Resumen: Analizaremos el proceso migratorio del pueblo otomí el cual se puede dividir en dos fases, primero como una migración nacional -de mediados a finales del siglo XX- que se dirigió a la capital mexicana, y una segunda fase -de finales del siglo XX a inicios del siglo XXI- en la cual el flujo migratorio llegó a Estados Unidos donde las personas indígenas comenzaron a trabajar sin documentos. Presentaremos dos casos en los que mujeres de diferentes generaciones -quienes emigraron en distintos momentos de su ciclo vital y de las dos fases de migración, interna e internacional-. Conoceremos y analizaremos sus relatos, poniendo especial énfasis en dos temas centrales, los vínculos afectivos en familias transnacionales y la sororidad que se da entre mujeres, familiares y amigas, para apoyarse frente a las violencias vividas.
Palabras clave:migración otomímigración otomí,mujeres otomíesmujeres otomíes,sororidadsororidad,vínculos afectivosvínculos afectivos.
Abstract: We will analyze the migratory process of the Otomí people, which can be divided into two phases. A first phase of national migration -from the middle to the end of the 20th century- that went to the Mexican capital, and a second phase -from the end of the 20th century to the beginning of the 21st century- in which the migratory flow reached the United States where indigenous people began to work without documents. We will present two cases in which women of different generations -who emigrated at different times of their life and in different phases of migration, internal and international-. We will learn about and analyze their stories, placing special emphasis on two central themes, the emotional ties in transnational families, and the sorority that grows among women, relatives and friends, to support each other in the face of the violence they have experienced.
Keywords: Otomí migration, Otomí women, sisterhood, emotional ties.
Género y Derechos Humanos
"No estamos juntas, pero estamos siempre unidas de corazón". Mujeres indígenas, sororidad y vínculos afectivos entre México y Estados Unidos
“We are not together, but we are always united in heart”. Indigenous women, sorority and emotional ties between Mexico and the United States
Recepción: 02 Junio 2020
Aprobación: 09 Noviembre 2020
Estudios sobre mujeres migrantes en México han demostrado que, en las migraciones provenientes de ámbitos rurales con población indígena, el factor de la unidad doméstica y las fases del ciclo doméstico son esenciales para comprender las movilidades de las mujeres. Asimismo, se ha analizado cómo ciertos factores sociales y culturales, que parecieran no ser tan relevantes en las migraciones masculinas, como el número de hijos, la edad, y las etapas del ciclo vital, sí son determinantes para las migraciones femeninas (Szasz, Ivonne, 1999; Ariza, Marina, 2000; D’Aubeterre Buznego, María Eugenia, 2002; Arias 2013a, 2013b).
La participación de las mujeres en los circuitos migratorios complejos1 en la migración a Estados Unidos nos lleva a desentrañar el peso de las ideologías de género y del parentesco en la reproducción de las redes migratorias femeninas. Mismas que están relacionadas y atravesadas por la violencia de género, la falta de oportunidades y la exclusión de la tenencia de la tierra, misma que es acaparada por los hombres (D’Aubeterre Buznego, 2002, p.79).
Es un hecho que los contextos de los que parten las mujeres indígenas están marcados por la violencia de género y el machismo, pero también por la pobreza, la marginación, el racismo y la falta de oportunidades. Es por esto por lo que habría que apuntar que las mujeres otomíes2 de El Valle del Mezquital3, al igual que las mujeres mazahuas, fueron pioneras de las migraciones femeninas indígenas hacia la Ciudad de México. Dicho fenómeno fue documentado por la antropóloga mexicana Lourdes Arizpe, quien brindó un análisis sobre cómo dichas mujeres llegaron a vivir y a trabajar a la capital mexicana en donde algunas se emplearon como trabajadoras del hogar y otras formaron parte del comercio informal, siendo vendedoras de dulces y chicles en las calles y semáforos (Arizpe, Lourdes, 1975, 1983, 1985; Arias, Patricia, 2013a).
Debido a la alta movilidad y migración de mujeres y hombres otomíes, del estado de Hidalgo4, aumentó el interés por conocer sus flujos migratorios al interior de México y hacia el vecino país de Estados Unidos. Es así como se han realizado diversos estudios, desde distintos enfoques y disciplinas, para conocer las dinámicas, rutas y destinos migratorios; sus intercambios y remesas, la organización social y vida transnacional, las condiciones laborales que tienen en Estados Unidos, entre otras5.
La migración otomí desde inicios del siglo XX tuvo una fuerte participación de mujeres solteras, jóvenes e incluso niñas, quienes iban del estado de Hidalgo a la Ciudad de México para ser contratadas como empleadas del hogar en casas de familias mestizas de clase media o alta. Las mujeres fortalecieron esas redes de migración interna hasta la década de 1990 cuando por influencia de los hombres otomíes, quienes iban a trabajar a Estados Unidos, comenzaron a realizar una migración internacional con destino al estado de Texas, y más tarde a Florida y otros estados. Dicha migración internacional se consolidó a finales del siglo XX e inicios del siglo XXI, creando así una importante comunidad transnacional otomí entre ambos países (Quezada Ramírez, María Félix, 2008; Paz Escalante, Ámbar, 2020a, 2020b).
Debido a que la migración femenina de este grupo indígena presentó dos fases importantes, una de corte interno y otra de corte internacional, es que hemos elegido a dos mujeres de El Valle del Mezquital, que emigraron en alguna de estas dos fases; la primera trabajó en la Ciudad de México en la década de 1960 y 1970 y la segunda actualmente trabaja en Florida. A través de sus relatos de vida ambas mujeres nos llevarán a conocer, desde sus subjetividades, cómo la comunidad migrante femenina ha desplegado vínculos afectivos y de sororidad que han impactado de manera positiva en la vida de más mujeres indígenas a un lado y otro de la frontera.
Primero presentaremos la historia de Acacia, una mujer de 65 años, quien tiene tres hijas en México y dos hijos varones en Estados Unidos. Proveniente de una comunidad rural del municipio de Ixmiquilpan, Hidalgo, esta mujer no tuvo la opción de ir a la escuela, porque cuando era niña había acceso limitado para que las mujeres de su pueblo asistieran a cursar la educación básica, así que tuvo que emigrar a la Ciudad de México en donde sufrió todo tipo de abusos y discriminación racista. Sin embargo, hoy se siente profundamente feliz -a pesar de todo lo sufrido- ya que tienen la satisfacción de ver a una de sus hijas estudiando la Universidad.
La segunda, es la historia de Nubia, mujer de 41 años, oriunda de un pueblo otomí de Ixmiquilpan, quien emigró a causa de un intento de feminicidio, perpetrado por el padre de su hija. Ella cruzó la frontera con la ayuda de un coyote y desde hace veinte años es residente indocumentada en el sur de Florida, en donde trabaja en un restaurante como cocinera. Durante su infancia y juventud experimentó cualquier cantidad de abusos y violencias machistas en su pueblo, y al migrar a Florida decidió emprender un negocio de cibercafé en Ixmiquilpan con la intención de brindar trabajo y un sueldo digno a una joven madre soltera de escasos recursos. Esa joven, a la que actualmente ayuda, le recuerda su doloroso pasado cuando, en su juventud, fue señalada, estigmatizada y relegada por su comunidad, no sólo por ser madre soltera sino por haber sobrevivido a un intento de feminicidio.
Antes de pasar a los casos antes mencionados haremos un alto para conocer la metodología utilizada y los conceptos, que trajimos desde el feminismo, para apoyarnos en el análisis de los datos.
La etnografía multilocal o “etnografía móvil”, como la llama el antropólogo norteamericano George Marcus (2001) permite visualizar las actividades que se realizan en diversos espacios de vida y sistemas interconectados; así es posible analizar las historias de vida de las personas migrantes a la par que se develan las dinámicas subyacentes del sistema mundo. Según la propuesta de Marcus la etnografía multilocal sugiere conocer las dinámicas sociales transnacionales a través de seguir objetos, seguir a las personas, seguir la metáfora, seguir la trama, historia o alegoría, seguir la vida o la biografía o seguir el conflicto.
En la presente investigación6 la etnografía multilocal fue parte del diseño metodológico debido a que era necesario el desplazamiento -como investigadora- entre los países y espacios que la comunidad otomí habita, para así observar y conocer cómo es que llevan a cabo sus relaciones transnacionales7 entre México y Estados Unidos. Fue así como en un primer momento estuve en el municipio de Ixmiquilpan, en el estado de Hidalgo, viviendo en las comunidades indígenas otomíes, en las cuales tuve un acercamiento con mujeres de esta extensa comunidad transnacional. Algunas de ellas fueron migrantes en Ciudad de México, como Acacia, y otras más fueron a trabajar a Estados Unidos y volvieron por distintos motivos a estos pueblos.
En una segunda etapa fui a Estados Unidos, ya que ese país es un importante destino migratorio para las personas otomíes. Seleccioné Florida y Texas ya que en ambos habitan una buena parte de la población de migrantes otomíes hidalguenses. Estuve en las ciudades de Clearwater y Palm Harbor, en Florida, así como a las ciudades de Arlington, Fort Worth, Garland y Richardson, en Texas. En esas ciudades me encontré con antiguas amigas y conocí a otras mujeres otomíes, como a Nubia, con quienes conviví y tuve la oportunidad de realizar entrevistas semiestructuradas grabadas y otros registros etnográficos.
Gracias a la etnografía móvil fue posible realizar comparación entre los espacios que habitan las mujeres, así como el contraste que hay en la vida de las que están en Estados Unidos y de las que viven en los pueblos de Hidalgo. Asimismo, logramos ver la fuerte comunicación, intercambio y experiencias de sororidad transnacional que mantenían a través de la frontera.
Por otra parte, el método biográfico nos llevó a un análisis del proceso migratorio otomí desde las narrativas de las mujeres, ya que éste permite dar cuenta del cambio social a nivel individual, el cual se puede estudiar desde la recolección y estudio de documentos personales de vida, historias, recuentos y narrativas que describen los momentos de cambio de la vida individual. Utilizamos relatos de vida (o recuento oral y personal de sus vidas en fragmentos) de dos mujeres quienes a través de varias entrevistas -que fueron transcritas con fines analíticos- nos acercaron a sus experiencias migratorias. Consideramos que fue gracias a las palabras habladas y escritas que accedimos a la subjetividad, a los eventos biográficos y a los hechos sociales (Velasco Ortiz, Laura y Gianturco, Giovanna, 2015).
Para realizar una investigación feminista es fundamental saber que el propósito principal que se persigue es conocer y reproducir conocimientos que sirvan para erradicar la desigualdad de género entre las mujeres y los hombres; asimismo, la investigación es de, con y para las mujeres (Harding, Sandra, 1987; Castañeda, Martha Patricia, 2008). El análisis que aquí presentamos parte de la investigación feminista, ya que queremos dar cuenta de las experiencias de vida y migración que han tenido mujeres migrantes otomíes en las últimas seis décadas. Subrayando que, a pesar de las violencias racistas y de género de las que han sido víctimas, han demostrado una fuerza de acción femenina para transformar su entorno social, paliando las violencias desde proyectos y vínculos de sororidad que las han llevado a salir adelante.
Por último, decir que la sororidad8 es uno de los temas que consideramos centrales en el análisis presentado, ya que las mujeres refirieron en sus relatos de vida los vínculos y apoyo entre mujeres que se tendieron antes, durante y después de su trayectoria migratoria. Las mujeres otomíes han tenido que luchar contra la ideología de género, que les repitieron en su ámbito comunitario, y desde la cual fueron controladas, ya que les hicieron creer, que por el hecho de ser mujeres sus vidas valían menos.
La historia de Acacia9
Y luego, años después, vinieron las casas buenas, quien sabe en qué año fue que se vino la gloria, porque antes nadie tenía casa todos vivíamos en un jacal10
Fuente: (Acacia, 2018)
Acacia nos habló de las condiciones de precariedad, escasez y miseria en las que vivieron las mujeres y hombres en los pueblos indígenas otomíes a inicios y mediados del siglo XX. La pobreza y la falta de oportunidades fueron los factores que orillaron a que estas personas emigraran a la Ciudad de México. En la década de 1960 la vida en aquellos pequeños pueblos rurales del estado de Hidalgo era muy distinta a las que se puede apreciar en la actualidad.
Tal como Acacia lo vivió, era abrumador el contraste, no sólo en la forma sino en la calidad de vida, que había entre su pueblo y la gran capital mexicana, lugar en donde los hogares contaban con los servicios de agua potable, luz, drenaje, y teléfono. Es así que relató como en su infancia, creció sumida en la pobreza y en el hambre, incluso su cuerpo se vio vulnerado por el medio, ya que la lluvia y el frío la calaron por falta de un techo que la resguardara:
Y en aquellos años lo que se vivía era la escasez, el hambre y había mucho sufrimiento, no teníamos agua, no teníamos casa, sólo teníamos un jacalito echo con varitas y cuando llovía nos subíamos a una tabla que mi hermano mayor labró con un tronco de árbol de sabino. Y luego, años después, vinieron las casas buenas, quien sabe en qué año fue que se vino la gloria, porque antes nadie tenía casa todos vivíamos en un jacal. Y cuando cayó la gloria se levantaron casa y esto se convirtió en un pueblo porque antes esto era como un pueblito fantasma, todos andábamos sin zapatos entre las espinas (Entrevista con Acacia en Ixmiquilpan, Hidalgo, México, 2018).
Hoy día, y después de años de trabajo y sacrificio como empleada del hogar en Ciudad de México, Acacia tienen una vivienda en su pueblo, construida de block y cemento, donde hoy día habita tranquilamente en compañía de su esposo, sus hijas y nietas. Pero para llegar a tener esa vida, como ella misma lo dice “tuvo que sufrir”. Ella, como otras mujeres mayores de 60 años, fue parte del proceso migratorio femenino otomí con destino a la Ciudad de México. Al explorar desde los métodos biográficos sus experiencias migratorias en dicha ciudad notamos referencias a diversos abusos y acoso sexual, así como a malos tratos -que incluyeron golpes y amenazas-, explotación laboral y discriminación racial, perpetradas por sus empleadores.
Acacia, fue trabajadora del hogar durante su juventud. A mediados de los años sesenta su prima la llevó a en una casa en la Colonia Del Valle, en la Ciudad de México, cuando tenía tan solo 12 años. Recuerda que fueron tiempos difíciles por todo lo que implicó conocer una realidad y un idioma, distintos a los que estaba habituada en su pueblo. En aquel hogar, donde obtuvo su primer empleo, vivían una señora y su esposo, que abusaban de su posición de patrones para insultarla llamándola “pinche india” o “india bajada del cerro a tamborazos”. Acacia en aquellos años no entendía muy bien el español, porque sólo sabía comunicarse en su lengua materna el hñähñü, pero aun así era capaz de comprender las malas palabras que le decían para ofenderla.
La barrera cultural y lingüística fueron los factores que más le afectaron en aquel momento de su vida y recuerda con dolor cómo su patrona la maltrataba para que aprendiera cómo se llamaban las cosas de la casa. Fue así como aprendió el español como segunda lengua, a punta de golpes e insultos, por ejemplo, para enseñarle la palabra “vaso” su empleadora le mostraba un vaso, le pegaban en la cabeza con él y le repetía la palabra “vaso” varias veces, para que así la memorizara.
La convivencia con aquellos patrones fue muy complicada y tuvo un mal final. Recuerda Acacia que una mañana, su prima salió a hacer las compras, mientras ella se quedó lavando la vajilla, cuando de repente apareció su patrón, saliendo de la ducha muy temprano y paseándose en toalla por la cocina, allí se la quitó enfrente de ella, diciéndole: “¿vas a querer?”; al ver el miembro del patrón y al imaginarse que sería violada se puso a llorar desconcertada. Debido al ruido salió la patrona de su habitación y la encontró aterrada, pero ya que la joven no sabía hablar español fue incapaz de explicarle lo que había sucedido. Fue así como la patrona nunca supo la verdad sobre lo ocurrido aquella mañana; la barrera lingüística y las asimetrías de poder que había entre ellas, hicieron imposible el diálogo, el entendimiento e incluso la reparación del daño que se había cometido contra la joven acosada.
Días después de lo ocurrido Acacia habló con su prima y le dijo que ya no quería trabajar ahí, que prefería cambiarse de casa, y por miedo y vergüenza tampoco compartió con ella el episodio de acoso que había sufrido. En aquellas condiciones llegó a trabajar a una segunda casa donde vivía una señora con su hermano, pero por desgracia, en esa casa también sufrió acoso sexual. Recuerda que una noche cuando estaba dormida en su habitación, sintió cómo aquel hombre “se le echó por encima” y le realizó tocamientos e intentó violarla, pero en el acto ella gritó fuerte, por lo que la señora de la casa se despertó, salió del cuarto vio lo que estaba sucediendo y discutió seriamente con su hermano. Así fue como los ataques sexuales se detuvieron, aunque el miedo que sentía la acompañó todas las noches. Además, habría que mencionar que aquel acto de acoso e intento de violación no fueron reportados a la policía, ni hubo alguna sanción penal para el agresor.
Por haber vivido ese tipo de violencias y acoso en su juventud, la señora Acacia subrayó que ella odia a las personas ricas y concluyó diciendo: “(…) cuando tuve a mis 5 hijos pensé, nunca se los voy a prestar al rico porque yo viví muchos maltratos y no quiero que ellos pasen por lo mismo” (Entrevista con Acacia. Ixmiquilpan, México, 2018).
El caso de Acacia no está aislado del resto de experiencias de mujeres migrantes, muchas vivieron abusos similares en sus trayectorias migratorias al ir a trabajar a la capital mexicana, lo que generó en ellas miedo, frustración y un profundo deseo de cambio en esas condiciones de desigualdad y violencia para que sus hijas no tuvieran que experimentar los mismos maltratos.
La búsqueda de alternativas para mejorar sus condiciones económicas las llevó a pensar en alcanzar nuevas metas familiares, centrando sus esfuerzos e inversiones en la formación académica de las nuevas generaciones, ya que deseaban que sus hijos e hijas fueran a la escuela, que aprendieran a hablar y escribir el español, y que más adelante, si había la oportunidad, que asistieran a la universidad, para que así lograran obtener un trabajo estable, un buen sueldo, prestaciones y una vida digna.
Las juventudes otomíes en la actualidad gozan de mejores condiciones de vida, asisten a la escuela, no son analfabetas y son muchos los que tienen títulos universitarios. Esta situación ha modificado en buena medida la forma de vida en sus comunidades, sin embargo, la suerte de estudiar no es para todos y todas, ya que para que unos tengan estudios, otros tienen que migrar, llámense padres, madres o hermanas y hermanos mayores.
No cabe duda de que el que los jóvenes estudien conlleva un esfuerzo familiar, que con el tiempo se convierte en una alegría para todas aquellas mujeres que ven cómo sus hijas ahora tienen oportunidades que hace 50 años no existían. Algunas se sienten orgullosas de las metas cumplidas de las jóvenes como Acacia, quien tiene una hija que estudió la universidad, se siente aliviada de ver a su hija estudiar y de tenerla cerca, es decir de saber que no hubo necesidad de que se fuera a trabajar a Estados Unidos, tal como lo hicieron sus dos hijos varones:
Y mi hija, aunque con yerba y quelite11 , aquí está y estudia la universidad, ya tiene 25 años y mejor aquí porque ella sí se quería ir [a Estados Unidos], y que me dice que me iba a dejar al niño y que le digo: “no me dejes nada, yo ya me voy a morir, no me encargues al niño que yo ya me voy a morir muy pronto”. Y a mí eso me da una alegría que tenga sus estudios y que le eche ganas para que no sueñe con esa jaula de oro que es Estados Unidos, porque, aunque sea de oro, no deja de ser jaula (...)
Porque allá no eres libre, nada de lo que tienen mis hijos es de ellos, así como ganan su dinero lo gastan ahí, y si compran coche no lo pueden mandar, y si mandan dinero el gobierno los limita, y el dinero ahí todo lo gastan, ahí lo comen y si sobra ahí lo dejan también… (Entrevista con Acacia en Ixmiquilpan, Hidalgo, México, 2018).
La migración internacional rumbo a Estados Unidos fue una salida popular en estas comunidades, desde 1990 y hasta 2005; esto llevó a que cientos de personas, integrantes de familias y comunidades indígenas se instalaran en Texas y Florida, así como en otros estados, de manera relativamente permanente. La separación ha terminado siendo dolorosa para las familias que han quedado divididas por la frontera y sus leyes migratorias. Debido a estas circunstancias las personas coinciden en que es una buena alternativa es que las y los jóvenes estudien y trabajen en México, para que no tengan que verse obligados a cruzar la frontera e ir a trabajar, en condiciones de indocumentación y explotación laboral, al vecino país del norte.
Las mujeres podemos salir adelante, echarle ganas. Y entiendo que es difícil porque el hombre te manipula y no te deja salir adelante, no te deja crecer. Y si una piensa sí se puede, y es difícil y con el tiempo lo logras
Fuente: (Nubia, 2019)
A diferencia de Acacia, las siguientes generaciones de mujeres otomíes migrantes fueron en busca de los mercados laborales en Estados Unidos; en aquel país ellas encontraron sueldos competitivos, en dólares, que eran tres veces mayores a los que recibían en México. Aunque las causas que enmarcaron las migraciones femeninas en la década de los noventa fueron principalmente económicas eso no excluye que muchas mujeres emigraron a causa del abandono de la pareja, del alcoholismo de esta o por violencia de género.
Estados Unidos ha brindado oportunidades laborales para estas mujeres indígenas mismas que han aspirado a obtener un mejor futuro para ellas y sus dependientes económicos en México, a quienes han apoyado, incondicionalmente con envíos frecuentes de remesas económicas y remesas sociales12. Sin embargo, ir a trabajar a Estados Unidos conllevaba el arriesgado reto del cruce fronterizo sin documentos. A pesar los peligros que las acechaban al cruzar sin documentos, con ayuda de un “coyote”, las jóvenes idealizaron el “ir al otro lado”, sin tener claridad siquiera sobre los riesgos que encontrarían en el camino, o sobre las consecuencias legales que les traería entrar y trabajar como indocumentadas en dicho país.
En los relatos de mujeres jóvenes otomíes que cruzaron la frontera, como indocumentadas, entre 1990 y 2006 encontramos una constante en tanto que ellas durante su trayecto migratorio sintieron mucho peligro e incluso hablan de haber sobrepasado sus límites de resistencia física y emocional. Algunas sintieron un miedo profundo por el riesgo de ser encarceladas por la patrulla fronteriza, o por no poder aguantar el paso en las condiciones extremas del desierto y perder la vida en aquel lugar, donde ellas misma vieron algunos cadáveres de personas que, desafortunadamente, no lograron llegar con éxito.
Nubia, mujer otomí13 de 41 años, tiene la experiencia de haber realizado más de una vez el cruce fronterizo como indocumentada. Ella recordó en entrevista cómo fue su experiencia en el cruce migratorio a finales de la década de 1990:
Dijeron “vamos a caminar” y con ese miedo, se te sale el corazón, pero diciendo “que Dios me ayude”, que Dios guie mis pasos para llegar a donde voy, y así conocí a los agentes de migración, al intentan una camina y no llegas a dónde vas porque te agarra migración, y en ese momento es de pánico, de miedo, porque te preguntas “¿qué va a pasar ahora?” Y ya tienes que darles tus datos a los de migración: te toman las huellas y te dicen que ya estás “manchado”, y que es un delito volver a cruzar. Y estamos conscientes de que esto es ilegal, pero había que seguir intentando.
(…) Dijeron que nos íbamos a ir un segundo intento, ahora en el tren y en ese momento piensa una de todo ¿qué es lo que va a pasar? Y en eso que llega el tren y dicen “suban cobijas, suban agua porque pueden ser semanas”, y subes y te encierran en medio de fierros, encerrada, con el frío y diciendo Dios mío ayúdame, quiero llegar a mi destino. Estás rezando, pidiéndole mucho a Dios, es pensar y pedir a lo que una crea, aunque a veces ya no te acordabas de pedirle, en ese momento todos nos acordamos y le pedimos. Eso fue para mí amar a Dios en tierra ajena, porque en medio de la nada, no sabíamos a donde íbamos a llegar y gracias a Dios llegamos rápido. (Entrevista con Nubia en Palm Harbor, Florida, 2019).
Entendemos lo complicado y arriesgado que fue aquel cruce fronterizo, así como la fragilidad del estado emocional que ella tenía en ese momento. Sin embargo, llama la atención que Nubia, a pesar de todo el sufrimiento relatado en el trayecto migratorio, realizó dos veces más, en total tres veces, el cruce fronterizo. Ella tenía una muy buena razón que la motivaba y que era volver a México de visita para ver a su pequeña hija, a quien desde 2001, dejó a cargo de su mamá, justo cuando tomó la decisión de ir a trabajar a Florida.
Debido a la inseguridad en la frontera norte de México, Nubia no volvió a regresar a su pueblo después de 2009. Y se han cumplido ya 11 años sin poder ver a su hija y, aunque se comunican a diario por internet y teléfono con ella, uno de sus más grandes sueños es reencontrarse. Del último viaje que ella realizó no quiso dar más detalles, sólo mencionó:
No es verdad lo que dicen eso de que es fácil cruzar, siempre es mucho peor. La verdad está sólo en el camino, la gente no lo dice por miedo, por vergüenza, pero yo siempre he dicho: no es como una lo cuenta, una dice "fue rápido", pero esos dos tres días, no sabes cómo se siente, porque es sacrificio (Entrevista con Nubia en Palm Harbor, Florida, 2019).
Nubia nos habló sobre cómo fue la salida de su pueblo, envuelta en constantes amenazas de muerte y un intento de feminicidio. Con dolor recuerda la falta de apoyo y empatía que mostró su comunidad indígena frente a las agresiones que recibió de su expareja, toda vez que la revictimizaron porque dijeron que ella se había “juntado”14 con un hombre problemático. Con miedo recuerda el momento en que su expareja -papá de su única hija- quiso acabar con su vida. Los malos tratos y la humillación que había recibido de parte de aquel hombre fueron las razones que la llevaron a separarse, y a regresar a vivir a la casa de sus padres; sin embargo, esta decisión que casi le cuesta la vida:
Y este hombre fue a la casa [de mis papás] a amenazarme y a balacear la casa…, y tuve la oportunidad de que cerré la puerta porque si no hubiera sido así hubiera sido más complicado…, porque en aquella ocasión él gritó mi nombre desde el coche en lo que sacó la pistola y yo lo vi y cerré rápido la puerta, y mi hija ya tenía 3 años, y decía: “¿mamá quién es?, mamá ¿por qué estas llorando?” y le digo “no pasa nada”, y que nos vamos hasta a la esquina de la casa, porque pensé va a abrir la puerta…, escuchaba que la pateaba, y que me acerco a la puerta y decía que quería acabar conmigo, y dijo “prefiero verte muerta que casada”, y yo le decía al señor que no me iba a casar y le decía que era mentira, que no había platicado con nadie, que no había conocido a nadie, y él dijo “voy a acabar contigo” y tiró varios balazos hacia la casa. Entonces los vecinos vieron y le fueron a avisar a mis papás y ellos se acercaron y entonces él se tuvo que ir. Y para mí sí es un susto, un trauma, es difícil, pero gracias a Dios he tratado de salir adelante (Entrevista con Nubia en Palm Harbor, Florida, 2019).
Después de ese traumático evento los eventos de acoso e intento de feminicidio no pararon a pesar de las denuncias que se hicieron. Los padres de Nubia, preocupados por la integridad de su hija, enviaron a la joven madre a vivir, a escondidas, con una tía que vivía en un pueblo vecino. La expareja averiguó su nuevo domicilio y la siguió persiguiendo para acabar con su vida. Frente a esta situación toda la familia estuvo de acuerdo en que la solución estaba en que Nubia se fuera a trabajar a Estados Unidos, al sur de Florida, donde vivían sus tres hermanos.
Así fue como planeó su viaje a Estados Unidos, sus hermanos se hicieron cargo del pago del coyote y la recibieron en su departamento en donde la apoyaron para que iniciara una nueva vida, lejos del pueblo y de los problemas que la perseguían. Ella se fue porque sabía que no tenía lugar en el pueblo y que su vida no le importaba ni sería protegida por las autoridades. Valoró la oportunidad de seguir adelante al lado de sus hermanos y aunque eso requería estar lejos de su hija y de sus padres, tuvo que tomar esa difícil decisión.
Recuerda las emociones encontradas que sintió al dejar atrás su pueblo y llegar a Estados Unidos, sabía que una nueva etapa de su vida estaba por comenzar: “…cuando nos bajaron del coche estaba feliz porque ya iba a ver a mis hermanos. Y así me sentí entre la tristeza y la emoción de verlos. La tristeza de dejar a tres personas que quiero mucho [su hija, su mamá y su papá] y la emoción de ver a mis tres hermanos” (Entrevista con Nubia en Palm Harbor, Florida, 2019).
Durante los veinte años en los que Nubia ha trabajado en Florida se ha empleado en restaurantes, junto con sus hermanos, con quienes ha formado un hogar con una dinámica colaborativa, de compañía y ayuda mutua. La unidad doméstica, extensa, característica de las poblaciones indígenas ha facilitado la creación de una red de apoyo transnacional que vincula dicha familia a ambos lados de la frontera. La comunicación de esta familia transnacional es innegable, se hacen videollamadas a diario, se envían fotos, mensajes, paquetes y remesas económicos, y se apoyan y comunican cuando atraviesan momentos difíciles.
Nubia hoy día se considera madre soltera porque no quiere saber nada del padre de su hija, así que ella es la única proveedora de la joven y le envía a México, mes con mes, todo lo que necesita. El ser la única proveedora de su hija le ha impuesto importantes retos personales y sacrificios, por ejemplo, tener que trabajar dos turnos en los restaurantes, para tener dinero suficiente y enviar remesas.
Ella se ha preocupado porque a su hija no le falte nada, y se ha enfocado en que estudie; pagó colegiaturas de los mejores colegios privados de Ixmiquilpan y cuando su hija ingresó a la universidad, le pagó la carrera en una universidad de paga que está en la ciudad de Pachuca. A pesar de que la migración trajo diversas complicaciones en la crianza de su hija piensa que a pesar de todo a esta situación se le puede ver el lado positivo, que es el intenso vínculo afectivo que ha cultivado con su hija a la distancia:
Y así me he sacrificado de querer abrazarla o pasar los cumpleaños y no puedo estar con ella, es algo difícil, lo único que le digo es échale ganas. Que el sacrificio que hagamos que valga la pena. Y tenemos que echarle ganas, no estamos juntas, pero estamos siempre unidas de corazón (Entrevista con Nubia en Palm Harbor, Florida, 2019).
Dentro de la agenda del proyecto migratorio de Nubia se encuentra en primer lugar, apoyar económicamente a su hija y a sus padres, sin embargo, dicho proyecto migratorio se ha ido transformando y ampliando a lo largo de los años. Y así esa ayuda ha logrado impactar positivamente en la vida de otras mujeres indígenas que no san parte de su familia. Por ejemplo, ahora ayuda a una joven madre que vive en Ixmiquilpan, su ayuda consiste en contratarla para que atienda su negocio de cibercafé, mismo que instaló en su pueblo natal y el cual administra desde Florida. Con el empleo la joven tiene dinero suficiente para mantener a su pequeño hijo, además que tiene ciertas ventajas porque puede llevar consigo a su bebé sin la necesidad de encargarlo con nadie.
Nubia piensa que ese empleo puede hacer la diferencia en la vida de la joven madre, quien, dicho sea de paso, carga con un estigma por ser madre soltera. La empatía que siente y el deseo de ver que las cosas pueden ser distintas para la joven la llevó a emprender su negocio en México, para que cuando ella obtuviese el empleo no tuviera la necesidad de emigrar a Estados Unidos y de encargar a su bebé, tal como ella lo tuvo que vivir. Ayudándola siente que puede cambiar la historia de migración que ella ha experimentado, y que ha sido muy dolorosa:
Tengo un pequeño negocio, un ciber y papelería en el pueblo, y no es mucho, pero algo es algo, tenemos a una chica dándole empleo, ahora es madre soltera, y pensé que ella siga trabajando y yo quise que ella tenga un empleo, porque yo sé lo que se siente que tienes tu hija y quieres trabajar y ¿qué vas a hacer con la niña?, y yo le digo, ahí tienes tu trabajo, y a mí eso me hace sentir bien, darle empleo a ella. Y no es un sueldo bien, pero le digo al menos tienes a la niña a tu lado, y yo pienso que, si yo estuviera allá con mi sueldo y un poquito más de ingreso algo sale.
Yo así lo siento, no sé si lo hago bien o mal, y me siento tranquila en hacer eso, y sí ese es mi sueño de venir aquí, de venir a realizar algo. Y yo he generado un empleo para alguien que lo necesita y eso es invertir y generar más (Entrevista con Nubia en Palm Harbor, Florida, 2019).
A través de la empatía y la sororidad, o apoyo entre mujeres, Nubia se ha vinculado con la joven, a la par que ha tejido con ella nuevas redes de cuidado transnacional para mantenerse al pendiente de sus padres y de su hija. Entre mujeres se han apoyado para transformar y mejorar las condiciones adversas que las atraviesan como son la pobreza, el machismo, el racismo, la desigualdad, entre otras. Al ayudar a otra mujer, desvalida, Nubia, ahora empoderada por su trabajo y sus proyectos, siente una gran satisfacción de poder ser un factor de cambio para esa joven. Y a pesar de todo, y como muestra de su fortaleza afirma: “Las mujeres podemos salir adelante, echarle ganas. Y entiendo que es difícil porque el hombre te manipula y no te deja salir adelante, no te deja crecer. Y si una piensa sí se puede, y es difícil y con el tiempo lo logras” (Entrevista con Nubia en Palm Harbor, Florida, 2019).
A través de los relatos de vida de dos mujeres, pertenecientes a distintas generaciones y con trayectorias migratorias diferentes, identificamos algunos rasgos distintivos de los procesos migratorios femeninos de la comunidad otomí del estado de Hidalgo, en la migración interna y la internacional. Gracias a una etnografía multilocal, al uso del método biográfico y a la investigación feminista fue como nos aproximamos al estudio y análisis de las experiencias de mujeres otomíes migrantes, mismas que atravesaron por diversos desafíos de vida en contextos violentos.
Vimos que la violencia que se presentó a lo largo de sus vidas apareció de múltiples formas, desde el machismo y la misoginia, que algunas vivieron en sus comunidades indígenas, hasta el racismo experimentado cuando trabajaron para personas mestizas en la Ciudad de México. Incluso observamos como ciertas violencias estructurales, como la que recae en ellas por su condición de indocumentación en Estados Unidos, son parte del complejo entramado de violencias en el que ellas viven día a día.
A pesar de los contextos adversos y violentos descritos, vimos cómo ellas demostraron una gran fortaleza, misma que les ha permitido salir adelante, echando mano de sus redes familiares, pero también de las redes de sororidad tejidas entre mujeres, que incluso se han extendido en un contexto transnacional entre México y Estados Unidos. Ha sido gracias a los vínculos de sororidad que han logrado obtener los recursos necesarios para salir adelante y cumplir con las agendas de sus proyectos migratorios, a la par que dichos vínculos han propiciado el cambio y mejora en las condiciones de vida de mujeres indígenas a ambos lados de la frontera.
Es así como a pesar de una larga historia de precariedad, exclusión, estigmatización y violencia machista las mujeres han salido adelante, potenciado los vínculos de sororidad que no son sólo entre madre e hija, sino que van más allá de las relaciones de parentesco, porque la sororidad que a ellas las une se centra en la idea de que “tienen valor como mujeres”, tal como lo dice expresamente Nubia.
Desde sus testimonios pudimos rastrear cómo en las comunidades otomíes la situación de opresión de las mujeres sigue siento complicada toda vez que la sociedad patriarcal las mantiene controladas por el miedo a ser juzgadas, estigmatiza y aisladas por no ser “buenas mujeres”, es decir por experimentar su sexualidad antes del matrimonio, tal como ocurre a las madres solteras. Sin embargo, como ellas lo dicen, ellas tienen valor, incluso si son madres solteras, y por tal motivo pueden salir adelante a pesar de todas las adversidades que se les interpongan en su camino. Esto nos habla de una fuerte resistencia femenina que se da al interior de estas comunidades indígenas patriarcales.
Asimismo, habría que subrayar que para las mujeres indígenas sigue siendo más difícil -que, para las mujeres mestizas y pospuesto que para los hombres- estudiar y tener una carrera universitaria. Recordemos que mujeres de la generación de Acacia ni siquiera tuvieron la oportunidad de asistir a los primeros años de la educación básica, por la pobreza y la necesidad, mismas que las obligaron a salir a trabajar como empleada del hogar desde que era una niña.
Sin embargo, ha sido gracias a aquellas que emigraron hace años a la Ciudad de México y a las que hoy día trabajan en Estados Unidos, que se ha incrementado la preparación académica y universitaria de las nuevas generaciones de mujeres otomíes. Las mujeres migrantes o ex migrantes, como Nubia y Acacia, quienes trabajaron sin descanso fuera del pueblo, sienten cierto tipo de realización personal a través de ver el éxito y las experiencias de crecimiento académico que las más jóvenes están alcanzando. Dicha satisfacción proviene de tener pleno conocimiento de que, a pesar de tantas trabas y sufrimientos vividos en el pasado, las cosas han mejorado para bien, y que sus hijas pueden disfrutar por fin de los frutos que cultivaron amorosamente para ellas años atrás.
Queda claro a veces, en las condiciones más marginales, la migración se vuelve la única salida para cambiar las condiciones de género y las oportunidades de vida de las mujeres. Sin embargo, es necesario que transcurra el tiempo para que las mujeres reconozcan su fuerza, se organicen y puedan lograr metas en colectivo, como género. Y queda claro que, a pesar de la distancia que separa físicamente a las familias migrantes, es un requisito que entre ellas se generen y mantengan fuertes vínculos afectivos, que les permitan como colectivo, generar una sinergia de cambio y mejora en las condiciones de vida de todas las mujeres, de las de aquí y de las de allá.