Artículos
Recepción: 29 Noviembre 2017
Aprobación: 19 Enero 2018
DOI: https://doi.org/10.13035/H.2018.06.02.43
Resumen: Partiendo de un concepto restrictivo de romancero morisco, entendido exclusivamente como romancero nuevo y que excluye por tanto a los romancistas del periodo que se ha dado en llamar erudito, analizamos la presencia del género en la Flor de varios romances de Huesca (1589) y corregimos los porcentajes ofrecidos en su día por Menéndez Pidal (1953). Como apéndice a nuestro trabajo, esbozamos la evolución porcentual del romancero morisco en la serie de las restantes Flores, que servirán de fuente para el Romancero General de 1600. El cotejo de la Flor de Huesca y la Primera y segunda de 1591 esclarece las lindes entre el romancero erudito de tema moro y el nuevo morisco. En cuanto a la historia editorial del romancero morisco, su correcta ponderación nos parece elemento imprescindible a la hora de interpretar la génesis y ocaso del género y desvincular ambos fenómenos de la cuestión socio-histórica.
Palabras clave: Romancero morisco, Menéndez Pidal, romancero nuevo, Lucas Rodríguez, Flor de romances.
Abstract: Starting from a restrictive concept of the Moorish romancero, which for us is exclusively romancero nuevo and excludes transitional poets from the period that has been called erudite, we analize the presence of the Moorish genre in the Flor de varios romances (Huesca, 1589) and we correct the percentages offered by Menéndez Pidal (1953). As an appendix to our work, we present the percentage evolution of the Moorish romancero in the series of the remaining Flowers, which which will be the source of the Romancero General (1600). The comparison between the Flor of Huesca and the Primera y segunda (1591) clarifies the boundaries between the erudite romancero of Moorish theme and the new Moorish romancero. As for the editorial history of the Moorish romancero, its correct weighting seems to us an essential element when interpreting the genesis and decline of the genre and to unlink both phenomena from the recurrent socio-historical interpretation of the Moorish genre.
Keywords: Moorish romancero, Menéndez Pidal, Romancero nuevo, Lucas Rodríguez, Flor de Romances.
Qué entendemos por romancero morisco: breve historia del género
Mediando la década de 1580 cunde entre los jóvenes poetas de la primera generación barroca la moda morisca, que dará lugar a uno de los tres grandes géneros del romancero nuevo1. No resulta sencillo acotar el romancero morisco2 por cuanto las lindes con el fronterizo, su antecedente remoto, resultan a veces difusas. Los romances fronterizos3, que aparecen en el último periodo de la reconquista coincidiendo con la guerra de Granada, pertenecen casi todos al grupo de los que Menéndez Pidal llamó noticieros y, a modo de «gaceta y noticiario de hechos memorables»4, tenían por función difundir las gestas del propio bando cristiano. Algunos romances, sin embargo, cambian la perspectiva, esto es adoptan la mirada del moro vencido, seguramente más como recurso poético que por real empatía, y en ellos descubre don Ramón la raíz genética del romance morisco5. Este cambio de perspectiva tiene mucho que ver con eso que se ha dado en llamar maurofilia literaria6, y que no es tanto reivindicación de la herencia musulmana como, ante todo, recuperación esteticista de un reino nazarí idealizado en la memoria: en su Viaje a España dejó escrito el embajador Navagero, la cita es conocida, que en la guerra de Granada había vencido el amor7. No venció el amor en aquella ni en ninguna, claro, pero así debió de quedar en el imaginario colectivo del bando cristiano, que la recordaría como poco menos que una sucesión constante de hechos caballerescos. La idealización alcanza a los héroes propios, pero no menos a los moros, que en los romances fronterizos más tardíos aparecen caracterizados como auténticos caballeros. En esto consiste también la maurofilia, en reconocerle al rival musulmán la condición de caballero con todo lo que ello implica: el arrojo, la nobleza, la gallardía, y sobre todo la capacidad de amar. Cuando el romancero fronterizo abre la puerta al tema del amor y comienzan a desfilar por sus versos moros que combaten por contraer méritos a ojos de su dama, es decir moros enamorados, se despoja de su inicial carácter noticiero para convertirse en un producto netamente cortesano.
A comienzos de la década de 1560 se difunde, en cuatro versiones8, la breve novelita del Abencerraje. Su trama se articula en torno a una escena típica de frontera, pero es evidente que la entraña es sentimental más que bélica, y consagra al moro Abindarraéz como «espejo de caballeros y enamorados»9. La novela dio lugar a todo un romancero propio10 desde bien pronto: los romancistas del periodo que se ha dado en llamar erudito11, Timoneda, Lucas Rodríguez y Padilla, la versionan, con desigual fortuna, en verso romance12; y de su mano el doliente moro entra en el romancero como figura en la que se funden el ideal del perfecto caballero cortesano con el exotismo de la frontera y la exquisitez de la vieja corte musulmana. Timoneda es hombre de otra edad, pero Rodríguez y Padilla se aproximan a los umbrales del romancero nuevo, y de ellos dijo Montesinos que habían escrito romances moriscos avant la lettre13: pues bien, no tendremos los suyos por tales. Los dos, el alcalaíno y el linarense, cultivan con gusto el romance de moros alternando temas típicamente fronterizos con otros de corte más sentimental que, a la zaga de la novelita, hacen de transición entre el romancero viejo y el morisco nuevo, pero se quedan a las puertas de este. Lo que define el romance morisco no es que trate de moros, ni siquiera la tan traída maurofilia, sino el estilo. Carrasco Urgoiti, quizás quien más ha contribuido al estudio del género, destinó el marbete de morisco a aquellas obras que contemplaban al moro literario «bajo un prisma de estilización favorable»14: es razón que compartimos pero se nos antoja, sin embargo, insuficiente, porque perfectamente sería aplicable a los romances últimos fronterizos en los que se imponía el tema amoroso; y no digamos ya a las tentativas de los dignos romancistas eruditos, en los que encontramos tanto el enfoque maurófilo, heredado sin duda de la novelita quinientista, como ese especial detalle a la hora de describir la estética a la morisca de los caballeros musulmanes15. Cifrar tan solo en ello la esencia del romancero morisco nos lleva a una indeterminación que dará cabida a todo poema que contemple al moro con cierta benevolencia.
El romancero morisco, decimos, es ante todo romancero nuevo16, esto es el de la generación que Montesinos llamó de 1580, los Lope, Liñán o Góngora, y viene definido por estilo, tema y espíritu. Respecto a lo primero, es un romancero más lírico que narrativo, y se aleja con verso ágil y fluido del rigor cronístico que todavía acusaban los Sepúlveda, Timoneda e incluso Rodríguez y Padilla: está escrito a menudo para el canto, suaviza la sintaxis y gusta del artificio poético17. Respecto a lo segundo, el tema en el romancero morisco es preferentemente el amor, no pocas veces de raíz autobiográfica puesto que el poeta se oculta bajo la máscara del moro granadino18 para cantar sus amores; y los que llamaríamos temas secundarios, principalmente la guerra, no son sino trasfondo y pretexto. En cuanto a lo tercero, el romancero morisco es un romancero eminentemente cortesano que toma por horizonte referencial la memoria de aquella Granada «nunca vista y siempre cantada»19 como locus amoenus exótico y refinado: si el poeta se disfraza a la morisca en sus versos, también el espíritu galante de la corte barroca se insinúa en las plazas y palacios donde los moros del romancero juegan cañas o bailan la zambra ante la atenta mirada de sus damas.
Así visto, quizás las lindes entre el romancero morisco y sus predecesores, el fronterizo y el erudito de tema moro, dejen de ser tan difusas como apuntábamos al comienzo. Los romances fronterizos fueron algo así como el correlato poético de una guerra, y aun cuando se abren al tema amoroso no abandonan este carácter. Los romancistas eruditos, fascinados sin duda por la estampa caballeresca del galante Abindarráez, pasan a verso la novela y recuperan al moro granadino para la poesía: tanto Rodríguez como Padilla escriben romances maurófilos, y no siempre sobre la trama del Abencerraje, pero todavía a la manera de relatos en verso. El romancero nuevo nace cuando Lope, Liñán y Góngora arrumban los modos del viejo y convierten el verso narrativo en poesía pura; y el romancero morisco nace, casi al tiempo, cuando vierten al nuevo molde el asunto moro adecuándolo a sus inquietudes y a la sentimentalidad de la corte barroca. Quizás si Lope no hubiera decidido ocular su nombre tras el de Gazul para contar a quien quisiera atenderla su historia con Elena Osorio20, y el resto de jóvenes creadores no hubieran seguido su feliz idea o juego, no habría surgido eso que llamamos romancero morisco y que parte, en palabras certeras de Menénez Pidal, «del artificio de situarse el poeta en medio del campo moro»21.
El romancero morisco es, pues, el breve fruto de los intereses poéticos de una generación bien determinada, la primera del barroco pleno, que descubre en la Granada22 literaturizada por la tradición precedente un enclave idóneo para trasplantar allí sus asuntos de amor; y en el estilizado moro granadino trasunto exótico tras el que que velar los poetas sus identidades. Todo ello, repetiremos, con el remozado estilo del romancero nuevo, más próximo sin duda a lo que hoy tenemos por poema que a esos usos narrativos que tanto los romancistas viejos como todavía los rimadores eruditos le venían dando al verso tradicional castellano.
El romancero morisco en la Flor de huesca (1589)
El romancero morisco, más aun que el resto de géneros del romancero nuevo, se asocia inexorablemente a la serie de Flores salidas de mode entre 1589 y 1597 que constituirán las fuentes del magno Romancero General de 160023. Decimos que más aun porque los otros dos grandes géneros, el pastoril y el histórico, son de mucho mayor recorrido en el tiempo y en la imprenta, mientras que el ciclo morisco ve la luz editorial con la Flor de Huesca, en 1589; muestra ya síntomas de agotamiento con las Flores intermedias de 1593-1595; y para la aparición de la Novena, en Madrid, en 1597, puede darse prácticamente por extinto: al Romancero General pasa como género que se lee con gusto, puesto que se reedita, pero que ya no da apenas frutos nuevos. Así las cosas, hablamos de una moda fugaz, puesto que en el mejor de los casos no alcanza las dos décadas24, y que liga su éxito editorial a las Flores25, hasta el punto de que se ha tomado su presencia en la serie de tomitos como termómetro de su auge y decrecimiento. Con números lo justifica Pidal:
Los temas moriscos se encuentran en su mayor boga cuando comienza la publicación de las Flores, predominando en tal manera que suman un 40% del total de los romances publicados en la Primera Parte de la Flor (1589). Después van hallándose en menor proporción, hasta ser un 16% del total de la Sexta Parte (1593), aunque todavía en ella forman la clase más numerosa; por último, en la Novena Flor (1597) ya son menos en número que los romances históricos. Luego continúa la disminución del género morisco, hasta su casi extinción en los primeros años del XVII26.
Pero don Ramón no ha elaborado estos porcentajes sobre las Flores, sino sobre las partes del Romancero General siguiendo los índices de González Palencia27; y sabemos que la equivalencia entre Flores y partes del Romancero no es del todo exacta. Es claro, además, que aplica a la Flor de Huesca28 porcentajes que se deducen de la primera parte del Romancero General, como veremos. De acuerdo con el cómputo de González Palencia29, de los 54 romances que componen la primera parte del Romancero General hay30:
- Moriscos: 1, 3, 6, 9 a 22, 46-47.
- Contrahecho morisco, de Góngora: 4, 5.
- Cautivos: 23, 24, 24 bis, 25.
- Pastoriles: 26-36, 50, 51-53.
- Venus y Cupido: 37-43.
- Lautaro y Guacolda: 44-45, 48, 49.
Aceptando los romances contrahechos también como moriscos31, y siguiendo a pies juntillas el conteo de González Palencia, tendríamos un total de 21 romances moriscos sobre un total de 54, lo que hace un porcentaje de 38,8%; esto es, nos movemos en los números de Pidal, que son los que desde entonces se vienen aceptando32. Habría que hacer, pues, las cuentas directamente sobre el tomito de Huesca, y aquí comienza lo interesante porque sabemos que en esta primera tentativa editorial a Moncayo le faltó el olfato necesario para subirse a la nueva moda del romancero, de manera que mezcla indistintamente romances eruditos y nuevos33. En lo que al romance de tema moro atañe la cuestión no es accidental, puesto que pasan a la Flor de 1589 varios romances de Lucas Rodríguez34, de quien ya hemos indicado que se quedó a las puertas del género pero no llegó a cruzarlas: el hecho de que ningún romance del Romancero historiado pasara a las siguientes Flores nos parece argumento a favor de esta idea. Así pues, es preciso desbrozar lo nuevo y lo viejo en el volumen de Huesca. De acuerdo con nuestro criterio, ya expuesto, los siguientes serían los romances moriscos que incluye la Flor de 1589:
«Abindarráez y Muza»
«A la jineta y vestido»
«Alojó su compañía»
«Aquel rayo de la guerra»
«A sombra de un acebuche»
«Azarque, indignado y fiero»
«Bravonel de Zaragoza»
«Con dos mil jinetes moros»
«Cuando al nuevo desposado»
«Cuando de los enemigos»
«De la armada de su rey»
«Después que en el martes triste»
«El mayor Almoralife»
«En el Alhambra en Granada»
«En el espejo los ojos»
«En el tiempo que Celinda»
«Ensíllenme el potro rucio»
«Estando toda la corte»
«Galiana está en Toledo»
«La bella Zaida Cegrí»
«Por arrimo su albornoz»
«Por la plaza de Sanlúcar»
«Sale la estrella de Venus»
Son 23 romances moriscos, esto es un 20,3% de los 113 totales, de manera que el porcentaje ofrecido por Pidal se reduce drásticamente a la mitad. El dato es significativo, pero tampoco será prudente extremar las conclusiones porque ya se ha indicado que a Moncayo le faltó el necesario olfato para entender por dónde soplaban los vientos: que incluyera más o menos romances moriscos en su volumen poco dice de si el género estaba más o menos de moda, sino tan solo de su tino o instinto a la hora de interpretar esa moda.
La Primera y segunda de 1591
Sin embargo, sí convendrá cotejar estos datos con los de la Primera y segunda parte, dadas a la estampa por el propio Moncayo, esta vez en Barcelona, en 1591. El editor había aprendido la lección35, y los 125 romances que publica son nuevos. De ellos, tenemos por moriscos los siguientes36:
«Abindarráez y Muza»
«¡Afuera, afuera! / ¡aparta, aparta!»
«A la gineta y vestido»
«Alojó su compañía»
«Al tiempo que el Sol esconde»
«Aquel moro enamorado»
«Aquel rayo de la guerra»
«A sombras de un acebuche»
«Avisaron a los reyes»
«Azarque, indignado y fiero»
«Azarque vive en Ocaña»
«Bravonel de Zaragoza»
«Con dos mil jinetes moros»
«Contemplando estaba en Ronda»
«Cubierta de trece en trece»
«De celos del rey, su hermano»
«De la armada de su rey»
«De los trofeos de amor»
«Descargando el fuerte acero»
«Después que con alboroto»
«Después que el fuerte Gazul»
«Después que en el martes triste»
«Desterró al moro Muza»
«De ver una oscura cueva»
«El gallardo Abenhumeya»
«El mayor Almoralife»
«En el espejo los ojos»
«En el tiempo que Celinda»
«En la prisión está Adulce»
«Ensíllenme el asno rucio»
«Ensíllenme el potro rucio»
«Estando toda la corte»
Galanes, los de la corte»
«Galiana está en Toledo»
«La bella Zaida Cegrí»
«La noche estaba esperando»
«Marlotas de dos colores»
«Ocho a ocho y diez a diez»
«Por arrimo su albornoz»
«Por la plaza de Sanlúcar»
«Rico de costosas galas»
«Sale la estrella de Venus»
«Sobre lo verde y las flores»
«Una parte de la vega»
«Vive el cielo, Zaide moro»
Los 45 romances moriscos de la Flor de 1591 hacen un 36% del total, porcentaje considerablemente superior al de la primera compilación de Moncayo. El editor, aunque algo tarde, había logrado subirse a una moda que apenas un par de años más tarde comenzaría a dar sus primeras muestras de agotamiento: la moda fue tan fugaz como intensa.
Breve apéndice: auge y ocaso del género morisco en las Flores
A partir de 1592 los editores explotan el filón de las compilaciones de romances, y las ediciones de las distintas partes de la Flor se suceden. Ese mismo año aparece en Lisboa una nueva edición de la Primera y segunda, junto a una Tercera. Las Flores de las que tenemos noticia son las siguientes37:
Flor primera (fragmento; Barcelona, 1591; Lisboa, 1592; Valencia, 1593; Madrid, 1593; Madrid, 1595; Alcalá, 1595; Madrid, 1597)
Flor segunda (fragmento; Barcelona, 1591; Lisboa, 1592; Valencia, 1593; Madrid, 1593; Madrid, 1595; Alcalá, 1595; Madrid, 1597)
Flor tercera (Lisboa, 1592; Valencia, 1593; Madrid, 1593; Madrid, 1595; Alcalá; 1595; Madrid, 1597)
Flor cuarta (Burgos, 1592; Burgos, 1594; Lisboa, 1593)
Flor quinta (Burgos, 1592; Lisboa, 1593; Toledo, 1594; Alcalá, 1595; Zaragoza, 1596; Alcalá, 1597)
Flor sexta (Lisboa, 1593; Toledo, 1594; Alcalá, 1595; Zaragoza, 1596; Alcalá, 1597)
Flor séptima (Madrid, 1595; Toledo, 1595; Alcalá, 1597)
Flor octava (Toledo, 1596; Alcalá, 1597)
Flor novena (Madrid, 1597; Alcalá, 1600)
Hemos trabajado únicamente con las editadas en facsímil por Rodríguez Moñino y Damonte38, pero servirán para ilustrar la fortuna editorial del género morisco durante la década que conoce su mayor boga y también su súbita caída. En la Tercera de Lisboa (1592) y Valencia (1593) el número de romances moriscos ronda el 40%39, mientras que la de Madrid (1593) se queda todavía en el 30%. La Cuarta aparece en Burgos (1592) con un 28% de romances moriscos, que se quedan en el 23% en su edición de Lisboa (1593). Similares proporciones hallamos en la Quinta: un 29% de moriscos en la de Burgos (1592) que se reduce al 24% en la de Lisboa (1593). También en Lisboa se publica la Sexta (1593), con un 28% de romances moriscos que en su edición de Toledo (1594) supera el 31%. En la Séptima de Madrid (1595) el porcentaje de moriscos no alcanza el 28%, y la Octava, también de Madrid (1595), ofrece un escaso 20%. Finalmente, con la publicación, nuevamente en Madrid (1597), de la Novena y su 15% de romances moriscos, el género puede darse por amortizado.
Conclusiones
La Flor de Huesca, o su fracaso, inaugura el auge editorial del romancero morisco. La idea de que con este primer tomito el género alcanza su culmen y a partir de aquí va en descenso —tal como parece deducirse de las cifras ofrecidas en su día por Menéndez Pidal— hasta diluirse no es real, porque lo que en verdad ocurre es que precisamente con la siguiente Flor, la de 1591, arranca el boom editorial de los romances moriscos. Por tanto, el periodo de 1591 a 1593 es, sin duda, el de mayor fortuna del género morisco para el romancero, coincidiendo principalmente con la aparición de las tres primeras partes de la Flor. Precisamente por estos años, sobre todo a partir de 1593, comienzan a difundirse romances paródicos y satíricos que pueden interpretarse como censuras al género40, pero a la vez dicen de una moda que está todavía viva, puesto que suscita polémicas de academia literaria. Es mediando la década cuando esta moda comienza a dar serios indicios de agotamiento, puesto el porcentaje de romances moriscos va en descenso hasta desplomarse en la Flor novena de Madrid, que no viene sino a certificar su práctica defunción. Lo que pasa al Romancero General de 1600 es el corpus prácticamente definitivo del género41.
La suerte editorial no termina de despejar el problema de la génesis del romancero morisco, puesto que la prioridad en el tiempo la tienen seguramente los manuscritos, pero ilumina nuestro conocimiento sobre el gusto de los lectores y esclarece un poco más la cuestión de su ocaso. Se viene dando por supuesto que el romancero morisco surge a raíz de la sublevación de las Alpujarras para extinguirse fruto de las tensiones previas a los primeros decretos de deportación, a partir de 1609: los porcentajes que ofrecemos, por de pronto, contribuyen modestamente a cuestionar esta idea, puesto que el romancero morisco nace a la imprenta casi dos décadas después de terminada la guerra y a duras penas alcanza los umbrales del nuevo siglo, años antes de que se ordene la expulsión de los moriscos valencianos. Quizás sucedió, sencillamente, que el público se cansó por saturación, o que los propios poetas abandonaron lo que no dejaba de ser un juego de máscaras42 y buscaron abrirse camino en los registros más solemnes de la alta poesía barroca.
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