Estos dos volúmenes, editados por Esther Herrera Zendejas, sobre los sistemas fónicos de las lenguas indígenas mexicanas, dan cuenta del alto grado de diversidad de los idiomas que se hablan en este territorio, y son prueba de la calidad de las investigaciones sobre fonética y fonología que se hacen en México. En ambos volúmenes se tratan los rasgos fónicos translingüísticamente peculiares en las lenguas indígenas de México, entre las que destacan la complejidad de la laringización y de la nasalización, el sistema tonal y acentual, y las interacciones entre estos fenómenos. En este sentido, los estudios que componen estos volúmenes contribuyen notablemente a los estudios tipológicos y teóricos sobre los sistemas fónicos de las lenguas humanas. A continuación, se presenta un recuento de los principales aportes de estos textos.
1. ENTRE CUERDAS Y VELO: ESTUDIOS FONOLÓGICOS DE LENGUAS OTOMANGUES
En este volumen se aborda la laringización y la nasalización en lenguas otomangues, que son únicas entre las lenguas del mundo por su alto grado de complejidad, que abarca elementos tales como la existencia de dos grados de laringización (zapoteco, amuzgo), la nasalización (chinanteco, chatino) y su interacción con el acento y el tono. El volumen se compone de cuatro contribuciones, las cuales comento brevemente a continuación.
El primer capítulo corre a cargo de Michael Knapp y se titula “La nasalidad en mazahua: diacronía y sincronía”. En él se trata el fenómeno de la nasalidad en mazahua, tanto vocálica como consonántica, desde una perspectiva diacrónica y sincrónica. El mazahua tiene vocales nasales y consonantes pre-nasalizadas y, por supuesto, consonantes nasales, cuya distribución es compleja. En cuanto a las vocales orales, destaca que no todas tienen su equivalente nasalizada y, en algunos contextos, el contraste oral-nasal se neutraliza. Las consonantes nasales exhiben también una distribución complicada, incluyendo la nasalización de las glotalizadas sonoras, que resulta en la distribución complementaria entre las consonantes sonoras glotalizadas y las nasales glotalizadas.
La segunda contribución se titula “En torno a la voz no-modal y la nasalización vocálica en el amuzgo”. En él, Esther Herrera discute la interacción entre los tipos de fonación y la nasalización con el tono en amuzgo. En el amuzgo, las vocales pueden tener contrastes entre tres tipos de fonación (modal, respirada y laringizada), nasalización y tono (bajo, medio y alto). Dos descubrimientos importantes de este trabajo
son el análisis de la laringización como un tipo de fonación y no como una secuencia de una vocal más un saltillo débil, como había sido analizada anteriormente, y el contraste oral-nasal solo en las vocales bajas, lo cual es esperable. En “Temporalidad laríngea en las nasales y obstruyentes del ixcateco”, Rafael Alarcón revisa el sistema consonántico del ixcateco, una lengua popolocana. Argumenta que las consonantes aspiradas, laringizadas y pre-nasalizadas son unidades y no secuencias, como se había asumido anteriormente, con base en su estructura silábica y la duración fonética. Alarcón también arguye que las obstruyentes pre-nasalizadas son, de hecho, nasales postoclusivas, con base en el hecho de que la laringización se ancla en la porción nasal y no en la porción obstruyente.
Finalmente, la contribución de Francisco Arellanes, “Dos ‘grados’ de laringización con pertinencia fonológica en el zapoteco de San Pablo Güilá”, sugiere que el zapoteco central es excepcional en las lenguas del mundo porque contrasta dos grados de larningización: débil (laringizada, creaky) y fuerte (glotalizada, rearticulada). Este trabajo llena un hueco en el campo, pues hasta el momento no contábamos con una investigación sobre este aspecto, especialmente desde una perspectiva fonética, y, por lo tanto, es bienvenido. Según Arellanes, la laringización se puede manifestar en cuatro diferentes realizaciones: voz tensa, voz laringizada, cierre glotal breve y cierre glotal largo. Las realizaciones fonéticas dependen del grado de laringización y del tono, así como de los estilos de habla. Arellanes también reporta que, como se espera, la laringización está más marcada para el tono bajo y descendente que para el tono alto y descendente.
Un tópico importante a lo largo de este volumen es el estatus de las vocales y consonantes glotalizadas y nasalizadas, esto es, si se trata de unidades o secuencias. Me refiero, en particular al estatus de las consonantes pre-nasalizadas en amuzgo y otomí, las vocales laringizadas en amuzgo y zapoteco y las consonantes glotalizadas en ixcateco. A través de los diferentes artículos, los autores muestran persuasivamente que estos sonidos son unidades y no secuencias, con base en su distribución fonotáctica y en la evidencia acústica.
2. TONO, ACENTO Y ESTRUCTURAS MÉTRICAS EN LENGUAS MEXICANAS
En este volumen se reportan las complicadas interacciones entre el tono y el acento y otros rasgos que se encuentran en algunas lenguas mexicanas (yutoaztecas, mayas y otomangues), así como las características y los correlatos del acento y la estructura melódica de cada lengua. Las lenguas indígenas mexicanas poseen una gran diversidad en este aspecto y son especialmente complicadas tipológicamente, debido a la coexistencia del acento, el tono, la duración (de vocales o consonantes) y otros rasgos, como la fonación y la nasalización.
El trabajo de Larry Hyman “Towards a canonical typology of prosodic systems”, trata de responder a la pregunta de cómo clasificar los sistemas prosódicos, específicamente, cómo clasificar las lenguas tono-acentuales, representadas por mi lengua nativa, el japonés de Tokio. Las lenguas tono-acentuales comparten rasgos tanto con las lenguas tonales, como el mandarín o el zapoteco, como con las lenguas acentuales, comoel inglés o el español. Así, al igual que las lenguas acentuales, en una lengua tono-acentual, una palabra puede cargar un solo tono-acento, independientemente de qué tan larga sea, como por ejemplo mekishikodaigakuindáigaku ‘El Colegio de México’. Por otro lado, en las lenguas tono-acentuales, el acento se realiza únicamente mediante la tonía, o F0; otros rasgos como la duración de la vocal o la intensidad no se utilizan para indicar el acento. En este aspecto, las lenguas tono-acentuales se asemejan más a las lenguas tonales.
Antes de este trabajo de Hyman, los estudios sobre la tipología de los sistemas prosódicos, como el de Troubetzkoy (1969)1y Beckman (1986)2, clasificaban las lenguas tono-acentuales como un subtipo de lenguas acentuales. Es decir, primero las lenguas se clasifican entre lenguas tonales y acentuales y después las lenguas acentuales se dividen en las lenguas (estrés-)acentuales, como el español y las lenguas tono-acentuales, como el japonés. Hyman se acerca a esta cuestión empleando un método de tipología más reciente, a saber, la tipología canónica, desarrollada principalmente por Greville Corbett y sus colegas, incluyendo a Enrique Palancar. Hyman enumera dos rasgos definitorios para acento y siete rasgos canónicos para el tono. Además, argumenta que no hay lenguas tono-acentuales canónicas, sino que se trata de lenguas que tienen algunos rasgos de acento y algunos de tono. Cabe destacar que este trabajo ha tenido una gran influencia en los estudios tipológicos de los sistemas prosódicos.
“El sistema acentual del proto-tepimano” es un trabajo muy detallado en el que Leopoldo Valiñas reconstruye el sistema acentual del proto-tepimano, así como los desarrollos diacrónicos que siguieron estas lenguas. Las lenguas tepimanas y las lenguas yuto-aztecanas en general exhiben patrones acentuales complicados debido a su interacción con el peso de la sílaba. Valiñas reconstruye el mismo sistema acentual tanto para el proto-tepimano como para el proto-yuto-azteca; esta reconstrucción contradice los estudios previos, pero explica mejor la historia de estas lenguas. Valiñas además arguye que tuvieron lugar algunos cambios fonológicos, como la debucalización del núcleo laringizado, la extrametricalización de la mora final y un cambio en el parámetro de direccionalidad de construcción de constituyentes –que pasó a ser de derecha a izquierda– y estos provocaron cambios en el sistema acentual. Esta propuesta también explica los patrones de acento de las lenguas tepimanas modernas.
Verónica Reyes Taboada, en “Acento y longitud vocálica en el tepehuano del sureste”, trata la interacción entre el acento y longitud vocálica en tepehuano, una lengua yuto-aztecana, donde la duración de la vocal es contrastiva. Su aportación reside en mostrar que la sílaba pesada atrae el acento y que los principales correlatos son tanto la tonía, como la longitud vocálica. La interacción entre el acento y la longitud vocálica en esta lengua es muy compleja: el acento es atraído por la sílaba pesada, la cual incluye la sílaba con una vocal larga; una vocal larga se acorta cuando está en una sílaba átona y la vocal corta átona se pierde.
En “Estructura acentual del náhuatl de Cuentepec, Morelos”, Eduardo Patricio Velázquez Patiño examina los correlatos acústicos del acento en náhuatl de Cuentepec, Morelos. Encuentra tres: la intensidad, la duración silábica y la duración vocálica. Además, propone que el único correlato inequívoco es un mayor o menor ascenso de la frecuencia fundamental. El uso de la frecuencia fundamental para la realización del acento es lo que se predice para esta lengua, en la que la duración de la vocal es contrastiva, pero no así el tono. El autor explica también que el sistema prosódico de esta variante del náhuatl tiene un sistema ligado, insensible a la cantidad, y trocaico.
La contribución de Martín Sobrino, titulada “Acento y estructura métrica de palabras bisilábicas en el maya yucateco”, investiga los correlatos del acento en el maya yucateco, así como la estructura métrica de esta lengua. El autor explica que los correlatos del acento en esta lengua son la duración vocálica y la tonía, lo que es sorprendente, ya que ambos son contrastivos en esta lengua. Sobrino también sugiere que la estructura métrica básica de esta lengua es yámbica (ligero–pesado), aunque el acento es atraído por las sílabas pesadas, lo que parece deberse al llamado “principio del acento en la sílaba pesada”.
Francisco Arellanes Arellanes es el autor del capítulo “Rasgos laríngeos y estructura métrica en el zapoteco de San Pablo Güilá: del contraste pleno a la atenuación y la neutralización”. Como se discute en el capítulo titulado “Dos ‘grados’ de laringización con pertinencia fonológica en el zapoteco de San Pablo Güilá” por el mismo autor en el volumen Entre cuerdas y velo: estudios fonológicos de lenguas otomangues, las lenguas zapotecas centrales son excepcionales en el hecho de tener dos grados de laringización. Arellanes muestra que la vocal modal y la vocal débilmente laringizada se neutralizan en la posición átona, y la vocal fuertemente laringizada se debilita en una vocal débilmente laringizada. Al ser lenguas tonales, en las lenguas otomangues el acento se manifiesta con rasgos no tonales, como la duración de la vocal, la simplificación y la neutralización de diptongos, tonos o tipos de fonación (cf. Alarcón Montero, en este volumen).
El siguiente trabajo es “Morfología prosódica en el zapoteco de Quiaviní”, de Mario E. Chávez-Peón. En él, el autor establece que la palabra prosódica mínima consiste en un pie bimoraico. Así mismo, propone que, en palabras bisilábicas o más largas, la última sílaba de la base es prominente, es decir, es una lengua de pies trocaicos moraicos. La prominencia en esta lengua se manifiesta mediante la duración y en el hecho de que en la sílaba tónica hay más posibilidades de contrastes de consonantes, tonos y tipos de fonación. Chávez además advierte que existe una diferencia entre sílabas pretónicas y postónicas, la cual reside en el hecho de que las sílabas postónicas son más prominentes. Como las sílabas que forman parte de un pie son más prominentes translingüísticamente, el autor argumenta que las sílabas postónicas forman parte de un pie, y por lo tanto la unidad rítmica es trocaica. Me pregunto si es posible un análisis donde todos los afijos o clíticos sean extramétricos, y, si tal análisis fuese posible, cuál sería su consecuencia.
En el trabajo de Alonso Guerrero titulado “Patrones tonales y acento en otomí” se examinan los patrones tonales y los correlatos del acento en otomí, una lengua otopameana. En otomí, como en zapoteco, el acento cae en la primera sílaba del radical (trocaico) y sus correlatos son la intensidad y la longitud en las sílabas tónicas, y no la tonía. Es lo que esperamos para una lengua tonal. El acento se realiza también según la posición de más contraste, es decir, el tono ascendente solo puede aparecer en la sílaba tónica. El autor concluye que el otomí se acerca más a una lengua tono-acentual, como el japonés de Tokio.
La contribución de Michael Knapp, “Fenómenos tono-acentuales en mazahua”, revisa la historia de los estudios del tono y el acento en mazahua, remontándose al estudio de Eunice Pike en 19513. Las principales aportaciones de este trabajo son los siguientes: en primer lugar, se confirma la existencia del tono ascendente en algunas variantes; en segundo lugar, se muestra que las raíces con cierre glotal (CV’V) o con aspiración (CVhV) tienen comportamientos diferentes. El resultado de este análisis es que la aspiración es fonémica, pero el cierre glotal no lo es. Knapp también explica que la estructura melódica básica de la base en esta lengua es trocaica. Es interesante que haya dos tipos de compuestos (los compuestos integrados/léxicos y los compuestos frásticos) en los que, según sea el caso, los patrones prosódicos son diferentes. Me pregunto si esta distinción entre dos tipos de compuestos es puramente fonológica o si tiene correlatos morfosintácticos o semánticos.
A continuación, aparece el trabajo “Estructuras métricas y tono en ocuilteco”, de Esther Herrera, el cual da cuenta del complejo sistema tonal de esta lengua que solo tiene dos tonos, alto y ascendente, y en la que todos los prefijos se asignan al tono bajo. Únicamente la sílaba tónica puede tener el contraste entre el tono alto y ascendente y, por lo tanto, hay procesos tonales complicados que simplifican los tonos de contorno en las sílabas átonas. El sistema tonal de ocuilteco se acerca más un sistema “word-tone”, que se encuentra en lenguas como el tibetano de Lhasa, donde la unidad portadora del tono no es la mora ni la sílaba, sino la palabra. Los datos comprueban que los patrones tonales en la palabra entera son demasiado limitados.
Finalmente, el trabajo de Rafael Alarcón titulado “Correlatos fonéticos del acento en ixcateco” presenta los correlatos fonéticos del acento en ixcateco, una lengua popolocana del tronco otomangue. Como es una lengua tonal, Alarcón supone que la tonía no se utiliza como correlato fonético para esta lengua y sugiere que son la duración y la intensidad las pistas acústicas de la prominencia. Al considerar la Figura 1 que se presenta en dicho trabajo, surge la interrogante acerca de si la vocal átona es sorda, como pasa en las lenguas zapotecanas, lo que resultaría en la pérdida de las vocales átonas. El autor también sugiere que de los tres tonos, bajo, medio y alto, el bajo es más inestable. En este sentido, es pertinente preguntarse si este es el tono no marcado y si su inestabilidad se debe a este hecho.
Para concluir, quisiera esbozar a continuación algunas de las aportaciones generales del volumen. Destaca, en primer lugar, que todas las lenguas que se examinan en este libro tienen el acento fijo, es decir, el acento es predecible según las reglas acentuales. El acento está gobernado únicamente por factores fonológicos en las lenguas yutoaztecas (tepimano, náhuatl) y en el maya yucateco, mientras que en las lenguas otomangues (zapoteco, otomí, mazahua, ocuilteco e ixcateco) está gobernado por factores morfológicos, tales como la distinción entre radicales y sufijos.
Entre las lenguas que se tratan, el maya yucateco (maya), el zapoteco de San Pablo Güilá y de San Lucas Quiaviní, el otomí, el mazahua, el ocuilteco y el ixcateco (otomangues) son tonales. Por su parte, en tepimano, náhuatl (yuto-aztecas) y maya yucateco (maya) la duración de la vocal es contrastiva. Transligüísticamente, el acento puede tener uno o hasta tres correlatos acústicos: la frecuencia fundamental (tonía), la duración o la intensidad. La predicción de los autores es que los correlatos del acento no pueden ser los que ya son contrastivos en cada una de las lenguas estudiadas, es decir, si la lengua es tonal, el correlato del acento no puede ser la tonía, mientras que si la lengua tiene contraste de duración de la vocal, el correlato del acento no puede ser la duración. Esta predicción se confirma en la mayoría de los casos: en zapoteco o ixcateco, que son tonales, la duración, y no la tonía, se usa para la realización del acento; en ocuilteco, que también es tonal, el acento se realiza en el hecho que la sílaba tónica tiene más prominencia tonal; en náhuatl, donde la duración vocálica es contrastiva, el primer correlato del acento es la tonía. Sin embargo, los autores encuentran datos que contradicen esta predicción. Por ejemplo, en maya yucateco, donde el tono y la duración son contrastivos, ambos se utilizan como correlatos del acento. En tepehuano, donde la duración vocálica es contrastiva, la tonía y la duración son correlatos del acento.
En cuanto a la estructura melódica, las lenguas del mundo se clasifican en aquellas que tienen un patrón trocaico (fuerte–débil) o aquellas con acento yámbico (débil–fuerte). Entre las lenguas estudiadas en este volumen, el náhuatl, el mazahua, el otomí y el ixcateco tienen un patrón trocaico, mientras que el tepimano, el yucateco y el ocuilteco tienen un patrón yámbico. Lo que es interesante es que en algunas lenguas el patrón muestra cambios diacrónicos, o bien los dos patrones coexisten en una lengua. Por ejemplo, el mazahua y el ocuilteco son lenguas de la misma familia (i.e. otopameana), pero sus patrones son diferentes. Así mismo, como se explica en el trabajo de Valiñas, las lenguas tepimanas asignaban el acento de izquierda a derecha, pero en el transcurso del tiempo se cambió la dirección de derecha a izquierda. En zapoteco, las raíces con la forma CVCV tienen un patrón trocaico; en ellas la segunda sílaba se elide en muchas de las variantes. Por otro lado, como se asienta en la contribución de Arellanes en este volumen, los compuestos muestran un patrón yámbico, en el que el último miembro de los compuestos recibe el acento. Una pregunta natural que surge es cómo es posible la coexistencia de tantos cambios.
Notas