Resumen: El Estado colombiano entregó la administración de una porción de los territorios orientales del país a la Compañía de María entre 1914 y 1949. La mayoría de informaciones hasta hoy aluden a los trabajos misionales o de evangelización y otros aspectos sobre su labor son desconocidos. Basado en materiales propios de la comunidad religiosa y en los de archivos públicos, el estudio se ocupa de una de sus figuras más destacadas -el padre Pedro Kok-. Adicionalmente, se detallan los trabajos de los monfortianos, sus exploraciones en el territorio nacional y los trabajos concretos en el Vaupés del padre Kok y su visión particular sobre la vida de los indígenas.
Palabras clave: Compañía de MaríaCompañía de María,MonfortianosMonfortianos,Pedro KokPedro Kok,MisionesMisiones,Vaupés, ColombiaVaupés, Colombia.
Abstract: The Colombian state handed over the administration of a portion of the eastern territories of the country to the community Compañía de María between 1914 and 1949. Most of the information that so far refers to missionary or evangelistic work and other aspects of its labor are unknown. Based on materials belonging to the religious community and those of public archives, the study deals with one of its most outstanding figures, Father Pedro Kok. In addition, the works of the Montfortians, their explorations in the national territory and the concrete works of Father Kok in Vaupés and his particular vision of indigenous life
Keywords: Compañía de María, Montfortians, Pedro Kok, Missions, Vaupés, Colombia.
Artículos de investigación
LOS TRABAJOS DE LA COMPAÑÍA DE MARÍA Y EL MISIONERO PEDRO KOK EN EL VAUPÉS COLOMBIANO, 1914-1949
The work of Compañia de Maria and the missionary Pedro Kok at Vaupés colombiano, 1914-1949
Recepción: 04 Mayo 2018
Aprobación: 05 Abril 2019
La Constitución Política de Colombia de 1886 reconoció en su preámbulo a Dios como fuente suprema de toda autoridad y un año después se celebró el Concordato, que contemplaba la posibilidad de celebrar convenios con la Santa Sede sobre el "fomento de misiones católicas entre las tribus bárbaras"; tales acuerdos se hacían efectivos sin que fueran aprobados por el Congreso Nacional (Decreto 816 de 1988). Posteriormente, según Roldan, la Ley 89 de 1890, señalaba que:
La legislación general de la República no regirá entre los salvajes que vayan reduciéndose a la vida civilizada por medio de Misiones. En consecuencia, el Gobierno, de acuerdo con la autoridad eclesiástica, determinará la manera cómo esas incipientes sociedades deban ser gobernadas. (1990, p. 46).
Vale la pena recordar que a fines del siglo XIX el concepto de "salvaje" se aplicaba a quienes "desconocían el castellano, la religión cristiana y el modelo de organización de la sociedad mayor" (Roldán, 1990).
Unos años después se estableció un convenio que definió tres territorios de misión en la región oriental: Caquetá, Intendencia Oriental y Llanos de San Martín (Diario Oficial, 1903). En 1905 la jurisdicción en los Llanos de San Martín fue entregada a la Compañía de María, nombrándose a Eugène Moron (1865-1949) como inspector de instrucción (Diario Oficial, 1905). Los trabajos iniciales de estos religiosos se concentraron en tres localidades del Meta: Villavicencio, San Martín y Medina, extendiéndose posteriormente a otras zonas. Los territorios de misión de la Intendencia Oriental y los Llanos de San Martín se elevaron en 1904 a prefecturas apostólicas (Diario Oficial, 1904) y en 1908 incluyendo solo la porción al norte del río Apaporis de la antigua intendencia oriental se formó el Vicariato Apostólico de los Llanos de San Martín, como lo muestra la división eclesiástica para 1938 que se incluye en la Figura 1 y que se mantuvo inmodificada hasta 1951 momento en que el Vicariato del Caquetá se dividió en dos jurisdicciones la Prefectura Apostólica de Leticia y el Vicariato de Florencia.
En todos los materiales suscritos por integrantes de la Compañía de María que trabajaron en el Vaupés se enfatiza el trabajo de evangelización y adicionalmente se menciona al padre Pedro Kok como su figura más destacada. Sin embargo, otros trabajos de los religiosos son poco conocidos; sobre ellos y en particular sobre los trabajos de Kok y su visión sobre los indígenas se ocupa este artículo, cuyo soporte teórico retoma la propuesta de la sociología de la religión que en uno de sus tópicos aborda las instituciones y sus relaciones como un elemento para la comprensión del fenómeno religioso (Houtart, 2001; De Paula Gomes, 2006).
La Compañía de María originaria de Francia debe su existencia a Louis Grignion. Según Pérouas (1984) Grignion nació el 31 de enero de 1673; era el segundo de dieciocho hermanos e hijo de Juan Bautista Grignion y Juana Robert. Con doce años ingresó al colegio de Tomás Becket ubicado en Rennes, dirigido entonces por jesuitas. Luego fue a París y en el año de 1695 entró en el Seminario Menor de San Sulpicio. Hizo cursos de teología en la Sorbona, se ordenó sacerdote el 5 de junio de 1700. Ese mismo año tuvo sus primeros contactos con la actividad misionera en Nantes, atendiendo a los enfermos pobres en el Hospital General de Poitiers, lo que continuó haciendo durante diez años, para finalmente en 1710 ingresar en la Tercera Orden Dominicana (Pérouas, 1984, pp. 3-66).
Entre 1700 y 1703 Louis Grignion soñó con la idea de una congregación de hombres y mujeres. Para 1714 redactó su Regla Fundamental, la cual desde entonces se conoce como Regla de Sacerdotes Misioneros de la Compañía de María (S.M.M.). En 1715 entregó a María Luisa Trichet la Regla Primitiva de la Sabiduría o de la Rama Femenina de la Orden Montfortiana.
En 1716 la muerte sorprendió a Luis Grignion; apenas tenía 43 años y el grupo de sus discípulos era aún bastante reducido. Hacia 1719 se conocía la congregación con el nombre de Misioneros de la Comunidad del Espíritu Santo, y su reducido número se mantuvo hasta los fines del siglo XIX. En 1820, el religioso Gabriel Deshayes asumió el cargo de superior de la orden dándole un nuevo impulso, aunque distanciándose un poco de la inspiración original. Finalmente, en 1842 al comenzar el proceso de beatificación de Grignion, se buscaron y encontraron una parte importante de sus escritos originales. El 22 de enero de 1888 León XIII beatificó a Louis Grignion y el 20 julio de 1947 fue canonizado por Pío XII (Nécrologe de la Compagnie de Marie, 1997, p. 40).
En Suramérica la Compañía de María desarrolla actualmente actividades en Argentina, Brasil, Colombia, Ecuador y Perú. Desde su llegada en 1904 a Colombia hasta 1949, un total de 73 religiosos integraron su personal en el país. En particular el número de misiones en el Vaupés colombiano llego a siete como se relaciona en la Tabla 1.
La orden monfortiana se define como misionera y tiene como eje la devoción a la Virgen María; guarda preferencia por trabajos en zonas rurales, y quienes la integran deben carecer de patrimonio o cederlo antes de su ingreso. Las estructuras internas de la Compañía de María involucran la existencia de: padres, hermanos, novicios, escolásticos y diáconos. Los padres hacen votos perpetuos y por tanto, eran ordenados como sacerdotes, y eran quienes estaban a cargo de la misión; los hermanos eran confesos o coadjutores que colaboraban con tareas específicas acompañando a los padres en las misiones. Dentro del noviciado existen dos tipos de miembros: novicios clérigos o candidatos a padre, y novicios legos o candidatos a hermanos.
Todos los integrantes de la Compañía de María eran en su totalidad extranjeros al comienzo. Para 1911 se enlistaron los dos primeros candidatos colombianos, pero ambos murieron. Hacia 1923 se abrió la Escuela Apostólica o Seminario Menor de la Compañía en San Juanito (Meta) y para 1925 ya tenía 29 alumnos. El 8 de diciembre de 1927 se ordenarondotes. En 1929 el Seminario fue trasladado a Choachí (Beltrán, 1942, pp. 5-7). Dentro de los alumnos se encontraba el hermano Martín de Porres (Antonio Silva) quien fuera alumno de la misión en Montfort (Vaupés) y que dio inició a su profesión a la edad de 16 años en 1922, falleciendo en 1947, cuando tenía 41 años de edad.
La labor de la Compañía de María fue más allá de lo espiritual, sus miembros desarrollaron tareas en diversos campos: en el área de la salud y por iniciativa del padre Jean Baptiste Arnaud (1866-1938) fue fundado el Hospital de Montfort en Villavicencio; la primera piedra fue bendecida el 20 de julio de 1910, entrando en servicio el 1° de noviembre de 1911. Las tareas en esta institución fueron asumidas de manera gratuita por las Hermanas de la Sabiduría, línea femenina de los montfortianos (Bodas de Plata misionales de la Compañía de María en Colombia, 19041929, s.f., p. 145).
En el campo económico, la congregación fundó el Banco San José, que comenzó a operaciones el 19 de marzo de 1912, y se mantuvo hasta 1926 cuando el gobierno dictó nuevas normas bancarias; en la prensa monfortiana pueden seguirse con algún detalle los movimientos bancarios ya que publicaba los balances de sus operaciones. Igualmente, el padre Maurice Dières Momplaisir, a través de sus escritos en la prensa montfortiana, impulsó el avance del correo aéreo hacia los Llanos, idea que se consolidó unos años más tarde cuando gracias a la cooperación de los misioneros montfortianos se construyeron campos de aterrizaje en Mitú, Acaricuara, Montfort y Teresita. Los sacerdotes incluso contaban con un piloto, pues el padre holandés Andreas Linssen (1898-1985) se entrenó para ello en los Estados Unidos (Cabrera Becerra, 2015b, p. 201). En la Figura 2 se le aprecia en compañía de dos misioneros más y un nutrido grupo de indígenas.
El padre Maurice Dières Momtplaisir (1876-1947), hizo en Villavicencio registro sistemático de datos meteorológicos, abrió además dos sencillas estaciones meteorológicas en San Martín y San Juanito en el Meta. En 1916 Dières llevó una de las primeras imprentas que ingresó al país, impulsando la creación de la Tipografía San José que capacitaba personal en las tareas de impresión, y en la cual la orden monfortiana publicaba su periódico Eco de Oriente, órgano a través del cual la Congregación divulgaba la marcha de los trabajos misionales y sus acciones sociales; los primeros números fueron manuscritos como se aprecia en la Figura 2 y más tarde impresos como se aprecia en la Figura 3.
El Eco de Oriente apareció el 15 de mayo de 1913, siendo mensual hasta 1916, año en que quedó a cargo de la Imprenta San José (García, 1997, p. 9). Luego fue trisemanario con aparición los martes, jueves y domingos; con el transcurrir del tiempo cambió la frecuencia de su emisión llegando a ser bisemanario desde septiembre de 1922, con aparición los días jueves y los domingos. Finalmente se convirtió en semanario que salía todos los domingos, manteniéndose así hasta el año de 1950.
La colección de objetos y la creación del Museo Guiot -cuyo nombre hace homenaje al Vicario Apostólico de los Llanos de San Martín-, fue otra tarea de los monforitanos; este albergaba muestras de los tres reinos naturales, así como una serie de objetos recogidos por los misioneros en el Vichada y el Vaupés.
Una de las principales ocupaciones de los miembros de la Compañía de María fue la educación; para el año de 1904 existían cinco escuelas, una en Villavicencio, dos en San Martín y otras dos en Medina. En 1911 el número de escuelas se había elevado a 12, todas ellas en los Llanos, y en total contaban con 494 estudiantes matriculados y 420 asistentes regulares (Informe Oficial que rinde el Vicario Apostólico de los Llanos de San Martín al Excelentísimo Señor Delegado Apostólico, 1910-1911, 1911, p. 28). Para 1919 el Vicariato Apostólico contaba con 25 escuelas, dos de ellas en el Vaupés: Montfort en el río Papurí y Santa María del Cuduyari en el río del mismo nombre. En 1927 solo funcionaba en el Vaupés la Escuela de Montfort (Archivo General de la Nación, Sección 1a, tomo 956, fl. 15) y dos años más tarde se inauguraron las escuelas de Calamar y Mitú, que ya contaban con maestros laicos (Archivo General de la Nación, Sección 1a, tomo 986, fl. 626).
Los misioneros también impulsaron, solicitando apoyo del gobierno, la instalación de un radioteléfono. En una comunicación del Vicariato Apostólico de los Llanos de San Martín enviada desde Villavicencio al Presidente de la República el 20 de febrero de 1928, manifestaban:
Hace un mes vino a esta un técnico austríaco, quien, en tres días y con los elementos que teníamos, nos hizo un receptor de radiotelefonía el cual funciona admirablemente. Con él hemos podido coger telegramas de Caracas, Tolón, Buenos Aires, Java y oír conciertos de los Estados Unidos y Amsterdam, hecho comprobado por los mismos Padres holandeses quienes oyeron su idioma y su himno.
Este señor deseoso de hacerse conocer, ofrece, en condiciones excepcionales para nosotros establecer la radiotelefonía entre Villavicencio y Montfort-Papurí. Los aparatos se fabricarían aquí mismo en nuestra presencia, se ensayarían en Bogotá delante de las altas autoridades civiles y eclesiásticas, y luego el mismo técnico acompañado de un padre los iría a establecer en Montfort Papurí.
Las condiciones del contrato son tan ventajosas que no vacilamos en firmarlo, él y yo, por miedo a que las cambiara más tarde; pero para que el contrato quede válido y nos obligue mutuamente es preciso que lo refrende Monseñor Guiot.
Este acosado por los gastos que ocasionan sus seminarios (construcciones en Choachí, treinta alumnos en el Seminario Menor y doce en el noviciado), pensando además en la ventaja y beneficios que prestarán a la Nación una estación Radio-telefónica (transmisora y receptora aquí en Villavicencio y en las fronteras del Brasil) no se atreve a perfeccionar el contrato, sin saber si puede contar con la ayuda del Gobierno necesitaría solamente de unos dos mil ($2.000) que podrían suministrarse ya en forma de auxilio, y en forma de sueldo concedido para estos últimos diez meses, a razón de doscientos ($200) mensuales al señor Martín Schreurs, como encargado del montaje Radiotelefónico en Montfort Papurí, o, dado que el contrato con la Marconi no lo permitiera, bajo cualquier otro concepto. El sueldo debiera cobrase aquí en Villavicencio. Dada la circunstancia de que los aparatos serían de uso privado, aunque siempre a disposición del gobierno, es de creer que no haya dificultad. Movido únicamente por el bien de la región y de esta querida Nación, tengo el atrevimiento de contar con la contestación pronta y favorable pues la ocasión es única.
Con sentimientos de profundo respeto me suscribo de V. E. muy atto. Y obsecuente servidor, Mauricio Dières Mont-plaisir (Dières Montplaisir, M., 1928. Comunicación personal, Archivo de la Presidencia. rollo 10, posición 1570-1571).
Como puede colegirse los religiosos manifestaban que no solo buscaban su propio beneficio, sino el de la nación colombiana. El proyecto quedó en cabeza del sacerdote holandés Martin Schreurs (1900-1969), quien en 1929 se encontraba en Monfort trabajando como catequista y a la espera de la llegada del equipo.
Tempranamente los monfortianos percibieron el potencial energético de los cursos de agua en la región, en los años veinte uno de ellos ya había instalado una sierra hidráulica que:
Necesitaba muy poca agua para ponerse en movimiento, más el eje era muy débil y se torció al aserrar las primeras tablas. No sería costoso, pero si inútil enderezarlo. Nos parece antes más ventajoso comprar otra maquinaria, porque sería lástima no aprovechar la caída de agua que tenemos, que es de 4 metros de altura y da agua a voluntad. Además, podría servir para otros usos mecánicos también (Barón, 1927:258 como se citó en Cabrera Becerra, 2015b, pp. 203-204).
Los sacerdotes monfortianos adelantaron varias expediciones para conocer los territorios en los que se realizaría su labor. En 1907 se emprendió la primera exploración hacia el Vichada liderada por Monseñor Eugène Moron acompañado de los padres Maurice Dières Montplaisir y Pierre Barón (1876-1966). Según refiere Garavito (1994, p. 26), Monseñor enfermó y se vio obligado a permanecer en Cabuyaro, y sus dos compañeros continuaron avanzando hasta la región del río Muco, donde conocieron a Julio Barrera Malo, personaje de la novela La Vorágine de José Eustasio River2. Encuentro del que existe un registro gráfico como se puede observar en la Figura 4. Tras un año de permanencia en la zona, regresaron para rendir su informe al Prefecto Apostólico Moron, para entonces sustituido por Joseph Guiot, quien fuera consagrado como Vicario Apostólico de los Llanos de San Martín el 28 de abril de 1908. Los padres montfortianos realizaron dos exploraciones más al Vichada, la primera en 1919 y una segunda en 1950.
En el año de 1912 hacia las sabanas del Macayá y oficiando como Capellán el Padre Joseph Seignard (1880-1955), viajaron allí para: "averiguar sobre el terreno si había o no posibilidad de abrir un camino por tierra o por el Vaupés para comunicar con La Pedrera" (Seignard, 1945a); la razón del viaje era buscar un camino que permitiera movilizar armas y tropas con rapidez hacia La Pedrera, a raíz de la avanzada peruana ocurrida en 1911. En efecto, para llegar hasta La Pedrera se debía pasar por el Brasil y este país prohibía el tránsito de hombres armados, por lo cual se hacía indispensable la búsqueda de un camino que permitiera la llegada de las tropas para defender los intereses colombianos.
Seignard recuerda así las dificultades del viaje: se inició con 30 miembros, de los cuales solo llegaron a San José del Guaviare 20; y diez prosiguieron camino hasta Calamar. Entre el 25 de abril y el 4 de junio el comandante de la expedición, coronel Heliodoro Moyano, y el práctico José Gregorio Calderón concentraron sus esfuerzos en la apertura de una trocha desde un lugar llamado El Fono -posteriormente San Camilo- sobre el río Itilla, hasta un cerro que divide las aguas de los ríos Macayá y Ajajú. Sin alcanzar su meta, pues las provisiones se habían agotado, el sostenimiento de la expedición se limitó a consumo de primates y frutos de seje3 hasta su regreso al punto de partida. La valoración de la exploración del padre Seignard fue como sigue:
Aunque la trocha abierta desde el Itilla hasta el Ajajú no nos llevó a las dehesas del Mesayá, sirvió después a la Comisaría para abrir una en otra dirección y fue la que partiendo del Vaupés, arriba del raudal Yuruparí, se dirige a la unión del río Macayá con el Ajajú, abajo del cerro de la Campana donde nosotros nos quedamos. Prolongando dicha trocha casi al Sur (Apaporis abajo) es el camino que sirve todavía a los caucheros para comunicarse entre el Vaupés y La Pedrera en el Caquetá. (Seignard, 1945b, p. 6).
Un año más tarde una nueva expedición de carácter gubernamental se dirigió hacia el Macayá; en esta ocasión participó el médico y explorador norteamericano Hamilton Rice, quien tras seguir la misma ruta entre Bogotá y Villavicencio que empleara en su primer viaje en 1907, arribó a San José el 23 de agosto, y seis días después se encontraba ya en Calamar. El 20 de septiembre los expedicionarios arribaron a San Camilo sobre el río Itilla, alcanzando la mañana del 5 de noviembre el caño Tacumenué (Rice, 1914, pp. 138-148). Según reporte de Benjamín Jaramillo al entonces Ministro de Gobierno:
En el caño Tacumenué hubo necesidad de dividir la expedición, pues los alimentos se acababan y era mi deseo llegar hasta el río Ajajú ya que era imposible por falta de víveres, llegar hasta el Mesay. Seguí únicamente con el Doctor Rice, el práctico y siete peones, haciendo una pequeñísima pica en el monte, así caminamos dos días, hasta que se acabaron completamente los alimentos; entonces hubo necesidad de devolver cinco peones del Quebradón Elcilla y seguí con el Doctor Rice, el práctico y dos peones, hasta encontrar el río Ajajú a donde llegamos el 11 de noviembre; allá nos demoramos un día mientras fijaba el Doctor Rice la situación del río astronómicamente y nos volvimos sin más alimento que los que se pudieran conseguir por medio de la caza, pues hasta la sal se había acabado. De regreso gastamos ocho días hasta San Camilo, donde encontramos los compañeros y alimentos, de allí seguimos inmediatamente para este Puerto a donde llegamos el 23 del Corriente. Los expedicionarios llegaron todos muy agotados y enfermos, pues el clima es malo; a medida que se fueron reponiendo y se les pudo pagar; se les fue dando de baja pues ellos deseaban ante todo volver a sus trabajos de cauchería (Archivo General de la Nación. Sección 1a, Comisaría Especial del Vaupés, tomo 718, fls.167-168).
Terminó así la exploración del oriente del país con la participación de algunos de los misioneros de la Compañía de María. El avance de sus trabajos, en especial su entrada definitiva al Vaupés, permitió no solo profundizar en el conocimiento geográfico de la región, y la presencia de población no indígena, incluida en el primer censo de la región (Cabrera, 2002, p. 153). La distribución de la población indígena en la zona del río Papurí ocupaba cuatro poblados San Raúl, Santa Rosa, Santa María y San Humberto, área de la que el padre Pedro Kok elaboró un primer mapa que se muestra en la Figura 5.
La movilización acuática es fundamental en la región. Uno de los textos del sacerdote Hubert Damoiseaux (1876-1965) brinda detalles sobre la navegabilidad de los ríos, sus sistemas de comunicación, y las distancias aproximadas entre los asentamientos. Dentro de los principales ríos que el religioso menciona está el Jeriza, navegable durante tres días, se comunica con el Macaya por vía terrestre; acerca de la quebrada Miraflores, refiere que es navegable hasta el Caño Grande, revelando también que el río Ti se comunica con el Papurí. Adicionalmente, menciona otros ríos grandes también navegables como el Guaracú, Arará, Uakar, Mejirilla, Carurú, Tui, así como diversos cursos de agua de poca importancia como el Caruru, Mirití-Garapay, Parana-Pichuna, Aviyu, Umari, Muchu, Tuyuca y Pindaiva (Damoiseaux 1916).
Los varaderos o pasos terrestres que comunican dos ríos eran varios; Damoiseaux menciona que en la región existen: entre los ríos Querary e Isana cuyo recorrido toma tres horas; entre los ríos Ana-Paraná y Ti, y entre los ríos Paca-Paraná y Yi, otros dos son salvables en una hora. Acerca de las distancias que separan un asentamiento de otro, el sacerdote explica que:
A marcha regular, aguas abajo navegando durante 10 horas diarias, se gastan: de Calamar a las Bocas de los ríos Unilla e Itilla, 4 días; de dichas bocas al Dorado 4 días; del Dorado a Circasia 7 días; de Circasia a la Helvecia 2 días; de esta a Urania 4 horas; de Urania a la frontera de Yavareté 7 días. Total 24 días 4 horas. De Calamar a Montfort Papurí, por el Ti 21 días. De Calamar a Montfort por el Yi 23 días (Damoiseaux, 1916).
Hasta el año de 1949, momento en que la jurisdicción eclesiástica pasó a los misioneros javieres de Yarumal (Cabrera Becerra, 2015a, pp. 193-247), trabajaron en el Vaupés 16 religiosos de la Compañía de María. La Tabla 2 revela que la edad promedio de inicio de la profesión era alrededor de los 25 años, y el arribo a la región del Vaupés hacia los 27 años. Correspondiendo las cifras con la Regla montfortiana que indica la juventud de sus miembros como una condición básica para ser admitidos. Siendo el misionero Hubert Damoiseaux una excepción pues inició su profesión a la edad de 63 años, aunque había llegado al Vaupés desde cuando contaba con 35 años.
Del total de misioneros, 12 eran holandeses, 2 franceses, uno brasileño y de otro no se sabe su origen. La misión del Vaupés fue dirigida por tres superiores: Hubert Damoiseaux entre 1914 y 1919; Pierre Barón, entre los años 1919 y 1933 y Hubert Limpens desde 1934 hasta 1949. En la Figura 6 se aprecian algunos de los misioneros. La Tabla 2, no incluye al hermano Mateo ni el padre Pierre Kok, circunstancia que contrasta con el elevado valor que del segundo se menciona en muchos textos monfortianos. Es sorprendente además que en la Necrología de la Compañía de María no figure este religioso (Necrologe de la Compagnie de Marie, 1997), sin que hasta hoy se tengan claros los motivos de su ausencia. Por su destacado papel en la Misión del Vaupés, le dedicamos el siguiente apartado a dicho religioso.
Cada monfortiano tenía aptitudes especiales en ciertos campos y todas ellas sirvieron a la marcha de la misión: los hermanos Mateo y Guido eran carpinteros; el padre Andreas Linssen sabía de sastrería, aunque su principal habilidad era la medicina, que había estudiado y gracias a lo cual prestó auxilio en varias ocasiones a los salesianos de São Gabriel da Cachoeira en el Brasil (Linnsen, 1941, pp. 6-7). El padre Hubert Limpens (1889-1950), era un hábil carpintero y elaboró el altar mayor de Montfort (Anónimo. 1922, p. 268).
Según la Norma monfortiana,
Les está absolutamente prohibido, sea durante la misión o sea después, pedir nada a nadie directa o indirectamente, ni dinero, ni pan, ni otra cosa alguna, fiándose enteramente en todo de los cuidados de la divina Providencia, que hará un milagro antes que faltar a las necesidades de los que se fían de ella. No les está, sin embargo, prohibido decir, en público o en particular, su estado de providencia y sus reglas sobre el particular (Pérez y Abad, 1954, pp. 612-613).
Los montfortianos siguen con rigor la estructura vertical de su orden siguiendo con obediencia las instrucciones de los superiores inmediatos y su correspondencia, por ejemplo, era sometida a un trámite interno y, según la Regla "no escribirán ni recibirán carta alguna que no la pongan en manos del Superior, el cual la leerá, si le parece bien" (Pérez y Abad, 1954, p. 617).
Varias vidas de religiosos se perdieron en el Vaupés: el hermano Guido se ahogó en el río Papurí; el padre Antoon Beijsens falleció tres días después de su arribo al Vaupés, víctima de paludismo; el padre Gerad Golstein (1908-1936) falleció en São Gabriel da Cachoeira en febrero cuando se dirigía hacia el Vaupés.
La primera mención de Pedro Kok en el Vaupés se remonta al momento en que su compañero Pedro Barón menciona que después de que los indios escuchaban misa el reverendo Kok "les explica a todos la doctrina durante tres horas y cuarto" (Barón, 1918, p. 97). Igualmente, Kok evangelizaba haciendo recorridos por las reducciones (Damoiseaux, 1920a, p. 68) y también participó en la construcción de la capilla de Piracuara (Barón, 1918, p. 97).
Nacido en Holanda, Pierre Kok arribó al Vaupés en el año de 1916, desempeñando su labor misional hasta 1928; alto y de aspecto enérgico, hablaba francés, español y conocía algo de alemán. En el Vaupés Kok aprendió seis lenguas habladas por los indígenas: yeral, tucano, desano, dojkapura (tuyuca), piratapuyo y makú. Su conocimiento le permitió generar trabajos escritos que desde su perspectiva no eran libros, sino instrumentos para uso personal y de sus compañeros; estos eran "un catecismo, un diccionario, una historia sagrada, algunos remedos de cánticos y un ensayo de gramática cuyos verbos complicadísimos me han demorado" (Anónimo. 1920, p. 426). Todos estos materiales reposaban en la Imprenta San José para 1923 "habiéndose demorado la impresión de tan importantes obras, precisamente por el cuidado y gasto que exigen" (Las Misiones de la Compañía de María en los Llanos de San Martín. Una labor de 1903-1924, 1923, p. xxvi). En la Figura 7 se aprecia a Kok con un grupo de alumnos indígenas varones y mujeres con su respectivo uniforme, que era suministrado por los religiosos, de manera que cada alumno tenía "tres o cuatro mudas de ropa: una para el trabajo, una o dos para la iglesia y la escuela y otra para los domingos" (Damoiseaux, 1920b, p. 77).
Acerca de los contenidos del diccionario, Kok anotaba: "tengo apuntadas dos mil palabras en seis idiomas distintos, con sus correspondientes reglas preliminares (prefijos y sufijos para los adverbios, adjetivos, etc...)" (Eco de Oriente, No. 507, 1920, p. 461). Los materiales recopilados por Kok trascendieron las fronteras, llegando a manos del etnólogo francés Paul Rivet, quien se dirigía así al religioso el 9 de diciembre de 1920:
Por conducto de mi excelente amigo de Bogotá, el Sr. Eduardo Posada, acabo de recibir los cuatro números de Eco de Oriente que traen datos interesantísimos por S. R. confiados al Reporter del referido periódico y varios textos religiosos en Tokano.
Me permito escribirle en francés porque vi en el trisemanario mencionado, que S. R. entendía nuestra lengua patria. Sin embargo, si el R. P. se digna honrarme con una contestación, bien puede escribir su respuesta en alemán o en castellano, como guste.
Hace largos años me dedico al estudio de las lenguas americanas y en particular al de las del alto Amazonas, por donde se echa de ver cuánto me interesa tanto lo publicado como lo que queda por ver la luz.
Anoche di principio a la traducción literal de los textos en tucano. En esa labor he alcanzado ya buenos resultados, valiéndome del Diccionario que tengo de ese dialecto. Ello no obstante, se me ha dificultado la traducción de varias oraciones porque ignoro el texto castellano preciso de las trasladadas al tucano. En efecto, como bien lo sabe S. R., existen varias fórmulas de los actos de Fe, Esperanza y Caridad. Ahorrariame pues, bastante trabajo teniendo a la mano el texto correspondiente a la traducción y por eso me permito exigirlo del R. P. Kok.
Además, deseo vehementemente conocer los textos en los demás dialectos del Vaupés y el Diccionario de dos mil palabras en los seis idiomas, anunciados en el Reportaje. Esa obra será un tesoro de inapreciable valor para los filólogos americanistas. Los documentos que S.R. da a conocer sobre el Makú, son sobre todos los demás, valiosísimos.
En prueba de estimación, me permito remitirle un estudio que acabo de publicar sobre ese mismo idioma en colaboración con mi excelente amigo el R. P. C. Tastevin, de Teffé, Amazonas y cuyo bellísimo trabajo sobre la lengua "Yeral" ha sido mencionado por S. R. en "Eco de Oriente".
Agradeceríale pues, R. P. un ejemplar de sus obras y me pongo a su disposición en caso de que se le ofreciese publicar en Europa todo o parte de sus documentos.
Espero...
Dr. Rivet (Eco de Oriente, No. 539, 1921, p. 45 como se citó en Cabrera 2002, p. 167).
Llama la atención el lenguaje con el que Rivet se dirige al padre Kok; pues si bien alaba sus trabajos, exige conocerlos plenamente. Conocer la trayectoria de Paul Rivet quizá permita entender lo perentorio de sus demandas. Paul Rivet nació en Wasigny en 1876, graduándose como médico militar en 1897. Delegado por Francia para trabajar en una misión del servicio geodésico de la Armada Francesa, viajó al Ecuador en 1901. Tras su regreso a Francia se dedicó a los estudios americanistas desde 1906, vinculándose al Museo de Historia Natural y llegando a ser secretario de la Sociedad de Americanistas en 1908. Forzado por la Primera Guerra Mundial volvió a la práctica médica, pero una vez concluida la guerra retomó sus labores como americanista, y en 1937 logró reorganizar el Museo del Hombre. Con ocasión del IV centenario de Bogotá, fue invitado por el gobierno colombiano, asistiendo a los actos conmemorativos y viajando por algunas regiones del país. Con la invasión alemana a Francia durante la Segunda Guerra Mundial, se vinculó a la Resistencia; viéndose obligado a emigrar, se dirigió hacia Colombia en el año de 1941. Este mismo año fundó, en compañía de Gregorio Hernández de Alba (1904-1973), el Instituto Etnológico Nacional, como entidad anexa a la Escuela Normal Superior. Permaneció un par de años en el país adelantando investigaciones de diversa índole y dedicado a la docencia; murió en 1958 (Uribe, 1996). Rivet ocupó entonces un lugar importante entre los americanistas; un año después de la primera carta, enviaba desde París la siguiente carta, fechada el 3 de febrero de 1922:
Acabo de recibir los importantes documentos coleccionados por el R. P. P. Kok, que V. R. tuvo la fineza de remitirme. No quiero dejar para más tarde el aviso de recibo ni demorar la manifestación de mi muy sincera gratitud.
Todavía no hice más que ojear los manuscritos del R. P. misionero y sin embargo alcancé a darme cuenta hasta la convicción de que tales documentos son exponentes científicos de altos quilates.
Pronto me dedicaré al estudio de aquellas joyas y las iré publicando, con el tiempo, porque si bien esa clase de trabajos requiere valor y paciencia, siempre se llevará a cabo.
Inútil darles seguridad de que tanto V. R. como el R. P. Kok estarán al corriente de cuanto se publique. Con mis mejores votos.
Dr. Rivet (Eco de Oriente, No. 635, 1922, p. 97 como se citó en Cabrera 2002, p. 168).
Tres años más tarde apareció la primera publicación conjunta entre el padre Pierre Kok y el etnólogo Paul Rivet, y en la cual también participó el sacerdote francés Constant Tastevin (18801962), miembro de la congregación del Espíritu Santo (Rivet, Kok y Tastevin, 1925, pp. 133-192)4. Rivet y Tastevin se habían conocido cuando el segundo lo había contactado en Francia a través del director del Museu do Pará en junio de 1914 para buscar orientaciones para sus estudios etnológicos (Faulhaber, 1998, p. 124).
Dentro de las ejecutorias de Pierre Kok, se encuentra también la elaboración del reglamento del internado en la misión. El mismo contemplaba la oración previa a cualquier acción de los alumnos a quienes los religiosos fueron
familiarizando con la idea de la presencia de Dios, acostumbrándolos a no hacer y a no tomar nada sin encomendarse al Autor de todo bien. Da verdaderamente gusto antes de comer alguna fruta y al tomar agua o cualquiera otra cosa; aun saben a veces recordarnos esta práctica, si acaso a nosotros se nos olvida usarla (Damoiseaux, 1920b, p. 74).
La instrucción religiosa era una preocupación esencial y por ello la traducción al tucano de las principales oraciones de la doctrina católica constituyó una de las tareas del padre Kok; en la prensa montfortiana se ofrece una versión en la lengua tucano de oraciones como el Padre Nuestro, Ave María, Gloria al Padre, Creo en Dios y otras que reproduce otro trabajo como el anexo 5 (Cabrera 2002, pp. 237-238).
Las habilidades del padre Pierre Kok no se limitaban a su talento para el estudio de las lenguas, ya que era además "el sastre de la misión y corta para todos, faldas, o pantalones según el caso" (Anónimo. 1919, p. 186). Aunque se sabe que Pierre Kok trabajó en el Vaupés entre 1916 y 1928, sus labores fueron interrumpidas en algunos momentos; en el año 1925 uno de sus compañeros señalaba que "el Reverendo Padre está en Europa atendiendo a su salud y a la impresión de sus obras" (Diéres, 1925, p. 127).
El misionero Pedro Kok consideraba a los indios como poco inteligentes y se quejaba del escaso interés por aprender; al respecto señalaba:
A veces, cuando uno les explica algo, se miran con una sonrisa burlona, o bien cuando uno quiere mostrarles que se equivocan en sus razonamientos y en sus acciones, dan media vuelta con gran desdén y con respuestas como esta: Esta bien, tu sabes lo que has aprendido, yo sé lo que me han enseñado, estas respuestas muestran bien el orgullo de su ignorancia. A medida que uno toma ascendiente sobre ellos, se vuelven más humildes y confiesan más o menos su ignorancia, pero a causa de su apatía por todo lo que cuesta un esfuerzo tanto físico como moral, un verdadero cambio supone una evolución educativa muy lenta. No es que sean estúpidos, porque conocen bien todas las nociones de la vida cotidiana, como los nombres de los peces, de las frutas, de cataratas, de instrumentos; conocen suficientemente las dos o tres lenguas de aquellos con quienes se relacionan; pero todo lo que cueste un esfuerzo intelectual, todo lo que sea abstracto, todo eso entra difícilmente en su cerebro. No saben tampoco dar ninguna explicación gramatical sobre su lengua; la eterna respuesta, es humera (no se), o es así como nosotros decimos.
Incluso el deseo de aprender en alguno no resiste a la pereza intelectual; mientras usted más se esfuerza por hacerles entender una cosa, la mirada extraviada, las observaciones descabelladas, las risas fuera de lugar, los bostezos e incluso el eclipsamiento de la persona, le muestran que la cosa no entra. Superficiales en todo, sin reflexión, siguiendo la inspiración del momento para todo aquello que no sea una costumbre establecida por los ancestros, inconstantes, viven su pobre vida día a día, sin la menor preocupación por el futuro (Kok, 1925, pp. 633-634).
La pereza del indio no se limitaba a su apatía intelectual, sino que afectaba la totalidad de los aspectos de su vida cotidiana, sin que su pleno potencial aflorara:
La mayoría son capaces de cierto esfuerzo, pero se cansan rápido y no es sino con los remos que son de una fortaleza casi admirable; desde la edad de cinco años, los niños tienen su remo. Son francamente perezosos. En general, las mujeres, habituadas desde muy jóvenes al trabajo en los campos, a transportar pesadas cargas de yuca y a la preparación de la yuca (rayar, colar con agua, exprimir), tienen los músculos más ejercitados y son más resistentes al trabajo, y más dispuesto a aceptarlo. Sin embargo el gusto por el trabajo no los mata y no se hace lo que no sea absolutamente necesario (Kok, 1925, p. 630).
Kok fue un observador juicioso de la vida cotidiana de los indígenas y dejó registros gráficos como la distribución interior de la maloca, que se muestra en la Figura 7. A su vez, los hábitos alimenticios eran calificados como sucios o justificados por el hambre. El religioso opinaba así al respecto:
Como los ríos no son ricos en peces, ni las selvas en caza, todo lo que es más o menos comestible es bienvenido: algunas serpientes no venenosas, sobre todo acuáticas; las ranas; las larvas de ciertos coleópteros; coleópteros que no nos atrevemos ni siquiera a coger entre los dedos porque apestan; ciertas especies de larvas, de las cuales son tan aficionados, que se quedan días enteros en observación cerca de los árboles atacados hasta que, cuando las hojas se acaban, las larvas, bien gordas, bajan, a veces por centenas, para engordar a su vez a nuestra hambrienta gente (esta larva es chupada toda viva, después de lo cual la piel sigue el mismo camino; otra debe ser cocinada o asada, o tostada); la hormiga sauba, sobre todo las reinas; algunas otras especies del mismo género en el momento en que alzan el vuelo (Kok, 1926, pp. 931-932).
En cuanto al comportamiento del indígena frente a la enfermedad y sus itinerarios terapéuticos, el padre Kok mencionaba que:
El indio es insensato. Cuando tiene fiebre o sarampión, le huye al aire fresco, se acurruca en una esquinita cerca del fuego humeante que lo cubre pronto de cenizas, se niega a comer, descuida su limpieza, y como no cree sino en el soplo de su brujo, ayuda el mismo a que la enfermedad lo arruine, y es casi un milagro si se salva (Kok, 1925, pp. 636-637).
Las siguientes palabras de Kok reflejan la gran contradicción existente entre estas dos visiones o concepciones de la salud, así como entre sus prácticas curativas:
El primero y el más importante remedio es el soplo la aspersión de agua que les hace su brujo. Después, si la pereza no impide a los miembros de la familia buscarlos, saben encontrar en el bosque hojas, raíces, y cortezas de árboles que, usadas frescas o cocidas, deben combatir la fiebre, el veneno de las serpientes, el dolor de dientes y de ojos y la gangrena de las heridas. En general, estos medicamentos que parecen tener una virtud curativa, no tienen mucho efecto, ya que son administrados sin método y sin constancia. No es sino lentamente que logran cierta confianza en las medicinas de los misioneros, pero también en este caso la inconstancia y la pereza para venir en busca de los remedios varios días seguidos, entorpecen mucho el efecto (Kok, 1925, p. 637).
La visión de Pedro Kok valoraba negativamente muchos tópicos de la vida indígena que iban desde su intelecto hasta sus prácticas cotidianas o costumbres, su idea de la enfermedad y de su curación. Finalmente, cabe destacar un papel más desempeñado por el misionero Pedro Kok quien atendió la relación entre los misioneros y los funcionarios gubernamentales; en una ocasión participó de la tensión derivada del nombramiento de un indígena como capitán por cuenta del corregidor de la localidad de Urania (Archivo General de la Nación, 1918), la designación contravenía el decreto 614 de 1918 que permitía a los religiosos designar las autoridades indígenas en la región.
Buena parte de la literatura producida sobre las misiones en la zona fronteriza de Colombia y Brasil fue básicamente escrita por antropólogos y se ocupa de los trabajos de evangelización y sus efectos criticándolos, pero ningún espacio concede a la caracterización de los institutos o congregaciones que hacen misión. De hecho, algunos de estos autores después de sus grandes etnografías produjeron artículos sobre las misiones, pero jamás citan o refieren las constituciones, directorios o manuales de formación del personal misionero (Reichel-Dolmatoff, 1976, pp. 290302; Jackson, 1984, pp. 49-93; Hill, 1984, pp. 183-190; Oostra, 1990-1991, pp. 67-86; Correa, 1993, pp. 161-182; Chernela, 1998, pp. 313-333). Otros trabajos en otras latitudes señalan la importancia de seguir la trayectoria personal de los misioneros y el carisma de las congregaciones en el estudio de las misiones para comprender mejor sus trabajos y la lógica que los orienta (Golob, 1982; Gálvez, 2006, pp. 105-166; Kohut y Torales Pacheco, 2007; Dulley, 2010, pp. 68-109).
Sin embargo, pese al acceso restringido a ciertos materiales eclesiásticos, la subvaloración de estos por los investigadores en ciencias sociales deja de lado el potencial que tienen como fuente de información o comprensión de los sujetos que hicieron misión y el conocimiento de sus tareas adicionales. El estudio de las misiones no debe concentrarse solamente en el impacto de estas sobre las poblaciones nativas, debe acompañarse de un buen conocimiento de los misioneros como puede verse en otros trabajos (Cabrera Becerra 2009, Cabrera Becerra, 2015a, pp. 98-114 y 201-202; Cabrera Becerra, 2017, pp. 269-295). Incluso no debe ser ajeno a la autocrítica con relación al alcance de su trabajo misional, que en el caso de los monfortianos se expresó en una conversación que en 1969 sostuvieron los misioneros Alfonso Cuypers y Clement Limpens cuestionando la existencia de creencias religiosas entre los indígenas al señalar que son:
Una gente con el nivel cultural tan bajo que no tenían religión. Solo creían en los brujos. Yo también me pregunto lo mismo después de 45 años entre ellos, y fuera de la creencia en los brujos no veo nada. Ellos no adoran nada, ni esperan la vida futura (Patiño, 1974, p. 129).
El carisma, las tensiones y experiencias individuales permiten construir una visión más íntegra y veraz del trabajo misionero.