AMBIENTE
Resumen: Este articulo aborda las comprensiones sobre el problema de la escala, planteando algunas cuestiones de índole conceptual y teórica en su abordaje, como también dando especial interés a las escalas que resultan de las actuaciones de los sujetos de la resistencia contra la minería moderna. Así, me propongo desarrollar la siguiente hipótesis: las resistencias contra-extractivas producen escalas como construcción social de contra-poder a las escalas institucionalizadas. La experiencia analizada parte desde la configuración del movimiento del No a la Mina en Esquel, Chubut, Argentina.
Palabras clave: Resistencias contra-extractivas, minería, mapuche, Argentina, escalaridad.
Introducción
Las resistencias contra la minería moderna han abierto las luchas por la reapropiación de la naturaleza y del territorio, dado el avance de la reproducción ampliada del capital-minero en los últimos 20 años en América Latina, reproducción ésta que ha permitido una reprimarización1 de las economías y de las sociedades latinoamericanas. Dentro de este contexto, las luchas por el territorio han construido una geocultura de la resistencia (Preciado, 2008) como experiencia acumulada de prácticas político-espaciales, valorando el espacio-tiempo como dinámica de la existencia propia de los territorios, es decir, diferentes formas de ser y estar en el mundo. Así, los diversos actores comunales están configurando contra-espacialidades y territorialidades alternativas de defensa “por la vida, la dignidad y el territorio” (Gonçalves, 2015).
Ese contexto de luchas territoriales contra el capital-minero, nos pone en una situación compleja para pensar el espacio como categoría que nos ayuda a explicar la escalaridad de los procesos de resistencia, precisamente porque es a través del espacio que podemos entender la diversidad y la multiplicidad de los procesos sociales y donde se definen los ciclos vitales de vida. En otras palabras, las luchas por el espacio son procesos de poder donde son defendidos los lugares de reproducción de la vida humana y no humana con sus particularidades culturales, de tiempo, de prácticas sociales y de la materialidad. Sin espacio no hay vida, porque no circula la vitalidad del trabajo y de la naturaleza.
Defender mi espacio es, en definitiva, la defensa del territorio como primera escala de acción política y es con esta acción o actuación que construyo escalas. Ahora bien, ¿cómo se producen las escalas desde la resistencia? ¿Cuál es la narrativa escalar de la resistencia? ¿Cuáles son las diferencias escalares de las resistencias y las del capital-institucional? Para responder a estas preguntas y guiándome por la hipótesis central planteada en el resumen, este artículo es estructurado en tres partes.
La primera es un abordaje crítico referido a la escala del capital-extractivo-minero. Se plantea que la minería a gran escala deviene en la deslugarización, dada la imposición de una escala de poder que conecta el capital transnacional y las dinámicas locales. Es decir, los espacios del capital son, en consecuencia, el amarre de varios territorios y cuerpos locales para el beneficio de otro – global. De igual forma, planteo que las escalas jerárquicas son producto de la coherencia estructural (Harvey: 2004) del capital entre lo local, lo regional, lo nacional y, por último, lo global como escala privilegiada del capital.
Segundo, propongo un raciocinio escalar para pensar la producción de espacios por parte de las resistencias contra la minería moderna. Raciocinio que se deriva de la construcción social del espacio donde se involucran entretejidos, expansiones, discontinuidades espaciales y redes que establecen las propias resistencias. Para aprender una de otras, para unificar criterios y/o agendas de lucha, para enlazar localidades espacialmente discontinuas, para incidir en las instituciones públicas entre otras prácticas político-espaciales.
Para analizar lo anterior, resulta insuficiente la tradición moderna de entender las escalas como recortes arbitrarios del espacio y superpuestos, que son favorables a la instalación al capital-minero los diversos territorios del continente. Partimos de que la producción de escalas es una construcción social, como resultado del alcance de las actuaciones de los resistidos (sujetos). Como consecuencia, vamos a resignificar la forma de comprender esta categoría para pensar espacialmente las luchas por el territorio. Por ende, nacen otras escalas políticas desde las comunidades y los pueblos, y no desde el Estado-moderno-capitalismo. No es fácil entender este raciocinio dado que la escala nos fue implantada como principio a priori para entender a los sujetos en el espacio.
Por último, intento mostrar la resistencia contra-extractiva del movimiento del 'No a la Mina' en Esquel, como ejemplo significativo de escalaridad de la defensa por el territorio en Argentina, presentando una cartografía de las consecuencias espaciales de la resistencia.
La escala como territorialidad del capital-minero
La modernidad es un proyecto territorial al instalar un modo de vida particular europeo en el mundo, recortando y fragmentando el espacio en Estados como forma de organización social e institucional funcional a ese proyecto. La ex pansión de los relatos locales de Europa sobre el mundo (Mignolo, 2003), fueron impuestos a través de diversas violencias expropiatorias, por medio de las cuales se alcanzaría la promesa de llevar, a través del orden, las diferentes culturas a la edad mayor, al progreso.
La instalación de las fronteras político-institucionales fue el resultado de los procesos de colonización en los siglos pasados en América Latina, sin la cual no sería posible el capitalismo. La construcción de la escala nacional y global le brinda al capitalismo, y por tanto a la modernidad, la coherencia estructural para sujetar los territorios donde están las reservas naturales, los yacimientos minerales, la biodiversidad y la fuerza del trabajo local con la función de acumular capital. Es decir, sólo es posible acceder a estos recursos si es por la vía de fragmentar el espacio, imponiendo escalas jerárquicas.
La escala privilegiada de esta territorialidad es la del Estado moderno, una escala de poder subyacente al conjunto de prácticas políticas que la determinan. Hablamos de escalas administrativas- jurisdiccionales como local, provincial, nacional y global que responde a un conjunto de actores que tienen la capacidad de gobernar, cuya articulación se da con base a una jerarquía donde se superponen niveles.
Esta jerarquía de niveles o capas institucionales solamente se conectan mediante discursos de dominación capitalista, cuya escala global es la que está arriba del peldaño, desde la cual se ejerce la dominación. Tenemos la plena conciencia que desde esta escala se toman las decisiones que terminan por impactar a nuestros pueblos, que han estado sometidos a los imperativos de las empresas transnacionales mineras, a los monocultivos, a las invasiones, al desplazamiento y/o arrinconamiento socioespacial de las comunidades indígenas y afrodescendientes, a la imposición de un saber científico con sus pretensiones de universalidad que encubren otros saberes y modos de vida. Es decir, desde esta escala global se establece la agenda de intervención en los diversos territorios desconociendo las dinámicas locales diferenciales y los ciclos vitales de la existencia humana y no humana. En ese sentido, es desde este régimen global que se expropian los cuerpos y los territorios (Machado, 2013).
Para que esto suceda, es necesario fragmentar el espacio, siendo necesario un conjunto de instituciones que permita materializar esas jerarquías, abriendo los espacios hacia la acumulación del capital-minero. Es por medio de éstas que se torna posible el uso de la naturaleza y del trabajo de las comunidades. Dicho de otra forma, lo local se supedita al dominio de lo global.
Podemos decir, entonces, que las escalas establecidas por la modernidad son escalas delimitadas, jerárquicas, estáticas, capas administrativas supeditadas y por tanto no cuestionadas. Damos por hecho que estas escalas existen cuando analizamos los problemas sociales, cuando ejecutamos políticas públicas, cuando medimos los impactos de los proyectos de desarrollo, cuando medimos nuestro alcance social y político e incluso cuando queremos tomar el poder, cuando votamos y ponemos a prueba las acciones del Estado. Esta forma de entendimiento se hizo una racionalidad, acabando la posibilidad de entender que éstas son construcciones sociales y no recortes establecidos. No notamos que estas son el resultado de un largo proceso de subjetivación que también resulta de otra construcción social, pero de la modernidad-capitalista.
Estas jerarquías espaciales establecidas a través de las escalas prediseñadas son necesarias para que circule el capital. Tener un orden con el cual se pueda inventariar un espacio, como, por ejemplo, la cantidad de fuerza de trabajo, el potencial hídrico para las represas y la minería, la biodiversidad, la cultura, el capital económico entre otros. Es una de las bases de la modernidad sin la cual no sería posible desarrollar las regiones y la especialización internacional del trabajo,. Hay que articular las potencialidades materiales de los territorios a las lógicas de acumulación de capital. Desde esta perspectiva, la globalización no es un proceso horizontal donde todos participan mancomunadamente, sino que éste va materializándose colonialmente en la periferización de los territorios y cuerpos a través de la división.
Si bien la globalización supuso una superación de las geografías modernas, es necesario relativizar esta idea tan difundida en los círculos académicos burgueses y empresariales en tanto que no escapa a su condición que la engendró, la modernidad. La velocidad, el intercambio de información y de materias primas, el desarrollo de la tecnología, del transporte y la conexión financiera en todo el planeta, significó un sobrepaso a los límites institucionales de Estado. Hasta cierta parte tiene sentido esa explicación, porque el capitalismo requiere absorber las geografías locales a los circuitos de mercado mundial. Sin embargo, esta perspectiva de en-tender tales condiciones geográficas guarda un doble sentido:
1) En todos los órdenes espaciales las narrativas escalares de la globalización como el fin del Estado, el nuevo regionalismo, los espacios de flujos, la muerte de la distancia (Gonzáles, 2005), se da como hecho a priori para hacer de los territorios nacionales y regionales más competitivos. Se dice, incluso, que asistimos a la crisis de las escalas por el avance globalizador del neoliberalismo sobre las geografías de lo nacional y regional y de la deslugarización de las economías locales, porque el progreso y el desarrollo son sinónimo de ser global.
Una moda postmoderna se tomó los lenguajes locales para justificar una mayor globalización. En términos extractivos significa un mayor saqueo y explotación de unos sobre otros.
2) El capitalismo sin los Estados no sería posible, porque son los encargados de orientar el capital transnacional en lo local donde es instalada la infraestructura, por medio de regímenes normativos y jurídicos. Es el sistema económico y financiero adecuado, una política monetaria equilibrada, políticas fiscales retributivas favorables, regulaciones sobre los impactos ambientales, disponer del capital social como fuerza de trabajo y abrir la naturaleza para el mundo de la acumulación.
La relación entre estas dos perspectivas recibe el nombre de coherencia estructural (Harvey, 2004) o enclave espacial del capital. En definitiva, asistimos, en sentido estricto, a rediseños de las escalas por la fijación de los procesos de acumulación de capital (González, 2005) y no a la desaparición del Estado como sueñan los postmodernos europeos y norteamericanos. El problema de fondo está en la balanza e inclinación societal; entre más presencia tenga el Estado para orientar el capital y las industriales extractivas transnacionales, menor es la presencia para los pueblos y comunidades que se ven sometidas por ese capital.
El extractivismo-minero es un enclave espacial del capital que recibe del Estado la coherencia estructural necesaria para la explotación de los bienes de la naturaleza.2 La producción de espacio por el capital transnacional lo vemos, cuando las empresas mineras asumen las prácticas institucionales de los territorios en materia de política social, la construcción de un mercado dependiente de la minería al sujetar la fuerza de trabajo local, afectando los circuitos de las economías locales de subsistencia o comunitarias. Esa producción del espacio nos remite, entonces, a una práctica global en lo local, por lo tanto, de jerarquía.
La relación entre lo local y lo global, desde la perspectiva del extractivismo minero, configura escalas de acumulación a su propia imagen (Harvey: 2004). Por ejemplo, en los gobiernos de los diferentes órdenes de los Estados latinoamericanos, reiteradamente es enunciada la máxima de pensar el desarrollo desde lo global, pero actuando localmente. A nuestro juicio la idea es suicida para las comunidades y pueblos. Como dice Aníbal Quijano (2000), “el desarrollo de las naciones es una falacia porque lo único que se desarrolla es el capitalismo”. Se desarrolla abriendo espacios al capital a partir de su fragmentación. Parece contradictorio, pero sucede así, más integrados al capital, pero más divididos espacialmente. En esto radica, la dificultad de entender el problema de las escalas como una construcción social.
El pensamiento moderno naturalizó las escalas como hechos ahistóricos, donde lo local, lo regional y lo nacional existen por sí mismos, niveles donde se encajan la cultura, la política, la economía. Se da por hecho que determinadas prácticas sociales corresponden a un orden escalar. Incluso, se encajan determinados estilos de vida donde lo tradicional corresponde a lo local y lo novedoso a lo global. Fue naturalizada la jerarquía y se privilegió una escala en detrimento de las otras. Dicho de otra manera, las consecuencias de relacionar el progreso con el espacio resultan perversas cuando no pensamos en la reproducción de la vida humana y no humana. Quisiera colocar un ejemplo a modo de ilustración, para dejar más clara esta consecuencia que produce la relación entre progreso/desarrollo y el espacio.
Carlos es un joven que trabaja en una multinacional minera en Argentina. Nació en una localidad de escasa oferta educativa y de servicios básicos de saneamiento. A pesar de las dificultades terminó sus estudios en la escuela del pueblo. Creció dentro de una familia conservadora y rodeados de amigos que comparten las mismas tradiciones, donde las ideas de progreso orientan el éxito o triunfo de la gente. Posteriormente, inició sus estudios universitarios en economía, en la capital, a un día de su pueblo. Allí, conoció a más personas pues es una región donde confluyen habitantes de diversos lugares. Al terminar se empleó en el Estado como consultor en el área de la política minera para las regiones. Tuvo tal éxito en la orientación de la política minera del Estado, que le permitió participar de los grandes eventos internacionales sobre minería regional y, a través de estos, pudo ser reconocido en el mundo empresarial transnacional. Aprendió dos idiomas además del idioma nativo. Desde esta posición ha desarrollado las estrategias, identificando la localidad donde están los minerales que la empresa extrae. En definitiva, Carlos es un sujeto moderno que ha escalado hacia el éxito, su progreso resultó de los diversos saltos que dio en el pasado y que lo catapultan como ser cosmopolita, desarrollado y con un saber científico desde el cual mide todo.
Lo que nos muestra esta historia es una consecuencia lineal como resultado de la relación entre progreso y espacio, donde sólo es posible superar la escala local, siendo la inferior, para llegar al grado máximo del desarrollo que es la escala superior. Obsérvese que, para transformar su actuación, tuvo que superar peldaños y/o intermediarios prediseñados. Aunque no somos conscientes de esto, el espacio del capital orienta nuestras actuaciones para reproducir su lógica al dividir los espacios. Lo tiene que dividir para llegar al desarrollo moderno. No hay otra forma de integrarse al mundo sino es a través de la división.
Escala y territorialidades contra la minería
La resistencia contra-extractiva tiene tres propósitos: El primero consiste en destruir las geografías desiguales constituidas por el uso diferencial en la apropiación de la naturaleza. El segundo se enmarca en la anulación, suspensión y cancelación de toda etapa o fase de extracción. El tercero, combatir las actuaciones de dominio a través de la reapropiación de la naturaleza y liberación de los territorios. En estos tres escenarios se construyen escalas mediante las actuaciones políticas de las resistencias para revertir y/o suplantar las escalas de la dominación moderna-capitalista.
La escala-otra es construida cuando se piensa las relaciones de poder de otro modo, no desde la clásica idea de un poder que sujeta lo local a lo global, sino más bien en cómo desde lo local, siendo el espacio próximo de la resistencia, se convierte el locus de defensa de los mundos (Escobar, 2008). Es desde este lugar que los tres elementos enunciados son combatidos mediante espacios de poder y de las áreas libres de extractivismominero, 3 donde el lugar se coloca como vitalidad de lucha.
Es insuficiente abordar el problema de la escala que queremos comprender desde una perspectiva jerárquica, pues ésta es funcional a los procesos de construcción de la coherencia estructural que requiere el sistema capitalista. Al usar ese raciocinio moderno terminamos por encubrir otros procesos y dinámicas que están produciendo espacios alternativos que ofrece la modernidad. Es necesario resignificar esta forma de pensar las escalas de las resistencias desde una perspectiva relacional y en permanente construcción social. Es decir, una perspectiva hecha trama, tejido, de ensamblajes y relaciones que generen las condiciones escalares de la resistencia. Dice Neil Smith (1997) que “la producción concreta de la escala geográfica es una estrategia política de resistencia”.
Entonces, ¿cuál es la escala de la resistencia? Inicialmente, la definimos como un conjunto de relaciones e interconexiones que dan lugar a formaciones contra-espaciales desde las narrativas, actuaciones y acciones políticas que demarcan uno o más espacios. No es delimitada ni preestablecida, pero si múltiple y discontinua. Es decir, estas formaciones contraespaciales son construcciones sociales que involucran un conjunto de significados, 'gramaticalidades' y de poder.
La escala de la resistencia no es continua en tanto que ésta es dispersa. Sin embargo, está conectada subterránea mente como expresión de un mismo fenómeno. Por ejemplo, las resistencias crean escalas aparentemente dispersas a nivel global o nacional, mediante levantamientos contra el régimen extractivo, pero unidas por la defensa de los territorios a nivel local. Así, hablamos de una escalaridad -saltos escalares- de la resistencia que se hace relación.
La construcción de escalas como proceso dinámico, abierto y cambiante, pone en entredicho la hegemonía significante de las escalas institucionales del capital, dada la expresión del acontecimiento microscópico y micro local que altera completamente el orden espacial de poder de las estructuras del capital que son las del Estado.
Así, la escalaridad de los procesos de resistencia contraextractiva conectan los puntos distantes donde no se establecen jerarquías, sino una serie de encadenamientos políticos como resultado de una red de relaciones y de diversos tipos de conexiones sociales a múltiples escalas (Espinosa, 2014) locales.
Es una escala acentrada, sin límites. Hablamos de una escala dispersa y expansiva que emerge en donde encuentra las condiciones de resistencia. Inicialmente, la construcción de escala desde las resistencias es un punto local donde se producen levantamientos, pero ésta sólo es una emergencia de una relación mayor y en creciente expansión.
Podemos decir que la escala no es observable, sólo ella se revela en las relaciones de poder que podamos conocer desde los sujetos que actúan en la formación de territorios, por la forma en cómo las resistencias crean relaciones de manera multidireccional, en diversas direcciones entre varias escalas (González, 2005) institucionales.
Así, como la escala global tiene su discursividad, la escala de la resistencia también tiene su narrativa. En ese proceso de escalaridad, politizan ciertos conceptos que devienen en referentes de entendimiento mutuo. Lo que interesa subrayar es que la construcción de las escalas tiene un lenguaje significativo que le otorga su carácter político. Por ejemplo, las contra-espacialidades que están siendo construidas por las Asambleas de Vecinos Autoconvocados del No a la Mina en Argentina, haciendo uso de la gramática del No a la mina, Sí a la vida que surgió en 2002 en la ciudad de Esquel.
Cuando la escala de la resistencia se expande, abriendo espacios de lucha, la denominamos como salto escalar. Ese salto escalar no va de lo municipal a lo provincial, ni de lo provincial a lo regional, ni de lo regional a lo nacional, ni viceversa. Al contrario, este va de extremo a extremo, de lo local a lo nacional, de lo local a lo local. Contrario al otro raciocinio escalar moderno donde el salto se da en la jerarquía, donde lo global pasa por lo nacional, luego provincial y termina en lo local, como prediseño de cómo nos debemos relacionar con el espacio. Con la escalaridad de la resistencia encontramos horizontalidades en contextos de verticalidad territorial. No es fácil entender esta idea, pero empezamos a comprender las escalas por estas contrariedades. Pensamos, entonces, que la escala de las resistencias como emergencia territorial, sufre una metamorfosis, cambia de naturaleza y de direcciones, hace ruptura y nace en medio de las escalas institucionales.
La escala de los movimientos socioambientales contra el extractivismo-minero con el tiempo se expande o se contrae conforme van dándose las condiciones de emergencia territorial de lucha y las relaciones de poder por el y/o más espacio. Podemos decir que esta es la escala contra-extractivista, anticapitalista y decolonial donde las redes de poder, “ya no se traducen en las estructuras de dominación del Estado, sino en las relaciones que se construyen en lo cotidiano, en tanto refundación de lo social, resultado y producción de una nueva espacialidad social” (Oliveros Espinoza, 2014).
La nueva espacialidad social de la que habla Oliveros, tiene que ver con la configuración de una política de escalas, entendida como la capacidad que posee un grupo de resistencia de “establecer articulaciones con otros grupos que operan en niveles escalares diferentes para potenciar los efectos, neutralizar o dirimir el impacto de acciones adversas o sacar mayores ventajas de situaciones favorables para ampliar esferas de influencia o propiciando sinergias políticas” (Souza, 2013). Así, la escalaridad de la lucha contra-extractiva a niveles más altos en las esferas del poder institucional, es correlativa en cómo se está planteando la política de escalas mediante actuaciones de resistencia donde se evalúa la acción con la eficacia política.
Podemos decir que las resistencias en defensa del territorio tienen que ver “con una buena articulación de escalas mediante un conjunto de actividades y frentes de resistencia situadas en escalas distintas” (Souza ,2013). Desde los diferentes espacios, la política de escalas está encaminada a desescalar las estructuras del poder transnacional-extractivo en los diversos territorios.
Irrumpir en esas escalas institucionales es el resultado de una relación expansiva de las resistencias. La desescalaridad espacial del capital está asociada, entonces, a la construcción de lenguajes y prácticas que alteran las relaciones e interacciones sociales en la lucha política por la predominancia de una escala sobre otra. (Smith, 1997). Establece límites al capital dado que el control es ejercido por grupos sociales sobre sus ecosistemas, sobre sus cuerpos y sus territorios. Como dice Neil Smith, “expandir la escala del control autocentrado (referida a la resistencia social) es al mismo tiempo contraer (disminuir) la escala de control oficial” (Smith, 1997).
Ahora bien, ¿por dónde comenzar esta comprensión que parece ser tan abstracta, pero que en realidad es una limitación de nuestro pensamiento que fija las escalas como algo establecido y predeterminado? ¿Qué podemos hacer para salir de la lógica lineal de su comprensión que nos resulta tan difícil?
Inicialmente, podemos emprender una comprensión de los procesos de territorialización de las resistencias y su escalaridad no como algo fijo, sino como algo que se construye desde las relaciones, interacciones y contactos entre grupos y movimientos. Dice Oliveros Espinosa que “las escalas de la confrontación y de la acción política en las que se desenvuelven los movimientos antisistémicos es uno de los problemas que es necesario analizar para poder generar herramientas que permitan la superación del capital” (Oliveros, 2014). Por su parte, Svampa ha manifestado que una de “las características de los movimientos socioambientales en la actualidad es la multiescalaridad del conflicto” (Svampa, 2008,) cuyos grupos no están dispuestos a aceptar el modelo de desarrollo y los modos de vida impuestos por el Estado y el capital transnacional. Sin embargo, es Porto Gonçalves quien resume que el problema de escala responde a:
procesos instituyentes de los sujetos, por tanto, una construcción social. La relación de la escala local con otras escalas e vice-versa se hacen a través de los sujetos que se forman y conforman sobre determinadas relaciones sociales y de poder. Las escalas sólo existen en la medida en que son agenciadas y actuadas. No existe escala a no ser por medio de sujetos que actúan por medio de ellas, se forjan al forjarlas (Porto, 2012, p. 46)
Para llegar a tal comprensión sobre esta forma de entender las escalas, necesitamos identificar sujetos con sus territorialidades, que nos van guiando por las relaciones que van tejiendo en diversos espacios, donde hay ampliaciones de una forma de ser y estar en el mundo propios de las actuaciones de los resistidos. Ese proceso de ampliación de la resistencia significa construir territorios que le restan espacios al capital.
Con el propósito de ampliar este raciocino deseo poner un ejemplo más de cómo se da este proceso de construcción social de las escalas.
Laura es una activista del movimiento del 'No a la Mina' en Esquel. Ella nació en este pequeño pueblo en la Patagonia argentina, espacio que por cierto ha sido tomado a sangre y muerte por los grandes terratenientes, especialmente europeos, teniendo como consecuencia el arrinconamiento socioespacial de las comunidades mapuches. Ella es descendiente de estas comunidades. Es profesora de música y arte en la escuela, es cantante y artista para el pueblo y es reconocida por su activismo desde hace 15 años en la localidad donde se fundó la Asamblea de Vecinos Autoconvocados por el No a la Mina. El reconocimiento de la experiencia de resistencia la ha llevado, y a sus amigos activistas, a diversas localidades en las provincias de Chubut, Córdoba, Catamarca posicionando las actuaciones del No a la mina, Si a la vida, y las implicaciones de asumir la tarea de defender los territorios ante el proceso de ampliación del capital minero en la región. Dentro de este proceso ha visitado lugares y ha estado asociada con otras resistencias sin mediación de las escalas institucionales. Al contrario, sus actuaciones le han permitido posicionar una discusión antiminera que va de local a lo local en todo el territorio nacional, es decir, la escala de actuación de Laura va en diversas direcciones, configurando una red de resistencia contra la minería-moderna.
El activismo le ha permitido conocer estos espacios sin la necesidad de un escalonamiento moderno, va de lo local a lo local sin mediación alguna. Cada lucha de resistencia que se abre en Argentina, ella, desde su posición, establece alguna relación para apoyar y articular esfuerzos en red. Lo que quiero decir con esta historia, es que vemos un proceso de escalamiento desde la actuación política de su militancia, una construcción social que se expande o se comprime dependiendo de la capacidad de poder que dicha actuación tenga en asocio con otros actores populares.
Aquí las consecuencias de la relación que resulta entre resistencia y espacio son muy diferentes a aquella que resulta del progreso/desarrollo y el espacio. Es fundamental resignificar la categoría de escala porque no hablamos de un mismo proceso definitorio para todo, sino lecturas diferentes que competen al campo de la geografía por realizar.
Territorialización, escalaridad de la resistencia y las áreas libres de extractivismo
Los territorios construidos en defensa de la vida en América Latina han significado una transformación de las cartografías políticas por los grupos socioambientales, que a través de sus territorialidades reinventan las formas de apropiación social y física divergente a las prácticas instituciones y modernas. Las comunidades y pueblos que asumen el desafío de liberar sus territorios y sus cuerpos de un sistema que produce despojo y destrucción, les ha permitido desarrollar un modo de existencia a partir de su experiencia de resistencia.
Estar en modo de resistencia frente a la asimilación y aniquilamiento moderno es una condición permanente en los territorios que el Estado desea incorporar a la matriz hegemónica extractiva-minera. Tal resistencia es la que le ha permitido al movimiento del 'No a la Mina' en Esquel mantener su territorio por fuera de los diseños globales (Mignolo, 2003).
A la ciudad de Esquel, en 2002, llegó una empresa transnacional con la intención de explotar oro, mediante la instalación de una mina a cielo abierto, cuyo contexto estuvo marcado por la fuerte crisis económica nacional. Este proyecto despertó las ilusiones de las comunidades que deseaban mejorar su calidad de vida y, por tanto, del gobierno local y provincial que esperaba mejorar la especialización económica de la región. Sin embargo, desde diversos sectores como los mapuches, académicos, artistas y población desempleada comenzaron a cuestionar tal emprendimiento, dadas las falacias y contradicciones que despertaba el discurso desarrollista en relación con la realidad social del pueblo. A falta de respuestas ante las inquietudes de la comunidad, los habitantes se organizaron en la Asamblea de Vecinos Autoconvocados, quienes iniciaron un proceso de resistencia hacia un territorio libre de extractivismo que significó dos cosas: Expulsar fáctica y físicamente a la empresa minera y cerrar toda posibilidad por la vía del saber a la creencia del progreso. Significó la construcción de un saber anticapitalista y anticolonial en una región marcada por el colonialismo interno (González Casanova, 2003).
Luego de este fatídico evento, se construyó el movimiento del 'No a la Mina' en Esquel en 2003, siendo un caso ejemplar y significativo de la lucha específica contra el extractivismominero en América Latina. De esta experiencia nació la gramática del Sí a la vida, no a la mina y El agua vale más que el oro. Son dos frases que alimentan las luchas y la resistencia en Argentina y en toda la región latinoamericana. El siglo XXI inicia con una revolución social que abrió la puerta a la lucha territorial por la defensa de los mundos existentes y posibles (Escobar, 2008).
Las diversas actuaciones usadas que llevaron a la conformación del movimiento, a mi modo de ver, fueron tres: La primera fue el uso de los instrumentos modernos como la consulta popular, la salvaguarda ambiental y el saber experto independiente. La segunda, responde a la construcción de la organización social cuyos principios reposan en ideales mapuches como la chakana (reciprocidad, horizontalidad, complementariedad y el saber o sabiduría). Por último, una forma de ser y estar en el mundo desde la resistencia, como parámetro crítico de defensa y sospecha ante cualquier intento de sujeción territorial por el capital transnacional-minero.
La escalaridad de la resistencia contra el extractivismo supone, entonces, un territorio que le brinde el soporte político y epistémico, pero también una sociedad en movimiento (Zibechi, 2017) que sea capaz de mantener sus escalas de acción política. Territorialización y escalaridad de la resistencia devienen entonces en las áreas libres de extractivismo como uno de los logros del mundo de la resistencia y ser de otro modo.
La localización de las resistencias donde se están librando las luchas por el territorio,para tener el control no institucional sobre los bienes naturales desde una organización comunitaria en la gestión de la naturaleza, visibilizan otros procesos de coproducción de la vida humana y no humana, es decir, otras geografias alternativas. En otras palabras, la construcción de territorios está desencadenando que los grupos humanos asuman el control de sus cuerpos conforme va espacializándose la vida de otro modo, desde su diferencia cultural y otras formas de organización social, que le resta poder al Estado.
Estas luchas que se efectúan en puntos dispersos son recortes territoriales conectados subterráneamente. La dispersión del fenómeno hace referencia a la amplitud y no al tamaño de la escala. Lo que se propone es comprender más la amplitud que el tamaño del fenómeno de la escala de la resistencia. La escala no existe materialmente, pero son las actuaciones de los sujetos que la construyen. De igual forma, no se pretende establecer un recorte espacial. Al contrario, la escala de la resistencia emerge en esos recortes definidos porque es una forma de conferir visibilidad al fe-nó-meno geopolítico de la resistencia.
La asamblea de Vecinos Autoconvocados del NO a la Mina de Esquel abrió, en 2003, la resistencia en otros espacios a modo de salto escalar, que fue ensamblándose y ensanchándose con otros significados, tácticas y acciones de lucha, incluyendo más actores e historias locales. Después de 2003, se sumarían a la escala de la resistencia otras experiencias siendo brotes de lucha en Argentina. Por ejemplo, la Asamblea de Vecinos Autoconvocados la Pirita- Ing. Jacobacci (2004), en la provincia de Rió Negro; la Asamblea Popular por el Agua (2006), en la provincia de Mendoza; la Asamblea de Vecinos Autoconvocados de Loncopué (2007), en la provincia de Neuquén; la Asamblea de Vecinos Autoconvocados de Ciudad Evita (2008), en la provincia de Buenos Aires; la Asamblea de Vecinos Autoconvocados de Uspallata (2010), en la provincia de Mendoza y la Asamblea Socioambiental Santiago del Estero (2011) en la provincia de Santiago del Estero.4 En definitiva, la escalaridad de Esquel formó una geocultura de la resistencia (Preciado, 2008) en Argentina.
La escala de la resistencia contra el extractivismo sería el conjunto, aparentemente disperso, de la escala local donde se desarrollan las acciones y prácticas. Sin embargo, el carácter disperso de las luchas es unida por la intrincada red de localidades que defienden sus territorios. De allí, la multiescalaridad de la resistencia en diversos espacios dispersos. María Arias dice que “los efectos del 'No a la Mina' de Esquel ha sido que el poder de tal emergencia posibilitó la (re)construcción en recepción de series discontinuidades y resistencias dentro de la cartografía discursiva de la Argentina minera (Arias, 2010).
El conflicto de Esquel despertó a otras comunidades afectadas por minería […], el acontecimiento del No a la mina adquirió el estatuto material y simbólico de consigna colectiva de resistencia, que por su carácter expansivo, inclusivo y migratorio movilizó a otras comunidades […]. La experiencia Esquel se convirtió en un ‘faro’ para las comunidades que sucesivamente se sumaban al cuestionamiento de la puesta en marcha de este tipo de proyectos de explotación minera. La consigna de lucha de una localidad patagónica por su efecto multiplicador se nacionalizó; en este sentido, en la entrada de la actual ‘oficina del No a la mina’ en Esquel, leemos ‘No a la mina ni en Esquel ni en Argentina (Arias, 2010, p. 91)
Propongo que esa es la escala de la resistencia uniendo la fragmentación de los territorios político-administrativos del Estado, construyendo un eje significativo sobre la cordillera de los Andes.
Los Andes es el eje de los procesos de la resistencia, la escala donde se desarrolla un conjunto de levantamientos sociales contra los sujetos conquistadores que definieron este cordón de vida como canasta de recursos (Acosta, 2012).5 La defensa de la cadena montañosa más grande del mundo y la de mayor biodiversidad sobre el planeta, hace que ésta sea un espacio de resistencia por el territorio. No es gratuito que la defensa por la vida en los últimos 20 años haya tomado escalaridad en esta parte del mundo, por sus potencialidades ambientales y que la matriz civilizacional del buen vivir (Macas, 2014) esté arraigada en este territorio sentido expandiéndose hacia el resto del continente.6
Si algo le debemos a la resistencia contra-extractiva de Esquel es su capacidad de romper con las estructuras de poder institucional-extractivo de demarcar territorios vaciables (Svampa, 2011) sobre el mundo andino-patagónico y por abrir la discusión regional de la importancia del cuidado de los territorios, no solamente como referente de identidad sino de legítima defensa de existencia. Las áreas libres de extractivismo son posibles en esta escala siempre y cuando existan procesos de resistencia multiescalar, capaces de materializar el buen vivir como proceso de descolonización del poder (Quijano, 2011). Esto implica la apropiación simbólica, política y física del territorio. Es una forma de habitar en permanente tensión epistémica y política. En otras palabras, hacer que la montaña se mantenga en pie gracias a su gente es un acto de desobediencia política pero también epistémica, actuación que sólo vendrá de los grupos humanos que se resisten a la asimilación o a la aniquilación de toda la diversidad de la vida.
Consideraciones finales
Comprender la escala de la resistencia contra-extractiva no como fija y establecida, sino en permanente transformación, dinámica, abierta y como construcción social es un interesante raciocino con el cual podemos observar cómo se están desarrollando los procesos de lucha por la defensa del mundo-otro.
No es fácil esta comprensión ni mucho menos de digerirla, dado que damos por sentado que las escalas están dadas como un a priori. Proponemos que ésta sea comprendida desde un conjunto de prácticas y actuaciones que resultan de las relaciones de poder creadas en la lucha por el espacio de la vida.
Observamos dos modelos, uno rígido y tóxico a través del capital y del Estado cuyas escalas son jerárquicas-extractivas y, el otro, que engloba las prácticas de resistencia con sus agendas de lucha por la dignidad, el agua, el territorio, la vida y la diversidad de mundos. Sin embargo, no porque las actuaciones de los grupos en resistencia construyan escalas diferentes, no quiere decir que no se establezca relaciones con el Estado. Eso depende de la estrategia y de las agendas de lucha que se establezca en cada territorio que en efecto es dinámico en tanto proceso político.
En ese sentido, la relación entre territorio y escala, desde la resistencia, nos lleva a pensar la geopolítica de otro modo de la resistencia derivada de las contra-representaciones del espacio que comienza desde el cuerpo, de la defensa de la existencia, luego se forman territorios de resistencia y posteriormente se expande para liberar los espacios de los extractivismos existentes.
Las construcciones de escalas por parte de la resistencia se ensamblan en la red multiescalar, descolonial y política para eliminar de los territorios las lógicas desarrollistas de concebir la vida como resultado de la transformación de las relaciones de poder, a partir de la coproducción de espacios donde la comunidad y la naturaleza caminan juntas.
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Notas