Reseñas
Reseña de Alessandro Martinengo, Al margen de Quevedo. Paisajes naturales. Paisajes textuales, New York, IDEA, 2015, 158 pp. ISBN: 978-1-938795-10-7
Recepción: 22 Enero 2016
Aprobación: 04 Febrero 2016
Este importante volumen quevediano del reputado hispanista Alessandro Martinengo ofrece una relevante colección de ensayos de admirable erudición, contribuyendo a cimentar el alto nivel que desde su aparición está consiguiendo la colección Batihoja.
Bien conocido por sus estudios, Martinengo aborda en estos trabajos una serie de temas entre los que destaca la presencia de Italia en Quevedo y las relaciones del poeta con el papa Urbano VIII.
Como pórtico introductorio ofrece Martinengo un examen de los tratos de Quevedo con el poder y los aristócratas con los que mantuvo en ocasiones conflictos o a los que apoyó en otros momentos («Quevedo fra Lerma, Osuna e Olivares», pp. 13-32). Se analiza en estas páginas la canción pindárica, encomiástica, que en la Musa Clío del Parnaso español se dedica a Lerma, «elogio al duque de Lerma, don Francisco, cuando vivía valido feliz de el señor rey don Filipe III. Canción pindárica», poema en el que se mezclan perspectivas políticas y morales, que estudia Martinengo con inteligentes referencias a elementos iconográficos y mitológicos, situando el poema en sus circunstancias históricas. Otros asuntos que trata el estudioso en este capítulo son las actividades en Sicilia, al servicio del Duque de Osuna, viajes diplomáticos, varias referencias en poemas diversos de Quevedo, la actitud del poeta hacia la figura del rey francés Enrique IV, que compara con la de otros escritores auriseculares, describiendo una interesante red de escritos que relacionan los textos de Quevedo con los de Pierre Matthieu, y las traducciones que hacen del francés Pedro van der Hammen o Juan Pablo Mártir Rizo, etc.
La primera parte («Paisajes y reminiscencias de Italia en Quevedo») incluye cinco capítulos, todos ellos densos de información, dominio humanista de la materia y relevancia para los interesados en este tema.
En el primero, dedicado a los volcanes mitológicos, se repasan las funciones poéticas de los grandes vocanes italianos que impresionaron a los coetáneos de Quevedo: Vesubio y Etna, con toda la carga de simbología, leyendas y mitos relacionados, que en ocasiones sirven a don Francisco para exponer cuestiones políticas y militares: así, por ejemplo, el mito de los gigantes rebeldes contra los dioses, que ejemplifican las rebeliones contra el «potere quasi sacrale della Spagna» (p. 38), que desarrolla en el soneto «Escondido debajo de tu armada», y otros textos.
En «Los paisajes italianos de Quevedo (Un conceptista de viaje)», revisa textos fundamentales como Lince de Italia, donde Quevedo (por vista de ojos o por referencias) evoca lugares como Génova, Saona, Roma, jardines, grutas, la plaza del Capitolio romana, volcanes y fuentes… Destacaré el comentario del famoso poema «Buscas a Roma en Roma, oh peregrino» y la silva «Roma antigua y moderna». Apunta Martinengo, como conclusión que podemos afirmar que en la percepción quevediana de lo real, en nuestro caso del paisaje (sea este natural o urbano), siempre antecede un acto (o un estímulo) de tipo intelectual, que lleva al poeta a descubrir, en ciertos casos, una paradoja o una antinomia, implícita o explícita, inherente al objeto de su contemplación (es el caso de Génova o Segnia), en otros, a superponer a lo que ve, gracias a procedimientos analógicos, ora un símil, ora una serie de agudezas (es el caso del Tíber o de los volcanes); o, finalmente, a suscitar en su mente unas reminiscencias librescas (de origen clásico-mitológico las más veces; o, en un solo caso, que yo sepa, el de las fuentes sicilianas, de tipo científico-naturalista). Del chispazo intelectual, surgido a través del objeto, puede originarse una expansión expresiva, casi diría una licencia descriptiva, breve y a veces brevísima, una fulguración, encerrada en el giro de muy pocas palabras, siempre cuidadosamente sopesadas. (pp. 63-64)
Precisamente a las fuentes sicilianas se dedica el siguiente capítulo (pp. 65-72), donde considera el soneto «Hay en Sicilia una famosa fuente», del que ofrece un atinado comentario. «La carta a Luis XIII y el santo clavo de la catedral de Milán» (pp. 73-84) es un buen ejemplo del dominio que muestra Martinengo de todo un complejo de textos que forman una red de perspectivas y reescrituras de episodios que atrajeron la atención de Quevedo, en este caso el asalto de Tirlemont por parte de las tropas hugonotas bajo el mando del mariscal Châtillon, episodio relatado en muchas fuentes de la época, algunas de las cuales recogen las profanaciones de las hostias consagradas entregadas a los caballos. El mismo Quevedo escribe:
La caballería francesa, aclamada hasta hoy por noble y valiente, hoy queda condenada por sacrílega; los caballos, comulgados; descomulgados, los caballeros. Escogió la divina permisión por más decente la brutalidad irracional de las bestias que la asquerosa garganta y pecho inmundo, con pecados inormes de aquellos herejes. Quien [Cristo] con sus manos se dio en el propio sacramento a Judas (así lo sienten muchos Padres) no extrañará que aquel Judas Xatillon le diese a los caballos... (Carta a Luis XIII).
A partir del motivo comenta Martinengo los valores simbólicos del caballo y la constelación de imágenes alrededor de este símbolo. Destaca entre ellas el motivo del santo clavo de la catedral de Milán, cuyas vicisitudes e historia glosa con lujo de detalles el erudito. «Felipa de Catánea: la novela ejemplar que Quevedo no escribió» (pp. 85-100) es una indagación en la historia y leyenda de este personaje que llegó a ser aya de reinas y princesas en la corte napolitana del siglo XIV, y cuya vida escribió Pierre Matthieu y tradujo Juan Pablo Mártir Rizo, traducción a la que puso Quevedo un prólogo. Al parecer Quevedo pensó en escribir él mismo otra historia de Felipa de Catania, («Escribiré la historia de Felipa de Catánea con toda certeza y diligencia», ¶ 7v), aguardando, sigue diciendo, «que sea vulgar la que contradigo», es decir que el público español esté en condición de apreciar las rectificaciones que él mismo piensa aportar. En todo caso, no tenemos noticia de que Quevedo realizara nunca el propósito así manifestado; pero quizá pensando ya en su futuro proyecto don Francisco da la impresión de compartir mientras tanto la iniciativa de incluir interpolaciones en el original:
«En dos partes Pedro Mateo no pudo vencerse a perdonar la calumnia a los reyes de Aragón, a que satisface con su margen Juan Pablo. Y en otra escribiendo el desafío del rey Carlos y Pedro con tanta licencia y descortesía, que agravia menos al rey de Aragón que a la verdad, y cara a cara escribe contra ella. Yo, habiendo visto este libro, propuse no responder a Pedro Mateo, que quien niega lo que sabe y contradice lo que ve, y desmiente a todos, menos hará en no reducirse que hizo en desatinarse» (¶ 7rv). (p. 97)
La segunda parte se centra en las relaciones de Quevedo con el papa Urbano VIII, en varios capítulos («La Santa sede y las angustias patrimoniales de don Francisco», sobre la petición de Quevedo, caballero de Santiago, para tener bienes patrimoniales; «Texto, traducción y comentario del breve de Urbano VIII a Quevedo, 1625», concediendo dispensa para disfrutar de una pensión anual incluso después de haber profesado en la Orden de Santiago; «Sic vos, non vobi: exaltación de un pontífice humanista y emblematista», donde analiza el soneto «Pequeños jornaleros de la tierra», confirmando la interpretación de Ignacio Arellano1 y completando meticulosamente detalles que iluminan el marco de este poema, que confronta con la dedicatoria a Política de Dios, segunda parte, para evidenciar el cambio de postura respecto de Olivares.
En su conjunto el libro de Martinengo es un acercamiento a documentos poco estudiados, muy bien analizados, traducciones, breves pontificios, opúsculos, que revelan numerosas preocupaciones históricas y políticas de Quevedo no menos que características estilísticas propias de su conceptismo. Emblemas, leyendas, mitología, referencias históricas, forman parte de este bien tejido panorama que no está, como el título pretende con modestia, al margen de Quevedo, sino en el mismo centro de su estética.
No menos elogios merece la cuidada impresión que incluye grabados y vistas de la época que complementan eficazmente los comentarios. Un título, en suma, que enriquece esta notable colección Batihoja del Instituto de Estudios Auriseculares.