Editorial
DOI: https://doi.org/http://dx.doi.org/10.21501/23461780.1800
Resumen: Debería admirarme del mundo; asumir la condición del filósofo; vivir cada uno de los días como un nuevo origen en el que confluye todo aquello que existió antaño y admirarme. Sentirme pleno cuando el sol, al amanecer, despunte peinando con sus rayitos los serpentinos caminos de las montañas antioqueñas y permanecer extasiado hasta la hora sin sombra que vaticina el nuevo declive, la muerte del día, la antesala de un nuevo y cálido origen. Sí, debería admirarme. También debería vivir plenamente: disfrutar con el otro de los sinuosos caminos, refugiarnos del sol bajo los guayacanes, escuchar trinar las aves libres mientras, mirando al cielo, soñamos caminar entre las nubes.
PER SE
Debería admirarme del mundo; asumir la condición del filósofo; vivir cada uno de los días como un nuevo origen en el que confluye todo aquello que existió antaño y admirarme. Sentirme pleno cuando el sol, al amanecer, despunte peinando con sus rayitos los serpentinos caminos de las montañas antioqueñas y permanecer extasiado hasta la hora sin sombra que vaticina el nuevo declive, la muerte del día, la antesala de un nuevo y cálido origen. Sí, debería admirarme. También debería vivir plenamente: disfrutar con el otro de los sinuosos caminos, refugiarnos del sol bajo los guayacanes, escuchar trinar las aves libres mientras, mirando al cielo, soñamos caminar entre las nubes.
Pero soy un hombre, un ser humano, y esto es lo mismo que decir un “miserable”, un “decadente”. Siempre me pregunto: ¿de qué sirve todo cuanto se ha dicho en filosofía, de qué la palabra revelada y el decir de los teólogos, de qué los discursos sobre el amor y la tolerancia, etc., si no hemos logrado nunca descifrar para qué pensamos? Creo firmemente que el hombre no es más que un animal que destruye la naturaleza y aniquila a sus semejantes: el hombre no es un animal social ni racional (aunque lo deseemos). No hemos aprendido a reconocer al próximo como diferente, no nos hemos dado cuenta de que también desea, siente y piensa, no hemos considerado verdaderamente la pluralidad de la que hacemos parte. Siempre queremos sobreponernos, aplastar al otro hasta hacerlo un mí, lo minimizamos hasta que pierde la confianza en sí mismo, la esperanza en el mundo, el sentido de la tierra, lo asesinamos.
Estamos sedientos de poder. Estamos deseosos de tener en nuestras manos los soles de la verdad (pero no hay verdad). Aborrecemos los caminos que no son el que elegimos y pretendemos llevar al otro hacia él a costa de sus propios ideales. ¿A qué le temes, desdichado?, ¿crees acaso que dialogar con el otro mutila el pensamiento? Tu miseria se funde junto a la carroña, restos de un mundo devorado por el poder que desangra a quienes aún se admiran y que sin remedio sucumben ante sociedades fratricidas.
¿Qué valor tiene el conocimiento si el deseo de saber ha hecho que olvidemos nuestro nombre y el del próximo?, ¿qué somos sino aquello que producimos y por lo que nos reconocen? Estamos presos; nuestra cárcel se llama libertad (“sé libre”) y, aunque te resistas, el carcelero tiene tu nombre. Esto es devastador, pues, para cuando regreses al mundo, ya no sabrás siquiera qué era aquello por lo que peleabas y no recordarás tampoco al carcelero.
Debemos aprender a pensar-nos. Reconocer que somos el resultado de lo que han hecho de nosotros las contingencias: ¿Por qué estoy aquí, cuál ha sido mi camino?, ¿era esto lo que quería? Es lo que debemos preguntarnos. Debemos comprender el propio camino, valorar lo que se ha alcanzado y, sobre todo, reconocer nuestros momentos de debilidad; así sabrás de la debilidad del otro, valorarás lo que ha alcanzado y comprenderás su propio camino.
Debemos acercarnos al mundo por nuestra propia cuenta, por sí mismos (per se), si no ¿qué tendríamos por decir?, ¿cuál sería el objeto de nuestra escritura? Debemos tener la capacidad de hacer para el otro la vida más amable; la Filosofía y la Teología nos proporcionan conocimientos, pero ¿realmente nos hacen más humanos? Es algo que debemos pensar.
Que el conocimiento y la palabra sean los que nos acerquen al mundo, sólo así algo habrá valido la pena. Por lo demás, atendamos a las palabras del poeta:
No nos dejemos robar las pasiones que no están en lo bueno ni en lo malo y son solo pasiones: si hay algo por lo que de verdad se deba reír o llorar, lloremos y riamos. Si ya no soportamos las circunstancias y nos obligan a enfurecer, hagámoslo; pero intentemos no ingresar en el escándalo ni dañar a nadie: los demás también quieren cuidar su sensibilidad (Jaramillo, 2015, p. 30) .
Referencias
Jaramillo, V. (2015). ¡Y qué…!. Medellín: Hilo de plata Editores.
Notas de autor
Perseitas de la Facultad de Educación y Humanidades de la Fundación Universitaria Luis Amigó, líder del
grupo de investigación Filosofía y Teología Crítica. Correo electrónico: david.zuluagame@amigo.edu.co
Enlace alternativo
http://www.funlam.edu.co/revistas/index.php/perseitas/article/view/1800/1447 (html)