Lecciones cervantinas (2016-2017)
Recepción: 03 Abril 2017
Aprobación: 19 Mayo 2017
DOI: https://doi.org/10.13035/H.2018.06.02.24
Resumen: Centrándose en la historia de la pastora Teolinda, el presente trabajo aborda el choque con los cánones pastoriles que propone La Galatea. Así pues, se resalta el hecho de que esta historia, además del estilo poético propio de las novelas pastoriles, presenta una estructura arquetípica de comedia de enredos, y genera en el lector una expectativa de feliz desenlace. Sin embargo, Cervantes niega sistemáticamente todas estas expectativas y cuestiona, tanto en este relato como en toda la novela, el modelo pastoril de finales felices literarios.
Palabras clave: La Galatea, Teolinda, comedia de enredos, novela pastoril, expectativas del lector.
Abstract: Focusing on the story of the shepherdess Teolinda, this paper studies the clash with pastoral canons in La Galatea. I will underline the fact that this story, in addition to its typical poetic style of pastoral novels, has the structure of an archetypical comedia de enredos (comedy of intrigue), and thus creates an expectation of a happy ending. Nevertheless, with this story and throughout the whole novel, Cervantes systematically denies this possibility and questions the pastoral model of happy endings.
Keywords: La Galatea, Teolinda, Comedy of intrigue, Pastoral novel, reader’s expectations.
El contraste de La Galatea con las expectativas que genera la literatura pastoril es evidente. Nada más con la historia principal se introduce una insoslayable ruptura frente al mundo arcádico de los pastores literarios, pues la trama de esta novela es la historia de un matrimonio arreglado por codicia, que termina con la insinuación de que se hará uso de la violencia para evitarlo, pero que, en últimas, queda sin resolver2. Esta misma ruptura se manifiesta en las historias intercaladas, entre las cuales cuentan con especial atención por parte de la crítica la historia del pastor homicida3, que ya desde su nombre desmiente nuevamente un ideal arcádico e introduce la estructura de una tragedia de venganza4, y la historia de las bodas de Silveria y Daranio, otro matrimonio arreglado por la codicia que sí se lleva a cabo, a despecho de un discreto pero pobre enamorado5. Sin embargo, la historia de Teolinda no es menos significativa en su contraste con el ideal de universo idílico de los pastores literarios, pues en esta historia lo pastoril parece fundirse con la comedia de enredos para generar unas expectativas de final feliz que se van a negar sistemáticamente.
La historia de Teolinda es una narración pastoril que se desarrolla exclusivamente en un mundo arcádico: empieza en las riberas idealizadas del Henares, de donde es oriunda la pastora, y se intercala en diferentes momentos en las poéticas riberas del Tajo, donde habita Galatea y llega la desdichada pastora. Teolinda es una perfecta pastora literaria: no estamos en este relato ante un personaje ambiguo, como el pastor homicida, que es llamado pastor pero en su historia se revela como un rico caballero, ni ante un personaje proveniente de la corte y disfrazado de pastor, como los múltiples pastores fingidos que irán apareciendo a lo largo de la novela. Teolinda es presentada sin matices como una pastora, hija de labradores, hermosa, discreta, y de extremada voz, que, al igual que Galatea y Florisa, se dedicaba a tejer guirnaldas de flores para su cabello en las orillas del río y a cuidar de sus ovejas libre de los lazos de amor:
Las selvas eran mis compañeras, en cuya soledad muchas veces, convidada de la suave armonía de los dulces pajarillos, despedía la voz a mil honestos cantares, sin que en ellos mezclase sospiros ni razones que de enamorado pecho diesen indicio alguno. ¡Ay, cuántas veces, sólo por contentarme a mí mesma y por dar lugar al tiempo que se pasase, andaba de ribera en ribera, de valle en valle, cogiendo aquí la blanca azucena, allí el cárdeno lirio, acá la colorada rosa, acullá la olorosa clavellina haciendo de toda suerte de odoríferas flores una tejida guirnalda […]!6
Teolinda, al igual que Galatea, se presenta como la arquetípica pastora desamorada que se burla de los tópicos y de las penas de amor de las demás pastoras. Sin embargo, a diferencia de Galatea, esta pastora sí se enamora, y lo hace justamente de otro perfecto pastor literario que, hasta el momento en que la conoce, tampoco había conocido el amor. Este pastor irrumpe en medio de la actividad de las zagalas de hacer guirnaldas de flores para las fiestas, y es presentado como un pastor que sobresale por su belleza, sus destrezas y su ingenio sobre todos los demás, causando admiración entre todas las pastoras. Ya desde esta caracterización se pone en evidencia que hay una paridad entre los personajes, que debe desembocar en su unión, y, en efecto, Teolinda es correspondida.
Artidoro canta una canción en sextinas sobre el desengaño del desamor, y a partir de sus versos, que lo presentan como el equivalente masculino de Teolinda, introduce la promesa de un final feliz al que conduce el amor, que en este caso sabemos correspondido:
Do
vive el blando amor, vive la risa
y adonde muere, muere nuestra vida,
y el sabroso placer se vuelve llanto,
y en tenebrosa sempiterna noche
la clara luz del sosegado día;
y es el vivir sin él amarga noche7.
También Teolinda canta frente a su amado un villancico en el que reafirma estas esperanzas de encontrar la felicidad en el amor, en un amor honesto, como es de esperarse de los dos discretos pastores literarios, pero también un amor que, como lo destaca Trabado Cabado8, incorpora el código cortesano del secreto, y le atribuye ser la clave del buen suceso y la garantía para no verse en aprietos:
En los estados de amor
nadie llega a ser perfecto
sino el honesto y secreto.
Para
llegar al suave
gusto de amor, si se acierta
es el secreto la puerta
y la honestidad, la llave;
y esta entrada no la sabe
quien presume de discreto
sino el honesto y secreto
[…]
Es
ya caso averiguado,
que no se puede negar,
que a veces pierde el hablar
lo que el callar ha ganado;
y, el que fuere enamorado
jamás se verá en aprieto,
si fuere honesto y secreto.
Cuando
una parlera lengua
y unos atrevidos ojos
suelen causar mil
enojos
y poner al alma en mengua,
tanto este dolor desmengua
y se libra de este aprieto
el que es honesto y secreto9.
Pero para hacer aún más evidente esta promesa de finales felices literarios, Cervantes introduce a los gemelos: Teolinda tiene una gemela, Leonarda, y también Artidoro tiene uno llamado Galercio, de quien se enamora Leonarda. A partir del recurso de los gemelos, la narración empieza a tomar la estructura de una comedia de enredos, que, junto con la inicial correspondencia en el amor, y la idea de una simetría en la que cada gemela puede quedar con su gemelo amado, apuntaría a un desenlace feliz, a una doble unión.
El enredo consiste en que Artidoro toma a Leonarda por Teolinda y le dice razones amorosas, y, dado que los dos pastores han decidido adoptar el código cortesano del secreto del villancico del Teolinda, Leonarda, ajena a los amores de su hermana, lo reprende creyendo velar por su honra y por la de su hermana. Artidoro se va de la aldea lleno de dolor, dejando grabadas, como un pastor literario, coplas castellanas sobre su tristeza en las cortezas de los árboles, en las que, paradójicamente, caracteriza a su amada como una «pastora en quien la belleza / en tanto extremo se halla, / que no hay a quien comparalla»10, cuando su tragedia reside justamente en que sí hay una pastora no solo con quien compararla, sino incluso confundirla. Teolinda va tras él para sacarlo de su error, y llega a la aldea de Galatea, donde encuentra a Leonarda, quien, entre lágrimas y abrazos, le refiere que, tiempo después de su desaparición, Galercio llegó al Henares, fue tomado por Artidoro y apresado por sospecharse que la había raptado. Leonarda lo conoce y se va detrás de él cuando lo liberan. Sin embargo, ella no es correspondida, porque Galercio se enamora de la desamorada Gelasia, de quien también se enamora el desamorado Lenio, personaje del universo de Galatea, quien, al igual que Teolinda, se había encargado de burlarse del amor de sus compañeros y de declararse como enemigo del amor.
Cervantes crea un enredo en el que están todos los elementos que permitirían un final feliz, incluso la naturaleza misma parece armonizar y anticipar tal desenlace poético, pues abundan los amaneceres y los ocasos líricos y mitológicos11 propios del estilo retórico de las novelas pastoriles que llevan a desenlaces idílicos. Así, es justamente después de un amanecer mitológico que Artidoro le declara su amor a Teolinda12. Una vez Teolinda termina de dar cuenta a Florisa y Galatea de huida de Artidoro, tenemos otro amanecer mitológico, que surge justo después de la noche en la que las pastoras dan esperanzas a Teolinda, asegurando la posibilidad de un buen final para sus sucesos:
quizá haría la Fortuna que en ellos [los días que ha de pasar en las riberas del Tajo] algunas nuevas de Artidoro supiese, pues no permitiría el Cielo que por tan extraño engaño acabase un pastor tan discreto como ella le pintaba el curso de sus verdes años, y que podría ser que Artidoro, habiendo con el discurso del tiempo vuelto a mejor discurso y propósito su pensamiento, volviese a ver la deseada patria y dulces amigos; y que, por esto, allí mejor que en otra parte podía tener esperanza de hallarle. […] A esta sazón la serena noche, aguijando por el cielo el estrellado carro, daba señal que el nuevo día se acercaba13.
En este pasaje, el dolor de la pastora parecería ser equiparable a la noche, después de la cual vendría un amanecer idílico, una posibilidad de encontrar la dicha después del infortunio. También cuando Teolinda está a punto de irse de la aldea de Galatea, estamos ante un amanecer poético, presentado como «la hora deseada», nuevo guiño hacia un desenlace feliz: «Llegada, pues, la hora deseada, cuando el sol comenzaba a tender sus rayos por la faz de la tierra»14, y va a ser justo el día así introducido aquel en el que reencuentra a su hermana, quien le da noticias del gemelo de Artidoro y de su amor por éste. Por último, la tarde en la que encuentran a Galercio, con lo cual surge la posibilidad de que Teolinda llegue hasta su Artidoro y Leonarda intente ganar el amor del primero, se cierra también con un ocaso poético: «y viendo que el sol apresuraba su carrera para entrarse por las puertas de occidente, no quisieron detenerse allí más»15.
En medio de estas promesas de una naturaleza poética, cada personaje tiene su pareja, así, en una novela pastoril arquetípica, se desengañaría a Artidoro de su error, restableciéndose de este modo su relación con Teolinda, y los gemelos terminarían juntos también, por la simetría que promete la estructura de su historia, tal como lo espera Florisa:
Quiera el Cielo —dijo Florisa— que así como los cuatro os semejáis unos a otros, así os acomodéis y parezcáis en la ventura, siendo tan buena que la Fortuna conceda a vuestros deseos, que todo el mundo envidie vuestros contentos como admira vuestras semejanzas16.
Al igual que las hermanas enamoradas:
entrambas dos se llegaron a Galatea y a Rosaura y les rogaron les diesen licencia para seguir a Galercio, dando por excusa Teolinda que Galercio le diría adónde Artidoro estaba, y Leonarda que podría ser que la voluntad de Galercio se trocase, viendo la obligación en la que estaba17.
Al desamorado Lenio se le hace justicia por las burlas al amor, como a Teolinda: «el amor ha querido vengarse del rebelde corazón de Lenio»18, dice Arsindo, y Lenio mismo, arrepentido, afirma ante Tirsi, pastor enamorado con quien había competido poética y retóricamente en su calidad de enemigo del amor: «ahora puedes, famoso pastor, tomar justa venganza del atrevimiento que tuve de competir contigo, defendiendo la injusta causa que mi ignorancia me proponía»19. Sin embargo, como a Teolinda, bajo esta lógica que promete una armonía, se le permitiría alcanzar a la pastora Gelasia, presentada como su viva copia femenina, y justamente a ello apela Lenio, pidiendo en coplas reales clemencia al amor después de haber cumplido su castigo por sus burlas y haber sido sometido a su yugo.
Salgo
de mi pertinacia
do me tuvo mi malicia,
y el estar en tu desgracia,
y apelo de tu justicia
ante el rostro de tu gracia 20.
No sobra ningún personaje, no sería necesaria ni siquiera la intervención de una sabia Felicia que le dé un brebaje del olvido a aquel que quede sin pareja, como le sucede a Sireno en la Diana de Montemayor. Sin embargo, Cervantes, una vez establecidos todos estos elementos, con las expectativas que generan las tradiciones literarias de las que provienen, se encarga de negar sistemáticamente cualquier idea de armonía. Así introduce en la historia de estos pastores literarios no el final idílico que se esperaría, sino el más descarnado de todos. Leonarda, al ver que Galercio está enamorado de Gelasia, decide buscar a Artidoro, se hace pasar por Teolinda, y se casa con él. No hay universo arcádico ni comedia de enredos resuelta, e incluso la lógica del amor cortés del villancico de Teolinda fracasa rotundamente en el mundo de la pastora, poniendo en evidencia que su realidad, en la que tienen cabida el engaño y la traición, no garantiza que «el que fuere enamorado / jamás se verá en aprieto, / si fuere honesto y secreto»21, pues será la deshonesta Leonarda quien conseguirá sus propósitos, y Teolinda, justamente por seguir la lógica de la poesía cortesana con el tema del secreto, innecesario en su caso22, dará pie para que empiece este irresoluble enredo.
Teolinda queda entonces condenada a la soledad y al dolor sin culpa ni malicia alguna, siendo, además, correspondida en el amor, y se contenta persiguiendo a Galercio para ver en él la imagen de su Artidoro. Galercio, al igual que Lenio, sigue enamorado de Gelasia, quien nunca pierde su condición de desamorada, hecho que lleva al primero a seguir indefinidamente con sus intentos de suicidio23.
Siguiendo con la tradición de la novela pastoril, Cervantes introduce en La Gala-tea una figura mitológica, que es la musa Calíope, quien irrumpe ante los pastores en la ceremonia fúnebre en honor a Meliso. Sin embargo, a diferencia de otros personajes sobrenaturales de la literatura pastoril, como el mago Severo en la Égloga II de Garcilaso, la sabia Felicia en las dos Dianas, el mago Erión en el Pastor deFílida, e incluso la sabia Polinesta en la Arcadia de Lope, la musa cervantina, como lo destaca Bárbara Mujica24, no es un deus ex machina que entre para solucionar ni para prometer solución a las desgracias de las vidas de los pastores. Así, el único propósito de su aparición va a ser dar cuenta de los buenos poetas contemporáneos de Cervantes. La musa desaparece en medio de un amanecer mitológico, y las historias de los pastores quedan sin modificación alguna. Y como para enfatizar que su vida sigue el curso que llevaba, los pastores deciden ir a pasar la siesta en el arroyo de las Palmas, vuelven a sus rutinas habituales y, mientras llegan, van cantando sus desdichas por el camino. Una vez en el arroyo de las Palmas, Aurelio propone dejar los poemas por «no cansar tanto nuestros oídos con oír siempre lamentaciones de amor y endechas enamoradas»25, y así, pasan al juego de las adivinanzas, también presente en la Diana de Gil Polo, solo que, a diferencia de esta obra, en la que las adivinanzas se llevan a cabo en el palacio de la sabia Felicia cuando ha solucionado las penas de amor de todos los personajes, en La Galatea se da más bien como una «ironía cervantina sobre la tópica amorosa»26, tal como lo resalta Melchora Romanos. Surge en el marco del cansancio, como lo sugiere el mismo Aurelio, mas no de la solución de las penas de amor.
Después de la aparición del único ser sobrenatural de la novela, Calíope, las historias quedan sin resolverse favorablemente para los adoloridos personajes: ni Lisandro, el pastor homicida, ni Mireno, el pastor abandonado por la codicia en las bodas de Silveria, ni Darinto, cortesano frustrado en sus amores, regresan a las riberas del Tajo para encontrar calma en sus penas. Teolinda sí vuelve, pero para informar a sus amigas Florisa y Galatea de la persistencia de sus males, Lenio sigue sufriendo el desamor de Gelasia, al igual que Galercio, y Galatea sigue prometida al pastor lusitano. Así acaba la obra, la vida de los personajes sigue, sin soluciones definitivas.
En este punto cabría recordar el comentario que hace el cura del Quijote sobre esta obra en el donoso escrutinio de la biblioteca: «tiene algo de buena invención: propone algo y no concluye nada, es menester esperar la segunda parte que promete»27. Las tramas que se desarrollan en La Galatea, en efecto, no concluyen nada. A la luz de la lógica de las novelas pastoriles, en las que los argumentos propuestos llegan a su feliz resolución28, La Galatea se presenta como un caso anómalo. Sin embargo, este «no concluir nada» no es una falla de un Cervantes primerizo, pues también el Cervantes maduro, después de haber escrito la primera parte del Quijote, vuelve sobre este tipo de finales. Así, en 1613, concluye las Novelas ejemplares con la profecía incumplida, e incluso ridiculizada29, del retorno a la forma humana de los dos perros, y, además, con la promesa de Cipión de contar al día siguiente la historia de su vida, o, si se quiere, del alférez Campuzano de escribirla.
El final de La Galatea, además, es completamente coherente con la propuesta estética de esta obra: como se vio a través de este episodio, Cervantes no se ciñe a la lógica poética del mundo arcádico, sino que introduce otras tradiciones ajenas a lo pastoril, tradiciones que, a su vez, terminan siendo cuestionadas, y crea de este modo un mundo complejo e impredecible que no puede ser contenido en ninguna fórmula literaria.
Como afirma Bárbara Mujica: «If Cervantes failed to finish La Galatea, it is be-cause life offers no definitive solutions»30. Así, el hecho de que los argumentos no concluyan nada no constituye un rasgo de una obra inconclusa, sino, más bien, la conclusión natural de esta obra, en la que diferentes tradiciones literarias se sobreponen, y, al final, la vida se impone en la literatura31 y pone en evidencia que no siempre hay finales felices, que no siempre hay justicia poética, y nos deja ante la incertidumbre y la imposibilidad de soluciones últimas.
Cervantes, así como cierra las Novelas ejemplares con la promesa de la historia de Cipión, cierra La Galatea con la promesa de una segunda parte:
El fin amoroso de este cuento e historia, con los sucesos de Galercio, Lenio y Gelasia, Arsindo y Maurisa, Grisaldo, Artandro y Rosaura, Marsilio y Belisa, con otras cosas sucedidas a los pastores hasta aquí nombrados, en la segunda parte de esta historia se prometen, la cual, si con apacibles voluntades esta primera viere recibida, tendrá el atrevimiento de salir con brevedad a ser vista de los ojos y entendimiento de las gentes32.
Esta promesa resulta bastante tópica en la tradición pastoril, pues la Diana de Montemayor se cierra con las siguientes palabras del narrador:
Allí fueron todos desposados con las que bien querían, con gran regocijo y fiesta de todas las ninfas y de la sabia Felicia, a la cual no ayudó poco Sireno con su venida, aunque della se le siguió lo que en la segunda parte de este libro se contará33.
Así como la de Gil Polo:
otras cosas de gusto y de provecho, están tratadas en la otra parte de este libro que antes de muchos días, placiendo a Dios, será impresa34.
Y El pastor de Fílida, aunque abriendo la posibilidad de que esa segunda parte tenga otro autor:
quedaron en silencio hasta que más docta zampoña los cante o menos ruda mano los celebre35.
Sin embargo, este tipo de final adquiere nuevos matices si se piensa que, a diferencia de las otras novelas pastoriles, en La Galatea las historias de los personajes quedan sin un desenlace, como El coloquio de los perros, o al menos sin el desenlace armónico que se espera de tal tradición literaria.
Cervantes, además, termina el prólogo de la segunda parte del Quijote diciéndole al lector: «olvidábaseme de decirte que esperes el Persiles, que ya estoy acabando, y la segunda parte de Galatea», anuncio que reitera en la dedicatoria de las Ocho comedias y ocho entremeses, así como en la del Persiles, firmada el 19 de abril de 1616, cuatro días antes de morir. Vemos entonces que la promesa de esta segunda parte se mantiene hasta la muerte de Cervantes, e incluso podría decirse que su eco llega a los lectores desde la tumba del alcalaíno, pues la última alusión a esta continuación será leída en 1617, con la publicación póstuma del Persiles. Además, una tradición crítica de poco más de cuatro siglos ha seguido elucubrando sobre esta segunda parte: bien sea sobre los motivos por los cuales Cervantes no la escribió, o imaginando cómo habría podido concluirla36. Sin embargo cabría preguntarse si esta obra realmente quedó inconclusa, si tal promesa fue un propósito serio que no pudo ser llevado a término, o una burla en la que Cervantes logró que literatura, y, sobre todo, las expectativas que genera una tradición literaria, una lógica poética, se terminaran imponiendo sobre la vida de los lectores y los escritos extraficcionales.
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Notas