Artículos
Recepción: 22 Enero 2018
Aprobación: 28 Marzo 2018
DOI: https://doi.org/10.13035/H.2018.06.02.51
Resumen: Se presenta un replanteamiento nuevo del problema textual del Buscón, diferenciando entre datos inciertos y seguros. Los primeros atañen a la interpretación de sus variantes redaccionales, que apuntan a la existencia de dos versiones de la obra en la fase manuscrita y a una posible intervención de Quevedo, limitada y puntual, en el texto de la edición príncipe, censurado y revisado estilísticamente para su impresión. Parece bastante seguro que los testimonios de la novela siguieron el orden cronológico SCBZ, siendo las fuentes manuscritas anteriores al impreso. Entre los escasos datos indudables sobre la transmisión de la obra se destaca la condición de la princeps como textus receptus consentido por el autor. Finalmente, se defiende la elección del primer impreso como texto base para una edición crítica del Buscón.
Palabras clave: Quevedo, Buscón, crítica textual, variantes, edición de la princeps.
Abstract: This work proposes a new reconsideration of the textual problem in the Buscón, distinguishing between doubtful and certain data. The first ones are concerned with the interpretation of its textual variants, that point out the existence of two versions of the work in the manuscript phase and a possible intervention by Quevedo, limited and occasional, in the text of the first edition, censored and stylistically revised in order to print it. It seems quite sure that the testimonies of the novel followed the chronological order SCBZ, so that the manuscripts are previous to the printed book. Among the few certain data about the transmission of the work, it is remarked the condition of the princeps as the textus receptus consented by the author. Finally, it is argued that the first edition should be the basis of a critical edition of the Buscón.
Keywords: Quevedo, Buscón, textual criticism, variants, edition of the princeps.
La transmisión textual del Buscón es un problema ecdótico complejo y discutido. Como se sabe, los cuatro testimonios básicos de la obra1 ofrecen un número elevado de variantes redaccionales, esto es, de cambios deliberados en la expresión y/o en el contenido que dejan un texto igualmente válido y con sentido. Discernir si esas lecturas son responsabilidad de Quevedo, de algún amigo suyo, de imitadores de su estilo, de copistas, del editor de la obra, del corrector de la imprenta de Pedro Vergés o de los cajistas de ese taller gráfico no resulta sencillo. No ayuda a esa labor crítica la carencia de copias autógrafas y de ediciones revisadas por el autor con posterioridad a la príncipe. Resulta imposible, por tanto, determinar el grado de alejamiento de las fuentes conservadas respecto a un texto inequívocamente quevediano. Tampoco contamos con declaraciones explícitas de don Francisco relativas a su posible intervención (directa o indirecta) en la publicación de la obra, ni sabemos si el satírico madrileño dejó sacar copia de un original suyo a un tercero —amigo (o conocido) al que pudo haberle permitido alguna lima o injerencia en el texto— con la intención de que su relato llegara finalmente a la imprenta.
El silencio de Quevedo sobre su relato picaresco, los escasos datos incuestionables acerca de su transmisión e impresión, y la falta de evidencias textuales que orienten con seguridad la interpretación del filólogo complican la fijación crítica de su texto. En consecuencia, ante las pocas certezas disponibles, no han faltado interpretaciones contradictorias de la misma información. A ello habría que añadir la frecuente interferencia de la subjetividad de los gustos y las creencias de los críticos en la ponderación de algunos datos empíricos, tanto textuales como del contexto histórico de la obra.
Por todo ello, ante el complicado panorama textual descrito, este trabajo persigue un doble propósito. En primer lugar, se intentará estudiar el problema ecdótico del Buscón desde un enfoque lo más objetivo posible. Ello supondrá una diferenciación clara entre datos inciertos —de naturaleza hipotética y controvertida, que no se pueden verificar— y datos seguros —que resultan incontrovertibles y verificables—. El objetivo que se persigue con esta metodología es encontrar una sólida base común en los estudios textuales de esta obra, de manera que se pueda alcanzar un acuerdo de mínimos en torno a algunos aspectos esenciales. En segundo lugar, se presentarán y valorarán las posibles opciones editoriales para el Buscón. Como se comprobará más adelante, diversos argumentos basados en hechos indudables apoyan la selección de uno de los testimonios.
Las incertidumbres en el problema textual del Buscón
En el estado actual de nuestros conocimientos y con las fuentes textuales que han pervivido resulta imposible ofrecer certezas concluyentes, definitivas, en el abordaje de asuntos como la atribución a Quevedo de la mayoría de las variantes redaccionales del Buscón, el número de veces que el escritor pudo haber retocado esta obra o su posible intervención en la edición príncipe.
1. La autoría de las variantes redaccionales del Buscón
La crítica suele considerar de autor tanto variantes textuales sustanciales (que afectan a la estructura global de una obra o implican cambios profundos en la concepción de esta) como lecturas agudas —lectiones difficiliores en muchos casos— que encierran ingeniosos tropos. Por el contrario, se valoran habitualmente como variantes ajenas al autor —o, en todo caso, como muy inseguras en cuanto a su naturaleza autorial— las de poca entidad textual o poca complejidad estilística. En el caso del Buscón, las variantes redaccionales no conllevan una reorientación temática de la historia de Pablos, ni alteran la sucesión de los episodios. Sí se registra, en cambio, un número no despreciable de lecturas equipolentes consistentes en leves modificaciones lingüísticas. Bien podría pensarse que tales variantes son responsabilidad de distintos copistas. A partir de una única redacción de la obra por parte de Quevedo —la cual estaría recogida supuestamente en B— se habría producido una compleja difusión manuscrita, conducente a una considerable contaminación del texto. Ello explicaría no solo dichas lecturas, sino también otras de distinta naturaleza (censoria, estilística o ideológica) valoradas —por algunos editores— como incoherentes, incorrectas o poco cuidadosas, es decir, no atribuibles al escritor2. No obstante, otros datos apoyan la hipótesis de que en la transmisión textual del Buscón confluyen —con un difícil deslinde en ocasiones— variantes de autor con otras que no lo son.
Como se sabe, el estudio crítico de las fuentes textuales del Buscón revela que en un número elevado de ocasiones los testimonios SCZ ofrecen una lectura común —coherente y correcta en su contexto de aparición— distinta de la de B. También se constata que SCZ coinciden en la falta de no pocos pasajes de B, así como en la presencia de fragmentos inexistentes en B3. Tal grado de concordancia textual no parece que pueda responder a la casualidad, esto es, a la conjunción fortuita de numerosas intromisiones de diferentes copistas en el texto del Buscón. Asimismo, se observa que SCZ comparten unas mismas agudezas burlescas en varios lugares donde B presenta otras distintas o ninguna4. Quien las creó tenía, sin duda, unos buenos conocimientos literarios y lingüísticos. El hecho de que algunas de esas agudezas se registran en otros textos de Quevedo no permite descartar a este como autor de dichos tropos y juegos verbales5. Debe contemplarse, por tanto, la hipótesis de que el texto del Buscón experimentó alguna suerte de revisión por parte de Quevedo, de modo semejante a lo sucedido con otras obras suyas6.
2. La revisión del texto del Buscón: el número de versiones y el alcance de los retoques
El agrupamiento de las variantes redaccionales presentado en el apartado anterior, según el cual S, C y Z ofrecen numerosas lecturas comunes frente a B, parece evidenciar —al menos, y en principio— la existencia de dos versiones textuales del Buscón. No se trata de simples y breves variaciones lingüísticas en la expresión del mismo contenido, sino de cambios relevantes en la presentación de los personajes, en las agudezas que manifiestan conceptos ingeniosos y en ciertas alusiones —de carácter religioso, escatológico u obsceno— susceptibles de ser consideradas problemáticas en la época. Las modificaciones realizadas no suponen ni un replanteamiento global de la obra, ni una reescritura en profundidad y continuada de la historia de Pablos. Por el contrario, tienen un alcance puntual, limitado a ciertos pasajes y a determinadas expresiones ingeniosas. Por ello, convendría hablar antes de una revisión parcial, de naturaleza eminentemente estilística y en lugares precisos, que de una nueva redacción de la obra7.
Presento a continuación, de forma esquemática y ordenada, la relación de los principales pasajes con retoques en el texto del Buscón, coincidentes con variantes redaccionales que enfrentan SCZ a B.
Libro I (caps. 1-13):
Cap. 1 (La presentación de los padres de Pablos):
- cambios en la caracterización de la madre de Pablos (entre otras modificaciones, en B no están presentes todas las referencias a su condición de bruja en SCZ)
- más desarrollo en B del retrato del padre de Pablos (tanto de su castigo público, como de una ocasión en la que estuvo en la cárcel a punto de ser ahorcado)
- no se registra en B una alusión a la pena que siente la madre de Pablos porque este no se aplicó a ser brujo
Cap. 2 (Pablos en la escuela):
- no se encuentra en B una referencia a las verdades reveladas a Pablos sobre su madre por algunos compañeros de la escuela
- solo B presenta una ironía de Pablos sobre su condición de hijo de legítimo matrimonio
- cambios importantes en la descripción del caballo de Pablos en Carnestolendas
Cap. 3 (En el pupilaje de Cabra):
- cambios en la descripción de Cabra: únicamente B registra una cómica alusión religiosa a su nariz, carece de la referencia al color bermejo de su pelo y presenta una agudeza aplicada a sus barbas manchadas de caldo
- solamente se halla en B un pasaje donde Cabra encarece el comer nabos
- solo se encuentra en B una alusión chistosa a los refitorios de jerónimos, vinculados a la abundancia de comida
- modificaciones en los alimentos de la cena (no figura en B un chiste sencillo con el nombre de Cabra)
- no se hallan en B unas agudezas sobre la flaqueza de Pablos, pero sí otras sobre la escasa comida en las ollas
Cap. 4 (En la venta de Viveros):
- en B es más extensa la sátira de un mercader avariento
- se cambian los motivos chistosos por los que un personaje, al que únicamente se alude, no comía lechugas
- solo en B se localiza una alusión a la Iglesia, encarnada en un cura glotón
- únicamente en B se registra una agudeza chistosa a partir de un refrán
- no aparecen en B algunas alusiones excrementicias
- tiene más extensión en B el diálogo entre estudiantes, rufianes y ventero
- solo en B falta una alusión a Satán
Cap. 5 (El ventero morisco de Alcalá):
- en B no se halla una referencia a la sangre judía y/o conversa de la nobleza española
Cap. 6 (La burla de Pablos al ama de los pollos):
- exclusivamente B registra una cómica alusión religiosa a la escasa carne que se comía en la casa de Alcalá
- en B se encuentra una agudeza sobre las ollas engordadas con cabos de vela
- B presenta rasgos brujescos del ama con graciosas expresiones agudas (ausentes de SCZ)
- B carece de la burla de Pablos al ama para robarle sus pollos y comérselos
Cap. 7 (Causas de la prisión de la madre de Pablos):
- B carece de una alusión obscena relacionada con la condición brujeril de la madre del pícaro
Cap. 10 (El soldado arrufianado y el ermitaño):
- B desarrolla más el retrato del soldado: su descripción física, sus quejas sobre la vida en Madrid y una alusión al saco de Amberes
- B amplía las referencias a la hipocresía del ermitaño
Cap. 11 (Con el tío de Pablos, Alonso Ramplón, en Segovia):
- en B no se halla la referencia a un cuerno (en uso dilógico) en la cabeza del porquero
- B presenta una agudeza relativa a las bendiciones, como amagos de azotes, que echaba el tío de Pablos al empezar a comer
- cambio de agudeza para referirse al color negro de los alimentos
Cap. 13 (Los remiendos de los caballeros chirles):
- B carece de un breve pero ingenioso tropo sobre cortar los hilos de prendas viejas
Libro II (caps. 1-10):
Cap. 1 (En la casa de los caballeros chirles):
- B desarrolla algo más, con metáforas ingeniosas, el retrato de la vejezuela que abre la puerta en casa de los amigos de don Toribio
- B presenta una aguda alusión —distinta en SCZ— a la bayeta que cubre hasta los pies a uno de los caballeros chirles
- B juega verbalmente con la referencia chistosa a una mancha en la ropa de un amigo de don Toribio
- B especifica más las prendas de los caballeros chanflones que necesitan remiendos
Cap. 2 (Descripción ingeniosa de don Toribio con el pelo suelto; el licenciado Flechilla):
- Bsustituye «Verónica» por «ermitaño» en una agudeza por semejanza
- B presenta dos metáforas degradantes más en la descripción del licenciado Flechilla (a quien Pablos acompaña para autoinvitarse a comer en casa ajena)
- en B no figura una alusión al Gran Capitán, sino otra —menos arriesgada— a los godos
Cap. 4 (En la cárcel):
- B ofrece una graciosa descripción, inexistente en SCZ, de cómo los presos se sacaban unos a otros de las camas para poder disponer de una
- B carece de varias alusiones excrementicias con agudezas chistosas
- B relaciona el oficio de adelantado, de forma genérica, con un reino, no específicamente con Castilla (como sucede en SCZ)
- se cambia una breve referencia a los condenados a galeras
- B no presenta una comparación graciosa con un ruido de huesos
Cap. 7 (Caracterización de Pablos):
- B ofrece más rasgos negativos en la caracterización de Pablos
- únicamente en B Pablos, haciéndose pasar por don Filipe Tristán ante don Diego, se dirige insultos a sí mismo (como si se tratase de otra persona)
- B presenta más detalles descriptivos de Pablos vestido con un hábito de fraile
Cap. 8 (La huéspeda de la casa en Madrid):
- cambia el nombre de la huéspeda de la casa en Madrid
- el retrato de la huéspeda es más extenso en B
Como se ha podido comprobar, los cambios registrados en el texto del Buscón no afectaron a la organización interna del relato, a la nómina de personajes, ni a la sucesión de acontecimientos que vive Pablos. Consistieron, sobre todo, en retocar algunas de sus agudezas, variar la caracterización de ciertas figuras, y añadir (o eliminar, según los casos) determinadas referencias potencialmente comprometedoras.
Esas modificaciones no siguen un mismo y único patrón, esto es, no son sistematizables8. Por lo que se refiere a las agudezas, en B tanto se documentan algunas inexistentes en los demás testimonios, como no aparecen las presentes en SCZ o se hallan otras distintas. En cuanto a la descripción de varias figuras, los retoques implicaron en B bien la ausencia de algunas de sus notas características en SCZ, bien la sustitución de unos rasgos por otros, bien —mayoritariamente— la ampliación de sus retratos. Lo mismo puede decirse del tratamiento dado a ciertos episodios de la historia: mientras la extensa burla de Pablos al ama de Alcalá no figura en el texto de B, en este testimonio se registra un desarrollo algo mayor que en SCZ de algunas escenas en la venta de Viveros, en el banquete en casa del tío de Pablos o en la cárcel. Por lo que respecta a alusiones de carácter religioso, en B se registran bastantes más casos de lecturas privativas de ese tipo que de ausencia de variantes similares presentes en SCZ.
No se agotan aquí, sin embargo, los datos obtenidos en la recensio de los testimonios. Su cotejo revela que el texto de la edición príncipe se diferencia en bastantes lecturas de SC, en buena parte de las cuales coincide con B9. Además de compartir con Z un buen número de loci critici, B concuerda con C frente a los demás testimonios en no pocas lecturas10. Por último, el estudio de las variantes privativas de la edición príncipe indica que este testimonio sufrió correcciones, de contenido y de estilo, que no se registran en las fuentes manuscritas.
Las variantes paliativas de Z, en las que desaparecen —o se sustituyen por referencias inocuas— alusiones religiosas potencialmente comprometedoras, guardan relación sin duda con el miedo a la censura previa a su publicación. Solo así, con lecturas coatte, se logró la aprobación para imprimir el Buscón11. En principio, parece lógico pensar que dichas variantes son ajenas a Quevedo. Tal vez un amigo del escritor —tal y como hizo don Alonso Mesía de Leyva en Juguetes de la niñez—, el editor Roberto Duport y/o el corrector de la imprenta de Pedro Vergés sean los responsables de algunas de ellas. De hecho, a veces la censura efectuada en Z deja un texto sin sentido o en el que se pierde una agudeza chistosa. En tales casos difícilmente se puede proponer la autoría de don Francisco12. No faltan variantes paliativas de Z que pueden ser fruto de algún tipo de autocensura por parte del propio Quevedo. El hecho de que esas lecturas censorias incluyan expresiones documentadas en otras obras de don Francisco no permite, al menos, rechazar de plano su carácter autorial13.
El segundo tipo de variantes exclusivas de Z atañen al estilo. El texto de la princeps sufrió una revisión de su expresión lingüística, conducente en general a evitar repeticiones léxicas y/o semánticas, eliminar palabras redundantes o implícitas en el contexto, y precisar más algunos enunciados14. Estas lecturas podrían interpretarse como modificaciones conscientes que persiguen una mejoría estilística. Algunas guardan relación posiblemente con una ratio typographica en su plana. Se trata, normalmente, de breves añadidos que aparecen en folios sin abreviaturas (o con muy pocas) y con un espaciado abierto, en los que probablemente la cuenta del original se quedó algo corta. Lo mismo sucede con pequeñas omisiones que se localizan en planas cerradas con abreviaturas y muy poco espacio entre palabras. En tales casos surgen lógicas sospechas de un origen tipográfico para esas variantes15. En general, la crítica tiende a considerar que este tipo de variantes estilísticas —puntuales, de poca relevancia semántica y sin ninguna dificultad conceptista— deben atribuirse a una mano ajena al autor: bien a un preparador anónimo del texto para su impresión, bien al corrector de la imprenta, bien a los cajistas del taller tipográfico. Sin embargo, existen razones para no descartar por completo la posibilidad de que Quevedo sea el responsable de alguna corrección suelta en el estilo de Z.
En primer lugar, en la princeps del Buscón se registran cambios de texto y pequeñas adendas —ausentes de los testimonios manuscritos— que aportan nuevos matices semánticos, crean sencillos juegos verbales o completan el significado de algunos enunciados. Las concordancias que existen entre estas lecturas privativas de Z y otros textos de Quevedo impiden desechar de antemano la hipótesis de que nos hallamos, en algún caso, ante una variante de autor16. Puesto que se localizan en planas sin anomalías materiales, no conviene excluir la posibilidad de que alguna de esas lecturas se deba al satírico madrileño.
En segundo lugar, es sabido que Quevedo llevó a cabo una lima estilística en varias de sus obras burlescas, generando de esta manera una nueva versión de sus textos17. El Buscón, por tanto, presenta ciertas similitudes con esas obras: el texto que se dio a la imprenta (Z) sufrió —además de la censura ya comentada— una lima de estilo y expresión que eliminó principalmente repeticiones léxicas y semánticas18. Aunque la mayoría de esas variantes probablemente se debe a una mano ajena al escritor, otras lecturas privativas de Z coincidentes con otros textos de Quevedo pudieran ser de autor.
En conclusión, en la tradición textual del Buscón se registran numerosas variantes redaccionales que oponen SCZ frente a B. Las modificaciones introducidas afectan, sobre todo, a la caracterización de varias figuras, la creación de ingeniosas agudezas y la extensión del texto (algo más amplio en B). La complejidad y dificultad conceptista de esos cambios vuelven más probable la hipótesis de que el responsable de esas dos versiones de la obra fue Quevedo. De ambas, se llegó a imprimir —con diferencias redaccionales significativas respecto a SC y no pocas lecturas compartidas con B— la que es algo más breve, pero con una doble lima (censora y estilística) de la que carecen todos los testimonios manuscritos. Aunque esa revisión parece mayoritariamente ajena al autor, no se puede descartar la intervención de este en algunas variantes paliativas y estilísticas exclusivas de Z.
3. La intervención de Quevedo en la edición príncipe (Z)
Quevedo nunca declaró explícitamente su participación —directa o indirecta— en la publicación del Buscón, pero tampoco la negó. Su silencio a este respecto contrasta con las quejas —suyas y de otros— relativas a la deturpación textual con que se dieron a la imprenta, sin revisión por parte del autor, varias de sus obras19.
En el caso de su relato picaresco, ya se ha hecho referencia a diversas lecturas —escasas en el conjunto de la obra— sospechosas de un origen espurio, ajeno al autor: bien introducidas por los tipógrafos y/o el corrector de la imprenta debido a una ratio typographica en la plana en que se localizan, bien introducidas por copistas o manos anónimas que llevaron a cabo una injerencia imperfecta (lo que permite su reconocimiento). No obstante, las variantes que en esos casos dejan un texto sin sentido, incoherente, son muy pocas, y su enmienda resulta sencilla teniendo a la vista el texto de la tradición manuscrita. Una lectura atenta de la edición príncipe arroja bastantes más variantes de transmisión (erratas de copia y/o de imprenta fácilmente subsanables) que pasajes incomprensibles, deturpados20.
Se puede deducir, por tanto, que el texto de Z no fue preparado cuidadosamente por Quevedo para darlo a la imprenta. O, si lo fue, otras personas intervinieron en él antes de salir estampado del taller tipográfico de Pedro Vergés. La edición príncipe no representa, pues, una versión autorial —en sentido estricto— de la obra, revisada atenta y directamente por don Francisco para (y durante) su impresión; pero tampoco es un texto defectuoso ni deturpado en la mayoría de sus pasajes.
Sin embargo, el hecho de que la primera edición del Buscón no sea un codex optimus no la convierte, sin más, en un testimonio de escaso valor ecdótico, equiparable a una copia manuscrita cualquiera. Tampoco su imperfección textual permite descartar, apresuradamente, que Quevedo autorizase, promoviese o facilitase su impresión. Veamos los motivos de ambos asertos.
En primer lugar, ya se ha comentado la existencia de varias lecturas exclusivas de Z (pequeñas adendas, breves oraciones, algunas variantes censorias y estilísticas) que, vistas sus concordancias textuales con otros escritos de don Francisco, bien pudieran ser variantes de autor. De igual manera, el título y el prólogo «Al lector» de la princeps presentan unos rasgos literarios y lingüísticos que apuntan a la responsabilidad de Quevedo21. En segundo lugar, en Juguetes de la niñez Quevedo autorizó para su impresión y reconoció como suyos textos plagados de errores y descuidos22. Esas incoherencias, sin embargo, se mezclan con nuevos pasajes atribuibles sin ninguna duda al escritor (es decir, son variantes de autor). Esto implica que cuando Quevedo se vio obligado a expurgar varias obras ya impresas —de cuya deturpación textual se queja en los preliminares— no revisó con cuidado ni preparó personalmente las nuevas versiones. Habiendo tenido la ocasión —ciertamente amarga— de supervisar al detalle los textos que se daban nuevamente a la imprenta, don Francisco no solo desatendió esa tarea, sino que permitió que otra persona (don Alonso Mesía de Leyva) la realizara en su lugar, manipulando libremente sus textos. En consecuencia, el hecho de que un texto quevediano se haya impreso con graves descuidos no significa necesariamente que Quevedo no haya tenido parte en su impresión (propiciándola, facilitándola o permitiéndola). Por tanto, las numerosas incongruencias en algunas de las obras publicadas en Juguetes invitan a extremar la prudencia a la hora de dar por sentado que la imperfección textual de Z es prueba concluyente de que Quevedo permaneció completamente al margen de su impresión. Aun sin su supervisión, don Francisco pudo haber autorizado o consentido a otros que hiciesen llegar a la imprenta, previamente retocada por mano(s) ajena(s), una copia del Buscón con algunas variantes de autor nuevas.
En suma, el texto de Z no fue preparado con esmero para su impresión. Losdescuidos que presenta son, sin embargo, limitados y fácilmente subsanables ala vista de la tradición manuscrita. No se puede acreditar la participación —directao indirecta— de Quevedo en su estampación, pero los datos disponibles tampocopermiten desechar esa posibilidad.
Un orden cronológico de los testimonios bastante seguro: scbz
El estudio textual presentado en páginas precedentes ofrece de modo inevitable una valoración subjetiva —aunque razonada— de las variantes redaccionales del Buscón. Sus conclusiones, al no poder demostrar empíricamente la autoría de dichas lecturas, no proporcionan certezas inequívocas o indiscutibles. Ello no obsta, sin embargo, para proponer una línea cronológica bastante segura de los testimonios de esta obrita. Independientemente de que Quevedo fuese o no el responsable de las variantes que se le han atribuido en este trabajo, existen datos objetivos que perfilan una determinada sucesión temporal de las fuentes de este relato picaresco.
1. En la fase manuscrita del Buscón, la versión textual recogida en SC parece anterior a la de B, pues en este último testimonio se localizan huellas de una redacción primitiva, las cuales provocan incongruencias (o truncamientos) en la historia.
Así sucede con los distintos nombres con que se designa a la vieja alcahueta que hospeda a Pablos en Madrid. En SC se la llama la Guía en tres ocasiones23; en B, en cambio, se la nombra primero la Paloma, se menciona después como otra de su nombre —en un pasaje en el que con ese cambio de denominación se pierde una agudeza basada en un equívoco con guía (`el personaje de tal de la Guía´ y `persona que encamina, conduce y enseña a otra el camino´)— y reaparece erróneamente bajo el nombre de la Guía en su última aparición24. El hecho de que el mismo personaje reciba dos nombres distintos —sin explicación en el texto para ello— da a entender que se produjo un despiste en la sustitución nominal efectuada (de la Guía a la Paloma). No parece plausible que Quevedo reflejase en el texto primigenio, no sometido todavía a ninguna revisión, una duda —no bien resuelta textualmente— en el nombramiento de la huéspeda del pícaro.
Otro ejemplo del rastro que probablemente dejó en B la primera versión de la obra se halla en el pasaje en el que Pablos sale a caballo en Carnestolendas. En la descripción del rocín en SC se alude a la largura de su cuello («el pescuezo, más largo que de camello» S/ «el pescuezo, de camello y más largo» C) pero se omite dicha característica en B25. No obstante, cuando el animal se come un repollo, se hace referencia en B —al igual que en los demás testimonios— al mucho tiempo que tardó en llegar a sus tripas porque iba rodando por el gaznate: «lo despachó a las tripas, a las cuales, como iba rodando por el gaznate, no llegó en mucho tiempo»26. Se echa en falta, pues, una cualidad relativa al cuello del caballo (en forma de adjetivo o de otro complemento del nombre gaznate) para justificar textualmente la causa de la tardanza de la llegada del repollo al estómago. La perfecta coherencia en SC entre la descripción física del rocín y los comentarios posteriores sobre él sugiere la anterioridad de la versión representada por estos testimonios27.
2. De las fuentes del Buscón que parecen reflejar su versión inicial, no retocada aún estilísticamente, es el manuscrito S el que presenta más indicios de un carácter temprano. En primer lugar, porque es el testimonio que muestra una mayor cercanía a la versión independiente de las Premáticas del Desengaño contra los poetas güeros —anterior, como se sabe, a su integración en el entramado narrativo del relato picaresco—: únicamente S conserva los ítems 5 y 6 de la redacción inicial de las Premáticas, tal vez suprimidos en CBZ por las referencias religiosas ahí contenidas28. En segundo lugar, porque en su título (La vida del Buscavida, por otro nombre don Pablos) no se alude todavía a la denominación más exitosa y afortunada del protagonista: Buscón. Y, en tercer lugar, porque los 23 capítulos en que se divide la historia no se agrupan en libros, como ocurre en las restantes fuentes de la obra.
El texto del manuscrito C parece posterior al de S —con el que guarda bastante proximidad— y anterior al de B. Comparte con S una carta dedicatoria previa al relato, inexistente en los demás testimonios, y la mención del sobrenombre de Pablos como buscavidas (el epígrafe del libro tercero en que se divide la obra reza así: «Libro tercero de la vida del Buscavidas»); pero coincide con B en agrupar los capítulos de la historia en tres libros, tal y como sucede en Guzmán de Alfarache (tanto en el de Mateo Alemán como en el apócrifo de Luján de Sayavedra).
3. Ya se ha argumentado previamente que B recoge en la fase manuscrita del Buscón una versión distinta y posterior a la de SC. Comparte un buen número de variantes con la edición príncipe allí donde esta ofrece lecturas diferentes a SC, pero concuerda en otras ocasiones con C, lo que parece apuntar a su carácter intermedio.
Como se sabe, el texto de B es algo más extenso que el de los demás testimonios, especialmente en la descripción de varios personajes secundarios. Ello bien pudiera llevar a pensar que representa la versión última del relato picaresco. De hecho, así sucede en otras obras burlescas de Quevedo, como Premática del Tiempo o La culta latiniparla, cuya revisión supuso una ampliación del texto inicial29. No obstante, también contamos con ejemplos contrarios, es decir, con obras quevedianas (como Cartas del Caballero de la Tenaza o Grandes anales) cuya re-elaboración por parte del autor conllevó la reducción de su texto originario30. En consecuencia, no siempre la versión definitiva de una obra revisada por Quevedo coincide con la más extensa. Asimismo, debe tenerse en cuenta que el paso de un estado textual a otro no tiene por qué suceder de forma rectilínea y progresiva. Un autor puede recuperar finalmente una redacción desechada en un momento anterior31. Esto es lo que habría sucedido en el caso del Buscón, pues el que parece su texto final —Z— sigue en bastantes pasajes la versión primigenia representada por SC, y no la retocada posteriormente en B.
Por otra parte, parece improbable que el texto de B constituya una versión tardía y más prudente de la obra, retocada supuestamente por Quevedo a raíz de las censuras de Luis Pacheco de Narváez (en el Memorial enviado a la Inquisición contra los escritos de Quevedo, 1629-1630) o de El Tribunal de la justa venganza (1635)32. De los algo más de veinte pasajes del Buscón criticados en ambas invectivas, únicamente una cuarta parte de ellos presenta algún cambio textual en B. En este testimonio no solo no se modificaron la mayoría de las lecturas reprobadas por los enemigos del escritor —así como muchos otros lugares susceptibles de ser considerados irreverentes—, sino que aparecen nuevas alusiones irrespetuosas en materia religiosa, ausentes de SCZ. Ello arguye en contra de la pretendida autocensura que Quevedo habría llevado a cabo con posterioridad a los ataques de 1629-1630 o 1635.
4. Varios indicios textuales sugieren que Z es la última versión del Buscón: su título, de marcado carácter paródico, es el más rico en matices significativos; la historia de Pablos ya no se divide en tres libros (como en CB), sino en dos; al final del relato no se alude —como en las tres fuentes manuscritas— a una futura segunda parte; y algunas variantes exclusivas de este testimonio —especialmente las destinadas a evitar repeticiones léxicas y semánticas en un contexto próximo— suponen una mejoría expresiva y estilística cuya pérdida posterior parece difícilmente imaginable.
La mayor fuerza probatoria de la cronología propuesta reside, sin embargo, en que la primera edición de la obra es el testimonio más censurado. Z eliminó referencias religiosas susceptibles de ser valoradas como irrespetuosas, presentes, en cambio, en las tres fuentes manuscritas. Ello apunta inequívocamente a su posterioridad respecto a SCB, ya que es un dato objetivo que en las obras burlescas de Quevedo sometidas a revisión se registra un progresivo aumento de la censura, de modo que su última versión coincide siempre con la más purgada de alusiones comprometedoras33. La aparición de lecturas paliativas se hace evidente, primero, en el paso de la fase manuscrita a la impresa y, más tarde, en mayor proporción todavía, en la versión “corregida” —y autorizada por el propio autor— de Juguetes de la niñez (1631)34. Tal circunstancia guarda relación, como se sabe, con la proliferación de diatribas contra libros quevedianos en el periodo 1626-1630 y con la preparación de un nuevo Índice de libros prohibidos por esas mismas fechas.
Pese a que Quevedo fue obligado a volver a imprimir —limadas de expresiones irreverentes— obras suyas publicadas antes de 1631, el Buscón no figura entre las expurgadas en Juguetes. Por eso el texto más censurado de esta obrita se corresponde con el de la primera edición, seguramente su última versión. La hipótesis de que Quevedo, hostigado y denunciado por sus enemigos, volvió sobre el texto de su relato picaresco en fecha posterior a 1626 para ofrecer la versión de B —bastante más atrevida que Z en materia religiosa—tiene muy pocos visos de verosimilitud.
Las certezas en el problema textual del Buscón
Frente a un proceso de redacción y transmisión que no conocemos bien, otros datos acerca del Buscón son seguros e innegables.
1) La princeps fue el textus receptus del Buscón desde su publicación en 1626 hasta 1988. Todas las ediciones de la obra en ese período de tiempo derivan directa o indirectamente de ella. Los tres testimonios manuscritos no conocieron la difusión impresa hasta fechas recientes, y sus lecturas privativas no dejaron ninguna huella textual en ediciones áureas posteriores a la primera35. Durante más de 350 años —diecinueve de ellos en vida de su autor— el Buscón se leyó, se criticó, se imitó y se tradujo por el texto de Z. Es decir, estando vivo Quevedo y durante siglos, el Buscón se identificó con Z. De manera inequívoca, la edición príncipe es la versión más difundida y representativa de este relato picaresco a lo largo de su historia.
2) Quevedo pudo haber rechazado, denunciado o corregido el texto de la princeps, pero no lo hizo. No sabemos si actuó así por indiferencia y desinterés hacia su obrita o por todo lo contrario, guardando un cauteloso silencio que le permitió librar al Buscón de posteriores censuras. Lo cierto es que don Francisco mostró una permisividad innegable hacia la difusión de Z36. El estudio textual de este testimonio no ha podido determinar con seguridad la participación del autor en su publicación; pero es un hecho innegable que, una vez impresa la edición príncipe, el escritor consintió que su relato picaresco se leyera y popularizara a través de ella. No sucedió lo mismo, como se sabe, con la princeps zaragozana de Política de Dios (1626). Ante lo descuidado de su composición y las tempranas críticas recibidas, Quevedo se apresuró a desautorizar ese texto desde las páginas de su Respuesta al padre Juan de Pineda y a darlo de nuevo, corregido, a la imprenta (Política de Dios, Madrid, 1626). Pudiendo haber hecho lo mismo con la primera edición del Buscón, no lo hizo. Cuando en Su espada por Santiago (1628) respondió a los reproches de Valerio Vicencio —contenidos en la invectiva Al poema delírico de don Francisco de Quevedo contra el patronato de la gloriosa virgen santa Teresa— a raíz de la publicación de su relato picaresco y de los Sueños, asumió la paternidad de esas obras sin aprovechar la ocasión para renegar de ellas o para descargar en terceros la responsabilidad de su impresión37. En la preparación del volumen de Juguetes de la niñez (1631), cuando tuvo una excelente oportunidad para revisar su texto, no volvió sobre él. Y pese a que el Índice de Zapata (1632) obligaba al escritor a enmendar la obra —al igual que las demás aparecidas antes de 1631—, nunca se imprimió posteriormente una versión más censurada que la princeps. De nuevo Quevedo dejó que el Buscón se siguiera leyendo a través de Z. Y así hasta su muerte, pues no hay constancia de ninguna indicación del autor contraria a ello.
En suma, los datos disponibles indican que Quevedo permitió que la edición príncipe fuera el textus receptus del Buscón no solo en su época, sino también para la posteridad.
¿Qué editar y para quién?
Abordado el problema textual del Buscón en páginas precedentes, es momento de seleccionar uno de sus testimonios como el más idóneo desde el punto de vista ecdótico. Puesto que en la tradición textual de esta obra hay indicios razonables de la existencia de variantes de autor, se pueden ofrecer soluciones distintas. Las presento seguidamente, teniendo en cuenta los destinatarios a los que se dirija la edición.
Si se trata de un lector erudito, deseoso de conocer la evolución de la obra desde su génesis hasta su constitución en libro, resultaría ideal una scholarly edition de los cuatro testimonios ordenados cronológicamente. Esta múltiple lectura proporcionaría los materiales básicos de la obra, pero no priorizaría ninguno como el más representativo38.
En el caso de una edición destinada al mundo académico, a especialistas en filología, sería aconsejable ofrecer íntegramente los testimonios que reflejan las dos versiones principales del relato: el manuscrito B y la edición príncipe. Su lectura contrastada permitiría apreciar directamente las notables diferencias de estilo en no pocos pasajes y las huellas de la censura en la versión impresa39.
Para el público general, que concibe la lectura del Buscón a través de un único texto, «las dos opciones básicas son las de editar la versión impresa de la príncipe o la reflejada en el manuscrito B»40. A mi juicio, varias razones hacen preferible la elección de la princeps sobre el manuscrito:
1) Si se atiende al criterio editorial basado en la voluntad del autor, la falta de un pronunciamiento explícito de Quevedo a este respecto obliga a fijarse en cómo actuó ante el devenir de su obra. Una vez impresa esta, ni renegó de ella en las respuestas a los ataques recibidos a partir de entonces, ni denunció la actuación del editor. Frente a lo ocurrido con otras obras suyas, don Francisco no corrigió el texto de la princeps —ni por propia iniciativa, ni obligado por la Inquisición— para darlo de nuevo a la imprenta: dejó, en consecuencia, que Z se erigiera en el representante textual del Buscón. Pudiendo haber procedido de manera diferente, no se conoce ninguna declaración ni actuación de Quevedo para priorizar la difusión de B tras la aparición del impreso.
2) Si se toma en consideración el orden cronológico de los testimonios, varios datos indican que la edición príncipe recoge la versión última del Buscón. Así parece avalarlo el hecho de que su texto sea el más censurado. Ello concuerda con lo sucedido con las demás obras satíricas y burlescas de Quevedo sometidas a revisión, en las que progresivamente fue aumentando la eliminación de pasajes problemáticos. De esta manera, lo ocurrido con su relato picaresco no habría constituido una excepción a esta tendencia general. Téngase en cuenta, además, el contexto histórico que vivió don Francisco en el período 1626-1635, cuando fue objeto de duras críticas a causa —entre otros motivos— de la publicación de varios libros de su prosa burlesca, prohibidos poco después por la Inquisición. No parece, por tanto, verosímil que en esas difíciles circunstancias Quevedo hubiese vuelto sobre el texto del Buscón —de Z—para escribir una nueva versión —la del manuscrito B (en el supuesto de que este testimonio fuese posterior a 1626)— más atrevida en materia religiosa.
3) Si se apela al principio de textus receptus en la historia textual de la obra, de nuevo la edición príncipe resulta el testimonio más adecuado para su edición. Todo lo que durante siglos se pensó y escribió sobre esta obrita se basa en Z. La versión del manuscrito B, posiblemente destinada en su origen a un número restringido de destinatarios, no se divulgó entre el gran público hasta finales del siglo XX. Por tanto, el texto con el que tradicionalmente se ha identificado el Buscón es el de su editio princeps.
En conclusión, independientemente de que se admita o no la existencia de variantes de autor en la edición príncipe del Buscón —cuestión que no se ha podido determinar de forma inequívoca—, hay razones objetivas que aconsejan su selectio como texto base en una edición crítica de esta obra.
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Notas