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Ángel Ocampo
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humanidades, vol. 8, núm. 2, pp. 1-3, 2018
Universidad de Costa Rica
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Carta editorial

Ángel Ocampo
Universidad de Costa Rica, Costa Rica
humanidades, vol. 8, núm. 2, pp. 1-3, 2018
Universidad de Costa Rica

Hace tres años, un diario español tituló la noticia del niño sirio que apareció ahogado en la playa de Kros, “la muerte del ruiseñor”. El mar entre Turquía y Grecia que había engullido a toda su familia, solo se permitió escupir el cadáver de Aylan Kurdi que apenas contaba con tres años de vida. Huían de la guerra en Siria. De una u otra forma estaban condenados a muerte. El orden-desorden planetario actual no ofreció siquiera refugio, un espacio geográfico donde salvar sus vidas.

En la portada de julio la revista norteamericana Time publica la imagen de un pequeño niño suplicante que mira temeroso hacia arriba, mira a un presidente de EE UU completamente indiferente con su mirada hacia abajo. El niño aparece a la izquierda y el presidente a la derecha, con el fondo rojo sangre. Más que cobarde y soberbia, la mirada del presidente es macabramente fría, ignorante de aquello que tiene a sus pies que no acaba de discernir plenamente. Es una mirada que consuma la apabullante impotencia del niño. “Ha de ser un algo -se dirá- proveniente de los “países-letrina” (Shit hole), algo que no alcanza la estatura humana”; casualmente la suya, por cierto. La incapacidad para comprender aquel llanto confuso explica esa mirada vacía. De este niño y su familia no se tiene información. Solo se sabe que es parte de los niños de las familias inmigrantes que viajan por tierra huyendo del sistema social que igualmente los tiene condenados a la muerte de una forma u otra. Y de nuevo, lo sitios geográficos donde podrían encontrar refugio se encuentran cerrados por los que llegaron antes que ellos e impusieron al resto el orden por el que debían regirse y que ahora los expulsa. Ese orden que precisamente los excluye ahora que tocan sus fronteras, les responde con un muro. A diferencia de Aylan Kurdi, este niño aún vive, como otros, aunque en jaulas y separados de sus padres, según lo reporta la prensa.

De hecho, la mirada indolente del magnate presidente de los EE UU es un signo de esta época cuya institucionalidad es incapaz de afectarse o sentirse interpelada siquiera por la suerte de los infantes. El sentido de responsabilidad es un valor ausente de su configuración material. Es un Herodes moderno o posmoderno. Una época indiferente hacia los más desprovistos no será paradigma o ejemplo de civilización o dignificación por ningún lado por donde se le mire.Paradójicamente, este sistema en el mismo momento en que se planetarizó, se cerró. Excluyó a la mayoría de la población mundial que luego victimizó. No hay espacio siquiera geográfico que brinde acogida a sus mismas víctimas.

Estas víctimas hoy son impotentes para incidir en la construcción de un destino que acoja sus vidas con mejor suerte. Cada vez y cada cuando los países-letrina pueden contener recursos que necesita.

A Plubio Terencio Africano se le atribuye aquella sentencia según la cual toda obra humana debe afectarle a todos pues a todos les concierne, es decir, no debe resultarle indiferente a nadie, “Humano soy, nada humano me es ajeno” (Homo sum, humani nihil a me alienum puto). Esta época rompe con esta perspectiva propia de las humanidades y ahora levanta su contrario: “todo lo humano me es ajeno”. Particularmente la desgracia humana, y dentro de ella, la que padecen las víctimas más inocentes.

La revista humanidades continúa con su convicción sobre la necesidad del discernimiento del quehacer y pensar del ser humano y ofrece en esta oportunidad, a contrapelo de la época, el Número 2 del Volumen 8 correspondiente al segundo semestre del año 2018. En él se encuentran 8 artículos y una reseña, clasificados los artículos en 3 secciones, correspondientes a la sección “Desde el arte, la literatura y la comunicación”, la sección “Desde los estudios étnicos, culturales, de género y ambientales” y la sección “Desde las ciencias sociales, la filosofía y la educación”.

Esperamos que el desvelo por defender un sistema que en su absolutización se fetichiza, no alcance un grado de inhumanidad tal que ante la desgracia de las víctimas más inocentes que produce él mismo, pretenda afincarse en su verdad a toda costa, y degradándose moralmente, llegue al punto de hacer de la indiferencia hacia la suerte de los inocentes y más vulnerados como lo son los niños, ya ni siquiera los sacrificados, sino molestos residuos de un hoyo de mierda en los que no reconoce su mano (ventajas que otorga la mano invisible). Además de la incapacidad para reconocer o discernir la obra humana, el sistema olvida que la mierda no se genera a sí misma.

Antes de recuperar el sentido originario de lo humano como propio que concierne a todos, ahora el deber que se impone es más básico y elemental: generar o producir la capacidad de discernimiento de los humanos, así en plural. Un sistema que cada vez se torna más zopenco e ignorante de sí mismo, debe ser analizado críticamente una y otra vez hasta rescatar al ruiseñor ignorado. Esperamos que nuestros esfuerzos colaboren en la medida de sus posibilidades a que no se consuma definitivamente la muerte del ruiseñor.

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