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La materia de los piratas de la épica chilena: Purén indómito y Laguerra de Chile
Javier de Navascués
Javier de Navascués
La materia de los piratas de la épica chilena: Purén indómito y Laguerra de Chile
The Matter of Pirates in Chilean Epic: Purén indómito and La guerra de Chile
Hipogrifo. Revista de literatura y cultura del Siglo de Oro, vol. 5, núm. 2, pp. 153-168, 2017
Instituto de Estudios Auriseculares
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Resumen: El tema de la piratería en la época colonial muestra diferentes patrones de defensa militar contra un enemigo que constituye un desafío interno y externo, desde el mar y desde la tierra. En efecto, a veces, en los poemas los piratas muestran una peligrosidad especial cuando se percibe que ellos pueden crear alianzas con las poblaciones sometidas de los indígenas. En este trabajo se analiza el papel de los piratas holandeses en un pasaje de Purén indómito de Diego Arias de Saavedra y cómo se acaba frustrando su proyecto de alianzas con los araucanos. Después se analizan los dos cantos finales del poema anónimo La guerra de Chile, a partir del destino trágico del navegante holandés Jacobo Mahu. En particular, se analiza la relación intertextual con el episodio de Adamastor en Os Lusiadas desde una perspectiva de la política global de la época. Ambos poemas coinciden en mostrar las debilidades de las defensas militares españolas en la región.

Palabras clave:Épica colonialÉpica colonial,pirateríapiratería,literatura chilena colonialliteratura chilena colonial,AraucaníaAraucanía.

Abstract: The theme of piracy in the colonial epic poetry represents patterns of military defense against an enemy that sets an internal and external challenge from the sea and land. Sometimes, Pirates were especially considered dangerous if they tried to get alliances with subjected populations of Indians. In this article I begin by exploring the presence of Dutch privateers in a passage of Puren indómito, poem by Diego Arias de Saavedra, and their frustrated attempt to gain allies among Araucanian people. Then, two final Cantos of La guerra de Chile, an anonymous poem, were analyzed in relation with the tragic destiny of other Dutch sailor, Jacob Mahu, and how certain intertextual comparison with the episode of Adamastor in Os Lusiadas is argued from a global political lecture. Both poems show the fragility of the Spanish military force in the region.

Keywords: Colonial Epic, Piracy, Colonial Chilean Literature, Araucania.

Carátula del artículo

La materia de los piratas de la épica chilena: Purén indómito y Laguerra de Chile

The Matter of Pirates in Chilean Epic: Purén indómito and La guerra de Chile

Javier de Navascués
Universidad de Navarra, España
Hipogrifo. Revista de literatura y cultura del Siglo de Oro, vol. 5, núm. 2, pp. 153-168, 2017
Instituto de Estudios Auriseculares

Recepción: 29 Septiembre 2016

Aprobación: 11 Noviembre 2016

En el capítulo 28 de La Hora de todos y la Fortuna con seso, unos piratas holandeses desembarcan en el sur de Chile y entablan contacto con un grupo de desconfiados araucanos. El capitán europeo les comunica su intención de establecer una alianza contra España, enemigo común de unos y otros. Para ello recuerda el deseo de libertad que une a las dos naciones, la legendaria valentía de los mapuches y las iniquidades cometidas por los españoles en el resto de América. Su discurso concluye con una demostración de la semejanza histórica entre araucanos y holandeses que debiera traer como consecuencia natural un pacto militar y comercial:

Como es natural amar a cada uno su semejante, y vosotros y mi república sois tan parecidos en los sucesos, determinó enviarme por tan temerosos golfos y tan peligrosas distancias a representaros su afecto, buena amistad y segura correspondencia, ofreciéndoos, como por mí os ofrece, para vuestras defensas o pretensiones, navíos y artillería, capitanes y soldados, a quienes alaba y admira la parte del mundo que no los teme [a los españoles]…1

Para terminar de persuadir a su auditorio, el holandés regala al jefe araucano, además de algunas baratijas, un catalejo2. El indio aplica el ojo al «tubo óptico» y da un grito de asombro al comprobar cómo animales y hombres lejanos se ven muy próximos a él. Sin embargo, cuando está a punto de ser convencido, recapacita y rechaza el invento, «instrumento revoltoso» que «descubre lo que el cielo esconde»3. La Hora, que aparece y reaparece a lo largo de los episodios de la obra, le hace entender mejor las supercherías que encubre este invento. La argumentación del holandés cae entonces en el descrédito. La escena se remataría, por tanto, a partir de un discurso genuinamente barroco del desengaño: la experiencia visual nos engaña y nada es lo que parece. Ahora bien, desde la perspectiva política de Quevedo, que es la de su metrópoli, esta lectura se puede enriquecer si se atiende al contexto global en el que se enmarca. El espacio americano, territorio que habría sido otorgado providencialmente a la corona desde el discurso oficial asumido por Quevedo, se rige por unas leyes propias que lo deberían aislar de intereses espurios, ajenos al proyecto español. Por eso no conviene mostrar al indio más allá de lo que abarcan sus conocimientos del medio inmediato: «Traer a sí lo que está lejos es sospechoso para los que estamos lejos»4. El poder del telescopio es subversivo, porque revela un horizonte planetario que no conviene al programa imperial sobre los súbditos indígenas. El aparato óptico traído por los enemigos promete una inadmisible apertura fuera del continente americano, una aproximación a la situación internacional que acaso mostraría las dificultades del poder español en los territorios europeos. El invento se convierte, pues, en metáfora textual del tratado entre holandeses y araucanos, una alianza frustrada que permitiría integrar al pueblo resistente en una coyuntura de guerra global5. En este episodio el pirata se presenta frente al ingenuo indígena como el tentador, poco menos que diabólico, que enseñaría un conocimiento innecesario, «revoltoso». La revelación de espacios ultramarinos a quien no «debe» adquirirlos puede erigirse en motivo preocupante desde una mirada imperial.

Por ir refiriéndonos ahora al género épico, la enseñanza de determinadas ciencias ligadas al mundo global en un contexto hispánico y colonial, también puede mostrarse de forma muy problemática en algunos poemas. De la misma manera que el capitán holandés de La hora de todos pretende mostrar al indígena un mundo que no debiera conocer, el corsario Francis Drake figura en algunos textos (Armas antárticas de Juan de Miramontes, La Dragontea de Lope de Vega) como el revelador de unos saberes geográficos prohibidos con los que se pretende amenazar la legítima posesión de América por parte de España6. Por otra parte, la posibilidad de entendimiento entre los piratas y corsarios europeos con las poblaciones sometidas en América, ya fueran esclavos o indígenas, se había dejado sentir desde las primeras incursiones piráticas en la segunda mitad del siglo XVI. El mismo Francis Drake se había aliado con los cimarrones durante su aventura en el Istmo de Panamá en 1573. Los poemas épicos se hacen eco, por tanto, de estos miedos y conducen a una mirada menos homogénea de la sociedad colonial de lo que podríamos pensar7. El arcediano Martín del Barco Centenera revela que, ante la infausta noticia de una incursión de piratas, los indios conspiran y los soldados se alegran porque podrán medrar. Cuando ciertos indígenas se enteran de que el inglés Cavendish puede desembarcar, le escriben la siguiente misiva:




Estos temores de insurrección no eran sólo de Barco Centenera, sino de todas las élites del virreinato. Pedro Fernández Quirós escribe en un memorial al rey que el intento de Cavendish era «juntarse con los indios araucanos y pregonar allí la libertad de conciencia, libertad a todos los indios y negros de la América, acogimiento a los retraídos y perdidos y, a todos cuantos la quisiesen, seguridad de vidas, honras y haciendas, buena compañía y esperanzas, y por remate soltar presos»8. Hay, en efecto, numerosos indicios de cómo la sociedad limeña se vio alterada por las noticias de la llegada de Drake y Cavendish, y de cómo tanto indios como esclavos planearon alianzas con los ingleses. Estas tensiones internas no pasaron desapercibidas al género épico.

Los ataques corsarios fueron vistos, pues, como una amenaza a la estabilidad del poder español en América, puesto que podían desencadenar otro tipo de rebeliones entre las comunidades dominadas. Desde esta perspectiva la épica colonial plantea los modos de defensa frente a un enemigo que establece un desafío interno y externo, desde el mar y la tierra, desde la rivalidad con otras potencias coloniales y la alianza posible de estas últimas con las poblaciones sometidas. En las siguientes páginas me detendré en el interior de un territorio que la legalidad española considera infranqueable para el extranjero europeo. Para ello me serviré de dos poemas épicos dedicados a las guerras de Chile que representan episodios históricos análogos. El Purén indómito y La guerra de Chile escenifican los levantamientos araucanos contra los españoles a partir de un suceso crítico para el dominio de la región: la batalla de Curalaba (1598), en la que muere el gobernador Martín García Óñez de Loyola y se marca el comienzo de la gran rebelión que desemboca en la destrucción de las siete ciudades españolas al sur del río Bío Bío. La materia de ambos poemas revela las dificultades del Imperio en el confín chileno, prolongadas más allá de los dos textos fundadores del ciclo: la Araucana y Arauco domado. Pero, además, introducen un elemento perturbador, como es la aparición de un posible aliado de los indígenas, a saber, los corsarios holandeses. De esta manera el conflicto se vuelve transatlántico, al relacionar frentes de guerra de muy diferente origen.

HOLANDESES EN EL MAR DEL SUR

A partir de 1598, el año de Curalaba, la guerra entre España y Holanda, hasta entonces muy localizada en los Países Bajos y las costas del Atlántico europeo, empezó a extenderse hasta convertirse en «el primer conflicto global de la historia»9, al abarcar territorios de Asia, África y América. El impulso neerlandés a la navegación fue el directo responsable de la ampliación geopolítica de la guerra: los holandeses se consolidaron como el nuevo enemigo número uno allende los mares, tras la paz con Inglaterra en 1604. De hecho, a las expediciones británicas de Drake, Cavendish o Richard Hawkins por el Pacífico sur les siguieron otras procedentes desde Holanda.

En 1598 Jacobo Mahu zarpa desde Holanda con cinco naves, pero él mismo muere en el Atlántico durante la travesía. La flota entonces se dirige al Estrecho de Magallanes y después de atravesarlo, sufre una violenta tempestad. Ya a finales de 1599 dos de los barcos supervivientes, al mando de Baltazar y Simón de Cordes, desembarcan en territorio chileno, aunque con poco éxito, como enseguida vamos a ver, ya que esta es la materia de la que tratan el Purén indómito y La guerra de Chile. Ese mismo año otra expedición al mando de Olivier van Noort, cruza el Estrecho, traba buenas relaciones con los mapuches, captura algunos barcos, escapa de los españoles, atraviesa el Pacífico y, de saqueo en saqueo, regresa a Amsterdam, convirtiéndose así en el cuarto navegante en circunnavegar el globo. Es notable que los poemas épicos que estudiamos no desarrollen esta expedición y, en cambio, sí se extiendan con la primera mencionada de Simón y Baltazar de Cordes, a pesar de ser casi contemporáneas una de la otra. Parece obvio que el triunfo del enemigo holandés, que, además, había llegado a tener buenas relaciones con los araucanos, debía ser silenciado. Y, por el contrario, la conocida derrota de otros compatriotas suyos era de obligado recuerdo en unos poemas que ya habían mostrado con suficiente dureza el carácter indómito de los araucanos por sí mismos.

Hay que esperar a 1614, durante la tregua entre España y Holanda, para que la Compañía de las Indias Orientales enviase sus navíos con patente de corso al mando de Joris Von Spielbergen. El plan residía en reforzar el poder comercial y militar en las Molucas previo paso por los puertos españoles en el Pacífico. La expedición de Spielbergen derrotó a la Armada del Sur en mayo de 1615 al sur del Callao. Un año más tarde, Jacob Lemaire descubrió un paso alternativo al de Magallanes y en 1623 Jacques L’Hermite saqueó las costas del Pacífico, si bien no consiguió establecer una colonia. Esta incursión terminó fracasando, lo mismo que la de Hendrick Brouwer (1643). Este último desembarcó en la isla de Chiloé y conquistó Valdivia, el único enclave continental español al sur del Bío Bío. Brouwer, o Bruno para los españoles, estipuló una alianza con los indios de manera que los holandeses darían armas a los aborígenes y estos les proveerían de víveres10. A la postre unos y otros desconfiaron de lo pactado, por lo que la expedición corsaria levó anclas en dirección a Pernambuco, puerto holandés por entonces. Así pues, todas estas iniciativas, pese a que no cuajaron en un dominio efectivo de los holandeses en el sur de Chile, no hicieron sino explotar un sentimiento de aprensión, tanto entre las autoridades coloniales como en la metrópoli, acerca de la posibilidad de que el enemigo consiguiera introducir un puesto de avanzada en la periferia del imperio, a semejanza de lo que iba sucediendo en el Caribe por parte de franceses, ingleses y los mismos holandeses.

EL PURÉN INDÓMITO Y LOS PIRATAS DOMADOS

El poema comienza con el desastre español de Curalaba (1598), en el que pierde la vida el gobernador Martín García Óñez de Loyola y se desarrolla durante los mandatos de Pedro de Viscarra (1598-1599) y Francisco de Quiñónez (1599-1600). Con la misma ausencia de plan que sus antecesoras, La Araucana y el Arauco domado, en medio se van sucediendo batallas a campo abierto, asedios, actos de crueldad cometidos por uno y otro bando. Especial relevancia adquieren las narraciones de la violencia cometidas contra las mujeres españolas. Según Paul Firbas, por su carácter hasta cierto punto antiépico, el poema de Arias de Saavedra «debe leerse como una respuesta al poema de Ercilla y al Arauco domado de Pedro de Oña. Frente a esos poemas que monumentalizan el espacio araucano durante las guerras de mediados del siglo XVI, el Purén narra las muertes y destrucciones de este mismo espacio hacia finales del siglo, destruyendo el mito heroico y reemplazándolo por un espacio de tragedia, que el poeta construye como ‘verdad’, situándose poéticamente junto a Lucano»11. Sólo en el Canto XVII aparecen los piratas holandeses y su destino tampoco va a ser demasiado glorioso:




La incursión a la que se refiere el cronista poeta es la que lleva a cabo el Hoope (Esperanza), barco al mando de Simón de Cordes y perteneciente a la escuadra de cinco naves del almirante Jacobo Mahu, la cual, en septiembre de 1599 atravesó el Estrecho de Magallanes en dirección a las posesiones españolas. Como antes señalamos, una sucesión de tormentas dispersó la flota y la Hoope de Cordes acabó en la bahía de Arauco. Allí fueron recibidos amistosamente por los indígenas, pero después fueron atacados y murieron veintitrés holandeses, entre otros su capitán. A la vista de lo ocurrido, el resto de la tripulación decidió poner rumbo al Pacífico y su viaje concluyó en Japón12. En el Purén indómito la relevancia estructural de este episodio es marginal, sobre todo si se lo compara con otros poemas épicos como Armas antárticas, Argentina y conquista del Río de la Plata o, sobre todo, el Arauco domado, que sería el modelo más próximo. Esto no impide que la representación del corsario introduzca algunos de los tópicos característicos del discurso antipirático. No hay, en realidad, muchas diferencias con los corsarios ingleses de los poemas de Miramontes, Lope de Vega, Barco Centenera o Castellanos. Unos y otros son demonizados por el hecho de pertenecer a la secta luterana, abarcando con este término a cualquier sujeto que abrazase el credo protestante o anglicano. El argumento de la lucha contra el luteranismo había sido elevado a criterio fundamental de la política exterior del Imperio español, sobre todo a partir del interminable conflicto de Flandes. En este contexto, el combate contra la piratería se vio, por lo menos, como una extensión de ese principio de actuación13. En el Purén, como en el resto de la épica colonial que toca este tema, todos los piratas se caracterizan por ser herejes, «luteranos», y por tanto, enemigos de España y de la fe católica. Funciona, por tanto, la negación del otro, holandés o inglés, por razón de su fe, como sucede en tantos textos contemporáneos. También se le presenta como víctima del pecado de codicia («el audaz general, cosario fiero/ por la gula y la cobdicia insaciable», XVII, 1334), mal que aquejaría a los herejes y a otros corsarios épicos como Drake o Cavendish14. Al ver los araucanos que los corsarios se retiran desconfiados de la playa a sus embarcaciones, los atraen de nuevo hacia ellos prometiéndoles oro y plata. Entonces el capitán Simón de Cordes «guiado del metal resplandeciente» (XVII, 1331), vuelve a tierra donde él y los suyos son engañados y pasados a cuchillo.

Ahora bien, en los piratas del Purén indómito también se delatan rasgos originales y nuevas imprecisiones con respecto a otros poemas. Estos holandeses, por ejemplo, navegan en la mente del cronista épico en un mar de indefinición nacional. A veces son «los nautas pérfidos germanos» (XXII, 1013) y en otras ocasiones se declara cómo «en Lavapie degüella Antemaulen al general inglés»15. En otras octavas, en cambio, se refiere a «la flamenca compañía» (XVII, 1333) y se supone el regreso a Flandes de los pocos supervivientes. En los poemas y crónicas contemporáneos, la otredad religiosa difuminaba las fronteras entre anglicanos y protestantes, de manera que los piratas son todos «luteranos». Ahora, aquí el enemigo europeo tampoco recibe una designación rigurosa en materia de naciones. Dicho sea de paso, estas imprecisiones nos sugieren acaso la procedencia social y formación cultural del cronista épico, que no sería la propia de un hombre de letras16.

Por otro lado, si son «luteranos», el poeta los repudia como tales. Más aún, son «miserables luteranos» (XVII, 1327) que sienten miedo al principio de la aventura y se embarcan nada más comprobar la fiereza de los indígenas. A diferencia de otros corsarios que sobresalen por su arrojo, astucia o sus cualidades guerreras, aquí funciona el tono antiheroico, como en otros episodios del Purén. En realidad, la representación del pirata es más bien irónica y lo interesante de su configuración es su clara inferioridad frente a los indios, antagonistas mucho más serios. El narrador se permite invocar a sus personajes luteranos advirtiéndoles del peligro en que se meten al tratar con gentes que han sido capaces de derrotar en numerosas ocasiones a los mismos españoles:




Tantas advertencias a un enemigo sólo se entienden desde el miedo a otro enemigo peor. El pirata en Purén indómito, por tanto, establece una relación mimética con respecto al conquistador español, como ocurre en otros poemas épicos17, pero con una salvedad importante. Aquí la relación de analogía con el colonizador nos e asimila al valor de unos y otros, sino que funciona a partir de la derrota común frente al indígena. El pirata se presentaba como un rival formidable en los textos de Oña, Miramontes o Castellanos, pero en el amargo poema de Arias de Saavedra es más bien otra víctima de la barbarie americana. No hay alianza posible con los indígenas, ni falta que les hace a estos últimos. Ellos son tan «ínfidos» como los holandeses y, por tanto, ajenos a la voz ideológica del enunciador. Pero el indio supera al pirata en astucia, número y fuerza de combate. En consecuencia, la figura del holandés establece un cierto grado de complicidad con la suerte de los españoles cuya sangre riega las provincias belicosas de los araucanos. Unos y otros perecen, dada su condición de europeos, derrotados colonizadores de una tierra indómita.

LA GUERRA DE CHILE Y EL PIRATA TRÁGICO

Este poema épico sobre la guerra de Arauco, compuesto por más de 7.000 versos, de autoría desconocida, se muestra hoy «enigmático y controvertido, tanto para el lector primario como para el letrado», según Mario Ferreccio Podestá, editor de la obra junto con Raïssa Kordic Riquelme18. Al igual que el Purén indómito, el relato se abre con la crisis provocada por la derrota de Cuaralaba, a la que sigue el envío de refuerzos españoles desde el Perú al año siguiente, 1599, al mando del nuevo gobernador Francisco de Quiñones. El final se corta súbitamente con la llegada de los holandeses al archipiélago de Chiloé en 1600. Los dos últimos Cantos se consagran a las conversaciones entre piratas e indígenas, de modo que este poema otorga un desarrollo superior al tema con respecto al Purén. En realidad, aunque no es posible conocer las razones de un final tan abrupto, no es aventurado suponer que la organización de la materia guarda una relación imitativa con respecto a la conclusión del Arauco domado, que también representa un viraje en el señalamiento del enemigo al introducir la figura del pirata. Recordemos que los cantos XVIII y XIX del poema de Oña se dedican al enfrentamiento con Richard Hawkins en las costas de Perú y Ecuador. El autor anónimo estaría pues haciendo entroncar su diseño cronístico con la estructura épica de un texto anterior de prestigio. En este detalle ya se advierte una diferencia de propósitos con respecto al Purén indómito que vamos a tener ocasión de desarrollar más adelante. A pesar de que los dos poemas abundan en acontecimientos semejantes, cuando no idénticos, las fuentes de La guerra de Chile dan idea de un autor más cómodo con la tradición épica europea, ya sea la clásica como la renacentista.

Por otro lado, cabe imaginar que el inacabado proyecto narrativo (al igual, por cierto, que en el Arauco domado) debería incluir los hechos omitidos. En varias ocasiones La guerra de Chile sigue unos sucesos distintos, aunque contemporáneos y relacionados con los de los del Purén indómito. Si en este último se refiere el trágico desenlace en la bahía de Arauco del capitán Simón de Cordes y sus compañeros del Hoope, ahora se cuenta el desembarco en la isla de Chiloé de su sobrino Baltazar, al mando de la Trouwe (Fidelidad). Recordemos que los dos navíos, pertenecientes a la flota que zarpó de Holanda bajo la dirección de Jacobo Mahu, habían sido dispersados por una tormenta tras pasar el Estrecho. Ya en Chiloé y después de firmar la alianza con los indígenas, Baltazar de Cordes fondeó cerca de la ciudad de Castro, a la que intimó para que se rindiera. Tras una breve resistencia, se apoderó de la guarnición. Sin embargo, los españoles contraatacaron desde el exterior, expulsaron a los holandeses de la isla y llevaron a cabo una dura represión contra los indios que los habían apoyado. Baltazar de Cordes y sus compañeros se dirigieron a las Molucas, donde finalmente fueron aniquilados por los portugueses. Todo esto es lo que ocurrió y lo que el poema no acaba de contar19.

La entrada de los piratas en el poema sucede en el Canto XI, cuando Baltazar de Cordes y sus compañeros desembarcan en Chiloé y son recibidos como dioses, «como sacros», por los indígenas. La escena tiene antecedentes ilustres, ya que parece la variación de un motivo recurrente de la tradición épica: a saber, la acogida por un anfitrión humilde de un personaje superior, de origen divino o semidivino20. Desde la Odisea a la Jerusalén conquistada pasando por la historia de Filemón y Baucis de las Metamorfosis, entre otros, hay diversos testimonios que el poeta anónimo pudo tener en cuenta para imaginar la asombrada recepción de los campesinos chilotes, considerados gente ingenua e incauta. El texto llama la atención sobre la rusticidad de los «brutos moradores» de Chiloé (XII, 832) que son retratados como campesinos algo simplones, más que como belicosos guerreros. Al parecer, poco tienen que ver con la astucia de sus hermanos del continente y de ahí que vean en los recién llegados a seres sobrenaturales. Por lo mismo, se subraya la apostura física de los holandeses, «rubios» y con los «rostros rojos, de colores» (XI, 832). Son seguramente estos rasgos los que llevan a los indios a distinguirlos de inmediato de los españoles, a identificarlos como «otros» frente al enemigo colonizador.

Ante tan abrumador recibimiento, el capitán holandés pronuncia un extenso discurso en donde da cuenta de los antecedentes de la expedición. Tras una captatio benevolentiae en la que se define a él mismo y a sus compañeros como «peregrinos» errantes, describe a su patria, Holanda, tierra de navegantes por excelencia, y al general de la expedición, Jacobo Mahu, lo compara con Alejandro Magno, pues «de animoso / pequeño todo el mundo se le hacía» (XI, 849). Sin embargo, la asimilación con el héroe de la Antigüedad no deja de ser problemática, ya que este también podía representar al individuo aquejado de una hybris de la que acaba por ser castigado21. Más adelante el propio poema reconoce de forma algo contradictoria, ya que en teoría el hablante está ensalzando los hechos de su antiguo jefe, que «por Asia va Alejandre tan superno / que le parece poco lo crïado, / y allí le sobreviene sueño eterno / y queda a los gusanos entregado». El desdichado final de Alejandro Magno se asociaría, por tanto, al de un héroe afectado por la soberbia y la codicia. De forma implícita es lo que le ocurrirá a Jacobo Mahu, el almirante de la flota holandesa que perecerá antes de llegar al Estrecho de Magallanes. Su trágico final se ve como el justo castigo al marino de una nación rebelde, hereje y codiciosa. En varias ocasiones el relato lo llama con el nombre de Hermes sin nombrarlo de forma directa, lo que ha confundido a algún comentarista22. En realidad, esta apelación mitológica apunta de manera diáfana a la condición navegante y mercantilista del personaje, lindante con la delincuencia, pues no por azar Hermes se consideraba en la Antigüedad dios de viajeros y ladrones. Es exactamente la imagen que se pretende dar del pirata holandés.

Concluida la semblanza de Mahu, el relato de Baltazar de Cordes continúa con dos episodios de orden mitológico que integran el texto en la tradición épica y lo alejan del género cronístico. En efecto, Mahu recibe la visita en sueños de una bella diosa, «hija de la Aurora» (XI, 852), quien le ofrece múltiples tesoros si es capaz de embarcarse hacia tierras lejanas. La aparición celestial previa a la navegación es un motivo que puede vincularse con falsos presagios que prometen riquezas al viajero. De la misma manera que, en el género épico, la navegación se erige en un oficio peligroso que empuja a los hombres a ser arrastrados por la codicia, tal y como se constituye con el famoso discurso del viejo del Restelo de Los Lusíadas, aquí la hermosa dama promete dones innumerables que nunca se alcanzarán. La tradición provee diversos ejemplos de apariciones sobrenaturales en los que el héroe recibe una profecía incumplida. Un modelo acaso más próximo, por protagonizarlo otro pirata engañado, sea el del Canto I de La Dragontea (1598) de Lope de Vega. Allí la Codicia, con rostro bello y resplandeciente, visita en sueños al navegante inglés con el fin de animarlo a realizar una expedición funesta en el Caribe. De ella nunca volverá Draque, lo mismo que Mahu.

La segunda gran aparición mitológica llega durante la travesía por el Atlántico. Mientras el capitán contempla el mar por la noche, una horrenda y gigantesca figura emerge de las aguas: «La deleznable y mística estatura, / mostraba ser de sombra y agua hecha: / la cara de ondas exhalada / era cerúlea, lisa y mal formada» (XII, 866). Este coloso es una contrafigura siniestra de la hermosa divinidad que auguraba riquezas al navegante. Su identidad no deja de ser también algo oscura: «Yo soy de la venganza el hado fiero / a quien llamáis Ranusia los humanos» (XII, 869). Como tal, la alusión conduce a Ramnusia, Némesis, diosa de la venganza que tenía un famoso templo en el asentamiento griego de Ramnunte. Ranusia anuncia la locura de los intentos de Mahu y predice su muerte inminente en castigo por pretender apropiarse de los tesoros que no le pertenecen. De esta forma se erige en elemento profético, no sólo de lo que le ocurre al capitán, sino también del destino que espera a los que aún continúan con su travesía. El pirata Cordes que, no lo olvidemos, está componiendo este discurso delante de los indios, adquiere de forma alusiva una estatura trágica. Él mismo debería compartir el fin que ya se le anunció a su antiguo superior.

Por otra parte, el poema incluye algunas transformaciones interesantes con respecto a su modelo. Las imágenes que nos han llegado de la Venus, o también Némesis, de Ramnunte la representan con una corona y a veces con un velo que le cubre la cabeza; suele llevar una rama de manzano en una mano y una rueda en la otra23. No tiene nada que ver con el gigante monstruoso que surge de las aguas cerca de las costas de África en el poema de La guerra de Chile. Para la configuración física de esta Némesis, quizá su modelo más relevante sea, más bien, el gigante Adamastor de Camões, que simboliza las fuerzas de la naturaleza alzadas contra Vasco de Gama antes de doblar el cabo de Buena Esperanza y penetrar en el Océano Índico. El diálogo que emprenden Vasco de Gama y Mahu respectivamente con los monstruos marinos guarda muchas coincidencias.




El monstruo emergiendo del océano, los bramidos, la pregunta por su identidad y la respuesta («Eu sou…»), que incluye el nombre que recibe de los seres humanos… Todos estos elementos comunes confirman la analogía de las escenas. También a Mahu se le aparece Ranusia en la costa africana y, como el Adamastor de los Lusíadas, sus anuncios tienen la finalidad de que no se prosiga más allá del cabo de Buena Esperanza24. En el caso portugués, la talla heroica de Vasco de Gama supera los malos augurios de las fuerzas maléficas. En cambio, el holandés sucumbe y sus compañeros supervivientes, temerosos de la profecía adamastoriana, cambian el rumbo a América del sur, en una decisión que se supone equivocada, al mismo tiempo que los rebaja frente al héroe ibérico. Nótese, además, que la irrupción de Adamastor no produce congoja en Vasco de Gama, quien no duda en proseguir su marcha, mientras que la visión fantasmagórica de Ranusia acaba con la vida del aterrorizado Mahu. No es seguramente inocente la actitud de este último si la relacionamos con la rivalidad contemporánea por el dominio de los océanos entre lusos y holandeses. Leídos los dos pasajes a comienzos del siglo XVII, en un contexto de agresión de las Provincias Unidas contra el poder ibérico en el Índico y el Atlántico, el héroe por excelencia de las glorias portuguesas, Vasco de Gama, pasa por encima de las augurios de la criatura marina, pero también se muestra muy superior a un holandés incapaz de superar el desafío de otro monstruo equivalente.

Tras ser nombrado Simón de Cordes nuevo almirante de la expedición, se decide abandonar el proyecto de las Indias orientales y poner rumbo al Mar del Sur. El relato del viaje entrevera las menciones mitológicas referidas a los viajes marinos (tritones, ganados de Proteo, etc.), con el imaginario de los exploradores de la región. Tal el caso de la existencia de indios caníbales en la Patagonia (XII, 886), que son asimilados a los Lestrigones de la Odisea. De esta forma, el relato del pirata va consolidando su dependencia de los registros mitológicos al que se le adhieren otros elementos derivados de la intención cronística, como la alianza previsible con los indios chilotes o la tormenta que efectivamente dispersó la escuadra holandesa.

Cuando el pirata concluye su discurso, toma la palabra un indígena. Es notable que la iniciativa de una alianza contra los españoles parta de los propios araucanos, quienes aquí son definidos como «incautos» e «inorantes». El cacique, a quien le ha sido revelado el poder de Holanda en el discurso del pirata, propone luchar juntos contra los castellanos, que «a nuestra libertad pusieron yugo» (XII, 897). Y así, después de quejarse por los constantes tributos que deben pagar y de tentar al pirata con las riquezas de la ciudad de Castro, la última octava del poema expone el estado de dejadez y apatía con que viven los españoles:




Después del recuento de acciones referenciales e invenciones mitológicas de las que ha dado cuenta el corsario, el discurso interrumpido del cacique es un regreso al presente histórico y a la coyuntura de una alianza peligrosa para el discurso colonial español. El Canto XII termina de manera abrupta con un símil de gusto dudoso pero expresivo, que viene a ser, desde la perspectiva del lector épico, una denuncia del abandono de las armas, el descuido del ejercicio militar para la defensa que, por cierto, es también el desencadenante del poema entero, cuando la excesiva confianza del virrey trae como funesta consecuencia la desastrosa emboscada de Curalaba.

CONCLUSIONES

Diego de Rosales acuñó en 1674 la expresión afortunada de Flandes Indiano para referirse a la tenaz resistencia del pueblo araucano frente al empuje de los españoles25. Así como las Provincias Unidas se rebelaron contra la corona en el siglo XVI y la guerra por su independencia se prolongó a lo largo de ochenta años, agotando las reservas del imperio español, la frontera sur de Chile se convirtió en un escenario de interminables combates en el que ningún bando consiguió derrotar al otro de manera definitiva. En este contexto de débil equilibrio la llegada ocasional de corsarios y piratas podía considerarse con una alarma especial por parte de las autoridades coloniales, con mayor motivo si estos procedían de Holanda. La simetría a uno y otro lado de los hemisferios resultaba singularmente inquietante.

La épica colonial suele tratar el tema de los piratas desde una perspectiva defensiva. Los poemas épicos del ciclo araucano que hemos estudiado desarrollan el tema de la alianza tan temida con los indígenas, pero con resultados negativos para los holandeses. En el Purén indómito los indígenas asesinan a los extranjeros después de haber fingido amistad. La traición forma parte de su modo de combate y de esta forma se manifiestan mucho más peligrosos que los mismos piratas. En el marco de las guerras araucanas, estos llegan como un tercero en discordia que enseguida desaparece. La ironía con que se despacha su presencia explica el poco peso que tienen en la voluminosa trama del poema.

La guerra de Chile es un texto con mayor número de referencias librescas y, en consecuencia, frente al afán cronístico del Purén indómito, su dependencia de los modelos épicos es mayor26. Además, el desarrollo del episodio de los piratas es más amplio. Por todo esto el personaje del pirata adquiere una consistencia épica más amplia que la que ofrece el Purén. El pirata aquí figura como un ser errante y afectado de hybris y, por ello mismo su destino trágico será sufrir el castigo de la derrota y la muerte. La imitación de un pasaje famoso de Os Lusiadas permite comparar el sino fatal del navegante holandés con el triunfo de Vasco de Gama, convertido en héroe del imperio español tras la anexión de Portugal en 1580. El poema concluye con los prolegómenos de la alianza entre indígenas y piratas. Aunque a la postre la historia refiere la derrota de los aliados, la octava final del poema toca un tema, el del abandono de las armas, que constituye un advertencia que impida el éxito de futuras agresiones a los designios imperialistas en el sur de Chile27. En este sentido, tanto el Purén indómito como La guerra de Chile vienen a coincidir en mostrar la fragilidad de la fuerza militar española en la región, alimentada por la presencia de enemigos procedentes de Europa, lo que redunda en un inquietante signo de guerra global.

Material suplementario
Referencias
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Notas
Notas
1. Quevedo, La Hora de todos y la Fortuna con seso, pp. 300-301.
2. Como recordaron en su día Bourg, Dupont y Geneste, el texto tiene en cuenta el origen holandés del telescopio y los avances en la ciencia óptica habidos en ese país durante el siglo XVII. Por otra parte, el texto de Quevedo pudo ser escrito alrededor de 1635, a partir de ciertos informes recibidos en Madrid acerca de los planes holandeses de establecer colonias en el sur de Chile con la colaboración de los araucanos (ver Quevedo, L’heure de tous et la fortunne raisonnable, pp. 483-484).
3. Quevedo, La Hora de todos y la Fortuna con seso, p. 302.
4. Quevedo, La Hora de todos y la Fortuna con seso, p. 303.
5. Por lo demás, el jefe araucano se encarga de aclarar que no puede haber tantas analogías entre unos y otros: «No será nuestra tierra tan boba que quiera por amigos los que son malos para vasallos, ni que fíe de su habitación de quien usurpó la suya a los peces». La desconfianza que muestra el araucano de Quevedo no sólo se queda en el chiste contra Holanda y sus territorios ganados al mar. También tiene que ver con los recelos contra el navegante que tienen una larga data en la tradición clásica, en tanto que la navegación es un iniciativa ligada al exceso de codicia y de soberbia (Segas, 2015a, p. 20). Por esa condición, el corsario, merece la crítica del individuo lúcido.
6. En el Canto III de Armas antárticas y en el Canto II de la Dragontea Drake irrumpe con una detallada exposición ante la reina Isabel I de sus proyectos de ataque y saqueo de las posesiones españolas en América. Aunque se trata de dos episodios históricamente distintos, son gemelos en la estructura de los dos poemas. Ver Navascués, 2016, pp. 55-58.
7. Para ejemplos diversos, ver Segas, 2015; Marrero Fente, 2014; Mazzotti, 2016, pp. 188-192; Navascués, 2013.
8. Escandell, 1952, p. 88.
9. Israel, 1997, p. 25.
10. Para las expediciones citadas, ver Morales, 2006, pp. 151-177.
11. Firbas, 2006, p. 81.
12. Para estos y otros pormenores de toda la expedición, ver Morales, 2006, pp. 129-137.
13. Sólo más tarde el antiluteranismo dejó de ser un argumento, a partir de la década de 1640, cuando Francia desplace a Holanda como enemigo principal. Entonces, el pragmatismo sustituye al argumento providencialista católico (Para la justificación del discurso oficial y sus transformaciones a lo largo de las coyunturas políticas y militares del siglo XVII, ver Usunáriz, 2011).
14. Ver Segas, 2015.
15. Arias de Saavedra, Purén indómito, p. 573.
16. Respecto a este tipo de confusiones entre holandeses e ingleses, señalaba el padre Rosales que «en estas regiones no distingue el vulgo la diferencia de las naciones setentrionales de Europa» (Historia general, p. 117). La bahía de Castro en la que fondeó el corsario Baltazar de Cordes en 1600 fue denominada Puerto del Inglés.
17. «En la mayoría de los poemas épicos coloniales, “junto al antagonismo se detecta también una percepción admirativa del enemigo audaz, valeroso y hábil navegante. Respecto a la configuración de la imagen del pirata puede hablarse no sólo de una alteridad excluyente, sino también de la expresión de actitudes valoradas por el sujeto colonial respecto de sí mismo […]. La relación entre el héroe español y el corsario se manifiesta entonces no en un sentido vertical, como podría suceder entre el conquistador y el indígena o el esclavo, sino en un plano de rivalidad. Se disuelve la dialéctica entre sujeto colonizador y colonizado que se encuentra en el centro de la vida colonial; más bien al contrario, esta se reemplaza por la rivalidad entre un sujeto colonizador en acto y otro en potencia» (Navascués, 2016, p. 59).
18. Ferrecio y Kordic (ed.), 1996, p. 7.
19. Para un resumen de los sucesos históricos, ver Morales, 2006, pp. 135-136 y Barros Franco, 1996, pp. 37-38. Ver también Diego de Rosales, Historia general, pp. 117-118, quien los refiere por extenso en el capítulo IX de su Historia.
20. Un análisis de este motivo, con especial atención a la relación entre el episodio de Erminia en la Jerusalén conquistada y las Soledades, en Blanco, 2012, pp. 189-204.
21. Como ocurre con el Draque de Lope de Vega, quien se jacta delante de la reina Isabel I de conocer perfectamente todo el globo terráqueo: «Yo sé la tierra toda y he medido/ los pasos que he de dar por ella […] No hay río que no tenga conocido/ […] Si dejamos la tierra, el mar me inclino,/ bien sabe el mar que sé el camino» (Lope de Vega, Dragontea, II, 20-21). Su final será funesto.
22. Dice, por ejemplo, el poema que al holandés se le aparece en sueños una enigmática mujer que le profetiza grandes fortunas en sus viajes. Después, «Hermes, de improviso despertando / tiene por verdaderas las señales» (XI, 854). Barros Franco interpreta que el texto se refiere por semejanza fónica a otro navegante holandés, Jacques L’Ermite, quien en 1623 atravesó las aguas del Pacífico Sur: «El poeta, perturbado por noticias recibidas en el marco de una cronología confusa cuya causa no podemos determinar hoy» (Barros Franco, 1996, p. 41). De ser esto cierto, el poeta anónimo confundiría en un par de octavas al navegante de 1600 que murió antes de llegar a costas de América con el de 1623 que atacó las costas del Perú tras cruzar el Estrecho. Mucha confusión me parece. Si se acepta que Hermes deriva de una deformación del nombre L’Ermite, no tiene sentido que después se hable de la «jornada mahuïna» (XI, 880) para referirse a la aventura iniciada por Mahu. Son demasiadas inconsistencias juntas que no se terminan de explicar. En realidad, la cuestión se resuelve con facilidad apelando al registro mitológico propio del género épico: Hermes, dios de los ladrones y las riquezas mal habidas.
23. La descripción la hace Plinio en su Historia natural (XXVI, 5).
24. La idea inicial de Mahu era comerciar con las Indias orientales.
25. La asociación de Flandes con Chile aparece en algunos cronistas anteriores y en una carta del virrey García Hurtado de Mendoza, quien había sido antes gobernador de la región. Es una imagen recurrente que se empleó también en la Península para referirse ocasionalmente a otros territorios en rebeldía, como Cataluña o Sicilia. Ver el interesante trabajo de Baraibar, 2013, especialmente pp. 164-168.
26. La escasa crítica dedicada al poema ha destacado, por ejemplo, el subtexto de las guerras de Troya para todo el poema. Ver Mata, 2013, p. 169.
27. Para el desarrollo del tema del abandono de las armas, ver Segas, 2015b.















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