Recepción: 12 Enero 2015
Aprobación: 02 Marzo 2016
Resumen: La vida y la obra de Santa Teresa de Jesús tuvieron una gran influencia sobre el ambiente espiritual en Nueva España, al posibilitar una relación más íntima y directa de las mujeres con Dios y contribuir a la proliferación de monjas y beatas místicas. En la obra Prodigios de la omnipotencia y milagros de la gracia en la vida de la venerable sierva de Dios Catharina de San Joan, Alonso Ramos escribe la biografía de Catarina de San Juan, una esclava manumisa considerada santa, a la que en muchos pasajes equipara con santa Teresa. El propósito de Ramos fue crear un modelo de vida femenino basado en la espiritualidad y los valores teresianos.
Palabras clave: Nueva España, hagiografía, santa Teresa, misticismo, místicas femeninas, santidad femenina, Alonso Ramos, Catarina de San Juan, Inquisición.
Abstract: The life and work of Santa Teresa of Jesus had a great influence on the New Spain spiritual atmosphere by enabling a more intimate and direct relationship of women with God and contribute to the proliferation of nuns and beatified. In the Wonders of the Omnipotence and Miracles of the Grace in the life of the Venerable Servant of God Catharina of San Joan, Alonso Ramos writes the biography of Catarina of San Juan, a free slave considered saint, to whom in many passages compares with Santa Teresa. The purpose of Ramos was to create a female life model based on Teresian spirituality and values.
Keywords: New Spain, Hagiography, Saint Teresa, Mysticism, Female Mystics, Female Holiness, Alonso Ramos, Catarina de San Juan, Spanish Inquisition.
En 1692 la Inquisición española colocó el primer tomo de Prodigios de la omnipotencia y milagros de la gracia en la vida de la venerable sierva de Dios Catharina de San Joan1 en el Índice de libros prohibidos, de Alonso Ramos, por contener «revelaciones, visiones y apariciones inútiles, inverosímiles, llenas de contradicciones y comparaciones impropias, indecentes y temerarias, y que saben a blasfemias […] sin más fundamento que la vana credibilidad del autor»2. Este acto significó un duro golpe para el clero novohispano, esperanzado en que la obra, que comprendía tres tomos, formara parte del expediente para postular a la poblana Catarina de San Juan como candidata a santa. Catorce dictaminadores, entre ellos cuatro calificadores del Santo Oficio de la Inquisición, habían aprobado la obra y habían constatado que no contenía nada que se opusiera a la fe católica ni a las buenas costumbres. Por el contrario, en los dictámenes alabaron la maestría del autor y exaltaron las virtudes de Catarina, a quien llegaron a comparar con las santas Rosa de Lima, Teresa de Ávila y Catalina de Siena. La divergencia de opinión entre los dictaminadores novohispanos y las autoridades inquisitoriales españolas resulta desconcertante, pero, en aquella época, estos desacuerdos eran comunes porque la frontera ente la herejía y la santidad era estrecha y porque resultaba difícil comprobar la autenticidad de los milagros, como se ejemplifica con la propia vida de santa Teresa de Jesús y la de san Juan de la Cruz, quienes fueron perseguidos por la Inquisición y pocos años después de sus muertes, canonizados.
Alonso Ramos, el autor de Los prodigios de la omnipotencia y milagros de la gracia en la vida de la venerable sierva de Dios Catharina de San Joan, fue un destacado teólogo, miembro prominente de la Compañía de Jesús, que llegó a ser rector de los colegios de la Compañía de Mérida, del Espíritu Santo en Puebla y de la Profesa en México. Como culminación de su trayectoria escribió esta biografía hagiográfica sobre Catarina de San Juan, a quien consideraba santa3. Además de contribuir al mencionado propósito de nutrir el expediente para la canonización de Catarina, Ramos se propuso crear un modelo de vida para las mujeres deseosas de transitar por el camino de la perfección y lograr la salvación de sus almas.
Con cerca de mil páginas, Los prodigios de la omnipotencia es una de las piezas maestras de la literatura novohispana, en tanto que nos ofrece un mar de posibilidades para el análisis histórico. Resalta por la riqueza del lenguaje, las disquisiciones teológicas del autor, la información que proporciona sobre la vida cotidiana, la descripción de las prácticas religiosas y de la mentalidad de la época, y por la detallada representación de las visiones, sentimientos, arrobos, premoniciones y raptos de la biografiada. La enriquecen los dictámenes que preceden a cada tomo, escritos que permiten conocer el contexto religioso y cultural en el cual surgió la obra.
Esta obra permaneció casi desconocida durante los siglos XVIII, XIX y una parte del XX debido a que la Inquisición la prohibió en 1696 y se confiscaron y destruyeron casi todos los ejemplares. Sin embargo, algunos tomos aislados se conservaron en repositorios en México, en Estados Unidos y en Europa, y el Centro de Estudios de Historia de México Carso adquirió un ejemplar completo, que anteriormente había pertenecido al Colegio de san Pedro y san Pablo de la ciudad de México.
La vida de Catarina de San Juan fue azarosa. Llegó a Puebla con aproximadamente diez años de edad, como esclava del acaudalado mercader Miguel Sosa. Provenía de algún país oriental, donde fue capturada por tratantes portugueses y posteriormente puesta a la venta en el mercado de esclavos de Filipinas. En casa de los amos aprendió los fundamentos de la religión católica, pero permaneció iletrada e inculta y nunca pudo hablar correctamente el castellano. Durante los años de su esclavitud se distinguió por el buen desempeño de sus labores, así como por su virtud, su devoción hacia Jesucristo y María, y su apego a la religión católica. Después de recuperar su libertad y de quedar viuda se convirtió en beata4. Se distanció de las actividades y placeres mundanos, se recluyó en una modesta habitación y se dedicó a hacer el bien a sus semejantes. Practicó el ascetismo como vía para llegar a Dios y tuvo numerosas experiencias místicas que relató a sus confesores. Alonso Ramos, el último de ellos, quedó deslumbrado por su personalidad y la creyó una santa. Con el propósito de escribir su biografía, tomó notas puntuales de las revelaciones que ella le hizo en el confesionario, mismas que constituyen la base para la obra que nos ocupa. Como era propio de las hagiografías, Ramos no pretendió hacer una reconstrucción histórica de su vida sino realizar una biografía idealizada, en la cual destacan sus virtudes y los sucesos sobrenaturales que le ocurrieron.
Hacia fines del siglo XVII, las principales ciudades americanas aspiraban tener santos propios que les confirieran prestigio y constituyeran intermediadores entre sus habitantes y Dios5. Lima logró, en 1671, la canonización de la terciaria dominicana Isabel Flores de Oliva, conocida como Rosa de Lima y, en 1679, la beatificación de Toribio de Mogroviejo. Otras ciudades tenían candidatos a santos, algunos de ellos aceptados por la Sagrada Congregación de Ritos en Roma. Quito contaba con la beata Mariana de Jesús, conocida como la Azucena de Quito; México, con el ermitaño Gregorio López y el misionero franciscano Antonio Margil de Jesús, y Puebla, con Sebastián de Aparicio, Isabel de la Encarnación, María de Jesús Tomellín y Juan de Palafox, a los que ahora se sumaba Catarina de San Juan.
Esta multiplicación de vidas «santas» se debió en gran medida a la influencia de santa Teresa de Jesús. Gracias a la temprana publicación de sus obras (1588), aunada a la creciente popularidad a causa de su rauda canonización (1622), los escritos de santa Teresa, tanto impresos como manuscritos, tuvieron una amplísima distribución por todos los dominios de la monarquía hispánica. Como bien advierte Doris Bieñko, las biografías sobre la monja avileña impresas en la Península constituyeron un «vehículo de propagación del modelo de su vida». Por ello, ante esta proliferación de textos, se erigió por todo el orbe ibérico un modelo teresiano que se trocó en paradigma escritural y referencia de espiritualidad. Así, monjas y beatas se apropiaron de dicho modelo, llevándolo a la práctica. Y también fue empleado por los guías espirituales, como en el caso de Ramos con Catarina, con el fin de equiparar virtudes y justificar el halo de santidad que enaltecía a su confesada6.
Así, a cien años de su muerte y cincuenta de su canonización, santa Teresa era una figura muy reconocida en el ambiente espiritual hispánico7 y una de las santas más reverenciadas en Nueva España8. A través de sus obras propuso una nueva manera de concebir la religiosidad, fincada en la introspección y la relación directa con Dios. Su ejemplo constituía una oportunidad de actuación, realización y afirmación personal para las mujeres, en una sociedad en la que tenían pocos campos de acción9. Dado que sus obras El Libro de la vida y El castillo interior, conocido también como Las moradas, se leían en muchos conventos femeninos y beaterios, muchas mujeres trataron de emular su trayectoria y su apasionada relación con Jesucristo e imitaron sus experiencias místicas10.
Fenómenos como la transverberación fueron muy imitados11. La beata toluqueña María Josefa de la Peña, que portaba el hábito carmelita, describe su experiencia de la siguiente manera: «Estando así vi a un serafín de los más allegados a Dios y más encendidos en su divino amor. Éste traía en las manos un dardo o saeta y en la punta era de un oro finísimo y unas llamas muy encendidas y llegándose a mí me metió el dardo en el corazón con tanta violencia y fuerza que parecía haberme abierto el corazón medio a medio. Al mismo tiempo vi dos ángeles de menor jerarquía que al tiempo de traspasarme con el dardo caí desmayada y en sus brazos, me sostuvieron al mismo tiempo al sacar el dardo»12. Mientras algunas de estas mujeres, como las mencionadas María de Jesús Tomellín e Isabel de la Encarnación, fueron veneradas como santas, otras fueron condenadas por la Inquisición como «falsas místicas» por atribuirles ideas heréticas o por considerar que sus experiencias sobrenaturales eran fingidas o se debían al demonio13.
El pensamiento y la obra de santa Teresa devengaron en la fundación de una corriente teológica llamada «teología mística», que muchos tratadistas consideraron uno de los pilares de la doctrina católica14. Antonio Núñez de Miranda, un reconocido teólogo jesuita, dictaminador del Santo Oficio de la Inquisición, destaca los méritos de Teresa «en su vida, relaciones, consultas y aprobaciones», junto con «los actos positivos y escritos de su primogénito discípulo san Juan de la Cruz»15; Joseph Vidal se refiere a ella como «extática madre y mística doctora»16, y el catedrático de prima teología Joseph de Francia Vaca la considera, junto con santo Tomás de Aquino, la máxima autoridad en asuntos de teología mística.
La teología mística, definida como la rama teológica «que interviene en los extraordinarios favores, visiones, raptos y revelaciones con que Dios se comunica a las almas», ejerció una gran influencia en Alonso Ramos y su círculo. La consideraban superior a la teología escolástica. Francia Vaca puntualiza que esta última puede aprenderse en los libros, pero la mística solo se adquiere «en la academia del amor de Dios, en la quietud y recogimiento, en la frecuencia de la oración, en los silencios de la contemplación, en la felicidad de la unión y transformación del alma con Dios, en el estado de fruición del verbo». Advierte que una sólida formación en teología escolástica no hace apta a una persona para juzgar los asuntos místicos “porque todas las ciencias son exteriores, esto es vienen como de afuera y entran para ilustrarlos en los entendimientos; pero la mística toda es interior no entra como de fuera al alma, antes sale del alma, de lo interior a lo exterior para manifestarse en obras admirables». Los teólogos escolásticos, al ignorar las «intimidades» con que «Dios favorece a las almas», no pueden entender ni juzgar el «trato interior» mediante el cual Dios se «comunica y se deja gozar de las almas», ya que son «inexplicables». Prosigue diciendo que incluso quienes gozan de las experiencias místicas, no pueden ni saben «decirlas ni conocerlas», a menos que para ello tengan especiales luces del mismo Dios, y refuerza su argumento al decir que sería como tratar de comprender griego o latín sin saber esas lenguas. A los teólogos escolásticos solo les concede la facultad de opinar sobre aquellos aspectos en los que se contravenga la doctrina católica o el dogma, que haya una desviación de lo canónico o se perjudique lo pedagógico17.
En la obra que nos ocupa, Ramos atribuye a Catarina de San Juan rasgos de santa Teresa, a pesar de que la personalidad y las circunstancias de vida de ambas mujeres fueron radicalmente diferentes: Teresa fue una monja letrada y culta, perteneciente a una familia acaudalada e influyente, que desempeñó una actividad intelectual y material sorprendente durante toda su vida, mientras Catarina fue lega, perteneció a los estratos bajos de la sociedad y solo tuvo influencia en su entorno inmediato. Sostiene que el camino de la perfección que recorrió Catarina fue similar al de Teresa, ya que estuvo sembrado de penas y «tribulaciones», «mezcladas y alternadas con gustos y delicias del cielo»18. Como ella, experimentó los distintos estados místicos: la contemplación, la oración que permite el permanente contacto con Dios, las visiones, las luchas contra el Demonio y una íntima relación con Jesucristo. Asimismo, equipara a las dos mujeres en cuanto que ejercitaron las virtudes en grado «heroico» y practicaron el ascetismo con gran rigor, al portar cilicios, flagelarse y ayunar frecuentemente, entre otras mortificaciones19. Afirma que Catarina se rebajaba por humildad, como solía hacerlo la santa, y se denigraba al considerarse perra, bestia, infiel y gusano inmundo20. Como Teresa, se mantuvo casta toda la vida aunque en situaciones más difíciles que ella, porque tuvo que luchar contra un permanente acoso sexual, primero cuando estuvo en manos de los tratantes esclavistas, y después cuando tuvo que defender su castidad frente a su marido, que trataba de forzarla a cohabitar con él, a pesar de que ella había puesto como condición para casarse, la de permanecer virgen.
Ramos asigna a Catarina el papel de esposa escogida, confidente y oráculo de Jesucristo y la coloca en un elevado sitio dentro de la jerarquía celestial, en ocasiones incluso por encima de la virgen María. Dice que «estaba tan unida moral y místicamente con Cristo que era una imagen suya, tan parecida y semejante, que se veía en ella la perfección y hermosura del Verbo humanado, su esposo»21. La mezcla entre placer y dolor que implicaba su entrega al Señor se expresa en la transverberación del corazón22. A pesar de que acepta que hablaba como «bozal», es decir, utilizaba el lenguaje de los esclavos, pone en su boca disquisiciones teológicas, reflexiones profundas y citas bíblicas, especialmente del Cantar de los Cantares. Por ejemplo, en los diálogos amorosos que sostiene con Jesús dice: «porque todo mi amado es para mí y yo toda para él» [Cantares 2] y él le contestaba: «Date prisa amada mía, paloma mía, hermosa mía y ven [Cantares 2, 10] para que vean los ángeles que tengo mis delicias con los hijos de los hombres». [Proverbios 8]23.
Otra semejanza entre las dos mujeres fueron sus confrontaciones con el demonio. A ambas las maltrataba y torturaba causándoles intensos dolores y un permanente sufrimiento. Además, ambas estuvieron expuestas a sus tentaciones, que implicaban malos pensamientos, deseos injustificados y alejamiento de la religión. Ramos describe los embates demoniacos que sufría Catarina de la siguiente manera: «Se conjuraban en concilios las furias infernales y, repartidos en escuadrones o enjambres, volvían rebeldes a acometerla, unos persuadiéndola que estaba condenada; otros, que era santa; otros que engañaba a sus confesores; otros, que los dejase porque no sabían gobernarla; y los más a rendirla con violencias y martirios la quebrantaban, la molían, la aprensaban y la descoyuntaban de manera por todo el espacio de la noche, causando en ella tantos dolores juntos que por la mañana no podía vestirse ni aún moverse; pero el alma encendida en el amor de su Dios y de la obediencia, batallaba valiente con su cuerpo baldado y totalmente impedido y, reconociendo la imposibilidad, clamaba con fe y confianza al divino poder; llamaba en su ayuda a la Santísima Virgen, a sus ángeles y santos, contra tantos confederados enemigos»24.
El dominico fray Agustín Dorantes, calificador del Santo Oficio de la Inquisición, que fue uno de los dictaminadores, consideraba a Catarina «maestra mística» y afirma que sus revelaciones «frecuentes, admirables y en grande parte simbólicas» cumplen con «todas las señales, condiciones e indicantes discretivos, que observan por regla los maestros místicos»25.
La simbiosis entre los dos personajes se hace patente cuando Ramos afirma que Dios envió a Catarina, en espíritu, para ayudar a una beata llamada Juana de Irazoqui, hija de confesión de Ramos, quien le había solicitado «encontrarse con una santa Teresa en el mundo». Resulta significativo que Catarina se presentó ante Juana vestida con el hábito teresiano, que nunca usó en vida, y la ayudó a «subir a grande altura de perfección por un camino tan áspero como meritorio»26.
La teología mística anticipaba el espíritu de «modernidad» que se impondría en los siguientes siglos en Occidente. Implicaba la complementariedad entre una referencia experimental y la experiencia religiosa, que se alejaba de las formas arbitrarias y jerárquicas que habían caracterizado la relación con lo divino en el Medievo27. La relación directa entre el místico y Dios restaba importancia al papel de los clérigos en la conducción de las almas, situación que Ramos aborda directamente en su obra. Apoyado en una cita de santa Teresa, sostiene que la dirección espiritual de Catarina provenía directamente del cielo, porque «hay pocos en el mundo que pueden ser padres espirituales de personas muy favorecidas de Dios, por ser muy delicado y sutil el lenguaje del Espíritu Santo y muy dificultosos de percibir y penetrar sus divinos impulsos, y que por eso acostumbra la inmensa Sabiduría instruir a semejantes almas por sí misma, no fiando de otro su magisterio»28. Llega al extremo de censurar a los confesores que tuvo, que la afligieron, apretaron y pusieron a «punto de reventar»29 y la exonera por haberles ocultado algunas de sus experiencias místicas, ya que solo Dios «había de ser su maestro»30.
La experiencia mística permitía acceder directamente al conocimiento divino, sin necesidad de intermediarios, lo que restaba importancia a los clérigos, en particular a los teólogos. Ramos sostiene que Dios, a través de su divina luz, manifestaba a Catarina «sus tesoros y riquezas, sus secretos y los secretos del mundo, llegando a ver como presente lo distante, lo oculto y lo futuro; representándosele algunas veces las cosas como en la realidad sucedían, otras en semejanzas o enigmas y otras en oráculos o misterios, con tanta liberalidad que fuera imposible el referirlas»31.
Esta espiritualidad intimista hacía superfluos muchos ritos y festividades religiosas que formaban parte de la tradición. Ramos da poca importancia a los aspectos ostensibles y ceremoniales de la religiosidad católica y critica acremente la sociabilidad que conllevaban muchas actividades religiosas. Subraya que las prácticas religiosas de Catarina se reducían a visitar distintas iglesias poblanas, principalmente la de la Compañía de Jesús, donde iba a escuchar misa, confesarse y comulgar. Solía llegar a horas en que había poca concurrencia y se escondía atrás de alguna banca para concentrase en la misa e interactuar con las imágenes de su devoción. Se abstenía de asistir y participar en fiestas religiosas, procesiones y otros actos eclesiásticos, y permanecía indiferente, e incluso tenía una actitud crítica, frente al boato y lujo que se lucían en muchos inmuebles, misas y festividades religiosas. Ramos contrasta este comportamiento con el de otras mujeres que iban a las iglesias y oratorios con «amigas y vecinas» y se entretenían en «conversaciones inútiles» o que «previniendo comidas con pretextos de velar, hacían del templo y casa de oración lugar de recreo a todos sus sentidos». Especialmente reprobables le parecían las mujeres que se comportaban así portando un hábito externo, como era el caso de muchas beatas. En su opinión ellas merecían que “Dios saliera de su tabernáculo y con un azote en la mano las echara de su templo»32.
Ramos afirma que dado el vínculo especial que Catarina tenía con Divinidad, la interacción mística podía suscitarse en cualquier lugar y no estaba sujeta a espacios sacros, como las ermitas, los conventos y los templos. Tampoco dependía de la presencia corporal de las imágenes para interactuar con ellas, ya que podía reunirse con ellas espiritualmente. Así en su hogar, la imagen de la virgen del Pópulo, perteneciente a la iglesia de la Compañía, solía bajar de su altar para ofrecerle leche de sus pechos —que ella rechazaba humildemente—, dejarle al Niño Jesús y retirarse a su nicho, «donde se le representaba sin el Niño Dios». Catarina tomaba al Niño en brazos, para venerarlo y adorarlo y lo guardaba «dentro de su corazón»33. Algunas festividades como la Semana Santa solía celebrarlas en la intimidad de su humilde hogar, donde rezaba y hacía penitencias, si bien «ordinariamente los confesores le mandaban que no asistiese el viernes santo ni aun a los divinos oficios, temerosos de que su corazón herido y lastimado [por vivir la pasión de Jesucristo] se turbase y se desmayase en la iglesia»34.
Estos rasgos de la espiritualidad teresiana fueron desaprobados con frecuencia por la Iglesia institucional, que sentía amenazada su autoridad y exclusividad en el tratamiento con lo divino. Tal vez fue una de las razones por las que la Inquisición condenó a numerosas beatas como «falsas místicas» y probablemente influyó para que la obra de Ramos y el culto a Catarina quedaran prohibidos. A causa de esta prohibición Catarina cayó en el olvido, Alonso Ramos acabó sus días desquiciado y alcohólico y los poblanos se vieron privados de la posibilidad de tener una santa propia.
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