Artículos de Reflexión no derivados de Investigación
Recepción: 22 Septiembre 2015
Aprobación: 29 Septiembre 2015
DOI: https://doi.org/http://dx.doi.org/10.21501/23461780.1804
Resumen: El mundo de hoy se encuentra encerrado en la visión reduccionista y enajenada que ha sido imperante a lo largo de la historia, el valor del consumo, la ambición y el individualismo han enterrado los valores fundantes de sencillez, humildad y honestidad. La profunda necesidad de volver la mirada al conocimiento y psicología propios, ha hecho que retornemos a la sabiduría de las plantas, los abuelos, lugares sagrados, costumbres y mitos para abandonar la ilusión racionalista que todo lo divide, todo lo niega y nada lo contempla. El camino recorrido en el fuego, la montaña, Sie, el chunsúa, las cansamarias, permite mirar, recordar y recuperar lo fundamental en la existencia humana: su propia fuerza, la fe. Esa que sostiene la vida, que va más allá de verificación o comprobación alguna, que es cultivada en la palabra dulce, el tejido sentido y la esencia misma. Conectando al humano en sus diferentes niveles, a su psiquismo, conectándolo al amor. Por ello, la importancia de vivenciar a Sue, Chía, en y con la Hytcha Guaia, vivenciar al Espíritu en su expresión más latente, aceptar al ego como uno de los maestros para comprender el ser, integrar la materia y lo trascendente, entregarse a la ley de los abuelos, a lo sagrado propio, a la conciencia profunda, al guerrero interno, a la vida misma.
Palabras clave: Sabiduría Ancestral, Fe, Espiritualidad, Integralidad.
Abstract: Our contemporary world is locked inside the reductionist and alienated vision prevailing throughout history; the value attributed to consumption, greed and individualism has buried the primal values of simplicity, humbleness and honesty. A strong need to look back on our own knowledge and psychology, has made us return to the wisdom of plants, grandparents, sacred places, practices and myths in order to abandon the rationalist delusion which divides and denies everything, but gazes at nothing. The path, walked amidst fire, mountains, Sie , chunsua and cansamarías allows gazing, recalling and recovering the basics in human existence: its own strength, its faith; which supports life, beyond any proof or verification, which grows in sweet words, in heartfelt weaves, in the very essence. It connects humans at their different levels, their psyches, which they in turn bond to love. Hence the importance of experiencing Sue, Chía, both with and within Hytcha Guaia , to experience the Spirit in its most latent form, to accept ego as one of the masters to understand being, to integrate matter and the transcendent, to surrender yourself to your forefathers’ law, to our own sacred, to deep conscience, to the warrior within, to life itself.
Keywords: Ancient wisdom, faith, integrity, spirituality.
El abuelo Fernando en la comunidad indígena de Cota ha manifestado en reiteradas oportunidades la necesidad de “ordenar y ordenarnos”, expresa que el mundo que vivimos actualmente necesita ser comprendido en su totalidad, en su esencia misma, en su nivel más contemplativo. A través de los encuentros alrededor del fuego, los lugares sagrados[1], durante años de investigación y preguntas en torno al humano, la realidad y su posible transformación, es que surge la siguiente reflexión y narración fruto de un camino transitado, recordado y esencialmente vivenciado; ejercicio de experiencia subjetiva, psicológica, fenomenológica y trascendente del encuentro consigo mismo, con la comprensión indígena, con la dimensión integral.
América, la gran “Amerrique” (Antón, 1997, p. 7) de la que somos hijos, con o sin consciencia de ello, nos ha dejado una gran búsqueda como misión. Después de 1492 la vida no fue la misma, el cuidado a todos y al todo se centró en unos pocos: los hombres, vivir bien se convirtió en defenderse bien, la existencia de lo interno quedó desdeñada, la realidad quedó sujeta a una sola forma: la razón.
El problema de la identidad o la identidad como problema no dio espera, penetró nuestras entrañas, se presentó como recorrido; lastimadas y ocultadas nuestras raíces, echamos a andar. Caminando con un solo ojo, por un solo lado, ocultando y hasta negando, nos sumergimos, nos revolcamos, nos enredamos, nos equivocamos. Parados allí, sacrificamos lo preciado, el oro interno, el vientre sagrado, la luz propia.
Con el miedo cerca o adentro, la dejamos a un lado, la alejamos de la realidad, la convertimos en molestia; como hijos consentidos la descuidamos, desordenamos su enseñanza, enterramos su palabra. Sumergidos en la ilusión, no pudimos sentir, no pudimos ser; ignoramos la sabiduría de la montaña, chía (luna), sie (agua), gata (fuego), paba sue (padre sol), ellas, como fuerzas vibratorias del cosmos siempre han estado allí, su energía dadora de vida se ha mantenido; cazamos la pelea con el indio y con lo profundo de la palabra, refundimos al indio que todos somos, reformamos lo fundante y olvidamos que somos hijos de la Gran Guaia.
Nos dedicamos a “estudiar” y “conocer” lo de “ellos”, desligados de lo propio, creímos hacer un favor, sin saber que “ellos”, somos nos-otros, volvimos problema al indígena y por supuesto, su cosmogonía, rituales, enseñanzas, su relación con la Madre Tierra, medicina, psicología y todo su saber. Bajo una mirada estructural y funcional se redujo la realidad a lo geográfico, etnográfico, económico y sociopolítico, alejados de lo vivencial y espiritual esencial, relegamos el saber propio, nos negamos a nosotros mismos.
Parados en esta vivencia, en medio de la confusión, y el dolor, surge desde la intuición y el corazón nuestra profunda búsqueda sobre lo que sostiene nuestras vidas. Con la fecundidad latente del interior, el corazón Mhuysqa recuerda el mito propio:
En el principio de los tiempos, Bachué emergió de las aguas de la laguna sagrada de Iguaque, que tú vienes de conocer. Ella salió llevando de la mano a un niño de tres años de edad. Bajaron de la montaña al llano. Allí, ella construyó su casa, para vivir en ella hasta que el niño se hiciera mayor. Llegado ese momento, se casaron. Como Bachué era muy fértil, tuvieron una numerosa progenitura, la cual se repartió a los cuatro extremos del mundo poblando toda la tierra. Llegando a viejos retornan a la laguna, invitando a todos sus hijos a reunirse alrededor de ellos, los cuales les llevaron en cortejo al lugar sagrado. Antes de sumergirse para siempre la pareja; Bachué toma la palabra y dirigiéndose a su pueblo habló así: “Me llamo Bachué, o sea diosa de la fecundidad. Yo soy la Madre de todos los hombres. Yo soy la Tierra que ha dado sus frutos. Así de ahora en adelante los hombres se multiplicarán y trabajarán la tierra en comunidad. Y de la misma manera que yo me voy, nadie, ni nada de las cosas de este mundo durará siempre, nada es eterno, todo se acabará”. Enseguida Bachué les recomienda vivir en paz y de observar las normas morales. Ambos se despidieron de los cientos de hijos que dejaban, se convirtieron en enormes serpientes acuáticas y se sumergieron en la laguna (Escribano, 2000, pp. 39-40) .
Así, nuestro Mhuysqa, nuestro indio, nuestro abuelo, fue despertando, comenzamos la siembra en nuestro territorio. Salimos de la visión en la que estábamos acostumbrados a ver nuestras vidas, apoyados en la elección consciente de que no se trata de una cultura, un pensamiento o una espiritualidad ajena, empezamos a aceptar que existen ojos distintos a los que siempre hemos empleado, comenzamos a vivenciar la forma originaria de interpretar la realidad y las acciones para transformarla.
Iniciamos validando y conectando mundos, sociedades, psicologías y ciencias, hicimos un alto en Occidente, del cual también somos hijos, para vislumbrar lo que sus palabras, significados y fenómenos no han podido enseñar, aclarar y vivenciar. Nos acercamos con más consciencia al significado del término empírico “demanda de evidencia experiencial”, comprendiendo que existen “experiencias sensoriales, experiencias mentales y experiencias espirituales”, todas ellas posibles para un “empirismo amplio, permitiendo sustentar nuestras afirmaciones en cualquiera de estos dominios (sensorial, mental y espiritual)” (Wilber, 1998, p. 189) .
Aceptando en términos wilberianos (1998) los tres ojos del ser humano, ya que existe una evidencia que puede verse con el ojo de la carne (el mundo sensoriomotor, del espacio, el tiempo y los objetos), una certidumbre que puede verse con el ojo de la mente (las matemáticas, la lógica, la interpretación simbólica) y un convencimiento que puede verse con el ojo de la contemplación (estados más allá de lo personal, de recogimiento, iluminación, experiencias sin pensamiento que alcanzan profundidades, vivencias espirituales y trascendentes), sentimos y dimos la vuelta hacia la mirada indígena, la sabiduría de los abuelos, la fuerza de la Madre, la vuelta hacia la vida misma.
Re-encontrarnos con la psicología que respeta y reconoce a las montañas, lagunas, árboles, piedras, y todo lo que pertenece a un orden cósmico, ha permitido expandir lo que la humanidad quiso reducir al ojo de la carne. En palabras de Mejía y Santos (2010) , aclarando la ley de origen y sus cuatro principios para entender el Universo, “todo lo que nos rodea está vivo y se encuentra en permanente cambio, en el universo todo está relacionado, todos tenemos un espíritu, el universo está regido por leyes que debemos conocer y respetar” (pp. 17-18). Volvimos entonces a escuchar el mensaje con oídos, cuerpos y mentes contemplativas, pues como dicen los abuelos, “para escuchar el mensaje, se debe estar bien con el espíritu” (F. Castillo, comunicación personal, 18 de agosto, 2012).
Honrar y ofrendar a la naturaleza es recordar su espiritualidad latente, las plantas, animales, piedras, montañas, lagunas, todo tiene vida, todo está inmerso en la gran fuente. Es recordar la enseñanza Mhuysqa o lo que Lowen (1982) refiere como animismo “la creencia en que todos los objetos poseen una vida o vitalidad natural o están dotados de almas que moran en ellos” (p. 271).
Pero llegar a comprender estos otros niveles o instancias, no ha sido tarea fácil, crear el puente ha sido la tarea durante años de recorrido. Pasar por la razón, luego por el espíritu, ha hecho que conectemos e integremos la materia y lo trascendente, que lo mágico vuelva a ser posibilidad, arriesgándonos a plantear una totalidad mediada por profundas fuerzas y saberes.
Es así como el presente camino y trabajo fenomenológico busca valorar, ubicar y plantear la cosmogonía, el pensamiento, y la visión indígena en el centro de la vivencia, la cual hemos denominado vivencia Psicoancestral. Pues ya no sólo se incluye la realidad material y mental de nosotros como hombres occidentales, sino la realidad o realidades trascendentes, que permiten generar vínculos y conectar con lo profundo, conocer y crecer como personas, sin desligar el hilo que conecta a la Gran Madre.
Reconociendo la tradición de los médicos, abuelos, sagas (abuelas sabedoras), curacas (sabedores de la Amazonía colombiana), jates (sabedor de la Sierra Nevada de Santa Marta), taitas (médicos y sabedores tradicionales de la región del Putumayo), basados en el respeto a las plantas, el ordenamiento de lo humano, en guardar la Tierra y cultivarla con esencia de Padre y Madre espiritual, se elige este camino metodológico como encuentro con el maestro interno, con el Chi o fuego (Escribano, 2003, p. 18) , con la esencia vital, con el sí mismo como posibilidad de vida, posibilidad de ser Mhuysqa, de ser gente.
Tanto las vivencias etnográficas como las fenomenológicas, nos acercan al maestro interior, investigar el sí mismo es dejar a un lado el disfraz egoico y comenzar una tarea que nunca termina, y de la cual no nos podemos desligar. Es quitar las capas, miradas, filtros que enceguecen el camino profundo, desligarse de “la identificación total con el pensamiento y la emoción, es decir, con el ego” (Tolle, 2005, p. 19) , para entregarse así al testigo interno, una gran tarea que comienza y se fortalece con la dulzura de la aceptación.
Parados en la Tierra, hemos caminado más allá de lo racional, reconociendo la relación del hombre consigo mismo, con el mundo, con la Hytcha Guaia, aceptando que estamos enfermos, que el odio, la rabia, la culpa y el orgullo son muestra de cómo estamos, de que “la ira o el resentimiento fortalecen enormemente al ego” (Tolle, 2005, p. 100) , de igual forma las lluvias, tormentas y desastres escenifican el cómo andamos como hermanos. Es el lenguaje de la Madre latente en cada expresión, pidiendo a gritos conscientes su atención y transformación.
Encontramos que nuestros dolores y desequilibrios son expresión de nuestra desobediencia, la palabra Mhuysqa invita a enfriar el pensamiento, la palabra y el corazón, en frase de los abuelos “la necesidad de apagar la candela que llevamos dentro” (F. Castillo, comunicación personal, 20 de abril, 2013). Nos encontramos que la enfermedad está al interior y no afuera; ella pasa por negarla, por su dificultad para comprenderla, porque el niño haga su pataleta y refute en cada lección. Así se debe aceptar lo que cuesta cada enseñanza, comprendiendo que la curación y la transformación solo vendrán desde el interior.
Para los Ajq’ijab, guías espirituales Mayas, del departamento del Quiché en Guatemala (Asociación Médicos Descalzos, 2012) , nuestros padecimientos se originan por el desequilibrio con la raíz, el desequilibrio con lo esencial del ser humano, la trasgresión de las normas, valores y leyes tradicionales que dejan los ancestros. Se padece porque se hace todo al revés, Moxrik, porque se trasgreden a las autoridades femeninas y masculinas, a las abuelas y abuelos, Pakq’ab’ Chuch Tat, en las esferas espiritual, territorial, de comunidad y de familia.
Es por ello, que se hace necesario integrar de nuevo la medicina tradicional a nuestras vidas, romper la visión analítica que todo lo separa, volver a la sabiduría de los elementales[2] como el Ayu u hoja de coca, el tabaco o el chirrinche[3], consejeros y guías que remueven lo profundo, lo inconsciente, la sombra, pero también la luz y la fuerza de cada persona. Sabedores de respeto, con un propósito particular, que equilibran el pensamiento y brindan seguridad.
Maestros que dialogan y hacen vibrar a la enfermedad, el cuerpo, la mente y el alma, susurran en imágenes, pensamientos y sensaciones lo que hay que trabajar, con la única intención de curar, aclarando el camino, sembrando el pensamiento bonito[4], conectando con la Madre, con el espíritu. En este sentido, enfermar implica sanar, y ¡ahí está la tarea!, los abuelos indígenas lo llaman así, para “los cristianos salvación, los budistas liberación e iluminación” (From y Xirau, citados por Vaughan y Walsh, 1982, p. 55 ), siendo todas ellas otras posibilidades con urgencia de ser incluidas, y con un mismo objetivo. Por eso se limpia el pensamiento, el corazón, el maíz, al útero, la semilla, se cura con plantas, con trasnocho, con tejido, se cura con fe.
Volver la fe la forma de caminar la vida, la forma de conocer, la unión de dos mundos, alimentando y cultivando la mano izquierda negada por tanto tiempo, es comprender que la fragilidad actual del hombre, su separación de sí mismo, de la vida, del Universo, reposa allí, donde no hay sostenimiento, donde no hay raíces. Arnold Toynbee (citado por Lowen, 1982, p. 187 ), planteará lo siguiente sobre los hombres: “han perdido la fe en las tradiciones de su propia civilización, afirmará que el declive no es técnico sino espiritual”.
Creyendo en la negación de lo Mhuysqa, en la afirmación del indio como un ser sin alma, como un hombre sin alma, se plantearon psicologías dominantes que por medio del proyecto eurocentrista han dejado corta la comprensión y transformación de lo humano y su desarrollo. Han catalogado de loco e imposible afirmar que lo profundo del psiquismo implica lo mágico, lo trascendente, lo espiritual; cayendo en la trampa cientificista negaron la existencia de todo aquello que no quieren, no pueden, no dominan o no les interesa investigar.
Se propone aquí considerar la categoría de fe como categoría psíquica, aceptando humildemente que somos hijos del Gran Padre y la Gran Madre, que el alma de la Tierra está en nosotros, que tenemos un lugar como seres humanos en la naturaleza, que existen procesos que descansan en nosotros y nos permiten tejer la propia mochila espiritual.
Para Wilber (2000) , el desarrollo espiritual, la relación del hombre con el mundo, tiene distintas instancias, la primera denominada creencia, la cual reposa en un plano mental, en la que por momentos ha estado el camino ancestral. Inicialmente se ha llegado a un nivel mítico, en el que las imágenes, símbolos y conceptos son sociocéntricos y etnocéntricos, se comienza o se está, por la misma naturaleza mental, aislado de la Tierra, se cree que está afuera o es de otros la posibilidad de una siembra espiritual.
Con el mismo tiempo y la fuerza, se va creyendo en los mandatos que ha dejado la Madre a todos sus hijos, se cree en la ley de origen, sustentada en los diferentes mitos y ritos, como principio para entender el Universo. En esta instancia, el mito de Bachué genera desde la creencia una explicación de lo que fue el pueblo Mhuysqa, cómo fue su génesis y a quién correspondió dicha tarea. Puede que se asocie a Bachué con otras diosas mitológicas y su voz objetiva le murmulle que es una narración ajena, prestada y muchas veces recreada. Sin embargo, creemos que la pregunta por lo propio, por dónde queda Iguaque, dónde está su raíz o qué significa eso de trabajar la tierra en comunidad, puede otorgar indicios que se experimentarán solo si usted mismo busca las respuestas.
Posteriormente se pasa a un nivel de creencia racional, en la que para el autor se alcanza la cúspide en la visión-lógica, creyendo en la gran red de la vida, su totalidad y fuerza, se cree en el Espíritu de la Madre, de la Chicha, del Mhuysqa introspectivo que todos llevamos al interior, la pregunta deja de estar afuera y se vuelca adentro. Es el inicio de un acercamiento profundo a lo cosmogónico, místico, a la energía originaria.
Comenzamos a creer en la limpieza del agua, su poder purificador como energía misteriosa, las lagunas ya no son vistas como objetos, las montañas como accidentes geográficos y desde el corazón se comienza a comprender su naturaleza femenina, su fuerza alimentadora y dadora. Se liga el fuego, la piedra, la reflexión, el fruto, la construcción, la misión como hijos al movimiento telúrico, al movimiento de lo divino.
Se camina hacia lo trascendente, se da fundamento al siguiente nivel, al siguiente paso, a la siguiente energía, la fe. La cual cobra su sentido cuando la creencia pierde su poder, cuando se va más allá de lo mental, cuando hay entrega, cuando se vuelve a comprender que es “la fuerza que sostiene la vida, tanto en el individuo como en la sociedad” (Lowen, 1982, p. 183) .
Encontramos la fe que reposa en lo mitológico, que siente a la Bachué interior, a la fertilidad propia, a la diosa profunda, sentimos, aceptamos y sanamos lo femenino, y por medio de ello también trabajamos lo masculino. Abrazados al mito que somos, sentados alrededor de la laguna, reconocemos que de allí venimos, que místicamente pertenecemos a la tierra, que allí comenzó todo, que allí empezó la siembra del corazón, se tejió la propia historia, que allí nací yo.
Se comienza a aprehender de la sincronía[5] del mito, de su poder como fuerza mayor a la nuestra. Se encuentra en Iguaque la fe que ayuda a vivir, la fe que une, que mantiene parado, la fe que mueve montañas. Se suelta la creencia y la prisión mental, se comienza a despertar a otra realidad, lo verdaderamente humano vuelve a aparecer y en su estado trascendente natural, logra lo que otros no pueden crear, alimentar e integrar.
Nos volvemos a acercar a la Tierra como hijos, recordamos los mensajes de los abuelos guardados en frases como esta “así de ahora en adelante los hombres se multiplicarán y trabajarán la tierra en comunidad”. Lo común y la unidad se presentan como partes de un todo que no puede ser fraccionado, el otro hace parte de mí, de ahí la afirmación que lo humano no se pueda pensar sin lo espiritual. Esa integralidad o “Gran Nido del Ser” que a los ojos de Wilber (1998, p. 19) plantea la interrelación de todo con el todo, con el Kosmos, estando envueltos e inmersos en el Espíritu, en la divinidad sin forma.
Este desarrollo comprehensivo, no se movería si no se pensara en la posibilidad de la fe como vínculo en las diferentes partes del todo, “a través de la fe el individuo queda conectado con la comunidad, si hay espíritu de comunidad, hay fe en la vida” (Lowen, 1982, p. 190) . Un movimiento que a la luz ancestral nos evoca la importancia de no cortar los lazos con la comunidad, las tradiciones, la misma cosmogonía. Un movimiento que invita a sentir en el otro y lo otro, un movimiento psíquico que retorna al origen.
La fe que se rescata es aquella fe ancestral, mística, humana, para Lowen (1982) “el aspecto consciente de la fe está conceptualizado en una serie de creencias o dogmas. El inconsciente es un sentimiento de confianza o fe en la vida, que subyace al dogma y que infunde vitalidad y sentido” (p. 184). De esta forma, la fe de la que hablan los abuelos es aquella inconsciente, que pertenece a un grado profundo, en donde el ego no puede actuar con su control natural, “[e]n la fe está la salvación a tanto ego” (F. Castillo, comunicación personal, 28 de mayo, 2011).
Saber lo que es realmente la fe, implica como lo menciona Wilber (2000) “ir más allá de las creencias, ir a lo transracional”, aquello no necesita la razón y lógica inventadas por el hombre moderno, requiere volver a la fuente de cada uno, al maíz interno, a la matriz propia, al dorado interior. Así se labra la cosecha, se cuentan las lunas, los soles, se prepara la chicha[6], se limpia el agua, se educa al hijo. Plantados en la fe, los abuelos, mamos[7], sabedores, los chiquys[8], enseñan a sus nietos o hermanos menores[9] a sembrar la vida, equilibrar el pensamiento, endulzar el corazón. Es la fuerza vital interior sentida en cada ritual y palabra, es la fuerza que los ha mantenido en una relación profunda y sentida con ellos mismos y la Pacha Mama. Es el camino de fe en Guatavita, en el Qusmuy[10], en Temsacá, en mí mismo como indio de esta Tierra:
Vivimos en un mundo de ilusiones, donde nos engañamos a nosotros mismos, nuestro pensamiento, nuestros ojos, nuestros oídos y nuestra palabra nos engañan. La revisión es al corazón propio, a saber cómo estoy yo, una revisión a sí mismo, a preguntarme qué quiero, qué busco para mí, apoyándonos en la Madre Tierra, entregándonos a su pecho y escuchando su mensaje (F. Castillo, comunicación personal, 11 de octubre, 2014).
Sin embargo, para Wilber (2000) , pensador del desarrollo espiritual, la fe constituye un paso intermedio hacia la experiencia directa, entendida esta como “la puerta de acceso a la experiencia inmediata de lo supramental y de lo transracional” (p. 330), vivencias que suspenden los dualismos y aportan a la amplitud de la conciencia, y que para nuestra experiencia se ha reflejado en momentos de contemplación y unidad con la Tierra.
Continúa la experiencia cumbre, la cual supone la tarea a seguir cultivando, pues sería pretencioso afirmar que todo el tiempo nuestra vivencia está en este nivel. Ella se puede encontrar en un estado psíquico, sutil, causal o no dual, en niveles trascendentes y vibratorios que permiten “vislumbrar nuestros potenciales transpersonales y supramentales”, una experiencia de corta duración pero transformadora, donde se podrá experimentar directamente el Espíritu, el sol interno, la propia Unidad.
Finalmente se encuentra la experiencia meseta, se caracteriza por el devenir del Espíritu, una experiencia sin forma, de luz permanente, de absorción pura, lugar que ocupan nuestros maestros y sabedores, aquellos que no se han desconectado de la Madre Tierra ni de ellos mismos. Aquellos que como el Mamo Luca no están en físico, pero se sienten en cada trasnocho[11] o pagamento[12], y habitan la consciencia del territorio. Una experiencia donde la profundidad de la conciencia tal vez requiera muchos más años, o vidas, de camino ancestral.
Por ello reconocemos que la semilla se va nutriendo y abonando, el recorrido cada momento está empezando, se hace necesario siempre alimentar el espíritu con fe. Poco a poco soltamos, dejamos a un lado, en palabras de Dyer (2007) “se trata de abandonar nuestro falso yo, el ego, y de regresar a nuestro yo auténtico” (p. 41). Profundizamos en el ego como un maestro del proceso, pero no como el único, ni el más fuerte, aceptamos su presencia, pero intentamos no abrazarnos a ella. Nos acercamos a la verdadera salud mental, la que se apoya en la fe y solo busca ampliar, equilibrar y tomar la fuerza para curar.
Aparece entonces la fe como camino, como el sendero a recorrer, pero también como el punto de partida. Una parte del todo y el todo a la vez, mostrando que a través de ella se puede llegar al sí mismo, al conocimiento perenne, siendo el puente que conecta el holismo de lo humano, conectando el nivel mágico y el ser humano, un tambor vibrando en el alma, un puente que no necesita verificación, sostenido por su misma lucidez, por su misma esencia; lo dirá Lowen (1982) “la creencia siempre estará sujeta a verificación y la fe no necesita verificación” (p. 330).
Así, descubrimos y recordamos el camino Psicoancestral y sus herramientas sanadoras de danza, confieso, mambeo, círculo de palabra, tejido, pagamento, trasnocho, como instrumento y acción para aquellos que las han vivenciado, como experiencias místicas de conexión que posibilitan el crecimiento humano, permiten escuchar la voz interior, la voz del amor. Se consideran además, experiencias contemplativas, de comprensión de vivencias, vínculos y representaciones con referencia a otras de su propia naturaleza, donde la consciencia por momentos se mueve como un todo, ascendente, a lo profundo, siendo ellas mismas el punto de referencia y base para su constatación.
La propuesta es la de un trabajo integral, donde reconozcamos nuestro linaje, las concepciones simbólicas, el arraigo a la tierra, los diferentes rituales y elementales, lo que fuimos algún día y lo que somos hoy. Ordenar la enseñanza del abuelo colono y reivindicar la enseñanza del abuelo indio, seguir constatando que cada aspecto está correlacionado en lo profundo, donde el hombre es concebido como totalidad, donde todo hace parte del mismo fenómeno: el desarrollo de la consciencia, el desarrollo como ser-humano, el desarrollo como Mhuysqa.
Nos entregamos como Bachué a la laguna, seguros que al volver de ella y a ella, podemos ser nosotros la serpiente, ser nosotros los transformados. Con los pies en la Tierra, tomando a Padre y Madre, el mito sale de su diacronía y nos permite construir alternativas de vida, abrir el corazón, vislumbrar el abrigo, entrar en la casa, dejar la ilusión, nos permite vivirlo. Desde el mito se aprende a cultivar la paciencia, a esperar la siembra, a tejer la alquimia constante que es la vida.
En términos ancestrales, la búsqueda del sí mismo, del guerrero interno, es un proceso de experiencias psíquicas trascendentes, donde el encuentro prepersonal muestra claramente las raíces, aquello que ha costado pero ha estado ahí, y que a la mirada indígena pide nuestra comprensión a través de la palabra, el tejido o la danza. Encuentros personales, donde la existencia y su dulce armonización se apoyan en el abuelo tabaco o el silencio de la montaña. Y encuentros transpersonales que favorecen las potencialidades como hijo de esta tierra, permiten la transformación y el encuentro con lo mágico. “La búsqueda es un arquetipo universal, también el encuentro, aunque cada caso es individual. Esto aparece en todas las culturas, en todas las épocas, el hombre sale a buscarse a sí mismo” (Borja, 1997, p. 57) .
Del mismo modo, se rescata la importancia de soltar la cabeza, silenciar nuestra mente por momentos, de rescatar al cuerpo de tanta lógica y pensamiento, dejando que su energía, muchas veces bloqueada, se despierte. Encendiendo la energía vital que hay detrás de cada movimiento, de cada vibración, conectando con la vida, fluyendo, armonizando de forma natural la relación cuerpo-mente, dando paso a la fuerza del espíritu, permitiendo encontrarnos con nuestra verdadera esencia, aprender de ella y seguir con la gran tarea de la vida, que no es más que aprehenderla y vivirla.
De esta forma, conectar la fe con lo profundo del psiquismo es avanzar en la vida, encontrarse con la nación indígena que hay en cada uno. Es volver a equilibrar lo esencial del ser humano: el espíritu. Pues si algo se ha aprendido de esta vivencia profunda es la relación sublime de la fe, el espíritu y lo humano, cada una sujetada a la magia de las otras dos.
Nos encontramos con un nuevo sujeto, el sujetado a la Madre Tierra, a lo sensible, a lo sentido, una subjetividad cargada de fe, que siente y vibra con el espíritu, en palabras de Lowen (1982) “la subjetividad lleva a creer en espíritus y en magia” (p. 269). Volvemos a estar sujetados a la riqueza ancestral, al cristal interno, al latido del útero, al amor profundo, a la balsa Mhuysqa.
Comprendemos en y desde lo profundo, que se escucha, mira y siente con el corazón; que es posible tomar el oro preciado y convertirlo en alimento, plantando afuera, pero sobre todo adentro. Rescato un fragmento que se sale de esta realidad (que me lleva a la realidad Mhuysqa): “El metal sagrado por excelencia, el oro divino, porque es el sudor del Paba Sue (Padre Sol). Por tanto este metal es luz también, refiriéndose tanto al camino físico como al dominio espiritual” (Escribano, 2000, pp. 39-40) .
Por ello, lo recorrido en este camino nos sigue mostrando, una y otra vez, la necesidad del hombre actual de volver, enraizarse desde el alma y corazón, tomar su placenta y nutrirse de su propia energía, aguardar en lo profundo de su psique la cosmogonía y su saber inherente, la necesidad de maíz, quinua[13], chicha, tabaco y amor. En palabras de nuestro abuelo Fernando, la necesidad de rescatar la Fuerza del Espíritu (FE) (F. Castillo, comunicación personal, 4 de febrero, 2014).
Esa que por medio de la sabiduría cotidiana, del mito, la semilla sagrada, la presencia divina, hace su aparición. Una fe que se gesta en el interior, que nace de la alquimia humana, que comunica con los ancestros y alimenta el vientre de mi Madre Tierra.
Cultivando en mí, cultivo en ella, sanando en mí, sano en ella, viviendo el Majui[14], vivo el territorio Mhuysqa, territorio femenino, de luna y agua, territorio que pide volver a vivir dignamente. Pisando el camino que marcan los abuelos respiro el aire de vida, enciendo fuego divino, limpio el apego, labro el don propio. Encontrando de nuevo la riqueza en mí, encuentro la tarea, que no es más que la de mantener el cordón umbilical de la fe unido a nosotros mismos y a la Jytcha Guaia.
Referencias
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Notas
Notas de autor
Información adicional
Forma de citar este artículo en APA: Pérez Gil, P. (2016). La fuerza del espíritu (fe) en el camino (ancestral) indígena. Revista Perseitas, 4(1),
pp. 62-78
Enlace alternativo
http://www.funlam.edu.co/revistas/index.php/perseitas/article/view/1804/1451 (html)