Resumen: La Fama en la Tragedia de Numancia de Cervantes no es únicamente el personaje que cierra la tragedia, sino que es un elemento de desarrollo dramático. Los romanos comienzan a cantar las glorias de la ciudad y de sus habitantes mucho antes de que ésta sea destruida, son ellos los que modifican su percepción de los numantinos según avanza la obra, aunque Escipión solo lo hace tras la muerte del muchacho.
Palabras clave:La Tragedia de NumanciaLa Tragedia de Numancia, Miguel de Cervantes Saavedra Miguel de Cervantes Saavedra, Fama Fama, dramatización dramatización.
Abstract: The character of the Fame in the Cervantes’ Tragedia de Numancia is just a character and a dramatic element in the tragedy because the Romans changed their perception about the Numantins before the people died and destroy the city, because they sing the qualities of the habitants during the play, all of them except Scipion who did it when the boy died.
Keywords: La tragedia de Numancia, Miguel de Cervantes Saavedra, Fame, Dramatization .
Lecciones cervantinas (2016-2017)
La elaboración dramática de la fama en la Numancia de Cervantes
Cervantes’ Numancia: dramatic elaboration of the Fame
Recepción: 31 Mayo 2017
Aprobación: 07 Agosto 2017
Cuando leemos por primera vez la Numancia de Cervantes tenemos la falsa impresión de que es la Fama, el personaje que cierra la tragedia, quien comienza a cantar las glorias de Numancia. De hecho, alguna de las representaciones que se han llevado a cabo han comenzado con este personaje con la intención de acercar la obra al público. Sin embargo, como intentaré demostrar Cervantes comienza a elaborar la fama1 de los numantinos teatralmente desde el principio de la representación.
Como nosotros, cualquier espectador del siglo XVI conocía la historia de Numancia, gracias a los romances2 y a los cronistas, desde Alfonso X3 hasta Ambrosio de Morales4, que será la fuente principal de Cervantes, pasando por Florián de Ocampo5, Diego de Valera6 y Antonio de Guevara7.
Los cronistas escriben para un público culto, pero influyen en el pensamiento del resto del pueblo. La hegemonía del país hay que demostrarla, tanto en el momento presente como en el pasado. Los cronistas son los difusores de esta forma de pensamiento, que emana del poder y se expande por toda la sociedad8. Este ambiente es el que rodea a Cervantes y en el que se encuentran inmersas La Numancia y la forma de trabajar del autor, como ya dijo Manuel Álvarez:
El análisis de una obra teatral de Miguel de Cervantes, El cerco de Numancia, puede llegar a revelar la reproducción del mismo modelo de visión de la Antigüedad y de la Historia de España generado en las producciones historiográficas coetáneas. Esto se puede entender como una simple influencia intelectual o, como nos inclinamos a creer, como una voluntaria participación por parte del autor en un ejercicio de construcción colectiva de una determinada visión del pasado a partir del presente, visión que la sociedad comparte y asume9.
Esta unión del pasado y del presente parece clara cuando Cervantes, por boca de Escipión, señala los defectos de los romanos comparándolos con los ingleses y los flamencos:
En el fiero
ademán, en los lozanos
marciales aderezos y vistosos,
bien os
conozco, amigos, por romanos:
romanos, digo,
fuertes y animosos;
mas, en las
blancas delicadas manos
y en las
teces de rostros tan lustrosos,
allá en
Bretaña parecéis criados
y de
padres flamencos engendrados (vv. 65-70)10.
Sin embargo, la «influencia intelectual», que le niega el historiador, está en el germen de la Numancia. Como he dicho más arriba, el autor sigue las crónicas. Los cronistas, historiadores oficiales, escriben la historia que les encargan los reyes desde un punto de vista que destaque su legítimo derecho al trono y la importancia de su país. De hecho, Morales en el prólogo de su Crónica se queja de que España no tiene una historia propia, escrita por españoles, sino que tiene la que escribieron los romanos:
Para esto ante todas cosas conviene advertir, que no tenemos ninguna noticia de las cosas de España, que sucedieron en estos tiempos antiguos, por historias que nuestros españoles dejaron escritas, sino solamente por las que los romanos escribieron. Así que no es historia de las cosas de España, la que aquí se comienza, sino de las cosas que los romanos en ella hicieron, sacada de sus autores, que solos las cuentan. Por esto, ni tenemos noticia entera de nuestras cosas, ni la que estos autores nos dan, es la que deseamos, y convenía que tuviésemos…11
La falta de noticias desde el punto de vista español, el correcto, es una de las razones que llevan a Morales a escribir su obra. La historia narrada por los autores latinos está incompleta y se hace necesario recuperar y reescribir la historia de la nación dentro de esta corriente político-filosófica que emana del poder y envuelve a toda la sociedad.
Pero la historia debía trasladarse a un nuevo marco, el dramático. El mito histórico debe reelaborarse, Cervantes demuestra en la Numancia el perfecto conocimiento que tiene de la escena para transformar los hechos históricos en una obra teatral gracias a recursos literarios y escénicos.
La fama de los numantinos se ha ido fraguando desde el comienzo de la obra, e incluso antes, porque cuando Escipión llega a Numancia, reconoce no solo el mandato del Senado de destruir a la ciudad sino la cantidad de romanos que han muerto: «Guerra de curso tan estraño y larga, / y que tantos romanos ha costado» (vv. 5-6).
Escipión trata a los numantinos como enemigos desde su llegada, primero cuando los embajadores le visitan para ofrecer paces y él les trata como enemigos a los que hay que aniquilar, después, cuando le proponen un duelo que dirima la guerra, en ambos casos les trata de «fieras» y «bestias»:
La fiera
que en la jaula está encerrada
por su
selvatiquez y fuerza dura,
si puede
allí con maña ser domada
y con el
tiempo y medios de cordura,
quien la
dejase ir libre y desatada
daría grandes
muestras de locura.
Bestias sois, y por tales,
encerrados
os tengo
donde habéis de ser domados (vv. 1185-1192).
Pero Escipión destaca sobre el resto de los romanos porque, a diferencia del general que nunca ve nada bueno en ellos, son éstos quienes a lo largo de la obra modificarán su punto de vista sobre los numantinos, nos presentarán a algunos de los principales habitantes de la ciudad, enaltecerán el valor de los numantinos al atacar el campamento romano y serán ellos quienes, al contarnos algunos hechos, comiencen a cantar la fama de Numancia.
Hay que hacer un esfuerzo considerable para ver la obra no como lectores, sino como espectadores del siglo XVI, que van descubriendo el drama según se desarrolla en el escenario. Nuestra visión del texto se halla corrompida por las acotaciones de interpelación, sabemos en cada momento quién está hablando, pero el espectador carece de dicha información y esto es fundamental para mi argumentación.
En la primera escena de la segunda jornada, según el manuscrito HS12, salen a escena varios personajes, algunos nominados y otros innominados, según se recoge en la acotación:
Segunda Jornada. Escena primera. Interlocutores: Teógenes, y Corabino con otros cuatro numantinos, gobernadores de Numancia, y Marquino, hechicero, y un cuerpo muerto que saldrá a su tiempo. Siéntanse a consejo, y los cuatro numantinos que no tienen nombre se señalan así, 1º, 2º, 3º, 4º.
Los espectadores no pueden distinguir a Corabino o Teógenes del resto de los gobernadores de Numancia porque en ningún momento se les nombra en el texto, tampoco hay nada que destaque en su vestuario, ambos aspectos fundamentales para saber lo que perciben los espectadores. Se puede distinguir la importancia de los personajes por el número de estrofas que recita cada uno: Corabino y Teógenes recitan tres octavas reales cada uno, mientras que el resto de los gobernadores tan solo recita una. Nosotros, como lectores, tenemos una información diferente, sabemos quién habla por las acotaciones de interpelación, pero nos faltan los matices de la interpretación.
Al único que se identifica por su nombre es a Marquino, el hechicero, porque se le encarga descubrir el fin que le espera a Numancia.
También será acertado que Marquino,
pues es un agorero
tan famoso,
mire qué
estrella, qué planeta o signo
nos amenaza
muerte, o fin honroso (vv. 625-628).
Efectivamente, unos versos después, Marquino con un nuevo ropaje, como queda destacado en la acotación13, realiza sus conjuros para saber el fin que le espera a Numancia, aquel que ya conoce el público pero que ningún numantino vivo es todavía capaz de anticipar, Numancia morirá por su propia mano. Este descubrimiento lleva a Marquino al suicidio y permite que los ciudadanos busquen soluciones alternativas. Primero, un duelo que dirima la contienda y después, viendo que no hay solución, la libertad a través de la muerte, habiendo destruido antes cualquier cosa que puedan conseguir los romanos.
En el inicio de la tercera jornada, Gayo Mario le anuncia a Escipión que hay un numantino en la muralla que desea hablar con él:
Oye, señor, que de Numancia suena
el son de una trompeta, y me
aseguro
que decirte algo desde allá se
ordena,
pues el salir acá lo estorba el
muro.
Corabino se ha
puesto en una almena,
y una señal ha hecho de seguro;
lleguémonos más cerca (vv.
1137-1143).
Lo importante no solo es lo que el numantino tiene que decirle al general, sino que quien presenta al personaje es el romano Gayo Mario (un romano que según la historia estaba allí antes de la llegada de Escipión), quien conoce al jefe numantino por su nombre. Sin embargo, Corabino14 no conoce físicamente al general y cuando los romanos llegan al pie de las murallas, el numantino lo primero que hace es solicitar hablar con Escipión. El general se presenta a sí mismo.
Corabino
decid al general que acerque15 el paso
al foso, p sorque
viene dirigida
a él una embajada
Cipión
Dila
presto,
que yo soy Cipión (vv. 1149-1151).
Hay que destacar que Corabino está situado por encima de Escipión, en el primer piso del corral de comedias, y el general en el escenario, que el numantino es un líder reconocible por el enemigo, mientras que Escipión se tiene que presentar a sí mismo. En una sociedad clasista tenía que ser muy llamativa tanto la ubicación de los protagonistas, como que no se reconociera al jefe enemigo, que se creía superior a las «bestias» numantinas.
Corabino propone una lucha cuerpo a cuerpo entre un numantino y un romano, tal y como habían decidido en el consejo de la segunda jornada16, aunque la respuesta que obtiene es su burla.
Escipión
Donaire es lo que
dices, risa, juego,
y loco el que pensase
de hacello.
Usad el medio del
humilde ruego,
si queréis que se escape vuestro cuello
de probar el vigor y
filos diestros,
del romano cuchillo y
brazos nuestros (vv. 1179-1184).
Escipión se niega a esta petición porque está decidido a que no muera un solo romano y a vencer a los numantinos por hambre, como le confesó a su hermano en la primera jornada.
Los numantinos y los romanos no volverán a hablar, pero éstos no tienen más remedio que reconocer el valor de aquéllos. El primero en hacerlo es Quinto Fabio, quien alaba el valor de los dos numantinos que acaban de asaltar el campamento romano. Los elogios son constantes:
Dos numantinos, con soberbia
fuerte,
cuyo valor
será razón se alabe (vv. 1744-1745).
A las primeras guardias
embistieron,
y en medio
de mil lanzas se arrojaron,
y con tal
furia y rabia arremetieron,
que libre
paso al campo les dejaron (vv. 1748-1751).
… y allí su fuerza y su valor mostraron,
de modo
que en un punto seis soldados
fueron de
agudas puntas traspasados (vv. 1753-1755).
… como estos dos por medio de tu gente
pasaron,
colorando el duro suelo
con la
sangre romana que sacaban
sus espadas
doquiera que llegaban (vv. 1760-1763).
El parte de bajas romanas no deja lugar a dudas:
Queda Fabricio traspasado el
pecho;
abierta la
cabeza tiene Horacio;
Olmida ya
perdió el brazo derecho
y de
vivir le queda poco espacio.
Fuele ansí mismo poco de provecho
la
ligereza al valeroso Estacio (vv. 1764-1769).
Los daños personificados destacan aún más porque, al iniciar su parlamento, había alabado a los propios romanos:
Sosiega el pecho, general
prudente,
que ya desta arma la ocasión se sabe,
puesto que ha
sido a costa de tu gente:
de aquella
en quien más brío y fuerza cabe (vv. 1740-1743).
Para finalizar, narra lo que ha sucedido con los numantinos:
Con presta ligereza
discurriendo
iban de
tienda en tienda, hasta que hallaron
un poco de
bizcocho, el cual cogieron;
el paso, y
no el furor, atrás tornaron,
el uno dellos se escapó huyendo,
al otro
mil espadas le acabaron (vv. 1772-1777).
Estos versos de Quinto Fabio destacan por contraposición a la respuesta de Escipión:
Si estando deshambridos y encerrados
muestran tan demasiado atrevimiento,
¿qué hicieran siendo libres y enterados
en sus fuerzas primeras y
ardimiento?
¡Indómitos! ¡Al fin seréis domados,
porque contra el furor vuestro violento
se tiene de poner la industria nuestra,
que de domar soberbios es maestra! (vv. 1780-1787).
Pero, sobre todo, las palabras de Quinto Fabio se contraponen con las que dijo al principio, cuando su hermano Escipión tiene que calmarle después de la visita de los embajadores:
Quinto
Fabio
El
descuido pasado nuestro ha sido
el que os hace hablar de aquesa
suerte,
mas ya ha llegado el tiempo, ya es venido,
do veréis nuestra gloria y vuestra muerte.
Cipión
El
vano blasonar no es admitido
de pecho valeroso, honrado y fuerte:
tiempla las amenazas,
Fabio, y calla,
y tu valor descubre en la batalla (vv. 305-312).
Los papeles han cambiado, Quinto Fabio no solo es capaz de reconocer el valor del enemigo, sino de alabarlo en la batalla, tal y como le había recomendado su hermano. Por el contrario, Escipión, muy a su pesar, ha de reconocer que, en las peores circunstancias, aún son un enemigo con el que hay que tener cuidado, sus palabras no son de alabanza, ya que les trata de: «indómitos», «furor violento», «soberbios».
El otro personaje que alaba a los numantinos es Gayo Mario, quien no solo reconoce a Teógenes por su nombre, sino que además nos cuenta cómo ha muerto, con la espada en la mano, los adjetivos no dejan lugar a dudas, «furioso», «valiente»:
A
tiempo llegué a verle, que el furioso
Teógenes, valiente
numantino,
de fenecer su vida deseoso,
maldiciendo su corto amargo
signo,
en medio se arrojaba de la llama,
lleno de temerario desatino;
y al arrojarse, dijo: «¡Oh clara Fama,
ocupa aquí tus lenguas y tus ojos
en esta hazaña, que a cantar te llama!» (vv.
2276-2284).
Teógenes es consciente de que el sacrificio de Numancia debe ser cantado por la Fama, que su muerte no es inútil ni vana, sino que es una hazaña. La historia de Teógenes no la inventa Cervantes, sino que la toma de Valerio Máximo, quien recoge este episodio de la guerra de Numancia para resaltar la muerte del numantino y que los romanos no sacaron de allí ningún beneficio económico:
Aquí recita Valerio que cuando Numancia en España se vide en total perdición: Theogenes que era el mas rico et poderoso de la cibdad / llegó toda la riqueza en vn montón et púsole fuego: et puso allí cerca su espada: et dixo: combatamos nos: et al vencido córtesele la cabeza: et póngase en el fuego: et cuando todos fueron allí feridos / el se echo en el fuego et assi fue toda la cibdad abrasada / que no quedo cosa de que romano / ni otra persona gozar pudiese mas17.
No cabe duda de que Cervantes conoció este texto de Valerio Máximo, a partir del cual consigue transformar a Teógenes en un personaje completo: le sienta en el Consejo, en la segunda jornada, junto con Corabino y los otros cuatro numantinos; es quien, en la tercera jornada, ante los razonamientos de las mujeres, decide la destrucción de la ciudad y, en la última jornada, es el representante del dolor de todos aquellos que tienen que matar a sus seres queridos. Su muerte no es, como dice Hermenegildo18, un acto teatral fallido, sino absolutamente necesaria en la obra. Recordemos que el romano Gayo Mario asiste a la muerte de Teógenes y escucha su invocación a la Fama. Lo más destacable es que es un romano el que repite sus palabras ante Escipión, sus hombres y el público en general.
El papel de Gayo Mario es fundamental para el reconocimiento romano de los numantinos, estaba en Numancia antes de llegar Escipión, es el encargado de presentar a Corabino al general, de relatar la muerte de Teógenes, de narrar el horror que le causa la destrucción de la ciudad y de reconocer no solo el valor de los numantinos sino de alabarles sinceramente:
Del
lamentable fin y triste historia
de la ciudad invicta de Numancia
merece ser eterna la
memoria.
Sacado
han de su pérdida ganancia;
quitado te han el triunfo de las manos,
muriendo con magnánima
constancia.
Nuestros
designios han salido vanos,
pues ha podido más su honroso intento
que toda la potencia de romanos.
El
fatigado pueblo en fin violento
acabó la miseria de su vida,
dando triste remate al largo cuento.
Numancia
está en un lago convertida
de roja sangre, y de mil cuerpos llena,
de quien fue su rigor propio homicida;
de la pesada y sin igual cadena
dura de esclavitud se han escapado
con presta audacia, de temor ajena.
En
medio de la plaza levantado
está un ardiente fuego temeroso,
de sus cuerpos y haciendas sustentado (vv. 2255-2275).
Sin embargo, Escipión todavía no ha cambiado su opinión sobre los numantinos. Cervantes recurre entonces a los romances, a la memoria popular a través de un episodio que le sirve para encumbrar aún más a los numantinos y su fama. Éste es el del muchacho que se tira de la torre. Cervantes es el que le llama Bariato19, y al igual que sucede con la acotación que se ha tachado en HS: «Junto a Soria que en aquel tiempo fue Numancia»20 queda para la compañía, es decir, nunca se pronuncia su nombre en escena21. Pero Bariato (Viriato) solo tiene nombre en la acotación de interpelación, en la lectura, el público que escucha la representación no sabe cómo se llama el muchacho, no ha sido nombrado de ninguna manera, ni por su amigo Servio, ni por Escipión, quien al final tiene que reconocerse derrotado, pero no por toda Numancia, solo por el niño que merece la fama que deniega a sus conciudadanos:
Tú
con esta caída levantaste
tu fama y mis victorias derribaste.
¡Que fuera aún viva y en su ser Numancia
sólo porque vivieras me holgara,
que tú solo has llevado la ganancia
desta larga contienda, ilustre y rara,
¡Lleva pues, niño, lleva la jactancia,
y la gloria que el cielo te prepara,
por haber, derribándote, vencido
al que, subiendo, queda más caído (vv. 2398-2407).
Como señalé al principio, el personaje de la Fama no inicia la fama de Numancia, sino que ésta se ha ido desarrollando a lo largo de toda la obra, lo cual redondea la tragedia, todos los espectadores conocen lo que ha sucedido con Numancia, pero no cómo ha sucedido, ésta es una de las innovaciones de Cervantes y es por ello por lo que atrapa al público. La fama y la memoria de lo ocurrido están dispersas en el conjunto de la obra.
Además, al elegir a dos romanos, Quinto Fabio y Gayo Mario, para relatar los hechos de los enemigos, Cervantes logra unir la historia y la ficción. La transmisión oral de estos personajes al contar a los otros romanos y al público lo sucedido, nos permite afirmar que, son ellos quienes al ensalzar a los numantinos empiezan a crear la fama de Numancia dentro de la propia obra. La Fama, el personaje que cierra la obra, tan solo tiene que cantar lo que ya han contado los romanos.
Cervantes transporta a la escena lo que sucede en la realidad, son los autores latinos los que ensalzan el valor, la resistencia y el final de los numantinos, quienes cruzan la línea que separa la historia de la leyenda. A Escipión se le apodó Africano y Numantino, por las victorias que obtuvo. Los historiadores cambiaron la victoria en derrota, en una línea cronológica que va de Apiano a Floro, de la conquista de la ciudad a la autodestrucción total de la misma.