Editorial
LA INVESTIGACIÓN COMO EJERCICIO PARA SABER Y PARA VIVIR
Research as a practice to develop knowledge and to live by
Quizás la mayor crítica que se le hace al sistema actual de investigación del mundo académico, en nuestro contexto en general, es que estamos produciendo solo para la medición y que en realidad no vemos mayor efecto de los ejercicios investigativos en el grupo humano en el que se vive y del cual el investigador también hace parte. Asistimos al surgimiento de una nueva disciplina llamada cienciometría. Parece que hemos permitido la colonización del disfrute del preguntar y responder por parte de la cuantificación, hemos abierto de par en par la puerta del jardín de los sueños para que la mensurabilidad asuma el sentido de lo que hacíamos simplemente por el disfrute de hacerlo.
Fruto de esta medición de nuestra producción en una clasificación tipológica precisa, han surgido nuevas maneras de clasificar los grupos y a los investigadores que los conforman. Hay que aprender a saber hoy cuáles son los productos que ayudan a subir aún más la clasificación de unos y otros. Nos toca ponernos a pensar, con mucho juicio, en estrategias precisas que ayuden a incrementar el valor de nuestros productos y la posible visibilidad del investigador y, por ende, del grupo.
Lo preocupante aquí es que hay quienes han descubierto maneras de lograr visibilidad mediante estrategias rápidas y efectivas, no muy éticas. Esto debía de esperarse: es un negocio rentable que no puede perderse, diría cualquiera que haga parte del mundo del mercado actual que es capaz de vender y comprar lo que sea, con tal de obtener rédito.
Bien podríamos excusar que, finalmente, lo que se pretende es sistematizar y organizar la manera de producción de las ciencias y las disciplinas. Sin embargo, se nota una sobre valoración y sobre puntuación de productos vinculados a cierto tipo de ciencias y a determinadas actividades que garantizan lucro empresarial. Esto nos llama a revisar la manera como nos vinculamos a este ejercicio cienciométrico que, poco a poco, ha venido invadiendo nuestra manera de pensar y hacer ciencia.
Nietzsche, a fines del siglo XIX, nos señalaba que el propósito verdadero del conocimiento debería ser “permitirnos vivir bien”: conocemos para obtener cosas buenas, que nos sirvan para seguir estando vivos. Esto pudo haber sido comprendido mal por algunos, a quienes llevó a pensar que solo sirve conocer aquello que nos es útil. Este podría ser el extremo de tal manera nietzscheana de criticar la hipertrofia de la razón que, desde la revolución industrial, había adoctrinado al hombre europeo para comprender que solo vale lo que se produce de manera maquínica, científica y positiva.
Si tratamos con cuidado la propuesta de Nietzsche, lograremos algunas ideas que podrían criticar la manera como le estamos haciendo el juego a la clasificación cienciométrica con la cual se están mirando nuestros procesos investigativos. A partir del llamado irracionalismo nietzscheano se podrían revalorar estas maneras de entender el ejercicio de hacer ciencia como hoy se nos quiere hacer entender.
Las preguntas, que se originan a partir de la experiencia de asuntos que nos ponen problemas, deberían ser el motivador inicial de cualquier ejercicio investigativo que deseemos adelantar. Perder la capacidad de admiración, la espontaneidad de la mirada ingenua del observante dirigida a la realidad y que lo conduce a preguntar, nos lleva a una experiencia de lo cotidiano que se torna monótona porque nos haría pensar que no hay ya nada nuevo por conocer. Esto, por supuesto, no tiene nada que ver con la edad del investigador.
Puede sonar romántico e idealizado, pero cuando en el mundo académico se pierde la capacidad de extrañamiento no estamos ya ante científicos de verdad, sino ante funcionarios de sistemas investigativos que obran correctamente de acuerdo con cronogramas preestablecidos, ofreciendo productos que cumplen a cabalidad con los parámetros dictados por el sistema. Estamos ante planes estratégicos, proyectos bien formulados, grupos e investigadores bien clasificados, pero hemos perdido la capacidad del ejercicio fundamental del investigador: preguntar para responder, intentar dar razón a lo que como problema impide el sentido, lograr saber lo que no sabíamos, obtener aquello que nos va a permitir seguir viviendo, y viviendo bien.
Sin ser pragmatista, Nietzsche nos formula a través de su propuesta una invitación que puede servirnos en tiempos de la cienciometría. Como él, podemos hacerle el juego a un sistema investigativo que parece privilegiar modos y clases de productos del ejercicio investigativo. La mirada crítica de quien sabe preguntar, y cuestiona de raíz el sentido de lo que pregunta, puede brindarnos estrategias para formular trabajos de investigación de tan alta calidad, con tan buenos resultados que innegablemente podrán tornarse buenos argumentos con los cuales dialogar en la necesaria relación que se puede establecer con las ciencias llamadas exactas en nuestro ejercicio investigativo.
No hay locura en el hecho de recordarle, a este tipo de explicaciones del sentido de las cosas, los límites a los cuales podrían estar llegando y la necesaria reflexión en torno a la responsabilidad que deben asumir con los efectos de su desarrollo para la pervivencia de este modo de vida. No es tan irracional el hecho de recordar que, en nuestro proceso evolutivo, si bien la razón ha servido para el desarrollo de nuestra especie también puede llevarnos, si no se pide cordura, al laberinto de la autodestrucción.
Nos toca, entonces, hacer una doble labor: si la calidad de nuestro ejercicio investigativo (preguntar bien y responder bien) es alta, podemos hacerles el juego a los sistemas de clasificación cienciométrica que se presentan como exclusivos para las llamadas ciencias exactas. Pero, por otro lado, y que puede ser lo primordial, podemos convertirnos en aliados dialogantes de las ciencias que generan resultados tecnológicos. Estas requieren de nuestra reflexión. Con esta reflexión nos convertimos en pares dialogantes -de tú a tú, por la calidad de nuestra producción-, relación de iguales que les puede hacer caer en la cuenta de la necesidad de investigar como un ejercicio para saber y, que además de saber, nos permita seguir viviendo. Es necesario que comprendan que con sus logros, la vida debe continuar.
Así, siguiendo a Nietzsche, no como martillo, sino como gota que rompe la piedra, podemos contribuir de alguna manera a solucionar los problemas que hoy nos acucian. Nos está tocando experimentar situaciones que requieren de nuestra capacidad para tratar de solucionarlas. Si bien toda época de la historia ha tenido sus tragedias, a esta se le han juntado muchas a la vez. Requerimos del esfuerzo conjugado de todos los que deseamos responder a este reto extremo. Es el momento de pasar de los proyectos de nuestros sistemas investigativos clasificatorios a ofrecer las respuestas que necesitamos para solucionar el odio fratricida, el consumismo irracional, la destrucción inmisericorde del medio ambiente, la irresponsabilidad con el otro y con lo otro… es el tiempo para repensar nuestro ejercicio académico investigativo -sea el que sea y aunar esfuerzos para, desde toda ciencia y toda disciplina, lograr saber, pero sobre todo seguir viviendo.
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