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Entre la agenda política y la política de traducción: el caso de The West Indian Review (1934-1940)1*
Thomas Rothe
Thomas Rothe
Entre la agenda política y la política de traducción: el caso de The West Indian Review (1934-1940)1*
Between political agendas and translation policies: a case study of The West Indian Review (1934-1940)
Entre l’agenda politique et la politique de traduction: le cas de The West Indian Review (1934-1940)
Mutatis Mutandis. Revista Latinoamericana de Traducción, vol. 11, núm. 2, pp. 400-417, 2018
Universidad de Antioquia
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Resumen: El trabajo que aquí se presenta toma como objeto de estudio la primera etapa de The West Indian Review (1934-1940), revista mensual dirigida por Esther Chapman en Kingston, Jamaica. Pese a su conservadurismo editorial, la revista emplea una política de traducción única en la región durante la primera mitad del siglo -gracias a la participación de la traductora estadounidense Edna Worthley Underwood- que permite generar una mayor circulación de autores latinoamericanos cuyas obras se vinculan con la afirmación identitaria nacional y regional. El análisis de las estrategias editoriales y prácticas de traducción que se dan en la revista problematiza estas tensiones ideológicas y busca comprender las complejidades del desarrollo del campo literario anglocaribeño.

Palabras clave: traducción, revistas culturales caribeñas, The West Indian Review, Edna Worthley Underwood, campo literario.

Abstract: The work presented here focuses on the first series of The West Indian Review (1934-1940), a monthly magazine directed by Esther Chapman in Kingston, Jamaica. Despite its conservative editorial stance, the magazine employed a policy of translation like no other Caribbean magazine during the first half of the century (thanks to the participation of US translator Edna Worthley Underwood), which aided in the circulation of Latin American authors known for affirming national and regional identities. The analysis of editorial strategies and translating practices within this magazine problematizes these ideological tensions and seeks to comprehend the complexities involved in the development of the Anglo-Caribbean literary field.

Keywords: translation, Caribbean cultural magazines, The West Indian Review, Edna Worthley Underwood, literary field.

Résumé: Le travail présenté ici porte sur la première étape de The West Indian Review (1934-1940), revue mensuelle dirigée par Esther Chapman à Kingston, en Jamaïque. En dépit de son conservatisme éditorial, la revue déploie une politique de traduction unique dans la région pendant la première moitié du siècle - grâce à la participation de la traductrice nord-américaine Edna Worthley Underwood - qui contribue à une plus grande circulation d’auteurs latino-américains dont les œuvres sont en relation avec l’affirmation identitaire nationale et régionale. L’analyse des stratégies éditoriales et des pratiques de traduction de la revue problématise ces tensions idéologiques et vise à comprendre les complexités du développement du champ littéraire anglo-caribéen.

Mots-clés: traduction, revues culturelles caribéennes, The West Indian Review, Edna Worthley Underwood, champ littéraire.

Carátula del artículo

Artículos de investigación

Entre la agenda política y la política de traducción: el caso de The West Indian Review (1934-1940)1*

Between political agendas and translation policies: a case study of The West Indian Review (1934-1940)

Entre l’agenda politique et la politique de traduction: le cas de The West Indian Review (1934-1940)

Thomas Rothe
Universidad de Chile, Chile
Mutatis Mutandis. Revista Latinoamericana de Traducción, vol. 11, núm. 2, pp. 400-417, 2018
Universidad de Antioquia
1. Introducción

La historia literaria del Caribe anglófono atribuye un papel protagónico a cuatro revistas literarias que empezaron a circular en los años 30 y 40 del siglo XX: The Beacon (1931-1933) de Trinidad y Tobago, BIM (1942-1973) de Barbados, Kyk-Over-Al (1945-1961) de Guyana y la antología periódica Focus (1943, 1948, 1956, 1960) de Jamaica. A este grupo habría que agregar Caribbean Voices (1943-1958), programa de la BBC que abrió un espacio importante a los escritores caribeños residentes en Inglaterra, siendo transmitido todos los domingos a lo largo de las posesiones británicas en el Caribe. Frente a la ausencia de casas editoriales en la región, estas plataformas de difusión literaria jugaron un papel fundamental para visibilizar la escritura, generar espacios de debate e intercambios a través de los límites geográficos de cada territorio -aunque pocas veces a través de fronteras lingüísticas-, contribuyendo a la divulgación de una cosmovisión caribeña (Rodríguez, 2011, p. 118). Ya fuera de manera explícita o implícita, estas plataformas lograron alinearse con los movimientos nacionalistas que empezaron a tomar vuelo en la región a partir de los años 30, lo que ha privilegiado su inclusión en el canon literario. Como ha demostrado Alison Donnell (2006), el relato dominante del desarrollo literario que elaboró la crítica post-independista de los años 60 y 70 excluyó mucha escritura de la primera mitad del siglo XX por su carácter esteticista, apolítico y, en algunos casos, por sus afinidades coloniales, siendo relegada a anécdotas y notas al pie de página. Esta tensión entre esteticismo y compromiso social, que Raphael Dalleo (2011) llama la ideología de lo literario, es fundamental para comprender las complejas dinámicas del campo cultural anglocaribeño bajo el dominio colonial.

Dentro del corpus de revistas poco estudiadas, destaca el caso de The West Indian Review (1934-1975), dirigida por la periodista y novelista Esther Chapman en Jamaica. Mientras Ivy Baxter describe la revista como “one of the strongest forces in the direction of the Caribbean cultural exchange” (1970, p. 100), ha quedado prácticamente excluida del panorama crítico debido en gran parte a su posición pro-colonialista en el desarrollo del campo intelectual caribeño. Sin embargo, no solo impresiona por su longevidad, comparable con proyectos editoriales latinoamericanos como Sur en Argentina, Asomante y Sin Nombre en Puerto Rico y Casa de las Américas en Cuba, sino por publicar un gran número de autores de distintas lenguas del Caribe y América Latina, estableciendo una política de traducción pancaribeña única dentro de las publicaciones regionales de la primera mitad del siglo.

La noción que se tiene de políticas de traducción se divide en dos grandes corrientes, según Patricia Willson (2013). Una definición más acotada incluye “todas las formas institucionales de decisión sobre lo que se traduce” que sin embargo “tienen una dimensión económica relacionada con la estructura de las industrias y los mercados culturales y, en general, con aquellas instituciones y agentes (sean públicos o privados) con poder de disposición sobre la producción y la circulación material de traducciones” (2013, p. 89). La otra, más amplia, “abarcaría el uso del concepto mismo de traducción como herramienta teórica que permite comprender mejor los problemas de nacionalidad, ciudadanía, multiculturalismo y globalización, sin excluir los vínculos entre traducción, violencia y conflicto” (2013, p. 89). Este sentido del tópico se asocia a la conceptualización que ofrece Gayatri Spivak en su ya clásico ensayo “The Politics of Translation” de 1992 (2012), donde defiende el potencial del traductor o la traductora para ejercer una agencia feminista desde los países geopolíticamente subordinados. La posición de Spivak se vincula con el trabajo de teóricos como Lawrence Venuti (1995), quien opone la transparencia y fluidez en la traducción, técnicas que -según él- eliminan la diferencia de un Otro cultural. Aunque en este artículo utilizo el concepto de política de traducción como las directrices que determinan la selección, traducción y circulación de textos literarios escritos en cualquier lengua que no sea el inglés, el análisis discute sus implicancias políticas y la agencialidad ejercida por el/la traductor/a.

En el contexto del Caribe, la traducción se ha considerado como una herramienta para derribar fronteras lingüísticas, uno de los más evidentes legados del colonialismo. La unidad caribeña soñada por intelectuales anticolonialistas como José Martí, Eugenio María de Hostos y Walter Adolphe Roberts proclama una integración lingüística que necesariamente implica procesos de traducción y no es de sorprender que muchos de ellos fueran traductores. Si bien la traducción es una faceta menos conocida en la obra de Martí, ha sido trabajada con más rigor en las últimos dos décadas (Arencibia Rodríguez, 1998; Colombi, 1999; Lomas, 2008); y en el caso de Roberts, un afamado poeta, historiador e independentista jamaicano, sus traducciones de autores caribeños, incluyendo la poesía de Martí, Salomé Ureña, Dulce María Loynaz, Mercedes Matamoros y Oswald Durand, han recibido escasa atención en los trabajos sobre su vida y obra (Rodríguez, 2011; Hulme, 2015; Timm, 2016).

Las revistas son un formato privilegiado para estudiar estos procesos de intercambio cultural, ya que unen escritores y críticos, crean comunidades lectoras, y su periodicidad permite mapear tendencias y discusiones que influyen en la esfera pública (Gilman, 2003; Rodríguez-Carranza y Lie, 1997). María Constanza Guzmán ha abordado las traducciones en revistas culturales caribeñas a partir de “la praxis editorial y traductora”, que, según ella, ayuda a discernir “la inteligibilidad del Caribe como proyecto y como ente de producción simbólica” (2017, p. 170). Me interesa esta noción de inteligibilidad en su relación con la traductología porque ilustra los espacios de aproximación en vez de equivalencia o reproducción exacta de un texto literario en otra lengua. Guzmán profundiza que:

en los espacios de praxis del lenguaje en el Caribe, en los tejidos narrativos que se crean en el interior de estos espacios-en los que se inscribió la traducción-así como también en su existencia misma como artefactos intelectuales que circulan de manera más o menos visible en constelaciones de producción intelectual, puede esbozarse un relato, parte de una genealogía, de la relación de la traducción con el legado colonial, las tensiones intelectuales y políticas cuyos contrapunteos-para utilizar el término de Fernando Ortiz-se juegan en espacios de traducción que conllevan un potencial descolonizador (2017, p. 171).

A partir de los desarrollos conceptuales en torno a la transculturación narrativa (Rama) y la colonialidad, específicamente la matriz colonial (Quijano), Guzmán lee la traducción en clave de su potencial descolonizador tanto a nivel discursivo como en la práctica. A diferencia de proyectos editoriales que promueven un pancaribeñismo o latinoamericanismo anticolonial, como Casa de las Américas, una de las revistas estudiadas por Guzmán, en el caso de The West Indian Review, su prolífica y sistemática traducción de autores regionales se desprendió de un proyecto de extensión imperial, evidente en la agenda política de la revista y otros aspectos paratextuales (introducciones o comentarios a las traducciones). Paradójicamente, el espacio de contacto regional que creó la revista puede haber facilitado la circulación de ideas críticas del dominio colonial. Es decir, la política de traducción que emplea The West Indian Review corresponde a una posición editorial de construir más conocimiento sobre un Caribe plurilingüe a través de la traducción de textos literarios; pero las maneras de traducir y circular discursos sobre la producción cultural caribeña de otras expresiones lingüísticas revelan las dinámicas de poder ejercidas sobre el campo literario de la época y la desconexión con otros campos de producción simbólica autóctonas.

En este artículo discuto estas tensiones editoriales a la luz de las traducciones que promueve la revista, enfocándome en los vínculos establecidos con el Caribe de habla hispana y otros países hispanohablantes del continente. Los objetivos son, por un lado, identificar los mecanismos discursivos que generan contradicciones ideológicas en un espacio de circulación literaria colonial y, por otro, comprender mejor el papel de la traducción en el temprano desarrollo del campo cultural anglocaribeño. Me concentro solamente en la primera etapa de la revista, de 1934-1940, el periodo en el que se publicó la mayor cantidad de traducciones, antes de suspenderse por cuatro años debido a las presiones económicas de la Segunda Guerra Mundial.

2. Contra la corriente anticolonial

The West Indian Review (WIR) se fundó en Jamaica en septiembre de 1934 por la periodista y novelista inglesa Esther Chapman, quien ya residía en la isla desde hace al menos una década2. Como mujer blanca en una sociedad altamente jerarquizada por concepciones raciales, no le costó insertarse en el campo letrado de la isla y aprovechó sus contactos para llevar a cabo varios proyectos editoriales. De ellos, WIR destaca por su longevidad, publicándose regularmente hasta 1975 con una periodicidad mensual e incluso semanal en su última etapa. La buena calidad del papel, el formato grande y la cantidad de páginas, que supera ochenta en cada número, es impresionante para la época y refleja los recursos con que contaba la revista. De hecho, la amplia publicidad de grandes empresas jamaicanas, caribeñas e incluso transnacionales, como Issa’s, Red Stripe, Coca Cola y la United Fruit Company, ayudó a financiar el proyecto y permitió que Chapman pagara a los colaboradores y ofreciera generosas sumas de dinero como premios en los concursos literarios que organizaba. En este sentido y como acierta Baxter, WIR fue una suerte de sucesora de Planters’ Punch, dirigida por el influyente periodista y novelista jamaicano Herbert George de Lisser, tanto en su tendencia conservadora como en su aspecto físico, el amplio espacio de publicidad y la lista de suscritores (1970, p. 101). No es extraño este vínculo entre las dos revistas dado el trabajo de Chapman como columnista en The Daily Gleaner, el principal diario de Jamaica que editara De Lisser desde 1904 hasta su muerte en 1944 (Donnell y Lawson Welsh, 2005, p. 30). Con todo, WIR funcionaba como un catalizador de la producción literaria local y reunía un rango de colaboraciones ideológicamente diversas.

El rasgo más particular de WIR fue su objetivo de salir de los confines territoriales de Jamaica y extenderse más allá del Caribe angloparlante. El editorial del número inaugural, titulado “Birth of an Idea”, destaca su intención de lograr un

linking together of the various units of the West Indies and Central America into bonds of closer intellectual union (…) joining English, Spanish, French and Dutch-speaking people in the close tie of a common ideal (…) The barrier of language is a serious handicap; yet a large proportion of the educated people of this area speak or read English, and a Review in the English language would reach many thousands, who in their turn would pass on the thoughts thus circulated to others (Vol. 1, No. 1, 1934, p. 7).

Al reconocer el problema de la división lingüística, la revista da pasos para generar más diálogo entre las zonas que han tenido poca comunicación. Durante los primeros años, publica notas periodísticas, crónicas de viaje y columnas de opinión sobre países como Haití, la República Dominicana y Cuba, además de reseñas de libros escritos en otros idiomas, traducciones de poemas y cuentos de autores caribeños, y las secciones “El Rincón Español” y “La Page Francaise” [sic], que proporcionan datos históricos y poemas de América Latina y el Caribe francófono sin traducción al inglés. Desde el tercer número, de noviembre de 1934, WIR afirma ya contar con más de 5.000 lectores, la mayoría dentro del Caribe, pero también en Europa, Estados Unidos y otras colonias británicas, como la India.

Pese a la visión pancaribeña que expresa, este nacimiento de una idea conlleva tonos de superioridad cultural, como el uso del inglés como vínculo universal entre las islas o el silencio total sobre las razones de la fragmentación regional, desconociendo la historia del colonialismo europeo. Chapman tampoco integra el factor africano en su proyecto y en general desprecia la heterogeneidad cultural como un impedimento de desarrollo y unificación política. En el segundo número afirma que: “There can be no kind of uniformity of political outlook in people sundered by race, language and temperament, as are the strangely-assorted inhabitants of the West Indian islands and republics” (Vol. 1, No. 2, 1934, p. 11). Para Chapman, no existe contradicción alguna entre fomentar diálogos interregionales y denostar esfuerzos de organización política entre las distintas islas caribeñas. Esto se explica en parte por la intención de plantearse como una revista netamente artística, carácter que afirma en el mismo editorial: “this magazine is profoundly and devotedly UNpolitical. It has other ends to serve (Vol. 1, No. 2, 1934, p. 11). Chapman exhibe su opinión política como si fuera una verdad objetiva para luego plantear que su revista es apolítica, dedicada a fomentar la alta cultura literaria, es decir, aquellos otros fines. Como ha demostrado Dalleo (2011), muchos escritores y revistas literarias durante los años 30 y 40 no se adhirieron de manera tan explícita a los movimientos anticoloniales, proyectando una tendencia hacia el esteticismo que él denomina la ideología de lo literario. Revistas como BIM, La poesía sorprendida, Kyk-Over-Al, Orígenes y hasta Tropiques proyectan esta ideología que “contains a desire to position writing above everyday concerns along with a vision of the literary intellectual as having special political insight to critique instrumentality and materialism” (Dalleo, 2011, p. 97). Esta categoría sirve para entender el marco en el que circula WIR, que, al revés que las publicaciones mencionadas, utilizó su proyecto cultural para defender el statu quo de las colonias.

La posición pro-colonialista de WIR iba progresivamente en contra de las tendencias intelectuales en el Caribe de los años 30, un momento de profundos cambios políticos y culturales. La región anglófona fue escenario de una serie de protestas y huelgas que demostraron un descontento generalizado con la administración colonial, exacerbado por el impacto económico de la caída de Wall Street en 1929. Por otro lado, la nueva presencia imperial de Estados Unidos ya se había consolidado con la invasión a Puerto Rico y el control político sobre Cuba (ambos desde 1898), además de la ocupación de La Española (Haití desde 1915 hasta 1934 y la República Dominicana desde 1916 hasta 1924) y la instalación de bases militares en otros territorios de la región. Los múltiples proyectos de cultura caribeña que surgieron de este contexto generalmente dialogaron con estas condiciones de intervencionismo y explotación, adoptando un carácter anticolonial, de resistencia y de autodeterminación. Movimientos como el panafricanismo, el rastafarismo, el afrocubanismo y la negritud en el área francófona son testimonio de cómo el desarrollo de la conciencia nacional en el Caribe se basó en una valoración de la fuente cultural africana, renegada durante siglos de colonialismo.

Específicamente en Jamaica, la huelga portuaria de 1938, que generó mayor solidaridad entre las clases oprimidas, significó un cambio importante para la agenda política de WIR. Chapman no pudo mantenerse alejada de su realidad circundante y sus editoriales y textos periodísticos empezaron a atacar las huelgas, los nuevos partidos políticos, las posibilidades de una Federación entre las islas británicas y a argumentar en contra de la auto-gobernación de Jamaica. Esta posición, que se transforma en una agenda pro-colonialista de la revista en la medida que la situación política se intensifica en Jamaica, pareciera ser la principal razón que condujera a su marginalización histórica.

Ese mismo año, el gobierno británico envió una Comisión Real para investigar los disturbios y proponer maneras de apaciguar la situación. Gracias al trabajo archivístico de Claire Irving, se sabe que Chapman estuvo en contacto con miembros de la Comisión y ofreció su revista como un vehículo de propaganda británica (2015, p. 151-152). Solo después de que la revista terminó de circular durante su primera etapa en agosto de 1940, Chapman se reunió con autoridades culturales del gobierno para acordar las maneras en que la revista podría apoyar la agenda británica en el Caribe, incluyendo reseñas de libros y notas sobre el papel de Gran Bretaña en la Segunda Guerra Mundial, aspectos que están presentes en la revista cuando se reanudó en 1944. Aunque esta canalización propagandística no existiera en el periodo bajo estudio aquí, demuestra la lealtad que sentía Chapman con el Imperio británico y una deliberada intención de legitimar su proyecto ante la opinión pública.

Cabe señalar, sin embargo, que Chapman genera un foro de debate que no excluye opiniones antagónicas, lo que pareciera responder a su intención de aparentar objetividad periodística. Uno de los espacios donde se aprecia esto es en las cartas de lectores incluidas en las primeras páginas de cada número: mientras la mayoría celebra el proyecto, igualmente hay cartas que critican sus editoriales, algunos artículos y la manera de tratar ciertos temas controversiales, como la religión o eventos políticos. Por lo general, cuando se trata de cartas así, Chapman siempre contesta, recurriendo a argumentos que a veces descalifican al lector, como cuando a lo largo de varios números en 1938, presentó un debate por correspondencia con William George Ogilvie (autor jamaicano que anteriormente había publicado varios cuentos en WIR) sobre el naciente People’s National Party (PNP), partido de tendencia socialista. Chapman da final a la disputa sentenciando que “I do not think that Mr. Ogilvie’s letter will be taken as a logical exposition of the situation” (Vol. 5, No. 3, 1938, p. 15).

Por otra parte, los textos narrativos incluidos en la revista tienden a representar un corpus de autores asociados con los procesos de construcción nacional, como los jamaicanos Roger Mais y Victor Stafford Reid, el trinitario Alfred H. Mendes del conocido grupo Beacon, y hasta escritores en la diáspora, como Claude McKay y Eric Walrond, ambos asociados al Renacimiento de Harlem. Tanto Irving (2015) como Wade (2008) sostienen que la ficción incluida en la revista suele expresar opiniones más progresistas que las de Chapman en sus editoriales y notas periodísticas. Esto se evidencia en los textos de McKay, como el cuento “When I Pounded the Pavement” sobre un joven campesino que emigra a Kingston para enlistarse en el servicio de policía (Vol. 2, No. 11, 1936). De corte realista y vindicativa de las clases oprimidas, el cuento identifica la jerarquía racial como una estructura colonial y la policía como una extensión de ella. El caso de Mendes es particularmente ilustrativo de las tensiones ideológicas entre la posición editorial de WIR y su contenido: entre 1936 y 1937 el trinitario publicó cinco cuentos en la revista, todos sobre la vida del proletariado en Trinidad. Mendes, junto con C.L.R. James, fundaron la efímera pero políticamente activa revista Trinidad (1929-1930), cuyos esfuerzos luego se canalizaron en la más conocida revista The Beacon (1931-1933), bajo la dirección de Albert Gomes. De este grupo literario emergieron las narrativas del barrack yard, nombrado por la típica construcción de vivienda popular a lo largo del Caribe anglófono, semejante a los conventillos en América Latina. El cuento “Triumph” (1929) y la novela Minty Alley (1936) de James son reconocidos como textos pioneros de este género y, en las páginas de The Beacon, Mendes los defiende por su necesaria atención a las clases trabajadoras trinitarias. Los cuentos de Mendes en WIR se inscriben en esta corriente literaria y demuestran cómo la revista ayudó difundir una literatura socialmente comprometida de distintos territoritos caribeños.

Mientras la ficción es un género que transita con mayor libertad ideológica en la revista, los únicos estudios que analizan este fenómeno (Irving y Wade) solo consideran el contenido escrito originalmente en inglés. Los textos publicados en castellano y francés (generalmente incluidos en “El Rincón Español” y “La Page Francaise” [sic]), las traducciones de poesía, de cuentos e incluso de columnas de opinión, permiten la filtración de ideas divergentes de la agenda política de Chapman. Un caso notable de no ficción es el texto “The Forgotten Island”, publicado en junio de 1938, del poeta y político puertorriqueño Luis Llorens Torres. Se trata de una columna reimpresa y traducida con el permiso del diario El Imparcial de San Juan, donde el autor describe la difícil situación de su isla bajo el control político de Estados Unidos y defiende la necesidad de independizarse (Vol. 4, No. 10, 1938, p. 50). A diferencia del contenido ficcional, donde las críticas a estructuras sociales desprendidas de o apoyadas por regímenes coloniales pueden aparecer de manera más disimulada, el texto de Llorens Torres articula el problema colonial que vive su isla a través de una prosa argumentativa. En este sentido, la supuesta objetividad periodística que Chapman buscaba generar permite una gran paradoja: la de fomentar intercambios culturales que posiblemente catalizaron cuestionamientos de las estructuras coloniales. Es interesante notar que entre 1937 y 1938, previo a ese texto, aparecen varios poemas traducidos de Llorens Torres, aunque sus temáticas son más amorosas que políticas. La ideología de lo literario que Dalleo (2011) identifica en la escritura de la época puede explicar cómo algunos autores asociados con movimientos anticoloniales encontraron una plataforma de publicación en una revista colonialista como WIR: acogió la escritura de autores de diversas tendencias ideológicas bajo la premisa de fomentar la actividad literaria en la región.

3. El proyecto de traducción pancaribeña

Aunque no se explicite nunca una política de traducción en WIR, el objetivo original de construir lazos artísticos e intelectuales entre las distintas zonas lingüísticas de la región conduce a producir una enorme cantidad de traducciones durante su primera etapa de circulación. Esta labor fue principalmente asumida por Edna Worthley Underwood (1873-1961), quien empezó a colaborar regularmente con la revista a partir de 1935. Underwood se encargó de una sección permanente titulada “West Indian Literature”, donde presenta corrientes literarias y autores principalmente hispanoamericanos con ejemplos de sus obras traducidas, entregando un panorama histórico que cubre desde el romanticismo hasta el modernismo y los vanguardistas contemporáneos. Escribiendo desde Estados Unidos, la sección de Underwood también funciona como un canal para promover sus propios valores literarios y sociales, los que tienden a renegar de la cultura anglosajona y a tensionar la posición política de Chapman. De hecho, Wade atribuye mucho del éxito de WIR a las colaboraciones de Underwood, dada su reconocida posición en el campo literario estadounidense y la calidad y consistencia de su trabajo (2008, p. 4).

Pese a su prolífica producción escritural y su influencia en el campo literario estadounidense durante la primera mitad del siglo XX, Underwood es otra figura marginal en la historia literaria de su país. Nacida en Maine y criada en un pequeño pueblo de Kansas a finales del siglo XIX, Underwood desarrolló tempranamente una habilidad poco común con los idiomas (Craine, pp. 13-19). Después de sus estudios universitarios, se casó con un joyero en 1897 y pronto la pareja se instaló en Nueva York, donde el marido trabajó para una empresa grande que le exigía viajar fuera del país con frecuencia, acompañado de su esposa como intérprete (Craine, pp. 20-21). En esos viajes a países asiáticos, europeos y latinoamericanos, Underwood tejía amplias redes literarias y terminó traduciendo libros del ruso, otros idiomas eslavos, persa, chino mandarín, japonés, francés y español. Dentro del Caribe, viajó a Cuba, donde tuvo su primer contacto con el español, y a Jamaica, donde escribió el poema “The Black Madonna” que, luego de ser publicado en su libro Improvisations (1929), fue traducido al francés por el poeta martiniqueño René Maran, como relata Underwood en WIR (Vol. 2, No. 2, 1935, p. 36). Estas experiencias la llevaron a estar convencida de que la cultura anglosajona había caído en decadencia y que era necesario promover el genio de las culturas y artes africanas y latinas, lo que es sin duda el reflejo de su perspectiva cosmopolita, acompañada de una idealización romántica que exotizaba al Otro. En el número de septiembre de 1935, señala que: “I have believed for a long time (…) that emotion is dying so rapidly in White races that the art of the future must come from the coloured races” (Vol. 2, No. 1, p. 41).

Establecida en Nueva York durante las primeras décadas del siglo XX, Underwood se vinculó con el Renacimiento de Harlem, asumiendo un papel de promotora de varios escritores, en particular Eric Walrond, nacido en la entonces Guyana Británica. Como ha demostrado Carl Wade (2010/2011), las dinámicas del patrocinio o mecenazgo blanco en el Renacimiento influyeron en determinar la producción de los artistas y escritores afroamericanos asociados al movimiento: los mecenas blancos ejercieron presiones para que se produjera un cierto tipo de arte negro que encajara con las expectativas de un público blanco. La relación entre Underwood y Walrond, sin embargo, fue de mutuos beneficios: ella le presentó a grandes editores y ayudó a posicionar su escritura en revistas importantes, mientras él reseñó sus libros y anunció sus traducciones en Negro World (1918-1933), el semanario de Marcus Garvey (Wade, 2010/2011, p. 107). Para Underwood, eran estrategias de posicionamiento en el campo literario, de autenticidad ante un público afrodescendiente. Por estas mismas preocupaciones, ella destaca en WIR la traducción de un poema suyo que realizó Maran, el primer escritor negro en ganar el prestigioso premio francés Prix Goncourt (1921). Underwood también estuvo vinculada a la revista Opportunity: A Journal of Negro Life (1923-1949), uno de los órganos más importantes de difusión de las letras afroamericanas durante el Renacimiento. Entre 1924 y 1925, la revista publicó sus traducciones de Aleksandr Pushkin, que, según Hasty, presentaron una imagen del poeta ruso como un genio que no podía ser contenido por barreras raciales o nacionales (2006, p. 238). Sin embargo, cuando fue jurada de un concurso organizado por la revista, Underwood apoyó un cuento de Walrond, “The Voodoo’s Revenge” que, en las palabras de Dalleo, “shows Walrond engaging with precisely how the U.S. imaginary conceived of the Caribbean” (2016, p. 88), es decir, a través de un discurso primitivista.

Estos antecedentes ayudan a comprender la participación de Underwood en WIR, donde encontró afinidades con su visión cosmopolita y también una plataforma para divulgar su crítica y traducciones literarias de autores latinoamericanos. La figura de patrocinadora blanca me parece clave para pensar su rol como traductora, ya que ubica el ejercicio de la traducción en medio de varias fuerzas de poder, entre ellas la relación de traducir textos del Caribe y América Latina desde Estados Unidos, la circulación material de la revista entre redes del Caribe, y las dificultades de ser mujer en el campo literario de la primera mitad del siglo XX.

La primera traducción de poesía que publica WIR aparece en diciembre de 1934. Se trata de “West Indian Dusk”, una versión libre de “Tardes así” de Alfonso Reyes. La traducción se presenta sin el original y sin nombrar al traductor, aunque una nota editorial indica que proviene de la Anthology of Mexican Poets, un libro que fue traducido y editado por Underwood dos años antes, si bien la nota no proporciona esta información. En una primera instancia, interesa el cambio de título que sitúa la acción del hablante en el Caribe, una coordenada ausente en el poema original. Este cambio evidencia un aspecto consistente en WIR, que es generar un discurso sobre, no desde, el Caribe. Corresponde a la apropiación de un texto escrito en otro contexto cultural y manipulado a través de un proceso de traducción para encajar con la temática de la revista. Las otras alteraciones del poema dan cuenta de una búsqueda de lenguaje para definir las imágenes poéticas que Reyes capta en pocas y sencillas palabras. Un fragmento de la traducción y el original demuestra este aspecto:




Destacan las palabras compuestas, que reflejan un intento de articular imágenes nuevas que la traductora interpreta del original. Claramente, el poema de Reyes no presenta palabras intraducibles, pero la traducción asume la tarea de intensificar una sensación de lo novedoso. Se observa una estrategia parecida en las otras traducciones de Underwood, como el poema “Amor Nuevo” de Salvador Novo, publicado cuatro números después en abril de 1935, esta vez con su firma como traductora:




Aunque ambas traducciones mantienen un esquema de rima, la traducción expande elementos estéticos del original: las interrupciones con guiones no buscan reproducir la fluidez del original, sino crear un nuevo ritmo que privilegia las imágenes. Estos aspectos dicen relación con una de las misiones de Underwood: demostrar cómo la literatura caribeña y latinoamericana representa un mundo nuevo. El hecho de no traducir el título del poema también representa esta estrategia, presentando un elemento extranjero a los lectores angloparlantes.

Se puede interpretar esta técnica como una divergencia de las normas literarias de la cultura anglosajona o como una extranjerización del texto, según los términos de Lawrence Venuti (1995). Para Venuti, toda traducción es una “violencia etnocéntrica” que reduce, reorganiza y elimina la diferencia cultural en un texto extranjero para domesticarlo y hacerlo más inteligible en los términos de la cultura meta. Argumenta que la cultura anglosajona históricamente ha valorado las traducciones que producen una escritura transparente y fluida, lo que invisibiliza tanto el trabajo del traductor como la otredad cultural inherente en el texto de origen. En este sentido, las traducciones de Underwood resisten transparencia y se alinean más con la tendencia de extranjerizar el texto traducido. Pero, a diferencia de la teoría de Venuti, Underwood exalta la diferencia para igualmente ejercer un dominio y manipulación (un tipo de violencia) sobre la escritura producida en otro contexto cultural. Así, se apropia de los textos, destacando o inventando elementos maravillosos o místicos. De todas maneras, sus alteraciones al lenguaje dicen relación con una posición autorial que asume Underwood en WIR: su invisibilidad como traductora del primer poema de Reyes es de hecho la única vez que colabora en la revista desde el anonimato, marcando su presencia como una voz autorizada para dar a conocer la literatura latinoamericana.

La estrategia de mantener ciertas palabras en la lengua original también adorna el texto con un color local, una sonoridad extravagante y exótica. Un poema que ejemplifica esta dinámica, y cuyo título tampoco se traduce, es “Danza negra” del puertorriqueño Luis Palés Matos, publicado en WIR en abril de 1940:




De todos los cambios, uno que llama la atención tiene que ver con las referencias al papiamento (el idioma criollo surgido en una parte de las Antillas holandesas) y al patois (un nombre más generalizado para denominar el criollo en algunas islas francófonas y anglófonas). Mientras Palés Matos utiliza el nombre de estas lenguas como adjetivo para describir el paisaje insular, Underwood no reproduce los neologismos en inglés, optando por insertar otros descriptores (gelatinosa, suave, justo, flojo) que, al lado de la referencia al ron, solo contribuyen al estereotipo de un Caribe paradisíaco, pero poco productivo. Y pese a agregar que el son es “dignificado”, el último verso confirma la mirada foránea que se trasluce al hablar de encontrar todos estos elementos, palabra que evoca una idea de descubrimiento y conquista. La poesía de Palés Matos se presta para interpretaciones exotizantes en general, al igual que el resto del negrismo hispanohablante en que se inscribe (considerando además que muchos de los autores que retratan el mundo cultural negro son blancos), pero la traducción al inglés aleja aún más el referente.

Underwood también extranjeriza varios textos narrativos que traduce, como en el caso de “El camino real” de Juan Bosch, vertido al inglés como “The Great Highway” y publicado en WIR en junio de 1940. En el cuento, que retrata un intento de organización campesina en contra de su patrón, las expresiones menos traducidas son las exclamaciones: “Ay,-diablos!” (p. 38), “Carajo!” (pp. 40 y 43), “Condenado!” (p. 41), “compadre!” (p. 46); y otras palabras que no son necesariamente propias del castellano o de la República Dominicana: “encinta” [incluido como “enceinte”] (p. 38) o “cajuil” (p. 45). No traducir las exclamaciones pareciera exaltar la supuesta emoción del latinoamericano, una idea que Underwood expresa a lo largo de sus textos sobre la literatura y cultura latinoamericana. La presencia de Bosch en WIR tensiona la agenda política de Chapman, sobre todo en el año 1940, cuando se había declarado más abiertamente pro-colonialista. Bosch era un conocido simpatizante de la izquierda latinoamericana y crítico de la dictadura de Rafael Trujillo en su nativa República Dominicana, y su cuento refleja esas lealtades ideológicas. Junto con los cuentos de Mendes y McKay que aparecen en WIR, las traducciones de autores de otras zonas lingüísticas de la región dan cuenta del creciente sentimiento anticolonial que contradice la agenda política de la revista, aun cuando demuestran una manipulación sobre el texto y privilegian visiones exógenas del Caribe.

Lo novedoso de la escritura y el mundo cultural latinoamericano es un aspecto que caracteriza los textos de presentación que Underwood escribe para los autores que traduce en WIR, lo que puede explicar el interés de Chapman por incluirlos entre las páginas de su revista. En términos estéticos, esto se manifiesta en su admiración por los modernistas hispanoamericanos, como Rubén Darío, José Asunción Silva y Julián del Casal. En términos sociales, a menudo presenta autores que critican el capitalismo y el imperialismo estadounidense, como en el caso de los afrocubanos Nicolás Guillén y Regino Pedroso, quienes combinan exploraciones poéticas con la denuncia social, produciendo una poesía que interpreta dentro del marco lingüístico de lo que llama un “Spanish-creole” (Vol. 1, No. 10, 1935, p. 42).

Para Underwood el idioma criollo es más que una lengua, es una nueva cultura y literatura que ella observa en América Latina. Sin duda, su comprensión está influenciada por la novedad que le resulta del contacto con otra cultura, pero de alguna manera capta el dinamismo de los procesos culturales latinoamericanos. En una antología de poetas haitianos traducidos por Underwood, ella proporciona una definición del criollo a partir de la situación particular de Haití, que se extiende hacia el resto del continente:

A new race was made,-the Mulatto; a new tongue-Créole (French and Spanish islands, Dutch Guiana), and of the two a new literature (…) In the new tongue, Créole dramatic, complexly peopled byways of Time meet. The tongue of Haiti is interesting to the linguist, a fantastic, lovely mosaic filled with sea-words of all coasts, native Indian words, sailor-speech from every province of France; Spanish tinged with Arab memories; all the tongues of Africa, a complex maritime vocabulary where migrations made dictionaries; stately Court French which beautiful slaves learned from lips of lovers, masters, then mimicked in singing soft tones. One might call it language of love and war. Later unromantic commerce played romantic part (1934, pp. xxxv-xxxvi).

Pese a exaltar la imagen del buen salvaje (léase “beautiful slaves”, entre otras referencias), Underwood pareciera comprender la heterogénea composición cultural de Haití, acercándose a la interpretación que hace Fernando Ortiz de la transculturación. Aun así, su exaltación benévola de estos procesos ignora las relaciones de poder, violencia y dominación involucradas en el surgimiento de las lenguas criollas. No es menor que este libro se publicó en Estados Unidos en 1934, el año en que terminó la ocupación estadounidense de Haití, ni que Underwood lo dedicó al presidente haitiano, Sténio Vincent, nacionalista y férreo opositor a la presencia militar estadounidense en su país. Estos factores contrastan con la agenda política de Chapman y tensionan la presencia constante de Underwood en WIR.

Las entregas mensuales de Underwood también pueden leerse como una forma de crítica literaria, aunque no sigan necesariamente un método de análisis ni sean consistentes en la forma de presentación de los argumentos. A través de su continuidad, emplea una serie de estrategias discursivas que orientan a los lectores hacia figuras literarias y gustos estéticos, y que también legitiman sus propias afirmaciones como una autoridad intelectual en el material. Tanto sus viajes por el mundo como su interacción con muchos de los escritores que presenta, entrega cierta validez a sus opiniones y decisiones de selección. Así sucede con el poeta dominicano Fabio Fiallo, quien introduce a partir de un elogio de Rubén Darío, para luego atestiguar su fama en el mundo hispanohablante: “I have seen his stories listed by publishers in Havana, Madrid, Santo Domingo, Paris, Berlin. And for the coming winter, I have seen them announced as required reading in Spanish, printed as text book, in New York, for American schools” (Vol. 2, No. 7 1936, p. 23). Pero Underwood también se apoya en el criterio de conocidos críticos del mundo hispanohablante, como José Ortega y Gasset y Rufino Blanco Fombona, cuyos nombres prestan legitimidad a sus textos. Traducir frases sueltas de estos críticos y resumir sus valoraciones literarias forma parte de una estrategia autorial de Underwood para exhibirse como una voz autorizada para comentar e introducir autores nuevos a un público angloparlante.

Underwood, quien cerca del final de su vida abandona la publicación de su propia obra literaria para dedicarse principalmente a la traducción, busca mejorar las letras anglosajonas (incluyendo las anglocaribeñas) al presentar y traducir autores latinoamericanos, quienes considera más auténticos, más aptos para captar emoción y belleza en las palabras. Por eso, en el texto sobre Fiallo, señala que:

Once there was a Spanish-Roman Literature. That was in the First Century of the Roman Empire. Later-much later-we begin to hear of Spanish Africa-cities of Morocco, and their writers. And now greatest of all in letters, there is Spanish America, and the dawning of the Caribbean Era. This means space-spreading mind conquest. And conquest means power (Vol. 2, No. 7, 1936, pp. 23-24).

Traducir a los grandes de la “Época Caribeña” implica participar en esta creciente conquista de la mente. Para Underwood, entonces, traducir es un mecanismo de legitimación de su propio proyecto literario. No solo cree que la literatura latinoamericana y caribeña puede ser un aporte a las letras anglosajonas, sino que la valora como superior: busca despertar en el mundo anglosajón una nueva estética proveniente del sur, que se expresa en la lengua hispana, dotada de más posibilidades que la inglesa. Aun así, como se ha visto en sus traducciones, muchas veces impone esas mismas posibilidades sobre el lenguaje poético, reflejando más su deseo de presentar al público anglosajón una nueva literatura, como traductora y como descubridora.

Cabe señalar que Underwood suele citar o destacar la escritura de mujeres o incluso de críticas literarias mujeres, como la dominicano-cubana Camila Henríquez Ureña o la argentina Ana María Garsino, validando su producción intelectual. Es interesante que Underwood no se refiera a Camila como la hija de Salomé Ureña -de quien había traducido poemas y escrito en WIR- ni como la hermana de Pedro y Max, como suele ser identificada. De esta manera, Underwood rescata la participación femenina en el campo cultural latinoamericano, visibilizándola en los espacios letrados del Caribe anglófono. Esta estrategia encuentra su máxima expresión en enero de 1939, cuando dedica un artículo entero a mujeres editoras de las Indias Occidentales, colocando a Chapman al lado de una serie de mujeres centroamericanas, cubanas y puertorriqueñas. De hecho, Chapman es la única del Caribe anglófono, comprobando el poco conocimiento que Underwood tenía de la producción cultural en Jamaica, donde Una Marson había dirigido la revista The Cosmopolitan entre 1928 y 1931. En una veta similar, Underwood también enfatiza el papel de los traductores literarios, deteniéndose en ciertas traducciones emblemáticas, como la versión inglesa de “Oda a Niágara” de José María Heredia y otros autores latinoamericanos que no habían sido traducidos al inglés (Vol. 2, No. 8, 1936, p. 40). Así construye una genealogía de la traducción en la que ella misma se inserta, destacando con frecuencia que sus versiones de los autores latinoamericanos son las primeras en lengua inglesa.

4. Conclusiones

El relato de WIR que he esbozado a través del enfoque en su política de traducción pancaribeña en un momento histórico caracterizado por el cambio de conciencia nacional y cultural en la región, vincula la práctica de la traducción con el entramado colonial. Pese al discurso colonialista de Chapman, al hacer circular la producción literaria de distintas zonas lingüísticas del Caribe, su revista socava su misma agenda política, debilitando el legado colonial que ha balcanizado la región. Es una gran paradoja que una mujer blanca que juraba lealtad al Imperio británico, pudiera generar este tipo de intercambio cultural. Al subestimar el alcance del descontento entre las poblaciones caribeñas de la época y la necesidad de los escritores de participar en los procesos de afirmación nacional, la agenda política de Chapman terminó manifestándose más explícitamente en las páginas de su revista, sin duda contribuyendo a su marginalización histórica. Como señala Carl Wade, la revista estuvo fuera de sincronía con el creciente desarrollo de conciencia nacional y “despite its visionary re-imagining of the West Indian community and other unquestionable achievements, [WIR] continually found itself on the wrong side of history where matters of national development were concerned” (2008, p. 18). Indagar en las maneras en que fomentó la literatura caribeña de varias expresiones lingüísticas es un ejercicio necesario que ayuda a comprender las complejas dinámicas del desarrollo literario en la región. El hecho de que no haya surgido otra revista que genere un discurso tan integralmente pancaribeñista hasta Casa de las Américas a partir de los años 70, destaca la importancia que se debe asignar a WIR en la historia literaria del Caribe, si bien las posiciones ideológicas de ambas revistas son completamente opuestas.

La colaboración mensual de Underwood en WIR dibuja una ruta de discursos que viajaron desde el Caribe y América Latina hacia Estados Unidos y de vuelta al Caribe, lo que ejemplifica cómo las estructuras coloniales han mediado y controlado el conocimiento mutuo entre las distintas zonas lingüísticas. Si bien Underwood demuestra un sincero interés en difundir conocimiento de otras culturas, sus traducciones evidencian la influencia que ejerció en promover su propia concepción de la literatura latinoamericana y caribeña. En vez de naturalizar sus traducciones a las normas de la literatura anglosajona, en muchos casos Underwood extranjerizó los textos, exaltando los elementos foráneos bajo un lente exotizante. Considerar estas técnicas de traducción a la luz de la posición editorial de Chapman ayuda a comprender cómo WIR simultáneamente apuntó a un público caribeño y a uno extranjero para consumir la cultura caribeña, negociación que posiblemente impactó el desarrollo de criterios dentro del campo literario anglocaribeño.

Quizás el aspecto más problemático que los escritos y las figuras de estas dos mujeres generan es que buscaron ser portavoces de la cultura caribeña sin pertenecer a ella. Sin justificar sus acciones, pienso que, en una época de libertades restringidas para las mujeres, la apropiación de otra cultura fue un modo legitimador para ejercer su intelectualidad. También pienso que la mediación de la producción cultural caribeña desde perspectivas externas es tan consustancial de la historia de la región como los esfuerzos autóctonos de resistir esa dominación, sea una dominación foránea o desde dentro de las jerarquías internas de cada sociedad. La política de traducción de WIR y la práctica de traducir de Underwood demuestran los matices de estas dinámicas mediadoras en el desarrollo del campo cultural caribeño, y complejizan la noción del pancaribeñismo para considerar tanto su potencial descolonizador como la manera en que ha sido apropiado desde las élites letradas.

Material suplementario
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Notas
Notas
1 Este artículo es parte de mi trabajo de tesis en curso titulado “La traducción en revistas literarias del Caribe hispanohablante y anglófono en el siglo XX”, realizado en el programa del Doctorado de Literatura de la Universidad de Chile.
2 No he podido rastrear mayor información biográfica sobre Chapman, por ejemplo, la fecha en que migró a Jamaica o las razones para hacerlo, aunque es posible que tuviera que ver con su trabajo periodístico. Según Arnold, su fecha de nacimiento fue alrededor de 1897, pero no señala la fecha de su fallecimiento (2001, p. 661). Se sabe que también vivió por un breve periodo en Haití. Hay registros de que fundó varias revistas en Jamaica antes de WIR, la primera de las cuales fuera The Jamaica Review en 1925 (Irving, 2015, p. 119). También es necesario señalar que, en los primeros años de WIR, Chapman a veces firmaba como Esther Hyman, nombre bajo el cual publicó una de sus tempranas novelas, Study in Bronze (1928). Para evitar confusiones, en este trabajo me refiero siempre a ella como Chapman, aun cuando se trata de textos que haya firmado como Hyman.
* Cómo citar: Rothe, T. (2018). Entre la agenda política y la política de traducción: el caso de The West Indian Review (1934-1940). Mutatis Mutandis. Revista Latinoamericana De Traducción, 11(2), 400-417. Recuperado a partir de https://revistas.udea.edu.co/index.php/mutatismutandis/article/view/335110









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