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¿Variante lingüística o error de copista?1
Raïssa Kordic; Tania Avilés
Raïssa Kordic; Tania Avilés
¿Variante lingüística o error de copista?1
Linguistic Variation or Copyist Error?
Hipogrifo. Revista de literatura y cultura del Siglo de Oro, vol. 4, núm. 1, pp. 199-215, 2016
Instituto de Estudios Auriseculares
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Resumen: En el presente artículo, inscrito en el ámbito de la filología —de enfoque histórico y perspectiva lingüística— y la historia de la lengua española, discutimos la aceptabilidad de los ejemplos presentados como errores de copista en dos de los manuales más prestigiosos de la crítica textual española, a saber, el Manual de crítica textual (1983, 2001) de Alberto Blecua y La edición de textos (2011) de Miguel Ángel Pérez Priego (sobre Pérez Priego, ver las precisiones de Arellano en su reseña, 1997). El análisis de los casos y su documentación en diferentes fuentes —ediciones críticas y obras metalingüísticas—, nos permite concluir que varios de los errores así llamados en estos manuales constituyen en realidad variantes lingüísticas legítimas, históricamente documentadas, aunque de escaso testimonio algunas de ellas.

Palabras clave:FilologíaFilología,crítica textualcrítica textual,historia de la lengua españolahistoria de la lengua española,errores de copistaerrores de copista.

Abstract: This article, embedded in the field of Philology —with an historical approach and a linguistic viewpoint— and in the history of the Spanish language, discusses the acceptability of the examples presented as copyist errors in two of the most renowned manuals in Spanish textual criticism, namely, Manual de crítica textual (1983, 2001) by Alberto Blecua, and La edición de textos (2011) by Miguel Ángel Pérez Priego (for Pérez Priego, see Arellano’s observations in his review, 1997). The analysis of the cases and their documentation from different sources —critical editions and metalinguistic works— enables the conclusion that several of the socalled errors in these manuals are in fact legitimate, historically-documented linguistic variations, although some of them being scarcely testified.

Keywords: Philology, Textual Criticism, History of the Spanish Language, Copyist Errors.

Carátula del artículo

Artículos

¿Variante lingüística o error de copista?1

Linguistic Variation or Copyist Error?

Raïssa Kordic
Universidad de Chile, Chile
Tania Avilés
Universidad de Chile, Chile
Hipogrifo. Revista de literatura y cultura del Siglo de Oro, vol. 4, núm. 1, pp. 199-215, 2016
Instituto de Estudios Auriseculares

Recepción: 29 Enero 2016

Aprobación: 17 Febrero 2016

En homenaje al querido maestro Alberto Blecua
1. Planteamiento del problema

La conocida tipología de errores de copista establecida por Alberto Blecua2 es la primera integral de su tipo en lengua española y sienta una bases, hasta hoy irrefutadas, para lo que se reproducirá en otras obras similares o equivalentes (especialmente en Pérez Priego que reproduce de manera casi automática la estructura de la casuística3), y también para lo que se transmitirá como criterios de enseñanza del tema en las distintas escuelas filológicas de nuestra lengua, especialmente allí donde se enseña crítica textual.

Como el mismo Blecua lo declara, esta tipología de errores se basa en las categorías modificativas aristotélicas, aclarando en este pasaje que Kenney la remonta a Quintiliano, de quien la toman los humanistas (Oguletus en 1494 y anteriormente Valla): «en efecto, los humanistas no hicieron más que aplicar la clasificación de la Gramática y de la Retórica (los ‘vicios’ y ‘virtudes’). Pero Quintiliano no hacía a su vez más que trasladar a la Retórica las categorías modificativas aristotélicas»4.

De acuerdo con estas categorías, los cuatro tipos de errores posibles son: a) por adición (adiectio); b) por omisión (detractatio); c) por alteración del orden (transmutatio), y d) por sustitución (immutatio).

Antes de revisar y refutar la aceptabilidad de muchos de los ejemplos dados en este capítulo desde el punto de vista de la lengua histórica, recordaremos acá algunos detalles que hay que tener en cuenta, y que el autor deja en claro al introducir el tema: que la crítica textual trabaja solo sobre textos escritos, aunque su procedencia sea oral. También nos recuerda que los textos pueden ser de dos tipos: originales o copias: en el original alguien escribe directamente dictándose a sí mismo. Esta distinción afecta al proceso de los errores porque en el original no existen algunas de las operaciones que sí existen en el proceso de la copia. «Las operaciones del proceso de la copia son: a) el copista lee un fragmento; b) lo memoriza; c) se lo dicta a sí mismo; d) lo transcribe; e) vuelve al modelo. En el caso de un original «la operación a) no existe y la b) se conforma diferentemente»5. También distingue que en el caso de la copia al dictado se confunden fonemas y no grafemas (podrán con fundirse sibilantes de aspecto gráfico muy distinto pero similar articulación; pero no confundir, por ejemplo, una /s/ alta y una /f/, como ocurre habitualmente en las confusiones de copia del escrito —no dictada—.

Otras tipologías del error lo han clasificado antes en: a) visuales, b) mnemónicos, c) psicológicos, d) mecánicos. Por su parte, Roncaglia6, entendiendo que lo psicológico interviene siempre, los clasifica en: a) de lectura, b) de memorización, c) de dictado interior, d) de ejecución manual, «tipos que se corresponden con las cuatro operaciones del proceso de la copia». Otras clasificaciones anteriores, no mencionadas ni analizadas acá, son citadas para cerrar el tema.

Blecua inicia la descripción detallada y ejemplificada de los cuatro tipos genera- les de errores, aclarando antes que se referirá específicamente a los errores propios de la copia, «errores accidentales cometidos por un copista de forma inconsciente», diferenciándolos de aquellos cambios que se originan por «la intervención voluntaria del copista que, con plena conciencia, altera el texto»7. Se aclara, en este paso, que muchas veces resulta imposible diferenciar cuándo se trata de intervención voluntaria o de error accidental, como en el caso de inversiones y sustituciones, esto especialmente en textos transmitidos en un solo testimonio. Sin embargo, lo que Blecua no considera es que detrás de estos errores «inconscientes» puede estar interviniendo el conocimiento lingüístico subyacente propio del escriba.

Lo que a través de esta exposición queremos demostrar es que muchos rasgos legítimos de lengua son confundidos y tratados como errores de escritura en la crítica textual, por desconocimiento de su testimonio histórico. En nuestra opinión, la edición crítica de un discurso de época, que incluya como parte fundamental de su metodología el abordamiento de los problemas de lengua, le permitirá al editor evaluar si se encuentra frente a un mero error de escritura, tal como aquellos que bien ha descrito Blecua, o más bien a un fenómeno lingüístico históricamente documentado. Dicho en otras palabras, dado que la filología es un conocimiento integral, estar en posesión del conocimiento de la lengua presente en una manuscrito de época es fundamental para identificar aquellos casos que constituyen rasgos lingüísticos genuinos y aquellos que solo son errores. De no poseer este conocimiento, el editor podría estar ocultando o eliminando variantes propias de la lengua histórica en juego y con ello adulterando el testimonio.

Dejamos muy en claro que la base testimonial de nuestras fuentes son exclusivamente obras manuscritas autógrafas y de un solo testimonio.

Hace unos años atrás hicimos notar esta cuestión, a propósito de la edición crítica del Epistolario de Sor Dolores Peña y Lillo:

La presencia reiterada de estos fenómenos en el plano fónico, plantea el difícil asunto de definir si una determinada ocurrencia es error de copista o fenómeno fónico legítimo.

Los mecanismos de producción de estos fenómenos no están únicamente vinculados a la atracción del contexto gráfico o fónico, en el proceso de autodictado, sino que también interviene el conocimiento lingüístico subyacente propio del escriba, que podrá introducir, por ejemplo, una nasal epentética porque está efectivamente en su repertorio idiomático. En ocasiones resulta sencillamente im- posible llegar a precisar de manera exacta y cierta si se trata de un mero error de copia o de un fenómeno de naturaleza más compleja: en un caso del Epistolario como motimos por motivos se aprecia atracción evidente del contexto gráfico y optamos por enmendar dejando constancia de la forma de la voz, pero en otros varios casos en que no se constata atracción gráfica contextual, hemos optado por conservar las formas con truques de bilabiales, ya que coresponden a una confusión histórica primaria, presente en esta autora: movibientos por movimientos, desmanesió por desvaneció, etc. [...]

Insistimos, entonces, en que estas formas que constatamos en los manuscritos muchas veces no son resultado de una causa única (digamos, químicamente pura), sino que de la convergencia de varias, singulares y complementarias, tal como lo es la naturaleza del proceso humano que las origina, es decir, puede haberse producido un efectivo trueque de bilabiales, pero por atracción de fonemas contiguos en el proceso de autodictado8.

Autores como Moure9y Sánchez-Prieto Borja (1996, 1998, 2006, 2010)10 han rozado este asunto en sus respectivos trabajos, sin embargo, ninguno de ellos ha explicitado esta problemática desde la perspectiva en que la desarrollamos en este estudio.

Para Moure, el «error» es útil a los historiadores de la lengua pues les permite aproximarse al habla real de un determinado período o a los filólogos para establecer la filiación de testimonios de una obra literaria. A partir de sus dichos, podemos entender que el error, en tanto herramienta metodológica valiosa, es útil para tal cual o cual disciplina en consideración de sus objetivos específicos, las cuales parecieran que no fueran mutuamente dependientes a la hora de establecer críticamente un texto de época. Desde una u otra perspectiva metodológica, Moure define al error: para los historiadores de la lengua, el error se define «como un desvío de la norma lingüística previamente plasmada en una gramática prescriptiva y una ortografía»11, mientras que para la ecdótica, enmarcada en la escuela fundada por Karl Lachmann, son «condición necesaria para la filiación de los testimonios que integran las tradiciones que se propone editar»12. Cabe señalar que los tipos de errores que Moure reconoce para este último propósito son los establecidos en el manual de Blecua, y no se explaya en cómo esta tipología podría ser útil para el conocimiento de la lengua histórica. Vemos además que no se distinguen errores reales de variantes lingüísticas legítimas.

Por su parte, Sánchez-Prieto Borja13 considera que la sustancia del texto y su forma lingüística están implicadas en el método de la crítica textual. En su propuesta de clasificación de los testimonios de una obra literaria, el autor considera conveniente separar lo intrínsecamente textual –variantes que permitan establecer la filiación entre los testimonios– y lo lingüístico en el proceso de transmisión. Para esto distingue entre variantes textuales vs. variantes de lengua, por un lado, y variantes de lengua vs. variantes gráficas, por otro14. Sin duda, el reconocimiento de las variantes lingüísticas en los textos medievales es un aporte valiosísimo de esta propuesta práctica, puesto que el autor les reconoce un estatus diferente respecto de los errores o variantes textuales, lo cual exige al editor ser cauteloso a la hora de establecer enmiendas en aquellas variantes en que existe una realidad idiomática implicada. A pesar de dicha innovación, en el caso de las variantes textuales, el autor simplemente repite la tipología establecida por Blecua y no dilucida el problema de la confusión de variantes de lengua con otras variantes o errores.

En definitiva, Sánchez-Prieto Borja propone el examen de la relación entre historia de la lengua y la crítica textual como marco para discernir entre la configuración textual genuina de una obra y las modificaciones a las que daba lugar la transmisión15. Para aquel objetivo es que resulta fundamental en su propuesta separar las variantes lingüísticas de las textuales, puesto que las primeras no son útiles a este propósito. Si bien se trata de un planteamiento que considera el conocimiento lingüístico en el método de la edición crítica, este se encuentra subordinado a un propósito estrictamente textual, que es el de determinar la filiación de los testimonios de una obra literaria para la reconstrucción del original. En palabras del autor:

En realidad, sólo la perspectiva metodológica de intentar reconstruir el texto genuino obliga a separar los errores textuales de las variantes de lengua, pues sólo las primeras podrán, en principio, ser objeto de elección en caso de divergencia entre dos o más testimonios o de enmienda en caso de error de todos ellos. La frontera entre lo textual y lo lingüístico marcaría así el límite de la intervención crítica del editor16.

Para cerrar el estado de la cuestión en torno a esta problemática, no podemos dejar de mencionar a Pérez Priego, quien basándose en la propuesta de Sánchez- Prieto Borja, señala: «Ciertamente, una de las tareas del editor del texto es deslindar lo textual de lo lingüístico, las variantes textuales de las lingüísticas, estando advertido de que muchas de las habitualmente consideradas como textuales y adiáforas son en realidad variantes de lengua»17.

Pérez Priego solo esboza lejanamente y sin datos concretos el núcleo del asunto. En este contexto, a continuación, discutiremos cómo la conjunción de las disciplinas de la historia de la lengua española y la crítica textual en el proceso de edición de un texto de época, en nuestra opinión, nos permite acceder a un mejor conocimiento de la lengua histórica española, tanto en la península como en su evolución americana. En efecto, muchos de los errores identificados por la crítica textual constituyen, a nuestro modo de ver, información lingüística histórica relevante para el proceso de reconstrucción de la variedad histórica del español vernáculo, lo cual demostraremos con suficientes datos obtenidos de fuentes históricas confiables. Dicha concepción del error nos permite advertir y enseñar a los editores actuales de las escuelas filológicas literarias sobre los fenómenos vulgares y coloquiales, que por su legitimidad histórica no deben ser confundidos ni corregidos como errores, sino que respetados; esto es especialmente importante para aquellas ediciones que explícitamente manifiestan la intención de no modernizar y de conservar las características de lengua originales de las obras.

Consideramos la relevancia que para nuestro propósito poseen los manuscritos de testimonio único producidos por sujetos con bajos niveles de formalización educativa, en zonas coloniales marginales o semimarginales de América18, donde la imprenta llegó tardíamente, como es el caso de Chile. La documentación producida en zonas en que se configuró una tradición casi exclusivamente manuscrita y de un solo testimonio, además de no presentar problemas como los de la intervención de impresores, deturpación de los testimonios o contaminación textual entre ediciones o ejemplares, nos permite considerar a estos documentos como fuentes lingüísticas históricas confiables19. La problemática que acá señalamos de la crítica textual hispánica, de perfil no lingüístico, radica en que el poco conocimiento del español histórico, su escasa documentación en gramáticas o registros léxicos, y el tener que enfrentar testimonios adulterados por copistas y/o impresores, conlleva la confusión de rasgos lingüísticos originales con errores de escritura, según veremos en la siguiente sección.

2. Tipología de errores de copista y fenómenos de lengua histórica

En su Manual de crítica textual, Blecua explica y ejemplifica los cuatro tipos de errores de copista en base al análisis de tres manuscritos (S, G y T) del Libro de Buen Amor. El autor los define de la siguiente manera20:

  • Por adición (adiectio): «un copista repite una letra, una sílaba, una palabra o una o más frases. Esto último sucede en pasajes repetitivos en los que la cercanía de frases iguales o muy similares favorece el error»21.

  • Por omisión (detractatio): «el copista omite una letra, sílaba, palabra o frase de extensión variable, cuando el elemento siguiente comienza o termina de forma igual o muy semejante».

  • Por alteración del orden (transmutatio): «Es frecuente que dos elementos habitualmente contiguos —letras, sílabas, palabras o frases— inviertan su orden».

  • Por sustitución (immutatio): «Por causas distintas —desde el desconocimiento de la lengua o de la grafía hasta una mala iluminación— el copista confunde unos grafemas por otros y lee una palabra distinta de la del modelo».

En lo que sigue presentamos los casos que Blecua ofrece en su manual como típicos errores de copista y, asimismo, agregamos según corresponda los ejemplos que aporta Pérez Priego, tomados de diversas obras canónicas de la literatura española (ms. del Cantar de Mio Cid, Celestina, Serranillas, etc.). En consideración de nuestro objetivo, según cada caso, identificamos fenómenos lingüísticos pertenecientes a la lengua histórica española que, en nuestra opinión, son análogos a los llamados errores de copista. Para esto, revisamos la edición crítica del Epistolario de Sor Dolores Peña y Lillo22, considerada hoy en día como la fuente conocida más rica en fenómenos lingüísticos vernáculos del español colonial de la zona central de Chile (s. XVIII) y la edición lingüística de un corpus epistolar producido por obreros del salitre chileno y sus familiares en el Norte Grande y la zona centro sur de Chile (s. XIX y principios del s. XX), también muy valioso por la fenomenología lingüística vulgar del español de Chile que allí se observa23.
















3. Discusión

Todos los rasgos lingüísticos que hemos presentado como análogos a la tipología de errores que establece Blecua corresponden a variantes lingüísticas históricas absolutamente genuinas, pero algunas de ellas poco conocidas por su escasa documentación en obras metalingüísticas, como gramáticas o diccionarios históricos. Lo anterior conlleva que estas sean entendidas como errores por quienes están a cargo de editar textos de época en escuelas esencialmente literarias.

El concepto de «error», entonces, debe ser relativizado y aplicado dependiendo de los factores que ya hicimos ver en el Epistolario y que acá destacamos:

  1. 1. En textos hispanoamericanos marginales (y de autores de cultura escasamente formalizada) abundan fenómenos que en los textos peninsulares o de zonas centrales americanas están casi ausentes, dada su mayor y más prolongada exposición a las innovaciones lingüísticas y a la cultura formal.
  2. 2. La presencia reiterada de estos fenómenos en el plano fónico, plantea el difícil asunto de definir si una determinada ocurrencia es error de copista o fenómeno lingüístico legítimo. Los mecanismos de producción de estos fenómenos no están únicamente vinculados a la atracción del contexto gráfico o fónico en el proceso de autodictado, sino que también interviene el conocimiento lingüístico subyacente propio del escriba, que podrá introducir, por ejemplo, una nasal epentética porque está efectivamente en su repertorio idiomático. En ocasiones resulta sencillamente imposible llegar a precisar de manera exacta y cierta si se trata de un mero error de copia o de un fenómeno de naturaleza más compleja (error inducido por contexto gráfico y además por el sustrato lingüístico del escriba).
  3. 3. Para intentar pronunciarse sobre tal asunto en un texto, deberá en primer lugar estudiarse el comportamiento grafemático del escriba. Por ejemplo, en Epistolario se omiten con regularidad sílabas o grafías de final de palabra, especialmente en el término de la línea y caja de escritura, y algunas veces también en el centro de la misma: un texto como este no serviría para testimoniar fidedignamente el fenómeno del apócope, dado que casi toda ocurrencia de omisión se torna sospechosa.
  4. 4. De esta forma, hay que estudiar y tener presentes todos los hábitos del escriba, para no hacer interpretaciones erráticas y atribuir valores significativos a rasgos que no los tienen y viceversa.
  5. 5. Otro criterio básico que debe tenerse en cuenta es el de la zona de producción de los textos: habrá, como se ha dicho, mayor presencia de fenómenos fónicos (pero no por ello de errores) en un texto como nuestro Epistolario, que en un texto producido por autores de cultura más escolar o académica.
  6. 6. Deben tenerse en cuenta los antecedentes precisos aportados por la Lingüística histórica: tendrán mayor posibilidad de ocurrencia aquellos fenómenos panhispánicos (incluso a veces románicos). Si hay fenómenos catalogados de dialectales, se debe observar la correspondencia entre lugar de producción del texto, origen del autor (no siempre coincidente con el del escriba), y atribución geográfica del fenómeno.

Algunas de las variantes apuntadas en la anterior sección enumerativa y comparativa de los errores son características muy concocidas del español meridional, tal es el caso de la elisión de /d/ intervocálica y la pérdida de /s/ implosiva, que se encuentran hoy en día ampliamente documentadas25. Con amplio testimonio también cuenta la /s/ implosiva ultracorrecta, que es consecuencia de la aspiración o pérdida de la /s/ implosiva, siendo esta igualmente un rasgo característico del español meridional26. Destacamos entre nuestros testimonios aquellos que en el discurso de Sor Dolores Peña y Lillo (Epistolario) tienen lugar al interior de palabra, puesto que son los menos observados en comparación con la /s/ ultracorrecta en posición final de palabra27. Se suman a estos, la inserción de la /s/ implosiva ultra- correcta en formas invariables, como ocurre en una forma documentada en cartas de obreros del salitre chileno.

Sin embargo, fenómenos como la monoptongación analógica o la disimilación eliminatoria poseen escaso testimonio, lo que contribuye a su confusión con errores. Tras un rastreo en diversos manuales de gramática histórica, constatamos que la monoptongación analógica se documenta desde el latín vulgar28. Su escasa presencia en fuentes lingüísticas históricas hace que este rasgo de la lengua vulgar posea menciones marginales en este tipo de manuales. Asimismo, este fue evaluado por Oroz como un fenómeno ocasional de Chile, así «como de otros países»29. Lo mismo ocurre con las disimilaciones eliminatorias, de las cuales encontramos mención en Menéndez Pidal30 y en Oroz31.

Idéntica situación es la de las diptongaciones analógicas, que se documentan sistemáticamente en el «Epistolario de Sor Dolores Peña y Lillo»: disimuele, sueñolento, inosiensia, diferiensia .Epistolario, n. 310 y n. 733), y en una carta del Norte Grande de Chile, jardien por jardín .Avilés, carta 258). El ejemplo presentado por Pérez Priego como un caso de error por adición, ‘yo ju.ro por Sant’ Ana’ [por juro] puede considerarse como un caso de diptongación analógica, si tenemos en cuenta las documentaciones que anteriormente presentamos, además de otros datos que encontramos en la bibliografía especializada32.

También son refutables los ejemplos de error por adición entregados por Blecua en su Manual: Sorberuia por Soberbia se debe, al menos, evaluar como una posible epéntesis de líquida (y cruce con voces morfológicamente parónimas como sorber, o confusión de prefijos) en consideración, además, de los ejemplos entregados, que se documentan en las cartas del Norte Grande de Chile: credras por quedrás .Avilés, carta 149) y sarludartepor saludarte .Avilés, carta 483), además de las documentaciones entregadas por Menéndez Pidal33. Quisiéramos ser enfáticas en recordar lo que anteriormente hemos señalado, y es que en estos casos no solo puede estar operando una única causa: pueden en alguna medida estar en juego cuestiones vinculadas al conocimiento idiomático del escriba, como también otros factores textuales. Se suma a este ejemplo de error por adición el de piereden, el cual puede corresponder a la conocida epéntesis vocálica documentada en la lengua española desde antiguo34.

Lo mismo ocurre con los ejemplos de error por transmutación entregados tanto por Blecua como por Pérez Priego en sus respectivos manuales: dellogava por degollava puede considerarse una metátesis recíproca de consonantes, lo mismo risoñas por riñosas. De una metátesis simple puede tratarse el caso de ‘traía saya apertada [por apretada]’ y ‘arméle tal guardamaña’ [por guadramaña]. Según Menéndez Pidal, una líquida sola puede cambiar de lugar en la palabra en virtud de la inconsistencia movediza de estas consonantes, o de la dificultad que causa su contacto con otra letra vecina, siendo la /r/ la más insegura de todas35.

Quisiéramos detenernos especialmente en el caso de las nasales. Como se ha observado en la documentación previamente entregada, son variados los casos documentados de epéntesis nasal. Ya Menéndez Pidal la consignaba en el latín vulgar36 y sus testimonios en América y Chile son muchos, incluso hasta el día de hoy37. Como un evidente caso de epéntesis de nasal puede considerarse el ejemplo de error por adición que Blecua presenta: contenciópor conteció en su manual. En este contexto, comentamos de manera anecdótica que tras una revisión de los métodos utilizados por variadas ediciones críticas, encontramos una interesante edición titulada «Antología castellana» de Zubillaga38. La editora señala en su prólogo: «elimino las tildes ociosas como en el caso de múcho… corrijo solo los errores evidentes de copista»39. Un caso como este es especialmente útil para nuestro propósito, puesto que múchoen su forma antigua, testimoniada en fuentes chilenas como la Crónica de Vivar, corresponde precisamente a la variante epentética muncho. La tilde considerada «ociosa» por nuestra editora indica la nasal, que se representaba en los manuscritos y algunos impresos antiguos por puntos, vírgulas o tildes sobre las vocales.

No obstante lo anterior, debemos relativizar nuestros dichos, puesto que, como ya hemos señalado anteriormente, en algunas situaciones es prácticamente imposible precisar de manera exacta y cierta si se trata de un mero error de copista —por ejemplo por influjo del contexto gráfico— o de un fenómeno de naturaleza más compleja, como un comportamiento de sustrato lingüístico del escriba inducido por el mismo contexto gráfico. Ponemos el caso de las elisiones de nasales en posición implosiva, que observamos en el «Epistolario de Sor Dolores Peña y Lillo» y en distintas cartas de obreros del Norte Grande de Chile. En el Epistolario se observa metiras por mentiras (p. 349), sacrameto por sacramento (p. 648), etra por entra (p. 470), redudar por redundar (p. 224), disiedo por disiendo (p. 252), grade por grande (p. 299) y mada por manda (p. 161). En las cartas del Norte Grande de Chile, secuentre por se encuentre (carta 132), veitiuno por veintiuno (carta 641), setavospor centavos (carta 525), asuto por asunto (carta 571), tedra por tendra (carta 571), cuado por cuando (carta 648) y nuca por nunca (322). Ponemos especial atención a esta última forma, la cual documenta Frago en unas décimas de la insurgencia colombiana en América a principios del siglo XIX. Para el autor se trata de una forma sin fundamento en la realidad lingüística, puesto que:

La elisión de /-n/ implosiva es anómala en español seguida de velar oclusiva, con mayor razón en las ocasiones en que otra nasal le precede, como es el caso, pues cuando una voz tiene tal comienzo la tendencia es justamente a la epéntesis de otra /-n/ en varias hablas españolas, sobre todo en las andaluzas (muncho ‘mucho’), siendo corrientes en el medio rural aragonés y en hablas de la Navarra ribereña nunca y desnuncar por nuca y desnucar, contrariamente a lo que en esta composición se verifica40.

Aun cuando en los casos presentados anteriormente no siempre la nasal se encuentra en contexto de velar oclusiva, no hemos podido documentar este comportamiento de elisión en ninguna fuente lingüística ni metalingüística consultada por nosotros, en niguno de aquellos contextos. Esta situación nos lleva a cuestionar, en primera instancia, la referida tendencia histórica de la lengua española. Por lo tanto, en ambas ediciones fueron corregidas estas formas, restituyendo las nasales en los contextos en los cuales se esperaban. De todas maneras, en ambas ediciones se dejó constancia de dichas enmiendas por medio de nota al pie, para que aquellas formas puedan ser consideradas críticamente en un futuro a la luz de nuevas documentaciones.

4. conclusiones

Lo que hemos querido demostrar en este trabajo es que los conocidos errores de copista, herramienta metodológica fundamental de la crítica textual española, en verdad no siempre son tales: en muchas ocasiones corresponden a fenómenos lingüísticos vulgares, absolutamente legítimos e históricamente reconocidos, si bien de baja ocurrencia o escaso testimonio algunos de ellos.

Debemos señalar que una de las limitaciones de nuestros datos radica en que más del 90% de las ediciones críticas filológicas realizadas hoy en día, no explicitan de manera detallada las correcciones realizadas, sino que se limitan a decir que hicieron limpieza de «claros errores» sin dar el detalle de los mismos. Esta situación es, por lo menos preocupante, puesto que sin estas constataciones no es posible evaluar la posibilidad de que esta limpieza de errores haya echado mano sobre fenómenos de lengua genuinos y propios de la forma lingüística de un texto de época. La gran mayoría de los editores críticos no ejemplifica sus enmiendas o correcciones, justificando de manera muy ambigua en el prólogo que se corrigen los «errores evidentes». Muy escasas son las ediciones que sí dejan testimonio o al menos algún ejemplo, como lo es el caso de «Antología castellana» de Carina Zubillaga, que comentamos en la discusión.

La situación anterior es consecuencia de que el Manual de crítica Textual de Alberto Blecua sigue siendo el origen de los demás manuales en materia de tipología de errores, tal como es el caso del de Pérez Priego. Lucía en su trabajo «Manuales de crítica textual: las líneas maestras de la ecdótica española» es enfático en seña- lar que «hoy en día el manual de Blecua [...] sigue siendo una de las herramientas más útiles, una de las fundamentales para todo aquel que se disponga a conocer los rudimentos, la metodología y las fases de la crítica textual»41. De manera re- veladora agrega Miguel Ángel González que el manual de Pérez Priego, «aun careciendo de originalidad, posee una utilidad manifiesta: tiene el carácter de texto propedéutico y escolar que debe leerse como introducción al más complejo trabajo de Blecua»42. Estos dichos reafirman nuestra postura, la cual apunta a que el origen de la problemática presentada radica en la enseñanza de la tipología de errores establecida por Blecua en su manual. A partir de dicha obra es transmitida y heredada entre las escuelas dedicadas a la edición de textos de época.

Sin embargo, no podemos dejar de reconocer que la obra Cómo editar los textos medievales de Sánchez-Prieto Borja ha resultado fundamental para rastrear los criterios actualmente aplicados: en esta obra sí se hace referencia, por primera vez en este tipo de manual, a la existencia de variantes lingüísticas de manera diferenciada de los errores de copista (donde se repite, básicamente, la misma casuística y estructura que en Pérez Priego y en Blecua), pero no se señala lo fundamental: el hecho de que se confunden ambos permanentemente.

Una de las conclusiones de interés científico que podemos sacar con esta revisión general, es que la escuela que inició la Filología en lengua española: la de Menéndez Pidal y Américo Castro, por el hecho de estar centrada en historia de la lengua, sus editores no cometían este tipo de error y prácticamente no realizaron enmiendas en sus ediciones. La confusión científica y encubrimiento de las variantes lingüísticas se inicia, de facto, con la publicación del Manual de crítica textual y se reafirma con las publicaciones de Pérez Priego y otros.

Material suplementario
Bibliografía
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Notas
Notas
1. El presente trabajo se enmarca en el Proyecto Fondecyt 1120089 dirigido por Raïssa Kordić Riquelme, Universidad de Chile. 2. Blecua, 2001, pp. 17-30. No citamos aquí la última edición del año 2009, pues la introducción al problema de la primera parte, «Teoría-Práctica», es idéntica a la de la edición del 2001. 3. Pérez Priego, 2011, pp. 54-76.
2 Blecua, 2001, pp. 17-30. No citamos aquí la última edición del año 2009, pues la introducción al problema de la primera parte, «Teoría-Práctica», es idéntica a la de la edición del 2001.
3 Pérez Priego, 2011, pp. 54-76.
4. Blecua, 2001, pp. 19-20, n. 7.
5. Blecua, 2001, pp. 17-18.
6. Cit. en Blecua, 2001, p. 20, n. 7.
7. Blecua, 2001, p. 20.
10. El autor hace su propuesta por primera vez en Sánchez-Prieto Borja, 1996. Profundiza en este asunto en Sánchez-Prieto Borja, 1998, 2006, y posteriormente, 2010.
18 De Granda, 1994, pp. 75-77 y ss.
20 Nos interesan especialmente los errores cometidos en el nivel del fonema, según veremos más adelante en la discusión de cada uno de estos ejemplos.
21 Blecua, 2001, pp. 20-25.
22 Kordic, 2008. En la presentación de los datos, citamos esta fuente como Epistolario e indicamos la nota en la cual se comenta el fenómeno en cuestión.
23 Avilés, 2014. En la presentación de los datos citamos esta fuente como Avilés e indicamos el número de la carta editada, en la cual aparece el fenómeno lingüístico comentado, transcrito paleográficamente y sin incorporación de tildes
26 Ver Frago, 1987 y 1996.
27 Ver Frago, 1987.
28 Ver Lloyd, 1993, p. 505, y Menéndez Pidal, 1982, pp. 51-57 y 61-62.
29 Oroz, 1966, p. 65.
31 Oroz, 1966, p. 158.
32 Ver Frago, 2011, p. 336, y Oroz, 1966, p. 89 y pp. 312-313
33 Ménéndez Pidal, 1982, pp. 189-190.
34 Ver Menéndez Pidal, 1982, pp. 153-156; Oroz, 1966, p. 174, y Frago, 1993.
37 Ver Fuentes, pp. 51-55. Debemos hacer la salvedad de que varios de ellos pueden también deberse a un influjo analógico de las palabras que inician con el prefijo -in; ver Echeverría y Reyes, 1900, p. 51; Suárez, 1984, p. 221; Frago, 1999, p. 287 y Oroz, 1966, p. 156.
39 Zubillaga, 2008, pp. 4-5.
40 Frago, 2011, pp. 327-348.
41 Lucía, 1998, p. 120.
42 González, 1998, p. 236.















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