RESUMEN: El presente trabajo se propone trazar el recorrido de las representaciones obreras argentinas ante la Organización Internacional del Trabajo durante los años del peronismo clásico (1945-1955). El trabajo sostiene que las delegaciones obreras argentinas bajo el peronismo tuvieron que sobreponerse a un proceso de aislamiento en el grupo obrero por la pérdida de lazos internacionales construidos en la etapa previa a la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo el contexto de inestabilidad de los alineamientos internacionales de las organizaciones sindicales producto del fin de la Segunda Guerra Mundial y los comienzos de la Guerra Fría, una mayor estabilidad política interna de la Confederación General del Trabajo argentina y la voluntad de incluir a los trabajadores como funcionariado del gobierno peronista favorecieron una mayor estabilidad de la representación en Ginebra. Esta estabilidad burocrática permitió la reconstrucción de lazos internacionales y la posibilidad de desplegar un programa propio en la esfera mundial para los delegados argentinos.
PALAVRAS-CHAVE:OITOIT,PeronismoPeronismo,Representação dos TrabalhadoresRepresentação dos Trabalhadores.
ABSTRACT: This paper aims to trace the path of Argentine workers’ representations to the International Labour Organization during the years of classical Peronism (1945-1955). The paper argues that the Argentine workers’ delegations under Peronism had to overcome a process of isolation into the Workers Group due to the loss of international ties built in the run-up to World War II. However, the context of instability of the international alignments of the trade unions resulting from the end of World War II and the beginning of the Cold War, greater internal political stability of the Argentine General Confederation of Labour and the desire to include the workers as civil servants of the Peronist government favored greater stability of representation in Geneva. This almost bureaucratic stability allowed for the reconstruction of international links and the possibility of deploying an own program in the international sphere for the Argentine delegates.
KEYWORDS: ILO, Peronism, Workers Representation.
RESUMO: Este artigo tem como objetivo traçar o caminho das representações dos trabalhadores argentinos na Organização Internacional do Trabalho durante os anos do peronismo clássico (1945-1955). O documento argumenta que as delegações de trabalhadores argentinos sob o peronismo tiveram que superar um processo de isolamento dentro do grupo de trabalhadores devido à perda dos laços internacionais construídos no período que antecedeu a Segunda Guerra Mundial. Contudo, o contexto de instabilidade no alinhamento internacional das organizações sindicais resultante do fim da Segunda Guerra Mundial e do início da Guerra Fria, a maior estabilidade política interna da Confederação Geral do Trabalho argentina e a vontade de incluir os trabalhadores como funcionários públicos no governo peronista favoreceram uma maior estabilidade de representação em Genebra. Esta estabilidade quase burocrática permitiu a reconstrução dos laços internacionais e a possibilidade de implantar um programa próprio na esfera internacional para os delegados argentinos.
PALAVRAS-CHAVE: OIT, Peronismo, Representação dos Trabalhadores.
Palabras clave: OIT, Peronismo, Representación Obrera
A ORGANIZAÇÃO INTERNACIONAL DO TRABALHO E AS AMÉRICAS: CONEXÕES E INFLUÊNCIAS
De la incertidumbre a la estabilización: el devenir de los muchachos peronistas en Ginebra. La representación obrera Argentina ante la OIT (1945-1955)
From uncertainty to stabilization: the path of the Peronist “muchachos” in Geneva. Argentine workers’ representation at the ILO (1945-1955)
Recepção: 01 Abril 2020
Aprovação: 02 Julho 2020
“Serás punto filipino/pero a un obrero argentino,/Lombardo, no lo pasás.” Juan Fabriquero1
El principio de representación tripartita que presenta la Organización Internacional del Trabajo (OIT) es sin dudas uno de los pilares identitarios de dicha organización2. La presencia de representantes de trabajadores y empleadores en las instancias de toma de decisiones - fundamentalmente en las Conferencias Internacionales del Trabajo (CI) - desde su constitución abrió una posibilidad inédita en la historia de las relaciones internacionales al permitir el acceso a colectivos no gubernamentales en organismos oficiales junto con los representantes de los gobiernos. Este formato único supuso un importante desafío no solo para estas organizaciones, como los sindicatos o centros patronales, sino también para los propios gobiernos, ya que el sistema, si bien suponía la elección de aquellos que fuesen más representativos, precisaba de una confirmación estatal. Así, la elección de los delegados no gubernamentales supuso un cruce entre diferentes lógicas y disputas.
Por un lado la conformación del grupo obrero en el seno de la OIT implicó una fuerte presencia y liderazgo europeo vinculado a la Federación Sindical Mundial (FSI) o la Internacional de Ámsterdam, de extracción socialdemócrata y socialista. Las vinculaciones de esta Federación con la Oficina Internacional del Trabajo - el órgano ejecutivo de la OIT, conocido como el Bureau - les permitió no solo garantizar una fuerte presencia en las CI, sino además en el propio Bureau en oficinas de importancia como la Oficina de Relaciones Laborales. Las razones de este acercamiento pueden ser rastreados en las coincidencias ideológicas - reformismo, anticomunismo - junto con la concomitancia en la necesidad de una acción social global (TOSSTORFF, 2005) y en la propia trayectoria de quien fuera el primer director de la OIT, el socialista francés Albert Thomas (TOSSTORFF, 2010). Este vínculo cementó las bases de una estrecha colaboración y estabilidad de los delegados obreros de los países europeos incluso con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial y al reemplazo de la FSI por la Federación Sindical Mundial (FSM) en 1945 y a la ruptura de esta en 1949 que dio origen a la Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales Libres (CIOSL). Esta fuerte presencia de un grupo obrero europeo homogéneo en el seno de la OIT logró también estabilizar relaciones con representantes obreros latinoamericanos y argentinos en particular, factor de presión para los gobiernos argentinos que no avalaban la elección de los delegados con los que los referentes europeos mantenían correspondencia y otros lazos de colaboración (STAGNARO; CARUSO, 2019).
Esto lleva a otro elemento en la elección de los delegados gremiales. A pesar de la indicación de la propia OIT que deberían ser los delegados de los sectores más representativos, estaba la posibilidad que la determinación de la representatividad descansara en las propias autoridades gubernamentales de cada país, quienes en última instancia realizaban y confirmaban la invitación a participar de las conferencias. De esta forma a las presiones del grupo obrero por la elección de representantes ligados a su núcleo ideológico se oponía muchas veces la propia voluntad gubernamental generando tensiones que buscarán ser resueltas por medio de los mecanismos de acreditaciones y reforzando los mecanismos para garantizar la libertad sindical3. Pero además este mecanismo de delegación indirecta - es decir, invitados por los gobiernos nacionales y designados por el movimiento sindical nacional de cada país - solía generar disputas hacia el interior de la propia clase obrera organizada, en tanto la representatividad no podía ser naturalmente asignada a una u otra fracción.
Entonces la designación de los representantes obreros estaba cruzada por las tensiones y disputas de modelos sindicales globales, relaciones entre los representantes y las autoridades gubernamentales, relación de estas con otros representantes obreros y delegaciones gubernamentales de otros países, relaciones intra sindicales entre organizaciones con distintas orientaciones ideológicas/organizativas y un largo etc. Este artículo intentará abordar estas problemáticas y tensiones en el marco del ascenso y consolidación del peronismo - entre 1943 y 1955 - en tanto ideología del gobierno argentino, pero también, y fundamentalmente, en relación a su consolidación como ideología mayoritaria del movimiento obrero organizado en la Confederación General del Trabajo (CGT).
La OIT no estaba atravesando una buena relación con los países Latinoamericanos al momento de estallar la Segunda Guerra Mundial. A pesar de los intentos de los sucesores de Albert Thomas por generar una ampliación internacionalista del organismo, esta se centró en garantizar una mayor presencia norteamericana, aunque se amplió el Governing Body como forma de romper el sesgo eurocéntrico. Además, la muerte de quien fuera su primer director afectó también de forma directa al grupo de los trabajadores al resentirse los vínculos con la Federación Sindical Internacional (HUGHES; HAWORTH, 2010). Debido a estos cortocircuitos los estados miembros de América - impulsados principalmente por México, Chile y Argentina - se propusieron llevar adelante una Organización Panamericana del Trabajo en el marco de las reuniones Panamericanas tal como se propusiese en la Conferencia Panamericana de 19334 proyecto que rondaba en torno a las Conferencias Panamericanas al menos desde 1923 (YAÑEZ ANDRADE, 2014). Finalmente, ese proyecto fue reemplazado por la organización de Conferencias de los Estados Miembros de América bajo el auspicio de la OIT, cuya primera conferencia se celebró en Santiago de Chile en 1936. Esta opción fue posible por la confluencia de varios factores. Por un lado el ingreso de Estados Unidos a la OIT en 1934 que debilitó la opción Panamericana5, y fortaleció las opciones llevadas adelante por el Bureau desde la muerte de Thomas. Por otra parte el ingreso del propio México a la OIT, y el debilitamiento de la Confederación Regional Obrero Mexicana (CROM) y su líder Luis Morones, también debilitó a quienes fueran los grandes impulsores del Instituto Interamericano del Trabajo. Y por último el apoyo que la OIT recibió de parte de gran parte del movimiento obrero organizado latinoamericano, sobre todo de la entonces poderosa CGT argentina controlada por socialistas y sindicalistas y con fuertes vínculos con la FSI y el grupo obrero de la OIT6.
Esta estrategia permitió a los estados americanos continuar celebrando las conferencias aun cuando el organismo debió trasladar su sede de Ginebra a Montreal durante el conflicto bélico, instancia en las que las CIT quedaron suspendidas. El traslado a Montreal abrió nuevas expectativas para los países latinoamericanos que se sintieron más involucrados (VAN GOETHEM, 2010). Estas expectativas se vieron colmadas cuando en la CIT del trabajo de 1941 en Nueva York las delegaciones latinoamericanas ocuparon un lugar hasta entonces inédito y el delegado obrero Argentino - José Domenech de la Unión Ferroviaria - fue designado vicepresidente de la conferencia. Esto se debía no solo a ser uno de los máximos dirigentes de la CGT - el movimiento obrero organizado más importante de América Latina para ese entonces - sino también por ser este parte de la Confederación de Trabajadores de América Latina (CTAL) en la que se nucleaba el antifascismo obrero latinoamericano. En dicha conferencia, Domenech indicaría de forma clara la posición ideológica del movimiento obrero argentino al señalar que “aquí tenemos dos sistemas confrontándose mutuamente: por un lado, el régimen de los dictadores, encabezados por el nazismo y el fascismo, y por el otro la opinión liberal y democrática […] Los trabajadores de Argentina […] ya han expresado clara y enérgicamente su incondicional apoyo a aquellos que luchan por la democracia y la libertad” (INTERNATIONAL LABOUR CONFERENCE, 1941, p. 63).
Estos antecedentes son importantes a la hora de reconstruir la presencia de las delegaciones obreras argentinas con posterioridad a la guerra ya que el trastrocamiento de las relaciones internas entre el sindicalismo y el gobierno argentino, su relación con el movimiento obrero organizado en términos regionales y la coyuntura de las siguientes CIT atentaron contra la posibilidad de una continuidad en la representación. Argentina participó en la Conferencia de 1944 que daría origen a la Declaración de Filadelfia, la carta orgánica del organismo (INTERNATIONAL LABOUR CONFERENCE, 1944). Entonces este país envió delegación completa, quedando la representación de los trabajadores Luis Girola, de la Unión Ferroviaria y miembro de la CGT, siendo sus asesores Alfredo Fidanza, del gremio zapatero y secretario administrativo de la CGT, y Plácido Polo como asesor técnico. Sin embargo, la delegación obrera no participó de forma activa, ya que no hicieron uso de la palabra y tampoco estuvieron presentes en varias de las sesiones y votaciones a diferencia de lo que ocurrió en 1941. Por este motivo, la comisión de trabajadores de la conferencia decidió retirar el pedido elevado al plenario y a la comisión de acreditaciones con las objeciones al delegado obrero argentino y sus asesores (INTERNATIONAL LABOUR CONFERENCE, 1944, p. 299). La debilidad de la delegación argentina era un reflejo de las disputas hacia el interior del movimiento obrero que habían llevado a una nueva división de la CGT en dos centrales, la CGT1 y la CGT2, aunque la disolución por decreto de la CGT2 en 1943 llevó a varios de sus dirigentes a participar de la reunificada CGT en 1944, pero la disputa dejó un fuerte saldo negativo para los dirigentes socialistas que habían administrado la central obrera desde 1936 (MATSUSHITA, 1983). Si bien la división tenía razones de larga data que envolvían principalmente la prescindencia de la CGT de la cuestión política que venía generando tensiones desde la misma conformación de la central. Esta cuestión de la prescindencia estaba íntimamente ligada a la cuestión internacional y a la neutralidad del gobierno argentino ante el conflicto armado, en el que la cooperación con Estados Unidos no respondía solo a una cuestión de índole ideológico, sino también como posibilidad de sostener los insumos de la industria y la actividad económica y por tanto los empleos. El ingreso de la URSS a la guerra en el bando aliado terminó de diluir la oposición a la prescindencia de la CGT al desaparecer la barrera del antiimperialismo sostenido en esos momentos por el comunismo, importante en varios de los gremios industriales que confluían en la central. Para 1942 el movimiento obrero argentino estrechaba lazos con la política y fundamentalmente con el Partido Socialista, impulsado por la figura de Pérez Leirós. De esta forma la renovación de autoridades en marzo de 1943 terminó dividiendo a la CGT en la CGT1 y la CGT2, apoyando la CGT1 la prescindencia política y la CGT2 por el contrario apostando por la vinculación con la política, aunque ambas proponían una intervención argentina en el bando aliado, la CGT1 sostuvo una fuerte posición anticomunista junto con una búsqueda de cooperación interamericana, que la alejó cada vez más de la CTAL que sostenía una posición antipanamericanista.
Esta confluencia de cuestiones de prescindencia política, anticomunismo y búsqueda de la colaboración interamericana llevaron a un mejor entendimiento de la CGT1 con las autoridades militares. De todas formas, esto no impidió que la CGT2 buscase un acercamiento al gobierno, intento infructuoso ya que esta fue disuelta por decreto. La relación con la CGT1 tampoco no prosperó debido a la cada vez mayor intervención del gobierno en la vida institucional de la central obrera y sus sindicatos, pero esto iría a cambiar a partir del acercamiento de uno de los hombres fuertes del gobierno militar y algunos sindicatos de la CGT - disuelta la CGT2 volvió a adoptar el nombre CGT - Juan Perón, a través de la Secretaría de Trabajo y Previsión que por entonces dirigía. Este acercamiento concreto fue vinculando cada vez más el problema de la política internacional en función de la defensa de la soberanía nacional, en confluencia con otro proceso que llevaba ya un tiempo: la nacionalización del movimiento obrero argentino.
Estas disputas derivaron en una pérdida de los vínculos internacionales por parte de la CGT argentina. La CGT no aparece entre las centrales sindicales de la CTAL - clave en el armado sindical antifascista con orientación comunista que desplegó sus actividades entre 1936 y 1963 (HERRERA, 2013) - firmantes del documento que los delegados latinoamericanos presentaron en Paris en 1945 en el que la CTAL presionó para modificar la estructura del organismo. En esa conferencia asistieron solo delegados gubernamentales y obreros - Juan Rodríguez y el asesor técnico Manuel Pichel. La delegación argentina se vio envuelta en un clima de incertidumbre en relación a la suerte del gobierno de la Revolución del 4 de junio de 1943 y de Juan Perón. La sintonía de los procesos está vinculada al cambio de posicionamiento del régimen argentino que declaró la guerra al eje, adhirió al Acta de Chapultepec y comenzó un proceso de acercamiento más concreto a Estados Unidos. Esta ocasión fue percibida por actores locales e internacionales - como la CTAL o el Comité Obrero de Acción Sindical Independiente (COASI) que estaba animada por algunos dirigentes de la ex CGT2 - como un momento propicio para saldar algunas cuentas con las autoridades del gobierno y los sindicatos. La expulsión de la delegación obrera siguió los canales administrativos, aunque fue tópico también del plenario. El Comité de Acreditación adujo que la Argentina no había elegido a la delegación obrera según establecía la Constitución del organismo. La poca capacidad de respuesta de la delegación obrera era producto en primer lugar de su aislamiento en términos internacionales, mayormente por la pervivencia de alianzas antifascistas del período bélico, en el que las vinculaciones del socialismo sindical argentino con el laborismo inglés - uno de los animadores del grupo obrero en la CI - había sido muy fuerte (HERRERA, 2016). En segundo lugar, la existencia de una oposición sindical a las autoridades de la CGT con conexiones internacionales. Y por último la importancia otorgada al proceso indica también como estos consensos bélicos impactaban en la reconstrucción de la propia OIT.
En razón de estar los presentes debatiendo sobre el informe del director del organismo, Edward Phelan, varios delegados obreros, tanto latinoamericanos como europeos - algunos de estrecho vínculo con los dirigentes de la CGT durante la década del treinta, como el francés Leon Johuax - pidieron que la Conferencia adoptase una enérgica oposición a la presencia argentina por considerarlo un país con vinculaciones fascistas (INTERNATIONAL LABOUR CONFERENCE, 1946). Este argumento fue sostenido por la casi mayoría de los delegados obreros y expresaba un posicionamiento del grupo obrero al interior de la Conferencia.
La mayoría de los que se expresaron en contra de los delegados argentinos fueron los mismos que firmaron el pedido de modificación de la OIT en la misma Conferencia, es decir, delegados de sindicatos afiliados a la CTAL. En esta asociación entre peronismo y fascismo en términos sindicales tuvo un papel destacado Vicente Lombardo Toledano, el dirigente de la CTAL a quien hace referencia el epígrafe de este texto. Este alejamiento además estaba marcado por la prédica anticomunista que desplegaron los nuevos dirigentes sindicales peronistas que los alejaron de la conducción de la central latinoamericana (GODIO, 1985). Por otro lado los vínculos de la CTAL con algunos dirigentes sindicales del período previo a 1943 y los de vínculos entre sindicalistas argentinos y el sindicalismo estadounidense - fundamentalmente la American Federation of Labour (AFL) - fueron fundamentales para la intervención del COASI ya señalada. Así, la delegación argentina se encontró en un contexto de ataque de dos frentes: los sindicalistas de la CTAL - filocomunistas - y un grupo de sindicalistas argentinos, en su mayoría socialistas y también comunistas, pero con lazos cada vez más estrechos con la AFL norteamericana por medio de Serafino Romualdi - quien sería uno de los más grandes impulsores del Sindicalismo Libre en América Latina, en un contexto de unificación - breve del sindicalismo socialdemócrata, socialista y comunista en la Federación Sindical Mundial en 1945.
Los argumentos que presentaran los sindicalistas argentinos del COASI mediante una carta al Comité de Acreditaciones pueden observarse en el informe que realizara Romualdi en razón de su visita a la Argentina como sindicalista de la AFL invitado por el gobierno (SOLARI, 1968). La carta fue firmada por Francisco Pérez Leiros, Rubens Iscaro, Julio Falasco y Antonio Cabrera, los tres primeros ex dirigentes de la CGT2, que habían asistido al congreso de la Federación Sindical Mundial (FSM) junto al entonces embajador norteamericano Spruden Braden (GALASSO, 2005). En la carta se presentaban como “legítimos representantes de los sindicatos argentinos” y venían a presentar “una objeción, en el nombre del libre y auténtico movimiento obrero de nuestro país”. El argumento, sostenían los autores de la carta, era “no puede existir una representación legitima en la ausencia del derecho de asociación y la falta de la libertad de expresión”. Esto consecuencia de “la dictadura militar, que ha recurrido a todos los métodos coercitivos del fascismo” (INTERNATIONAL LABOUR CONFERENCE, 1946, p. 309). Esta carta fue seguida por otra presentada por los ya mencionados Jouhaux y Hallsworth, en el que reforzaron los argumentos de los sindicalistas argentinos y pusieron en tensión los acuerdos del grupo obrero con el Bureau, ya que la exclusión de los delegados argentinos se venía desarrollando en varios frentes, incluidas las propias reuniones de la FSM. Esta carta también mencionaba la división entre la CGT1 y la CGT2, y deja sentadas algunas pautas de los vínculos internacionales que se rompieron al disolver el gobierno militar la CGT2, ya que esta última era una organización “internacionalmente conocida, afiliada por muchos años a la Federación Sindical Mundial, y uno de los miembros fundadores de la Confederación de Trabajadores de América Latina” (INTERNATIONAL LABOUR CONFERENCE, 1946, p. 312).
La estrategia de la delegación obrera argentina en el Comité de Acreditaciones fue la de sostener el carácter representativo de su elección como delegados, al tiempo que negar las acusaciones realizadas contra el gobierno argentino de tener una filiación nazifascista. La demostración de su representatividad transcurrió por dos caminos. En primer término resaltar la libertad con la que fueron elegidos, describiendo el proceso electoral de los sindicatos y de la CGT. En segundo término, negándole la representación a los sindicalistas que presentaron la queja formal ante el Comité, remarcando incluso que Fidanza, uno de los denunciantes, no solo había sido secretario de su gremio hasta muy recientemente, sino que incluso había representado a la misma CGT que ahora se le negaba la representación en la Conferencia de Filadelfia en 1944. En relación a las acusaciones sobre el carácter nazifascista del régimen y el apoyo que la CGT brindaba al mismo, los representantes obreros optaron por sostener que la CGT nunca había apoyado a fascismos y que esto era evidente desde su posicionamiento en el bando republicano durante la Guerra Civil Española (INTERNATIONAL LABOUR CONFERENCE, 1946, p. 316). Pero incluso si la opinión de que el gobierno surgido del golpe de estado del 4de junio era nazifascista, los delegados obreros remarcaron que “los mismos hombres que hoy firman una protesta contra nosotros eran en ese momento los líderes de la CGT2 que tan generosamente asistieron al gobierno” (INTERNATIONAL LABOUR CONFERENCE, 1946, p. 317). La Conferencia Americana de los estados Miembros de la OIT realizado en México en abril de 1946 fue la primera medición de fuerzas con posterioridad a las elecciones presidenciales en las que resultara electo Juan Domingo Perón en febrero de 1946. Allí fue posible observar como aún bajo el predominio de la CTAL, los sindicatos latinoamericanos fueron alejándose de la idea de un sindicalismo argentino cooptado por el estado y reconocieron incluso que estaba garantizado el derecho de la libre asociación (CONFERENCIA DEL TRABAJO, 1946). Pero sin dudas el crecimiento del sindicalismo libre y la acción de Romualdi preocupaba a los líderes de la CTAL que no estaba en condiciones de cortar los vínculos con el sindicalismo argentino organizado en la CGT ya alineada con el peronismo. El delegado obrero fue Anselmo Malvicini, asistido por Libertario Ferrari, ambos de la CGT y que serían dos figuras centrales en la proyección internacional de la CGT peronista. Pero a pesar de la normalización electoral la mayoría cetalista se negó a integrarlos en el grupo obrero de la conferencia. Por ese motivo, sostenía Malvicini que “las delegaciones que integran esta conferencia obrera, pero contra nuestros deseos y nuestra voluntad se ha opuesto un dique de resistencia que ha perjudicado nuestra gestión, y aquello que nosotros creíamos que sería un vínculo de amistad, asesoramiento, entendimiento entre los países, se ha tornado en una defensa que debemos hacer a nuestro país y a la delegación obrera que investimos” (CONFERENCIA DEL TRABAJO, 1946, p. 86). No cesó allí su defensa de la delegación obrera al sostener que “en la República Argentina el movimiento sindical se desenvuelve normalmente […] no hay un solo ciudadano privado de su libertad por su actividad sindical”, pasando a atacar al grupo cetalista y a su líder Lombardo Toledano al “decir lo que ciertos líderes ocultan […] (como los) mexicanos que han vendido a sus compañeros trabajadores […]. Pero, cuál es la finalidad del Licenciado Lombardo…”. En este punto el delgado argentino fue interrumpido por el presidente de la conferencia quien le solicitó no referirse a personas en particular (CONFERENCIA DEL TRABAJO, 1946, p. 87). El enfrentamiento entre la delegación de la CGT y el líder mexicano llevó a ásperos cruces con Libertario Ferrari en el que este incluso utilizó el origen poco obrero de Toledano para destacar la autenticidad de la organización sindical argentina. También Carlos Desmarás como asesor técnico del gobierno, reconocido abogado laboralista y jurisconsulto, atacó a los sindicalistas cetalinos reforzando el origen no obrero de los delegados que el poema que abre estas páginas da cuenta en forma precisa. Esto es interesante en relación a lo que el peronismo significó también con la inclusión cada vez mayor de los trabajadores en puestos de la diplomacia argentina, que se analizará más adelante, al sostener si “¿es posible que esas personas que tienen un medio de vida distinto al del trabajador, motivo por el cual no sienten en carne propia la tragedia de una vida azarosa de trabajo, puedan ser los representantes que alcancen a comprender el problema humano de las personas económicamente débiles? (CONFERENCIA DEL TRABAJO, 1946, p. 162).
Un mes después se celebraría la XXIXa CIT, pero en la ciudad de Montreal, Canadá. La Argentina volvió a enviar delegación completa siendo el representante obrero Aniceto Alpuy, acompañado por Juan Ugazio y Guillermo Tamasi, los tres de la CGT. Fue justamente Alpuy quien tomó la palabra y contestó, en forma extemporánea, a las acusaciones sobre el carácter fascista y no democrático del gobierno y el movimiento obrero argentino organizado en la CGT, aprovechando la presencia de los delegados europeos ausentes en México. El movimiento obrero argentino, aun aislado, no fue el centro de las preocupaciones de las otras delegaciones obreras, ya que la atención estaba puesta en la supervivencia de la propia organización ante las diferencias entre el movimiento obrero británico y la AFL norteamericana y los constantes intentos de la URSS de reemplazar a la OIT por la ECOSOC (MAUL, 2010). Además, el resquebrajamiento de las alianzas antifascistas de la guerra era más evidente y los bandos prefiguraban ya el enfrentamiento de la guerra fría. Así, Romualdi, presente en la conferencia, se encargó de realizar diversas consultas e intensifica su relación con las delegaciones obreras latinoamericanas a fin de sustraerlas de la influencia de la CTAL (SOLARI, 1968).
La Argentina, en palabras de Alpuy, “tenía virtualmente unidad sindical, ya que la inmensa mayoría de la clase obrera está representada en la Confederación. Las hibridas organizaciones minoritarias del pasado, que habían sembrado dudas y realizado imputaciones contra la CGT, han caído en el descrédito. Han desaparecido debido a la falta de recursos que solían obtener de los derrotados reaccionarios, que los usaban para sembrar confusión en las masas trabajadoras en casa y el extranjero” (INTERNATIONAL LABOUR CONFERENCE, 1948a, p. 52). La consolidación de una representación de las organizaciones obreras venía de la mano de una comunión de ideas e identitaria con el gobierno peronista, que en los años siguientes irán diluyendo la distinción entre defensa de la representación obrera, defensa del gobierno y defensa de Perón.
En 1947 el desembarco de la delegación argentina en Ginebra se dio aun en el marco de un fuerte proceso de aislamiento internacional tanto de la Argentina como de su movimiento organizado7. En términos de relaciones diplomáticas este aislamiento se puede vincular a los intentos de exclusión - por parte de Estados Unidos con el apoyo de algunos países latinoamericanos- de las conversaciones que llevaron a la firma del Acta de Chapultepec en 1945. Por otra parte, los vínculos del gobierno argentino con algunos países también aislados - como España y Portugal - por razones ideológicas dificultaban romper el cerco internacional y regional. Además 1947 es señalado como momento inicial de la Guerra Fría, en un mundo aun convulsionado en el que los acuerdos que se buscaban alcanzar debían contemplar el equilibrio entre las potencias vencedoras de la guerra y fundamentalmente la búsqueda de herramientas que permitieran al Oeste alcanzar sus objetivos diplomáticos sin desairar a la diplomacia soviética. Esto habría llevado a las organizaciones internacionales a una virtual parálisis, aunque Sandrine Kott (2011) sostiene que en el caso de la OIT esto no se verifica, sino que se observa la circulación de ideas incluso de este a oeste, a pesar de la renuencia de la URSS a participar del organismo. Con el correr de los años varios factores coadyuvaron para estabilizar la representación obrera argentina, tanto en términos internacionales - mejora en los vínculos con Estados Unidos y la URSS a partir de 1953, mayor predisposición al dialogo regional, la caída en desgracia de algunos de los grandes opositores al sindicalismo argentino en el grupo obrero, cambios propios de la organización etc. Esto permitió una mayor colaboración entre los trabajadores argentinos y la OIT. Por otro lado, los trabajadores argentinos no solo obtuvieron el beneficio de estabilizar la delegación, sino que por cuestiones de la propia política de integración de los trabajadores en la vida pública pudieron también reforzar su presencia en la OIT por medio de dos mecanismos. En primer término, debido a la presencia de los propios trabajadores en las instancias de gestión permanentes de la OIT - el Bureau. Esta presencia no siempre era en representación de los trabajadores en sí - es decir mediante la representación de un sindicato o de la CGT - sino debido a la designación de trabajadores como parte de las delegaciones gubernamentales de Argentina. En segundo lugar mediante la presencia en Ginebra por medio de los agregados obreros. Los agregados fueron parte del mecanismo establecido por el peronismo para sumar a los trabajadores al cuerpo diplomático. Como tales fueron enviados a representar los intereses de - los trabajadores - argentinos en diferentes embajadas y organismos internacionales, entre los que se encontraba la propia OIT.
La importancia de la conferencia de 1947 estuvo marcada por ser la primera en que actuaron delegados obreros peronistas, que asumieron plenamente su rol como defensores del gobierno de Juan Domingo Perón, pero además se propusieron llevar adelante la política internacional del peronismo en el plano obrero, al tiempo que expresaban proyectos que eran propios del sindicalismo. Esta participación se produjo en momentos en que los enfrentamientos de la guerra fría estaban tensionando las distintas instituciones del orden global y estaban poniendo en jaque algunas instituciones ligadas al mundo del trabajo, como la Federación Sindical Mundial que nucleaba a los sindicatos socialdemócratas y comunistas, de reciente creación y que expresaba los consensos antifascistas del proceso bélico - expulsión de los representantes de la CGT argentina incluido. Además, la OIT abandonó su refugio americano y volvió a su sede de Ginebra y fue el último año que la OIT estuvo dirigida por Edward Phelan (VAN DAELE, 2008).
Estas tensiones son fundamentales para comprender los objetivos de las intervenciones de los delegados obreros argentinos tanto en los plenarios de la conferencia como en las comisiones, ya que su propuesta se montaba justamente en un intento de superar dichas tensiones en base a una tercera posición. En su intento, la delegación obrera argentina no solo expuso su proyecto, sino que también puso en disputa alguno de los valores sobre los que se asienta la idiosincrasia de la propia OIT, tales como la justicia social y la paz, o su estructura de funcionamiento basado en el tripartismo entre los trabajadores, los empleadores y los gobiernos (RODGERS et al., 2009) en base a lo que consideraban valores propios del justicialismo.
La estrategia de la central sindical argentina era no solo romper con el aislamiento de los años anteriores, sino también difundir las virtudes del justicialismo y el modelo organizativo de la CGT. Para eso se venían desarrollando actividades al interior de la propia CGT, que llegó a crear un Departamento Internacional en su seno a cargo del delegado ante la OIT, Antonio Valerga (PANELLA, 1996) como respuesta a la falta de preparación o experiencia sindical de los líderes sindicales de ese momento frente a las conexiones de sus opositores sindicales. Esta estrategia de la central sindical era acompañada por algunas medidas del propio gobierno en el mismo sentido como la designación, ese mismo año, de los agregados obreros en las embajadas argentinas, un proyecto que puede rastrearse en esta iniciativa de la CGT en relación al Departamento Internacional, pero esta vez como parte de la Dirección Organización Internacional del Trabajo del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto y como empleados de carrera de la diplomacia argentina. Pero en ese caso la disyuntiva sobre la representación era explícita e incluía, a diferencia de los delegados de la CGT al propio Perón, ya que este manifestó a los agregados obreros que eran representantes de los trabajadores argentinos, pero también de su propia figura. La formación de los Agregados Obreros estuvo a cargo de docentes que provenían de Think Tanks nacionalistas y católicos, aunque su primer director fue un obrero conocido: Anselmo Malvincini, y la mayoría de sus estudiantes provenía de diversas corrientes ideológicas como el socialismo, el comunismo y hasta el anarquismo, aunque ya integrados plenamente en la construcción peronista (SEMÁN, 2017). La masiva presencia de trabajadores y sindicalistas en la comitiva a la OIT indica una confluencia que no puede ser explicada simplemente como adecuación de la CGT a los designios del gobierno peronista o del propio Perón.
Como en las otras ocasiones, la delegación obrera argentina fue impugnada en la Comisión de Verificación de Poderes de la Conferencia. En una carta firmada Por Lucio Bonilla y Alfredo Fidanza del COASI, se acusaba a la delegación obrera argentina de no haber sido elegida según los criterios fijados en la constitución de la OIT. Pero el COASI no solo atacaba a la CGT por razones formales, sino porque también consideraba que esta última no se ajustaba al espíritu que debía predominar en el sindicalismo - algunas de cuyas pautas se encuentra en el testimonio del delegado obrero inglés Hallsworth en las actas de la conferencia de París (INTERNATIONAL LABOUR CONFERENCE, 1948b). Nuevamente la figura de Serafino Romualdi es fundamental para comprender el proceso de impugnación. Romualdi mantenía estrechos vínculos con el COASI (BASUALDO, 2013) e incluso vínculos personales con Fidanza (SOLARI, 1968) a quien enviaba financiamiento (SEMÁN, 2017). El COASI seguiría impugnado las representaciones obreras argentinas frente a la OIT, sin embargo, en esta oportunidad no le fue posible repetir la condena de 1945.
Entre las acusaciones del COASI se resaltaba haber enviado como inspectores a los sindicatos a personas con clara afiliación peronista - el sindicado en este caso es el empleado del Ministerio de Relaciones Exteriores, ex delegado sindical y delegado gubernamental de la Argentina en la Conferencia - Anselmo Malvicini -, quien el año anterior había participado en la conferencia de los estados miembros de América, pero como representante obrero, y que en esta ocasión ejercía su cargo de director de la escuela de Agregados Obreros. Esta presencia de Malvincini es sintomática de lo que aquí intenta explicarse en relación a la mayor presencia obrera en la delegación argentina y frente al organismo. La vinculación de Malvincini con Perón comenzó mediante los vínculos con quien fuera el interventor de la Unión Ferroviaria (UF) y “corazón” de Perón, el coronel Mercante8. Su crecimiento en la CGT fue de la mano del desplazamiento de las direcciones socialistas de la UF, como el otrora secretario general del sindicato y de la central obrera José Domenech. En la fundamental reunión del Comité Central Confederal de la CGT del 16 de Octubre de 1945 no apoyó la huelga general que se proponía para el día siguiente, pero sin embargo destacó la labor de Perón frente a la Secretaria de Trabajo y Previsión (TORRE, 1988). Este acercamiento al peronismo y su apuesta por la constitución del Partido Laborista para las elecciones de febrero de 1946 en las que resultó electo Perón lo catapultaron a distintos cargos gubernamentales a partir, fundamentalmente, de su participación como elector en el colegio electoral. Como otros obreros, Malvincini dio el salto a las esferas gubernamentales en lo que puede ser pensado como una marca de la época.
Las sucesivas denuncias contra la CGT llevaron a los delegados obreros a solicitar y presionar por obtener un lugar en la Comisión de Libertad de Asociación, punto incluido a último momento en la conferencia, sosteniendo que se expresaban “en nombre de tres millones de trabajadores, afiliados a la Confederación General del Trabajo” (DELEGACIÓN OBRERA, 1947, p. 8), lo que garantizaba de esta forma la representatividad de los delegados allí presentes. En su informe, la delegación obrera destaca que los dramáticos debates en el grupo de los trabajadores sobre esta fue donde “habrían de expresarse las dos tensiones ideológicas que se insinuaron en el transcurso de toda la Conferencia: la imperialista Yanqui y la comunista Soviética” (DELEGACIÓN OBRERA, 1947, p. 28). En esta conferencia para los delegados obreros argentinos el bloque soviético eran los países latinoamericanos representados por sindicalistas de la CTAL, ya que el bloque soviético como tal, e incluso la URSS no participaban de la conferencia. En relación a la libertad de asociación, el fracaso se debió a la “tensión existente entre los organismos gremiales de Estados Unidos y los de América Latina y las polémicas suscitadas con motivo de la promulgación de la ley Hartley-Taft, en los Estados Unidos” (DELEGACIÓN OBRERA, 1947, p. 28). La existencia de esta división era percibida como positiva para los intereses de la delegación argentina y lo mismo ocurría con la ley Hartley-Taft, en la medida en que su sanción implicaba una posible ruptura entre los intereses de la diplomacia norteamericana y la de sus representantes obreros ya que dicha ley desarticulaba varios de los consensos sobre los que se había articulado el New Deal.
La delegación argentina supo reconocer con mayor claridad que la ruptura ideológica estaba ahora representada por el tándem socialismo/capitalismo. Si bien ya eran evidentes las tensiones en la FSM que anunciaban una ruptura esta aún no había sucedido. Este marco de incertidumbre fue aprovechado por la delegación argentina que se propuso “terciar en una contienda” entre dos “tendencias antagónicas: imperialista una, representada por el grupo de habla inglesa y comunista la otra, integrada en su mayoría por representantes de los países Latino Americanos”, “levantando una nueva bandera entre las dos extremas” (DELEGACIÓN OBRERA, 1947, p. 57). La táctica de la delegación fue inicialmente dejar que ambas parcialidades se atacasen entre sí mostrándose equidistante. Aprovechando la cuestión idiomática atacaron primero a las delegaciones “imperialistas”, acusando a la propia OIT de parecer “más que una institución internacional, un organismo creado para representar y defender los intereses de una clase o sector”. Así la posición argentina “de crítica y de análisis le atrajo la adhesión lógica de todos los delegados de Latinoamérica” (DELEGACIÓN OBRERA, 1947, p. 58). En ese sentido “la posición anticomunista” de la representación argentina “fue expuesta en cuanta ocasión se hizo propicia”, llegando a recibir “inequívocas pruebas de adhesión” (DELEGACIÓN OBRERA, 1947, p. 58). La nueva bandera, a ser levantada en la OIT, pero también en otros ámbitos como la organización sindical, era la Tercera Posición, presentada como una superación del liberalismo y de los totalitarismos. La delegación obrera, en definitiva, “mostró ante el mundo la realidad argentina como un ejemplo” (DELEGACIÓN OBRERA, 1947, p. 62).
La apuesta de la delegación obrera argentina por sostener a la OIT - en contraposición a la ECOSOC - aun en las condiciones descritas encontraría en los cambios del propio organismo una oportunidad. El grupo sindicado como comunista por parte de la delegación obrera argentina perdería terreno en el Bureau y fundamentalmente en el Governing Body con la elección de Director General de David Morse. A la tradicional oposición de la URSS a integrar la OIT - posición que sostendría hasta la muerte de Joseph Stalin - y la ausencia de varios de los países del Este se sumaba la oposición de los sindicatos obreros de extracción filo comunista como la CTAL. Morse recibió un voto negativo por parte de Lombardo Toledano y la CTAL vería reducida su presencia en la OIT, tanto por la propia política de Morse como por las consecuencias de sus propias divisiones y problemas internos. En este contexto el movimiento obrero argentino tuvo oportunidad de ocupar espacios en las comisiones y en el propio Governing Body de la oficina. De esta forma la colaboración argentina pasó a un plano más específico de aplicación y control de las políticas que se configuraban en la CIT.
En este proceso mucho tuvo que ver la dirección que Morse pretendía para el organismo, ya que se mostró desde el principio más receptivo a la participación de los países latinoamericanos y de Asia, a pesar de que por su nacionalidad y sus vínculos políticos se suponía una mayor sujeción a los dictados de la política internacional norteamericana (MAUL, 2010). A pesar de la oposición soviética e inicial de los trabajadores europeos, supo vincularse con estos por medio de la sanción del Convenio nº 87 de Libertad Sindical y la protección a la sindicalización (C87)9 del año 1948 que garantizaba cierta protección de los sindicatos ante los gobiernos y permitía - fundamentalmente - que las centrales sindicales de carácter internacional pudieses denunciar el no cumplimiento del convenio a diferentes países. Este convenio granjeo las simpatías de los sindicatos europeos que vieron en el mismo la posibilidad de restringir la participación de sindicatos socialistas si estos países se avenían a participar en la OIT, aunque el informe del Comité McNair sobre libertad sindical que se publicó en el boletín de la oficina en 1956 sugería que no era recomendable atar el principio de tripartismo a un sistema social y económico especifico10, y que las membresías debían darse igual adoptando los valores de la constitución de la OIT como un punto de llegada de un proceso evolutivo y no como su punto de partida. Pero además el convenio permitía denunciar casos que podrían servir para antecedentes a la hora de acreditar sindicatos en el seno de las CIT. A partir de la puesta en funcionamiento del C87 Argentina fue denunciada en algunas ocasiones a lo largo del período, aunque al no haber ratificado el Convenio no podía ser sujeto de sanciones y en al menos uno de los casos - el nº 106 - el mismo fue desechado porque la asociación sindical denunciante no presentó evidencia alguna de la denuncia.
Pero aun con la sanción de un convenio que parecía atacar la posición de las delegaciones obreras argentinas - sobre todo atendiendo a los antecedentes inmediatos -, estos fueron nombrados en puestos de importancia dentro de la oficina.
En gran medida la apuesta por la OIT estuvo vinculada a otro de los cambios fundamentales que impulsó desde la dirección David Morse. Tal como lo venían reclamando los países y delegaciones obreras latinoamericanas - entre ellas la Argentina - la OIT se fue redefiniendo cada vez más como un organismo técnico de aplicación, en lo que fue percibido como un pase a la acción al tiempo que perdía potencia como foro de debate político, aunque este no desapareció - sobre todo en los espacios que proponían las conferencias. Así prominentes miembros de delegaciones argentinas, como Anselmo Malvicini, encontrarían en las diversas comisiones de la OIT un lugar en el que exponer los proyectos internacionales del peronismo.
La mejora en las relaciones y el éxito obtenido en la conferencia de Ginebra en 1947, llevaron a la Argentina a proponerse como sede de la Conferencia de los Estados Miembros de América prevista para 1949, aunque por orden de llegadas de las propuestas se eligió a Montevideo, Uruguay, como sede (INTERNATIONAL LABOUR ORGANIZATION, 1948c , p. 144). Esta conferencia marcaría el retorno a las proposiciones políticas en el plano americano y era una buena medida para comprobar las posibilidades de expansión del sindicalismo con base en las ideas del peronismo. Las expectativas estaban centradas en la posibilidad concreta de movilizar una numerosa delegación - debido a la cercanía y las facilidades de transporte -, ya fogueada en los organismos internacionales y además con la posibilidad de derrotar a las expresiones sindicales no peronistas que aun guardaban cierta incidencia sobre el movimiento obrero argentino y que estaban en su mayoría exiliados en Montevideo. Tanto es así que la Central de Inteligencia Norteamericana, la CIA, se propuso indagar en cuales eran los objetivos tanto del bando peronista como los antiperonistas, aunque concluyó que para ambos se trataba de una ocasión de propaganda. Así, a los panfletos distribuidos por los antiperonistas nucleados en el COASI se le impusieron los más de 100.000 folletos y las tantas fotos de Perón y Evita (CIA, 1949).
Al reparto de folletos le siguió prácticamente un desembarco de delegados obreros, en una delegación que contó con 15 delegados, entre ellos el secretario general de la CGT, José Espejo11. Ya sin disputa posible en relación a su representatividad, la delegación argentina buscó fortalecer su propia presencia al tiempo que fortalecía la institución. Espejo, al tiempo que buscaba conciliar con la OIT, no dejaba de señalar que las respuestas que esta estaba buscando estaba en las propuestas que la delegación de los trabajadores argentinos estaba presentando, que incluyo un proyecto de Declaración Internacional de los Derechos del Trabajador, en consonancia con los derechos que en esos momentos estaban en debate para ser incorporados a la Constitución Argentina.
También buscaba con su intervención, atraer el interés de los demás delegados obreros americanos - en especial los latinoamericanos - mediante críticas al imperialismo y resaltando la necesidad de construir respuestas regionales a los problemas regionales. Estos objetivos buscaban la construcción de una central sindical regional de la tercera posición ante lo que percibían como la debacle de la CTAL y los intentos de restablecimiento del sindicalismo panamericano e iban en consonancia con la acción desplegada por los Agregados Obreros en las embajadas argentinas fundamentalmente en América Latina (SEMÁN, 2017).
Prácticamente los mismos nombres asistieron a la CIT en Ginebra ese mismo año. El Comité de Acreditaciones volvió a recibir una queja por parte del COASI, pero esta fue desestimada. Allí, Espejo tuvo la posibilidad de ampliar su posición al sostener que los trabajadores argentinos habían reemplazado las formas agresivas de la lucha mediante un cambio en las condiciones que llevaron al éxito de una revolución sin sangre en la que “La lucha de clases se está transformando en cooperación con todos los ciudadanos argentinos que atiendan a la emancipación nacional mediante la dignificación del trabajo” (INTERNATIONAL LABOUR CONFERENCE, 1949, p. 123). Este modelo, era comparado con las propuestas de la OIT - resaltando siempre las bondades del modelo argentino de resolución de los conflictos del trabajo -, y lo que era aún más peligroso para otros países, reflotando acciones que el nuevo orden mundial estaba buscando dejar atrás, sobre todo Estados Unidos, embarcados en la disolución del New Deal.
La conferencia anual de 1950 no supuso novedades en términos de las propuestas de la delegación obrera argentina, más allá de la presión sobre el Governing Body en relación a la Declaración Internacional de los Derechos de los Trabajadores. La novedad estuvo en la propia conformación de la delegación argentina, ya que a la ya establecida y numerosa delegación obrera se sumaron en la delegación gubernamental antiguos delegados obreros - de nuevo destaca la figura de Anselmo Malvicini - pero también agregados obreros de distintas embajadas europeas: Antonio Cornaba de Francia, Wenceslao Souzade Suiza, Alberto Víctor Giordanode Italia, y Armando Bitlaciacomo asistente la División Organización Internacional del Trabajo de la Cancillería. La presencia de estos agregados obreros, si bien no es aquí la intención retomar sus trayectorias, marca la pauta de un proceso de burocratización de las relaciones entre el organismo y los trabajadores argentinos. En su totalidad estos agregados provenían del campo sindical y se sumaron al servicio exterior de la nación después de realizar el curso pertinente (SEMÁN, 2017).
Esa consolidación institucional permitió avanzar con la proyección del modelo sindical argentino a nivel internacional, al afirmar que los ideales justicialistas no eran un mecanismo de control por parte del gobierno, sino “los trabajadores, en su libre voluntad, han decidido a apoyar esos ideales […] buscando alcanzar nuestras metas juntos, en la mayor unión” (INTERNATIONAL LABOUR CONFERENCE, 1952, p. 105) y por tanto la continuidad de la campaña que sostenía la dominación de los sindicatos por el gobierno era infundada. Este ataque a tal campaña debe ser entendida en el contexto en que se desarrolló la CI de ese año en el que uno de los temas centrales fue la situación de otro país latinoamericano - Venezuela - acusado de violar la Libertad Sindical y por tanto el convenio 87 (YAÑEZ ANDRADE, 2017). La inversión realizada en relación al control/apoyo justificaba las múltiples intervenciones favorables al gobierno, en las que Espejo ahondaba más que en las propias proyecciones de la CGT que dirigía.
La construcción de esta tercera posición se reafirmaría en ocasión de la Conferencia de Estados Miembros de América en Rio de Janeiro en 1952. Allí la delegación obrera argentina volvió a presentar nombres ya conocidos todos de la CGT, ya indiscutiblemente oficializada como la encargada de dotar a la delegación argentina de sus representantes obreros. En razón de discutir la memoria del Director General, Florencio Soto remarcaba el camino de la tercera posición y las bondades del modelo argentino (CONFERENCIA DE LOS ESTADOS DE AMÉRICA, 1954, p. 98).
La dinámica propuesta por Morse de una OIT encaminada en la ayuda técnica y como organismo especializado fue modificándola relación de los sindicalistas argentinos con la OIT que se volvió de carácter dual. Si la CIT ofrecía la tribuna para discursos cargados de propuestas y diferenciación política, la existencia de las agregadurías obreras impondría un tipo de dialogo burocrático, construido en base a recabar información técnica para las encuestas del Bureau. Por eso en la CIT de 1952 encontró, además, novedades en relación a las agregadurías obreras. A la presencia del agregado en Suiza, Wenceslao Souza, se sumaría Américo Roncarolo, quien a partir de ese año sería el representante permanente de Argentina ante la OIT. Roncarolo, al igual que Souza, provenía del sindicalismo que se había sumado a la experiencia de las agregadurías obreras. La delegación volvió a contar con la presencia del Secretario General de la CGT argentina, una marca ya en las delegaciones obreras, en las que se repiten los nombres de los consejeros, otro fuerte indicio de burocratización de la relación.
La presencia cada vez mayor de Américo Roncarolo permitió a los delegados obreros contar con pormenorizados informes sobre los temas trabajados en las comisiones permanentes de la OIT y una cabal información de la vida interna del Bureau. Algunos de los informes de Roncarolo disponibles para su consulta en el Archivo de la Cancillería Argentina demuestran el nivel de detalle de la información, así como las apreciaciones personales. Por caso Roncarolo advertía ya en sus informes que el fortalecimiento del sindicalismo libre hacia el interior del Bureau era evidente en esos años. Por eso no extrañó a la delegación argentina cuando Hermann Pateet, representante permanente de la Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales Libres (CIOSL) atacó a la delegación obrera argentina en relación a la falta de libertad sindical.
Fue Eduardo Vuletich, el Secretario General de la CGT, quien respondió no solo a los ataques por parte de la CIOSL, declamando la libertad sindical argentina y la inserción de la CGT con sus seis millones de afiliados, sino también construyendo una posición de mayor antagonismo contra el imperialismo no solo de la CIOSL sino también de la propia OIT. El hecho de que le ataque a la CGT argentina proviniera de la CIOSL y no de la Federación Sindical Mundial (FSM) de extracción socialista/comunista, fue determinante en la orientación política de la delegación obrera, aunque aun así no perdió su búsqueda de una tercera posición. Así Vuletich sostendrá que los conflictos políticos y la atmósfera de hostilidad en la que viven varios miembros significaba […] que estamos solo parcialmente asistiendo a nuestras obligaciones en la lucha por la justicia social. Y es un hecho que muchos países que están trabajando por la paz, la ley y la justicia están envueltos en una atmosfera de hostilidad por parte de las grandes potencias”. Por ese motivo sostenía que la “OIT se ha convertido en un cuerpo totalmente inoperante, y en algunos casos, con malas intenciones” ya que “en lugar de adoptar un pertinente balance entre individualismo y colectivismo como solución a las dos tendencias que dividen el mundo […] ha continuado aceptando prácticas de diferenciación” (INTERNATIONAL LABOUR CONFERENCE, 1954, p. 33).
Esta fuerte disputa con el sindicalismo libre y con la propia OIT menguaría con el reingreso de la URSS a la OIT en 1954. La concreción de la existencia de los dos bloques revitalizó la proyección de una tercera posición y el contenido antiimperialista del año anterior quedó oculto detrás de las bondades de las reformas sociales que se estaban implementando en Argentina de las que los delegados obreros no eran sino “incorruptibles misioneros de nuestra doctrina” (INTERNATIONAL LABOUR CONFERENCE, 1955, p. 250). La apuesta de ese año, y del siguiente, pasó entonces por reinstaurar la idea una justicia social construida a partir de las reformas sociales implementadas por el justicialismo, que entre otras cosas favorecía uno de los tópicos que preocupaba al director general de la OIT en la presentación de la memoria anual: la productividad.
Esos dos años también estuvieron marcados por una mayor consideración sobre los actos de violencia interna en Argentina. Esto marca también en cierto sentido la pérdida de relevancia de las propuestas de los delegados obreros argentinos en el seno de la CIT, en las que buscaron romper cercos informativos, pero sin la proyección internacional de años anteriores. El crecimiento de las centrales sindicalistas agrupadas en base a las divisiones ideológicas volvió obsoleta la posición de la delegación obrera argentina en la OIT. Tal vez por ese motivo la construcción de un sindicalismo peronista con proyección internacional se respaldó cada vez más en las figuras de los Agregados Obreros.
La presencia de los muchachos peronistas en la OIT durante los años del gobierno de Juan Domingo Perón pasó por diversas etapas que pueden pensarse en primer término como un intento de romper el aislacionismo al que los países europeos y latinoamericanos - los mayores animadores del organismo a mediados de los años 40 - impusieron al país. Esto se debió tanto a la vacilante política exterior argentina entre 1945 y 1947 como así también a los vaivenes de la política local, y a las propias internas del movimiento sindical argentino que en esos años perdió gran parte de la red regional e internacional rastreable desde los años 30. Por tanto, la voluntad de romper el aislamiento no era solo en el nivel de relaciones entre naciones, sino, y fundamentalmente, reencontrar un lugar en el plano de las relaciones internacionales del movimiento obrero. En este momento inicial la resistencia más importante a las delegaciones obreras argentinas provenía de la CTAL y la FSI/FSM - cuando dicho espacio aún era compartido por la socialdemocracia, el socialismo y el comunismo. El rechazo que recibió la delegación obrera argentina en la Conferencia de Paris en 1945 fue en gran parte debido a la percepción, por parte del sindicalismo internacional, de la Argentina como un país dominado por un tipo de régimen que vinculaban al nazifascismo. Esta etiqueta en términos internacionales, implicaba ser ubicado junto a países donde no había libertad sindical y en el que los movimientos obreros quedaban subsumidos en la lógica estatal autoritaria, como España o Portugal.
Una segunda etapa se abre con la presentación de una numerosa delegación en la CIT de 1947 que coincidió con el retorno de las conferencias a Ginebra. Las elecciones de febrero de 1946 le permitieron a la delegación obrera mostrar la falacia de acusarlos de formar parte de un gobierno autoritario o una dictadura. Pero además la delegación se propuso presentar la Tercera posición como una vía a explorar por el ente ginebrino ante la evidencia de la división entre Este y Oeste. Esta propuesta se sostendrá durante todo el período, aunque con vaivenes. Las posibilidades de éxito fueron evaluadas en razón n de la pérdida de poder de la CTAL dentro de la CI, que se constató con mayor fuerza a partir de la elección de David Morse al frente del organismo.
Los años que van desde 1948 hasta 1955 puede pensarse como una etapa de normalización de las relaciones, con el establecimiento de delegaciones estables, conformadas por un pool de nombres que se repartían entre las distintas comisiones de la conferencia. Las delegaciones en estos años estuvieron encabezadas por los Secretario General de la CGT - Espejo primero y Vuletich después - dando cuenta de la relevancia que el movimiento obrero organizado argentino daba a la organización. En este período se asiste a un doble proceso: por un lado, las CI continúan siendo el momento de presentar las líneas políticas y el posicionamiento de la CGT ante la OIT y ante el movimiento obrero internacional, pero por el otro se asientan mecanismos burocratizados de asistencia y comunicación, en consonancia con los cambios del organismo que pasó a ocupar cada vez más su lugar como oficina especializada de la Organización de Naciones Unidas. La posición de las delegaciones obreras pasó de denuncias ante el carácter imperialista del movimiento obrero organizado en la CIOSL a readoptar la tercera posición a partir del reingreso de la URSS al organismo, lo que significó un fortalecimiento de la FSM - ya bajo la órbita comunista. En este proceso la delegación argentina buscó acercarse a las delegaciones obreras latinoamericanas, aunque las tensiones de los primeros años del peronismo evitaron una mayor colaboración y la CGT y el peronismo fueron abandonando la tribuna de las CI para la construcción de la proyección latinoamericana de su proyecto sindical a favor de otros mecanismos - como los agregados obreros.
La presencia estable y la figura de los Agregados Obreros, en particular el caso de Roncarolo, abre la puerta para repensar la construcción de burocracias obreras, en un sentido weberiano como categoría descriptiva ante las necesidades administrativas de las organizaciones obreras, desprovistas de su condicionante negativo pensado en forma genérica como la construcción de una identidad diferenciada12. Sin embargo también es interesante no perder de vista la construcción política de dicha representación burocrática. Pensar no solo en que la dirección y la organización requiere funcionarios con experiencia y conocimientos específicos, sino en la posibilidad de un proceso de comunión de objetivos entre estas dirigencias internacionalizadas y las necesidades de los proyectos diplomáticos de la Argentina bajo el primer peronismo.
*E-mail: andres.stagnaro81@gmail.com