Recepción: 25 Enero 2017
Aprobación: 12 Abril 2017
Resumen: Este trabajo se propone explorar la representación del Santo Oficio en las obras alegóricas en donde más allá de la mera mención de su nombre se ve al personaje y / o los preparativos y ejecución del auto de fe, que constituye la prueba más ostensible de su poder. Tras trazar un rápido panorama se desemboca en el análisis de La Inquisición, de Mira de Amescua, obra poco conocida que ha permanecido inédita hasta hace muy poco tiempo.
Palabras clave: Inquisición, auto de fe, auto sacramental, Mira de Amescua, La Inquisición.
Abstract: This paper explores the representation of the Holy Office in allegorical works in which beyond the mere mention of his name is seen the character and / or the preparation and execution of the auto of faith, which constitutes the most ostensible proof of its power. After tracing a rapid panorama, the analysis focuses on The Inquisition, by Mira de Amescua, a little known work that has remained unpublished until very recently.
Keywords: Holy Office, Auto-da-Fé, Eucharistic Play, Mira de Amescua, La Inquisición.
Disponemos de cierto número de autos sacramentales sobre cuyo carácter beligerante no caben dudas; en ellos la acción no se limita a exaltar la Fe, sino que desarrolla un combate de tipo defensivo contra los enemigos de la religión, de la Iglesia y de España, su gran valedora, que forman un todo frente a esas agresiones provenientes del exterior o de dentro del país; yo mismo he dedicado bastantes páginas a ponerlo de realce. Detengámonos en el cariz defensivo, pues no sólo define una actitud, un sentimiento, sino que redunda en una metáfora muy utilizada en la concepción del conflicto: la del castillo de la Fe o fortaleza asediada1, que encuentra su mejor valladar contra los ataques de los herejes en la Inquisición. Quisiera dedicar este trabajo a explorar la representación de dicho Tribunal en las obras alegóricas en donde más allá de la mera mención de su nombre se ve al personaje y / o los preparativos y ejecución del auto de fe, que constituye la prueba más ostensible de su poder. Aprovechando trabajos míos anteriores trazaré un rápido panorama para desembocar en el análisis de La Inquisición, de Mira de Amescua, obra poco conocida que ha permanecido inédita hasta hace muy poco tiempo y a la que hasta ahora sólo he podido dedicar unas líneas.
Con respecto a la cantidad de ejemplos es muy arriesgado sacar conclusiones, porque la pérdida de manuscritos e impresos es tan grande que cualquier cálculo resulta aventurado, pero partiendo de lo poco que se conserva, hay que reconocer la escasez de obras que podemos aducir, incluso si incluimos las simples alusiones indirectas al Tribunal de la Fe, como la que irrumpe en la anónima Égloga Interlocutoria2:
Un poco más adelante los versos invocan con mayor nitidez el fuego purificador:
Tras esta égloga, hay que esperar al Códice de Autos Viejos para encontrar nuevos casos3. Merece especial atención una pareja de farsas referidas al proceso de los protestantes de Valladolid: Farsa sacramental de los lenguajes y Farsa sacramental de la moneda4. En ambas interviene el Luteranismo, que habla en italiano macarrónico, en clarísima alusión a don Carlos de Seso, noble veronés afincado en España, corregidor de Toro. En la primera, el Luteranismo se convierte y se salva, mientras que en la segunda, se condena acabando en la hoguera. Independientemente de la importancia que para fecharlas pueda tener tal diferencia, pues se me hace difícil pensar que se pretenda contradecir la realidad, otros detalles las separan y la Farsa de la moneda me parece más provechosa para lo que intento estudiar. En efecto, por un lado se plantea una oposición entre el Bobo, que curiosamente encarna a La Ley Vieja, esto es al Judaísmo, el cual se convierte con gran fervor, y el Luterano; oposición que redunda en otra: españoles enfrentados a extranjeros heréticos. Todo ello implica una evidente manipulación de la realidad porque en el proceso vallisoletano el único extranjero fue Seso e incluso cabe discutir tal adjetivo para alguien tan bien integrado; además, entre los otros condenados había varios cristianos nuevos. De hecho, la Inquisición insistió particularmente en la ascendencia conversa del doctor Cazalla. Por otro, la acción refleja uno de los elementos que encontramos en los autos de fe, la mordaza que se pone a los condenados para evitar que expresen en voz alta sus creencias heréticas, y que en el caso concreto de Seso hubo de utilizarse para impedirle hablar5. Se recurre a ese mismo adminículo en otra obra posterior, El castillo de la fe6, pero ésta última ordena que amordacen al herético soldado extranjero antes del auto de fe. De hecho éste no llega a producirse, porque cuando se procede al interrogatorio y tras escuchar una amena descripción de las llamas que lo aguardan, las de la hoguera, preludio de otras más duraderas, las del infierno, el prisionero pide por señas hablar y expresa su sincero arrepentimiento, con lo que en vez de al quemadero irá a la pila bautismal.
El desenlace mezcla, por lo tanto, el escalofrío de la pena que el transgresor se arriesga a sufrir con el optimismo del valor pedagógico del miedo, manteniéndose la idea de una ortodoxia española víctima de ataques provenientes del exterior, en consonancia con lo expresado en la Farsa de la moneda.
Así pues, el Tribunal no sólo defiende, purifica, sino que convence, aunque esa persuasión aparezca de manera bastante rudimentaria, reconozcámoslo, como rudimentaria es la presencia escénica del ritual inquisitorial que vamos observando, más desarrollada según se comprenderá en los pocos ejemplos que he encontrado en la centuria siguiente.
En efecto, a pesar de la fama de Calderón como «poeta inquisitorial» que le creó entre otros Menéndez y Pelayo7, si don Pedro lleva a las tablas al Santo Oficio en varias obras, solamente incluyó el auto de fe en dos de ellas: El santo rey don Fernando, I, y El cordero de Isaías. En el primero, se trata de la supuesta participación del rey castellano en la condena de un albigense; en el segundo, en cambio, estamos ante un caso contemporáneo, el gran auto de fe celebrado en 1680 con presencia del rey Carlos II y de su esposa, que recordaba otro que contó también con presencia de los soberanos, en esta ocasión, Felipe IV e Isabel de Borbón, el celebrado en 1632 también en Madrid8. Curiosamente, dos son también los textos que he encontrado debidos a otros dramaturgos: La siega, de Lope de Vega, y La Inquisición, de Mira de Amescua. Ambos aluden a la condena de un alienado, Benito Ferrer, que fue relajado en enero de 16249, en un auto particular pero celebrado con gran pompa en el que participó precisamente Lope de Vega en tanto que familiar10; vaya por delante que la datación de La siega es menos segura que la de la obra de Mira11, la cual paso a estudiar a continuación.
Durante mucho tiempo se discutió la autoría12, que ahora parece no plantear dudas. Contamos con un manuscrito en donde se dice que se representó en la corte en 1624, otro lleva la censura con fecha de 10 de mayo de 1625 que permite la representación en el Corpus de Valladolid. Por último, sabemos que en Sevilla se representó en 1625 un auto con este título; aunque en los archivos hispalenses no se recoge el nombre del autor, por los personajes mencionados en la Memoria de apariencias podría ser el mismo. Así lo creía Sánchez Arjona y en esa misma ciudad hubo un sonado auto de fe en 1624, en el que fueron condenados alumbrados y judaizantes, entre los cuales destaca la figura de Felipe Godínez, pero Sánchez Arjona no establece ninguna relación entre ambos hechos13.
Como el propio título lo da a entender, la obra gira en torno al Tribunal, para ser más precisos en torno a un auto de fe. Ahora bien, como se verá a continuación, la acción se aleja del presente, evitándose las referencias concretas tanto al condenado como a las autoridades civiles y religiosas que participaron. Si en vez de auto particular, aunque celebrado con extraordinaria pompa y en el exterior, según he dicho, hubiera sido general y, sobre todo, hubiera contado con presencia de los soberanos, según sucedió en los posteriores de 1632 y 1680, creo muy difícil que no hubiera como mínimo una alusión a ellos, si no más14.
El León (Lucifer) resume a la Noche la Historia de la creación, su expulsión del empíreo, la caída del hombre y la Redención, gracias al Mesías. Para intentar luchar contra la Iglesia ha creado a la Apostasía; la Iglesia a su vez se defiende con la Inquisición, lo cual es una manera hiperbólica de presentar al Santo Oficio al insertarlo dentro de la historia de la Redención con un rango elevadísimo:
Destaquemos las dos caras del Tribunal: una, rigurosa y temible, capaz de amedrentar al enemigo; otra, amorosa. Ambas parecen remitir al Dios de la Justica y al Buen Pastor; mientras que el primero castiga al réprobo, el segundo perdona al pecador arrepentido.
Luego nos informa del auto de fe contra la Herejía y la Idolatría que se prepara para el día siguiente. Esa noche, los cinco sentidos, familiares del alma, serán los encargados de velar la cruz verde que poco después se erigirá en el escenario (vv. 235-252).
A esta referencia tan precisa al ceremonial que se observaba en la época16 se añade la exaltación de la unión entre Santo Oficio y Monarquía:
Las canciones ensalzan la cruz del Redentor, cruz que provoca la admiración del propio León; otra prueba inequívoca de la fuerza del símbolo crístico, del que el Santo Oficio se apodera al haberlo integrado en su escudo17.
El León abandona el tablado; lo mismo hará la Noche tras sumir la escena en las tinieblas que favorecen el sueño de quienes velan y propiciarán la huida de los presos:
Los versos rubrican la estrecha asociación que se establece entre la Religión, la Monarquía y España, que tan a menudo, por no decir siempre, surge en este tipo de obras.
Los planes de la Noche fracasan porque el Amor y la Fe vigilan, logran despertar a los demás y para impedir que los sentidos se adormezcan proponen jugar al escondite18. Gracias a ello se vincula la acción con el día del Corpus, esto es, con la Eucaristía, ya que aparece la sagrada forma; además se insiste en esas dos caras a que me referí arriba, fuentes de castigo y perdón:
Suenan chirimías. Descúbrese un altar y en él un cáliz y una hostia grandes; y el Amor Divino detrás, que no se vea. (p. 268, v. 510 acot.)
Al final, el Oído, ayudado por la Fe, da con él:
Húndase el cáliz y la hostia en lo hueco del altar quédese el Amor descubierto, muy galán (p. 272, v. 611 acot.)
Asistimos a una técnica en donde el detalle concreto que remite a la preparación del auto de fe, a su ceremonial, según se practican en el siglo XVII, lo que podríamos llamar el plano de lo histórico cotidiano, se somete a una alegorización extrema que sitúa los acontecimientos en una temporalidad distinta, algo por otra parte nada extraño si tenemos en cuenta el género teatral al que pertenece la obra19. De esta manera, para significar que la noche ha pasado, además de la palabra, se utiliza la aparición en un balcón de personajes como san Juan Bautista (lucero anunciador de la venida del Mesías, según sabemos), la Aurora y luego la Virgen con un Niño, que es el Sol.
Esa confusión de temporalidades sigue rigiendo la construcción del diálogo. Por un lado, el respeto del procedimiento habitual. Antes del auto de fe, se celebra la misa (entre bastidores) que el León escucha furioso e impotente. Luego se prepara el auto de fe en sí, salvo que los personajes no se corresponden con los protagonistas históricos del acontecimiento.
Chirimías y salen Tomás, Domingo, Pedro Mártir, con ropas de velo blanco encima de los sayos y guirnaldas de flores y borlas blancas. Saca Pedro un estandarte colorado en el un lado una cruz [otros testimonios dan cruz verde], en el otro la encomienda de la Inquisición. Tomás saca un misal y Domingo un ramo de azucenas. La Herejía y la Idolatría, atadas las manos. La Fe y la Iglesia y el Temor siéntanse en las gradas; Domingo, entre la Iglesia y la Fe, debajo del dosel y más abajo, en otra grada, Tomás y Pedro. La Herejía y la Idolatría aparte, hacia la cruz, en un banquillo: la Herejía con cota negra y la Idolatría a lo romano, como emperador. (p. 277, v. 835 acot.)
El encargado de hacer la protestación de la Fe será Pedro
Súbese Pedro en el balcón y lee. Siéntase el León junto a la Herejía
Está Tomás con el misal abierto hacia Pedro
A continuación la Fe, acompañada por el Temor, intenta convencer a los reos:
Baja la Fe de su asiento y va con el Temor delante de la Herejía y canta
Al principio se niegan ambos. Tomás prosigue con otra intervención ahora más centrada en la Eucaristía que desemboca en la metáfora de la Iglesia como jardín, apoyada oportunamente en una apariencia:
Descúbrese un jardín, en medio una fuente con un pelícano que está hiriéndose el pecho; y a su tiempo se abre y aparece dentro un cáliz y una hostia, de la cual sale sangre que la recoge la Iglesia en otro cáliz que saca en la mano. Un altar con el cáliz y hostia con muchas flores20. (pp. 284-285, v. 1091)
La Idolatría contempla la apariencia, escucha a la Fe, que requiere por segunda vez a los reos, y abjura públicamente (vv. 1110-1137)21:
Llegamos al desenlace, en donde se extrema la solemnidad y se prosigue la tensión entre lo cotidiano y lo abstracto. Pedro lee una extensa sentencia, destinada a ser objeto de lecturas públicas según se indica, siguiendo el proceso oficial, para desembocar en una lista de desviaciones más o menos heréticas enunciadas por el León. que merecería un comentario más detenido del que voy a hacer.
Sale al púlpito Pedro
Pedro. Nos, los inquisidores, contra la herética y proterva apostasía. Domingo de Guzmán, español; Pedro Mártir, de Verona; Tomás, Doctor de Aquino, como hijos obedientes de la Iglesia y defensores de la fe, habiendo denunciado ante nos el Colegio de los Doctores Santos (promotor fiscal de la herética apostasía) que, habiendo sido hijo de la Iglesia Romana y debido creer y tener cuanto ella tiene y con poco temor de Dios, ha negado la existencia real de Jesucristo en las especies de pan y vino, siendo verdad católica infalible y evangélica que instituyó Jesucristo este divino sacramento para unir al hombre consigo mismo, dándose en verdadero manjar, y la dicha Herejía, rebelde a la Iglesia, no ha querido rendir su entendimiento a la Fe católica; y habiendo sido amonestado y requerido una y muchas veces que confiese su error y pida misericordia, ha cerrado los oídos a las voces de la Fe y de sus ministros; por tanto, fallamos que debemos declarar y declaramos a la dicha Herejía por anatema y apóstata y miembro cancerado de la Iglesia, y le privamos de la gracia y participación de todos sus divinos sacramentos, y le damos por impenitente y relaso, y mandamos que se entregue al brazo seglar de Dios (que es el demonio león y príncipe del siglo) para que ejecute en él todos los intentos y penas debidas a quien es enemigo de la Iglesia Romana. Y mandamos que le sea leída públicamente esta sentencia dada en nuestro Tribunal de la Santa Inquisición. (p. 288)
Estas palabras, como digo, las pronuncia Luzbel a quien se entrega el condenado a la hoguera y al infierno, adonde se dirigen ambos, la Herejía y el León:
Van subiendo al León y la Herejía a una puerta de Infierno que vaya bajando; y a los demás cubriendo otra puerta que ha de haber de Gloria, con que da fin el auto22.
Llama la atención esta técnica en que voy insistiendo desde hace varias páginas consistente en respetar determinados elementos del desarrollo del auto de fe, y al propio tiempo borrar los nombres del condenado, de sus jueces e incluso los detalles del delito por el que se le condena, porque por mucho que en la Relación contemporánea de Almansa y Mendoza se mencione a Santo Domingo y a San Pedro, el relator se explaya con los nombres más o menos ilustres de inquisidores, secretarios, familiares distinguidos, con lo cual de manera explícita se asegura la continuidad de una práctica:
a quienes seguía otros ciento [caballeros familiares] todos con sus hábitos, llevando en el pecho el celo del gran patriarca Santo Domingo […] Detrás, setecientos religiosos de todas las sagradas religiones […] y en el último lugar la de S. Domingo, que llevaba por remate levantada la cruz verde […] A la Cruz se seguía el resto de los familiares […] en esta parte hijos todos de S. Domingo de Guzmán, imitadores del celo de S. Pedro Mártir de Verona […]23
Desde luego, si hubiera asistido algún miembro de la familia real, o el propio rey, la actitud no podría haber sido exactamente la misma, pero un cuadro de Berruguete podría facilitar la comprensión del recurso. Me refiero a Auto de fe presidido por santo Domingo de Guzmán de finales del XV, custodiado en el madrileño Museo del Prado; en él vemos a santo Domingo presidiendo una ejecución sucedida dos siglos largos después de su muerte. Según Pierre Civil lo que se pretende es establecer la continuidad entre la Inquisición papal y la española y legitimar en cierto modo la actividad de esta última24. Dicha legitimación parece menos necesaria durante el siglo XVII, ciertamente, pero las líneas arriba citadas de Almansa no la desmienten. El diálogo procede de igual forma, esto es, pone de relieve que la Herejía no por llevar distintos nombres deja de responder a una misma realidad, la voluntad luciferina de sembrar la discordia en el seno de la Iglesia: de ahí que la lista reúna maniqueos y arrianos con luteranismo, calvinismo y protestantismo, de ahí también se desprende la necesidad de un arma eficaz contra todos ellos: el Santo Oficio de España25. Y aquí llegamos al siguiente punto, a una clamorosa ausencia, la del criptojudaísmo, ya que como sabemos ni siquiera en los momentos en que los inquisidores tenían otras presas a la vista olvidan la existencia de conversos, siempre sospechosos. Y la mejor prueba nos la proporciona Almansa y Mendoza, autor de la relación:
Y sabiendo que estaba preso en Toledo Benito Ferrer, catalán vecino de Campo Redondo, por vía materna hebreo […] Vuelto el secretario Luis de Montalbo Morales […] empezó a relatar sus delitos [los de Ferrer], y declarose ser hebreo de nación por parte de madre, expulso de dos Religiones Descalzas…26
Confieso mi perplejidad ante esa omisión, que me parece misteriosa, sobre todo porque en 1624 no existía la protección de Felipe IV y Olivares hacia los hombres de nación portugueses, protección que explica en buena medida las particularidades del tratamiento calderoniano de ese fenómeno, perplejidad que me impide dar una explicación plausible, salvo que Mira se atuviera sencillamente a los hechos y no se dejara llevar por el odio anticonverso de algunos de sus contemporáneos, entre quienes, como creo haberlo demostrado en varios estudios, no se halla el ilustre poeta madrileño27.
REFERENCIAS
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Notas