Resumen: En este trabajo se estudian las problemáticas en torno a lo “independiente”, como categoría de identidad del campo editorial mexicano contemporáneo, con el objetivo de proponer un abordaje teórico que remita a otras posibilidades de análisis sobre la multiplicidad de proyectos que se reconocen bajo este término. En el siglo XXI, en el marco de una alta concentración editorial, se han creado iniciativas colectivas como la Alianza de Editoriales Mexicanas Independiente, la Liga de Editoriales Independientes y la Feria del Libro Independiente, entre otras, y más de cien proyectos editoriales asociados a este término, aunque son agentes heterogéneos que no operan necesariamente bajo un común denominador. A partir de la teoría de la identidad de Stuart Hall en diálogo con Ernesto Laclau y Jaques Derrida, aquí se analiza la edición “independiente” como categoría que debe leerse bajo borradura, pues está basada en una paradoja: por un lado, opera efectivamente al identificar a diversos agentes como colectividad, cuyas prácticas abanderan la “independencia”; y, por otro, es un casillero vacío desde donde se enuncian múltiples proyectos, cuyos posicionamientos políticos y estéticos están por ser explorados, para llegar a una comprensión más amplia del campo editorial actual.
Palabras clave: Campo editorial mexicano, edición independiente, escritura bajo borradura, identidad.
Abstract: This article studies the issues surrounding the "independent" as a category of identity in the contemporary Mexican editorial field, with the aim of proposing a theoretical approach that refers to other possibilities of analysis of the multiplicity of projects that are recognized under this term. In the 21st century, within the framework of a high editorial concentration, collective initiatives have been created, such as the Alianza de Editoriales Mexicanas Independiente, the Liga de Editoriales Independientes and the Feria del Libro Independiente, among others, and more than one hundred editorial projects associated with this term, although they are heterogeneous agents that do not necessarily operate under a common denominator. Based on Stuart Hall's theory of identity in dialogue with Ernesto Laclau and Jaques Derrida, here we analyze the "independent" edition as a category to be read under erasure, since it is based on a paradox: on the one hand, it operates effectively by identifying diverse agents as a collectivity, whose practices champion "independence"; and, on the other hand, it is an empty locker from which multiple projects are enunciated, whose political and aesthetic positionings are yet to be explored, in order to arrive at a broader understanding of the current editorial field.
Keywords: Mexican publishing field, independent publishing, writing under erasure, identity.
Resumo: Neste artigo, são examinadas as questões que envolvem o termo “independente” como uma categoria de identidade no campo editorial mexicano contemporâneo, com o objetivo de propor uma abordagem teórica que se refira a outras possibilidades de análise da multiplicidade de projetos que são reconhecidos sob esse termo. No século 21, no âmbito de uma alta concentração de editoras, foram criadas iniciativas coletivas como a Alianza de Editoriales Mexicanas Independiente, a Liga de Editoriales Independientes e a Feria del Libro Independiente, entre outras, e mais de uma centena de projetos editoriais associados a esse termo, embora sejam agentes heterogêneos que não operam necessariamente sob um denominador comum. Com base na teoria da identidade de Stuart Hall em diálogo com Ernesto Laclau e Jaques Derrida, analisamos aqui a publicação “independente” como uma categoria que deve ser lida com cautela, pois se baseia em um paradoxo: por um lado, ela opera efetivamente ao identificar diversos agentes como uma coletividade, cujas práticas defendem a “independência”, e, por outro, é um buraco vazio a partir do qual são enunciados múltiplos projetos, cujos posicionamentos políticos e estéticos ainda precisam ser explorados, a fim de se chegar a uma compreensão mais ampla do campo editorial atual
Palavras-chave: Campo editorial mexicano, publicação independente, escrita sob rasura, identidade.
Artículos
Edición independiente: identidad(es) en el campo editorial mexicano contemporáneo*
Independent Edition: Identity(ies) in the Contemporary Mexican Editorial Field
Publicação independente: identidade(s) no campo editorial mexicano contemporâneo
Recepção: 16 Março 2022
Aprovação: 02 Junho 2022
En el marco de la globalización, a finales de los años noventa del siglo pasado se dio un acelerado proceso de concentración editorial en el mundo. Frente a esta situación, comenzaron a surgir numerosos proyectos autodenominados editoriales “independientes” (en adelante EI y EI), en muchos casos, vinculados a colectivos creados bajo este término. Dada la cantidad de editoriales que, desde ese entonces y hasta hoy, se identifican con esta categoría, la cuestión es compleja cuando se trata de estudiar el común denominador de sus prácticas. Lo anterior ha llevado a sociólogos de la edición e investigadores del mundo del libro a la continua reflexión sobre ¿qué es ser independiente? ¿(in)dependiente de qué? ¿realmente independientes, interdependientes o, más bien, dependientes de agentes externos que hacen posible el sostenimiento de estos proyectos?
La unión de editoriales en torno a principios anticoncentración —objetivo fundacional de la EI como colectivo— ha dado resultados en cuanto a la generación de políticas públicas, creación de redes y alianzas que, entre otras acciones, facilitan la difusión de los libros, la participación en ferias y motiva las coediciones. Sin embargo, los modos de ejercer este contrapeso ante la concentración son múltiples —y a veces contrarios—, porque, aunque los actores que coexisten en esta categoría se enuncian desde un lugar común de diferencia frente a los grandes conglomerados, en muchos casos se refieren a independencias distintas.
Para comprender cómo se ha dado este fenómeno de EI en México, país de gran tradición y relevancia editorial en Hispanoamérica, es importante mencionar los principales actores de su campo editorial. Por un lado, están dos grandes empresas privadas que representan el poder el mercado, responsables de la mencionada concentración: Planeta y Penguin Random House. Por otro lado, hay un Estado altamente activo en cuanto a producción y distribución, y gran interventor del campo a partir de coediciones, convocatorias y apoyos a pequeñas empresas (a diferencia de la mayoría de los países en Latinoamérica). Por último, está la edición independiente que, precisamente por no representar del todo al mercado o al Estado (aunque de ningún modo podría pensarse como un elemento aislado de estos) tiene más poder simbólico que económico y, generalmente, se relaciona con lo micro, marginal, emergente, autogestivo, pequeño y en otros casos también con lo subversivo, resistente y “contracultural”.
Esbozado lo anterior, aquí se estudiará la complejidad de la categoría EI del siguiente modo: en primer lugar, se hará un recorrido por los puntos clave que se dieron en la formación de esta categoría como identidad colectiva en Latinoamérica y específicamente en el campo editorial mexicano contemporáneo desde finales de siglo XX y hasta la actualidad. En segundo lugar, se expondrá, a partir de los resultados de una encuesta a 36 EI, las múltiples concepciones de la independencia que tiene cada proyecto, dada su heterogeneidad intrínseca. En tercer lugar, para llegar a la propuesta, se analizará la cuestión de la(s) identidad(es) en el campo editorial, a partir de una herramienta teórica que permite comprender en qué consiste la paradoja que entraña: los postulados de Stuart Hall, Ernesto Laclau y Jacques Derrida. Así, el objetivo principal es analizar la importancia de entender la EI como identidad bajo borradura y de proponer un giro teórico que permita estudiar concretamente quiénes están allí, qué comparten, en qué difieren y cuál es su posición en el campo actual.
El auge de la EI como reacción a la globalización editorial (Sapiro, 2009) ha tenido varios momentos importantes a lo largo del siglo XXI, en los cuales se fueron consolidando colectivos con los que se identificaron editores de Latinoamérica, Europa y Estados Unidos. En los encuentros y documentos que han surgido de estos grupos aparece constantemente un término que se volvió casi un eslogan de la EI: bibliodiversidad. Dicho término, que surgió como analogía de la biodiversidad (Symmes, 2013), implica pensar la edición como un ecosistema que, para sostenerse necesita, producción de conocimiento y nuevas ideas, y no una homogenización de formas de concebir el libro como objeto cultural, como ocurriría si todo el mercado editorial quedara en manos de los grandes grupos. De acuerdo con Aguilera, quienes se ocupan de la “defensa” de la bibliodiversidad generalmente tienen una concepción de
[…] el libro como experiencia estética, testimonio y memoria, como soporte de la reflexión crítica, como un espacio que posibilita la creación y producción de conocimientos, y permite leer e interpretar nuestras sociedades en sus diversas complejidades, activando y enriqueciendo el debate público. (2013, p. 149)
El operar desde una oposición a las grandes empresas se fue construyendo entonces como una suerte de ethos (De Souza, 2016) de la EI, la cual fue parte constitutiva de los colectivos que hoy existen.
Un primer momento clave de la consolidación de la EI como gremio fue el Primer Encuentro de Editores Independientes de América Latina, celebrado en 2000, en el marco del III Salón del Libro Iberoamericano en Gijón, España. Este evento fue propiciado por cuatro editoriales (Era de México, Trilce de Uruguay, Txalaparta del País Vasco y Lom de Chile), conocidas como “La Cuadrilla,” que se unieron para incentivar el diálogo y la formación de redes para tomar medidas frente a la acelerada absorción de todo tipo de editoriales por parte de muy pocas empresas. Dicho evento fue apoyado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI) y la Fundación Charles Léopold Mayer. Allí asistió el editor André Schiffrin, quien un año antes había publicado La edición sin editores (1990), estudio que marcó, junto al texto de Bourdieu (2000) “Una revolución conservadora de la edición” publicado en Intelectuales, política y poder, un momento clave de la teorización en torno a la concentración editorial. Esto representó un gran apoyo, en tanto la experiencia de Schiffrin en el mundo editorial le permitía gozar de un alto capital simbólico que, de cierta forma, legitimaba esta acción colectiva. Allí se tocaron temas como las dificultades de financiación, distribución y difusión; la importancia de hacer coediciones; el valor cultural del libro y las herramientas digitales, aspectos que actualmente siguen vigentes en los debates.
Por otro lado, este evento nutrió la discusión sobre lo que representan los productos culturales y la defensa de un tratamiento especial, lo cual fue clave para que la Unesco publicara el texto Convención sobre la protección y la promoción de la diversidad de las expresiones culturales en 2005. Según De Souza Muniz Junior (2015), el apoyo de la Unesco fue relevante porque, al ser una reconocida organización a nivel internacional, transfirió capital político al movimiento transnacional de la EI, cuyo aprovechamiento dependería del contexto de cada país y sus gobiernos.
El conocido artículo de Astutti y Contreras (1998), basado en las reflexiones dadas en dicho evento, señala puntos relevantes sobre el papel de la EI:
Si la segmentación del mercado y la homogeneización del gusto son las herramientas de los grandes grupos para obtener el máximo de rendimiento económico, la función de las editoriales independientes aparece, en principio, como la de garantizar la diversidad: no sólo la de asegurar un espacio para la expresión de las producciones “locales” —que escapan al perfil de los productos “internacionales”— sino también la de abrir —o preservar— un espacio para la pluralidad de las manifestaciones culturales –que escapan a la estandarización que requiere un imperativo exclusiva o prioritariamente comercial. (p. 768)
Y continúan:
La función que cumplen las editoriales pequeñas […] es la de cavar intersticios o vías de fuga en la maquinaria de la industria cultural. Se diría que su funcionamiento es óptimo en la misma medida en que logra que esa maquinaria comience a fallar: una suerte de micropolítica cultural, si entendemos por micropolítica la creación de espacios transversales en el medio de los espacios que distribuyen e imponen las políticas mayores. (p. 773)
Aquí la independencia tiene como objetivo crear “vías de fuga,” ya no solo del Estado o el mercado, sino de la maquinaria de la industria cultural toda. Quienes representan estas políticas mayores en el mercado de habla hispana actualmente son Planeta y PRH. Estas empresas, que han comprado a lo largo del siglo XXI sellos que gozan de un catálogo con gran capital simbólico (Sudamericana, Losada, Emecé, Joaquín Mortiz, Grijalbo, Tusquets, Mondadori), absorben sellos de renombre no solo de Latinoamérica, sino también españoles —como la venta de Alfaguara, que pertenecía a Santillana, a PRH en 2013—, y adquieren derechos de obras para toda la lengua española y sus territorios. Sin embargo, más allá del sector privado, las políticas mayores también podrían pensarse, en algunas ocasiones, en relación con el Estado en el caso mexicano, por parte de quienes no quieren tener relación con las convocatorias y apoyos económicos que este ofrece —en contraste con Chile o Argentina1, por ejemplo, casos en los que este no interviene en gran medida en la actividad editorial—.
Sumado a este encuentro, hubo dos momentos clave: la primera Asociación de Editores Independientes en Chile fue fundada a finales de los noventa (Symmes, 2013) y luego se replicaría en otros países de América Latina; y en 2002 se creó la Alianza Internacional de Editores Independientes (Aguilera, 2013). De la Alianza surgieron dos declaraciones (Alianza Internacional de Editores Independientes 2007 y 2014) derivadas de un primer encuentro en París y otro en Ciudad del Cabo, las dos escritas para la defensa y promoción de la bibliodiversidad; la primera fue firmada por 75 editores y la segunda por 400, de 45 países. Los puntos principales de las dos declaraciones son la defensa de la libre expresión, la denuncia de toda forma de censura, el apoyo a la soberanía de los Estados para la creación de políticas culturales en pro del libro, la lucha por políticas fiscales equitativas, la necesidad de mejorar la distribución y revisar las leyes de derechos de autor y la importancia de hacer coediciones como parte del incentivo al intercambio cultural. En la segunda declaración se hace, además, énfasis en la importancia de revisar las políticas fiscales para actores digitales como Apple, Amazon y Google. Este tipo de iniciativas colectivas encontrarían tierra fértil en México, también como reacción a las lógicas de mercado y a la crisis económica nacional de 1994.
En México este tipo de iniciativas se dieron también como reacción a las lógicas neoliberales y al contexto nacional de finales de los 90:
En ese entonces se dejaban sentir aún los efectos devastadores que tuvo la crisis económica de 1994, esa caída ante las puertas de la Tierra Prometida (y sin aranceles) que era, según la publicidad del gobierno salinista, el Tratado de Libre Comercio. Los efectos colaterales de aquella mutación fast track hacia el capitalismo neoliberal y sus mercados volátiles son todavía visibles y se reproducen en la devastación del campo, las pequeñas industrias, la precarización general. […] [ante esto,] el cambio de milenio, con sus tecnologías diversificadas, sus nuevas dinámicas en la transmisión de la cultura, sus dispositivos de impresión digital, produjo la proliferación de editoriales emergentes en todo el país. (Abenshushan, 2016, párr. 4)
Ha habido momentos clave que evidencian dicha proliferación, no solo a nivel de editoriales particulares, sino también de consolidación de un colectivo. Los ejemplos más representativos son: la creación de la Alianza de Editoriales Mexicanas Independientes (AEMI) en 2004; la realización en 2005 de un encuentro de editores independientes en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, cuyas intervenciones serían luego recogidas en el libro Los editores independientes del mundo latino y la bibliodiversidad (2002).
Posteriormente, en ho se comenzó a celebrar la Feria del Libro Independiente con apoyo del FCE, la cual se realizó ininterrumpidamente en la Ciudad de México hasta 2016, y después en 2020 y 2021. En ese mismo año México fue sede del Encuentro Internacional de Editoriales Independientes (Edita), que desde 1994 se había realizado en España. Además, se comenzó a celebrar, junto a otros países de América Latina, la Jornada Internacional de la Bibliodiversidad (El día B, 21 de septiembre), impulsado por el editor argentino Guido Indij (Pinhas, 2013), y en 2015 el Centro Cultural de España en México organizó el Encuentro de Editores Iberoamericanos.
La AEMI es la instancia que representa a nivel nacional la EI. Hay dos iniciativas principales que desde allí se llevan a cabo: la organización de la Feria del Libro Independiente, y la gestión para poder asistir como gremio a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara y cubrir los altos costos que implica tener un estand allí. El núcleo inicial de la AEMI está conformado, a marzo de 2022, por 12 editoriales: Aldus, Ediciones Arlequín, Ediciones Educación y Cultura, Ediciones El Milagro, Ficticia, Ítaca, Juan Pablos Editor, Lunarena, Mangos de Hacha, Mantis Editores, Nitro/Press y Trilce Ediciones. Una característica particular es que no tienen estatutos de fundación y consolidación, pero cuentan con un manifiesto escrito a propósito de la primera Feria del Libro Independiente (figura 1), celebrada en 2010.

En el manifiesto se mencionan puntos afines a los de las declaraciones internacionales (como la Declaración Internacional de los Editores Independientes 2007, 2014) sobre la defensa de la bibliodiversidad, la resistencia frente a la homogenización y la unión para trabajar por tener políticas públicas que respalden y hagan viables sus proyectos en el contexto de la concentración.
Respecto a la Feria del Libro Independiente, esta fue realizada por 7 años consecutivos con apoyo del Fondo de Cultura Económica (FCE), que disponía la Librería Rosario Castellanos en Ciudad de México para el evento. El anterior manifiesto subraya la importancia de la relación con instituciones públicas, aunque algunos cambios internos en el FCE llevaron a que la feria no se celebrara de 2017 a 2019. Es significativo el hecho de que la feria se celebre o no dependiendo de la disposición del FCE y sus espacios, porque entrevé la problemática de ese ser “independiente”: implica, en ciertos aspectos, depender, incluso más que otras editoriales con un capital económico robusto, de agentes externos como, en este caso, de una editorial apoyada por el Estado mexicano.
En una comunicación personal, uno de los editores que hace parte de la AEMI2 afirmó que en 2010 Joaquín Diez Canedo, fundador de la editorial Joaquín Mortiz, era el director del Fondo de Cultura Económica en ese entonces, y apoyó la feria disponiendo del espacio para que se celebrara y facilitando el personal logístico. En 2015 y 2016 la feria fue internacional, con Cooperativa de Editores de la Furia de Chile y la editorial Mansalva de Argentina como invitados especiales. Posteriormente, a pesar del golpe que la pandemia representó para el mundo, entre estos el del libro, esta iniciativa se retomó. En septiembre de 2020 y 2021 volvió a celebrarse la versión número VIII y IX de este evento en la misma librería. Esta feria es un espacio de encuentro entre gran parte del gremio, pues allí se reúnen más de 70 editoriales al año en un mismo espacio, lo que permite un diálogo entre una gran cantidad proyectos, lo cual no se da fácilmente en otros contextos.
Cabe aclarar que la Feria del Libro Independiente no es el único evento en el que se reúnen proyectos asociados a la EI. Existen muchos otros, generalmente de dimensiones más pequeñas, que se han venido realizando en los últimos años: Encuentro Contracorriente, Feria del Libro Independiente y Autogestiva en ciudades del país como Oaxaca, Fiesta del Libro y la Rosa, La Chula Foro Móvil, Festival del Libro y las Artes en Arandas, Los otros libros: tianguis de diversidad textual, Festival Cebras, Aazufre, Quinta Muestra de Libro de Artista, salón ACME, Paper Works, entre otros.
Por otro lado, el 15 de marzo de 2019 se creó la Liga de Editoriales Independientes Mexicanas (LEIMX o LEI), con objetivos muy similares a los de la AEMI (defensa de la bibliodiversidad, de la equidad en el discurso). En su página web (LEI, 2022) aparece un programa de actividades donde se anota que se van a reunir por lo menos una vez al mes, a organizar una feria independiente al año, y a llevar a cabo un encuentro nacional de editores independientes. Se presentaron como colectivo en la Feria del Libro de la UAM Cuajimalpa el 1 y 2 de octubre de 2019, y su primer evento fue una muestra alternativa de los catálogos de 40 editoriales independientes, llamada Vendabal, realizada del 19 al 30 de septiembre en librerías El Sótano de la Ciudad de México, Puebla, Guadalajara y Querétaro. Actualmente, las editoriales que están en la LEI son: Cantamares, Cuadrivio, Edhalca, Ediciones del Ermitaño, Ediciones el Viaje, Editorial Chido, La Tinta del Silencio, Libros Invisibles, Nieve de Chamoy, Nitro/Press, Nocturlabio Ediciones, Palíndroma, Paraíso Perdido, Tabaquería Libros, Ultramarina Editorial.
Para terminar este panorama de la EI mexicana, vale la pena presentar un consolidado de las editoriales que se ubican allí, identificadas como tal por alguna de las siguientes razones: hacen parte de la AEMI, pertenecen a la LEI, han participado en la Feria del Libro Independiente, han participado en otros eventos celebrados bajo la consiga de la independencia, o se autodenominan de este modo en las descripciones de sus sitios web. Este listado (tabla 1), elaborado a partir de registros de editoriales recogidos entre 2018 y 2022, no pretende establecer la totalidad de los proyectos de EI en México, sino dar una idea de la multiplicidad de editoriales que se identifican con este concepto de “independencia”, aunque sean de distinta naturaleza en sus contenidos y prácticas, y aunque, incluso, piensen dicha categoría de un modo distinto, como se verá en la siguiente sección.



En la sección pasada se expusieron los puntos de convergencia de la EI en iniciativas colectivas como alianzas, ligas y ferias. En esta sección se aludirá a la otra parte de la categoría de independencia: la heterogeneidad que, paradójicamente, también la constituye como criterio de identidad dentro del campo editorial. Se expondrá un ejemplo que permite demostrar dicha heterogeneidad, para en la siguiente sección aproximarnos a la paradoja de la independencia desde un abordaje teórico.
En septiembre de 2018 se envió una encuesta a 123 EI para conocer más a fondo sus prácticas y hacer una caracterización de estas; hubo respuesta de 34 editoriales. Si bien los resultados atienden a múltiples variables3 de la actividad editorial de cada proyecto, que exceden el propósito de este artículo, en la figura se expondrá las respuestas a una pregunta que indaga precisamente por la identificación con la categoría independiente.

El 94.12 % de las editoriales respondió que sí se considera independiente, pero el porqué es complejo: no hay quién determine un significado último de la categoría. Entonces su definición depende de en dónde está posicionado tal o cual proyecto con respecto a otros actores del campo como el Estado y el mercado, sin que una independencia sea más legítima que otra.
Textofilia es una de las editoriales que respondieron que no se consideran independiente, junto a Taller de Ediciones Económicas, la cual también participó en la Feria. Los editores del primer caso postulan que no son independientes porque son una empresa que recibe diferentes apoyos, y afirman que:
En muchos casos optamos por publicar sin ninguna subvención (suelen ser las publicaciones de tirada corta más especializadas e impresas en el propio taller), pero también recurrimos a subvenciones o a coeditar para poder publicar títulos que de otra manera sería imposible hacerlo. Operamos de manera estratégica entre las alianzas con instituciones o becas hasta los proyectos más personales y caprichosos (¿militantes?) que no sólo utilizan otras formas de financiamiento, sino también de circulación. Cada proyecto determina sus condiciones de independencia o codependencia. Eso depende sobre todo de nuestros intereses en términos estrictamente editoriales. (Textofilia, encuesta)
Aquí la independencia se define a partir de un criterio: de dónde proviene el capital económico. Hay que anotar que esta es la misma situación de muchas otras editoriales que buscan apoyos externos (subvenciones o coediciones) y aun así se consideran independientes, porque definen su independencia a partir de otros criterios. De hecho, 58 % de los proyectos que respondieron a la encuesta ha participado en convocatorias estatales y 33 % en convocatorias de organizaciones no gubernamentales. Esto demuestra cómo la subsistencia de la EI está, en gran medida, apoyada por instituciones externas estatales, sin que esto vaya en detrimento de la noción de los editores de independencia.
Entre la mayoría que respondió a la pregunta afirmativamente, los criterios que tienen en cuenta al preguntarles por qué se identifican con esta categoría son: se consideran independientes en cuanto al criterio de las publicaciones que realizan (no obedecen a parámetros externos o tendencias literarias) (13); no reciben financiamiento de entes externos, ni del Estado, ni de empresas privadas (9); no son parte de grandes conglomerados ni de su visión editorial (6); no son parte ni del Estado ni de las dinámicas del mercado (3); no están vinculados ni representan a ninguna organización política o religiosa (1); no están afiliados a instituciones como la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana (CANIEM) (1); no trabajan con editoriales comerciales, universitarias ni cartoneras (1); no pagan impuestos (1); no tienen un proceso convencional de desarrollo de las publicaciones, ni conceptual ni mecánicamente (1).
La noción de independencia está relacionada, en su mayoría, con la libertad de poder publicar con criterios propios, seguida de una libertad económica respecto a actores externos. Sin embargo, hay quienes consideran que hay independencia en el hecho de no ser parte de un grupo religioso o político, y de tener una visión diferente del oficio editorial, así reciban apoyo económico externo. Sería infructuoso querer determinar cuál concepción de independencia es más legítima, pues, como afirmaron los editores de Textofilia, cada proyecto determina sus condiciones de independencia o codependencia dentro del campo. Lo que es cierto es que, a pesar de que la independencia es muchas cosas, también funciona como un concepto paraguas que opera efectivamente dentro del campo y le da sentido a las prácticas de un grupo de editoriales que se diferencia de otros. Para profundizar en lo anterior, es pertinente y esclarecedor aludir a lo que se ha debatido al respecto y llegar a una propuesta de lectura.
Desde que la categoría EI se comenzó a consolidar como agente del campo editorial a inicios del milenio, los debates alrededor de esta han sido muchos. Inicialmente se buscaba clasificar, establecer y, de cierto modo, encontrar si había algo “esencial” de la EI. Con el tiempo el término se fue flexibilizando por los usos de sus múltiples ocupantes, a tal punto que hoy es difícil pensar que hay un común denominador de estos.
Autores como Padilla (2012), Barandiarán (2006) o Szpilbarg y Saferstein (2010), abrieron el debate con la búsqueda de estos principios “esenciales” que, si bien inicialmente fueron útiles para esclarecer el concepto, posteriormente explorarían su insuficiencia y el hecho de que había que aproximarse a esta cuestión desde otra perspectiva. Por ejemplo, se establecieron las siguientes clasificaciones:
a) independencia referida al tamaño y nacionalidad del capital económico, b) independencia referida a la propuesta cultural y estética, c) independencia referida a las relaciones laborales en los emprendimientos editoriales, d) independencia referida a la difusión, comercialización y distribución de los libros publicados, e) independencia referida a la relación con el Estado, la entrega de subsidios y financiamiento, f) independencia referida a la agrupación con otras editoriales de similares características en asociaciones de editoriales. (Saferstein y Szpilbarg, p. 4)
Estos autores luego profundizaron su propuesta, conscientes de las limitantes que dichos puntos representan, por el hecho de que no pueden abarcar a todos los que se enuncian desde la independencia y simplifican las prácticas de quienes sí caben allí.
Después de varios intentos por aprehender aquello que se buscaba estable en la EI, el debate cambió de perspectiva, especialmente a partir de 2010; dos propuestas que resultan interesantes de este segundo momento son las de Souza (2015) y López y Malumián (2017). El primer autor afirma que la noción de “independencia” no puede ser entendida como categoría epistémica estable, porque su
[…] definición legítima es reivindicada desde muchos lugares enunciativos. […] Lo “independiente” es abordado, entonces, a partir de su constitución polisémica y volátil, condicionada por la multiplicidad de disposiciones y posiciones de los agentes del campo y definidora de identidades no siempre estables”. (De Souza, 2015, p. 156)
Aquí es claro el cambio de objetivo, pues no se pretende establecer una definición, sino señalar su constante transformación, lo que lleva a hablar de identidades, en plural. También se entrevé la cuestión que se desarrollará más adelante en cuanto a la no esencialidad de la categoría, dado que se sostiene en el plano enunciativo que le permite ser abordada desde múltiples discursividades.
El segundo caso es el planteamiento de los autores del libro Independientes ¿de qué?, acerca de pensar lo independiente como una zona dentro del campo de la edición.
Una zona en constante tensión donde hay varios actores en pugna por apropiarse de ésta y hablar en su nombre. Es una zona política, inestable y en constante cambio. Pensar lo independiente como una zona en lugar de una categoría nos permite abandonar lo binario que implica la categoría, el pertenecer o no pertenecer, para así proponer graduaciones de esta zona, la cual nos permite pensar en movimientos, pensar desde una lógica relacional. Hay editoriales que en un momento dado de su evolución pueden estar dentro de esta zona del campo y en su devenir alejarse. (López y Malumián, 2017, p. 3)
Si bien la propuesta aquí planteada no es exactamente pensar la EI como una zona, sino como una paradoja constante, este abordaje resulta provechoso porque sugiere una forma de superar la dicotomía de “ser o no ser” al pensarla en “grados”. El problema con esta propuesta es que, si hay una zona de la que los agentes se alejan y se acercan, esta tiene en sí algo fijo que le permite ser, y permanecer estable; es decir, que también supone que existe algo nuclear de la EI. Aquí se propone, entonces, otra conceptualización de la EI que resulta útil para entender su paradoja a partir de su lectura como concepto bajo borradura o, lo que es lo mismo, de doble escritura.
En aras de esbozar claramente la cuestión paradójica, resaltaremos acá dos fragmentos de reflexiones recientes en torno a la EI, que evidencian la doble cara de esta categoría. Por un lado, De Souza (2016), en su posterior estudio sobre la EI en Brasil y Argentina, afirma lo siguiente:
La categoría “independiente”, no obstante, su heterogeneidad, se ha forjado como identidad de un colectivo dentro del campo, a partir de ámbitos de intercambio como ferias, alianzas, redes, etc. Se ha vuelto un criterio de jerarquización del espacio editorial que da sentido a las prácticas de ciertos agentes, y configura densidades político-intelectuales que operan en relación con los modos de ser o no independientes. (p. 20)
Lo anterior alude al lado funcional del concepto y su importancia dentro del campo, como ocurre en el caso mexicano en los ejemplos dados. Por otro lado, la investigadora Daniela Szpilbarg en su estudio sobre la EI en Argentina, afirma que
La intención fue caracterizar lo llamado independiente pensándolo en términos de ser una categoría en transformación constante, además de considerar que en cada etapa al término se le han ido agregando sentidos que, por acumulación, han generado que la categoría perdiera un valor explicativo de procesos del campo editorial. Consideramos que esto es así además por la ambigüedad intrínseca y constitutiva de la palabra independencia, que, aplicada al ámbito de la cultura, la convierte en un concepto en el que los actores vuelcan diferentes contenidos, según la posición y los capitales que ostenten en el campo y la posición que pretendan alcanzar. (Szpilbarg, 2015, p. 20)
La autora hace una revisión de los cambios de la categoría independiente y sostiene que, partiendo de la base de que no es posible fijar unas características que la determinen, esta es un casillero vacío que diversos agentes ocupan como modo de autorrepresentación e identificación dentro del campo, y como una toma de posición estratégica para la consecución de capitales (simbólico, cultural, económico). Las afirmaciones de los dos autores no son contradictorias, sino simultáneas, como veremos.
Hall, en su texto ¿Quién necesita identidad? (2003), hace un llamado de atención sobre los abordajes esencialistas que llevan a entender la identidad como unívoca, integral y unificada. Ya desde la modernidad tardía algunos discursos filosóficos y psicoanalíticos, entre otros, habían cuestionado el hecho de pensar que al hablar de identidad se hace referencia a una esencialidad de los sujetos identificados, y comenzaron a pensar una identidad contingente, histórica, múltiple y fragmentada. Hall se inscribe en esta discusión a partir de tres puntos centrales que se interrelacionan y operan como guía para dialogar con Laclau y Derrida: en primer lugar, como punto que aquí será medular, afirma que el término “identidad” es un concepto que debe leerse bajo borradura, siguiendo los principios de una doble escritura, que evidencia la crisis de sentido de una palabra que sigue siendo legible a pesar de sí misma. En segundo lugar, y en estrecha relación con el primer punto, hace énfasis en la importancia de la diferencia como elemento constitutivo de la identidad. Por último, defiende que la identidad es una cuestión discursiva; en ese sentido prefiere hablar de identificaciones más que de identidad (términos que aquí son utilizados como sinónimos), pues el primer término permite pensar el segundo como exclusivo resultado de prácticas discursivas.
Respecto al primer punto, Derrida (1998) toma la cuestión de la doble escritura — la escritura bajo borradura, bajo tachadura, sous rature— de los postulados de Heidegger en La pregunta por la cosa (1975). Aquí, el filósofo alemán busca establecer una definición de nihilismo y, dadas las dificultades del proceso, propone esta práctica ante la imposibilidad de definir el ser de los grandes conceptos. Heidegger tacha la palabra “ser” porque en la pregunta por este, el “ser” ya se ha escapado: el “ser” no está en la palabra “ser”, pero aun así es necesario usar el término, porque el lenguaje no tiene posibilidades más allá de la palabra. La tachadura, entonces, indica que a pesar de que la palabra es errónea o inexacta, y de que la definición no puede ser la cosa que define, aun así, es necesaria y, por ende, legible (inadequate yet necessary).
No ahondaremos en las implicaciones de la pregunta por el ser, pues la cuestión central que aquí nos atañe es la imposibilidad del lenguaje de hacer presente la cosa que menta, pero la inevitable necesidad del ser humano de habitar el lenguaje, a pesar de sus limitaciones, porque no se puede pensar fuera del lenguaje. La cuestión no se resuelve cambiando de palabra, porque en cualquier término tal imposibilidad está latente; en cambio, al tacharla, dicha imposibilidad no se olvida ni se cree resuelta, sino más bien queda explícita y cambia nuestra relación con el lenguaje.
Derrida parte de esta problemática; el signo nunca está completo porque aquello a lo que refiere no está allí, y su estructura siempre carga con la marca de aquello que está ausente, indicado por la tachadura.
La huella no solo es la desaparición del origen; quiere decir aquí […] que el origen ni siquiera ha desaparecido, que nunca fue constituida a salvo, en un movimiento retroactivo, por un no-origen, la huella, que deviene así el origen del origen. (1998, p. 61)
Por esto, el lenguaje debe ser usado y borrado al mismo tiempo; debe ser usado a pesar de sí mismo, y ese “a pesar de sí” está inscrito en la tachadura. Sous rature es un modo de lectura a partir de un concepto que cancela y sublima los demás conceptos en uno, para representar la dificultad de que no existe un lenguaje cerrado donde quede fijo un significado, sino un vacío donde el origen es la ausencia misma. A partir del sous rature se lee un texto desde un método deconstructivo, como un proceso que delata los límites del lenguaje desde el lenguaje mismo.
Hall afirma que la identidad es un concepto que funciona bajo borradura, pues ya no es útil en su forma originaria, pero su uso sigue siendo necesario a falta de otro enteramente nuevo. Como mencionamos, no es cuestión de reemplazar el término por otro más “verdadero”, sino de señalar con la borradura que el término es inexacto o incorrecto, pero que a la vez sigue siendo legible por la necesidad de seguir pensando un concepto.
La identidad es un concepto de este tipo, que funciona “bajo borradura” en el intervalo entre inversión y surgimiento; una idea que no puede pensarse a la vieja usanza, pero sin la cual ciertas cuestiones clave no pueden pensarse en absoluto. (Hall, 2003, p. 14)
La borradura señala el hecho de que el concepto no funciona dentro del paradigma en el que se generó, pero permite que se le siga leyendo desde la propia paradoja que lo constituye.
Edición independiente, como identidad, es un concepto inexacto, inadecuado, pero sin el cual no se puede pensar el campo editorial actual. Reemplazar esta categoría por otra no tendría ningún sentido, pues sería simplemente cambiar el término, pero no resolver la paradoja. Pensar el campo editorial prescindiendo de la categoría no sería posible, en tanto opera como dadora de sentido de agentes como la AEMI, entre muchos otros proyectos. Por lo tanto, pensar la EI como concepto de doble escritura permite enunciar aquello de lo que no se puede prescindir y recuerda la problemática que implica: no puede entenderse como una esencia de cierto tipo de edición, sino como una categoría que implica pluralidad y transformación, aun sosteniéndose como categoría.
En segundo lugar, está la cuestión de la diferencia, lo cual, de entrada, hace eco del concepto de différance de Derrida, al que aludimos indirectamente con la cuestión de la doble escritura, donde toda significación se da en un juego de diferencias, a partir de esta relación de presencia (signo) - ausencia (ser):
Se trata de producir un nuevo concepto de escritura. Se le puede llamar grama o différance. El juego de las diferencias supone, en efecto, síntesis y remisiones que prohíben que, en ningún momento, en ningún sentido, un elemento simple esté presente en sí mismo y no remita más que a sí mismo. Ya sea en el discurso hablado o en el discurso escrito, ningún elemento puede funcionar como signo sin remitir a otro elemento que él mismo tampoco está simplemente presente […] no hay nada, ni en los elementos ni en el sistema, simplemente presente o ausente. No hay, de parte a parte, más que diferencias y trazas de trazas. (Derrida, 1998, p. 36)
Esto es parte fundamental de la cuestión de la identidad, en tanto, según Hall y Laclau, esta depende de un afuera constitutivo —ya Rimbaud lo había dicho hace más de un siglo con su “Yo es otro”—: se es EI porque no se es un conglomerado. Cuando se habla de uno mismo, se habla de quien no se es. Las identificaciones se dan a partir de un proceso de exclusión, siempre en lo que Hall llama un “efecto de frontera” móvil, nunca acabado ni definitivo.
Las identidades se construyen a través de la diferencia, no al margen de ella. Esto implica la admisión radicalmente perturbadora de que el significado “positivo” de cualquier término —y con ello su “identidad”— sólo puede construirse a través de la relación con el Otro, la relación con lo que él no es, con lo que justamente le falta, con lo que se ha denominado su afuera constitutivo. (Hall, 2003, p. 19)
La identidad, entonces, se construye a partir de la différance, como propone Laclau, con base en Derrida, al referirse a un otro que aparentemente está fuera de lo que uno es, pero que sin cuya existencia no podrían establecerse los límites de lo que uno es y no es.
Laclau utiliza el concepto de antagonismo para referirse a la cuestión de la diferencia; este
[…] es un 'exterior' que bloquea la identidad del “interior” (y que es a la vez, sin embargo, la condición de su constitución). En el caso del antagonismo la negación no procede de la identidad misma, sino que viene, en su sentido más radical, del exterior. (Laclau, 1990, p. 34)
Para Laclau el antagonismo es el límite de toda objetividad social, y un elemento constitutivo de las identidades. No permite la construcción de una objetividad total, porque esta presupone que todos los elementos son positivos, y el antagonismo es una negatividad inherente que revela el carácter contingente de toda objetividad. El antagonismo amenaza la existencia de algo y al amenazarla la confirma; bloquea la identidad del interior y asimismo la permite (1990, p. 25). A dicha paradoja la llama dislocación: toda identidad es dislocada en la medida en que depende de un exterior que, a la vez que la niega, es su condición de posibilidad.
Respecto a este punto, un afuera constitutivo de la edición independiente es la edición de los conglomerados: sin la una no existiría la otra.
Podremos entonces decir que, en el primer momento, las editoriales tienen la necesidad de agruparse contra un “enemigo común” y lo hacen amparadas bajo las lógicas de la bibliodiversidad. […] Por lo tanto, la noción de lo independiente no tiene una referencia exhaustiva en relación con la política que versa su práctica sino más bien en resistir a las lógicas desde otras lógicas. (Winik y Reck, 2012, p. 553)
Aquí los autores confirman el hecho de que ese afuera constitutivo —aquí el “enemigo común"— es determinante para que la identidad se mantenga; para que haya fronteras entre unas lógicas y otras, y así sean reconocibles y separables. La EI se sostiene por su afuera constitutivo, por lo que no es, ya que internamente no hay un común denominador que la pueda sostener.
El tercer punto de Hall respecto a las identidades —o procesos de identificación— es la afirmación de que estas se dan en el plano discursivo como punto de anclaje, como sutura con el sujeto. Recordemos el primer y segundo punto, donde la reflexión acerca de la identidad se ha dado de la mano de la reflexión del lenguaje, de sus im(posibilidades), porque la identidad no puede darse fuera de este; y al identificarnos tenemos que hacerlo inevitablemente en la doble borradura.
Los procesos de identificación se construyen
[…] sobre la base del reconocimiento de algún origen común o unas características compartidas con otra persona o grupo o con un ideal, y con el vallado natural de la solidaridad y la lealtad establecidas sobre este fundamento […] el enfoque discursivo ve la identificación como una construcción, un proceso nunca terminado: siempre “en proceso” […] es en definitiva condicional y se afinca en la contingencia. (Hall, 2003, p. 15)
Estos procesos de identificación en constante transformación operan como sutura entre los posicionamientos sociales de los sujetos y las prácticas discursivas que simultáneamente los interpelan y les permiten enunciarse como grupo — “declaramos que somos editores independientes y luchamos por a bibliodiversidad”—: he aquí la posibilidad de sujetarse en el discurso, a partir de la reiteración de la categoría de EI. Las declaraciones, manifiestos y eventos mencionados inicialmente son prueba de ello.
Como lo afirma Szpilbarg (2015), la independencia en el mundo editorial se constituyó como una interpelación que construye discursivamente a ciertos editores. Este discurso que interpela permite que proyectos editoriales con posiciones muy alejadas en el campo puedan converger en esta categoría. Y es por estas lejanías que es importante el estudio de las posiciones, no solo entre EI sino con el campo todo:
Así como veremos que hay heterogeneidad dentro de la escena editorial “independiente”, también hay movimientos dentro del campo editorial en general, que llevan a cambios de posiciones entre las editoriales más grandes y más pequeñas, conformando espacios intersticiales de relaciones conflictivas y de lucha. (Szpilbarg y Saferstein, 2012, p. 3)
Hacer una sociología de la edición es, pues, trazar esos movimientos y estudiar cómo se llevan a cabo las luchas. Para esto es clave esclarecer conceptualmente el rol de los agentes del campo a los que nos aproximamos.
El objetivo principal de este artículo fue señalar la importancia de entender la EI como identidad bajo borradura y de proponer un giro teórico que permita analizar concretamente quiénes están allí, qué comparten, en qué difieren y cuál es su posición actual. Para esto, se hizo una revisión de los principales planteamientos teóricos respecto a la independencia, y la transformación que hubo cuando se pasó de pensarla en términos de “ser o no ser” independiente, a pensarla como una categoría polisémica y flexible, por los múltiples ocupantes que allí de identifican. Especialmente a partir de 2010, el debate se siguió construyendo en este segundo sentido y se propuso, por ejemplo, concebir la independencia como una zona dentro del campo editorial que múltiples actores habitan en diferentes grados, partiendo del principio de que estos están en constante movimiento y de que los campos se sostienen en una lógica relacional que no es estática. En esa misma línea, el presente estudio aporta a esta aproximación teórica y propone pensar la independencia como paradoja o bajo borradura.
Dado que el caso que estudia este artículo es el campo editorial mexicano del siglo XXI, se expuso el panorama actual de la EI en este país y se mostró de qué forma opera allí la independencia como identidad: cómo la paradoja está presente en un campo donde hay una identidad colectiva que, efectivamente, da lugar a alianzas, ligas y ferias, y que al mismo tiempo es una categoría que está ocupada por editoriales que no solo tienen enfoques y prácticas heterogéneas, sino que, incluso, en muchos casos tienen una concepción distinta de lo que implica la independencia.
La cuestión de la doble escritura, o escritura bajo borradura, es útil para describir teóricamente la cuestión de la EI, ya que explicita las paradojas de una identidad que, en tanto discursividad, es inexacta, inadecuada, pero aún legible. La EI responde a una identidad dislocada (o mejor, a identidades simultáneas), no objetiva, no única, contingente; y desde estas consideraciones puede ser comprendida como concepto. Al tener esto presente, es importante que los estudios sobre EI contemplen de un modo multidimensional este tipo de edición, y que se aborden tanto las prácticas colectivas (como usualmente se hace) como las individuales que allí coexisten, para hacer un estudio más completo de los diferentes campos editoriales.
Teniendo en cuenta lo anterior, se puede concluir que resulta enriquecedor estudiar el campo editorial mexicano, teniendo en cuenta los efectos materiales, simbólicos y políticos del proceso común de identificación que se ha dado hasta el momento, pero, sobre todo, explorando aquello que pone en crisis el concepto, en lo que radica la multiplicidad y heterogeneidad de este. Para esto es importante estudiar las prácticas concretas de los agentes que se sujetan a esta identidad (qué y cómo publican. Se debe hacer zoom en esta categoría para abordar las prácticas editoriales en sus múltiples variables y, en este camino, observar otras posibilidades de análisis, sin la pretensión de eliminar la cuestión de la “independencia”, pero comprendiendo más profundamente sus complejidades, la pluralidad de identidades que subyace a esta gran categoría, y enriqueciéndola desde otros derroteros.




