
Recepción: 03 Abril 2018
Aprobación: 28 Agosto 2018
Resumen:
La elección residencial es un fenómeno ampliamente estudiado desde los aportes de los estudios urbanos. Tanto la sociología como la economía han abordado este objeto de estudio enfocándose los motivos y las motivaciones que tienen los individuos para elegir una determinada vivienda y su localización en la ciudad.
Desde la teoría económica los científicos sociales han manifestado seis factores que las personas ponderan al elegir una localización residencial y las amenidades con las que cuenta la vivienda, desde la sociología la elección residencial han enfocado sus esfuerzos en el análisis de las trayectorias residenciales. Dado que los aportes de estas dos disciplinas han abordado a este objeto de estudio con enfoques que pudieran parecer divergentes, se hace necesario comprender que ambas visiones se complementan cuando se aborda a la elección residencial como una práctica de consumo en la cual se insertan el gusto y lo cultural como formas que se accionan en las decisiones.
El habitus, como corpus de la subjetividad es uno de los componentes esenciales para comprender el actuar de los individuos, un actuar que si se revisa a través de las practicas cotidianas como procesos donde se exterioriza lo que se internalizo de la cultura se comprende que las decisiones individuales no están alejadas de las construcciones que histórica, social y culturalmente han sido apropiadas y reproducidas por los seres humanos.
De ahí que en estas prácticas se pueda visualizar que la construcción social del género también ha permeado las formas del habitar humano. Lo que aprendemos a edades tempranas acerca de la exclusión comienza con las prácticas de desigualdad entre hombres y mujeres, aprendizajes que han influido nuestra relación con el espacio y con la vivienda. Así se puede observar que las relaciones de género tienden a espacializarse, que la ciudad capitalista también es producto de la conformación de un habitus patriarcal.
Palabras clave: Habitus, elección residencial, movilidad residencial intraurbana, género, vivienda.
Abstract:
Residential choice is a phenomenon that has been studied from the contributions of urban studies. Different subjects like sociology and economics have approached this object focusing on the motives and motivations that individuals have to choose a specific dwelling and its location in the city.
From the economic theory social scientists have manifested six factors that people take into account when they are looking for a new residential location: income, working place, family life cycle, neighborhood characteristics, house characteristics and accessibility. From sociology the residential choice had been studied from residential trajectories of its inhabitants. The contributions of these two disciplines have approached until now as divergent but it is necessary to understand that both visions complement each other when residential choice is analyzed as a consumption practice in which taste and cultural forms are implicit.
The habitus, as a corpus of subjectivity, is one of the elements to understand the individual actions, actions that if reviewed through daily practices as processes where we show what is internalized from the culture, we can understand that individual decisions are not far from the constructions that historically, socially and culturally have been appropriate and reproduced by human beings.
These practices can be show that the social construction of gender has also permeated the ways of human habitation. What we learn at a young age about exclusion begins with the practices of inequality between men and women, situations that have influenced our relationship with space and housing. Therefore it can be observed that gender relations tend to be spatialized, that the capitalist city is also the product of the conformation of a patriarchal habitus.
Keywords: Habitus, residential choice, intraurban residential mobility, gender, housing.
Introducción
El territorio donde se encuentra asentadas las ciudades, el conglomerado de asentamientos humanos en los que se concentra la población se conforma en más del cincuenta por ciento de su superficie por vivienda (Richardson, 1986). Al hablar de la vivienda como el objeto que estructura a las ciudades es necesario evaluar a la vivienda como uno de los elementos que estructura también la vida cotidiana de los individuos. Por ello cuando se alude a la vivienda como un fenómeno donde esta intrínseco una problemática de acceso y usufructo por parte de los menos favorecidos, de las personas con menores ingresos, se hace necesario mostrar que la vivienda es también un objeto primordial que permite estructurar, como se mencionó, las acciones, decisiones y las interrelaciones humanas.
El fenómeno de la vivienda ha sido ampliamente abordado y estudiado desde los aportes de los estudios urbanos, desde la problemática en la desigualdad en el acceso a dicho bien, así como los factores o componentes que son considerados por los individuos al elegir un inmueble. Así, cuando se habla de vivienda, y en específico de un fenómeno como la movilidad residencial intraurbana (MRI) es necesario mostrar que la MRI y elección residencial son fenómenos entrelazados y que ambos son multifactoriales.
Desde la teoría económica los científicos sociales, en un intento por generalizar los procesos de elección residencial han manifestado que existen por lo menos seis factores que las personas toman en cuenta al elegir una vivienda en un espacio determinado en la ciudad. Sin embargo, a partir la sociología la elección residencial ha sido analizada como un fenómeno donde se estudian las trayectorias residenciales y el cómo se inserta la construcción social acerca del habitar para cada uno de los campos sociales.
Este artículo tiene como finalidad mostrar los principales hallazgos empíricos leídos a través del marco teórico conceptual propuesto para este proyecto de investigación[1]; dentro del cual se tomó al habitus (Bourdieu, 1997) como el concepto rector que permitió observar que las prácticas, acciones y decisiones cotidianas que se gestan alrededor de la vivienda y de la familia han sido construidas y apropiadas desde la “socialización primaria” y reafirmadas durante la “socialización secundaria. (Berger y Luckmann, 2001).
El habitus que se reproduce tiene como origen de aprendizaje a la familia, esta institución cultural (Loaeza, 1982; Quilodrán, 2008; De Oliveira y García, 2012) ha sido la encargada de la transmisión de los conceptos, discursos y simbolismos mediante los cuales se ejercerá la vida cotidiana. De ahí que el objetivo central de esta investigación fuera analizar los factores que se toman en cuenta en la elección residencial, pero además analizar también hasta donde lo social y lo cultural ha influido al elegir una vivienda y un sector de la ciudad para residir.
Cuando se aborda a la vivienda como un fenómeno donde está presente procesos de desigualdad en su acceso y disfrute se considera que uno de los principales factores que influyen en su adquisición está relacionado con el ingreso, con la cantidad de recursos económicos disponibles. Sin embargo, los hallazgos encontrados en esta investigación llevan a mostrar que lo que se ha construido como las formas socialmente construidas de lo femenino y lo masculino ha influido sustancialmente en la toma de decisión, que la desigualdad y la diferenciación social son prácticas y aprendizajes que inician al interior de las familias entre hombres y mujeres, prácticas que muestran que la división sexual del trabajo se aprende y reproduce en primera instancia al interior de la familia.
Para dar cuenta de lo mencionado este artículo se divide en tres secciones. En la primera de ellas se plasma el cómo las formas de consumo de un bien como la vivienda son apuestas económicas cargadas de condicionamientos sociales establecidas a través de prácticas históricas. En la segunda sección se analizan los aportes teóricos que permiten unir lo social y lo económico como prácticas culturales que han permeado en la sociedad de manera que los individuos tomen decisiones que podrían legitimar “la libertad” en la elección del donde vivir, pero las cuales están fuertemente influidas y condicionadas por lo que histórica, cultural y socialmente se ha reproducido como la construcción social del habitar.
Así el apartado tercero tiene como objetivo mostrar los hallazgos empíricos[2] los cuales permitieron observar que las prácticas cotidianas, las decisiones con respecto al consumo de la vivienda y de la localización residencial son también prácticas culturales que remiten a la división sexual del trabajo; a la construcción y reproducción de un modelo de familia jerárquico (Rabell y Murillo, 2009) el cual se requiere para la reproducción no solo del patriarcado, sino también para la reproducción del statu quo.
Finalmente, las reflexiones finales de este trabajo de investigación llevaron a considerar la espacialización de las relaciones de género. Es decir, que la diferenciación en el acceso a la vivienda no sólo es producto de la cantidad de recursos económicos disponibles sino también producto de lo que social y culturalmente se ha construido como las formas del habitar, y que, por tanto, la diferenciación y desigualdad social que se observa en las ciudades puede ser visualizada y analizada en por lo menos tres escalas: en la ciudad, al interior de los municipios y al interior de las familias.
La casa y el habitus. Su relación para leer al objeto de estudio.
La discusión en torno al problema del acceso al suelo urbano y vivienda ha sido ampliamente abordada enfocándose principalmente en las limitaciones que viven los individuos por la diferenciación en el nivel de ingreso, por las condiciones estructurales económicas que detonan que las personas con menos recursos vean restringidas sus posibilidades y opciones. Sin embargo, el margen de posibilidades “de los menos favorecidos “se ve también restringido al observar las condiciones estructurales sociales.
Hablar de condiciones estructurales económicas y sociales es mencionar que el margen de posibilidades y limitaciones que permiten o no el acceso y disfrute a los bienes de consumo por un lado depende del nivel de ingreso, pero también, y como se detallará en los subsecuentes párrafos, “del gusto” de ese gusto que en términos de la propuesta teórica de Pierre Bourdieu (1979/2012) descansan las prácticas de consumo donde el estrato social o el campo social donde se nace influye de manera importante.
Para dar cuenta del cómo estas condiciones estructurales sociales impactan y reproducen la desigualdad es necesario comprender cómo un bien como la vivienda se ha convertido en un objeto con múltiples significados y simbolismos, los cuales van desde la formación de un patrimonio hasta la construcción de un hogar (Cassiogoli, 2011); de ahí que Bourdieu (2001) mencione que la elección de una vivienda sea una de las decisiones más difíciles en la vida de todo ser humano.
La elección de una vivienda y de su ubicación en un espacio geográfico determinado se partió de las aportaciones teóricas de la economía y la sociología principalmente. Desde la economía autores como Goodall (1972); Hanushek y Quigley (1978); Michelson (1977); Richardson (1986); O´Sullivan (1993); Paccione (2001) han estudiado la movilidad residencial intraurbana (MRI) como un fenómeno e indicador que permite explicar los factores que las familias pueden tomar en cuenta cuando optan por una nueva vivienda. Es decir, han elaborado investigaciones tratando de dilucidar el por qué las familias eligen residir en ciertas localizaciones con el fin de determinar si existen conductas o patrones que se repiten en las ciudades.
Estos autores concuerdan al señalar que existen dos tipos de movilidad: la voluntaria y la forzada. La primera de ellas sucede cuando un individuo opta por cambiar de residencia sin que un evento o circunstancia lo obligue; y la segunda suele ocurrir cuando el cambio de residencia ha sido determinado por factores que fueron ajenos a la familia. Esto es eventos que forzaron a la familia a cambiar de residencia como sería un desalojo, demoliciones u cualquier otro evento que determinara un movimiento o mudanza en contra de su voluntad.
Se sabe que existen eventos que detonan y forzan un cambio de residencia, sin embargo, comúnmente los movimientos se dan forma voluntaria. Según los aportes de los autores antes citados existen por lo menos seis factores que engloban de manera general los motivos y las motivaciones que accionan los individuos al elegir una vivienda (Clark y Moore, 1980; Pacione, 2001): ingreso, lugar de trabajo, ciclo de vida de las familias, atributos de la vivienda, atributos del barrio y accesibilidad. No obstante, argumentan que existe una mayor probabilidad de una mudanza o cambio de residencia cuando aumenta el ingreso (Sobrino, 2007).
Si bien estos seis factores de alguna manera generalizan los factores que se pueden tomar en la elección residencial, se sabe que el axioma desde el que parte la propuesta teórica suele visualizar a los individuos en igualdad de circunstancias. Con el fin de más o menos estandarizar y estabilizar la información que se recaba, desde la teoría económica, se considera que los individuos conocen ampliamente el mercado (en este caso el mercado inmobiliario) y que además pueden acceder en igualdad de circunstancias a todos los bienes.
La desigualdad en el acceso a la vivienda es un tema ampliamente discutido en la sociología y desde el cual se han aportado múltiples hallazgos sobre el mismo. De ahí que autores como Di Virgilio (2011) enfatizaran que la elección residencial es un fenómeno influido por las condiciones estructurales económicas y las condiciones estructurales sociales las cuales crean un margen de posibilidades y limitaciones para que los individuos puedan tomar sus decisiones, decisiones que los científicos sociales pueden evaluar a través de las prácticas cotidianas. Desde los aportes de Pierre Bourdieu, la autora muestra como habitus y hábitat están fuertemente imbricados en los procesos de elección residencial.
El habitus (Bourdieu, 1979/2012) como concepto permite visibilizar a aquellas prácticas, discursos y conceptos cotidianos que se han aprehendido en la niñez, en el proceso socialización primaria (Berger y Luckmann, 2001) y que son reafirmados en el proceso de socialización secundaria. Así, en las interrelaciones humanas se incorpora y se aprende a reproducir las formas más o menos adecuadas de ejercer los recursos económicos, sociales, políticos, culturales, acciones y decisiones que no solo parten de su posesión sino también de lo que se ha construido social, cultural e históricamente como las formas aptas o no aptas del habitar, en este caso, en cada uno de los campos sociales.
Bourdieu (1979/2012) refiere al consumo como la acción mediante la cual se manifiesta “el gusto”, y “el gusto” es la vez una de las manifestaciones mediante las cuales se puede observar los condicionamientos sociales. Es decir, a partir de nuestras prácticas de consumo es que se podría más o menos dilucidar nuestra posición en la esfera social, y, por tanto, la incorporación y apropiación que hemos hecho del capital cultural, de “nuestra condición de clase”. El gusto, ese acto que se aprecia como individual e inocuo es a la vez un acto social y cultural, un acto que parte de significados, simbolismos y motivaciones más o menos comunes dentro del grupo social con el que se interactúa.
Así nuestras prácticas de consumo son apuestas donde se ejerce el gusto, ese gusto cargado de prácticas simbólicas culturales que se comparten entre sociedades y comunidades. En este caso se entendió por cultura a la “organización social de significados, interiorizados de modo relativamente estable por los sujetos en forma de esquemas o de representaciones compartidas, y objetivados en formas simbólicas, todo ello en contextos históricamente específicos y socialmente estructurados.” (Giménez, 2007: 49). al ser la vivienda un bien de consumo su elección uso y disfrute se encuentra ligado al gusto y a las prácticas que deberían o no realizarse con respecto a ella.
De ahí que la elección residencial, la elección de una casa sea también la elección de un lugar específico en la ciudad, una elección entre “lo posible, lo deseable y lo que se tendría” que consumir, así en términos simbólicos el espacio consumido y apropiado representaría la disponibilidad o no de los recursos con los que se cuenta.
El espacio como expresión del poder y la acumulación de recursos es la máxima representación de las “ganancias de localización, de posición o de rango y de ocupación. (Bourdieu, 1999: 197). Al ocupar una vivienda en determinado sector de la ciudad se podrían obtener ganancias de localización asociadas a la cercanía de escuelas, hospitales, centros culturales; ganancias de posición o de rango asociadas los valores simbólicos que se obtienen al vivir en lugares con un prestigio de distinción, lugares que se consideran con mejor reputación en referencia a otro espacio, y ganancias de ocupación relacionadas con el tamaño o volumen del espacio que se adquiere o disfruta.
En este punto reside la vinculación subjetiva entre hábitat y habitus al que refiere Bourdieu (1999), el espacio físico en el que se reside, la decisión de localizarse en cierto sector de la ciudad se convierte en una categoría subjetiva (Kanan, Lee, y Oropesa, 1994) que tiende a ser socialmente valorada en términos de “gusto o distinción”, categorías simbólicas que también impactan en los precios de la vivienda, en la oferta y la demanda de determinados barrios, modificando con ello el mercado inmobiliario.
Elegir una casa es también la elección de una ubicación en la ciudad y la elección de las relaciones sociales que se pretende establecer; por tanto, la elección residencial podría ser la elección de la reproducción o no del habitus. Para los científicos sociales, analizar y comprender los movimientos, las elecciones que toman los individuos con respecto a la vivienda, es uno de los materiales mediante los cuales podemos leer las formas en cómo los individuos se adaptan a los condicionamientos estructurales económicos y sociales (Lomnitz y Pérez-Lizaur, 1986). En este caso estudiar la elección residencial fue analizar a la MRI como uno de los indicadores que permitió observar los deseos o las posibilidades de realizar o no una mudanza (Duhau, 2003).
Comprender que hábitat y habitus se entrelazan moldeando la subjetividad y que esto influye en el ejercicio de los recursos económicos fue comprender que las prácticas y decisiones alrededor de la vivienda también pueden estar ligadas a una “lógica de distinción”. De ahí que sea necesario mostrar que la reproducción o no del habitus depende en gran medida de lo que se aprende en la niñez y a través de la familia. La familia como grupo base de la sociedad, es el ente que transmite los valores necesarios para la reproducción de la desigualdad y diferenciación social. Por ello es necesario entablar un dialogo con la cultura, con los supuestos que se gestan alrededor de lo cotidiano y dan cabida a decisiones y prácticas que siguen reproduciendo la división social del espacio (Rubalcava y Schteingart, 2012).
La elección residencial como práctica cultural
Se ha señalado que la teoría económica enumera por lo menos seis factores que son tomados en cuenta en los procesos de elección residencial: ingreso, lugar de trabajo, ciclo de vida de las familias, características del barrio, características de la vivienda y accesibilidad. Pero también se mostraba que la vivienda al ser el contenedor de la familia (Zamorano, 2007) se convierte en un objeto que no sólo resguarda de la intemperie, sino que también ayuda a posicionar en la esfera social a los individuos que la habitan.
La vivienda como objeto queda lejos de sólo ser un contenedor, por un lado, porque representa un bien que forma parte del patrimonio y por otro, porque es también un espacio que localizado en un punto específico de la ciudad puede dotar de estatus a la familia que reside en él. Así, esta sección se destina a visualizar, analizar y comprender el cómo se han gestado y naturalizado conceptos y discursos alrededor de la casa, del hogar y la familia en un lenguaje común y cotidiano que ha permitido que los individuos interioricen prácticas y discursos externos (Giménez, 1987) para manifestarlos material y simbólicamente en la ciudad y la sociedad.
Pero ¿cómo es que se imbrica lo cultural y simbólico en las prácticas individuales? Para Heller (1998) estas prácticas están ligadas a un aprendizaje de un mundo social ya dado, así mediante la observación, el lenguaje y las prácticas cotidianas es que se aprenden “las reglas del juego”, las normas, procedimientos, discursos y conceptos acerca de todo cuanto se percibe, proceso que permite naturalizar las acciones y visualizarlas como “la única forma” de ejercer la vida cotidiana.
Una importante labor en la reproducción de la cultura, de estos símbolos y significados que permiten la interacción social, es aprehendida al seno de la familia, al seno de esa institución social que tiene entre otras funciones la instrucción y educación de los individuos. La familia, como estructura estructurante (Bourdieu, 1997) es “la institución” encargada de transmitir lo que significa el mundo social. Al hablar de la familia como una célula con una carga cultural importante, se alude a un modelo de familia nuclear conformada por papá, mamá e hijos. Diversas disciplinas han enfocado sus esfuerzos al indagar su función, sistema de relaciones e importancia en la esfera social. Las aportaciones realizadas al concepto de familia desde la sociología, la demografía, los estudios de género, la psicología entre otras disciplinas, han concordado que “a pesar de sus mutaciones no ha perdido hasta la fecha su calidad de célula social básica, de ámbito de la reproducción biológica y social, así como refugio para la expresión de los sentimientos” (Quilodrán, 2008: 8).
Hablar del ámbito familiar, de la familia como la institución social y cultural, es hablar también de prácticas más o menos comunes en las formas de interacción entre individuos. Dada su importancia es que desde los estudios de género se ha cuestionado la existencia y reproducción de un solo modelo de familia: el patriarcal heteronormativo; modelo que se encuentra constituido por relaciones interpersonales jerárquicas y desde el cual se ha analizado la división sexual del trabajo y, por ende, el ejercicio del poder. Para Heller (1998) este modelo de organización familiar es una práctica histórica producto de la institucionalización de un modelo de familia burguesa que pretendía trasladar los valores del capitalismo para su apropiación y reproducción.
Para México, Loaeza (1982) mostró la existencia de un “modelo de familia autoritario” construido e institucionalizado por el Estado desde los años 40 con el fin de crear unidad nacional, modelo que tuvo como objetivo cesar las revueltas sociales que en esos años se gestaban. Desde la antropología, Lomnitz y Pérez-Lisaur (1982, 1986, 1991) señalan también la existencia de un modelo de familia jerárquico compuesto por lo menos de tres generaciones: abuelos, padres y nietos. Este modelo de familia al cual denominan las autoras como “la gran familia” (1982: 593) es una “estructura cultural porque tiende a reproducirse y mantenerse al paso del tiempo y del espacio, y además está sobre barreras de clase, asimismo sobrepasa los límites regionales y nacionales”.
Al hablar de formas de interacción jerárquicas y verticales se alude a modelos de interacción que se fundamentan en los roles tradicionales de género. Así, el habitus podría estar conformado por conceptos y discursos donde lo privado es el ámbito asociado a lo femenino, a la educación de los hijos, las labores domésticas, las emociones, la creación de las relaciones en la comunidad (Varley, 2000; Izquierdo, 2004; Chambers, 2012; De Oliveira y García , 2012); mientras que lo exterior, lo público, sería el ámbito asociado a lo masculino y cuyas tareas se relacionan con el trabajo remunerado, la adquisición de bienes, el dinero, y todo aquello relacionado con el proveer.
Esta línea delgada que separa al objeto casa de sus expresiones simbólicas, esta disyuntiva entre lo público y lo privado descansaría en lo masculino y lo femenino; mientras lo femenino del objeto seria aquello relacionado con crear y sostener un sentido de hogar, lo masculino estaría asociado a la propiedad, a su posesión y exposición con el exterior. Así lo que se ha denominado la casa paterna es un fuerte referente a lo femenino por estar vinculado a lo afectivo, a lo emotivo, por ser el espectro donde existe la posibilidad de la construcción de relaciones socioafectivas, el espacio donde se ejerce el cuidado, la protección, la seguridad, todas ellas tareas relacionadas con lo que histórica, social y culturalmente se asocia a las mujeres.
Mostrar este entramado de asociaciones simbólicas es necesario para comprender la construcción del habitus. El material simbólico, en este caso, fue lo que permitió analizar las improntas en los individuos con el fin de mostrar las diferencias o similitudes entre la “consciencia práctica y la consciencia discursiva. (Giddens 1984, en Arribas; Boivin y Rosato, 2004). Por consiguiente, la asociación de la casa como hogar, seria en tanto, el contenedor de la familia cultural, el contenedor de un sistema de relaciones personales jerárquicas; o bien podría ser sólo un bien que satisfaga el habitar, espacios elegidos para elevar el bienestar y la calidad de vida de todos los integrantes, un objeto que ayude en la realización de los planes de vida.
Bajo el marco de una institución cultural cuyas tradiciones y costumbres forman parte del habitus, es que se observa a la familia como un conjunto de individuos con interacciones endogámicas (al interior de la familia) y exogámicas (hacia el exterior) cuyo peso y valor son conferidos de acuerdo con el rol de género que ha sido transmitido. Debido a que es común pensar que de un vínculo se obtengan relaciones personales (Soler y Conangla, 2006) es que se optó por analizar a la familia como un conjunto de personas con similitudes y diferencias, con puntos de vista en común, pero también con necesidades y gustos propios.
Sin perder de vista que el habitus es una estructura que en la mayoría de los casos es imperceptible o inconsciente para los individuos, se entiende que puede variar entre campo social, género, raza, pero también entre los integrantes de la familia. Es decir, lo social, lo cultural y lo económico no sólo es una relación entre el individuo y lo material que compone cada esfera, sino también, y quizá con mayor énfasis, una relación entre el individuo y los procesos simbólicos mediante los cuales se aprende a interpretar cada uno de estos factores.
Dicho de otra manera, el abordaje metodológico para este proyecto tuvo como concepto rector al habitus (Bourdieu, 1997), concepto que permitió observar a la elección residencial y a los individuos como entes dotados de capacidad de decisión, como entes que pueden elaborar procesos de reflexividad con el fin de tomar decisiones que se ajusten al estilo de vida que pretende llevar, aun cuando existan condicionamientos económicos que limiten su rango de posibilidades.
Debido a que no en todos los individuos se lleva a cabo un proceso de reflexividad y la deconstrucción de los conceptos de que han conformado su identidad (económico, social, cultural, geográfico, político, religioso) es que se optó por analizar a la MRI como un indicador que permitió establecer un primer acercamiento a las decisiones que toman los individuos con respecto a la elección residencial; reconociendo a la MRI como un fenómeno multifactorial y multidimensional donde las condiciones estructurales y las prácticas sociales están entrelazadas creando márgenes de limitaciones y facilidades en los posibles movimientos (ver figura 1), de ahí que se reconozca al movimiento y al no movimiento como decisiones, la decisión de mudarse o bien, la decisión de permanecer viviendo en la misma casa.

Así, a través de las prácticas cotidianas es que se pudo analizar y comprender cómo se entrelazaban lo económico, lo social y lo cultural en la elección residencial. Por tanto, se comprendió que lo económico, visualizado como la cantidad de recursos económicos disponibles es uno de los elementos que más inciden en la toma de decisión, pero se entiende que las prácticas de consumo se ejercen de manera diferenciada, prácticas que analizadas a través del habitus manifiestan una incorporación y apropiación del capital cultural que cada uno de los campos sociales contiene.
Dado que lo cultural cambia entre individuos, sociedades y latitudes geográficas es que Bourdieu propone el concepto de habitus el cual permite visualizar los factores comunes que podrían haber construido ese corpus. Sin embargo, se reconoce que la postura del autor suele presentar un sistema de relaciones jerárquicas donde los individuos situados en los campos sociales responderían a sus decisiones totalmente condicionados por una estructura social dominante que constriñe cada una de sus acciones.
El analizar al habitus como un corpus rígido e inflexible sería observar a los seres humanos como entes carentes de capacidad de decisión, de la posibilidad de observarse y reflexionar acerca de sus actos. El habitus, como concepto, permitió observar que, lo que el autor denominó capitales (social, cultural, económico, político, etc.) solo “se convierten” en capitales cuando el individuo reconoce que cuenta con alguno de ellos como recurso o herramienta para manifestar una mejoría en su calidad de vida.
Así, para que un individuo reconozca al capital económico (cantidad de recursos disponibles y las estrategias para maximizar sus beneficios), al capital social (las relaciones sociales vistas como un recurso que permite acceso a mercados de trabajo y vivienda) y al capital cultural (aquellos recursos dotados de hábitos, costumbres, aprendizajes que pueden ser utilizados para la reproducción social, económica, política, etc.), como recursos y herramientas que puede poner en práctica en la elección residencial, se requiere un proceso de reflexividad, la deconstrucción del habitus y la construcción de un nuevo conjunto de conceptos y discursos que lo conformen. Por tanto, un individuo que no realice este proceso de reflexividad podría tener mayores posibilidades de repetir, mediante sus prácticas, todos esos aprendizajes adquiridos en la familia de origen, reproduciendo el habitus que le fue conferido de acuerdo con el campo social en el que nació (ver figura 2).

Como se ha mencionado, se entiende que el habitus, como estructura mental que influye en la decisión, moldea la subjetividad; pero no como una estructura determinante, inmóvil, sino más bien una estructura que puede cambiar, que muta con el paso del tiempo y con la interacción social de los individuos. De ahí que se pueda encontrar individuos que aun cuando aprendieron algunos estilos de vida más o menos tradicionales y avalados social y culturalmente, opten por una elección residencial acorde a sus planes y objetivos de vida, individuos que valoren a la elección residencial como un punto esencial para lograr la materialización de sus metas.
Por ello el abordaje metodológico requirió observar intergeneracionalmente a las familias entrevistadas reconociendo los condicionamientos económicos a los que se enfrentaban, pero también observando los condicionamientos sociales existentes, todo ello con el fin de conocer y analizar sus prácticas de consumo con respecto a la vivienda y si estas prácticas cambiaban entre generaciones y como solían materializarse estos cambios. Por ello es por lo que se reconoció al habitus como el concepto rector, pero a las trayectorias residenciales de los integrantes de las familias como la categoría analítica que permitió dar cuenta de las diferencias y similitudes en las prácticas de consumo.
Analizar a la familia como un sistema de relaciones permitió observarla como un grupo donde se gesta la reproducción biológica y social, permitió entender que la familia más allá de ser un modelo o una institución cultural es un sistema de interrelaciones personales; un sistema de interrelaciones que comparten lazos de consanguinidad, pero donde el grado de intimidad, de reciprocidad y de confianza no se da de facto, en consecuencia, existirían por lo menos dos tipos de vínculos familiares: el jerárquico y el relacional (Rabell y Murillo, 2009).
Así, el análisis de la MRI vista a través de las decisiones de los individuos, llevó a afirmar que una vivienda se convierte en un elemento que permite estructurar la vida cotidiana de los integrantes de la familia y que influye en la realización de sus planes de vida. De igual manera se mostró que la elección residencial no es una decisión totalmente voluntaria o libre de condicionamientos, que el margen de movimiento que tiene cada uno de los individuos depende en gran medida de por lo menos dos factores: de la cantidad de recursos económicos disponibles, y quizá con mayor énfasis de las prácticas de consumo que se han apropiado a lo largo de su vida, prácticas que al ser comunes al interior de su familia y el grupo social con el que se convive se convierten en la vía más o menos naturalizada y socialmente avaladas para reproducir la vida cotidiana..
La elección residencial, la perpetuación del statu quo
Una de las preguntas de investigación que guiaron este proyecto de investigación fue determinar los factores que tomaban en cuanta las personas al elegir su lugar de residencia. Se partió de un supuesto donde el mayor peso o la decisión de la permanencia en los mismos barrios o colonias se basaba en la presencia de las redes sociales las cuales permitían el acceso a mercados de laborales y de vivienda, acceso a “economías de solidaridad” (Abramo, 2003, 2008). Sin embargo, aun cuando la presencia de estas redes fungía un papel importante en la vida cotidiana de las personas, a la vez eran un mecanismo que recreaba y perpetuaba estilos de vida y formas de consumo diferenciadas.
El análisis de estas redes permitió observar que la presencia de los “lazos débiles” (Granovetter, 1973), de estas redes de proximidad, fueron coyunturales para la construcción y consolidación de la mayoría de los barrios, pero que en la actualidad su función es el sostener “a la gran familia”. Es decir, las redes vecinales son las que permiten que la familia como institución cultural siga reproduciéndose porque de alguna manera coadyuva en el acceso a mercados laborales y de vivienda, y a la vez son mecanismos de supervivencia de las personas en condición de vulnerabilidad (adultos mayores o niños que requieren cuidado).
Los datos recolectados en campo mostraron que, si bien las redes de proximidad han sido importantes en el acceso a mercados laborales y de vivienda, la motivación que detona la vinculación es la reproducción de “la gran familia”. Por ello este tercer apartado se destina a analizar a la familia como una institución cultural, como un grupo de individuos donde están presentes los lazos consanguíneos y con una fuerte influencia sobre la elección residencial de sus integrantes, motivo que lleva a algunas personas a decidir no mudarse de casa. El no cambio, en este caso, fue observado como la permanencia dentro de la casa paterna, pero también el buscar residir cerca de los padres. Así, el análisis intergeneracional permitió observar si se dan o no cambios en los estilos de vida de los integrantes de una misma línea genealógica. Es decir, si los hijos de los primeros pobladores de Nezahualcóyotl tuvieron la oportunidad de decidir y modificar el estilo de vida con el que crecieron y fueron educados, cuando así lo desearan.
Nezahualcóyotl fue el municipio elegido para la recolección del trabajo empírico no sólo por su localización en la Zona Metropolitana de la Ciudad de México (ZMCM) sino por contar con características de fundación y consolidación que lo hacen único en la ciudad. Este municipio ubicado en el Estado de México se fundó y consolidó en los años 60 principalmente con personas migrantes, individuos no nacidos dentro de la ciudad; territorio cuyo decreto de “municipio independiente” se otorga en 1963.
Para autores como Unikel (1974); Schteingart (1989); Davis (1999); Garza (2000); Negrete (2000); Ward (2004); los movimientos intrametropolitanos dados en la época de apogeo del proceso de migración rural-urbana que expanden los límites de la ciudad hacia el Estado de México respondió a por lo menos 3 lógicas: a) un proceso de “moralización de la ciudad” que tuvo como objetivo retirar de las áreas centrales todo aquello que afectara la salud de la nación: desde prostitutas y vendedores callejeros hasta cantinas y cabarets; b) un decreto promulgado en 1954 que prohibió la construcción de vivienda económica para familias de bajos ingresos; y c) la construcción de arterias viales que permitió la interconexión y unión de los barrios tradicionales hacia el centro de la ciudad.
Ward (2004) mostró que partir de los años 70 un gran número de migrantes recién arribados a la ciudad comenzó a localizarse en las periferias de la ZMCM, en colonias y barrios donde ya residían amigos y familiares. Si bien los hallazgos de diversos investigadores mostraba esta tendencia, los datos pudieron ser corroborados en campo cuando de las 24 familias entrevistadas, 13 de sus dueños mencionaron que adquirieron el lote o su casa actual debido a que un familiar que vivía en Nezahualcóyotl les informó de la venta de los terrenos y los “animó” a comprar; aun cuando la mayoría de ellos refiere “que se dejaron engañar” esto permitió corroborar la importancia de los lazos consanguíneos en la decisión del donde vivir.
En este caso, se denominó como “familia de origen” al grupo de individuos con lazos de consanguinidad que se ha conformado con los primeros pobladores que compran y se asientan en Nezahualcóyotl. Esta estructura familiar compuesta de por lo menos tres generaciones y denominada como “la gran familia” por Lomnitz y Pérez-Lizaur (1986) permitió observar la influencia que tienen en los movimientos y decisiones residenciales intergeneracionales –trayectorias residenciales- en las familias entrevistadas. Ejemplo de ello fue lo relatado por Don Joel, de 74 años; hombre que mencionó que llegó a vivir a Nezahualcóyotl en 1990 y que su decisión de compra se debió a que su suegro “lo presiono” para formar un patrimonio para su hija:
…vivíamos en la Col. Obrera, rentaba un departamento, estábamos a gusto porque todo lo teníamos cerca. Mi suegro me insistió en que comprara el terreno y construyera la casa, que formara un patrimonio para su hija y mis hijos, por eso me decidí a venirme para acá, aunque no me gustara mucho la colonia…
Los discursos acerca de la elección residencial de esos primeros pobladores pese a las circunstancias en las que se encontraba el municipio por haberse consolidado a través de la informalidad, versan sobre la cercanía con algún miembro de su familia (hermanos, primos, padres, tíos) o bien porque “alguno de sus compadres”, que ya vivía en la zona, logró convencerlos de comprar un “terrenito”; no obstante la mayoría de las respuesta obtenidas recalcaban que la cercanía física con los parientes permitía cierta sensación de seguridad.
Durante el trascurso del trabajo de campo, fueron los hombres los que mencionaban con mayor facilidad haberse sentido “embaucados y presionados” por comprar un terreno “en el fraccionamiento que estaba de moda”, y que, haciendo un análisis retrospectivo, no volverían a tomar una decisión de esa naturaleza. Para ellos la posibilidad de una mudanza se nulificó no sólo por su edad cronológica o su estado de salud, sino porque argumentaron “que se encuentran muy cansados y que no quieren comenzar de nuevo”. En su imaginario, vender su actual propiedad y comprar una nueva en otro sector de la ciudad no es una opción que se considere. Desde su percepción, “un comenzar de nuevo” significa comprar un lote en la periferia, sin servicios y “construirlo poco a poco, con sus manos” como lo hicieron hace 40 años.
Tanto Bulent (2008) como Suarez y Delgado (2010) habían mostrado que conforme se avanza en edad, las posibilidades de una mudanza disminuyen. Sin embargo, la posibilidad de un cambio de residencia, en este caso, se ve también influido por un habitus construido y conformado de experiencias pasadas donde la informalidad, la autoconstrucción y la carencia de servicios fue “la forma de acceder y poseer” una vivienda. Guadalupe y Armando son un claro ejemplo de un habitus consolidado en la informalidad. Esta pareja de adultos mayores compra dos lotes contiguos en la Col. Benito Juárez, para ellos la posibilidad de una mudanza se nulificó con el paso de los años y sus complicaciones de salud, pero también, porque ambos observan su casa como “el resultado de esfuerzo y sacrificio”, así para ellos mudarse de casa implicaría desprenderse del “trabajo de toda una vida”. Cabe señalar que ante la pregunta sobre un cambio de residencia en él o en el momento actual, fueron las mujeres las que presentaban mayor reticencia a hacerlo.
El análisis de los datos arrojados de las 24 familias mostró que fueron las mujeres las que presentaron una mayor tendencia a negarse al cambio de residencia. Respuestas como “esto fue lo que compré, ya me fregué”; “para dónde me voy, es lo que pude comprar y listo, no se podía más” fueron frecuentemente escuchadas. Para ellas la propiedad de una casa, su tenencia fue sinónimo de “aceptación y resignación ante el destino”. Melquiades y Arnulfo, dos adultos mayores viudos dieron pautas claves acerca de los discursos que sus esposas exponían cada vez que hablaban de la posibilidad de una mudanza:
Siempre me quise ir, le decía a la vieja que nos regresáramos al rancho, que qué hacíamos aquí… Duré 8 días durmiendo bajo el agua, sólo mi colchón no se mojó, pero me levantaba y tenía que meter los pies al agua… Ella no se quiso regresar, me dijo que me fuera yo, que ella se quedaba aquí, y ni modo de dejarla sola con once chamacos… yo no sé porque ustedes las mujeres les gusta sufrir, qué tienen ustedes las mujeres que todo lo aguantan, hay unas que casi las matan a los golpes y ahí siguen, quien sabe que tendrán ustedes… ¡ya me quede, ya que…! (Arnulfo, 78 años, Col. Metropolitana)
El deseo de Melquiades y de Arnulfo de irse de “ese lugar”, “regresar al rancho”, por la situación de inseguridad, vulnerabilidad y los riesgos sanitarios en los que residían sus familias, no logró ponderarse por encima de la decisión de las mujeres en permanecer. Es quizá que estos hombres y mujeres, al provenir principalmente de ámbitos rurales, el modelo de familia que construyen refiere a un modelo jerárquico como lo denominan Rabell y Murillo (2009), familias que ponen en práctica los roles de género “tradicionales”, los cuales remiten al hombre como proveedor y a la mujer como educadora y encargada del ámbito familiar.
El rol de la mujer en México, desde el enfoque de los estudios de género, es una construcción social que remite al “sufrimiento y abnegación” [3], hacia tolerar todo aquello que “le toque” vivir, un rol construido desde lo religioso y reafirmado con el modelo de “familia autoritaria” (Loaeza, 1982) impuesto por el Estado a mediados de los años 40.
Sin embargo, una segunda lectura al respecto es que estas mujeres optaron por no mudarse porque en Nezahualcóyotl encontraron la lejanía de su propia familia de origen y además lazos socioafectivos fuertes. Para explicar este supuesto habrá que remitirse y comprender que la división sexual del trabajo no es un concepto que sólo remite a la división de las tareas que se dan en los roles tradicional y culturalmente construidos para los hombres y mujeres. Alude también a los ámbitos específicos de los que se ocupa cada uno de los sexos; mientras que las mujeres se encargan de la vida doméstica, de la educación de los hijos tanto escolar como afectiva, los hombres tienen asignada la tarea del trabajo remunerado, del proveer materialmente a la familia. Para estas mujeres mudarse era quizá perder las relaciones que se tenían con otras mujeres, con otras mujeres que se convertían en un apoyo y ayuda socioafectiva, perder las relaciones de compresión, de soporte afectivo que no encontraban en sus parejas, en aquellos hombres imposibilitados de ejercer esta tarea porque en la construcción social de “lo masculino”, la afectividad y la demostración del amor y las emociones fueron negadas.
En los estudios urbanos, y específicamente en estudios realizados en los asentamientos de origen irregular, autores con Lomnitz (1975/2006); Varley (2000); Jiménez, Cruz y Ubaldo (2012) entre otros, mostraban ya que la propiedad de una vivienda no es valorada de la misma forma por hombres y mujeres. Estos autores concordaron al demostrar que, tradicionalmente son los hombres los que suelen tener la propiedad de la vivienda tanto legal como física y ostentar el título de “dueños”, mientras que para las mujeres la vivienda es una propiedad simbólica al ser ellas las encargadas del ámbito interno, las encargadas de la construcción de lazos afectivos, es que su tarea ha sido la de “crear un sentido de hogar”. De ahí que, simbólicamente, la casa que habita la familia de origen sea la casa asociada a la madre, la casa que alberga a esa figura desde la cual se honra la seguridad, la protección, la transmisión de los valores y el amor. Ejemplo de esta asociación simbólica es Valentín de 68 años, el cual comentó “que aun cuando su madre tiene 10 años de muerta la casa se quedará tal cual la dejó, que era de ella y siempre lo sería”.
En la casa donde vive Valentín residen también su hermana y su sobrina. Él y sus hermanos decidieron no realizar el juicio sucesorio testamentario para repartir los bienes de la mamá, porque para ellos, el repartir los bienes “es olvidar todo lo que hizo por ellos”. Durante la entrevista Valentín alude reiteradamente a discursos como “todo el sufrimiento que le causo por pelearse con las pandillas y tenerlo que sacar de la cárcel”; para Valentín como para sus hermanos, mudarse de “esa casa” significa olvidar a su madre y “no honrar su recuerdo”.
Para algunos hijos de los primeros pobladores de Nezahualcóyotl mudarse lejos de la casa de los padres significa desprenderse de ellos. La conformación del habitus de estos individuos revela una asociación simbólica entre la vivienda, la familia y la madre[4]; mudarse, para algunos de los entrevistados, implicaría romper con esta asociación simbólica, romper con las tareas y mandatos que les fueron conferidos en la niñez aun después de la muerte de sus padres. Esta asociación es más o menos visualizada por Rabell y Murillo (2009) y Coubès (2009) al demostrar que, en México, de acuerdo con los datos que analizaron de la Encuesta Nacional sobre la Dinámica Familiar (Endifam) 2005, casi el 30% de los hijos optan por residir cerca de su familia de origen, probabilidad que se eleva cuando el modelo de familia del que parten los hijos se basa en relaciones jerárquicas y autoritarias.
Así, la casa que habitó la familia de origen puede convertirse en el símbolo máximo de la representación de la red familiar; en consecuencia, se le confieren significados simbólicos (Vidal, Pol, Guardia y Peró, 2004) como si se tratase de un bien que carga consigo las costumbres, tradiciones y todos aquellos aspectos simbolismos que se van gestando a lo largo de la vida familiar.
De las 24 entrevistas realizadas a familias que habitan en Nezahualcóyotl, se obtuvieron datos acerca de la trayectoria de vida de 109 hijos (47 hombres y 62 mujeres). De estos 109 hijos, 102 pertenecen a la segunda generación, y 7 a la tercera generación. El análisis de estos datos mostró que existe una mayor tendencia de las mujeres a quedarse a vivir en la misma casa de los padres, o bien cerca de ellos. 21 mujeres pertenecientes a la segunda generación permanecen dentro del núcleo paterno, y 13 de ellas siguen viviendo en Nezahualcóyotl. El caso de los varones es opuesto, existe una mayor tendencia a salir de la casa paterna y del municipio, 13 de ellos viven en otros municipios de la ZMCM y 13 de ellos salieron de la ciudad de México, principalmente hacia los Estados Unidos.
El modelo de familia jerárquico, que transmite los roles de género social y culturalmente construidos y reproducidos han conformado el habitus de los hombres y mujeres, de los residentes de Nezahualcóyotl entrevistados; un habitus que está influyendo de manera directa en la localización residencial. Así, mientras las mujeres, las hijas “necesitan permanecer” cerca de los padres; los hombres han tenido “el permiso” de alejarse de la familia de origen para formar su propia familia.
Al ser el cuidado una tarea relacionada a “lo femenino” (Izquierdo, 2004), es que una parte esencial de los mandatos culturales hacia las mujeres sea la imposibilidad de alejarse de la casa paterna, ya que “les corresponde” a las hijas la labor de “estar al pendiente” de los adultos mayores. Por ello no es de sorprender que sean las mujeres las que presenten una mayor tendencia a permanecer en el municipio, ya sea residiendo en la casa de los padres o bien localizándose lo más cercano posible de ellos.
Estas improntas se verifican con los discursos de las mujeres mayores las cuales utilizan acepciones como “descarriadas, desobligadas, huevonas o putas” para toda aquella mujer (hija) que decidiera vivir fuera de Nezahualcóyotl. Por el contrario, sucede con los hombres, para ellos la lejanía está permitida porque se mudan para formar su propia familia, ellos de alguna manera “tienen permitido alejarse porque se los lleva una mujer”; de ahí que la elección residencial parezca ser una decisión de las mujeres y un condicionamiento para que se dé la unión conyugal.
La división sexual del trabajo alude a que la mujer es la encargada del cuidado del ámbito de la familia y la educación de los hijos y el hombre es el encargado de proveer; por tanto, un hombre que no ha creado su propio patrimonio es también tachado de “parásito y bueno para nada”. Así lo relato Joel quien dijo que su hijo Carlos de 43 años que vive con sus suegros “no sirve para nada, que no ha logrado hacerse de una casa propia”, o bien Arnulfo que refirió que a su yerno “no le iba a dar casa, hija y además de comer”.
Pero más allá de las condiciones estructurales económicas que impactan el acceso a la vivienda ¿Qué hace que estas segundas generaciones opten por la cohabitación? Lomnitz y Pérez-Lisaur (1991:131) encontraron en sus hallazgos las relaciones de poder y condicionamiento que se dan al interior de “la gran familia”:
…mientras los hijos cumplan con los requisitos de la ideología de la familia tendrán acceso a los recursos de la familia ya sea en términos personales, económicos, políticos y sociales, y aquellos que no se ajustan son penalizados cuando les retira el reconocimiento del parentesco.
La cercanía o la lejanía de la familia de origen es una posible respuesta de los individuos ante la posibilidad de perder la ayuda y reciprocidad en tiempos de crisis. El análisis de las trayectorias residenciales de las segundas generaciones muestra que sus integrantes han optado por una localización residencial similar a la de sus padres. Si bien, sólo 46 de los 102 hijos se quedan a vivir en Nezahualcóyotl, ya sea en casa de sus padres o cerca de ellos, el resto suele optar por localizaciones en municipios contiguos a Nezahualcóyotl. Los hijos de estos primeros pobladores mostraron preferencias a localizarse en municipios como Chimalhuacán, Chicoloapan, Ixtapaluca y Chalco, en municipios que cuentan aún con “terrenos baratos” que les permiten construir su casa.
Si bien autores como Schteingart (1989); Pardo y Velasco, (2010) Ward (2004, 2011) han señalado ya las limitaciones que tienen ciertos sectores de población en el acceso a la vivienda, por estar insertos en mercados laborales y no poder acceder a créditos hipotecarios, existe un comportamiento más o menos común donde el acceso a la vivienda suele definirse por la vía de la informalidad. En palabras de los padres, el que sus hijos se localicen en estos municipios es porque “ahí pueden construir una casa a su gusto”, construida “poco a poco”; y mientras esto sucede, pueden optar por la cohabitación, porque de la casa paterna “nadie los corre”.
Sólo 5 de los hijos de estos primeros pobladores obtienen una casa mediante un crédito del INFONAVIT; vivienda que en voz de sus padres “fue la que les toco”. Sin embargo, para estos padres esas viviendas “son desechables”, “no sirven para nada” y prefieren seguir ayudándolos para que “construyan algo a su gusto”. Este mismo hallazgo lo muestra Gaspar del Ángel (2015) en su estudio “Enriquecimiento de la vivienda en pacientes con Alzheimer”, la autora encuentra que mientras las familias con ingresos medios tienden a utilizar sus ahorros en adaptaciones a la casa para los adultos mayores diagnosticados con Alzheimer, las familias con bajos ingresos sus ahorros los destinan a la construcción de nuevas habitaciones para los hijos.
La construcción del habitus, la construcción de la subjetividad de los residentes de Nezahualcóyotl entrevistados permitió mostrar la existencia de estilos de vida diferenciados y determinados para cada uno de los campos sociales. Es decir, los discursos que se han gestado y construido alrededor de la vivienda y el habitar han sido ya apropiados y reproducidos por cada uno de los individuos. Nezahualcóyotl podría ser un ejemplo de la reproducción de estos estilos de vida; sin olvidar que existen condicionamientos estructurales y que estos tienen impacto en la población sobre todo aquellos que se derivan de la distribución del ingreso, se hace necesario mostrar que estos condicionamientos estructurales sociales tienen impacto a nivel de organización de la vida cotidiana de las personas, condicionando y estructurando su subjetividad y percepción, moldeando de alguna manera “su gusto” y por tanto sus formas de consumo.
Es decir, los hallazgos empíricos permiten mostrar la existencia y reproducción de modelos de familia verticales, modelos de familias donde se reproducen los roles de género que histórica, cultural y socialmente han sido apropiados y reproducidos. Así, esta “gran familia” la cual ha sido un medio por el cual se logra la subsistencia es a la vez un grupo social concatenado de relaciones jerárquicas donde existe poca presencia de interacción a través de lazos que conlleven a la equidad, por tanto la conformación del habitus, de esta estructura mental que se acciona en la toma de decisiones está influida por discursos y conceptos que influyen en el cómo ejecutar los recursos económicos y en qué ejecutarlos, el tiempo que se invierte en cada aspecto de la vida cotidiana, así como en el cómo vivir, en dónde vivir, y con quién se puede o no interactuar.
Conclusiones
Más allá de los hallazgos ya mostrados y sus especificidades se hace necesario exponer los impactos sociales que se dan en la vida cotidiana de las personas, el ejercicio implícito de la violencia simbólica con el que se convive cada uno de los días por aquellos que permean y reproducen las desigualdades sociales. La lucha por el espacio, menciona Bourdieu (1999), es una de las formas por medio de la cual se suscriben las diferencias sociales y se ejerce “la dominación”, prácticas que llegan a naturalizarse, ya que sin esta naturalización difícilmente los individuos podrían reproducirla.
La violencia simbólica es un concepto que pretende englobar las prácticas ejercidas por los grupos dominantes como un medio para ejercer el poder. Así, mediante la naturalización de categorías simbólicas donde el ingreso, el género, la raza, las preferencias sexuales, políticas y religiosas determinarían la posición social y la acumulación de capitales. El ejercicio de esta violencia simbólica y sus implicaciones espaciales conlleva por tanto a valorar a la elección residencial como un ejercicio más o menos libre de toda coacción, pero el cual se encuentra condicionado a los discursos y asociaciones simbólicas que se han descrito a lo largo del texto.
La segregación socio residencial y la división social de espacio que tanto ha sido discutida desde hace más de 50 años, no es un fenómeno que emerge sólo de la implementación de políticas públicas; es a su vez un ejercicio que se plasma en el espacio y que alude a una separación y diferenciación entre los integrantes de una misma sociedad. Es decir, la elección residencial, la elección del dónde vivir es también la elección de las personas y los lugares con los que se quiere o no convivir.
Las prácticas de consumo hasta ahora descrita y analizadas inscriben los procesos y la toma de decisión a escenarios donde lo público y lo privado, como espacio, tendría sus propias especificidades y formas de ser usado y habitado. Por tanto, al hablar de género y de espacio se tendría que atender y comprender que el ejercicio de la violencia simbólica, de la división sexual del trabajo también ha ejercido e imputado al espacio cargas que por sí mismo no contiene. Para explicitar con más detalle esto habrá que releer los aportes dados por Heidegger (1951) en su discurso “Construir, habitar, pensar” y retornar al origen y función del quehacer arquitectónico como la disciplina que ha sido la encargada de crear espacios que cubran las necesidades de resguardo del ser humano. De ahí que se reafirme una de las principales tesis que Bourdieu (2001: 32) elaboró con respecto a la vivienda, la cual describe como una doble construcción social; por ende la vivienda se convierte en un bien de consumo necesario para la vida cotidiana, pero también en un bien que permite la inserción en el campo social y además el bien que permite que se reproduzca el statu quo.
Un statu quo que determina qué consumir, dónde consumir y porqué consumir; así los arreglos residenciales se convierten en prácticas que nacen y se constituyen bajo un principio de exclusión en diversos grados y escalas. Exclusión y diferenciación que podría ser observada en por lo menos tres escalas (Núñez Villalobos, 2017: 223):
El ejercicio de la desigualdad, de la diferenciación social, de la exclusión o la inclusión podría ser por tanto un ejercicio que se aprende a edades tempranas en la socialización primaria, justo en el periodo en el que se pueden conformar y naturalizar estas prácticas como parte de intrínseca e innata del orden social; prácticas que al ser contrastadas con los pares, en la socialización secundaria se reafirman cuando dentro de las zonas donde se realiza la vida cotidiana se convive con otros agentes con en las “mismas circunstancias”, en las mismas condiciones sociales.
Entender el eslabón que une al capitalismo con el patriarcado es por tanto comprender que ambos fundan su ejercicio en prácticas de desigualdad; pero además que el capitalismo no supondría un triunfo en el ejercicio de la diferenciación social sin antes haber existido practicas desiguales entre hombres y mujeres. Es decir, ningún modelo económico o social hubiera logrado su implementación si la exclusión y la diferenciación social no existieran o estuviera naturalizada como formas históricas, culturales y socialmente aprobadas y puestas en marcha.
Entender estos mecanismos que operan y reproducen la diferenciación social es comprender que son ejercicios de voluntad humana, que el espacio como lugar receptor de las prácticas sociales reconstruye las formas de interrelación humana; de ahí que se pueda observar y señalar que las relaciones de género se espacialicen que así como existe lugares aptos o no aptos en los que residen los sectores de población con menores ingreso, de igual manera existen espacios aptos y no aptos para que hombres y mujeres ejerzan su rol.
Como se señaló a lo largo del texto el que las mujeres estén optando por residir cerca de sus padres, no es sólo una respuesta de “economías de solidaridad” (Abramo, 2003, 2008) o la posibilidad de contar con ayuda de familia y amigos, sino también decisiones que muestran que la actividad central con la que ejerce su vida cotidiana es el cuidado, el cuidado de los padres, de los hijos, de la esposo, y en muchas ocasiones el cuidado de las personas que se encuentran en condiciones de vulnerabilidad. Por ello no es de sorprender que ante una tarea de tal envergadura la opción más viable sea la cercanía, la construcción de redes de proximidad con otras mujeres en la colonia, ya sólo ellas podrían acompañar y ayudar a dicha tarea.
Ejercer la vida cotidiana conlleva valorar a la vivienda como el centro de operaciones, el “locus espacial” (Heller, 1998) por medio de cual se construye y constituyen los planes de vida; de ahí que la vivienda y su ubicación en la ciudad sea una de los objetos que más impacto tiene en todos los seres humanos, en la realización de los planes de vida. Es necesario comprender que la elección residencial más allá al ser un ejercicio de ejecución de recursos económicos, esta también restringido por connotaciones culturales y sociales importantes, connotaciones, que cómo se ha abordado a lo largo del texto, parecen venir implícitas con el lugar y la familia de nacimiento.
Si bien la cercanía con los pares ha sido una de las formas por medio de la cuales se ha logrado la subsistencia en las personas con ingresos menores, la interacción entre individuos con prácticas de consumo similares está permitiendo la reproducción de los valores ideológicos que el capitalismo y el patriarcado impusieron a los seres humanos a través de ejercicios de poder. De ahí que una de las principales conclusiones de este trabajo fuera mostrar a la elección residencial permitió leer las prácticas de consumo con respecto a la vivienda, mostrar que el ejercicio de los recursos económicos, sea la cantidad que sea, se encuentra fuertemente influido por las construcciones sociales y culturales que se han gestado en el proceso de evolución de la humanidad, y que por tanto, la MRI es un indicador que no sólo permite observar y analizar al mercado inmobiliario, sino también un indicador que permite observar el orden social constitutivo, un orden social que para su implementación y reproducción requirió la naturalización de las desigualdades sociales como inherentes a los seres humanos.
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Notas
Así la aplicación de una metodología mixta permitió cuantitativamente caracterizar la ZMCM y observas las tendencias en la localización residencial de 1970 a 2010, enfatizando los movimientos intrametropolitanos y las decisiones locacionales entre el año 2000 y 2010; el uso de herramientas cualitativas permitió conocer las decisiones locacionales de un municipio representativo de la ciudad, pero más aún ahondar en los factores que detonaban o no la movilidad residencial intraurbana.