Artículos
Recepção: 04 Abril 2022
Aprovação: 12 Maio 2022
DOI: https://doi.org/10.15332/21459169.7682
Resumen: En el presente artículo de investigación describimos el aporte de las parteras tradicionales afrodescendientes del Pacífico colombiano a la construcción de paz en sus comunidades. Para el estudio realizamos un acercamiento cualitativo a través de la técnica de entrevista semiestructurada a parteras y parturientas oriundas del Pacífico colombiano, residentes en Cali y Buenaventura, además de la observación participante en reuniones organizativas de mujeres parteras pertenecientes a la Asociación de Parteras Unidas del Pacífico (Asoparupa), y la revisión bibliográfica. Como resultado, evidenciamos que las prácticas cotidianas de las parteras tradicionales afrodescendientes del Pacífico colombiano generan un tipo de autonomía, agencia, reflexión social y transformación endógena, que permite atribuir capacidades para la cohesión comunitaria, la defensa de la vida y la diversidad cultural. Esto se traduce en prácticas que fortalecen la construcción de paz y, por ende, aportan a la búsqueda de la justicia social en Colombia.
Palabras clave: Parteras tradicionales, afrodescendientes, construcción de paz, memoria colectiva, reconocimiento comunitario, pácticas de cuidado.
Abstract: In this research article we describe the contribution of Afro-descendant traditional midwives of the Colombian Pacific to peace building in their communities. For the study we conducted a qualitative approach through a semi- structured interview technique with midwives and laboring women from the Colombian Pacific region, residents of Cali and Buenaventura, in addition to participant observation in organizational meetings of midwives belonging to the Association of United Midwives of the Pacific (Asoparupa), and a bibliographic review. As a result, we found that the daily practices of Afro-descendant traditional midwives of the Colombian Pacific generate a type of autonomy, agency, social reflection and endogenous transformation, which allows the attribution of capacities for community cohesion, the defense of life and cultural diversity. This translates into practices that strengthen peace building and, therefore, contribute to the search for social justice in Colombia.
Keywords: Traditional midwives, afro-descendants, peace building, collective memory, community recognition, care practices.
Resumo: Neste artigo de pesquisa, descrevemos a contribuição das parteiras tradicionais afrodescendentes do Pacífico colombiano para a construção da paz em suas comunidades. Para o estudo, realizamos uma abordagem qualitativa usando uma técnica de entrevista semiestruturada com parteiras e assistentes de parto do Pacífico colombiano, residentes em Cali e Buenaventura, além de observação participante em reuniões organizacionais de parteiras pertencentes à Associação de Parteiras Unidas do Pacífico (Asoparupa) e uma revisão bibliográfica. Como resultado, descobrimos que as práticas diárias das parteiras tradicionais afrodescendentes do Pacífico colombiano geram um tipo de autonomia, agência, reflexão social e transformação endógena, o que nos permite atribuir capacidades de coesão comunitária, defesa da vida e diversidade cultural. Isso se traduz em práticas que fortalecem a construção da paz e, portanto, contribuem para a busca da justiça social na Colômbia.
Palavras-chave: Parteiras tradicionais, afrodescendentes, construção da paz, memória coletiva, reconhecimento comunitário, práticas de cuidado.
Introducción
Sobre investigaciones en el tema
En la revisión que realizamos de la literatura académica sobre partería, identificamos que este fue un tema abordado principalmente en investigaciones europeas. Solo hasta mediados del siglo XX investigadores latinoamericanos iniciaron la documentación sobre la historia de la partería en este territorio, y en el siglo XXI empezaron a surgir las primeras publicaciones sobre partería tradicional (Carvajal et ál., 2018). De igual manera, logramos evidenciar que en los estudios de la práctica tradicional prima un enfoque sanitario (Carvajal et ál., 2018) en el que no se destaca la labor de las mujeres como contribuyentes importantes para la construcción social. Ante dicha situación proponemos aquí que el estudio de las culturas y sus significados se realice en clave de los aportes a la construcción de paz y de justicia social. Esto con el propósito de entender los conflictos y cuestionar el discurso del sistema de vida monocultural1 imperante durante siglos, donde reconozcamos el papel activo de las mujeres y la transformación generacional de los fenómenos sociales.
En este sentido, buscamos gestar ideas y discursos que aporten a la construcción de paces2; es decir, que aporten al respeto de las diversas formas humanas de comprender el bienestar, el desarrollo y la justicia social. Es desde esta perspectiva que retomamos la práctica tradicional de la partería, la cual ha sido ejercida principalmente por mujeres a lo largo de la historia en todas las culturas. Aquí destacamos el caso de las mujeres parteras tradicionales afrodescendientes del Pacífico colombiano residentes en los municipios de Cali y Buenaventura.
Esto lo proponemos como centro de análisis para pensar y repensar la construcción de paz, entendiéndola como una paz imperfecta, pues —como los seres humanos— es compleja, siempre inacabada y en construcción constante (Jiménez, 2020). Esto nos lleva a pensar una paz desde abajo, desde los valores culturales y capacidades de las personas para transformar y construir su entorno inmerso en violencias y potencialidades (Hernández, 2009). Pues, como veremos, esta construcción de paz se sustenta en el liderazgo con el que las parteras tradicionales generan espacios y pensamientos configurantes del bienestar común en sus contextos comunitarios.
En relación con la anterior, en el caso de la partería tradicional afropacífica en Colombia, destacamos los aportes de los investigadores Arocha (1998) y Losonczy (1990), que, desde una perspectiva antropológica, se concentran en las potencialidades culturales de la práctica de la partería tradicional en los territorios. Así mismo, para inicios del siglo XXI, identificamos el surgimiento de un énfasis analítico de las bases culturales de la partería afropacífica, que incluye categorías como la interculturalidad y la transculturalidad desde el área de la salud (Vesga, 2005; Navarro, 2007; López, et ál., 2011).
En este lapso también identificamos que se realiza un despliegue de la participación interdisciplinaria y de las ciencias sociales en el análisis sobre la partería tradicional afropacífica, que destaca una mirada sociocultural, étnica, espiritual y política (Jaramillo, 2006; Samboní, 2014; Lozano, 2016; Moreno, 2019). En la evolución de estos enfoques analíticos encontramos los aportes de procesos organizativos de base con amplia trayectoria en la defensa de las parteras tradicionales (Asoparupa, 2012; Plan Especial de Salvaguardia [PES] de los saberes asociados a la partería afro del Pacífico, 2015) y algunos procesos institucionalizados que han visibilizado la discusión y reconocimiento de la práctica (Resolución 1077, 2017; Organización Panamericana de Salud, 2012).
Sin embargo, en los procesos e investigaciones revisadas no encontramos una relación analítica directa entre la labor de la partería tradicional afropacífica y la construcción de paz, por lo cual dimensionar esta relación se convirtió en el objeto principal de nuestra investigación.
Así, para alcanzar ese objetivo, asumimos la investigación desde un enfoque cualitativo con método etnográfico, en tanto buscábamos comprender el significado de las prácticas de partería tradicional en el marco de su contribución a la construcción de paz con personas específicas, en un contexto dado (Angrosino, 2012) en los municipios de Cali y Buenaventura, Valle del Cauca, Región Pacífica de Colombia, con las mujeres parteras tradicionales afrodescendientes.
Para esto empleamos las técnicas de observación participante en reuniones organizativas (presenciales y virtuales) de mujeres parteras tradicionales pertenecientes a la Asoparupa en Buenaventura, y entrevistas semiestructuradas a diez parteras tradicionales y seis parturientas (2020-2021) oriundas del Litoral Pacífico colombiano, residentes en el municipio de Cali, donde ejercen su labor.
Esta última característica de la población está relacionada con “la pandemia por la COVID-19”, ya que se presentó como limitante del proceso investigativo. Esta coyuntura fragmentó nuestra movilización a los territorios y sobre la marcha debimos modificar el plan de realizar las entrevistas, ya no con las parteras residentes directamente en el Litoral Pacífico (específicamente Buenaventura), sino con parteras tradicionales que migraron por diversas razones del Litoral Pacífico (de diferentes municipios) a la capital del Valle del Cauca, Región Pacífica de Colombia. De esta manera dimos solución a la compleja situación de movilidad y contacto presencial.
Codificamos y analizamos la información recogida con ayuda del programa Atlas ti, bajo dos categorías principales: memoria colectiva y reconocimiento comunitario; y una categoría emergente: prácticas de cuidado. Con estas categorías dimos respuesta a la pregunta de investigación: ¿cómo aportan las parteras tradicionales afrodescendientes del Pacífico colombiano a la construcción de paz en sus comunidades? Para la codificación de las citas de las entrevistadas, en este texto, omitimos la identidad real de ellas3 y planteamos que PT traduce partera tradicional, P traduce parturienta, el número seguido es el que asignamos a la persona entrevistada y, finalmente, el año en que realizamos la entrevista.
A continuación, presentamos los resultados de la investigación en tres secciones. En primer lugar, un acercamiento teórico-contextual, que contiene un panorama de lo qué es el Litoral Pacífico colombiano, la partería tradicional y nuestro posicionamiento teórico frente a la construcción de paz. En un segundo momento proponemos la discusión central, mediante el análisis de las tres categorías mencionadas. Por último, compartimos las consideraciones finales que presentan una mirada general de la lectura que hicimos de las parteras tradicionales, como un ejercicio de resistencia y un llamado a la justicia social, aristas esenciales en la construcción de paz desde abajo.
Aspectos teóricos conceptuales
El contexto social y cultural donde observamos las prácticas de partería tradicional afrodescendiente son principalmente los municipios de Cali y Buenaventura, en el departamento del Valle del Cauca, que pertenece a la Región Pacífica, una de las seis regiones geoculturales de Colombia, conformada por el departamento del Chocó, en la zona norte; y los departamentos de Cauca, Valle del Cauca y Nariño, en la zona sur. Esta región se caracteriza por ser una zona rica en recursos naturales, como la madera, el oro y el platino, con gran biodiversidad, un clima tropical y una riqueza hidrográfica compuesta por ríos que, en su mayoría, nacen en los Andes y desembocan en el océano Pacífico (Motta, 2005 citado en Cano, 2019, p. 93). Es una subregión mayoritariamente rural, de difícil acceso y poca infraestructura en servicios básicos. Su población alcanza casi un millón de habitantes, de los cuales el 90 % son afrodescendientes y unos 50 000 pertenecen a comunidades indígenas diversas (Axel, 2004 citado en Escobar, 2004, p. 55).
A lo largo de su historia este territorio ha vivido diferentes procesos de marginalización y desigualdades sociales, lo que se refleja en altos índices de empobrecimiento económico, carencias en la inversión social para educación, salud y empleo. Solamente por el puerto de Buenaventura (el más importante de Colombia) circula el 60 % del comercio del país, generando ingresos que se gastan en circuitos económicos distintos al local (Centro Nacional de Memoria Histórica, 2015, p. 61). A esto se suma la presencia constante de violencia armada y desplazamiento forzado que intimida a la población (Axel, 2004 citado en Escobar, 2004) y la violencia de corte cultural y simbólico, que perpetúan la precariedad en la que viven los habitantes del territorio.
En la actualidad podemos evidenciar una secuela de discriminación racial y exclusión económica y cultural que el sistema esclavista institucionalizó (Cano, 2019, p. 96). Al respecto, autores como Escobar (2004) citan razones de tipo estructural, aludiendo a un olvido estatal y social de mucho tiempo, que recae en la violencia. Por su parte, Romero (2009) nos ofrece un análisis geográfico- económico, en el que su relieve montañoso, clima húmedo y dificultad de transporte le convierte una de las regiones con menos productividad del país y, por ende, con mayor desigualdad económica.
A pesar de los obstáculos para su desarrollo, las comunidades afrodescendientes cuentan con un sinfín de potencialidades constituidas por sus creencias, acciones y símbolos culturales enlazados con su identidad colectiva, su territorio y tradición oral. Es desde allí donde han configurado expresiones de resistencia frente a las percepciones dominantes sobre el territorio, el espacio y la vida (Oslender, 2003, p. 206). Por ello, prácticas culturales como la música, la gastronomía, las fiestas y celebraciones religiosas, la partería tradicional, la medicina tradicional, la titulación de tierras colectivas, entre otras expresiones, son referentes de una relación ontológica4 vital con el entorno humano y no humano, y de un espíritu propositivo hacia la protección de las comunidades, de la vida y de la naturaleza.
En estos términos, estudiamos la partería tradicional de la población afrodescendiente del Pacífico colombiano (en adelante afropacífico) como una labor que representa la cosmovisión de esta población, así como las prácticas culturales y sociales que generan bienestar en sus comunidades. Ahora bien, acercándonos a la definición de esta labor, entendemos que partear es una actividad de todas las culturas humanas, se refiere al “acto de acompañar a la parturienta en su trabajo de parto y parto, brindándole todo el apoyo necesario.” (Silin, 2010, p. 1).
En cuanto a la partería tradicional afropacífica, entendemos que esta no limita su accionar a la atención del parto, “es una labor permanente de la vida en comunidad que involucra conocimientos específicos sobre los ciclos reproductivos y el cuidado del cuerpo de hombres y mujeres. Esta práctica integra el uso de plantas medicinales, rezos y masajes” (Asoparupa, 2015, p. 14); y las parteras tradicionales ungen como trasmisoras de la cultura que construyen y reconstruyen los vínculos comunitarios (Lozano, 2016). En ella, la mayoría de quienes practican la labor son mujeres y, aunque existe el término partero, a estos se les suele denominar principalmente yerbateros o médicos tradicionales en estas comunidades.
Aquí nos interesa destacar la labor de las mujeres parteras tradicionales afropacíficas, quienes están insertas en ese contexto de complejidades sociales y culturales enmarcadas por diferentes procesos de desigualdades, y donde es necesario reconocer el enfrentamiento histórico entre los conocimientos del sistema de salud formal occidental y los saberes del sistema de salud tradicional de las comunidades étnicas. Esto, a pesar de los avances normativos (como el artículo 2 de la Constitución Política, la Ley 70 de 1993 y la Resolución 1077 de 2017), aún se mantienen las brechas para la inclusión étnica y diferencial, anteponiendo el sistema formal sobre el tradicional (Navarro, 2007). Como consecuencia de esto, las parteras tradicionales han vivido múltiples injusticias sociales, enmarcadas en la discriminación y la exclusión por su práctica.
Esas situaciones de injusticias las entendemos, siguiendo a Galtung, (2016), como formas de violencia simbólica, en las que hay una relación de subordinación frente al discurso monocultural (Salas, 2003). Es decir, la tradición de la partería es menospreciada y sometida por el discurso imperante del cientificismo. Al respecto, surgen dos cuestiones sobre las cuales las parteras tradicionales afropacíficas vienen construyendo un camino de reivindicación: ¿cómo podría construirse un discurso intercultural que dignifique el quehacer y la cosmovisión de las comunidades étnicas? y ¿cómo caminar hacia la construcción de una paz basada en la reivindicación simbólica? En correspondencia, nos acercamos a esta cuestión desde la construcción de paz desde abajo, como un proceso reivindicatorio en el que las parteras asumen un lugar desde las propias apreciaciones histórico-ancestrales, emocionales, contextuales y se abren camino en la búsqueda de justicia social.
En este orden, consideramos que la justicia social es un componente teórico hermano de la construcción de paz, y que estos conceptos no son universales ni homogéneos, dado que las expresiones culturales en cada comunidad y las formas organizativas son variadas. Por lo tanto, las aspiraciones de bienestar y justicia pueden variar en escala y contenido, dependiendo del contexto. En ese sentido, hacemos un acercamiento a la construcción de paz como “la creación de un conjunto de actitudes, medidas, planteamientos, procesos y etapas encaminadas a transformar los conflictos violentos en relaciones y estructuras más inclusivas y sostenibles” (Barbero, 2006, p. 5). Lo que podemos entender como una búsqueda de la vida deseable en el conjunto social que desligamos el concepto de paz como lo contrario de la guerra, para no reducir todas sus posibles manifestaciones.
Ahora bien, aquí entendemos la construcción de paz en dos vías: como propuestas del Estado u organizaciones internacionales (de arriba hacia abajo), o como propuestas y procesos de las comunidades concretas u organizaciones de base (de abajo hacia arriba). En la primera vía se hace alusión a la creación de programas sociales, de inversión, de mediación y diálogos entre diferentes sectores, que promuevan la equidad, el enfoque diferencial, la inclusión, la prevención, la gestión y la rehabilitación del conflicto (Mesa, 2003, p. 6). En relación con la segunda vía:
En los procesos de construcción de paz se entiende como los procesos, de empoderamiento pacifista de pueblos, comunidades y sectores poblacionales que asumen y transforman la realidad desde los valores de sus culturas y capacidades, desde sus respuestas no violentas al desafío de apremiantes necesidades impuestas por las violencias, y el poder dinamizador de sus sueños, en contextos geográficos determinados. (Hernández, 2008 citado en Hernández, 2009, p. 181)
Lo anterior nos llevó a considerar que la construcción de paz no es una acción que incumba solo a un sector de la sociedad, sino a todas sus esferas. Esto se traduce en un escenario complejo, donde no hay una desaparición armónica de la violencia como respuesta a los conflictos sociales, sino un proceso de acción constante contra ella (Jiménez, 2020, p. 39). Así las cosas, debemos entender los conflictos como inevitables en las relaciones humanas, debido a la multiplicidad de pensamientos, ideas o costumbres que pueden tener metas, intensiones o valores opuestos. Sin embargo, también deben verse como necesarios, pues son agentes del cambio social y las trasformaciones necesarias para el desarrollo (Mesa, 2003, p. 2).
Por esto vemos a la construcción de paz como un proceso social complejo, que siempre está en permanente construcción; no es armónico, sino inacabado y procesual, por lo que se concibe, entonces, la idea de una construcción de paz imperfecta. Desde la mirada de Jiménez (2020), esto significa reconocer el poder de los seres humanos despojados de esencias; es decir, que no somos ni violentos ni pacíficos por naturaleza, más bien somos complejos, porque contamos con la posibilidad de resolver los conflictos de forma pacífica o violenta. Esto nos llevó a entender que todas las personas podemos ser constructores de paz y que no existe una sola forma de violencia5, ni tampoco existe una sola forma de construir la paz.
En ese sentido, hablamos de muchas paces, de diversas formas de experimentar y generar el bienestar por las personas y las comunidades (Martínez, 2009, citado en Anctil y Paredes, 2018). Desde aquí hacemos énfasis en la construcción de paz imperfecta y desde abajo, desde el conocimiento y el poder transformador interno de las comunidades. Para ello nos apoyamos en Esperanza Hernández (2009), quién identifica que las paces desde abajo surgen en la confluencia de los siguientes contextos:
En las cosmovisiones de las culturas de los pueblos, que privilegian como prácticas cotidianas valores inherentes a la paz, como por ejemplo el "principio de la armonía y el equilibrio" y la "humanización del territorio”. Las necesidades apremiantes impuestas por el rigor de las violencias a pueblos, comunidades campesinas, mujeres, jóvenes y víctimas; sus capacidades extraordinarias para responder pacíficamente a la mismas, transformar perfectiblemente la realidad, y dinamizar sus sueños; y la decisión de sus autoridades, líderes y comuneros de desplegar un poder transformador y pacifista. (p. 181)
Estas aproximaciones a la construcción de paz desde las propias herramientas comunitarias concordaron con la idea de una hermandad entre dicha construcción de paz y la justicia social. Aquí entendemos esta última como la paridad de participación desde la perspectiva de Fraser (2008, p. 26), donde el término paridad nos dice que todos los seres humanos somos pares en la vida social, por lo tanto, no habría lugar a desigualdades de acceso a la redistribución y al reconocimiento de las diferencias (culturales, de género u otras), mientras la participación se amplía a la posibilidad de que todas las personas interactuemos y tomemos voz y voto en las cuestiones sociales, aún desde las diferencias. Desde esta postura, “superar la injusticia significa desmantelar los obstáculos institucionalizados que impiden a algunos participar a la par con otros, como socios con pleno derecho en la interacción social” (Fraser, 2008, p. 26). Tal como nos muestran las parteras tradicionales afropacíficas con el ejercicio de su labor, que según Samboní (2014, p. 31) es una labor biopolítica, porque asumen el nacimiento como un acto político de vida inserto en sus costumbres y su discurso.
Esto nos lleva a pensar que estas mujeres con su hacer evidencian los obstáculos que limitan sus aspiraciones culturales, y en contrapropuesta trabajan con la intencionalidad de proteger pacífica y políticamente la vida y su cultura. Así pues, es necesario tener presente que las parteras tradicionales se decidieron a partear por dos posibles razones: por necesidad y por vocación.
La primera razón es consecuencia del difícil acceso a los centros hospitalarios en contextos rurales, ya que en el Pacífico colombiano el transporte fluvial y las vías rurales implican largas horas para llegar a los centros de salud u hospitales de las cabeceras municipales, motivo por el cual algunas mujeres se ven obligadas a ayudar a otras a parir en sus casas (Vesga, 2005, p. 105). La segunda razón para practicar la partería tradicional es la vocación o el deseo de ayudar y servir a otras, ya que las parteras encuentran en la práctica una forma de ser y trascender en el mundo, y deciden formarse para ello en la cultura tradicional. Alrededor de esta motivación desarrollamos la discusión de este artículo, a través de tres categorías analíticas, identificadas en los discursos y acciones de las entrevistadas: la memoria colectiva, el reconocimiento comunitario y las prácticas de cuidado.
Sobre la memoria colectiva y la tradición oral
Las comunidades afropacíficas se caracterizan por haber construido una cultura basada en la tradición oral, lo que les ha permitido a sus pobladores desarrollar la capacidad de contar experiencias, anécdotas y sucesos para aprender, conocer y trasmitir su historia, fundamental en todas sus relaciones sociales. Esta tradición oral es el elemento central de la reproducción sociocultural, ya que es una herramienta para mantener la memoria colectiva.
En correspondencia, la memoria de las parteras tradicionales se convierte en apuesta pedagógica (Lozano, 2016, p. 18), dado que cumple la función de trasmitir a las nuevas generaciones los conocimientos sobre el cuidado de los cuerpos y de las concepciones espirituales que trae consigo el nacimiento, la familia y la comunidad. Lo anterior lo logran mediante la práctica, la palabra y el ejemplo, donde reconocimos, a partir de la interacción y las entrevistas con las parteras tradicionales, dos significados en los que se puede identificar la intensión de preservar la memoria de su quehacer. El primero responde al proceso de aprendizaje de la partería tradicional y el segundo al conjunto de saberes construidos alrededor de la partería tradicional.
En cuanto al aprendizaje de la partería tradicional encontramos que las parteras tradicionales dan gran valor al proceso de aprendizaje y a las personas involucradas en él, quienes son principalmente otras mujeres. Las entrevistadas, en su totalidad, manifestaron que aprendieron de forma empírica, viendo todo lo que hacían las parteras mayores —la abuela, madre, hermana o vecina—, y practicando mediante la repetición y escucha de lo que decían sus maestras.
Dichos aprendizajes no se dan en un contexto formal, sino que surgen en el ámbito cotidiano, conforme las dinámicas de la comunidad. Y en esa lógica de la trasmisión de saberes, las parteras recordaron y nos describieron a sus maestras como unas mujeres sabias y de amplia experticia.
Aprendí con mi abuela. La mamá de mi papá era partera, ósea, empíricamente, lo que sé es empíricamente porque lo vi haciendo […] Sí, preguntaba mucho: ¿abuela esto para qué es? Ella decía pa’ tal cosa. Por ejemplo el tabaco, el tabaco es un árbol muy bonito. Entonces cuando ya se seca, yo veía que ella agarraba las hojas de tabaco cuando estaban bien secas y había que picarlas bien finitas; y ¿abuela para qué es esto? Y, entonces, cuando yo la veía era haciendo rollitos de eso, rollitos. Y cuando ya nació un bebé que ella lo iba a curar y todo eso, para el ombligo ella calentaba esa hoja y el cebo. Una vela de cebo en la lámpara, allí calentaba su cosa y ya. ¿Abuela para qué es eso? […] y entonces sin querer al final ella me dijo para qué era el asunto del tabaco, por ejemplo, si el niño lloraba mucho, también le colocaban una hoja de tabaco en el gorro o en la cofia. (PT1, 2020)
En este proceso de aprendizaje, que surge en la convivencia con otras mujeres en el ámbito familiar o comunitario, se transmiten emociones y experiencias que dan sentido a la historia de cada mujer aprendiz, orientando su quehacer. Aunque no se trata de un proceso lineal, se pueden encontrar pautas generales en las que se identifica el aprendizaje como un proceso teórico-práctico, oral y cotidiano, puesto que la partería tradicional se aprende en el ámbito de la vida, no tiene currículos formales, horarios específicos, ni exige condiciones diferentes al interés por aprender. Por esto, las pateras tradicionales suelen asociar el interés o habilidad de aprender la práctica con “un don” que Dios o las divinidades entregan a algunas mujeres. Este es un proceso constante, que toma años y en el que las aprendices y parteras tradicionales no hacen distinción de su experiencia como parteras y su vida personal, ya que ambos procesos responden al mismo proyecto de realización comunitaria.
Es entonces, en las formas comunitarias y cotidianas de enseñanza y aprendizaje donde mejor puede verse el rol de las parteras tradicionales, quienes reúnen a la comunidad alrededor de su conocimiento y práctica. Al no ser un proceso institucionalizado o centralizado, la partería tradicional afropacífica se convierte en una práctica cotidiana que construye comunidad, reuniendo maestras, aprendices, madres, padres, hijos alrededor de la memoria colectiva y la transmisión generacional de los conocimientos.
Por otro lado, el conjunto de saberes construidos alrededor de la partería tradicional tiene que ver con el saber construido por las parteras tradicionales en sus etapas del ciclo vital; es decir, con el conocimiento que ellas “construyen producto de la experiencia donde caben objetos, sujetos, agentes, nociones y prácticas diversas que operan cotidianamente” (Villalobos, 2019, p. 17). En otras palabras, el saber se corresponde con la información que adquieren en el proceso de aprendizaje y dicho saber también se identifica en la práctica, ya que no solo se trata de la capacidad de atender un parto, cortar el ombligo y entregar al bebé en excelentes condiciones. Aquí los saberes asociados a la partería tradicional afropacífica también implican diversas habilidades que pasan por la intuición, la fortaleza, la motricidad fina, el establecimiento de relaciones de confianza con las familias atendidas y con la comunidad en donde ejercen su saber. Entre este conjunto de saberes está el importante conocimiento de las plantas medicinales, sus nombres y usos.
La partera debe estar involucrada con los vegetales, porque de ahí es que se puede decir: ¡esta partera sí sabe! Porque si una partera no sabe cuándo esa muchacha no tiene leche para dar, cuándo esta parturienta tiene dolor de cabeza y puede ser de esto o aquello, pero no puede distinguir, no está en nada, porque no es simplemente sacar el niño, es el cuidado general de todo. (PT4, 2020)
Desde ahí comprendimos que para las parteras tradicionales identificar y trabajar las plantas refleja, además de una conexión profunda con el territorio, un afianzamiento comunitario y cultural. Este conocimiento es transversal a todos los aspectos de sus vidas, en especial a los factores relacionados con los ciclos reproductivos del hombre y la mujer, ya que aprenden a identificar las señales del cuerpo para preparar las bebidas (con plantas curativas); conocen de anatomía, del sistema óseo; aprender a realizar el tacto a la embarazada, a identificar las contracciones y a entender las enfermedades de las personas de la comunidad. A partir de toda esa experiencia y del contacto con cada familia, las parteras tradicionales incluso desempeñan un rol de consejeras u orientadoras de las dinámicas familiares.
En ambos significados pudimos reconocer el ciclo de la memoria construida y sostenida en colectivo, mediante un proceso pedagógico tradicional que genera escenarios de solidaridad y provee de sentido las trayectorias de cada vida de la comunidad. Esto indica que incluso, en medio de las desventajas sociales, la marginación y las violencias, las comunidades afropacíficas —en cabeza de sus parteras tradicionales— se nutren de esperanza y se protegen a sí mismas, generan su propio bienestar “desde los recursos y capacidades propias y sin acompañamientos del Estado” (Hernández, 2009, p. 181). Es por esto por lo que sus prácticas endógenas se entienden como constructoras de esa paz desde abajo.
Ahora bien, también identificamos que el proceso pedagógico para el relevo generacional que hacen las parteras tradicionales manifiesta una postura política divergente de los estándares formales y universales de trasmisión de conocimientos, a lo que Betty R. Lozano llama “una estrategia de resistencia, insurgencia y reexistencia de las mujeres negras del Pacífico” (2016, p. 3). Desde esta premisa, afirmamos que el proceso de sostenimiento de la memoria sobre la tradición de nacer y crecer en comunidad se materializa como una propuesta de vida alternativa al sistema social monocultural.
En relación con lo anterior, Esperanza Hernández señala que la paz también se construye desde propuestas alternativas de vida, “donde la diversidad pueda expresarse y aportar desde su particularidad” (2009, p. 181). En esa perspectiva vemos que la partería tradicional afropacífica se erige como un proyecto que propende como un llamado social al respeto de las culturas y la diversidad. En últimas, la tradición oral, la memoria colectiva, las estrategias pedagógicas que trasmiten las parteras tradicionales se proponen como un saber que cuestiona la universalidad y deja espacio para los intercambios culturales, es decir, para la construcción de paz.
Por último, en este apartado retomamos los aportes de Ivonne Wilches (2010), quien recalca que “la memoria como recurso para la paz debe entenderse como una memoria colectiva, que implica una postura política, reivindicativa y de derechos humanos” (p. 67). De ahí, sostenemos que el ejercicio de la enseñanza- aprendizaje de la partería tradicional afropacífica hace parte de un esfuerzo por contrarrestar la marginalización de las mujeres afrodescendientes y del trabajo tradicional. Si bien Wilches (2010) habla de procesos de memoria colectiva para la verdad, justicia y reparación de víctimas en contextos de posacuerdo de paz, sus postulados no son ajenos a la presente idea de que la memoria —y aún más la memoria colectiva— es un recurso comunitario para la reivindicación de las violencias, en especial, la violencia simbólica que ha invisibilizado estos saberes históricamente.
El territorio, el nacimiento y la comunidad: ámbitos de paz
En el proceso interactivo con las parteras tradicionales afropacíficas comprendimos que, en el ejercicio de trasmisión de la memoria colectiva que ellas lideran, existe una forma organizativa centrada en la familia y la comunidad. Esto, porque es tendencia que la mayoría de los acontecimientos del ciclo de la vida sean compartidos en familia y en comunidad, como el nacimiento, la crianza, las celebraciones, los funerales. Lo que prevalece aquí es un sistema relacional colectivo, donde el territorio y la territorialidad son trasversales a dichas relaciones.
Esta asociación familia-comunidad-territorio la encontramos indisoluble en la vida cotidiana de las personas del Pacífico, por lo cual se hace imperante comprender la idea que propone Arturo Escobar (2015), en la que no existe una sola definición de territorio, sino que cada cultura le da su propio significado. Es decir, cada concepción del territorio responde a una ontología relacional de las personas con el entorno que les rodea; en ese sentido, los territorios son espacios- tiempos vitales de toda comunidad. Por esta razón, en varias comunidades indígenas y afro de Latinoamérica, este término responde, además, a una interrelación de complementariedad entre el mundo humano y el no humano que podemos identificar como el río, las plantas, el mar, el manglar, entre otros componentes de la naturaleza.
Desde esta premisa interpretamos que el territorio es una mezcla entre los cuerpos, el entorno físico y sus significados, entre lo que se puede tocar y lo que solo se puede sentir, en relación con un sentir común. En este caso, las parteras tradicionales afropacífico tienen como misión vincular a los nacientes con ese territorio y con la comunidad en la que nacen. Este entramado complejo que involucra familia, comunidad, territorio y nacimiento se fortalece con la reproducción del ciclo de los saberes tradicionales y se sustenta en un tipo de noción sobre el bienestar que genera cohesión comunitaria y territorial.
En ese relacionamiento cohesivo, las parteras y parturientas son un eje central, puesto que son ellas quienes representan esa reproducción de la vida. Las parteras y aprendices de partería son las lideresas transmisoras de la cultura del nacimiento, del parto. Por su parte, las parturientas son las que sustentan el valor de ese saber, permitiendo y solicitando a sus parteras que toquen su barriga, que les recomienden bebidas para fortalecer su vientre o para controlar algún dolor, solicitando consejos para la crianza. Todo esto revela un acto de confianza en el que parteras y parturientas son el equipo de trabajo central en el sostenimiento de la tradición de la partería. Por eso a las parteras tradicionales en este contexto las llaman mamá, no por los hijos que parió, sino por todos los hijos que ha recibido con sus manos en cada parto y ha visto y ayudado a crecer.
La partera es la mamá de cada uno de los niños que nace. Por eso, ellas tienen muchos niños y esos niños son hermanos; eso teje comunidad y esa es la creación de paz. “Y esos niños no pelean, no se matan, porque la sangre no se parte con un machete, son hermanos” (PT3, 2020).
En este relato vislumbramos un tipo de bienestar propio de la cosmovisión afropacífica y en la labor tradicional de la partera, que se asocia a esa construcción relacional de la comunidad como miembros de una misma familia y la familia como símbolo social donde prima un sentimiento de protección. Por eso, cuando uno de sus miembros nazca en la casa —en su territorio— y en familia, se potencia esa relación indisoluble entre familia, comunidad y territorio. Esto tiene una relación directa con la “creación de paz”, es decir, con un sentir de bienestar, respeto y tranquilidad, que se reproduce permanentemente de forma oral en el entorno de vida cuando ellas enseñan a todos, desde el nacimiento, que la comunidad es la misma familia y viceversa.
En ese contexto, hallamos que una de las formas más efectivas de reproducir la cohesión comunitaria es el nacimiento como suceso colectivo. Esto lo evidenciamos en la descripción que nos hicieron las parteras tradicionales de los partos que ellas atienden y de sus propios partos. Nos contaron que toda la comunidad se encuentra a la espera del naciente y, en ocasiones si la familia o la parturienta lo desean, puede haber músicas de marimba o tambores; las mujeres están arrullando e, incluso, hay bebidas y alimentos en la sala mientras la mujer está en su trabajo de parto en el cuarto. Estos elementos son más comunes en las áreas rurales; sin embargo, nos comentaron que puede extenderse a cualquier lugar donde vivan o migren las familias afrodescendientes del Pacífico colombiano.
Cuando tuve a mi hija, estaban dos hermanas de mi mamá, estaba una indígena que era vecina con el esposo, estaban todas mis hermanas, porque yo he sido muy querida por mi familia. […] mamá preparando el sancocho de gallina para que todos los que estaban allí comieran, era como una bendición. Y eso en la tradición de la gente negra es así, si hay velorio, hay comida, si nace alguien, hay comida, siempre así. (P5, 2020)
Como podemos apreciar, en el ritual de nacimiento, además de la guía de la partera tradicional y el acompañamiento de otras personas de la comunidad, la alimentación y la celebración resultan ser acciones muy importantes. Esas acciones son un símbolo de unión y de apoyo entre la comunidad y, a su vez, es como una estrategia de salud y bienestar, tanto para el cuerpo como para las emociones.
Posterior a esa celebración tradicional del nacimiento, generalmente, las familias y la partera tradicional suelen realizar un acto simbólico de vital importancia.
Algunas dividen la siembra de la placenta y la ombligada en dos rituales distintos, otras en su mayoría definen ambos procesos con el término ombligada. En el primer paso luego del parto, la partera siembra la placenta con su cordón umbilical debajo de una planta con poder medicinal o un árbol de grandes raíces—con la creencia de que conforme crezca el árbol, crecerá la salud del bebé— o la siembra cerca de la casa para que el bebé esté siempre cerca de la familia. De cualquier modo, es un ritual de unión a la tierra que lo vio nacer. La segunda parte es el ritual donde la partera usa elementos de la naturaleza (hay múltiples opciones) como oro, plantas medicinales, partes de animales sagaces, fuertes o con poderes (en partes pequeñas y delicadas o en polvo), las pone en contacto con el ombligo del recién nacido y lo rodean con una manta limpia o vendaje durante el tiempo que el resto del ombligo termina de desprenderse; así, el bebé se conecta con las características del elemento que le han elegido y obtiene habilidades o características similares para sí mismo en el trascurso de su vida (Losonczy, 1990; Arocha, 1990; PES, 2015). Esta acción simbólica es una clara representación de la relación que las personas afrodescendientes que nacen en casa construyen con el territorio. A esto, Esperanza Hernández (2009) le llama humanización del territorio, lo cual es un valor o principio endógeno de las comunidades afrodescendientes inherente a la construcción de paz. Una vez conciben a las plantas, la tierra y el mar como seres poderosos, que forman carácter y son portadores de valor, construyen motivaciones claras para la protección del mismo territorio. Es una acción cotidiana de corte político, que se encamina a la construcción de paz.
A partir de esto, encontramos que la partera tradicional se conecta con la comunidad por medio de la confianza, que interpretamos aquí como la fe y el respeto que hay hacia la matrona por su saber. Esto se convierte en una forma de legitimar su cúmulo de experiencias traídas de generaciones anteriores. De este, modo la comunidad afropacífica nos muestra que la confianza es un aspecto básico en la construcción de paz, al ser entregada a aquellas figuras que crean significados, reúnen a la comunidad y trabajan por su bienestar. Esto expone que confiar en las personas signifique la posibilidad de mantener la esperanza en contextos de múltiples violencias.
En este sentido, resulta fundamental el reconocimiento del Ministerio de Cultura (Resolución 1077 de 2017) a los saberes asociados a la partería tradicional afropacífica como parte del patrimonio inmaterial de la nación:
El parto asistido por medio de la partera tradicional funda y afirma el vínculo ancestral de las comunidades con el territorio, ya que este es concebido como un acto de confianza de carácter colectivo que, al contar con la participación de la familia y la comunidad inmediata de la madre y el recién nacido, afianza los lazos de solidaridad. (p. 5)
Prácticas de cuidado comunitario
En este proceso investigativo identificamos las prácticas de cuidado comunitario surgieron como categoría analítica emergente, ya que las leemos como eje central de todos los saberes y procesos aprendidos por las parteras tradicionales. Estas prácticas responden a la concepción del cuidado de las comunidades, que “implica el goce de la vida y la recuperación del territorio-cuerpo” (Cabnal, 2010 citado en Villalobos, 2019, p. 44). Si bien son varias las prácticas de cuidado, aquí queremos destacar dos aspectos puntuales relacionados con la dignificación de la vida y la muerte.
En primera instancia, podemos afirmar que el quehacer de las parteras tradicionales se opone a todas las violencias. Sin embargo, debido a que la partería se preocupa, en particular, del buen nacer, las parteras se manifiestan de forma puntual contra un tipo de violencia que afecte directamente a las mujeres, a su cultura y a la comunidad: la violencia obstétrica. Esta forma de violencia es un tipo de maltrato físico y emocional hacia las mujeres durante el proceso de embarazo y parto (Badillo, 2018), que se ha presentado de manera generalizada por parte del personal médico hospitalario en las instituciones de salud.
En este orden de ideas, las matronas afropacíficas, nos mostraron su oposicion a la violencia obstétrica, ya que ellas transmiten el respeto por el nacimiento y resaltan la importancia de promover el parto humanizado en todas las comunidades. En términos médicos el parto humanizado se refiere a los “cuidados especializados que permitan a la mujer tener un parto sin riesgo para ella y su hijo o hija” (Vesga, 2005, p. 106), mientras que desde la mirada de las parteras tradicionales “es un parto que respeta, atiende y acompaña las necesidades naturales, espirituales, emocionales y fisiológicas de la parturienta, como un acto íntimo a través del cual se gesta una profunda identificación de toda una comunidad con el territorio” (PES, 2015, p. 45).
La humanizacion del parto tiene que ver directamente con la comprensión del nacimiento como un todo complejo, que incluye el cuerpo, el alma, las creencias y sentires, y no como un simple acto mecánico de expulsión al mundo. Aquí retomamos un asunto fundamental inherente al parto humnaizado: el cuidado, que para Silena Villalobos (2019) es “una acción orientada a mantener y preservar la vida de otros, así como procurar su bienestar” (p. 55), y eso define precisamente el hacer de las parteras tradicionales, quienes sostienen su trabajo sobre el pilar del cuidado. Esto, lo soportamos en la idea que la partería tradicional “no es simplemente sacar el niño, es el cuidado general de todo” de la que hablan las parteras tradicionales y que se relaciona con las premisas de la construcción de paz desde el saber propio, procurar la protección de la vida de forma pacífica (Hernández, 2009, p. 181). Esto conecta con la cosmovisión de las parteras tradicionales, quienes se oponen a las violencias y posicionan a todas las vidas como dignas de respeto. Lo que ubica a estas mujeres como defensoras de la vida, de los derechos humanos y los derechos de las mujeres desde sus prácticas cotidianas (Samboní, 2014, pp. 26-32). Así, entonces, podemos sostener que las parteras tradicionales son agentes visibles de la construcción de paz desde abajo, en sus territorios y para beneficio de la sociedad.
En segunda instancia, precisamos destacar que, para las comunidades afropacíficas, aunque la muerte humana se concibe como una pérdida dolorosa, lo toman también como un proceso inherente a la vida. Por lo tanto, siempre amerita y solicita un ritual de despedida a los seres queridos que fallecen y en especial cuando son niños o niñas. A este ritual fúnebre lo llaman chigualo, “Chigualiar para las gentes del Litoral Pacífico es la serie de cantos y juegos que celebran la entrada al cielo del angelito; y a su vez, son formas de apoyar a la madre y al niño en su tránsito al paraíso” (Jaramillo, 2006, p. 292). Con dicha práctica las matronas refuerzan la creencia de que los niños y las niñas son seres cargados de inocencia, que al morir pueden regresar al cielo o a ese lugar divino, no humano, así nos lo contó una partera tradicional:
Cuando el niño nace muertico o muere después ya grandecito, se hace un chigualo. Se hace una rueda con cintas de colores que lo llevan otros niños del barrio. Se hacen las oraciones al niño Dios y se entrega al cielo, porque los niños son de Dios. (PT7, 2020)
De acuerdo con lo comentado por las parteras tradicionales, interpretamos que la práctica del chigualo tiene como finalidad intrínseca aportar esperanza de un mañana mejor, de un reencuentro posible que alivie el dolor; es una aproximación al cuidado emocional. Por lo tanto, el ritual de despedida en general y el chigualo en particular lo asociamos a un proceso comunitario para trasmitir tranquilidad y bienestar para el ser que deja el mundo humano, porque regresa a un lugar tranquilo donde no hay sufrimiento. En este ritual también se apoya las personas que sufren la pérdida, en tanto se refuerza la idea de que no pierden a un niño o niña, sino que ganan un ángel en el cielo. De tal manera, realizar el chigualo se convierte es una fiesta fúnebre con música, juegos y cantos que, por lo general, son organizados por las mujeres de la familia y liderados por la partera tradicional con la asistencia de toda la comunidad. Por esto, “tanto parir, como morir, son actos comunitarios en los territorios afropacíficos, dirigidos por las mujeres” (Lozano, 2016, p. 16).
En estos términos, el interés subyacente que identificamos en las mujeres y las parteras tradicionales por promover el bienestar comunitario —tanto de los vivos como de los muertos, del cuerpo y del alma— le otorga a la partería tradicional afropacífica un carácter ontológico que se manifiesta en una postura política, basada en el cuidado como fuente esencial de bienestar para sus comunidades. Y al tener en cuenta que el cuidado (emocional y corporal) es esencial para la permanencia de la especie humana, “aparece como diálogo y respuesta a esas imperfecciones y fragilidades humanas, es biológicamente radical y socialmente constituyente, es vertebral para el desarrollo humano y la paz” (Comins-Mingol y París-Albert, 2019, p. 15).
Resistir, el camino hacia la construcción de paz. Consideraciones finales
La partería tradicional expone como base los valores de solidaridad, de respeto por la naturaleza, y de unión comunitaria y familiar, mediante los cuales se promueve su propia protección y emiten el mensaje social del derecho a la diversidad en los saberes y las prácticas. Y, en esas formas diversas del quehacer, las parteras tradicionales del Pacífico han logrado que en Colombia se les reconozca y declare parte del patrimonio inmaterial, “condición que le abre nuevos escenarios al saber popular y concientiza al mundo sobre la posibilidad real de las epistemologías múltiples con conocimientos locales que nutren la diversidad cultural y son motor de arraigo y resistencia” (Aguirre, 2019, p. 8).
Así mismo, la práctica de la partería se expone como un entramado que engloba acciones para la construcción de la paz, donde se promueve la confluencia respetuosa entre culturas; y, en este caso concreto, en unos contextos marcados por dificultades, sociales, económicas y culturales que logran ser desafiados para el ejercicio de su labor en el Pacífico colombiano y especialmente en los municipios de Cali y Buenaventura.
Con su práctica ancestral, las parteras tradicionales se han organizado y buscan desarrollar diversas actividades que les permiten enaltecer su labor y relevar sus saberes —mediante varias estrategias endógenas— como herramientas principales para menguar la marginalización histórica. Así, entonces, esas prácticas son las plataformas a través de las cuales las comunidades se impulsan y crean estrategias para su propio bienestar y pervivencia de sus saberes y expresiones culturales. De esta manera que logran enfrentar las implicaciones de la violencia estructural a la que han sido sometidas por muchas décadas y, a pesar de esto o por esto mismo, representan el ejercicio de un poder transformador para la paz (Hernández, 2009). Por lo tanto, la partería tradicional es una forma de resistir (Lozano, 2016, p. 12) y una motivación en sí misma, que se materializa en el proceso de reivindicación del saber, del hacer y del vivir la partería.
Así las cosas, el llamado de las parteras tradicionales desde el hacer y la experiencia se orienta a promover la justicia social, que, como arista fundamental de la construcción de paz, también es imperfecta e inconclusa, y está constantemente en la búsqueda de una construcción social consciente que posibilite a todas las personas y todas las culturas participar como pares en la vida social (Fraser, 2008, p. 26). Esto implica una deconstrucción de las hegemonías sociales modernas y una comprensión del otro como diferente con derecho de ser y existir.
En ese sentido, se puede señalar que en el accionar de las parteras tradicionales afropacíficas existe un proceso de oposición a las desigualdades sociales, a las injusticias, a las violencias, donde dejan entrever que el objeto de su lucha cotidiana es vivir como han aprendido, defender y proyectar una vida saludable y digna. En otras palabras, buscan el reconocimiento de su particularidad como una forma de mitigar las violencias simbólicas y culturales, sin renunciar al derecho social de la justa redistribución de los recursos materiales y económicos, en miras de menguar las carencias materiales a las que han sido sometidas históricamente.
En este proceso de resistencia que lideran las mujeres a través de la partería, destacamos la memoria colectiva, el reconocimiento comunitario y las prácticas de cuidado como expresiones que concentran y potencian su conocimiento tradicional, para visibilizarse a sí mismas. Estas mujeres parteras y sabedoras de la cultura aportan a la paz en medio de carencias y convierten su propia casa en escenarios de protección, de salud y de confianza para las mujeres y las familias de su comunidad. Esto refleja las fuertes estructuras comunitarias que les fundamentan.
En correspondencia, la memoria colectiva, como estrategia de pervivencia, es fundamental para el autosostenimiento, porque trasmite el conocimiento a las siguientes generaciones y activa el ciclo de reproducción de la cultura. Es donde el saber y el recuerdo de una matrona se convierte en el aprendizaje de muchas parturientas y de muchas familias, de las cuales surgirán otras parteras tradicionales. De esta manera, la memoria de una se convierte paulatinamente en la memoria de todos, en una memoria colectiva que se traduce en una propuesta alternativa (Hernández, 2009) de vida, con la que cuestionan el orden social, la hegemonía del saber y las tendencias monoculturales para educar, para nacer y para vivir.
Ahora bien, la relación organizativa de las comunidades afropacíficas se centra en la familia y en la comunidad, transversalizados por el territorio, uno entendido como mezcla entre el entorno físico y los significados construidos sobre él. En este sentido, las parteras tradicionales y parturientas son el equipo de trabajo que articula los hijos e hijas al territorio y los vincula con la comunidad mediante un sentir de confianza, que hace las veces de un sentimiento de esperanza en medio de la violencia; todo lo que aquí hemos llamado reconocimiento comunitario. En este escenario, vincular a la comunidad y humanizar el territorio son acciones encaminadas a la construcción de paz, esa paz desde abajo hecha por la misma comunidad.
Es en este ámbito, el sentir de la confianza es la base de la relación comunitaria, donde parir y partear en casa es un acto de unión con infinidad de emociones, que en su trasfondo exponen acciones de respeto a la vida y afianzan la idea de comunidad. Allí, la partería es un acto que, en su conjunto, significa una actitud proactiva hacia la construcción de paz.
En relación con ese vínculo comunitario, encontramos prácticas de cuidado identificadas, en el trascurso del proceso investigativo, como centrales para las parteras tradicionales, de las cuales se apuntan dos prácticas propias de la partería tradicional que tienen que ver con la vida y con la muerte. Ambas prácticas tienen la función de cuidar la salud corporal y mental de las personas, de la comunidad y las familias. En esa medida son actos de cuidado comunitario que se traducen en acciones afirmativas en la construcción de paz. Esas prácticas definen el quehacer de las parteras tradicionales del Pacífico, quienes sostienen su trabajo sobre el pilar del cuidado general del todo.
De esta forma, entendemos que las parteras tradicionales afrodescendientes del Pacífico colombiano ejercen una labor crucial en la pervivencia de la cultura y fungen como agentes de paz en sus territorios. A través de sus acciones y sus palabras, las parteras tradicionales exponen cómo se sueñan una sociedad incluyente, una donde puedan ejercer su labor conforme sus tradiciones, sin que sean los saberes científicos occidentales los únicos posibles dentro del sistema de salud formal o dentro de las relaciones sociales, y sin que se estigmaticen sus creencias sobre la vida, la enfermedad y el cuerpo.
En ese sentido, en las prácticas y resistencia de las parteras tradicionales evidenciamos un proceso de oposición a las desigualdades sociales, a las injusticias, a las violencias, donde nos permiten entrever que el objeto de su lucha cotidiana es vivir como lo han aprendido, defender y proyectar una vida saludable y digna. En estas prácticas se genera autonomía, se promueve la reflexión social y las transformaciones que representan, precisamente, una iniciativa endógena que se potencializa hacia la construcción de paz, hacia el bienestar comunitario y social.
Finalmente cabe señalar que este estudio es un acercamiento que busca contribuir a los estudios existentes sobre partería tradicional afrodescendiente del Pacífico colombiano, y que retoma parte de los hallazgos existentes en el tema para relacionarlos directamente con la construcción de paz imperfecta y desde abajo. Esto con el interés de seguir indagando en esa dirección, de modo que conduzca a un mayor respeto por la diversidad cultural y por los procesos que fortalezcan la paz imperfecta y desde abajo.
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