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Universidad y globalización en Colombia: entre el conflicto y la incertidumbre de la paz
University and globalization in Colombia: between the conflict and uncertainty of peace
Universidade e globalização na Colômbia: entre a conflitos e incertezas sobre a paz
Laplage em Revista, vol. 3, núm. 1, pp. 137-147, 2017
Universidade Federal de São Carlos

Demanda Contínua

Atribuição não comercial internacional. Direitos de compartilhar igual e dar crédito aos autores e periódico.

Recepción: 10 Enero 2017

Aprobación: 10 Marzo 2017

DOI: https://doi.org/10.24115/S2446-6220201731226p.137-147

Resumen: La universidad colombiana se ha tornado un espacio estudiantil revolucionario de formación ideológica con el objetivo de transformar una sociedad considerada injusta por diversas tendencias de izquierda. Algunas tendencias estudiantiles de la izquierda más radical han considerado viable la lucha armada para alcanzar la utopía revolucionaria. Es necesario abrir un espacio de reflexión para reconocer que la universidad también ha sido parte del largo conflicto en Colombia, y que actualmente se encuentra en la incertidumbre del punto final de la confrontación violenta o la continuidad. El proceso de paz en Colombia ha sido mediatizado ampliamente por las repercusiones que tiene en conceptos tales como la globalización, la justicia, el Estado, la economía y la sociedad. Sus repercusiones, inclusive, se visualizan en distintos lugares del planeta y en especial en América Latina; esto significa hacer del mundo un lugar en paz.

Palabras clave: Acuerdos de paz, Conflicto, Globalización, Movimiento estudiantil, Posconflicto, Universidad colombiana.

Abstract: The Colombian university has become revolutionary student enclave of ideological training with the aim of transforming a society considered by different left tendencies very unfair and very uneven. And in this longing for transformation, some more radical left trends student have considered viable the armed struggle to achieve the revolutionary utopia. It is necessary to open a space of reflection to recognize that the university has also been part of the long conflict in Colombia, and that currently is in the uncertainty of the end point of the violent confrontation or the continuity. The peace process in Colombia has been largely mediated by the impact that it has on concepts such as globalization, justice, state, economy and society. The impact of even being noticed in different parts of the world and especially in Latin America for what it means making the world a peaceful place.

Keywords: Peace agreements, Conflict, Globalization, Student movement, Postconflict, Colombian university.

Resumo: A universidade colombiana tem se tornado espaço estudantil revolucionário de treinamento ideológico com o objetivo de transformar uma sociedade considerada injusta por diferentes tendências de esquerda. E neste anseio de transformação, algumas tendências radicais estudantis mais à esquerda têm considerado a luta armada viável para alcançar a utopia revolucionária. É necessário abrir uma porta de reflexão para reconhecer que a universidade também tem sido parte deste longo conflito na Colômbia hoje está na incerteza do ponto final de confrontação violenta ou continuidade. O processo de paz na Colômbia tem sido largamente mediada pelo impacto que isso tem sobre conceitos como a globalização, a justiça, estado, economia e sociedade. O impacto de ainda ser notado em diferentes partes do mundo e especialmente na América Latina para o que significa tornar o mundo um lugar de paz.

Palavras-chave: Acordos de paz, Conflito, Globalização, Movimento estudantil, Pós-conflito, Universidade colombiana.

Introducción

El conflicto en Colombia incide en la historia de la segunda mitad del siglo XX y los diez y seis años que van del siglo XXI. La aparición de las guerrillas en Colombia en los años sesenta es paralela al afianzamiento de las protestas estudiantiles en el país y en el mundo. A partir del año de 1968 existe una comunicación estrecha al igual que unas similitudes entre algunas tendencias estudiantiles de izquierda y la ideología revolucionaria subversiva en torno a la construcción de una utopía antisistémica como única alternativa para transformar el Estado colombiano. La visibilidad de una memoria histórica del movimiento estudiantil universitario y su relación con la utopía revolucionaria por una sociedad más justa e igualitaria, es una tarea que está en mora de realizarse por los historiadores y científicos sociales. Más importante que escribir la historia de la relación universidad-utopía revolucionaria, es prioritario reconocer a la misma universidad como un espacio contracultural protagonista del conflicto en Colombia, pese a que ha sido invisibilizado o no se la ha dado la importancia que requiere.

La sociedad colombiana requiere con urgencia el soporte que le permita conducirse por el camino de la reconciliación, el perdón y la memoria como requisito para construir una sociedad del posconflicto. La reflexión disciplinaria de las ciencias sociales, en especial de la historia, se convierte en un punto de referencia fundamental para que la sociedad en su conjunto construya una memoria de reconciliación y, ante todo, reconozca diferencias y concordancia con la paz, la equidad y la justicia, para construir una sociedad acorde a las exigencias del siglo XXI en términos de bienestar social y construcción de verdad.

La universidad crisol de la globalización: izquierdas y rebeldía

El conflicto armado en Colombia procede de múltiples factores que deben ser analizados por los investigadores sociales en su responsabilidad académica y ciudadana para dar respuesta a sus causas y a las posibles salidas inteligentes y negociadas del mismo. El conflicto no es estático, de hecho atraviesa por distintas fases según los periodos históricos. Reconociendo esta dinámica es posible situar una interrelación en la cual violencia y conflicto son constantes trasversales en la construcción de la cotidianidad de la población colombiana. El reto aquí es mayúsculo, pues no se está solo frente a una respuesta armada y revolucionaria para transformar el Estado sino para comprender las sociabilidades de los sujetos. Los acercamientos académicos al conflicto han abordado temáticas como el problema agrario, las transiciones políticas y los efectos sociales de un conflicto desbordado por más de medio siglo, pero aún quedan temáticas complejas y decisivas por analizar que contribuirían a la construcción de un ejercicio de memoria histórica, a una reconstrucción de las relaciones entre los actores sociales y a una reparación de las víctimas.

Entre los espacios aún sin abordar se encuentra el papel de la universidad, no como un claustro académico jerarquizado de saberes, disciplinas y profesiones donde se brindan programas académicos como apuestas a las demandas sociales, sino como el espacio propicio para la interrelación y la construcción temprana del ciudadano en su etapa más propositiva, conflictiva y soñadora. La universidad también es un espacio que permite la confluencia no solo de conocimientos sino de ideologías y aspiraciones, algunas vanguardistas y otras más conservadoras. La violencia y el conflicto son constantes trasversales que también se alojan en la universidad. En ella aflora un diálogo continuo de los problemas nacionales, las injusticias y la crítica al sistema. La exposición abierta de nuevos horizontes interpretativos también conducen a que los jóvenes busquen entre ellos mismos una explicación y, en lo posible, una solución de los problemas nacionales. Desde luego, todas las soluciones están lejos de promoverse desde la universidad, pero lo importante es actuar y, por qué no, sentirse parte de una solución.

Desde los años sesenta inicia en el mundo toda una corriente contracultural o más bien antisistémica, las juventudes cansadas del rumbo nacional por la desigualdad económica y los arreglos políticos de la elite bipartidista buscan una alternativa, una utopía que prometa un cambio al alcance de todos. De la mano de un sincretismo globalizado, el año de 1968 define el inicio de una postura distinta que focaliza y ubica a la juventud como fuerza de opinión, y es en las universidades donde se concentra esta visibilidad y una mutación del espacio social. Se reconoce entonces la universidad como un espacio contracultural, un espacio donde es normal pensar antisistémicamente en la construcción de una utopía a partir de las ruinas de un sistema que codifica y ve a las personas como un número más, como una herramienta de capitalización sobre la cual ejercer poder.

Esta postura indomable, soñadora y conflictiva encaja perfectamente con una juventud amante de nuevos consumos y contraria al oficialismo. Las universidades de los años sesenta y setenta son los bastiones ideológicos de las tendencias antisistémicas. Las protestas estudiantiles muestran el rechazo a políticas tanto educativas como sociales. Los enfrentamientos durante las protestas contra la fuerza pública moldean el imaginario revolucionario de las universidades. Es el inicio de una lucha de largo aliento que necesita de la juventud prometedora. Los jóvenes son quienes más hablan, los que mejor se expresan y producen emociones en el público, son quienes dictan el camino de la revolución con la universidad como un espacio contestatario y proactivo. A este impulso se le suman éxitos estudiantiles como el cogobierno universitario y la conmemoración del día del estudiante caído que reafirma una predisposición legendaria con el revolucionario que va a ir muy de la mano con los grupos guerrilleros. Además, es en este periodo que hay un flujo de jóvenes a las filas insurgentes, no solo para alimentar ideológicamente los grupos armados sino para luchar contra la represión gubernamental con su máxima expresión en el Estatuto de Seguridad que impide protestar de manera propositiva en las ciudades y ciudadelas universitarias.

La euforia de Mayo del 68, las lecturas comunistas que ingresaban al país en la época y la necesidad de transformar la sociedad llevaron a que algunos estudiantes ingresaran a las filas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) o que a través de su aporte ideológico ayudaran a constituir el Ejército de Liberación Nacional (ELN). El ELN con dos facetas, una campesina y otra universitaria. Esta última tuvo un gran impacto en las universidades colombianas de los años sesenta y setenta. Se conformaron núcleos de estudiantes que se planteaban con seriedad, la búsqueda de alternativas políticas nuevas para llevar su acción política más allá de la protesta universitaria. Los integrantes principales del ELN en sus años iniciales fueron Víctor Medina Morón, Heriberto Espitia, Heliodoro Ochoa, Libardo Mora Toro, Juan de Dios Aguilera, Fabio Vásquez Castaño, Jaime Arenas Reyes, Nicolás Rodríguez Bautista, Manuel Vásquez Castaño, Luis José Solano, Domingo Leal, Hernán Moreno y Jacinto Bermúdez; algunos de los cuales habían dejado sus estudios en el Colegio de Santander y la Universidad Industrial de Santander (UIS) para empezar a militar en las filas guerrilleras.

Las especiales condiciones revolucionarias del estudiantado de la UIS, las nuevas corrientes filosóficas y el ideal de muchos jóvenes llevarían a la consiguiente etapa del movimiento estudiantil marcado por las luchas de índole social y popular entre 1975 y 1990. Los conflictos de los años setenta provocados por el movimiento estudiantil en su solicitud de cogobierno y autonomía universitaria serían reemplazados en los años ochenta por peticiones en la mejora de hospitales y por condiciones laborales dignas, entre otras.

La protesta universitaria y utópica del grueso del estudiantado de los años sesenta y setenta ya no muestra afinidades ideológicas con la lucha armada de las guerrillas. A esto se suma el temor a la represión por bandas criminales al servicio de poderosos músculos económicos. Carros bomba, secuestros exprés, sicariato, grupos paramilitares son solo algunos de los factores que las juventudes deben tener en cuenta si deciden protestar. Los años ochenta son marcados no solo por el inicio de la represión, sino por el temor y la zozobra.

En la década de los noventa el país no puede estar sumergido en una crisis más aguda, las tendencias neoliberales aparecen como una medida desesperada frente a una crisis económica sostenida. El narcotráfico y las guerrillas amenazan con borrar la autoridad del Estado. Si hay por hacer algo, debe ser desde la unidad fundamental de la ciudadanía, desde sus derechos constitucionales. De nuevo aquí las juventudes tienen la iniciativa; acciones colectivas como Séptima Papeleta visibilizan la voluntad popular que ha tratado de ser enmudecida por el miedo y la represión. La Séptima Papeleta propicia la reforma constituyente que en el año de 1991 establecería una nueva Constitución Política, en un país que necesitaba un cambio, de mostrar una nueva cara al mundo pero también la relación institucional con la ciudadanía.

El fracaso del proceso de paz de Tlaxcala en el año de 1992 que reunió a las guerrillas de las Farc, el ELN y el Ejército Popular de Liberación (EPL) deriva en una guerra con atentados a oleoductos y cambios sustanciales en el accionar de los grupos guerrilleros. Pasarían seis años que quedarían en la memoria de todos los colombianos con imágenes desgarradoras de tomas guerrilleras y atentados, hasta que en el año de 1998 el entonces candidato presidencial Andrés Pastrana en acuerdo con el presidente de Estados Unidos Bill Clinton plantea un “Plan Marshall” para Colombia donde se busca combatir el narcotráfico como fuente de ingreso de los grupos guerrilleros. El proceso de paz sería un intento fallido para terminar con el conflicto armado colombiano. En este proceso participaron el gobierno en cabeza del presidente Andrés Pastrana Arango y las Farc, dicho proceso se llevaría a cabo entre los años de 1998 y 2002. A pesar del acompañamiento de varios países y de varias organizaciones no gubernamentales, y de la desmilitarización de la región de El Caguán sin un cese al fuego total, no se concretaron acciones efectivas para lograr el objetivo de pacificación pues la zona de distensión pasaría al control absoluto de las Farc, además de continuar con la violación de varios de los acuerdos pactados y seguir con su estrategia de secuestros, extorsiones, asesinatos, reclutamiento de menores de edad, robos y delitos relacionados con el narcotráfico. Los continuos tropiezos en los diálogos, el asesinato de tres indigenistas norteamericanos, el asesinato del congresista Diego Turbay Cote, el asesinato de la exministra de Cultura, Consuelo Araujo, el secuestro de un avión y finalmente, el secuestro del senador Jorge Eduardo Gechem, hicieron que el gobierno Pastrana Arango pusiera fin a los diálogos de paz retirándole el estatus político a las Farc.

Posterior al gobierno de Andrés Pastrana llegarían los dos periodos presidenciales consecutivos de Álvaro Uribe Vélez, caracterizados por una férrea persecución a los grupos armados sin posibilidades de acercamientos a la paz. Las muertes en combate de los máximos jefes de la Farc, Raúl Reyes y el Mono Jojoy, aunado a la extradición de Simón Trinidad permitieron al gobierno de Uribe Vélez demostrar su poderío militar. A esto se unía la muerte de Tirofijo, fundador de la guerrilla más antigua del mundo, lo cual dejaba en evidencia una renovación ideológica al interior del grupo insurgente, así como el ascenso de una nueva cúpula integrada por Pablo Catatumbo, Iván Márquez, Timochenko, Pastor Alape, Rodrigo Granda y Jesús Santrich.

Los anteriores nombres se hacen conocidos mediáticamente y hoy son los que han logrado consolidar un acuerdo de paz con el gobierno del presidente Juan Manuel Santos Calderón después de 52 años de conflicto que han dejado una larga estela de dolor y muerte en el país. De la nueva cúpula de las Farc, Luciano Marín Arango (Iván Márquez) es abogado, Rodrigo Londoño (Timochenko) es médico cardiólogo de la Universidad Patricio Lumumba de Moscú y Seusis Pausivas Hernández (Jesús Santrich) tiene un posgrado en Historia y una especialización en Ciencias Sociales de la Universidad del Atlántico. Si bien el Secretariado Mayor de las Farc ha estado conformado por hombres, también es importante destacar que en esta nueva etapa ha contado con la presencia de mujeres extranjeras como la neerlandesa Tanja Nijmeijer quien estudió Filología Hispánica en la Universidad de Groninga (Holanda) y Natalie Mistral, francesa y asistente social. Es decir, de una organización guerrillera conformada por miembros de extracción campesina como Tirofijo, el Mono Jojoy y Raúl Reyes se pasa a una comandancia “académica” pues casi todos los miembros del Secretariado Mayor poseen estudios superiores.

En este rápido recorrido se puede dilucidar una transición de los grupos armados guerrilleros. Su origen fue consustancial a la construcción de una utopía antisistémica que bebía de ideologías socialistas en su mayoría. Pero hay un momento en que pierden sintonía. Mientras el movimiento estudiantil se debilita, la guerrilla muta a una guerra a partir de negocios ilegales como el narcotráfico. Y en medio de esta dinámica, las cosas son más complicadas que una simple separación ideológica, hay un horizonte de temor, de evolución en las acciones colectivas y de estrategias de guerra frente a la evolución también del Estado.

Universidad en diálogo para el posacuerdo en una sociedad global

La universidad ha sido un espacio olvidado por las políticas y por los diálogos de paz, pese a que ella responde a los cambios de la sociedad colombiana e influye en la construcción de pensamiento y es conciencia crítica de lo que no está bien o podría ser mejor. Y en medio de esta construcción hay víctimas, jóvenes estudiantes caídos en medio de protestas y de movilizaciones, olvidados entre el miedo y el temor de ser reconocidos, y otros que con su vida contribuyeron a lo que era su máximo objetivo, por el que dieron su vida y hasta la última gota de valentía de su ser: la transformación social para alcanzar un país equitativo y justo.

La responsabilidad social se basa en una perspectiva de derechos; es decir, traspasar la frontera de la buena voluntad para sumergirse en un proceso de cambio social, de búsqueda de la justicia y de la equidad, para así cumplir con el mejoramiento de las condiciones de vida del gran núcleo social excluido de las oportunidades de bienestar. Las universidades deben promover y favorecer el cumplimiento de derechos y la construcción de una nación más incluyente.

Por tanto, la sociedad colombiana requiere con urgencia el soporte amplio y suficiente que le permita conducirse por el camino de la reconciliación, el perdón y la memoria como requisito para construir la sociedad del posconflicto. En este propósito, las teorías y metodologías de las ciencias sociales se convierten en un punto de referencia fundamental para que la sociedad en su conjunto se erija desde la acción restaurativa de la memoria y, ante todo, reconozcamos que todos los colombianos podemos ser actores humanos labrados en concordancia con la paz para cimentar una sociedad acorde a las exigencias del siglo XXI en términos de bienestar social y construcción de la verdad. Un nuevo marco de consensos debe replantear la visión de la historia en su conjunto en aras de brindar mayor estabilidad a una sociedad que elabora un crecimiento equitativo y una nueva ética de la responsabilidad social acorde a lineamientos internacionales de sustentabilidad global.

John Darby (2001) define el término proceso de paz como un concepto extenso y complejo que da cuenta de tres instancias: a) La pre-negociación; b) La negociación y posnegociación; c) La implementación de los acuerdos. Este proceso debe incorporar todos los actores clave y debe existir un profundo compromiso a largo plazo de todas las partes para negociar de buena fe. No puede hablarse de un proceso de paz sino existe un abordaje sustancial de los temas centrales que le atañen al conjunto de actores involucrados. Desde este punto de vista, los acuerdos de paz en tanto instrumentos, sean definitivos o transitorios, deben ser debatidos por el conjunto de toda la sociedad, y la universidad debe tener una primordial participación como un espacio para la reflexión académica que conlleve a una verdadera transformación de la comunidad a partir del debate consciente y respetuoso de las diversas posiciones ideológicas.

Por su parte, Vicenc Fisas define al proceso de paz como “un esfuerzo para lograr un acuerdo que ponga fin a la violencia, así como para implementarlo, mediante negociaciones que pueden requerir la mediación de terceros” (FISAS, 2010, p. 5). La presencia de actores externos al conflicto es válida si actúan como mediadores del mismo. La universidad desde su esencia y conciencia crítica de la sociedad reivindica una cultura de paz y vida a partir de la autonomía, a la vez que se muestra como el espacio donde se pueden manifestar libremente las expresiones políticas e ideológicas mediante el sano debate, lejos de la violencia y de la mano de una verdadera democracia. La universidad como ente académico serio y comprometido con el futuro del país, debe unirse al esfuerzo colectivo del conjunto de los actores para desarrollar acuerdos y planes que posibiliten la pacificación social y que potencien el desarrollo integral de la sociedad.

Eric Saumeth Cadavid (2012) enfatiza que la paz no debe ser pensada exclusivamente en términos de fin del conflicto, sino como el comienzo de un camino largo en el cual se priorice la justicia social y el desarrollo. Esta noción de paz deja de ser un fin en sí mismo para pasar a ser un medio que promueva el bienestar de una sociedad. De esta forma, la acción de los actores involucrados en el proceso de posconflicto implica el compromiso social, la intencionalidad de reconciliación de posturas antagónicas, la revisión histórica crítica y las decisiones políticas que respeten la voluntad popular. Nuevamente tendría cabida la universidad como centro de formación de proyectos investigativos que conlleven al desarrollo de los aspectos económicos y sociales necesarios para una verdadera transformación de la sociedad y no adoptando un papel pasivo ante la firma de un acuerdo de paz.

Las conceptualizaciones aquí expuestas permiten pensar que el proceso de paz, si bien comienza con las primeras aproximaciones entre las partes involucradas previo a la incorporación en la agenda de gobierno, no culmina con los acuerdos, sino que es un proceso mucho más complejo y menos visible que los pactos firmados:

La firma de un cese de hostilidades y la posterior firma de un acuerdo de paz no es más que el inicio del verdadero proceso de paz, vinculado a una etapa denominada “rehabilitación posbélica”, siempre difícil, pero que es donde verdaderamente se tomarán las decisiones y se realizarán las políticas que, si tienen éxito, lograrán la superación de las otras violencias (estructurales y culturales) que luego permitirán hablar con propiedad del logro de la paz (FISAS, 2008, p. 11).

Quizá el anterior párrafo resume lo sucedido en Colombia en los últimos meses. La firma oficial de los acuerdos de paz el 26 de septiembre en Cartagena hizo pensar a la mayoría de colombianos, que el proceso de paz había culminado después de cuatro largos años de diálogos, y coloquialmente se pensó que al día siguiente el país entraría mágicamente en una etapa de tranquilidad y armonía. Es probable que este mismo pensamiento hubiese cruzado por la mente del presidente Juan Manuel Santos y en un acto de confianza le llevara a creer que si no todos los colombianos al menos una gran mayoría, sí apoyaría el acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera. No obstante, a tan solo seis días de haber firmado los acuerdos de paz, la sociedad colombiana con un no expresado con el 50,21% (6.431.376 votos) aparentemente cierra la puerta a cualquier “rehabilitación posbélica” como la afirmado por Vicenc Fisas.

El País de España no pudo expresar de una mejor forma la incertidumbre que se veía venir para la nación: “Colombia optó por dar un salto al vacío”. Este fue el titular que engalanó su portada a las pocas horas de concluido el plebiscito (REVISTA SEMANA, 03/10/2016). A este titular de prensa se une la pregunta de todos los colombianos, los del sí y los de no, por estos días: ¿y ahora, qué?

Si el proceso de posconflicto implica el compromiso social, la intencionalidad de reconciliación de posturas antagónicas, la revisión histórica crítica y las decisiones políticas que respeten la voluntad popular, como argumenta Eric Saumeth Cadavid, los cuatro requisitos han quedado plasmados en los ires y venires de la sociedad colombiana después del Plebiscito del 2 de octubre. Durante la semana siguiente al Plebiscito se ha visto el compromiso social representado en marchas convocadas especialmente por estudiantes universitarios que evocan algo similar a lo sucedido la noche del 7 de febrero de 1948 cuando el caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán formuló su oración por la paz luego de una marcha del silencio. En el año 2016 no “se ven banderas negras que se agitan”. Las camisetas y distintivos de color blanco predominan en las plazoletas y parques donde se han reunido los jóvenes universitarios para levantar su voz de protesta. Si bien son dos épocas distintas, se podrían retomar las palabras de Gaitán y tendrían el mismo eco en el año 2016:

Bajo el peso de una honda emoción me dirijo a vuestra Excelencia, interpretando el querer y la voluntad de esta inmensa multitud que esconde su ardiente corazón, lacerado por tanta injusticia, bajo un silencio clamoroso, para pedir que haya paz y piedad para la patria…Durante las grandes tempestades la fuerza subterránea es mucho más poderosa, y esta tiene el poder de imponer la paz cuando quienes están obligados a imponerla no la imponen (REVISTA ARCADIA, 2016).

Es el mismo clamor de hace 68 años: que haya paz para la patria. Esto conlleva al segundo requisito que argumenta Cadavid: la intencionalidad de reconciliación de posturas antagónicas.

Una vez realizado el Plebiscito y conocidos sus resultados, tanto uribistas promotores del no como santistas promotores del sí han descubierto que la Paz tiene un apellido: Colombia. Luego del encuentro realizado entre el presidente Juan Manuel Santos Calderón y el expresidente Álvaro Uribe Vélez, ambos han mostrado su intención de no querer poner sus apellidos a la Paz y desde orillas diferentes, que antes parecían irreconciliables, han empezado a conciliar algunos de sus argumentos con el fin de sacar al país de la incertidumbre en que ha caído tras unas elecciones, cuyo resultado aún asombra a la comunidad internacional. Esta decisión política que respeta la voluntad popular es otro de los requisitos argumentados por Cadavid. A la sociedad colombiana se le ha llamado a la mesura y a la concordia después de una campaña política tergiversada por falacias que permitieran obtener la mayoría de votos. Sin embargo, todos los partidos políticos -tanto los que apoyan el sí y el no- han respetado la voluntad popular aunque no logren comprender, al igual que la comunidad internacional, lo sucedido el pasado 2 de octubre.

El único requisito de los expuestos por Cadavid y que falta por analizar es la revisión histórica crítica. Con el Plebiscito del pasado 2 de octubre quedó evidenciado que coexisten tres grandes países, según este análisis de Julián de Zubiría:

Uno indiferente ante la suerte que corran sus conciudadanos. A ellos pareciera darles lo mismo que continuemos enfrentados a bala o que terminemos la guerra en un mes o después de cien años de soledad y muerte. Es el país de los abstencionistas. Según los primeros estimativos, estamos hablando del 63% de la población. Un segundo país está anclado en el pasado. No quiere justicia, sino venganza. No quiere reparación, sino cárcel. No quiere comprensión, sino que destila odio. Es claramente la población a la cual el uribismo le dirigió su mensaje; y por ello, fue presa fácil de un discurso muy sencillo y repetitivo, lleno de falacias, mentiras y de verdades a medias, que tenía como propósito incitar el odio, la ira y la venganza, los combustibles principales en todas las confrontaciones. Un tercer país es el que está emergiendo, aunque todavía está por inventarse, pero ya ha alcanzado la mitad de los votantes. Se alimenta de esperanza, perdón, reconciliación y paz. Es un grupo con mayor nivel educativo y lectura crítica. Es una población que estuvo silenciada durante los dos primeros gobiernos de Uribe a punta de chuzadas a sus teléfonos y amedrentamiento; comenzó a florecer, especialmente en las artes, la intelectualidad y las letras y se ha expresado en distintos momentos bajo formas tan diferentes como la séptima papeleta, la ola verde o la mancha amarilla, entre otros (DE ZUBIRÍA, 2016).

Los tres países descritos por Julián de Zubiría son el resultado de la educación, buena o mala, que cada ciudadano ha recibido a lo largo de su vida. Si educar es formar mejores seres humanos, con criterio y capacidad para comunicarse, pensar y convivir con los otros, casi que en forma inmediata, se podría decir que el país ha perdido el tiempo y el dinero invertido en dicha labor. Un país que no es consciente de la importancia de la democracia y de sus diferentes mecanismos y deja su futuro al garete demuestra que algo está fallando en la educación que permite que las personas se preocupen más por un partido de fútbol que por las consecuencias positivas o negativas que provengan de un proceso de paz. De igual forma, un país que deja en evidencia su fanatismo casi ciego por sus líderes políticos y/o religiosos también muestra una falla educativa al no tener los fundamentos de análisis para formarse un criterio o un carácter ante las decisiones que como ciudadano deba tomar. Finalmente, es positivo que más de seis millones de colombianos hayan alcanzado “la mayoría de edad” en palabras de Emmanuel Kant y hayan demostrado que ante la guerra es mejor la paz, que ante la indiferencia es mejor la libertad para decidir y que ante el fanatismo vale más la tolerancia.

La tarea es ardua. Si la educación en Colombia no se transforma seguiremos en guerra, adoctrinados por quienes saben sacarle provecho a nuestra ignorancia y seguiremos en manos de aquellos a quienes les conviene que “todo siga igual”. Está en manos del gobierno establecer planes de educación que formen más conciencias y menos alineados, en los que se enseñe que el otro, aunque diferente desde su otredad, también es humano y merece respeto; planes de educación en los que se crea en la democracia como el poder del pueblo y no de unos pocos que elijan a sus representantes. Y también está en manos de los docentes quienes tendrán que recurrir al ingenio y la persuasión para conquistar las mentes de sus alumnos y hacerlos ciudadanos conscientes, pensantes y responsables ante el futuro de la nación.

La capacidad de implementar los acuerdos logrando el cese de la violencia es todo un desafío que empezaría desde la academia misma. Solo con un adecuado proceso educativo se podría lograr la armonía, la justicia social, el desarrollo humano y la prosperidad social, lo cual se traduce, ni más ni menos, que en paz social. Las instituciones de educación superior no pueden estar al margen del proceso de paz. Precisamente es la universidad el lugar donde tienen ebullición las ideas y donde el estudiantado ha puesto su conciencia crítica. De igual manera, no se puede desconocer la cuota de sangre puesta por el estudiantado, por los profesores y por los trabajadores de las diferentes universidades colombianas en esta búsqueda por la paz. A partir de una sociedad con una paz estable, duradera y consolidada, necesariamente deberán cambiar conceptos como los de Estado y justicia, y estos también repercutirán en términos económicos y sociales todo impactado por la cercanía provocada por la globalización pues un territorio en conflicto no permite avanzar en todos los aspectos, solo limita la realidad a los combates y los asesinatos como ha sucedido en Colombia durante los últimos 52 años.

La academia ha aportado conceptos como el de economía que se podría definir como “el estudio de la manera en que los hombres y las sociedades utilizan unos recursos productivos escasos para obtener distintos bienes y distribuirlos para su consumo presente o futuro entre las personas y grupos que componen la sociedad” (ZAPATA GIRALDO, 2015, p. 89), no obstante, la sociedad colombiana a pesar de tener el privilegio de contar con no pocos recursos productivos -baste recordar que Colombia cuenta con dos océanos casi inexplorados, variedad de climas y tierras fértiles-, muchos de estos recursos productivos no han podido ser explotados por encontrarse en zonas vedadas para el mismo Estado. Es el caso de áreas como Putumayo, Casanare, Arauca y Cauca, entre otras, zonas fértiles y aptas para la ganadería y los cultivos extensivos pero que durante muchos años han estado bajo el poder de las Farc quienes establecieron una economía basada en los cultivos ilícitos. De igual manera, el concepto de Estado también deberá ser re-establecido pues si bien Colombia es un Estado social de derecho, las continuas confrontaciones han hecho olvidar al gobierno su función social y a los ciudadanos, sus derechos que han sido arrebatados por los grupos insurgentes, por tanto, el país ha quedado sumido en la zozobra y en una incertidumbre en la que es difícil reconocerse como una democracia con principios de igualdad y libertad. Si como lo mencionaba Hobbes, el poder procura la seguridad del cuerpo político (VANEGAS, 2015, p. 64), el gobierno deberá establecer mecanismos que fortalezcan el Estado y cuyos nexos lleguen hasta los más lejanos confines del país. Obviamente, es una tarea difícil que deberá contar con el apoyo de todos los estamentos sociales del país y la universidad debe estar dispuesta y disponible a prestar su colaboración desde el debate académico, la formación crítica de los ciudadanos y como espacio donde tengan cabida distintas formas de pensamiento.

Consideraciones finales

Si bien ya se habla de un posconflicto y se han dado pasos importantes para la construcción de la paz, es necesario reconocer el papel del estudiantado universitario colombiano como activista o simpatizante político, militante de izquierda o víctima del conflicto. Si se trata de vincular a toda la ciudadanía dentro de los procesos de verdad y reparación, los estudiantes universitarios no deben ser dejados al margen porque han sido parte importante en el desarrollo del conflicto. De hecho, algunos estudiantes de forma un poco soñadora, han decidido cambiar los libros por los fusiles para ir tras la utopía antisistémica. De igual forma, si se desconocen las causas por las cuales han muerto universitarios, ¿cómo se puede pretender hacer una reparación total a las víctimas del conflicto?

La reconstrucción de la memoria de los hechos acaecidos del conflicto armado en Colombia, como muestra de respeto ante las diferencias ideológicas, como símbolo de reivindicación ante las familias de los estudiantes caídos y de la misma universidad, puede ser un primer paso para visibilizar una realidad que ha quedado oculta: la relación universidad-utopía revolucionaria va mucho más allá de las papas-bombas que estallan de vez en cuando en las ciudades universitarias colombianas.

La verdad y la reparación que requiere Colombia para alcanzar la paz deben ser confrontadas por las ciencias sociales para la reparación simbólica a las víctimas del conflicto armado, entre las cuales se encuentran algunos estudiantes universitarios. Las expresiones de la violencia han conducido al debilitamiento de la gobernabilidad y han movido la frontera de la ética en el país; por tanto, es necesario recuperar la memoria histórica para ejercer los derechos democráticos de una manera honesta y consciente. Son los conceptos de ciudadanía, honestidad, política y democracia, los ejes sobre los cuales se sostiene una nación.

Pero también es necesario reconocer que estamos en una sociedad en la que hay demasiadas personas convencidas de su verdad como lo señala el exrector de la Universidad Nacional, Moisés Wasserman. La gente no dialoga para llegar a acuerdos sobre lo básico porque lo fundamental es resguardar y defender esa verdad, aunque eso cueste la vida del otro. La falta de un diálogo racional y razonado y la consiguiente imposición de verdades únicas han llevado a que el país cambie los argumentos por las etiquetas y “la gente termina creyendo que en nombre de ciertas ideas superiores se puede hacer cualquier cosa” (REVISTA SEMANA, 14/05/2016).

La confrontación Uribe Vélez-Santos Calderón evidenciada en múltiples eventos y situaciones políticas se vio expuesta en su máxima dimensión el pasado 2 de octubre cuando quedaron al descubierto dos países existentes: uno que quiere la paz, que cree en las instituciones democráticas, que a través del diálogo ha abierto caminos para la concertación y la apertura de la nación a la paz. Este país ha sido orquestado por el presidente Juan Manuel Santos Calderón. El otro país que quedó en evidencia tiene dos vertientes: una vertiente que quiere la paz pero que no participa en las elecciones porque probablemente no cree en las instituciones democráticas y es una mayoría silenciosa que prefiere que otros decidan por ella como si el país no le importara. La otra vertiente tiene rasgos pseudoreligiosos autoritarios que no posibilitan un diálogo claro y diáfano sino que al contrario, tiene una única verdad que no se expresa con argumentos sino con la etiqueta uribista.

El diálogo entre los dos líderes ha desaparecido irónicamente cuando el país está inmerso en unos diálogos de paz con quienes durante más de 50 años dejaron escuchar su voz a través de las armas. Si bien las convicciones deben existir, se debe reconocer también que el otro no entiende no por ser indiferente sino porque es otro, es diferente pero no por esa otredad se debe cerrar el camino a un diálogo sincero desde las diversas posturas y puntos de vista. El profesor Wasserman lo resume en la función de un activista: “los activistas en Colombia son un ejemplo de cómo llevar a cabo un debate. Sea en temas de género, de discriminación racial o de inequidad, ellos discuten casi siempre con argumentos porque parten siempre de una actitud crítica” (REVISTA SEMANA, 14/05/2016). Y precisamente la universidad está llamada a ser un espacio de diálogo, de debate, de crítica respetuosa; en ese sentido, es valerosa la actitud de los estudiantes que han protagonizado marchas y plantones después del Plebiscito. Si bien su voz se levanta por el sí a la paz, demuestran también que han cambiado las bombas Molotov por la construcción de una universidad a partir de la interacción dialogal con personas de su misma generación y, obviamente, con sus profesores.

Los dardos de Uribe Vélez hacen recordar las épocas en que se agitaba el trapo rojo o azul y permiten evocar el rencor que se evidenciaba en la voz de Laureano Gómez, “ese odio que nacía de su garganta” como bien lo expresa Alfredo Molano, porque “Uribe y sus capitanes están dedicados en cuerpo y alma a hacer imposible la reconciliación que cada día está más cercana” (MOLANO BRAVO, 2016).

Precisamente son las etiquetas y los estereotipos los que han hecho que los colombianos olvidemos que la lucha revolucionaria antisistémica hizo que algunos jóvenes cambiaran los libros por las armas para ingresar a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia o al Ejército de Liberación Nacional. Quizás sea hora de cambiar las armas por nuevos argumentos para que el conocimiento nos haga libres.

Referências

CADAVID, E. S. Colombia, hacia el concepto de paz: reflexiones frente al diálogo. Brasil: Centro de Pesquisas Estratégicas Paulino Soares de Sousa-Universidade Federal de Juiz de Fora, 2012. 4 p.

DARBY, John. Los efectos de la violencia en los procesos de paz. Washington, D.C.: Instituto de la Paz, 2001.

.DE ZUBIRÍA, J. El triunfo del no y el fracaso de la educación colombiana. Revista Semana, 06/10/2016. Disponible en: <http://www.semana.com/educacion/articulo/implicaciones-del-no/497863>. Acceso: 6 Octubre 2016.

FISAS, V. Anuario de procesos de paz 2008. Barcelona: Escola de Cultura de Pau, 2008. 221 p.

FISAS, V. Introducción a los procesos de paz. Barcelona: Escola de Cultura de Pau, 2010. 23 p.

MOLANO BRAVO, A. Pesadilla climatizada. El Espectador, 05/03/2016. Disponible en: . Acceso: 3 Octubre 2016.

REVISTA ARCADIA. Oración por la paz de Jorge Eliécer Gaitán. Revista Arcadia, 06/10/2016. Disponible en: . Acceso: 6 Octubre 2016.

REVISTA SEMANA. Cambiamos los argumentos por las etiquetas: Moisés Wasserman. Revista Semana, 14/05/2016. Disponible en: <http://www.semana.com/nacion/articulo/moises-wasserman-critica-prepotencia-y-superioridad-moral-de-lideres/473514>. Acceso: 3 Octubre 2016..

REVISTA SEMANA. Colombia optó por dar un salto al vacío: El País. Revista Semana, 03/10/2016. Disponible en: <http://www.semana.com/nacion/articulo/plebiscito-por-la-paz-prensa-internacional-no-comprende-decision/496624>. Acceso: 5 Octubre 2016.

VANEGAS, I. La idea de justicia en la sociedad monárquica neogranadina. En: Procuraduría General de la Nación. Evolución histórica de los conceptos Estado, justicia, economía y globalización. Bogotá: Procuraduría General de la Nación, 2015. 241 p.

ZAPATA GIRALDO, J. G. Economía. En: Procuraduría General de la Nación. Evolución histórica de los conceptos Estado, justicia, economía y globalización. Bogotá: Procuraduría General de la Nación, 2015. 241 p.

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[Artículo corregido , vol1. 3, 137-147] http://www.laplageemrevista.ufscar.br/index.php/lpg/article/view/226/473



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