Secciones
Referencias
Resumen
Servicios
Descargas
HTML
ePub
PDF
Buscar
Fuente


INVASIÓN DE VERNON A PANAMÁ Y OTRAS GUERRAS COLONIALES EN EL ISTMO*
Tareas, núm. 157, pp. 27-50, 2017
Centro de Estudios Latinoamericanos "Justo Arosemena"

Sociedad y Nación



Resumen: Se contrasta las fuentes extranjeras, sobre todo inglesas y británicas, con las de archivos españoles, referentes a las invasiones extranjeras al Istmo de Panamá durante el período colonial. Señala la creación, a partir de 1597, de fuerzas milicianas y tropas regulares, destacando la importancia creciente de las ordinarias (y luego las mi- licias disciplinadas a partir del siglo XVIII) en la defensa del Istmo. Dos factores fueron decisivos en su defensa: Las milicias y la naturaleza del Istmo central. Explica que, contra las versiones tradicionales, las defensas panameñas tuvieron éxito al rechazar numerosas veces al enemigo, pese a los iniciales reveses.

Palabras clave: Istmo de Panamá, Portobelo, San Lorenzo del Chagres, Drake, Parker, Morgan, Vernon, Gran Bretaña, Guerra del Asiento.

Introducción

A los panameños se nos ha acostumbrado a la idea de que durante el largo período colonial, no solo fuimos víctimas de numerosos ataques piráticos y de potencias extranjeras, sino que cada vez nos derrotaron y humillaron. En un par de conferencias recientes y sobre todo en mi libro Portobelo y el San Lorenzo del Chagres. Perspectivas imperiales,[1] me esmeré por profundizar el tema de la guerra, al que le dediqué varios capítulos, incitado por el interés de conocer más sobre lo que una y otra vez se repetía. Desde mucho antes, la documentación que conocía me había rendido convincentes atisbos de que las cosas no fueron como me la habían contado, pero debía sistematizar la información y contextualizar los datos en un marco más amplio.

La mayoría de las respuestas las encontré en varios archivos y bibliotecas de España, sobre todo en el Archivo General de Indias, en Sevilla, al que he frecuentado durante años, y en los cientos de legajos que consulté, me quedó claro que gran parte de las versiones conocidas, sobre todo las británicas, eran muy sesgadas, o se abultaban los triunfos, o bien omitían información crítica o mentían sin la menor vergüenza. Raras veces, si alguna, eran informes oficiales. Casi todas eran escritas para el gran público y con criterios propagandísticos. Y donde uno pudiera esperar interesantes noticias, como los famosos Vernon Papers, que bastante trabajo me costó conseguir, resulta decepcionante lo poco que contiene.[2] En franco contraste, los informes españoles que conozco eran todos de carácter oficial y debían responder a un estricto protocolo jurídico. Luego de cada evento bélico se levantaban sistemáticamente pesquisas, se exigían declaraciones juradas a los principales actores o testigos, todo lo cual producía numerosos testimonios que por su propia naturaleza eran obviamente más confiables que las versiones extranjeras.

El resultado final, y así lo plasmo por extenso en el libro, es que si bien sufrimos derrotas y humillaciones, también nuestras fuerzas se impusieron al enemigo y este fue repetidas veces rechazado y vencido.

Aparte los méritos propios de algunos presidentes, capitanes generales y oficiales encargados de la defensa, gracias a su coraje y resolución, o a su habilidad táctica, hay dos factores que a mi juicio resultaron decisivos en la defensa. Por un lado, el papel que jugaron las tropas milicianas, es decir cientos y miles de panameños que peleaban hombro con hombro junto a las tropas regulares llegadas de España.

Estas milicias, que eran tanto urbanas como rurales, se organizaron a partir de 1597, una vez se fundó Portobelo con sus castillos y fortalezas. Esto ocurría al mismo tiempo que llegaban a Panamá los primeros 200 soldados profesionales — es decir tropas regulares y pagadas—, procedentes de España. Con la construcción de las fortificaciones, la creación de las milicias y la introducción de la tropa regular y paga, Panamá se convirtió desde entonces en una auténtica plaza militar.[3]

La importancia de las milicias locales fue crecientemente reconocida por las autoridades militares y, en el siglo XVIII, ya eran consideradas totalmente indispensables; de hecho, se las consideraba más importantes para la guerra que a las propias fuerzas regulares y pagadas, sobre todo cuando se crearon las milicias disciplinadas en la década de 1770. Es más, siendo que era imposible para España enviar desde la propia Península tropas de relevo para cubrir las innumerables plazas que tenía en las colonias, tuvo que aceptarse que cada vez más las propias tropas pagadas fuesen constituidas por veteranos de guerra de las milicias locales. Para fines del siglo XVIII casi las tres cuartas partes el ejército local ya estaba constituido por soldados regulares nacidos aquí. Esto ocurría en todas las plazas militares de la América colonial y no era por supuesto exclusivo de Panamá.[4]

El otro factor al que me he referido antes es a las características del medio físico panameño. Aunque la observación de un mapa podría sugerir en aquella época que era fácil cruzarlo de uno al otro mar, en realidad el Istmo presentaba un enorme y casi insalvable obstáculo para la movilización de tropas, sobre todo si eran numerosas, debido a la espesura de su 'selva lujuriante', y a lo accidentado del relieve montañoso de su istmo central, y más aún cuando la campaña se realizaba durante la estación lluviosa. Esta realidad se hizo evidente desde los primeros episodios bélicos, y se fue confirmando una y otra vez, hasta que ya para fines del siglo XVII se consideraba como un hecho que la mejor defensa del Istmo era su propia naturaleza. Muchas de las mejores propuestas tácticas para la defensa del país se basaron en esta premisa.[5]

Para mi análisis escogeré cuatro casos representativos de ataques piráticos o de potencias enemigas que fueron o repelidos, detenidos o derrotados. Estos son el último ataque de Drake, en 1596, el de Parker en 1601, el de Morgan a Portobelo en 1668, y el de Vernon en la campaña de 1739 a 1742. Al de Vernon le dedicará más espacio por ser el más extenso y complejo y el que tuvo mayores repercusiones. Hubo ciertamente bastante más encuentros bélicos donde nuestras tropas corrieron a los enemigos, o los apresaron, para encarcelarlos, fusilarlos o ahorcarlos en las plazas a la vista del público, pero aquí me limitaré a los casos mencionados.

Derrota de Drake en 1596

Cuando sir Francis Drake llegó a Nombre de Dios en 1596, ya gozaba de un enorme prestigio en su tierra, y conocía bien el Istmo. Traía una flota poderosa como jamás se había visto en el Caribe, con decenas de grandes barcos fuertemente artillados y cerca de 5,000 tropas. Confiaba que le apoyarían los negros fugitivos, como lo habían hecho en sus anteriores correrías por el país, y que Nombre de Dios, que carecía de fortalezas y estaba poco poblado, se le rendiría al primer disparo. Pero ignoraba que el peligro cimarrón ya estaba bajo control español. Con estos ex-cimarrones, que ya estaban pacificados, se había fundado a las afueras de Nombre de Dios el pueblo de Santiago del Príncipe, una de cuyas funciones era precisamente pelear junto con los colonos para rechazar eventuales invasiones piráticas. Tampoco Drake contaba con que tendría un oponente de la jerarquía de Alonso de Sotomayor, a quien se le había encargado la defensa. Sotomayor era un alto oficial de carrera que se había fogueado en las guerras de Flandes y Chile y le acompañaban viejos camaradas de armas, todos curtidos en combate. También Drake desconocía que en Portobelo se encontraba el ingeniero toscano Bautista Antonelli, entonces uno de los más famosos constructores de fortalezas en Europa, que en un santiamén podía improvisar un fuerte o armar trincheras y obstáculos en cualquier ruta que el invasor escogiera para cruzar el Istmo.

Con la ayuda de Antonelli, Sotomayor reforzó todos aquellos sitios por donde pudiera atacar Drake, desde Nombre de Dios o la boca del Chagres, hasta Cruces y Panamá. Se movilizó toda la colonia, blancos, negros libertos, campesinos del Interior, indígenas leales e incluso esclavos, que se posicionaron en Cruces, en Chagres, y en distintos pasos estratégicos con las armas que tuvieran, como espadas, dagas, picas, lanzas, mosquetes o arcabuces. Como el desembarco de Drake se esperaba en Nombre de Dios, Sotomayor dio órdenes a su alcalde mayor de que se retirara con toda la población al estratégico paso de Capirilla, a medio camino de Panamá, donde Antonelli había construido un fuerte-trinchera y Sotomayor tenía encargada la defensa a su viejo compañero de armas Juan Enrique Conabut. En Nombre de Dios solo quedó una viuda rica y terca y nadie se movió de Santiago del Príncipe, el pueblo de antiguos cimarrones ya liberados, llamados mogollones, que como dije tenían un pacto de alianza con la colonia.

Confiado en su éxito, luego de ocupar sin dificultad a Nombre de Dios, Drake envió a 900 hombres para que persiguieran a los vecinos en retirada, pero al llegar a Capirilla recibieron una sangrienta paliza. Ya se le habían sumado a Conabut los vecinos de Nombre de Dios y cuando empezó el choque llegó más fuerza de Panamá. El combate fue feroz y el propio Conabut ensartó con su lanza a varios enemigos. Cayeron muertos 150 ingleses y a los restantes se les persiguió por la selva causándoles más muertos o heridos. De parte de los defensores no hubo una sola baja. Fue una derrota contundente.

El golpe dejó totalmente desconcertado a Drake, que permaneció durante semanas en Nombre de Dios confiado en recuperar fuerzas, pero las tropas y él mismo empezaron a caer presa de la disentería por falta de agua potable. Y lo peor era que cuando enviaba a buscar agua al río Factor, donde se encontraba Santiago del Príncipe, los antiguos cimarrones mataban a sus hombres. Allí su peor pérdida fue la de uno de sus sargentos mayores y pariente suyo al que mató Pedro Yalonga, esclavo de un mogollón, y a quien la Corona española premió otorgándole la libertad luego de conocer su hazaña.

Frente a este fracaso y a la pérdida por enfermedad de más hombres, Drake se retiró a la isla Escudo de Veraguas, para poco después regresar e invadir el Istmo, atacando esta vez a Portobelo, que aún estaba en construcción. Pero tampoco le fue bien allí. Ordenó destruir lo que estaba en pie y quemó los depósitos de maíz, pero no se atrevió a desembarcar, ya que cada vez que enviaba fuerzas a buscar agua o comida eran emboscadas por tropas españolas y milicianas que le causaban más muertes. Víctima de la disentería, y abatido por este terrible fracaso, Drake muere a la vista de Portobelo y es arrojado al mar en un ataúd de plomo.

El desastre de la armada inglesa había sido devastador. De las 27 naves que salieron de Inglaterra solo 18 quedaban en Portobelo: nueve de ellas se habían perdido. Solo cinco naves llegaron a salvo a Inglaterra. De los 5,000 hombres de guerra que llevó solo regresaron 2,000. Habían muerto dos generales (Hawkins y Drake), un almirante y numerosos oficiales de alto rango. En franco contraste, dice un orgulloso testigo local, sólo murieron “cuatro españoles, un mulato y dos negros, y ninguno más”. No hay duda de que había sido un desastre humillante para las fuerzas invasoras y otro triunfo clamoroso de las defensas locales contra el inglés.[6]

Por su brillante campaña militar Alonso de Sotomayor fue premiado por la Corona, encargándole el gobierno de Panamá, la organización del cuerpo militar y el sistema de defensas. Libre de este formidable enemigo, el proyecto de la mudanza de Nombre de Dios continuó y poco tiempo después se fundó Portobelo donde continuaron levantándose las fortificaciones y la del San Lorenzo del Chagres.

El ataque de Parker en 1601 y la defensa de Meléndez Blasón

Pero a Portobelo le esperaban más guerras y mucho sufrimiento. No había transcurrido un lustro desde su fundación cuando tuvo su segunda prueba de fuego. Una madrugada de 1601, William Parker entró sigilosamente por la costa occidental de la bahía y encuentra totalmente desprevenida a la población, que aún dormía. Aunque ya se había concluido el castillo de San Felipe, el Santiago de la Gloria todavía estaba en obras y toda su guarnición se alojaba en una casa particular que servía de cuartel, mientras que su castellano, el veterano militar Pedro Meléndez Blasón vivía en su propia casa, situada en medio del pueblo.

Las posibilidades de organizar la defensa eran virtualmente nulas. Cuando ya las fuerzas de Parker estaban en la plaza y ocupaban la Aduana, el estruendo de las armas y el sonido de clarines enemigos despiertan a Meléndez Blasón, que de inmediato sale a medio vestir con su esclavo tambor para bus- car a sus hombres en el cuartel. Pero al salir se tropezó con una partida de piratas a los que enfrentó él solo con su espada, mientras su esclavo tocaba redobles de tambor para dar la alarma y convocar la tropa. Meléndez, que era un hombre de 70 años, continuó defendiéndose mientras retrocedía sin dar la espalda e hiriendo a varios enemigos. A la altura del puente de piedra —que aún existe en Portobelo y entonces era de madera— recibió dos mosquetazos en sendos hombros y aún así, totalmente ensangrentado, logró llegar al cuartel, donde solo se le sumaron siete soldados y volvió a la calle a seguir peleando, haciendo retroceder al enemigo hasta la altura de la Aduana, cuando tuvo que volver grupas, aunque siempre haciendo rostro al enemigo, vio desembarcar en el muelle una lancha enemiga repleta de tropas de refresco.

Fue perseguido con los pocos hombres que le quedaban hasta el cuartel español donde, tras recibir 17 heridas de pi- cas, balas y espadas, cayó al suelo muy malherido. Fue entonces recogido por los piratas y llevado a la Aduana, donde Parker había organizado su cuartel. Impresionado por su valentía, Parker le pidió a su médico que le curara. Allí, Meléndez Blasón sacó fuerzas para convencer a Parker de que no quemara el pueblo, como lo había amenazado. Luego de ser atendido por los médicos piratas, fue conducido a Santiago del Príncipe para convalecer.

Mientras tanto, toda la tropa y el pueblo portobeleño, se habían retirado a las afueras para organizar el contraataque y algunos soldados armaban trincheras en las bocacalles desde donde empezaron a disparar. Parker recibió una herida de bala en el brazo y, consciente de que las fuerzas locales, ya reorganizadas, no demorarían en rechazarle, decidió retirarse a solo horas de la invasión, llevándose lo que pudo y algunos rehenes, entre ellos el esclavo tambor de Meléndez Blasón.

El saqueo despojó a los vecinos hasta de su ropa, incluyendo la del propio Meléndez, que permaneció casi desnudo hasta que un viejo compañero de armas residente en Cartagena le envió con qué vestirse. Por este acto de valentía Meléndez sería siempre recordado con admiración y respeto. Era el capitán que había entrenado a las 200 tropas que llevó a Portobelo en 1597 Alonso de Sotomayor, quien le tenía en muy alta estima. Nunca hizo fortuna, manteniéndose solo de su sueldo de militar; casó con portobeleña de la pequeña élite local, pero pobre, y vivió hasta los 100 años. Fue enterrado en el convento mercedario, del que era benefactor y devoto de su patrona.[7]

Después de este ataque cada vez menos vecinos querían permanecer en Portobelo, y optaron por mudarse a Panamá. De esa manera la ciudad permanecía semivacía, para solo ser repoblada con ocasión de las ferias. Incluso los principales negocios del lugar, excepto el alquiler de las casas, quedaron en manos de la élite de la capital, como el transporte mular o las chatas del Chagres. Con el paso del tiempo también la mayoría de las casas quedaría en manos de la élite capitalina que las explotaban para renta en tiempos de ferias. Por temor a nuevos ataques y debido al alto costo de la vida, ya que casi todo, sobre todo alimentos, le llegaba de afuera, la población de Portobelo quedaría reducida a unos pocos funcionarios blancos, varios cientos de soldados, unas cuantas decenas de es- clavos y una creciente mayoría de habitantes mulatos y negros libertos.

1668: El año en que Morgan fue detenido en el Cascajal

Del ataque de Morgan a Portobelo en 1668 lo más conocido es el texto, muy sesgado y lleno de falsedades, del médico Alexander Olivier Exquemeling, de quien incluso dudo seria- mente que estuviera en el asalto.[8] En cambio abundan las fuentes españolas, con relatos de testigos y declaraciones bajo juramento, que ofrecen una versión mucho más rica en detalles y por supuesto muy distinta. Pese a que se habían recibido advertencias del inminente ataque, las defensas no se pre- pararon y Morgan las encontró desprevenidas. El ataque se inició por el flanco occidental de Portobelo, custodiado por el Santiago de la Gloria, cuyo castellano era Juan de Somovilla Tejada, un prestigioso ingeniero militar. Pero este había ignorado las amenazas y cuando reaccionó a los primeros disparos, tan pronto se levantó de su cama cayó muerto de un tiro de mosquete. El condestable a cargo de preparar lo cañones lo hizo tan nerviosa y torpemente que a duras penas pudo hacer un disparo y, abatido por el bochorno, el mismo le pidió a uno de los piratas que lo decapitara, lo que éste hizo en el acto.

Por su parte, el castellano del San Felipe, que custodiaba la entrada al puerto, se rindió prematuramente, pese a la oposición de sus encolerizados oficiales, y de vergüenza poco después se suicidó bebiendo aceite de vitriolo. Se apellidaba Pau y Rocaberti, y era hermano del mismo al que Pérez de Guzmán ordenó que volara la pólvora que produjo el incendio de Panamá cuando atacó Morgan en 1671.

En contraste con la versión dorada que se ha pintado de Morgan, éste en realidad se mostró vacilante y temeroso. La gran suerte de Morgan fue que pudo contar con abundante información de boca de varios prisioneros ingleses capturados por los españoles en la isla Providencia y que recién se habían escapado de la ciudad. Estos le informaron con detalle de la condición de los fuertes y de lo mal preparada que estaba la defensa. La tropa, más decidida que su general, entró con violencia, fuertemente armada y disparando a todo lo que se movía, dejando un reguero de sangre. Dicen las fuentes que hasta los perros mataron. Solo unos pocos vecinos pudieron salir armados al encuentro pero fueron pronto sometidos. Faltó liderazgo en la defensa de la plaza y se cometieron actos de cobardía e incompetencia militar. El propósito de Morgan era saquear y, si podía, cruzar el Istmo y capturar la capital.

La historiografía tradicional conocía mal lo anterior o sólo lo conocía parcialmente. Lo que se desconocía del todo era que, una vez llegó la noticia a Panamá, Agustín de Bracamonte y Dávila, capitán general, gobernador y presidente interino de la Audiencia, organizó sin demora el contraataque, movilizando a cientos de tropas regulares y milicianos, para dirigirse a Portobelo y acampar en la zona pantanosa del río Cascajal. Bracamonte era soldado de carrera con título de maestre de campo; era joven miembro de la nobleza, y quería probar que merecía el cargo en propiedad, de modo que actuó rápidamente y tal como lo haría un militar entrenado. Desde el Cascajal lanzó varias ofensivas contra los invasores y uno de sus capitanes, en un acto que Bracamonte reprobó por su temeridad, llegó a entrar hasta la plaza del pueblo luego de matar a varios piratas, hasta que él mismo cayó muerto.

Luego del saqueo, la población fue encerrada en la iglesia parroquial, donde muchos perecieron de hambre o enferma- ron gravemente luego de permanecer cautivos durante más de un mes, mientras que el pirata se dedicaba a torturar a los vecinos para arrancarles el secreto de sus supuestos tesoros. Los propios hombres de Morgan admitieron que a las mujeres les quemaban sus partes y a una dama que se suponía muy rica la introdujeron en un horno encendido para que revelase dónde guardaba la plata.

Para liberar a los rehenes y bajo amenaza de incendiar la ciudad y destruir los fuertes, Morgan reclamó un rescate por un millón de pesos, pero Bracamonte no cedió. Se inició la negociación, y mientras tanto pasaban los días y morían cada vez más piratas a causa de las enfermedades tropicales, las heridas en combate y la falta de alimento. Morgan empezó entonces a aflojar. Primero dijo que se conformaría con 350,000 pesos y, finalmente, consciente de que su situación era insostenible, se tuvo que contentar con 100,000, y de esa manera se salvó Portobelo de la destrucción y el pirata se retiró solo a medias contento.[9]

El cerco que tendió Bracamonte en el Cascajal hizo fracasar la intención de Morgan de avanzar hacia el interior del Istmo. El pirata perdió muchos hombres, tanto por enferme- dad como por las heridas, y todo lo que obtuvo fue lo que pudo saquear y el monto del rescate. No hubo el menor glamour hollywoodense en este episodio y sí mucha brutalidad piráti- ca, pero a la vez, otra historia de la defensa muy distinta a la que conocíamos.

Vernon captura Portobelo en 1739 y es rechazado en 1742

Ahora, finalmente, me referiré a la invasión de Vernon a Panamá. El proyecto británico para apoderarse del Istmo entre 1739 y 1742 constituye uno de los episodios bélicos más trascendentales de la historia militar de Panamá, aunque es conocido solo a medias y en algunos aspectos totalmente des- conocido.

En noviembre de 1739, el vicealmirante Edward Vernon atacó Portobelo, desmanteló sus defensas y le impuso una humillante capitulación. Este es un episodio bastante conocido, aunque nuestra historiografía lo presenta como un incidente aislado y fuera de contexto, haciendo caso omiso de que se trataba de apenas el comienzo de una guerra que duraría una década. El episodio de la destrucción del fuerte de San Lorenzo del Chagres por la flota de Vernon en marzo siguiente, apenas lo menciona de paso. Y aún más grave es que no dedica una sola línea al rechazo que sufrió la armada británica al mando de Vernon cuando en abril de 1742 trató de cruzar el istmo y ocupar la capital. De hecho, no he encontrado mención alguna a este episodio en los numerosos relatos que se ocupan de las guerras hispano-británicas de esa época.

El gran tema de fondo en las rivalidades hispano-británicas era la libertad de comercio en las colonias españolas. Des- de el siglo XVI España mantenía una política de exclusión para el comercio en sus colonias, según la cual ninguna nación ni comerciante extranjero podía tener acceso a este comercio. Esta política la mantuvo a rajatabla, aunque constantemente era burlada por el contrabando. Pero tras la guerra de Sucesión Española de principios del siglo XVIII, en la que se enfrentaron España e Inglaterra, y luego de firmada la Paz de Utrecht en 1713, España se vio obligada a abrir el compás, permitiendo a los británicos participar en la feria de Portobelo con un galeón de 650 toneladas de mercancías, llamado galeón de permiso, y de concederle el monopolio para la introducción de esclavos africanos en Portobelo y Buenos Aires.

Pero el hostigamiento y las tensiones entre ambos países nunca cesaron. Una de las denuncias más notorias, y además bien fundada, consistía en que el galeón de permiso inglés, el Royal George, vaciaba durante el día las mercancías de su bodega, mientras que otros barcos, estratégicamente situados en la costa de Portobelo, volvían a llenarla en la noche. Todo esto se hacía, por cierto, bajo la mirada cómplice de las autoridades locales, del Presidente para abajo. En represalia, no sorprende que cuando un barco armado español se tropezaba con un barco británico mercante lo apresaba y decomisaba sus mercancías. Y lo mismo hacían los británicos.

Luego de varios años de fricciones de este tipo, la tensión entre España y Gran Bretaña hizo crisis cuando un barco español capturó a otro inglés que se dedicaba al contrabando en las costas de Florida y el capitán español, Juan León Fandiño, le cortó una oreja a su capitán, Robert Jenkins, amenazándole con cortársela también al rey Jorge II de Inglaterra. La guerra que se originó después tuvo su primera prueba de fuego en Portobelo, por eso se conoce como la Guerra de la Oreja de Jenkins, pero también como Guerra del Asiento, en referencia al asiento o trata de esclavos, que era uno de los temas en disputa.

En ese momento no había consenso en el Parlamento Británico ya que, en lo referente a sus relaciones con España, estaba dividido entre belicistas y pacifistas. Entre los pacifistas se encontraba el primer ministro Robert Walpole que prefería evitar la guerra y negociar con España el tema del comercio. Pero la situación dio un giro violento cuando Robert Jenkins se presentó en el Parlamento con su oreja cortada en un frasco. Su historia enardeció a los belicistas, y un entusiasta capitán de navío, de nombre Edward Vernon, aprovechó el lance para exigir que se vengara la ofensa al rey, ofreciéndose él mismo a hacerlo atacando Portobelo “with only six ships”. Era una manera arrogante de afirmar que con tan poca cosa podía humillarse a España. El entusiasmo encendió los ánimos y Walpole fue derrotado. Se decidió entonces declarar la guerra a España y entregarle el mando de la Royal Navy a Edward Vernon, que es ascendido a vicealmirante, para que organizara la campaña.

En términos generales el objetivo de esta declaración de guerra era asegurar el dominio británico del comercio en el Caribe. Un primer objetivo sería destruir la escuadra española en el Caribe, para luego arrebatarle a España algunos territorios centroamericanos donde se cultivaba el palo de tinte, y sobre todo sus plazas militares clave, como Cartagena de Indias, La Guaira, Santiago de Cuba, el fuerte de San Agustín en Florida y Panamá, desde donde se cortaría la yugular del sistema de defensas españolas y se apropiarían los tesoros procedentes de las minas de plata sudamericanas.

La guerra se desató en varios frentes. Los ingleses atacaron Florida y fracasaron. Trataron de invadir Cuba atacando la fortaleza de Santiago y fueron detenidos por las guerrillas cerca de Guantánamo. En Cartagena, donde el desembarco de sus miles de tropas y navíos suele recordarse como el mayor jamás visto en Occidente hasta el desembarco de Normandía el Día D, sufrieron la más terrible derrota. Los británicos atacaron con 186 navíos de línea y casi 27,000 tropas, pero fueron repelidos por solo 3,500 tropas locales y apenas seis navíos de guerra. Por la extensión del área donde tuvieron lugar los diferentes encuentros armados, la enormidad de recursos que se utilizaron, la cantidad de tropas que participa- ron en el conflicto y por el ambicioso plan de conquista que pretendían los británicos, esta guerra podría ser considerada la primera guerra moderna.

El plan original era tan ambicioso como audaz, pero es- tuvo apresuradamente concebido, con evidentes lagunas en materia de inteligencia y finalmente resultó un fracaso, no sin que quedara seriamente dañado el prestigio inglés, perecieran miles de soldados británicos, y la Royal Navy perdiera incontables navíos y pertrechos. Otro gran error británico fue subestimar totalmente la capacidad de respuesta de España y sus colonias. Fue un acto de soberbia que les costó caro. España, en cambio, contaba con buenas fuentes de inteligencia, ya que había infiltrado agentes tanto en la Corte británica como en el cuartel general de Vernon, de modo se mantuvo informada desde el comienzo de lo que planeaban y pudo anticipar sus movimientos.[10]

La guerra, que se inicia con el ataque de Vernon a Portobelo en noviembre de 1739, se extendería hasta 1748. España no llegaría a perder un solo palmo de sus territorios colonia- les, y su prestigio militar, hasta entonces muy alicaído, empezó a recuperarse con firmeza en las décadas siguientes dentro del gran proyecto de reformas borbónicas. El statu quo existente antes de la guerra no solo se mantuvo sino que se regresó a la situación de fechas anteriores. Fue un fracaso rotundo para Gran Bretaña y un claro triunfo para España y sus colonias.

El asalto del vicealmirante Edward Vernon a Portobelo en 1739 es de sobra conocido y solo me referiré a lo esencial. La parte desconocida y que me interesa destacar es lo que vino después. Del ataque de 1739 empezaré por señalar que tal vez nunca antes las defensas de Portobelo habían estado peor preparadas: El situado —que era un importante subsidio anual enviado de las Cajas de Lima para gastos militares y burocráticos,[11] se había reducido y no llegaba con regularidad, faltaba pólvora y mucha estaba dañada por la humedad, la mayoría de los cañones estaban en el suelo por falta de cureñas y la tropa del San Felipe sólo consistía en 20 hombres, todos mulatos milicianos. El hecho es que, tal como había prometido, con solo seis naves, pero con una potencia de fuego mucho mayor que la del San Felipe, Vernon pudo doblegar la principal defensa con facilidad.

Aunque era a todas luces un encuentro totalmente des- igual, el San Felipe resistió durante casi cuatro horas, gracias a que a los 20 milicianos se le sumaron tropas de los guardacostas, mucho más avezadas en el manejo de la artillería, y luego de la refriega habían matado a 18 ingleses y dejado 25 heridos, mientras que solo cuatro de sus hombres quedaron heridos.

Por su parte, los cañones del Santiago sólo sirvieron para hacer ruido. Se descuadraron al primer disparo por la pésima condición de las cureñas y la pólvora era de mala calidad. El principal responsable de que Portobelo estuviera tan pésimamente provisto de insumos para la defensa, fue el capitán general y presidente de la Audiencia de Panamá, Dionisio Martínez de la Vega, quien se mostró reacio a enviar pólvora y pertrechos, pese a que tenía sobrados informes del inminente ataque británico. Virtualmente no hizo nada, aunque otras autoridades y los atemorizados vecinos y comerciantes le presionaron repetidas veces.

Pero además, salvo la corta resistencia en el San Felipe, los responsables de organizar la defensa en el propio Portobelo, no mostraron el más mínimo de pundonor militar. La máxima autoridad militar y principal responsable era el gobernador y teniente general de Portobelo, Francisco Javier Martínez de la Vega Retes, que también era castellano del San Felipe. Pero carecía de experiencia militar y resultó ser tan inepto como cobarde. Sin ninguna consideración a su falta de méritos, le había nombrado su tío, el gobernador y capitán general Dionisio Martínez de la Vega, para que reemplazara al titular de ambos cargos, Bernardo Gutiérrez Bocanegra, con la excusa de que éste se dedicaba al contrabando, cuando en realidad lo que hacía era combatirlo. Encerró a Gutiérrez Bocanegra en la cárcel y aunque éste le rogó que le permitiera asumir la defensa de Portobelo al tenerse noticias del ataque de Vernon, le mantuvo preso.

Cuando se produjo el ataque, Martínez de la Vega Retes ni siquiera se encontraba en el San Felipe, como correspondía, ya que era su castellano y, según relatan testimonios conocidos, lo único que se le ocurrió tan pronto tronaron los primeros cañonazos fue entregar la plaza de la manera más ignominiosa. La mayoría de los vecinos y otros altos militares que se encontraban en el pueblo cogieron las de Villadiego y se escaparon al monte. La batalla quedó perdida casi desde que empezó.[12]

Vernon impuso capitulaciones blandas, con intención de ganar la amistad de los portobeleños. Accedió a todo lo que se le pidió, salvo lo de no destruir los fuertes. Tampoco permitió que maltratara a los vecinos ni se humillara a la tropa. Su propósito era demostrar que no eran como los piratas, despiadados y ladrones, sino tropas profesionales disciplinadas, y con el convencimiento de que desde ese momento Portobelo pasaría a formar parte de los dominios británicos. Si así de bien los trataba, esperaba que fuesen fieles al rey Jorge, de quien desde ahora serían súbditos.

Pocas semanas después, Vernon se dirigió al San Lorenzo y lo destruyó a bombazos. Se llevó todos los cañones de bronce que encontró en Portobelo y el San Lorenzo; destruyó o clavó los de hierro, o los arrojó al mar, y voló todos los castillos, demoliéndolos hasta los cimientos, de modo que las dos plazas quedaron virtualmente indefensas hasta la terminación de la guerra. Pero el botín que consiguió se redujo a los 10,000 pesos de plata, suma que estaba destinada al pago de la guarnición española. Era una suma irrisoria que no compensaba el gasto que se había hecho en pertrechos, por lo que este asunto que fue muy criticado en Londres.

Según el plan original, al capturar Portobelo, caerían en sus manos los millones de pesos que se esperaban del Perú para la celebración de la feria, que supuestamente se habría de celebrar para esas fechas, pero avisadas de esto, las autoridades españolas primero retuvieron la plata en Lima; luego la enviaron a Guayaquil y de allí a Quito, para luego distribuirla por el territorio neogranadino, de modo que los invasores no lograron capturar un solo peso.[13]

Así y todo, las noticias del clamoroso éxito en Portobelo resonaron en Londres, donde Vernon tuvo un recibimiento apoteósico. El rey Jorge le colmó de halagos, los festejos duraron meses; se acuñaron medallas conmemorativas de bronce con la figura de Vernon en el centro y sus seis barcos al fondo de la bahía de Portobelo.[14] Desbordado por el entusiasmo, el rey ordenó la composición de un himno, que es hoy el himno oficial británico: God Save the King. Vernon se había convertido en el gran héroe nacional.

Gracias al enorme prestigio que había conseguido con este triunfo, Vernon no tuvo dificultades para seguir al mando de la campaña en el Caribe y con una enorme flota se dirigió a Cartagena donde, como ya mencioné, sufrió una terrible derrota. Pero el hombre era persistente y su prestigio, aunque menguado, todavía se mantenía, de modo que pudo contar con apoyo para proseguir su plan, esta vez, con destino a Cuba, donde pretendía desquitarse de su fracaso en Cartagena, pero también allí sufrió otra derrota.

Terco como era y, no obstante esta sucesión de fracasos, Vernon volvió a insistir en su plan y esta vez escogió por destino Panamá, aunque al principio no tenía bien definido por dónde atacar. Originalmente, entre los candidatos estaban Campeche, las costas de Honduras, Haití e incluso Darién, pero finalmente, todos fueron desestimados y prevaleció como objetivo el Istmo panameño. Luego de buscar refuerzos en hombres, barcos y armas en Jamaica y Gran Bretaña, y confiado en que ya contaba con la ventaja de tener inutilizado al San Lorenzo, Vernon se prepara para regresar al Istmo, navegar el río Chagres y capturar la capital, Panamá. Le acompañaban, al mando de tropas propias, el gobernador de Jamaica y el brigadier Thomas Wentworth, que sería la contraparte de Vernon.

Para este proyecto contaba con que el comodoro George Anson, que ya había salido de Inglaterra, diera la vuelta al Cabo de Hornos y se le uniera con su escuadra en Panamá. De esa manera se cortaría la yugular más sensible del Imperio colonial español y el León Británico le arrebataría a España las riquezas del Perú. Era un plan tan fantástico como ambicioso, pero poco realista.

La invasión británica con intención de cruzar el Istmo y capturar la ciudad de Panamá se inicia a comienzos de abril de 1742. Después del primer ataque a Portobelo en 1739, y del bombardeo y destrucción del San Lorenzo del Chagres a comienzos de 1740, era la tercera vez que acometía al Istmo. En esta ocasión Vernon llega con muchos más barcos y tropas que en 1739: 104 velas de guerra, algunas de hasta 90 cañones, varios barcos hospitales, 3,000 tropas y más de mil cargueros indios y esclavos negros. Parecía un reto invencible. Pero encontraría una situación muy distinta.

La vergüenza por la que había pasado en 1739 el gobernador de Panamá y capitán general Martínez de la Vega, debido a su penoso papel en la defensa, le obligaba a salvar su honor y a prepararse mejor, de manera que esta vez sí organizó una contraofensiva sólida y coherente. Pero esto era posible gracias a la considerable ayuda que le había llegado de Cartagena y Perú.

Desde Cartagena el recién llegado virrey de Nueva Granada, Sebastián Eslava, había enviado 50 soldados regulares a Portobelo, al mando de Juan Joseph Colomo, recién nombrado como su nuevo teniente general en reemplazo del incompetente Martínez de la Vega Retes, a quien ya he mencionado. Colomo era de otra madera. Fue gracias a Colomo que el presidente y capitán general Martínez de la Vega pudo armar bien la defensa, y este siguió al pie de la letra sus instrucciones.

Tan importante como lo anterior fue que el gobierno local pudo además contar con 1,400 tropas de refresco y varios barcos que le había enviado el virrey de Perú. Esta vez el Imperio se preparaba para resistir.

Todo el país se movilizó. Se hizo una intensa recluta y no hubo hombre con capacidad de portar armas que no quedase enlistado y puesto a las órdenes del teniente general Juan Joseph Colomo. Tan pronto se acercaron las velas enemigas, Colomo se retiró de Portobelo y empezó a distribuir fuerzas en sitios estratégicos. Como Vernon daba por sentado que Portobelo ya era dominio británico, ingenuamente confiaba que el gobernador se le sometería sin rechistar, por lo que le desconcertó que este se preparara para rechazarle. El desplazamiento de Colomo a los distintos puntos escogidos fue frenético.

Todo esto cogió totalmente por sorpresa a Vernon, al general de tierra y al gobernador de Jamaica, con quienes compartía el mando, que comenzaron a pelearse entre ellos, porque no había consenso sobre lo que se debía hacer. En medio del disgusto, el gobernador de Jamaica retiró sus fuerzas. Para empeorar las cosas, los aguaceros se adelantaron y llovía a cántaros, y luego de sus recientes fracasos en Cartagena y Cuba, Vernon sabía muy bien lo que esto significaba.

Entretanto, el comodoro George Anson a duras penas había sobrevivido al cruzar el Cabo de Hornos. Desde que había salido de Portsmouth, a fines de septiembre de 1740, le había seguido los pasos una escuadra española al mando del almirante José Pizarro. Nunca lo pudo cazar y antes de alcanzar el Cabo de Hornos ambas flotillas ya estaban virtualmente des- trozadas. Pero Anson logró cruzar el Cabo y llegar al Pacífico, aunque solo con su nave insignia, El Centurión, y con la mayoría de sus hombres enfermos de escorbuto. Perdió semanas tratando de llegar a la isla Juan Fernández, y navegando a tientas de este a oeste, ya que las coordenadas de longitud con que se guiaba eran inútiles.

Allí permaneció durante un par de meses para abastecerse de agua y carne de focas y cabras. Capturó una nave española, donde se enteró de que Vernon había sido totalmente derrotado en Cartagena, de manera que ya no tenía caso mantener el plan de invadir Panamá, por lo que se dirigió primero a Coiba, donde se abasteció de agua, madera y de carne de mono, y luego siguió rumbo a México para capturar la nao de China, de nombre Nuestra Señora de Covadonga y dar la vuelta al mundo.[15]

Vernon y Anson nunca se pudieron comunicar y cuando Vernon llegó a Portobelo ya Anson iba rumbo al norte. Aquel alocado plan de capturar Panamá, además de absurdo, revelaba no solo el desconocimiento de la geografía americana y la realidad de las colonias, sino los prejuicios británicos sobre la capacidad de reacción de estas. Parecía un plan al buen tun tun para ver qué salía.

Entretanto, Colomo y las tropas panameñas no bajaban la guardia, desplazándose a donde podía atacar Vernon y hostigando sus tropas. Aunque Vernon ya tenía bajo control el fuerte de San Lorenzo, la posibilidad de navegar por el Chagres pronto se le reveló más que improbable. Para avanzar por el río no solo tendría que enfrentar numerosas emboscadas, sino también someter dos fuertes, el Gatún y el Trinidad, ambos bien artillados, y de los que recién tuvo noticia por los zapadores que envió para que exploraran el río. Además, no podía ignorar que podría encontrar resistencia en varios parajes críticos, así como en Cruces y a lo largo del trayecto por tierra hasta Panamá, una distancia de 35km, donde ataques tipo guerrilla podrían causarle numerosas bajas. Y ya a las puertas de la capital, hacer frente a la artillería que les esperaba en las murallas, cuyo baluarte de Mano de Tigre apuntaba como una flecha con sus cañones. Así lo habían diseñado los constructores de la muralla, precisamente para detener cualquier avance desde el Chagres que emulara el ataque de Morgan 71 años antes.

Panamá ya no era una “ciudad abierta”, como la anti- gua, sino una auténtica fortaleza amurallada. Los atacantes no disponían del factor sorpresa, pelearían en difícil terreno enemigo, y contra cientos de milicianos adaptados al clima y una tropa regular de refresco recién llegada. Eran demasiados imponderables para una apuesta segura.

El mayor avance que la expedición británica logró llevar a cabo fue enviar el 23 de abril, desde el puerto de Naos, un contingente de 300 hombres que “atravesaron el Istmo por tierra y reconocieron el fuerte del Gatún, que no atacaron — dice una fuente británica— por no tener orden para ello”. De haberlo hecho se habrían topado con el fuego de sus cuatro cañones. Tal vez sólo llevaban propósitos exploratorios. De cualquier forma, fue una tentativa demasiado tibia, como casi todo lo que caracterizó esta inútil campaña.

Finalmente y tras quedarse solo, luego de que le abandonaran el gobernador de Jamaica, que lo hizo primero, y el general Thomas Wentworth, con el que estaba peleado, y sin tener noticias del comodoro Anson, a Vernon no le quedó otra opción que ceder a la prudencia y abandonar el plan de ocupar Panamá. Había llegado a Portobelo el 8 de abril y se había retirado el 25 siguiente, casi sin disparar un tiro ni haber logrado nada. Un verdadero fiasco. Todo esta campaña estuvo mal coordinada y peor ejecutada. Vernon demostró demasiadas vacilaciones y una evidente ineptitud. Ni los británicos cruzaron el Istmo, ni capturaron Panamá, ni Anson se apareció para unir fuerzas.

Habiendo fracasado en Cartagena y en Cuba, y tras su frustrado intento por ocupar el istmo panameño, el vicealmirante regresaba al Reino Unido con las manos vacías y sumido en la vergüenza. El que sí llegó con las manos llenas fue Anson, que vivió el resto de su vida disfrutando de la plata que le robó al Covadonga. De hecho fue el mayor acto de guerra británico exitoso ( y hasta podría decirse que el único) de toda la Guerra del Asiento.

La historiografía ha destacado bastante el ataque de Ver- non a Portobelo en 1739, pero le ha dedicado escasa atención al ataque al San Lorenzo de marzo siguiente y prácticamente ninguna a la campaña de 1742, que bien visto tuvo muchísima más importancia. No fue tan trágica en términos de sufrimiento humano, ni tan dramática como la batalla de Cartagena, pero la defensa de Panamá fue de enormes consecuencias, pues al impedirle a Gran Bretaña el control de una de las rutas más estratégicas del imperio español, le negó el acceso a la riqueza de las minas altoperuanas.

Si el proyecto combinado Vernon-Anson hubiese tenido éxito habría sido realmente catastrófico para España. Pero la movilización oportuna de tropas de refuerzo de Cartagena y de Lima, sumada a los cientos de fuerzas locales, y el hábil despliegue de desplazamientos tácticos coordinados por el teniente general Colomo para taponar todos los accesos a través del Istmo, fueron decisivos. La estrategia de Martínez de la Vega y ejecutada por Colomo fue impecable. Ni qué decir del gran número de panameños que, ya como tropa a sueldo, o como fuerza miliciana, participaron en toda la campaña con gran riesgo de sus vidas y padeciendo inimaginables penurias durante las sucesivas movilizaciones dirigidas por Colomo en medio de selvas tupidas y bajo lluvias torrenciales.

De haber cruzado Vernon el Istmo, teniendo en cuenta los aprestos militares que se habían preparado para rechazarle, y los cientos de tropas que le esperaban, no cabe duda de que el choque de armas habría sido terriblemente sangriento. Y quien quita que Vernon se habría fatalmente tropezado con otra Cartagena y el derramamiento de sangre habría sido de pro- porciones históricas.[16]

Para Panamá los resultados del ataque de Vernon a Portobelo en 1739 habían sido devastadores: Portobelo permaneció virtualmente indefensa durante los años que duró la guerra y ante la ausencia de una adecuada defensa militar para proteger los tesoros y mercancías durante las ferias (razón de ser de la guarnición y de los castillos en Portobelo), España tuvo que cancelar las ferias para siempre.

Bien visto, esta guerra solo causó daño, pero tuvo varios efectos trascendentales. Gran Bretaña no consiguió ninguno de los objetivos que se propuso al iniciar esta guerra. No logró asegurar la libertad de comercio en las Indias Occidentales, ni tomar control permanente de ningún territorio español en América. En cambio, quedó dañado el prestigio británico, sin mencionar las muchas pérdidas en vidas humanas, barcos, pertrechos y dinero. España, por su parte, no cedió un ápice de lo que Gran Bretaña le exigía, y tan pronto terminó la guerra se lanzó a un gran proyecto de reformas administrativas, fiscales, políticas y militares que le devolvieron su prestigio como potencia internacional.[17] Sin embargo, se vio obligada a cancelar para siempre el régimen de ferias y galeones en Portobelo, un sistema que ya hacía agua desde hacía muchos años, pero que necesitaba un golpe mortal para desaparecer del todo.[18] Pero como quiera que sea, era una decisión que, después de todo, tampoco convenía a los intereses británicos pues, como recordaremos, uno de sus objetivos había sido, precisamente, poder seguir participando en este sistema.

Bibliografía

- Andrien, Kenneth J. y Allan J. Kuethe, 2014, The Spanish Atlantic World in the Eighteenth Century. War and the Bourbon Reforms, 1713-1796, Cambridge University Press.

- Anson, George, 1748, Voyage round the world, by .... in the years 1740-1744, compiled from papers and other materials of George Anson, published under his direction by Richard Walter, M. A., chaplain of His Majesty’s ship the Centurion in that expedition, 3º ed., Londres.

- Baudot Monroy, María (et al.), 2014, El Estado en guerra. Expediciones navales españolas en el siglo XVIII, ediciones Polifemo, Madrid.

- Castillero Calvo, Alfredo, 1979, “Estructuras funcionales del sistema defensivo del Istmo de Panamá durante el período colonial”, 1979, Academia Nacional de la Historia, Caracas, sobretiro, Caracas.

- Castillero Calvo, Alfredo, 2016, Portobelo y el San Lorenzo del Chagres. Perspectivas Imperiales. Siglos XVI-XIX, 2016, dos tomos, Editora Novo Art., Panamericana Formas e Impresos, Panamá-Bogotá.

- Colmenares, Germán (ed.), 1989, Relaciones e informes de los gobernantes de la Nueva Granada, tomo II, pp.294 y 200, Biblioteca del Banco Popular, Bogotá.

- Dilg, George Robertson, 1975, The Colapse of the Portobelo Fairs: A Study in Spanish Commercial Reform, 1720- 1740, Tesis doctoral en el departamento de Historia de la Universidad de Indiana. Versión fotocopiada de Xerox University Microfilms, Ann Arbor, Michigan.

- Exquemeling, Alexander Olivier, 1678, De Americanenshe Zee-Roovers, Jan ten Hoorn, Amsterdam.

- Kuethe, Allan J., Military reform and society in New Granada, 1773-1808, 1979, The University Press of Florida, Gainsville. Hay edición en español por el Banco de la República, Bogotá.

- Marchena Fernández, Juan (ed.), Soldados del Rey. El ejército borbónico en América colonial en vísperas de la Independencia, 2005, Universitat Jaime I, Castelló de la Plana.

- Leslie, Charles, 2015, A New History of Jamaica: From the Earliest Accounts to the Taking of Porto Bello by Vice-Admiral Vernon (ed. facsimilar del original, publicado en Londres, 1740), Cambridge Library Collection, Cambridge University Press. Hay otra edición también facsimilar por Gale, Sabin Americana, de 2012.

- Medina, José Toribio, 1919, Las medallas del almirante Vernon, Imprenta Elzeviriana, Santiago de Chile.

- Moreyra Paz-Soldán, Manuel, 1948, La toma de Portobelo por el almirante Vernon y sus consecuencias, Lima.

- Ranft, B. Macl (ed.),1958, The Vernon Papers, Navy Records Society, London.

- Rivas Ibáñez, Ignacio, 2014, “La movilización de la información en tiempo de guerra: Los sistemas de inteligencia de España y Reino Unido y las operaciones militares en el Pacífico durante la Guerra de la Oreja de Jenkins (1739-1744)”, en Baudot Monroy, María (ed.). El Estado en guerra. Expediciones navales españolas en el siglo XVIII, ediciones Polifemo, Madrid.

- Serrano Álvarez, José Manuel, 2004, Fortificaciones y tropas. El gasto militar en tierra firme, 1700-1788, Universidad de Sevilla, CSIC, Sevilla.

- Sáez Abad, Rubén, 2010, La guerra del asiento de la “Oreja de Jenkins”, 1739-1748, Almena Ediciones.

- Vernon, Edward, 2012) Original papers relating to the expetidion to Panama, Gale, Sabin Americana, edición facsimilar del original publicado por M. Cooper, London, 1744.

Notas

[1] Dos tomos. Editora Novo Art., Panamericana Formas e Impresos, Panamá-Bogotá, 2016.
[2] Macl. Ranft B., (ed.) The Vernon Papers, Navy Records Society, London, 1958. También, Eward Vernon, Original papers relating to the expetidion to Panama, Gale, Sabin Americana, 2012. Edición facsimilar del original publicada por M. Cooper, London, 1744.
[3] La corte madrileña reconoció la condición de Panamá como plaza eminentemente militar luego de los ataques de Morgan y otros piratas en el último tercio del siglo XVII. Así, el 17 de abril de 1683, en una consulta del Consejo de Indias para discutir diversas opciones para mejorar las condiciones de defensa del Istmo en vista de los recientes ataques piráticos, así como la conveniencia de suprimir la Audiencia, el conde de Castellar manifestaba que debía “considerarse ya a Panamá más plaza de armas que teatro de pleitos”. Los demás miembros del Consejo secundaron su moción. La Consulta, en Archivo General de Indias (AGI), Panamá 167.
[4] Para la creación de las fuerzas milicianas, así como la introducción del primer cuerpo de tropas regulares en Panamá, la importancia creciente de las milicias, y la creación de las milicias disciplinadas, ver Alfredo Castillero Calvo (2016), T. I., capítulos. VI y VII. Sobre la creación de las milicias disciplinadas en América, Allan J. Kuethe, Military reform and society in New Granada, 1773-1808, The University Press of Florida, Gainsville, 1979. Hay edición en español por el Banco de la República, Bogotá.
[5] El virrey de Nueva Granada, José de Ezpeleta, en su Relación de mando de 1796 escribía lo siguiente sobre la importancia de la naturaleza en la defensa del Istmo: “La mayor defensa de estas costas y fronteras estriba en su mal temperamento despoblación y falta de recursos para mantener número considerable de invasores”. Y agrega más adelante, refiriéndose a los planes que propuso el ingeniero Agustín Crame para la defensa del Istmo: “La defensa principal consiste también en las dificultades que ofrece el país para internarse con alguna grande expedición militar en términos que ni aún la ocupación de cualquiera de los dos puntos de Portobelo y Chagre sería decisiva para el enemigo, que en la guerra del año del 41 lo tuvo en su poder [se refería al ataque de Vernon de 1741 y 1742], y acreditó esta aserción volviendo a abandonarlo sin pensar en internarse hacia Panamá, cuyo intento también se pudiera haber impedido con poca gente, según lo informó el Sr. Virrey D. Sebastián Eslava a la Corte en aquella ocasión”. Cf. Germán Colmenares (ed.), Relaciones e informes de los gobernantes de la Nueva Granada, Tomo II, pp.294 y 200, Biblioteca del Banco Popular, Bogotá, 1989.
[6] Para la campaña contra Drake, Alfredo Castillero Calvo, (2016), T. I, capítulo II.
[7] Sobre Meléndez Blasón y el ataque de Parker, Alfredo Castillero Calvo (2016), T. II, capítulo XI.
[8] Cf. Alexander Olivier Exquemeling, De Americanenshe Zee-Roovers, por Jan ten Hoorn, Amsterdam, 1678.
[9] Para la invasión de Morgan en 1668, Alfredo Castillero Calvo (2016), T. II, capítulo XI. 10 Para la invasión de Morgan en 1668, Alfredo Castillero Calvo (2016), T. II, capítulo XI.
[10] Ignacio Rivas Ibáñez, “La movilización de la información en tiempo de guerra: Los sistemas de inteligencia de España y Reino unidos y las operaciones militares en el Pacífico durante la Guerra de la Oreja de Jenkins (1739-1744)”, en María Baudot Monroy, (ed.) El Estado en guerra. Expediciones navales españolas en el siglo XVIII, ediciones Polifemo, Madrid, 2014.
[11] Para el situado, Alfredo Castillero Calvo, “Estructuras Funcionales del sistema Defensivo del Istmo de Panamá durante el período Colonial”, Academia Nacional de la Historia, Caracas, Sobretiro, Caracas, 1979, y del mismo autor. (2016), T. II, capítulo X. Sobre el situado abunda información referente a Panamá en José Manuel Serrano Álvarez, Fortificaciones y Tropas. El gasto militar en Tierra Firme, 1700-1788, Universidad de Sevilla, CSIC, Sevilla, 2004.
[12] Una versión contemporánea sobre la captura de Portobelo, en Charles Leslie, A New History of Jamaica: From the Earliest Accounts to the Taking of Porto Bello by Vice-Admiral Vernon (ed. facsimilar del original, publicado en Londres, 1740), Cambridge Library Collection, Cambridge University Press, 2015. Hay otra edición también facsimilar por Gale, Sabin Americana, de 2012.
[13] Una versión clásica sobre la captura de Portobelo por Vernon, en Manuel Moreyra Paz-Soldán, La toma de Portobelo por el almirante Vernon y sus consecuencias, Lima, 1948.
[14] Cf. José Toribio Medina, Las medallas del almirante Vernon, Imprenta Elzeviriana, Santiago de Chile, MCMXIX.
[15] George Anson, Voyage round the world, by .... in the years 1740-1744, compiled from papers and other materials of George Anson, published under his direction by Richard Walter, M. A., chaplain of His Majesty’s ship the Centurion in that expedition. Third edition, London, 1748.
[16] Para todo lo referente a la Guerra del Asiento y el ataque de Vernon a Panamá, Alfredo Castillero Calvo (2016), T. II, cap. XII. Ver también, Rubén Sáez Abad, La guerra del asiento de la “Oreja de Jenkins”, 1739-1748, Almena Ediciones, 2010, y el libro ya citado de Manuel Moreyra Paz-Soldán.
[17] Para estas reformas y las guerra hispano-británicas del siglo XVIII: Andrien, Kenneth J.,y Kuethe Allan J, The Spanish Atlantic World in the Eighteenth Century. War and the Bourbon Reforms, 1713-1796, Cambridge University Press, 2014.
[18] George Robertson Dilg, The Colapse of the Portobelo Fairs: A Study in Spanish Commercial Reform, 1720- 1740, Tesis doctoral en el departamento de Historia de la Universidad de Indiana, enero de 1975. Versión fotocopiada de Xerox University Microfilms, Ann Arbor, Michigan.
* Adaptación de conferencia dictada a ex-alumnos panameños de la Universidad de New York (NYU), Club Unión, Panamá, 12 de junio de 2017.


Buscar:
Ir a la Página
IR
Visor de artículos científicos generados a partir de XML-JATS4R por