Resumen: La Filosofía cortesana de Alonso de Barros contiene las indicaciones necesarias para desarrollar una novedosa adaptación del juego de la oca a la realidad cortesana, que evoca las dificultades a las que se enfrentará el pretensor en su intento. Aunque resulta en apariencia paradójico por su carácter lúdico, el autor concibió el conjunto de libro y pintura como una reivindicación del valor del trabajo acorde con los planteamientos de la facción política a la que pertenece. La obra se enmarca con naturalidad en el género didáctico, donde confluye con la capacidad moralizadora de los emblemas en la representación icónica de los avatares de la corte sobre el tablero de juego. En este estudio nos centramos en el posible origen del emblema del Trabajo en la obra y su trascendencia ética y política.
Palabras clave:Alonso de BarrosAlonso de Barros,Filosofía cortesanaFilosofía cortesana,ocioocio,ociosidadociosidad,bueybuey,emblemaemblema,trabajotrabajo,juego de la ocajuego de la oca,CorteCorte.
Abstract: Alonso de Barros’ Filosofía cortesana accounts for the right instructions to develop a new adaptation of the Game of Goose to the court reality, that alludes to the difficulties which a court pretender encounters in his trial. Although it seems paradoxical due to its ludic nature, the author understands the set of book and painting as a recognition of the value of work in line with the proposals of the political faction where he belongs to. His work is framed naturally in the didactic genre, where joins together with the moralizing capacity of the emblems in the iconic representation of the vicissitudes of the court on the board of the game. In this study, we are focused on the possible origin of the symbol of work in de Barros’ book and its political and ethical transcendence.
Keywords: Alonso de Barros, Filosofía cortesana, Leisure, Idleness, Ox, Symbol, Emblem, Work, Game of goose, Court, Court factions.
Artículos
La idea del trabajo en la Filosofía cortesana de Alonso de Barros
The Idea of Work in Filosofía cortesana, by Alfonso de Barros
Recepción: 02 Enero 2019
Aprobación: 20 Marzo 2019
Ocio y negocio son opuestos polares cuando Alonso de Barros publica su Filosofía cortesana. El término ocio o, más frecuentemente, ociosidad, designa en ese periodo la falta de ocupación (Covarrubias, Tesoro de la lengua castellana, fol. 124v). Se considera el trabajo siempre positivo mientras que aquel, por el contrario, enseña todos los vicios1 y conduce a la pobreza y miseria del hombre y a la perdición de la república2. El hombre está hecho para el trabajo como el ave para el vuelo, aclarará el libro de Job (5, 7), y se señala comúnmente entre los daños de la ociosidad el juego de azar o de apuestas, asunto de sobra conocido.
Esta contraposición resulta política y biográficamente significativa para el círculo de Barros, que pertenece a la facción castellanista de Mateo Vázquez, a quien dirige su libro, hombre de dudoso linaje, que ha conseguido medrar, sin embargo, por su infatigable esfuerzo personal. Un ejemplo de este maniqueísmo constituye la segunda edición de las Comparaciones o símiles para los vicios y virtudes de Pérez de Moya3, también dedicada al archisecretario en fecha muy próxima a la Filosofía cortesana. Allí se explica que «la ociosidad es orín del ingenio, sentina de todos los males, porque cuando a esta ociosidad se abre la puerta, todos los vicios entran de tropel por la casa»; y advierte: «Mira, hermano, que en ocio y abundancia se desordena la razón; date al trabajo, porque ultra de que la mocedad ociosa acarrea la vejez arrepentida, grandes ingenios —si están ociosos—, se ocupan en maldad». No se olvide que Juan Pérez de Moya es el escritor mejor representado en la biblioteca que Alonso de Barros dejó a su muerte, con cuatro títulos.
La literatura didáctica aborda el asunto de manera explícita, como vemos. En el mismo inventario a que nos acabamos de referir figura el Apólogo de la Ociosidad y el Trabajo, de Luis Mexía, glosado y moralizado por Francisco Cervantes de Salazar4. El planteamiento de Cervantes de Salazar a la hora de explorar el argumento de la obra de Mexía deja clara la cuestión:
La intención del autor fue debajo de sabrosa especie de poesía filosóficamente tratar los grandes provechos del trabajo y por el contrario los daños de la ociosidad. Y para esto finge que en Grecia había una regalada señora llamada Ocia, que es la ociosidad, la cual en su compañía traía a madama Fraude, que es el engaño, la Hipocresía, y la Pereza y la Ignorancia, las cuales servían a esta señora por huir del trabajo, tan enemigo de los ignorantes5.
Como parte de una alegoría que no puede ser más obvia, Labricio quiere tomar por esposa a la citada señora. Doña Ocia, por supuesto, desdeña los regalos que este le ofrece por su casamiento, todos vinculados a las virtudes del trabajo, y decide romper el compromiso. Gracias a eso, Labricio contraerá un matrimonio mucho más acorde con su condición y podrá llevar una vida plena tras desposar a Diligencia. No se pierda de vista este enlace, el evidente contenido moral de las alegorías y —añadimos ahora— que entre los obsequios de Labricio se cuentan ciertos animales entre los que se encuentra el buey, sobre el que nos centraremos un poco más adelante.
Junto a ese pensamiento existe, no obstante, una noción del ocio más limitada, enraizada igualmente en la tradición clásica y que, si bien se subordina al trabajo, no produce una ineluctable desaprobación moral, sino todo lo contrario. Se trata del ocio concebido como una recreación o descanso imprescindible aunque enojoso, una suerte de apéndice ingrato del trabajo, que en todo caso encierra idéntico peligro de conducir a la desocupación depravada antes vista, por lo que concita el interés de los mismos moralistas. En esta corriente, fray Pedro de Covarrubias, autor de un Remedio de jugadores afirma que «el descanso del ánima es delectación. Donde se sigue que así como la fatigamos con profunda atención y encogimiento, así es menester la soltemos y reparemos las interiores fuerzas con un deletable derramamiento y vagación o distración y porque juego no es otra cosa sino esto»6. Y esa es la clave, que los entretenimientos sean lícitos y honestos «y que hagan los pueblos contentos y obedecientes a Dios y a su rey, y amigos de la paz y el sosiego»7, de paso. Los juegos honestos y lícitos, como no puede ser de otro modo, tienden a mantener el statu quo.
Alonso de Barros es consciente de que la Corte se configura como un espacio competitivo donde los pretensores intentan lograr una merced, caracterizada como bien escaso. Al igual que los juegos, la Corte tiene reglas. A partir de esas conexiones, nuestro autor se basó en el juego de la oca, moda áulica por esas fechas, para diseñar sobre el tablero el itinerario de una aspiración cortesana, con sus avatares. El juego de la oca, como el de Barros, pertenece a la categoría de los de puro azar, alea, en la clasificación de Roger Caillois, si bien el segoviano se resiste a esa determinación de la suerte de los jugadores y trata de vincular la partida a una concepción donde la destreza inmanente del jugador pueda condicionar el resultado (agôn). Comentaremos al final de este estudio, a propósito del cruce de fuerzas entre Trabajo y Fortuna, las consecuencias de esta contradicción de base8.
Con todo, Barros logra gracias a su tablero un divertimento donde los valores primarios de la dicotomía moral ocio-trabajo trascienden el ámbito cortesano para suscitar pautas generales de conducta. Y lo hace conjugando texto e imagen en la línea de un género didáctico, la emblemática, bien conocido en España a pesar de que solo contaba en ese momento con una muestra de autor español, las Empresas morales de Juan de Borja, que ni siquiera se había publicado en las prensas del reino9. El autor articula sabiamente las letras y los iconos en un itinerario serpentoidal hacia el favor pretendido de la casilla última, formulando las reglas de un juego de mesa en su ‘moralización’ para manifestar su pensamiento, y distanciándose por el camino de otros géneros didácticos vinculados también a la iconografía10. Por tanto, Alonso de Barros reivindica el trabajo desde el tablero de un juego. La Filosofía cortesana es capaz de transformar el ocio en ocupación merced a la pedagogía áulica que subyace sin perder por ello su naturaleza lúdica para recreo del alma.
En el tablero de la Filosofía cortesana, frente al estatismo de los emblemas relacionados con la ociosidad, los medios «más usados» para eludir las mudanzas de Fortuna exigen una actitud diferente. Nos vamos a referir aquí a Diligencia y Trabajo, que laboran para mover la rueda de Fortuna en favor del cortesano.
La yugada de bueyes simboliza el trabajo en este juego de mesa. No es momento de abundar en la conexión de la literatura moral de carácter alegórico y la emblemática pero, como hemos anunciado, en el ya citado Apólogo de Mexía el buey se señala entre los presentes que Labricio entrega a la dama griega «porque le parece a él que es la más preciada joya que hombre puede tener y de más estima, pues que sin el trabajo deste ningún señor, por grande que sea, puede sustentar ni conservar su estado»11. El buey es la figura clave de la obra. El tema de la Filosofía cortesana, si solo uno hubiera, consiste en la lucha por oponer a los desvaríos de la Fortuna un plan o estrategia de corte tacitista en la disputa entre pretensores por alcanzar la Palma de la Victoria12. La vindicación del esfuerzo personal con la consiguiente crítica de una suerte de una nobleza derrochadora, ociosa y vinculada a una economía poco o nada productiva forma parte del ideario político de Barros y de su patrón.
El relieve de la figura del buey afecta tanto a la semántica o intención didáctica como a la sintaxis o configuración del juego, a su desarrollo mismo. No puede considerarse una cuestión menor o accidental que el buey sustituya a la oca en el tablero. Se trata de la casilla más importante, la de más frecuente aparición, la más cargada simbólicamente y la que da nombre al juego de procedencia. Además, tiene el papel de casa mecánica fundamental para el desarrollo de la partida pues determina el ritmo del avance del jugador por la espiral en el camino hacia el centro de la pintura.
Como la emblemática nace cortesana y política13 resultará muy provechoso observar algunos de los significados y asociaciones que ha recibido en la tradición de este contexto. Por una parte, cuando el servicio a un privado se consideraba una pérdida de libertad, el buey ofreció un icono perfecto. Así lo vemos desfilar por obras críticas con la corte como Aula de cortesanos, de Castillejo, donde dice:
Y no veo,
para cumplir mi deseo,
pensando en ello despacio,
sin andar por más rodeo,
sino acogerme a palacio
de algún rey
[…]
sometiendo como el buey
mi cabeza a su mandado
por medrar14.
Todavía perdura esa interpretación anticortesana en alguno de los Proverbios morales que Barros publicó en 1598: «Ni [hay] sumisión más servil / que el trato del pretender» (núm. 928).
Collar de Cáceres, que ha estudiado el emblema, comenta algunos significados positivos para los bueyes uncidos, que se ligan a la abundancia de frutos de la tierra en los Hieroglyphica de Pierio Valeriano, o que se asocian en la empresa de Renato de Sicilia con la leyenda «Paso a paso»15. La constancia que se predica de los bueyes impide que se quiebre el hilo de los frutos descritos por nuestro aposentador, por lo que no se debe detener un instante el jugador en esas casas, sino que se desplazará otros tantos puntos adelante cuantos allá le condujeron.
La imagen del animal resulta acorde con dos de las ilustraciones que adornan las esquinas del grabado. Por un lado, el ancla y el delfín sugieren paciencia en esa constancia. El sentido del lema que lo acompaña, «Festina lente», ha sido sobradamente comentado16. Señalaremos solo que, como se sabe, Erasmo glosa este mote latino en uno de sus Adagia. El de Rotterdam fue durante un tiempo huésped de Aldo Manuzio, el extraordinario impresor, en cuya marca se observa este emblema. Siguiendo este hilo entre emblemas e imprenta, recuerda López Poza17 que la marca tipográfica de Plantino reza «Labore et constantia». La imagen es una mano con un compás, a menudo asociado a la prudencia18, uno de los valores del buey en contraposición al asno. Parece que esa paciencia y constancia constituyen uno de los pilares del oficio, pero también del cortesano19. La otra imagen, la mano que señala el reloj, augura que el trabajo dura «hasta la postrera», hasta el último aliento, como indica la letra que la acompaña.
En la emblemática, la abundancia de frutos constituye el mote de una empresa de Juan de Borja («Ex labore fructus»), que viene representada por una calavera de buey con una corona de flores20. El bucráneo es el trabajo mientras que las flores que lo coronan evocan la esperanza de obtener los frutos deseados. Pero de mayor importancia por sus implicaciones, por la letra y por el comentario nos parece el emblema 3, del libro 2 de los Emblemas morales de Juan de Horozco y Covarrubias21. En él, el cráneo de buey aparece bajo la rueda alada y coronada de la Fortuna, engarzando los dos factores cruciales de la lucha por el medro en la Filosofía cortesana. Una filacteria cruza en sentido horizontal la estampa con el esclarecedor lema «Par est fortuna labori». Juan de Horozco eligió para su blasón esta imagen y su lema, muy levemente modificado22, en una declaración manifiesta de su interés personal y de la relevancia política de la cuestión. Para acabar en lo que podría ser perfecta síntesis de los afanes del cortesano en el tablero de Barros, dice la suscriptio enlazando trabajo, ocio, pretensión, medro y Fortuna:
Quien quisiere medrar y pretendiere
ser dichoso, no busque otros rodeos;
siga el trabajo, que si le siguiere,
le cumplirá —yo fío— sus deseos.
Huya la ociosidad cuanto pudiere,
que es madre de los vicios torpes, feos,
y si al trabajo la fortuna iguala
en su mano estará la buena o mala.
No nos detenemos en el comentario, que insiste en lugares comunes sobre la dicotomía trabajo versus ociosidad.
Sabemos por la correspondencia de Horozco y Covarrubias que la obra estaba terminada ya en 158723. No es cuestión baladí en atención al entorno geográfico en que se mueven este autor y el nuestro. Desde principios de los años setenta, Juan de Horozco fue canónigo de la catedral de Segovia, donde su tío Diego era obispo, y arcediano de Cuéllar desde 1580. Sus dos primeras obras se publican en esos años en Segovia, ambas con el escudo de armas en cuestión. La familia de Barros24 es oriunda de Segovia y allí tiene nuestro personaje varios negocios y propiedades que atender cuando no se ocupa del aposentamiento en Madrid. Barros, además, es un hombre religioso. En tales circunstancias, nos resistimos a pensar que no se hayan conocido en persona, que no hayan debatido sobre Trabajo y Fortuna o que no hayan conversado acerca del carácter propedéutico de la imagen. En las mismas fechas, vinculados a la misma ciudad y con algunos temas cruciales claramente en común, ellos son los primeros exponentes de la emblemática de autor español y publicada en España.
La Filosofía cortesana es un libro de emblemas que abre una veta por la que el género no discurrirá más. Se trata de una colección de emblemas organizada para plasmar las pautas de conducta de un pretensor en la corte y establecer algunos criterios para afrontar la vida en un entorno competitivo donde se pugna por las mismas mercedes, una obra de institutio, que instruye al tiempo que promueve un entretenimiento honesto y útil, un juego en que la enseñanza a través de imágenes viene teñida de nexos políticos desde su mismo origen25.
Barros imprime a su adaptación de la oca la posibilidad de que los jugadores aprendan a partir del simulacro de la partida a organizar su vida según una estrategia inmanente basada en ciertos mecanismos nuevamente aprendidos en las casas por las que discurre el juego. El trabajo hará frente a la fuerza contraria de la Fortuna, como dicen algunas de las letras que acompañan su ocurrencia en el tablero:
Al fin se rinde Fortuna
si el trabajo la importuna.
Aunque Fortuna es mudable,
al trabajo es favorable.
De este modo el cortesano parece tomar las riendas de su destino y poder mejorar su posición social empleando ciertas técnicas, en particular, mediante su esfuerzo al servicio del medro. Esa es la idea que consagra Juan de Horozco y Covarrubias en su escudo cuando pinta la rueda de la Fortuna amarrada al cráneo animal, que detiene su giro, con lo que se quiere señalar que las mudanzas de aquella dependen siempre de la intensidad del trabajo.
Recapitulemos: Barros ha propuesto algunos medios para combatir los embates de Fortuna. Entre los «más usados» se hallan Trabajo y Diligencia. Además, pone en el centro del tablero el buey para señalar su importancia y acompaña su imagen de letras que hablan de su capacidad para guiar al hombre. Pero también es un hombre religioso de su tiempo y un pionero en este terreno que presenta notables inconsistencias en su discurso, comenzando por la propia elección del juego de origen, cuya naturaleza se funda en el puro azar, sin ápice de estrategia. O quizá se engaña si en verdad ha pensado que el trabajo basta como motor de medro social.
Para empezar, todo se vuelve ilusión en el tablero cuando se tiran los dados. Entonces, Fortuna siempre vence. De la misma guisa que las mercedes no se pueden exigir como contraprestación onerosa por el servicio prestado, sino que siempre obedecen a una concesión graciosa, con independencia de lo que haya trabajado el pretensor, la diosa podrá favorecer o no sus intentos a voluntad. En cierto modo, el desafío entre Trabajo y Fortuna tiene un final anunciado mucho antes. En el grabado que introduce la segunda edición de la obra26 aparecen en la mano derecha de Fortuna «un ramo de palma, insignia del vencedor, y un yugo de buey, que es la del vencido», identificando de este modo la incapacidad del esfuerzo, en última instancia, por evitar los reveses del azar.
Nuestro autor parece enunciar la limitación del hombre frente a los designios divinos cuando escribe que, «hablando bien, no hay Fortuna, sino una dispusición de la voluntad de Dios, universal gobernador de todas nuestras acciones, para que con este conocimiento toleremos con paciencia nuestros males, que haciendo de la fuerza virtud, los convertiremos en bienes»27. En definitiva, no está en la mano del pretensor mover a la gracia, aunque sí el cometido de inclinar la voluntad de quien la otorga. En ese punto en que su utilidad cede, el trabajo se convierte en una figura ética de raigambre senequista que hace al cortesano capaz de asumir la frustración o la derrota; también desde la resignación cristiana. Como advierte Fernando Bouza, la pretensión hace la corte, pero lo más de la corte es decepción28.
En este mismo sentido debe leerse el segundo emblema relacionado. La dedicación o el trabajo continuado hacia un fin hace al hombre diligente. De la Diligencia se dice que es madre de toda buena ventura29, pero Barros lo niega. Soy yo, dice esa Fortuna asimilada a la Providencia divina, quien «dispongo vuestros consejos en las determinaciones, y guío vuestras obras en los efetos, para que hagáis o dejéis de hacer diligencias». Pero lo más característico de este emblema, a nuestro parecer, es su cercanía al tópico de contemptu mundi, muy próximo a la literatura anticortesana. La Diligencia se representa por medio de un escarabajo. El coleóptero es para Juan de Borja un «Guerreador valiente» (Strenuusbellator) que debe producir «harta vergüenza y confusión» al hombre que de sí presume, pues «el más esforzado y valiente es comparado a un animal tan asqueroso como este»30, un poco en la línea del desengaño de soberbia del pavón de la primera casa del tablero de la Filosofía cortesana. En cambio, para Alonso de Barros —de manera sorprendente, pero de sumo interés— se sitúa con claridad en el desprecio de los bienes mundanos propio en la oca original de la casa de la Posada31:
Mándasele al tal descuidado que torne y haga Diligencia mirando como la hace el escarabajo, que con más carga que fuerzas procura llevar a su cueva una bola de estiércol, como en efeto lo es todo lo que se pretende, y por ella se muestra lo mucho que en el mundo se trabaja, y el porqué. Lo cual está figurado a veinte casas con una letra que dice: Cuanto trabaja y procura, / el mundo todo es basura32.
Por eso, si bien las aspiraciones del mundo son vanas, el hombre ha de ser diligente para intentar conseguirlas inclinando la voluntad de su valedor o de Fortuna; pero con una dimensión ética, ya que solo el cortesano que ocupa su tiempo con honestidad y trabajo es vencedor de sí mismo, que es «el mayor señorío»33.