determinaba la situación de crisis.

Si las “clases sociales” podían ser estudiadas desde la estructura productiva como campo de su constitución, y los “intereses de clase” pensarse como intereses de carácter “objetivo” que posibilitan determinadas “alianza de clases” con “predominio” de alguna fracción de ellas, esto no debía llevar al analista a una traducción directa de esa situación al campo político o superestructural. En ese campo debían comprenderse la constitución de “fuerzas sociales” que, si bien tenían fundamento en las “clases”, suponían un proceso con autonomía relativa. Por eso se configuraban como “bloque de fuerzas” (donde la “conciencia” y “voluntad” eran dimensiones que excedían a los “intereses objetivos”), que no actuaban como unidades homogéneas sino que se constituían a partir de relaciones “hegemónicas”. En resumen, Portantiero argumentaba que había en Argentina una “contradicción principal” entre dos campos de interés, o dos “alianzas de clase”, conducidas por el capital imperialista monopólico enraizado en la estructura productiva, por un lado, y el proletariado industrial, por otro (fracción del proletariado directamente explotado por aquel). Ambos predominaban, en el interior de sus campos, sobre otras clases o fracciones pero ninguno tenía la capacidad de constituirse como hegemónico. Así, ninguna de las clases sociales que lideraban la contradicción principal, dominantes en su campo de alianzas, había logrado transformarse en hegemónica de un bloque de fuerzas sociales. Conceptos como “crisis orgánica”, “empate” y “vacancia” se comprendían en esa coyuntura.

Otro trabajo a subrayar en esta época de Portantiero es el que publicó en coautoría con Miguel Murmis en 1971, ya un clásico de la sociología argentina: “Estudios sobre los orígenes del peronismo”. Presentado en dos partes (“Crecimiento industrial y alianza de clases en argentina” y “Heterogeneidad obrera y nacionalismo popular”), el texto se presenta como una discusión con las hipótesis de Gino Germani acerca del estado de “disponibilidad” de la nueva clase obrera urbana que se produciría con el desarrollo del modelo ISI y el proceso de migración campo-ciudad. Dos aportes de los autores serán este cuestionamiento de la ruptura entre una “nueva” y una “vieja” clase obrera urbana y la idea de una alianza interclase entre el sector industrial de la burguesía y la fracción de la clase obrera industrial, proclives a la intervención del Estado para sostener la expansión del mercado interno y el desarrollo de políticas redistributivas. Así el peronismo sería mejor interpretado como una alianza de clases que como la integración a la vida política de las masas obreras por una elite populista. De esta forma, ponderaban el plano de los “intereses de clase” como el más relevante al momento de explicar la emergencia del nacionalismo popular en Argentina.

De acuerdo a la interpretación de Hernán Camarero (2004), es posible observar en estos textos el enfoque analítico gramsciano en el uso de algunas categorías particulares: el “control hegemónico” que ciertas fracciones de la burguesía industrial ejercieron en la “alianza de clases” propietarias, el modo en que se constituyó un “bloque de poder” para el impulso de determinadas políticas públicas desde el Estado y la forma en la que se intenta redefinir el concepto de “movimiento nacional popular”.

Ahora bien, las recepciones gramscianas ante el hecho peronista no se agotarán en este sector del campo intelectual argentino. “Peronistas gramscianos” llama Burgos (2004:179) al grupo de profesores/as y estudiantes que en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Buenos Aires inician la experiencia de las Cátedras Nacionales (CN), en el intento de constituir un nacionalismo marxista o un marxismo nacional.[5]

Según Sergio Friedemann las CN serán parte del entramado cultural e intelectual formado por sectores que buscaban la articulación entre el peronismo y el marxismo, “que brindaba las herramientas teóricas que para algunos referentes del peronismo revolucionario le habían faltado al primer gobierno peronista” (2017: 6). Nombres como Gunar Olsson, Alcira Argumedo, Roberto Carri u Horacio González serán exponentes de este espacio. Así, las CN supusieron una experiencia novedosa entre los partidarios del peronismo de izquierda que habían considerado hasta entonces a la universidad como un espacio ajeno, encontrando ahora en ella un modo de intervención político-intelectual (Gómez, 2016).

Conforme se desarrolló la década del sesenta, las lecturas que de la historia argentina se habían construido desde sectores del nacionalismo fue resignificada por jóvenes de izquierda que se “peronizaban”. Los caudillos federales, incluyendo a Juan Manuel de Rosas, armaban ese árbol genealógico que llegaba al “movimiento de liberación nacional” junto a Hipólito Irigoyen y Juan Domingo Perón. Es por esta reescritura de la historia política argentina, y de la búsqueda de nuevas referencias identitarias populares, que pueden comprenderse a las CN como un proyecto intelectual que se trazó el objetivo de configurar una “sociología nacional” y una “teoría social latinoamericana” (Ghilini, 2017). Con ello entraban en discusión no sólo con la “sociología marxista ortodoxa” sino también con la “sociología científica”, cuya figura más representativa había sido Gino Germani desde la institucionalización de la carrera en la Universidad de Buenos Aires.

Las CN tuvieron presencia relevante en las revistas Envido y Antropología del Tercer Mundo[6] donde se trabajaban autores “tercermundistas” (Mao Tse–Tung, Frantz Fanon), nacionalistas populares (J. J. Hernández Arregui, J. W. Cooke, A. Jauretche, etc.) o de la tradición del marxismo político, con Gramsci a la cabeza. Dos plumas importantes de Envido fueron Horacio González y José Pablo Feinman, ensayistas que años después serán animadores de la discusión político-cultural en Argentina acerca de la significación de los gobiernos kirchneristas (2003-2015) a comienzos del siglo XXI.

Sea entonces desde el marxismo al peronismo o desde peronismo al marxismo, los intentos de tender puentes interpretativos tendrán a los textos de Gramsci como uno de sus principales recursos. En una entrevista realizada en 1996, sostenía Horacio González: “Nosotros en vez de Maquiavelo pensábamos en Perón; el príncipe moderno era Perón, y la voluntad nacional-popular era el populismo nacionalista de izquierda” (Burgos, 2004: 198). A principios de 1972 las Cátedras Nacionales editaron el libro “El Príncipe Moderno y la voluntad nacional-popular”, con un prólogo de Horacio González titulado “Para nosotros, Antonio Gramsci”. Marcelo Starcenbaum (2015) va a interpretar esta edición como parte de las discusiones con el grupo pasado-presentista. En un movimiento de relectura peronista del texto gramsciano y del título que se le había dado a la primera edición (“Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno”), se ponía en primer plano la figura del “Príncipe” y su vinculación con la “voluntad nacional-popular” (en referencia a Perón y el movimiento peronista) como una articulación orgánica entre liderazgo y movimiento.

En ese prólogo González señalaba que los “Cuadernos de la Cárcel” eran en conjunto reflexiones sobre la estrategia revolucionaria, sobre la praxis política, sobre el vínculo entre teoría y política. Allí, la cuestión de la “voluntad nacional-popular” se entroncaba con el proyecto de hegemonía en tanto proyecto histórico de constitución de un nuevo Estado. Por eso era también un proyecto “estatal-popular”. De este modo entablaba polémica con las lecturas que quitaban a los planteos gramscianos la importancia de la toma del poder del Estado, poniendo en primer plano las “trincheras” de la sociedad civil o los consejos de fábrica, en alusión a los intelectuales de Pasado y Presente. La apuesta política más importante de los “Cuadernos”, subrayaba, era la de la constitución de la voluntad nacional popular, que no era otra cosa que la organización política, cultural, moral e intelectual del pueblo e implicaba trabajar con sus herencias nacionales y populares y la capacidad de reescribir la historia del país. Historia que debía reconstruirse precisamente desde las clases populares, destinatarias del proyecto del pueblo-nación.

La síntesis entre el “Príncipe” y la “voluntad nacional-popular” (el peronismo), que expresaba una etapa fundacional de la historia de las clases trabajadoras argentinas, se sustentaba en la interpretación nacional del texto gramsciano que establecía que los seres humanos toman conciencia de sus conflictos en el plano de las ideologías. El peronismo venía a configurarse como una fuerza aglutinante de la voluntad colectiva, como ese mito que era capaz de cohesionar las pasiones políticas de un “pueblo disperso”. Lejos de ser un “cesarismo progresista”, constituía un nuevo “bloque histórico” que disputaba el esquema del Estado oligárquico en una lucha abierta por la hegemonía. Por eso, la apropiación gramsciana en clave nacional respondía menos para González a un esbozo de sociológica sistemática que a una forma de la praxis teórico-política.

Otra referencia de este espacio es la publicación en 1973 de “Poder imperialista y liberación nacional” de Roberto Carri, que agrupaba sus escritos en Antropología del Tercer Mundo. Allí se preguntaba, entre otras cuestiones, por el problema de la “hegemonía en el peronismo” (Rubinich, 1999). El tema central de su indagación era analizar la táctica política necesaria en la coyuntura, que de acuerdo al autor imponía la necesidad de combinar el espontaneísmo revolucionario de las bases peronistas con las organizaciones de vanguardia.

Por estas discusiones, en una coyuntura político-intelectual de cruces ideológicos e interpretaciones dispares sobre las relaciones entre el peronismo y el legado gramsciano, es que no resulta paradójico comprender por qué en 1973 el grupo vinculado a Pasado y Presente se posicionará más cercano a Montoneros que aquellos que habían formado parte de las CN. Tras ocho años, en 1973 se editan tres números de la revista, en cuya primera editorial podemos leer:

Es necesario impulsar el desarrollo de la conciencia socialista a partir de las luchas de una clase políticamente situada en el interior de un movimiento nacional-popular (…) Se trata de articular un dialéctica correcta entre movimiento de masas y prácticas socialistas, que no niegue que el punto de partida político de los grandes sectores populares en Argentina no es la ‘virginidad’ de la que hablaba Lenin, sino la adhesión a peronismo (Pasado y Presente, 1973: 20-21)

Contribuir al proceso de “La larga marcha del socialismo en Argentina” (título de la editorial) era el objetivo de esta nueva etapa de la revista, en el que Pasado y Presente se posicionó como herramienta de reflexión desde una doble tarea: reinterpretar el papel de los/as intelectuales y considerar la consciencia de la clase trabajadora a partir de su identidad peronista. De acuerdo a Gago y Sztulwark (2015: 133), si en la primera etapa de la revista la “voluntad nacional-popular” se desenvolvía en la relación entre lucha clasista y la dimensión nacional de la hegemonía, en este segundo momento el viraje peronista de lo nacional-popular se anclaba en el Gramsci de los consejos de fábrica y de la necesidad de que la lucha política no se autonomice del mundo obrero: partir de la fábrica reconociendo la identidad peronista.

El acercamiento de Pasado y Presente a Montoneros fue también parte de las confrontaciones con quienes realizaban lecturas gramscianas desde la izquierda peronista. Precisamente, la disputa interna en las CN entre el sostenimiento de las relaciones con las organizaciones de izquierda o la lealtad al líder en el exilio produjo que la última fracción centre sus intervenciones en las críticas a la estrategia armada, vinculándola al voluntarismo vanguardista. La ruptura de Montoneros con Perón el primero de mayo de 1974 no hará más que profundizar los quiebres.

La reflexión “desde la derrota”

Los intercambios habrán de continuar fundamentalmente en el exilio en México. Parte de esos debates fueron publicados por la revista Controversia, que editó trece números entre 1979 y 1981. Desde los intentos de reinterpretar la relación entre las izquierdas, el peronismo, el socialismo y la democracia, la experiencia del exilio también se transformó en ejercicio de producción de conocimientos (Giller, 2016) y dio lugar a un nuevo viraje de la izquierda argentina.

En el consejo de redacción de Controversia vuelven a encontrarse nombres como los de Aricó, Portantiero y de otros pasado-presentistas como Héctor Schmucler, Jorge Tula y Oscar Terán, pero también a los peronistas Nicolás Casullo y Sergio Caletti. Los debates sobre la crisis del marxismo, el eurocomunismo europeo, la relaciones entre populismos y socialismos y entre socialismos y democracia estarán en el centro de los intereses de la revista durante los dos años que dura su publicación. Se configuró de ese modo una reflexión, no exenta de autocrítica, que tuvo su punto de partida en la “derrota”, interpretada como política y también teórica. Vencidos los procesos de insubordinación popular, muchos de los cuales habían pretendido ser nutridos por intervenciones intelectuales, textos teóricos y políticas editoriales, lo que entró en crisis fue el mismo horizonte conceptual de la revolución, a lo que Nicolás Casullo (2007) denominará años más tarde “la revolución como pasado”.

Parte de las revisiones conceptuales se inscribieron entonces en la necesidad de una reconsideración general sobre cómo abordar las transformaciones sociales para concebir un nuevo tipo de praxis política, tal como plateara Héctor Schmucler (2019) en “Apuntes para reflexionar sobre la política”. Publicado en 1981, Schmucler proponía reposicionar a las subjetividades, los deseos y los asuntos de la “vida cotidiana” como nuevos focos de los quehaceres políticos. Desde esa perspectiva, señalaba, las dos tendencias políticas que desfilaban por las páginas de Controversia (socialismo y peronismo) podrían encontrarse.

En ese contexto, lejos de agotarse, las lecturas gramscianas van a aportar a la articulación entre las nociones de hegemonía y democracia o, en otras palabras, de la democracia como proceso hegemónico: la construcción de consensos en la pluralidad de actores en relaciones conflictivas (Reano, 2012). El Gramsci de la revolución se reconvierte en el Gramsci de la hegemonía en la democracia. Es esa articulación la que permitirá repensar las relaciones entre democracia y socialismo:

La desaparición del capitalismo no significa, como creíamos ingenuamente durante tantos años, el retorno de lo complejo a lo simple; por el contrario, supone una diversificación gigantesca de formas sociales que maduran como formas de contestación en el seno de la sociedad burguesa. La pluralización social y por tanto el método democrático de resolución de las diferencias en eterno proceso de aparición y desaparición (los nuevos ‘sujetos sociales’), parecen así como los fundamentos sobre los cuales el socialismo puede abrirse paso (Aricó, 1980: 16)

En el número catorce de la revista, el último, se publica el ensayo de De Ípola y Portantiero (1981) “Lo nacional-popular y los populismos realmente existentes”. Allí los autores van a situar la problemática de lo nacional-popular en el centro de la teoría política gramsciana, directamente relacionada con la capacidad de una clase de devenir hegemónica. Sucedió en América Latina que esta discusión estuvo asociada a distintas variantes populistas que se dieron desde mediados del siglo XX: “los populismos realmente existentes”. Pero tanto política como ideológicamente, sostenían, hubo más ruptura que continuidad entre socialismo y populismo, en tanto en los populismos se fetichizó la relación de los sectores subalternos con en el Estado. Fueron entonces más una conformación organicista “nacional-estatal” que “nacional-popular”:

El populismo constituye al pueblo como sujeto sobre la base de premisas organicistas que lo reifican en el Estado y que niegan su despliegue pluralista, transformando en oposición frontal las diferencias que existen en su seno, escindiendo el campo popular a base de la distinción entre ‘amigo’ y ‘enemigo’ (De Ípola y Portantiero, 1981: 3)

Según los autores, en los populismos la tensión entre el principio “nacional-popular” de ruptura y confrontación y el principio “nacional-estatal” de integración terminó volcándose hacia el segundo polo. Por eso los populismos latinoamericanos, especialmente el peronismo argentino, habían constituido más un modelo organicista que subsumía los antagonismos que un proyecto nacional-popular emancipatorio de las clases subalternas.

Dos textos fundamentales producidos en esta etapa mexicana serán “Los usos de Gramsci” de Portantiero y “Marx y América Latina” de Aricó. Realizaremos una exposición sucinta del primero, en tanto será importante para comprender los reposicionamientos que algunos de los ex-miembros de Pasado y Presente comenzaron a hacer del legado gramsciano. La recuperación democrática y la vuelta del exilio separaran en nuevos proyectos editoriales a peronistas y socialistas, que se reagruparan en Unidos, los/as primeros/as, y en Club de cultura socialista y la revista La ciudad futura, los/as segundos/as.

Gramsci según los usos de Portantiero: herramientas para pensar los nacionalismos populares latinoamericanos

Portantiero revisa la producción gramsciana a partir de la noción de hegemonía, presentando al socialismo de Gramsci no como un hecho de vanguardia sino como producto de una voluntad colectiva nacional-popular, surgida de la organización política de las clases subalternas desde sus particularidades culturales y nacionales.

El conjunto del libro “Los usos de Gramsci” (1981)[7] está atravesado por distintas discusiones. Por un lado, el autor aborda el contexto de producción gramsciana y los interlocutores explícitos e implícitos a los que su obra, tanto carcelaria como precarcelaria, se dirige. Por otro lado, revisa desde estas categorías las experiencias de los gobiernos nacional-populares de mediados de siglo XX en América Latina, fundamentalmente en los países que comenzaron procesos de industrialización en la década del treinta.

En el ensayo “Estado y crisis en el debate de entreguerras”, el primero en castellano en usar la edición crítica de los textos de la cárcel en italiano, Portantiero se propone situar el pensamiento de Gramsci en el marco de la crisis y recomposición hegemónica del capitalismo en el período de entreguerras. Las categorías más relevantes (hegemonía, sociedad civil, revolución pasiva, americanismo, crisis orgánica) tienen su correlato histórico en ese momento particular y, por lo tanto, presenta interlocutores precisos dentro del marxismo: las ideas surgidas de la II y de la III Internacional, a los que Portantiero incorpora a Max Weber por sus desarrollos sobre el fenómeno de la burocracia como forma de dominación en las sociedades de masas. Una de las enseñanzas de Gramsci, subrayaba, es que si cada fase del capitalismo supone una relación entre Estado y economía, también lo hace de la relación entre Estado y masas o, en otras palabras, cada fase produce cambios en el patrón de acumulación del capital pero también en el patrón de hegemonía. Es en ese “patrón de hegemonía” donde Gramsci va a elaborar sus principales categorías, en el marco de la recomposición del capitalismo luego de la crisis del liberalismo clásico.

El segundo ensayo, “Los usos de Gramsci”, puede dividirse en dos partes. La primera propone una periodización del pensamiento gramsciano según momentos: hasta 1921, el momento de la “ofensiva revolucionaria”; de 1921 a 1926, el momento defensivo o de “reflujo”; durante el período carcelario, la “reflexión desde la derrota”. La segunda parte es un intento de “traducción” de las categorías de Gramsci para la interpretación de las sociedades latinoamericanas, particularmente sobre la trayectoria y la constitución identitaria de sus clases populares. Aquí analiza la relación clases populares- nacionalismos populares de mediados de siglo XX. Portantiero sugiere que no pueden pensarse las clases populares en América Latina al margen de esos procesos políticos: la “voluntad colectiva nacional-popular” en la región se fue constituyendo en la dinámica de inserción-rechazo en la comunidad política y, en ese sentido, las nociones de “pueblo” y de “nación” se constituyeron identitariamente junto al par opositor “oligarquía-imperialismo”.

Así, la configuración de las sociedades latinoamericanas que desarrollaron procesos de industrialización desde la década del treinta debía analizarse a partir de puntos nodales. El primero era el de la situación de dependencia en su integración al capitalismo internacional; el segundo el de la “primacía de la política” en el ordenamiento social; el tercero el hecho de que la emergencia e identidad de las clases subalternas estuvo asociada a los movimientos nacionalistas populares. La situación de dependencia de las sociedades latinoamericanas configuró tanto a sus clases dominantes como a los sectores populares, jerarquizando el papel ideológico de los sectores medios e intelectuales. Citamos:

La historia de la emergencia de las clases populares no puede ser asimilada con el desarrollo de grupos económicos que gradualmente se van constituyendo socialmente hasta lograr coronar esa presencia en el campo de la política como fuerzas autónomas. Su constitución como sujeto social está moldeada por la ideología y la política desde un comienzo: cuando aparecen en la escena lo hacen de la mano de grandes movimientos populares y su emergencia coincide con desequilibrios profundos en toda la sociedad, con crisis del Estado (…) Los movimientos nacionalistas populares del continente (desde la revolución mexicana hasta el peronismo) no son coaliciones al estilo europeo, en las que cada una de las partes conserva su perfil luego de ‘contratar’ con el otro, sino estructuras totalizantes del pueblo, generalmente con dirección de los sectores medios (Portantiero, 1981: 128)

La riqueza de la cita pone en juego una hipótesis que, desde Gramsci, le permitió discutir con otras perspectivas del marxismo acerca de las identidades y los matices ideológicos de las clases populares en América Latina. No fueron solo los sentidos de exclusión social y económica sino también nacional y político los que marcaron esa constitución identitaria. La “inclusión” significó por eso también inclusión en el sentido de lo nacional, que promovió la articulación entre las ideas de “nación” y “pueblo”, característica de los nacionalismos populares latinoamericanos.

Como una continuación de este aspecto puede pensarse el tercer ensayo del libro: “Notas sobre crisis y producción de acción hegemónica”. Contra la idea de que en cualquier fase de hegemonía estatal burguesa las clases populares tienen una posición pasiva, de heteronomía o de simple manipulación, Portantiero entendía que el modelo de compromiso nacional-popular fue parte de la historia de esas clases. La crisis de ese modelo y del estado benefactor en América Latina vía golpes militares en los sesenta y setenta fue por lo tanto también crisis de ese modo de constituirse de las clases populares en sujetos políticos. Una crisis de las “formas organizativas con las que procesaron su inserción en ese equilibrio” (Portantiero, 1981: 149).

La propuesta de Portantiero era la de concebir a la fase estatal de compromiso nacional-popular no sólo como un capítulo de las clases dominantes, aunque lo fuese, sino también como un capítulo de la historia de los sectores populares, fundamentalmente de la clase obrera urbana. Por eso las relaciones que establecieron con las instituciones estatales no podían comprenderse por el facilismo analítico de la “falsa conciencia”, sino como el resultado de una acción activa en un contexto particular. Las dictaduras militares vinieron a trastocar, a la par de la desarticulación de las clases subalternas, el doble plano en el que se configurara el hecho estatal, tanto el modelo de desarrollo (relaciones estado-economía) como el modelo de hegemonía (relación estado-masas).

Gramsci para la democracia: entre la consolidación institucional y la hegemonía desde la sociedad civil movilizada

Las relaciones que intelectuales como Aricó, Portantiero y De Ípola establecieron con el proyecto político de Raúl Alfonsín en el proceso de transición a la democracia en Argentina dan cuenta de nuevas formas en que el pensamiento gramsciano será utilizado para interpretar la coyuntura. Nuevamente siguiendo a Burgos (2004: 294), si de la “revolución” la revisión teórica pasó a la noción de “hegemonía” en el exilio, la postdictadura tendrá a la “democracia” como un nuevo eje de reflexión. Es ese pasaje el que nutre la afirmación de Norbert Lechner (1988) sobre el viraje “de la revolución a la democracia” que se produjo en un sector del campo intelectual entre las décadas del sesenta y el ochenta.

El concepto de democracia, indica Martín Cortés (2013), se posicionó como centro de un esfuerzo que aunó las intenciones políticas del presidente Alfonsín con las inquietudes de estos/as intelectuales, representando una tentativa de renovación de la cultura política argentina. Ese esfuerzo tuvo un momento clave de congruencia en el famoso “Discurso del Parque Norte” de diciembre de 1985, de cuya redacción participaron Portantiero y De Ípola (miembros del Grupo Esmeralda, que asesoraba al ex presidente) y donde Alfonsín enunció la idea del “pacto democrático”.

Habíamos mencionado que ya desde el exilio la reubicación de la democracia en el imaginario de izquierdas comenzaba a ser reelaborado. Estos reposicionamientos son visibles, por ejemplo, en los epílogos a “La cola de diablo” de Aricó o el texto de Portantiero y De Ípola “Crisis social y pacto democrático”. Entre las reelaboraciones de los vínculos entre la noción de hegemonía y la democracia, una de sus variantes será la reinterpretación del socialismo como radicalización de la aquella.

Para algunos ex pasado-presentistas, estas nuevas tendencias los llevaron a adoptar posiciones “institucionalistas” o, de otro modo, a una disminución de las preocupaciones sobre las clases, la explotación y la crítica de la economía política en favor de una teoría de la democracia político-institucional, pareciendo inscribirse en una tradición liberal (Gago y Sztulwark, 2015; Ponza: 2013).

El Club de Cultura Socialista, del cual dependerá la revista La ciudad futura creada en 1986, nucleará a parte de aquellos/as que se vincularán con el proyecto de Alfonsín.[8] La ciudad futura, nombre también en homenaje a Gramsci, tendrá entre sus principales miembros a aquellos de la fracción “socialista” de Controversia (fundada por Aricó, serán parte del proyecto Portantiero, De Ípola, Tula, Nun, Altamirano o Sarlo, entre otros/as) y continuará las discusiones teóricas acerca de la democracia. La revista edita en su Suplemento/4 el dossier “Gramsci en América Latina”.

Horacio González resalta la importancia del trabajo intelectual en el exilio mexicano para lo que sería luego la participación de esos/as intelectuales en la recuperación democrática. Sin embargo, aun cuando pretendieron no abandonar a Gramsci, el cruce de ese sector intelectual con la realidad política Argentina y los compromisos que asumieron produjo algo que cerca estaba de acercarse a su “disolución”:

El liberalismo que pensaba Alfonsín era un socialismo que se estaba forjando en el Club Socialista, un socialismo bajo la veta del liberalismo. A pesar de sus fuertes compromisos gramscianos, llegaron a un punto de casi disolución del gramscismo (…) Considero que no pasó lo mismo con nosotros, pues en el peronismo encontramos una respuesta ya hecha a aquellos acertijos gramscianos (Feinman y González, 2013:249-250)

El “nosotros” de González incluye la experiencia de la revista Unidos que, en los veintitrés números que van de 1983 a 1991, se constituye en la editorial que expresará las principales ideas del grupo de intelectuales vinculados a la Renovación peronista.

Avancemos haciendo mención a dos textos más en esta estela gramsciana, cada uno escrito por representantes de uno y otro espacio de su recepción. El primero el que en 1989 José Nun publicara con el título “La rebelión del coro”, donde desarrolla una idea importante: el fracaso del “discurso heroico de la clase obrera” tenía como contrapartida una politicidad creciente de otros sectores subalternos de la sociedad civil. Este escrito trabajaba sobre apropiaciones de Gramsci que ponían el acento en la sociedad civil como espacio privilegiado de la radicalización democrática. Lo que avanzaba, sostenía Nun, era la rebelión de lo que se suponían escenas de la vida cotidiana y privada que muchos de los intelectuales tradicionales no estaban preparados para explicar. Este planteo, similar al que citáramos de Schmucler, no suponía abandonar la centralidad de la clase obrera, sino cuestionar su carácter universal, de único punto aglutinante de las luchas subalternas. Lógicamente su lugar no dejaba de ser central por su posición clave en el proceso de producción capitalista, pero articularse con otras demandas sociales representaba una nueva necesidad histórica. Esos sectores de la sociedad civil, con sus vastísimas formas organizativas, eran para Nun los espacios de una nueva concepción teórica que pudiese construir las bases de una “genuina democracia socialista”.

El segundo texto que queremos mencionar es “Los silencios y las voces en América Latina. Notas sobre el pensamiento nacional y popular”, de Alcira Argumedo, publicado en 1996. La autora, que había pertenecido a las Cátedras Nacionales, va a construir una historia del pensamiento nacional-popular en términos de acumulación histórica. La tarea en su trabajo era reconstruir esa genealogía que iba de la conquista hasta el presente, articulando todo aquel caudal. Esto suponía posicionar el trabajo intelectual en el plano de organización de ideas y prácticas que no necesariamente tenían traducciones sistemáticas. El objetivo del libro era así trabajar el problema de las identidades sociales y las pertenencias culturales que animaban la matriz de pensamiento popular latinoamericano porque, en reiteradas oportunidades, lo político en la región se manifestaba como defensa de esas memorias. Esto sin perjuicio de que, pese a integrar una misma línea histórica nacional-popular, las distintas experiencias que la conformaban estaban signadas por estratos y clases sociales diferenciadas. Eso se relacionaba, señalaba la autora, con que el carácter nacional y popular de las clases subordinadas latinoamericanas estaba signado por la idea de pueblo.

Precisamente sobre la noción de pueblo, lo popular y el populismo como forma de articulación es que versó la obra de Ernesto Laclau, que traemos a continuación. Pero marcaremos una diferencia sustancial sobre el modo de definir lo nacional-popular: más que un contenido (sobre el cual el trabajo de Argumedo era una tentativa de reconstrucción), lo nacional-popular/el populismo tenían que ser interpretados para Laclau como una forma de relación política.

El Gramsci de Laclau y sus resonancias discursivas

Desde mediados de los setenta Ernesto Laclau va a trabajar la categoría de populismo, con una importante recepción en el mundo académico, nutriéndose del posestructuralismo, las teorías del discurso, la retórica, la deconstrucción y la teoría lacaniana para realizar una particular apropiación de Gramsci.

En “Hegemonía y estrategia socialista” (1985), Laclau y Mouffe partían del diagnóstico de la crisis del socialismo anclado en la centralidad ontológica otorgada a la clase obrera y en la revolución como momento fundacional de otra sociedad. El subtítulo del libro (“hacia una radicalización de la democracia”) dejaba en claro que su objetivo era el de pensar la cuestión de la democracia y el socialismo en conjunto. El concepto más importante que venía a intentar dar cuenta de esa crisis era el de hegemonía. Sus alcances irían más allá de Gramsci, quien era sin embargo el que sentaba las bases de un nuevo modo de concebir lo político al interior del marxismo. Las experiencias de la fragmentación de la clase obrera y de la diversificación de las luchas sociales era parte del contexto que habilitaba esta apertura.

De acuerdo a la interpretación de Laclau y Mouffe, a partir de Gramsci fue posible comprender que hegemonizar a “un conjunto de sectores no es un simple acuerdo coyuntural o momentáneo; es construir una relación estructuralmente nueva y diferente de la relación de clases” (1985: 97). Pretendían superar cualquier identificación a priori entre posiciones estructurales de clase y necesidades, tareas o representaciones políticas y, así, cobraban valor lo que llamaban las “relaciones de equivalencia” y el momento en que se producía la emergencia del “equivalente general” del conjunto. Ese momento era el hegemónico. En el contexto de la Tercera Internacional, solo Gramsci habría vislumbrado esta concepción de la hegemonía como articulación (aunque no abandonase el principio de la clase fundamental como unificante en las relaciones hegemónicas), al abordarla no sólo como un movimiento en el plano político sino también en el “intelectual y moral”.

Dos conceptos relevantes eran los de “articulación” y “discurso”. Si la hegemonía implicaba una forma contingente de cristalizar identidades colectivas, eso suponía que todas las regularidades eran precarias en su fijación. De allí que la hegemonía debía ser pensada en términos de articulación, es decir, de una “práctica que establece relaciones tales entre elementos que la identidad de los mismos se ve modificada como el resultado de esa práctica” (1985: 143). Su particularidad era la presencia de prácticas articulatorias antagónicas o lo que denominaban el “efecto de frontera” que demarcaba identidades. Discurso significaba, precisamente, el resultado de esa práctica articulatoria que instituía relaciones sociales a partir de configuraciones parciales.

Hacemos este apretado resumen porque con él se vislumbran las lecturas de Laclau sobre los populismos. Quisiéramos señalar del trabajo del autor en “La razón populista” (2005), en la línea de nuestro recorrido, que las posibilidades de definir a los populismos respondían menos a un contenido específico que a una lógica de articulación y conformación de identidades contingentes, donde la primacía del momento político y la dicotomización del campo social entre bloques antagónicos devenían nodales.

El “pueblo” no era algo que estuviese dado en la realidad social sino que era el resultado de la constitución de identidades populares. La articulación de “demandas insatisfechas” bajo una lógica equivalencial que las identificaba con la adopción de un “significante vacío”, la asunción de una parte que asumía la representación del todo, la conformación de identidades con su tensión irreductible entre lo exterior e interior, la demarcación de fronteras sociales, la figura del líder y la configuración de un nuevo colectivo de carácter popular representaban algunas de sus ideas principales.

Tres precondiciones para el populismo eran entonces (i) la articulación equivalencial de demandas insatisfechas que hacía posible el surgimiento del “pueblo”, (ii) la formación de una frontera interna antagónica que separaba el “pueblo” del poder y (iii) la unificación de esas demandas en un sistema estable de significación, que era más que la suma de sus lazos y que constituía su identidad (Laclau, 2005: 99). El “pueblo” sería así la posibilidad de nombrar una “plenitud ausente” en el orden social cuando las demandas insatisfechas, al articularse, devenían “populares”.

Laclau asimilaba la “guerra de posiciones” gramsciana a ese pasaje por el cual una demanda aislada pasaba formar parte de la cadena equivalencial, lo cual tenía dos consecuencias importantes. La primera era que esas demandas se verán modificadas en su identidad al perder parte de su especificidad por estar asociadas al conjunto, especificidad que de todos modos no se disipaba por completo. La segunda era que una particularidad asumía la capacidad de representar a la totalidad, es decir, realizaba la “operación hegemónica”. Esto significaba que una demanda particular pasaba a expresar al conjunto además de a sí misma. Toda identidad popular se construiría en base a esa operatoria.

El otro factor determinante, decíamos, era la institución de una frontera que delimitaba un interior y un exterior constitutivo de la identidad. Por ello, la “ruptura populista” ocurría cuando tenía lugar una dicotomización del espacio social por la cual los actores se veían como partícipes de uno u otro de los campos enfrentados. Con estos elementos es que Laclau definió al populismo como una forma específica de articulación discursiva.

Pensando en la ascendencia de estas conceptualizaciones en el campo intelectual a fines del siglo XX y principios del XXI, no es sorprendente constatar la proliferación de una cantidad relevante de estudios empíricos que, bajo la estela laclausiana, emprendieron el análisis de la etapa kirchnerista en Argentina desde el marco de la construcción discursiva de las identidades. Pueden consultarse como ejemplo los trabajos de Aboy Carlés (2013), Panizza (2005) o Retamozo (2014), entre otros. La influencia de los estudios laclausianos ha configurado una suerte subcampo de estudios en torno al concepto de populismo.

Precisamente Aboy Carlés se ha abocado a estudiar la conformación de identidades políticas en Argentina, focalizándose en aquellas que configuran una “matriz populista de constitución de identidades”: el radicalismo yrijoyenista y el peronismo. El objeto de una sociología política de este tipo es el estudio de los lazos políticos que se producen en relación a la constitución de identidades, definidas por Aboy Carlés como “prácticas sedimentadas, configuradoras de sentido, que establecen por un mismo proceso de diferenciación externa y homogeneización interna, solidaridades estables” (2003: 23).

Dos tensiones forman las identidades: hacia el exterior (la definición de alteridades) y hacia el interior (la propia “unidad de referencia”). Allí es donde la noción de hegemonía tal como Laclau y Mouffe la conceptuaron adquirió relevancia: toda identidad política que hegemoniza un campo de solidaridades lo hace en uso simultáneo de las lógicas de la diferencia (expansión y complejización del espacio político) y de la equivalencia (simplificación del espacio político). La tensión irreductible de las identidades políticas radica en la necesidad de delimitar sus fronteras al tiempo que, consolidando su unidad interna, también expandirlas.

La especificidad del populismo como identidad es que es una de las formas posibles en que se negocia esa tensión entre división y homogeneización, consistente en un “juego pendular” que agudiza esas tendencias contrapuestas a través de la modificación de sus propias fronteras. En otras palabras, que el juego sobre la exclusión/inclusión de la alteridad en el propio marco de solidaridades no sólo está siempre abierto sino que se potencia. Así el populismo se caracterizaría por esta forma particular de negociación de la tensión irreductible de las identidades políticas.

La naturaleza dual del peronismo como populismo era visible para el autor en dos de las ideas fuerza del peronismo, la “identidad nacional” y la “justicia social”. Respecto a la primera, el peronismo siempre osciló entre la constitución del pueblo y la tentativa de ampliar esas fronteras a la “comunidad nacional”, reclamando una representación global de la nación. La variación de la fórmula discursiva “para un peronista no puede haber nada mejor que otro peronista” de las “Veinte verdades” de 1950 a “para un argentino no puede haber nada mejor que otro argentino” de 1973 es muestra de ello. La “justicia social”, por su parte, era al mismo tiempo la defensa de las reformas sociales opuestas a la del orden previo que benefició a los/as trabajadores/as y una delimitación contra la “lucha de clases” que lo separaba de las oposiciones de izquierda.

Para cerrar, consignemos que no fue Laclau la única influencia teórica para pensar los populismos en clave discursiva. Podríamos afirmar que la otra gran escuela del análisis del discurso político es aquella que tiene a Sigal y Verón como referencias, a raíz de su estudio “Perón o muerte. Los fundamentos discursivos del fenómeno peronista”. Ya sin rastros de Gramsci aquí, los autores afirmaran que el peronismo logró constituirse como discurso político a partir de la instauración de una “gigantesca metáfora entre el movimiento peronista y la Nación democrática, es decir, entre los peronistas y los argentinos, entre Perón y la Patria” (Sigal y Verón, 2003: 254).

Conclusiones

Quisiéramos cerrar esta recapitulación resaltando que no pretendimos realizar un análisis exhaustivo de todos los análisis gramscianos en Argentina tendientes a analizar los procesos nacional-populares o populistas. En lugar de ello, pretendimos la más humilde tarea de delinear un mapa que, apoyado en estudios especializados y en la indagación de algunas fuentes primarias que nos parecieron relevantes, diera cuenta del peso específico del discurrir de las categorías gramscianas. Y esto bajo el supuesto, que a fin de cuentas da sentido a lo aquí presentado, de que permitieron un amplio abanico de interpretaciones que enriquecieron su comprensión. Fueron esas categorías las que habilitaron las zonas de tránsito entre marxismo y peronismo, entre socialismo y democracia, entre hegemonía y discurso y todas sus combinatorias y retroalimentaciones.

De ese diverso repaso, en el cruce entre movimientos nacional-populares y hegemonía remarcamos sus usos en:

- La configuración nuevo patrón de dominación (Estado- sociedad) asociado a un también nuevo patrón de acumulación luego de la crisis del modelo agroexportador (“gramscianos socialistas”).

- La constitución identitaria de las clases populares a partir de la irrupción de nacionalismos populares: tensión entre el principio de construcción de una dominación política nacional-popular y nacional-estatal (“g. socialistas”).

- La alianza entre intereses de fracciones de clase; crisis y “vacancia” hegemónica (“g. socialistas”).

- El peronismo como “voluntad colectiva nacional-popular” antagónica al bloque de poder “oligárquico”, con la asociación entre la figura del “príncipe” gramsciano con la del líder del peronismo (“peronistas gramscianos”).

- La conformación de una voluntad colectiva de los sectores populares, constituida desde el acopio de experiencias históricas y tradiciones culturales, como principio de lucha por una nueva hegemonía (“p. gramscianos”).

- La hegemonía abordada desde una nueva reflexión sobre la “sociedad civil”. Radicalización de la democracia a partir de la dispersión del fundamento de la clase obrera como punto central del conflicto social y la emergencia de diversas identidades movilizadas en la sociedad civil (articulaciones del pensamiento gramsciano con el retorno democrático).

- El populismo como discurso e identidad que, al mismo tiempo, articula hegemónicamente demandas insatisfechas e instituye bloques antagónicos (gramscianismo laclausiano).

- La matriz populista como identidad política que hegemoniza un campo de solidaridades agudizando el juego pendular de sus fronteras (en la estela del gramscismo laclausiano, análisis discursivos de las identidades políticas).

De acuerdo a Waldo Ansaldi (1992), una de las preocupaciones centrales de Gramsci fue la de articular la observación histórica y el análisis teórico en la comprensión de las sociedades y, en esa tarea, sus herramientas conceptuales constituyen una batería muy rica a pesar de la poca sistematicidad producto de las situaciones en las que fueron escritas. Pero si son categorías que emergieron de la lectura de la historia de Europa y de su país, ¿en qué medida nos siguen permitiendo comprender otras épocas y latitudes? La respuesta de Ansaldi es que lo serán bajo condición de tener presente siempre su historicidad, aspecto que hace foco en el problema (también planteado por Gramsci) de la “traductibilidad” de los lenguajes teóricos.

Precisamente, en la biblioteca que contiene las diversas formas de la traducibilidad gramsciana en Argentina, convivieron notables pensadores/as e intelectuales que animaron desde distintos registros escriturales, influencias teóricas y compromisos institucionales no sólo el campo intelectual, sino también la zona de tránsito con el campo político, sea cual fuere su resultado. Aun conscientes del peso relativo, variable y muchas veces menor que esas ideas pudieran tener en la circulación discursiva de una sociedad, asumir esas tareas intelectuales fue parte de la impronta gramsciana y del reconocimiento que sus intervenciones pudiesen tener en las luchas de sentido que configuran los órdenes sociales.

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Notas

[1] En la obra de Burgos citada, señala el autor que la influencia de Gramsci en el PCA fue residual en cuanto a sus aportes teóricos, estando más bien asociada a la figura del militante y su entidad moral de preso del fascismo.
[2] En 1958 El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce, en 1960 Los intelectuales y la organización de la cultura, en 1961 Literatura y vida nacional y en 1962 Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno.
[3] En libros como Echeverría (1951), Nación y Cultura (1959) o El mito liberal (1959), lecturas que en ocasiones serán contradictorias con la línea oficial del PCA (Aricó, 2014).
[4] Aricó, Portantiero y Del Barco, entre otros, serán parte del núcleo fundador de Pasado y Presente y de la renovación político-intelectual dentro del PCA. Las instancias previas a la fundación de la revista estarán signadas por los conflictos que sus lecturas gramscianas ocasionarán al cuestionar rigideces teóricas del PCA y los lineamientos de la III Internacional. Aun dentro del partido, desde el número 59 de la revista Cuadernos de Cultura, Oscar del Barco publicará el ensayo Notas sobre Antonio Gramsci y el problema de la objetividad, en el que confrontará con el objetivismo materialista. Un mes antes sería publicada la nueva revista Pasado y Presente, editada por el grupo que compartía las posiciones de Del Barco. Las polémicas de esa nueva publicación sumadas a las ocasionadas en Cuadernos de Cultura marcan la expulsión del grupo.
[5] Por cuestión de recorte hemos dejado fuera a nombres como los de Rodolfo Puiggrós o Jorge Abelardo Ramos, quienes propiciarán un acercamiento al peronismo desde el marxismo o, a la inversa, de sectores vinculados al peronismo y su acercamiento al marxismo como John William Cooke, diputado y designado por Perón como su representante en Argentina durante su exilio entre 1955 y 1959. También al grupo de intelectuales que se nuclearon en la revista Contorno y sus relaciones con el peronismo, para el cual puede consultarse el capítulo III del libro de Sigal (1991): “Una nueva intelectualidad”.
[6] Sobre las publicaciones y los temas de Antropología del Tercer Mundo puede consultarse a Barleta y Lenci (2001).
[7] El libro se compone de cuatro ensayos escritos en los años que van de 1975 a 1981: Estado y crisis en el debate de entreguerras (1981), Los usos de Gramsci (1975), Notas sobre crisis y producción de acción hegemónica (1980) y Gramsci y el análisis de coyuntura (1977). Al ser producidos en el exilio, podríamos usar uno de los propios títulos de Portantiero: él, como Gramsci, también está reflexionando “desde la derrota”.
[8] Puede consultarse el texto de Pablo Ponza “El Club de Cultura Socialista y la gestión de Alfonsín: transición a una nueva cultura política plural y democrática” (2013) para una visión de la génesis y del devenir del grupo.


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