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SEXUALIDAD, AFECTIVIDAD Y CORPOREIDAD: ÍCONO EN LA RELACIÓN TRINITARIA1
Jonathan Stiven Tobón Monsalve
Jonathan Stiven Tobón Monsalve
SEXUALIDAD, AFECTIVIDAD Y CORPOREIDAD: ÍCONO EN LA RELACIÓN TRINITARIA1
Sexuality, affectivity and corporeity: icon in the trinitarian relationship
Fronteras de la Historia, vol. 6, núm. 1, pp. 209-222, , 2018
Instituto Colombiano de Antropología e Historia
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Resumen: La Constitución pastoral Gaudium et spes es la lupa por la que se intentará visualizar el entramado trinitario en el conjunto de relaciones que conforman la naturaleza humana: sexualidad, afectividad y corporeidad; ya que a la base de su cuerpo teórico se halla el principio antropológico de la teología: el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios Trinidad (Gn 1,26). Por tanto, el hombre es trinidad por participación. La pregunta que subyace es ¿de qué manera comprender a la persona humana como un ser trinitario? Para esto es indispensable adentrarse en el misterio de la Trinidad con el fin de esclarecer el misterio del hombre (GS. 22).

Palabras clave: AfectividadAfectividad,CorporeidadCorporeidad,Gaudium et spesGaudium et spes,SexualidadSexualidad.

Abstract: Th epastoral Constitution Gaudium et spes is the magnifying glass through which we will try to visualize the Trinitarian framework setting of relationships that compose human nature: sexuality, affectivity and corporeality; since the base of his theoretical body is the anthropological principle of theology: man has been created in the image and likeness of God: the Trinity (Gn 1,26). Therefore, man is trinity by participation. The underlying question is how to understand the human person as a Trinitarian being? For this it is indispensable to enter into the mystery of the Trinity in order to clarify the mystery of man (GS 22).

Keywords: Emotional nature, Corporeality, Gaudium et spes, Sexuality..

Carátula del artículo

Artículo de reflexión no derivado de investigación

SEXUALIDAD, AFECTIVIDAD Y CORPOREIDAD: ÍCONO EN LA RELACIÓN TRINITARIA1

Sexuality, affectivity and corporeity: icon in the trinitarian relationship

Jonathan Stiven Tobón Monsalve
Universitá Pontificia Salesiana, Italia
Fronteras de la Historia, vol. 6, núm. 1, pp. 209-222, 2018
Instituto Colombiano de Antropología e Historia

Recepción: 03 Marzo 2017

Aprobación: 10 Agosto 2017

El dogma de la Trinidad es misterio, en tanto que, su conocimiento es inagotable: la razón por sí sola no puede llegar a conocerlo, de ahí que la ciencia teológica, a diferencia de otras ciencias humanas y del espíritu, cuente con dos caminos para llegar a la verdad de la Revelación: la fe (auditus fidei) no permite dimensionar desde las partes, la dualidad, la dicotomía o tricotomía, sino desde la unidad. La razón (intellectus fidei) busca entender desde las partes (análisis). Dando por sentado que el camino teológico se recorre mediante el ejercicio racional, entendiendo por la fe, se pasará ahora a desarrollar el entramado trinitario.

Es posible conocer la relación de la Trinidad inmanente solo a partir de la Trinidad económica. En otras palabras, para llegar a las procesiones es necesario pasar por las misiones, o mejor, para llegar a lo desconocido hay que partir de lo conocido. Esto permite entender que solo se puede llegar al conocimiento de las Personas divinas por la Revelación. Schmaus (como se citó en Sayés, 2000) afirma:

Hay que partir de las personas divinas que se nos revelan en la historia para llegar, después, a la única esencia que comparten. Se parte, pues, de la Trinidad económica para llegar a la Trinidad inmanente (la Trinidad en sí). No tenemos otro modo de conocer la Trinidad inmanente que la revelación, la intervención libre y gratuita de las personas divinas en la historia de la salvación ( p. 7).

El Dios revelado en la historia no es diverso al Dios antes de autocomunicarse, en Él no hay división. El Dios que toma la iniciativa de hacer historia de amistad con el hombre es el mismo Dios que antes de salir de sí mismo vive en plena perijóresis de amor. Por talmotivo, la historia de la salvación que comienza con la iniciativa de Dios, quien sale de sí mismo para ir en busca del hombre, no es contraria a la vida relacional de Dios. En orden a lo anterior, Karl Rahner afirma: «La Trinidad `económica´ es la Trinidad `inmanente´, y a la inversa»2 (Rahner, 1977, p. 277).

La Trinidad inmanente es lo que se conoce como la vida de Dios en sí mismo y la Trinidad económica es el Diosrevelado, encarnado, crucificado, resucitado, glorificado y presente en el corazón de todo hombre que por la fe lo acoge. Por tanto, afirmar que solamente es posible conocer la Trinidad inmanente por la Trinidad económica significa que en Jesucristo se haya la plenitud del conocimiento de la vida de Dios, sin Él no sería posible decir: «Abba» (DV).

La Trinidad es plena relación entre las Personas divinas, en este orden de ideas, se puede definir la relación como la plena comunicación que se establece entre dos sujetos libres de la misma naturaleza. Es decir, la Trinidad es relacional, en tanto que las Personas comparten una misma naturaleza: Amor. De no ser así se estaría hablando de tres dioses, pues, habría tres naturalezas, sustancias o esencias, lo cual sería una falasia, porque la categoría Dios no admite otra, puesto que limitaría su esencia -“Definición de una sustancia por las notas indispensables que la componen” (Sayés, 2000, p. 201) -, por lo tanto, se estaría haciendo referencia a la creatura y no al creador.

En consecuencia, es posible deducir que lo que posibilita la relación en la Trinidad es su naturaleza. Por tanto, es la naturaleza la que se dona por vía de generación y espiración, pero no las Personas, ya que son intransferibles: el Padre no transfiere su paternidad, el Hijo no transfiere su filiación, el Espíritu Santo no transfiere su dinamismo (Fuster, 2001). Se transfiere la naturaleza no la relación, esta es parte del sujeto que se relaciona, no hay relación sin sujeto. El Padre dona su naturaleza divina al Hijo sin dejar de ser Padre, el Hijo recibe su naturaleza del Padre sin haber dejado de ser Hijo, el Espíritu Santo recibe la naturaleza del Padre y del Hijo sin dejar de ser Espíritu; luego el Espíritu como don del Padre y del Hijo devuelve su naturaleza al Padre y al Hijo, convirtiéndose de esta manera en sujeto de reciprocidad. El Espíritu Santo es dinamizador de la relación intratrinitaria.

Se ha podido analizar grosso modo la relación intratrinitaria a partir de las procesiones, entendiendo que en la Trinidad hay cuatro relaciones, dos procesiones y dos misiones. La relación es lo que permite la donación y el recibimiento de la naturaleza, mas no es independiente de la naturaleza, pues se estaría afirmando que fuera del amor correspondiente a la naturaleza, existe otro amor que es el de la relación, totalmente contrario a lo que se ha buscado exponer. La relación no se comunica, se comunica el sujeto que se relaciona. Las cuatro relaciones son las siguientes: el Padre se dona al Hijo, el Hijo recibe la donación, el Espíritu Santo recibe la donación del Padre y del Hijo, el Espíritu Santo devuelve el don al Padre y al Hijo. Las procesiones consisten: el Hijo procede del Padre por generación y el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo por espiración. Las misiones: el Padre envía a su Hijo y El Espíritu Santo es enviado por el Padre y el Hijo.

En la Trinidad todo es unidad en la diferencia. Esto es claro a la hora que se comprende que la relación posibilita la comunicación o donación de la naturaleza de la Persona sin que esta se modifique. Ejemplo de esto en sentido antropológico: una persona se dona a otra sirviendo en una situación específica; por más donación y acogimiento que haya por parte de quien dona y por quien recibe, nunca se podrá donar aquello que hace diferente la relación: la identidad de la persona, lo que la hace única. La diferencia no impide que lo auténticamente igual se comunique.

Es interesante descubrir cómo el misterio trinitario se realiza en la propia vida del hombre, esto es, de todo hombre que ha dejado de vivir centrado en sí mismo para abrirse al milagro de la relación. El Espíritu Santo, don del Padre y del Hijo, ha sido enviado por el Padre y el Hijo a fecundar la vida del hombre que quiere comenzar a vivir a la luz del Espíritu y no en la carne, como magistralmente lo desarrolla san Pablo en su carta a los Galatas (Ga 5, 16-26).

A la luz de este argumento, se puede comprender mejor la tan conocida expresión extra ecclesiam nulla salus -“fuera de la Iglesia no hay salvación”-, ya que permite entender que el hombre solo es salvo relacionándose, por lo tanto, la relación no es un fruto de la salvación, es la salvación misma haciendo historia en la vida de la persona humana. Por lo que Dios Padre por medio de su Hijo, en Espíritu hace historia con el hombre, volcándolo y lanzándolo al otro, para salvarlo de sí mismo. Es por esto que el papa Francisco en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium (2013) pide a toda a la Iglesia, salir de su narcisismo espiritual e ir en ayuda de quien lo necesite, incluso, asumiendo el riesgo de caer, pues es peferible una Iglesia herida y no encerrada en sí misma, en otras palabras, condenada:

prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termine clausurada por una maraña de obsesiones y procedimientos (Francisco, 2013, n 49).

De modo general, se ha podido desarrollar los presupuestos epistemológicos del tratado trinitario, procurando crear fundamentos sólidos que permitan un buen ensamble antropológico. ¡Y quién mejor que la Trinidad!. Ahora bien, partiendo de dicho fundamento se intentará exponer la sexualidad, la corporeidad y la afectividad, de manera que, lo que en un inicio fue difícil de comprender se haga más accesible a la inteligencia (convicción) y a la voluntad (decisión).

La sexualidad, al igual que Dios Padre, es la base y fundamento de la existencia humana. Así como el Padre es el principio de la relación trinitariano se entienda principio como primero, sino como el que permite la unidadla sexualidad es principio en tanto que es la que posibilita que todo el hombre pueda llegar a su plena realización. Por consiguiente, la sexualidad como dimensión fontal afecta de manera directa la dimensión afectiva y la dimensión corporal, al mismo tiempo que es afectada por estas (González, 2001).

La sexualidad como dimensión constitutiva de la persona humana permite evidenciar que el ser humano es un ser relacional (González, 2001). Del mismo modo como el Padre no se comunica por sí mismo en la relación trinitaria ad extra; sino que todo lo hace por Jesucristo en Espíritu; así mismo, la sexualidad solo se revela por medio del cuerpo en afecto. Es decir, la naturaleza relacional del ser humano se expresa en la existencia y la trasciende. Esto permite entender que la ontologia del ser se realiza de cara a un “tú” relacional (persona), a una realidad existencial (mundo) y a una experiencia trascendental (Dios). Esta realidad ontológico-existencial-trascendental tiene un testigo: el cuerpo, que siendo relación corporal hace que la sexualidad y la afectividad se encarnen, haciendo posible una experiencia plenamente humana:

el cuerpo atestigua una comunión primera del hombre con su mundo y una apertura a nuevos encuentros, en que la persona escucha una llamada a crecer más allá de sí misma. Es decir, en el cuerpo el mundo se percibe como presencia y como llamada: nos acoge, recibiéndonos al llegar a la existencia; y nos invita a caminar, a profundizar en la relación con las cosas y los otros (Granados, 2012, p. 60).

La sexualidad es fuerza creadora que se manifiesta, revela y se autocomunica en clave encarnacional. Nada que no sea a partir del cuerpo y de su experiencia relacional-afectiva con un tú que interpela y trasciende, puede ser autenticamente sexual. Es afectando y siendo afectado donde la persona realiza su sexualidad. En consecuencia, la sexualidad se plenifica cuando rebasa los límites de la inmanencia.

Por tanto, la sexualidad es la totalidad de la vida de la persona en apertura, en salida de sí misma, para ir al encuentro de una realidad que la hace ser siendo. Esta forma de dimensionar la sexualidad permite superar la dicotomía antropológica entre ser y existir, ser y hacer; dado que sexualidad, afectividad y corporeidad es unidad tripartita, unidad diversa, en la que no hay división ni yuxtaposición ni mezcla ni subordinación. No hay una que preceda o siga a la otra, pues son relación perijorética, es decir, armonía, danza de amor. Por lo tanto, la realidad yo, tú, mundo, Dios es realidad “Cosmoteándrica” (Panikkar, 1999), debido a que nada del yo puede ser entendido sin el tú, el mundo y Dios; nada del tú puede ser comprendido sin el yo, el mundo y Dios; nada del mundo puede ser dimensionado sin el yo, el tú y Dios; nada de Dios puede ser sin el yo, el tú y el mundo.

De este modo, es válido afirmar que son muchas las dificultades que ha dejado el modelo antropológico dicotómico; ejemplo de esto, son los desórdenes afectivos y emocionales, crisis de identidad, falta de sentido existencial. Este paradigma dual ha entendido que hay diferencia entre ser y hacer: una es la realidad que se vive al interior de cada persona y otra la que da a conocer. Asimismo, ha asumido la vida desde la doble personalidad, llegando a separar los sentimientos de los afectos. Del mismo modo, ha dividido la realidad del hombre en dos: mundo ideal y mundo real. Optar por la antropología trinitaria relacional es poder asumir a la persona, en camino de humanización, desde la unidad en la diferencia de sus dimensiones. Dicho proceso permite asumirse y asumir al otro tal y como es, sin máscaras -prosopón-, posibilitando que lo auténticamente humano se plenifique. Pero esto no podrá darse si antes no se comprende que la contrariedad, la confusión, la antinomia también hacen parte de esta realidad que se llama persona humana, que no es más humana extirpando, eliminando o erradicando actitudes que “desdicen” la propia identidad, sino asumiéndolas. De manera que la diferencia no sea oposición, sino posibilidad de relación:

No importa si [el otro] es un estorbo para mí, si altera mis planes, si me molesta con su modo de ser o con sus ideas, si no es todo lo que yo esperaba. El amor tiene siempre un sentido de profunda compasión que lleva a aceptar al otro como parte de este mundo, también cuando actúa de un modo diferente a lo que yo desearía (Francisco, 2016, n 92).

Al igual que se dijo que en la Trinidad hay una única naturaleza que es la que permite la comunicación entre las tres personas, en el hombre hay una única naturaleza: la humana, que se expresa mediante sus dimensiones sexual, afectiva y corporal y que le permiten comunicarse consigo mismo, con los otros, con el mundo y con Dios. Cuando el ser humano piensa está pensando todo él, no parte de él; cuando siente, lo hace todo él, al igual que cuando actúa. Las dimensiones en el hombre son como las Personas en la Trinidad, en tanto que permiten la relación. El hombre por ser un ser sexual, afectivo y corporal, está en capacidad de hacerse uno con todo lo que acontece dentro y fuera de él. Esta relación perijorética, en la que cada dimensión está abierta a la otra de modo pleno subsiste en una única naturaleza humana, la cual hace historia comunicandóse, expresandose, donándose, revelándose, hasta llegar a dar vida con su vida, pues quien ama:

Nunca se encierra, nunca se repliega en sus seguridades, nunca opta por la rigidez autodefensiva. Sabe que él mismo [quien ama] tiene que crecer en la comprensión del Evangelio y en el discernimiento de los senderos del Espíritu, y entonces no renuncia al bien posible aunque corra el riesgo de mancharse con el barro del camino (Evangelii Gaudium, n 45).

Ya se ha dicho que la sexualidad es la totalidad de la vida ¿qué es, entonces, la afectividad?: es la dimensión que permite expresar al otro la propia identidad. La afectividad no se comunica, se comunica el sujeto afectuoso, quien manifiesta su sexualidad mediante palabras, gestos, detalles. La sexualidad crea identidad, la afectividad la comparte. Así como el Espíritu Santo en la Trinidad es el don del Padre y del Hijo, quien habita en todos los corazones humanos, la afectividad es la plena comunión entre la sexualidad y la corporeidad que se hace don para el otro. La afectividad es conciencia de no poder ser feliz sin el otro. El otro es parte constituyente de la propia vida, sin el otro no hay realización, salvación, santidad etc.:

El amor constituye la única manera de aprehender a otro ser humano, en lo más profundo de su personalidad. Nadie puede ser realmente conocedor de la esencia de otro ser humano si no le ama. Por el acto espiritual del amor se es capaz de ver los trazos y rasgos esenciales en la persona amada (…) al hacerle consciente de lo que puede ser y de lo que puede llegar a ser, logra que estas potencias se conviertan en realidad (Frankl como se citó en Meza Rueda, 2001, p. 35).

La afectividad es la manera mediante la cual la dicotomía sexualidad y corporeidad, mundo interior y exterior, se vinculan para formar el gran consorcio delamor: yo-tú-mundo-Dios. Aesterespecto, la afectividad dinamiza el conjunto de las relaciones haciendo posible que la diversidad se comunique. En este orden de ideas, la afectividad es el grito del ser por la alteridad.

La corporeidad es otra de las dimensiones humanas. Esta dimensión ha sufrido grandes cambios en los diversos paradigmas de la historia, dejando tras su paso fuertes heridas en la constitución de la persona humana. No se puede negar también que hubo momentos de la historia en los que el cuerpo fue gran aliado para alcanzar los ideales más puros y bellos del hombre. Basta adentrarse en el insondable océano de la era homérica en la que el cuerpo se presenta como “unidad indiferenciada”. Cada miembro del cuerpo estaba cargado de vida, el todo se expresaba en cada parte, a la vez que cada parte era el todo: “[…] para la mirada antigua cada miembro del cuerpo estaba lleno de vida y era capaz, por sí, de representar el todo” (Granados, 2012, p. 36).

Es posible afirmar que esta exagerada vitalidad referida a la dimensión corporal hacía que el cuerpo en la antigüedad clásica gozara de gran estima y valor: “El hombre no tiene un cuerpo,” como lo entenderá el orfismo, sino que “el hombre es cuerpo” (Granados, 2012, p. 45). Identidad y corporeidad están intrínsecamente unidos. No hay conciencia de un yo desencarnado, como acontecerá en tiempos de Descartes quien dividió la res cogitans de las res extensa. Cuerpo y ser están armónicamente ligados (Granados, 2012).

No es posible decir lo mismo del orfismo, que nace en el contexto homérico y que concebía el cuerpo como la tumba del alma -soma sema-. Esta comprensión consideraba que el cuerpo se opone a la plena realización del alma, idea que se percibe posteriormente en el libro de Fedón de Platón y que llegará a introducirse en la práctica ascética del cristianismo medieval. El fuerte anhelo por lo eterno y la nostalgia de lo atemporal hace que el cuerpo, cargado de pasiones que arrebatan los más puros deseos del alma, se vea como impedimento para conquistar el más allá:

Su éxito [el orfismo] se basa en la capacidad de alimentar el deseo humano de lo eterno. Para ello se promete una total liberación del cuerpo y de su peso terrenal. […] Se comparaba la situación del hombre en la tierra con la de los prisioneros a quienes ciertos piratas crueles estaban a cadáveres, miembro contra miembro, hasta provocar la muerte. De igual modo, el alma se encontraría encadenada al cadáver del cuerpo. En este horizonte, el valor fundamental de la vida, su peso se situaba en el mundo ultraerreno, en contraste con la breve e insustancial singladura del hombre por la tierra (Granados, 2012, p. 37).

Esta visión dual del cuerpo que se ha mantenido en la historia de occidente de diversos modos, ha ocasionado división entre el ser y el hacer, el ser y el existir, el pensar y el hacer, el ser y el creer, haciendo que lo auténticamente humano quede reducido a una sola dimensión de la vida. Considerar al hombre como un ser único y relacional es poder alargar los límites de la razón y percibir que la realidad es más que el angosto espacio de la racionalidad.

En este sentido, el cuerpo no es lugar, no es casa, no es parte de…; por el contrario, es identidad, persona, vida, historia, lenguaje, comunicación, proyecto, sueños, acogida, ternura, sexualidad, afectividad, eternidad, misterio, revelación, auto-comunicación, relación, integridad (Granados, 2012). Muchos podrían preguntar, entonces: “¿Qué es esto que puedo palpar, que se envejece, que sufre, que se transforma?”, sí, eso es su cuerpo, no entendido como parte, sino como identidad. Seguidamente podrían interrogar: “¿Qué es lo que me motiva a dar amor, a sentir amor, a desgastarme por el otro, a dar la vida por aquello que amo?”, a lo que habría que responder:-sí, eso también es identidad, corporeidad, sexualidad y afectividad. Apertura a una dimensión dialogal relacional: “[…] la carne, se refiere aquí al hombre entero en cuanto abierto al encuentro con el mundo y los otros, y tendido hacia el horizonte último de la trascendencia” (Granados, 2012, p. 146).

Lo que se ha considerado como lucha, disputa, incoherencia, dicotomía no es otra cosa que ensimismamiento, repliegue, encierro. Una vida vivida desde el ego, el yo, la carne. En este punto es preciso traer a colación y aclarar que cuando Pablo hace referencia a las obras de la carne (sarx) y a las obras del Espíritu (Pneuma), dirigiéndose a los gálatas, no está queriendo afirmar que el hombre lucha consigo mismo, sino que cuando este se pone de cara a Dios, en posición dialogal, relacional, empieza a fructificar. Por el contrario, cuando le da la espalda, encerrándose en sí mismo, se malogra, se pudre, se muere:

La vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás (Francisco, 2013, n 10).

Dios no es una alternativa a la vida del hombre o un añadido a la naturaleza humana, plenamente completa; Dios es la vida del hombre. Muchos objetarán, entonces: “¿Dónde queda la libertad?” La libertad no radica en hacer lo que se quiera con la propia vida, sin asumir luego las consecuencias de las propias decisiones. La libertad es la posibilidad de decidir por el propio bien. Es libre quien sabe qué es lo que lo realiza y se decide por ello. Por el contrario, es esclavo quien sabiendo qué es lo que lo priva de la felicidad, lo asume.

La corporeidad es el amor encarnado -El Verbum caro factum est ha mostrado con sus palabras y acciones la identidad del Padre (DV). Si Dios no se hubiera hecho carne no se habría podido conocer realmente su identidad, de esta misma forma sucede con la naturaleza humana, si no se comunica no se da a conocer. El conocimiento de sí mismo solo se logra en relación. Buscar conocerse de manera solipsista significaría ser como el hombre que edificó su casa sobre arena, vino la lluvia y arrasó con ella (Mt 7, 21-29). Una comunidad de fe encerrada en sí misma, creyendo que fuera de ella no existen otros caminos para llegar al amor, ha perdido el verdadero propósito de vivir en comunidad.

Una familia que centra su vida en el trabajo, el estudio y la producción sin buscar cada día conocerse y reconocerse mediante el diálogo y el compartir, ha confundido felicidad con triunfo.

Se ha podido entrever que el hombre es relacional, vinculante y vinculado, amado y amante. Ahora es necesario especificar que, aunque todo hombre está capacitado para relacionarse y que la relación se realiza entre igualdad de naturaleza, no todo hombre se relaciona del mismo modo. Como se pudo analizar, en la Trinidad hay una única naturaleza, la cual posibilita la relación, al mismo tiempo, hay tres Personas. Lo que quiere decir que aunque hay una única relación que es la del amor, esta se manifiesta de modo distinto, ya que la identidad del Padre no es la misma que la del Hijo ni la del Espíritu Santo. Esto lleva a comprender que la diferencia en la Trinidad radica en su modo de relacionarse. Es así como puede entenderse que cada hombre se relaciona de modo distinto, porque es persona. La persona es única, irrepetible e intransferible.

Es necesario tener en cuenta que toda relación edifica, puesto que quien se relaciona se dona. Relacionarse es donarse. Quien no se dona no se relaciona y quien no se relaciona está encerrado en sí mismo, por lo tanto, no es libre. En este orden de ideas, se puede deducir que la relación no es un atributo de la naturaleza, es la persona misma abriénsose camino en la vida del otro desde su diferencia. Aún más, se podría continuar diciendo que sin relación la vida carece de sentido, por lo que solo es posible ser en relación: “Así, pues, debemos afirmar tanto de Dios como del mundo que tienen su ser en la relación” (Gunton, 2005, p. 260). A lo que añade Cambón:

Cada persona es ella misma por su relación con las demás. Si por una hipótesis absurda el Padre dejara por un momento de darse al Hijo, no solo dejaría de existir el Hijo, sino que dejaría de existir el mismo Padre, ya que este es tal solo en el acto de generar al Hijo. Por eso hablamos de Trinidad y no simplemente “de Triplicidad”: no existe en Dios cantidad en el sentido de suma o sucesión, porque en el mismo acto coinciden dinámicamente el relacionarse y la persona (Cambón, 2000, p. 31).

Conclusiones

El misterio trinitario es eje y fundamento de la antropología cristiana, lo que implica afirmar que, el misterio del hombre solo se esclarece de cara a Dios y este es trinitario.

Dios es Trinidad, es decir, relación de amor entre las tres Divinas Personas, del mismo modo el hombre es trinidad, en tanto que participa de dicha relación.

Las relaciones son las que posibilitan la plena comunicación entre las Personas divinas y respectivamente entre las humanas. Por tanto, la imagen y semejanza de Dios en el hombre, consiste en la posibilidad que este tiene de vivir relacionalmente, es decir, conciencia de no poder ser sin el otro.

La sexualidad, expresión del amor fontal de Dios Padre, es la misma vida del hombre capacitada para relacionarse (identidad).

La afectividad, fuerza de amor, permite que la persona humana pueda salir de sí, para acoger al otro como don, al mismo tiempo que se entrega como don.

La corporeidad, amor hecho acto, es la plena comunicación de la sexualidad y la afectividad, sin la corporeidad el misterio se hace incomunicable.

Conflicto de intereses

El autor declara la inexistencia de conflicto de interés con institución o asociación comercial de cualquier índole. Asimismo, la Universidad Católica Luis Amigó no se hace responsable por el manejo de los derechos de autor que los autores hagan en sus artículos, por tanto, la veracidad y completitud de las citas y referencias son responsabilidad de los autores.

Material suplementario
Referencias
Cambón, E. (2000). La Trinidad modelo social. España: Ciudad nueva.
Fuster, P. F. (2001). Misterio trinitario: Dios desde el silencio y la cercanía. Salamanca, Madrid, San Esteban: Edibesa.
González, J. L. (2001). Terapia para una sexualidad creativa. México: Teresianum.
Granados, J. (2012). Teología de la carne: El cuerpo en la historia de su salvación. Burgos, España: Didaskalos.
Gunton, E. C. (2005). Unidad, Trinidad, y pluralidad: Dios, la creaciónyla cultura de la modernidad. España: Sígueme.
Meza Rueda, J. L. (2001). La Afectividad y la sexualidad en la vida religiosa.Bogotá: Kimpres.
Panikkar, R. (1999). La intuición cosmoteándrica: Las tres dimensiones de la realidad. Madrid: Trotta.
Rahner, K. (1977). El Dios trino, como principio y fundamento trascendente de la historia de la salvación, en Misteryum salutis II. Madrid: Cristiandad.
Sayés, J. A. (2000). La Trinidad misterio de Salvación. Madrid: Palabra.
SS Francisco. (2013). Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium. Ciudad del Vaticano: Librería Editorial vaticana.
SS Francisco. (2016). Exhortación Apostólica Postsinodal Amoris Laetitia. Ciudad del Vaticano: Librería Editorial vaticana
Notas
Notas
1 Este artículo fue presentado en el Congreso internacional de Teología: “Interpretaciones del papa Francisco a la Teología de hoy”, llevado a cabo del 18 al 21 de septiembre de 2016 en la Pontificia Universidad Javeriana. Fue publicado el 15 de diciembre de 2017 en el libro de memorias: “Interpretaciones del papa Francisco a la Teología de hoy”. La versión del texto publicado en este número fue corregido y levemente modificado, respecto al de la ponencia presentada en el Congreso de Teología del 2016.
Notas
2 Este axioma trinitario es fruto de la reflexión creyente de Karl Rahner. Existen otros teólogos que lo han trabajado como Júrgen Moltmann en su libro Trinidad y Reino de Dios: la doctrina sobre Dios (1983, p. 155-166). En este libro se evidencia también la comprensión trinitaria de Karl Barth, quien también hace referencia al argumento de Rahner. En esta misma línea se encuentra Leonardo Boff en su libro: La Trinidad, la sociedad y la liberación (1987, pp. 261-263). Como también Walter Kasper El Dios de Jesucristo (1985, pp. 311-315).
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