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Hacia una conciencia auto-eco-transformadora
Carlos E Massé Narváez; Gustavo A Segura Lazcano.
Carlos E Massé Narváez; Gustavo A Segura Lazcano.
Hacia una conciencia auto-eco-transformadora
Towards a self-eco-transformative awareness. An anti-hegemonic proposal
Controversias y Concurrencias Latinoamericanas, vol. 11, núm. 20, pp. 365-387, 2020
Asociación Latinoamericana de Sociología
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Resumen: Partimos de una perspectiva crítica de descubrimiento dialéctico que induce al acercamiento de los sujetos objetos de estudio, contextualizando sus diversas prácticas y representaciones sociales en el marco de la globalización económica, con el propósito de centrar la discusión en las relaciones históricas entre humanidad y naturaleza. Asimismo exponemos el proceso de constitución de la conciencia en la sociedad actual para avanzar, en el marco de la renovación y la resistencia cultural, hacia la conciencia eco-transformadora. En general aspiramos a teorizar sobre la conformación de un sujeto auto-eco-transformador y anti-sistémico cuya conducta responda a la situación presente de crisis ambiental a escala mundial, anticipando cómo dicho sujeto podría constituirse en agente de cambio por sus experiencias en comunalidad.

Palabras clave:NaturalezaNaturaleza,Globalización económicaGlobalización económica,Conciencia críticaConciencia crítica,Sujeto anti-sistémicoSujeto anti-sistémico,ComunalidadComunalidad.

Abstract: We start from a critical perspective of dialectical discovery that induces the approach of the subjects under study, contextualizing their various social practices and representations within the framework of economic globalization, with the purpose of focusing the discussion on the historical relations between humanity and nature. Next we expose the process of constitution of consciousness in today’s society to move forward, within the framework of renewal and cultural resistance, towards eco-transforming consciousness. In general, we aspire to theorize about the conformation of a self-eco-transforming and anti-systemic subject whose behavior responds to the current situation of global environmental crisis, anticipating how this subject could become an agent of change for his experiences in commonality.

Keywords: Nature, Economic globalization, Critical awareness, Anti-systemic subject, Commonality.

Carátula del artículo

Artículos

Hacia una conciencia auto-eco-transformadora

Towards a self-eco-transformative awareness. An anti-hegemonic proposal

Carlos E Massé Narváez
Universidad Autónoma del Estado de México, México
Gustavo A Segura Lazcano.
Universidad Autónoma del Estado de México., México
Controversias y Concurrencias Latinoamericanas, vol. 11, núm. 20, pp. 365-387, 2020
Asociación Latinoamericana de Sociología

Recepción: 21 Octubre 2019

Aprobación: 03 Febrero 2020

La abundancia de las cosas consumidas

indiscriminadamente se vuelve funesta.

Hace imposible orientarse en ella, y así

como en los monstruosos almacenes hay

que buscar un guía, también la población

ahogada en ofertas espera al suyo.

-Theodor Adorno-

“Acostumbramos hablar con nuestras aguas y respetarlas,

con nuestro sol y nuestra luna, con los vientos,

los puntos cardinales y todos los animales

y plantas de nuestras tierras

que nos acompañan”.

-Choquehuanca- (Indígena)

Introducción

Conforme el título del trabajo, el término hacia significa la dirección a la que un movimiento desea llegar involucrando el camino al logro de una conciencia auto-eco-transformadora; categoría en construcción que, hasta el momento, nos permite formularla como: la adquisición de una conciencia de un sujeto social asociada con una práctica crítica y antitética a los procesos y actos depredadores del medio ambiente que destruyen el hábitat planetario.

La abundante información oficial y no oficial relativa a los esfuerzos de entidades no gubernamentales no ha llamado la atención de los líderes mundiales, ni obligado a las naciones a emprender acciones efectivas y coordinadas para detener el cambio climático, la desforestación, la contaminación del cielo, mar y tierra, siendo asuntos por demás apremiantes.

La extensión auto-eco-transformadora, alude e implica al sujeto en proceso de ampliación de su conciencia ecológica, por ser quien asume, o asumirá, en la práctica cotidiana, acciones de mayor cuidado del ambiente, a la vez que logra transmitir a otros sujetos el apremio de participar del mismo propósito involucrando la conciencia y acción ambiental, vistas desde el punto de vista eco-político.

Cabe considerar que la huella ecológica de quienes hoy habitan el planeta se encuentra ligada a una concepción errada del desarrollo que favorece el incremento y diversificación del consumo superfluo y no superfluo, motivo por el cual el mayor daño ambiental procede de los países tecnológicamente más avanzados. Al respecto se estima que “un ciudadano estadounidense consume o destruye quinientas veces más recursos ambientales que un hindú. La presión sobre la base de recursos naturales (…) es sumamente desigual” (Riechmann, 1995, p. 9).

En torno al conocido estudio Brundtland, Jorge Riechmann (1995) señala que: “el principal mérito de este informe estriba en el análisis de las interrelaciones y los mecanismos de causación recíproca entre despilfarro en el Norte del planeta, pobreza en el Sur y destrucción de la biosfera”; por tal motivo el autor advierte que “de poco (o nada) servirán las reformas para “ecologizar” la producción, y muy particularmente las mejoras en eficiencia, si no se frena el crecimiento material en nuestras sociedades sobredesarrolladas” (p.2).

Sin duda la dominación de los países desarrollados (del Norte) hacia los dominados (del Sur), incluye a los propios sujetos que integran aquellas naciones. Al encontrarse des-empoderados, sus voces no son escuchadas en sus legítimas demandas de mayor salud ambiental y mejores condiciones de vida. A todos ellos, sujetos desempoderados, tanto del Norte como del Sur, se dirige principalmente nuestra propuesta.

De la perspectiva de descubrimiento (Método)

Usamos –hace tiempo-- a la articulación transdisciplinaria como óptica de estudio. Esta perspectiva supone construir el conocimiento por articulación de cuatro niveles multidimensionales de lo real: el Económico, el Político, el Social y el Psicocultural, en el marco del fenómeno más influyente y grave de nuestra época: la globalización mercantil y su efecto sobre la vida en el planeta y, por tanto considerar la importancia de sus manifestaciones en la dimensión temporal: pasado, presente y futuro para el análisis crítico.

Lo transdisciplinar refiere al hecho de relevar el objeto de estudio por encima de cualquier discurso sustantivo de carácter disciplinario. En consecuencia lo transdisciplinario involucra, indefectiblemente, la apertura del pensamiento más allá de los límites de estructuras teóricas preestablecidas sin desechar, a priori, las posibilidades de captación de lo real a través de las categorías y conceptos teóricos ya construidos. Las teorías por tanto resultan necesariamente ser re-significadas por nuestra observancia del movimiento intrínseco de la realidad.

Es por tanto que postulamos una actitud crítica en el uso de las teorías en la medida en que la aprehensión de lo real, obliga a considerar al movimiento propio de las cosas que da origen a situaciones particulares e inéditas. Explicar o comprender los fenómenos ceñidos a marcos teóricos pre-establecidos resulta una tarea prescriptora, engañosa y empobrecida desde su origen. En esta perspectiva nuestra, explicar un problema es apenas el principio de un esfuerzo auto-reflexivo orientado a descubrir los procesos involucrados con la multidimensionalidad de las determinaciones en movimiento que convergen en el objeto estudio.

Desde nuestra óptica, toda investigación al aproximarse al ser del objeto de estudio resulta, finalmente, un logro momentáneo al que de ninguna manera podemos considerar como el paradigma o teoría que permita explicar fehacientemente otros objetos o casos similares, debido a los procesos y fuerzas que inciden singularmente sobre el movimiento de la realidad.

De los sujetos – objetos de estudio

Desde una perspectiva dialéctico-crítica, asumimos que nuestra conciencia se encuentra determinada y determinándose en cada momento al verse involucrada con los diferentes procesos y niveles de la realidad, que se constituyen en cada sujeto como referentes de un pasado que no acaba de perecer y que devienen en el presente modelando el pensamiento, en los términos y sentidos del bloque hegemónico de dominación que, en este caso, opera a través de la publicidad comercial. Es por tanto que la cultura, en la era global, se concibe como el conjunto de instituciones que conforman un bloque heterogéneo, pero que coexiste, a su vez, con el bloque hegemónico de dominación que opera sobre la mayoría de la población mundial.

En nuestra opinión, la cultura refiere a la complejidad simbólica cuya dinámica condiciona la vida social y que sólo resulta altamente diferenciada entre grupos sociales y étnicos. Ahora bien, para fines de nuestro análisis debemos distinguir, en lo general, los agrupamientos y sectores sin poder; como seres dominados. Dichos colectivos, para sobrevivir y con poca conciencia de ello, asumen (o asumimos), casi inconscientemente, las orientaciones provenientes del discurso hegemónico, haciéndolo funcionar en favor de quienes detentan el poder, lo cual les (nos) lleva, a consumir insistentemente los productos superfluos y no superfluos que oferta el poder publicitario comercial de las corporaciones establecidas por los dominadores.

El sistema capitalista constantemente crea y expande mercados que, a nivel de las estructuras sociales, definen condiciones de dominio y dominación mediadas por bienes y productos que configuran patrones de consumo que impactan los modos de vida de los ciudadanos y sus expectativas de desarrollo, sin advertir o, sin importarles, todas las repercusiones de sus actos productivos. En condiciones de globalización mercantil las relaciones primarias entre sociedad y naturaleza se desvanecen haciendo imperar escenarios de mayor acumulación y artificialidad, establecidos por tales medios persuasivos.

Más allá de las promesas de confort y bienestar que ofrezcan los mercados, debemos advertir que los seres humanos somos la síntesis de naturaleza y sociedad que nos configura como unidad existente. En el mundo material la naturaleza deviene fundida con lo incidental de la acción humana. La socialización de la naturaleza no suprime su esencia, dado que ésta continua siendo naturaleza a pesar de ser manipulada por los miembros de nuestra especie.

De acuerdo con Friedrich Engels (1987) por medio del trabajo toda transformación de la naturaleza es a la vez transformación del hombre. La manera de satisfacer buena parte de las necesidades humanas atraviesa necesariamente por el sustraer o aprovechar, de manera social, las obras de la naturaleza. El devenir de la naturaleza, una vez socializada, que hace mutar a la naturaleza humana socializada, deviene en historia. Al respecto cabe tomar en cuenta cómo “la fisicalidad de los seres humanos es organicidad constitutiva condensadora de la naturaleza exterior socializada” (Covarrubias, 1995, p. 13).

El ser humano es, en principio, naturaleza que evolucionó hasta adquirir conciencia de sí misma y de cuanto le rodea. De acuerdo con Marx (citado en Covarrubias, 1995):

La universalidad del hombre aparece precisamente en la práctica en la universalidad que hace de toda la naturaleza su cuerpo inorgánico, tanto en la medida en que es, primeramente, un medio inmediato de subsistencia como en la medida en que es (subsidiariamente), la materia, el objeto y la herramienta de su actividad vital. La naturaleza, es decir, la naturaleza que no es en sí el cuerpo humano, es el cuerpo inorgánico del hombre. El hombre vive de la naturaleza: significa que la naturaleza es su cuerpo, con el que debe mantener un proceso constante para no morir. La vida física e intelectual del hombre está indisolublemente ligada a sí misma, porque el hombre es una parte de la naturaleza” (p.106).

Sociedad capitalista y naturaleza

Inexcusablemente las relaciones que los seres humanos han establecido con los entornos naturales han permanecido supeditadas a cubrir sus necesidades fundamentales. Esta dependencia ha atravesado diversas etapas, por ejemplo “desde el punto de vista de los procesos civilizatorios, en principio, la relación que existió entre el hombre y la naturaleza fue recíproca y de mutua transformación en las diversas culturas, representada en una concepción integradora” (Martínez, ٢٠٠١, p. 4). Sin embargo, en la medida en que los agrupamientos sociales, por efecto del incremento poblacional y sus patrones culturales, demandaron mayores recursos, la relación de nuestra especie con la naturaleza tomó rumbos graves y con consecuencias deplorables para las generaciones posteriores.

En los dos últimos siglos, el rumbo de la civilización occidental y sus demandas energéticas ha dejado una huella ecológica oscura en todo el planeta debido a las dinámicas económicas de suma acumulación que prevalecen en versiones acrecentadas. Durante el último siglo “los procesos civilizatorios demandaron más del entorno, con las consecuentes modificaciones y las transformaciones de los sistemas naturales y sociales” (Castillo, 2017, p. 351).

La existencia de las sociedades humanas, históricamente ha pendido de la explotación de los ecosistemas donde han logrado establecerse. Aunque el carácter exterminador del homo sapiens, con respecto a muchas especies, se remonta a tiempos del nomadismo glaciar, fue la revolución industrial el suceso civilizatorio que efectivamente detonó la era de intercambio desigual y arbitrario entre humanidad y naturaleza. Desde una perspectiva amplia, no únicamente el capitalismo, sino también otros regímenes económicos y políticos, hicieron de las extraordinarias obras de la naturaleza, simples recursos para la producción y la acumulación de poder; visiones obtusas que, por los daños ocasionados, despiertan hoy gran inquietud entre diversos sectores sociales.

En particular y en torno al debatible proceso de apropiación humana de los componentes vitales de la biosfera y

(…) desde una mirada histórica retrospectiva de la relación sociedad-naturaleza y sus interacciones, se consideran cinco grandes periodos. El primero, en el que el ser humano integra en forma recíproca el sistema natural y tiene una relación armónica con él. El segundo, se caracteriza por domesticación de la naturaleza, de la propiedad y del dominio del hombre sobre esta. El tercer periodo considera la naturaleza como un objeto de transformación, de materia prima, que incursiona en las leyes del mercado, radicalizando la relación en la industrialización y el crecimiento económico. El cuarto periodo contempla una relación que se mueve entre la industrialización y la occidentalización de la economía, para consolidar la globalización como modelo en el cual la naturaleza es vista como un factor de producción y se relaciona con el desarrollo económico y el progreso material bajo la cultura del dominio, la explotación y el consumo. El quinto periodo contempla la naturaleza como sujeto de derechos, en la que se resignifica como ser vivo y sustenta el derecho de la naturaleza a través de los principios de relacionalidad, correspondencia, complementariedad y reciprocidad” (Castillo, 2017, p. 357).

Es así como la conciencia ecológica, que ha venido emergiendo en la sociedad actual, expresa un estado de preocupación entre quienes advierten su complicado rol de consumidores y depredadores del medio ambiente. Esta visión implica, desde nuestra perspectiva, cierto cambio de actitud hacia las prácticas y comportamientos insustentables así como un esfuerzo limitado por frenarlos o revertirlos. El tema, a nivel mundial, ha venido adquiriendo en las últimas décadas, mayor importancia1.

A pesar de los avances en materia ambiental, el continuo impulso a la globalización capitalista ha complicado los escenarios de sustentabilidad en buena parte del planeta. Aunque la globalización resulta un proceso añejo, que se remonta a la expansión de los primeros imperios europeos sobre Asia y África, con la caída del Muro de Berlín se detona la expansión total del capitalismo en el mundo y junto con ello el imperio de la lógica del libre mercado que, vinculada con los flujos financieros que no reconocen patria alguna, adquieren y convierten los ecosistemas en insumos y materia disponible para los propósitos de lucro que emanan de la economía mundial. Por tanto:

(…) la globalización, la cual irrumpe bajo una lógica de acumulación y reproducción del sistema capitalista que origina otra representación de la relación naturaleza-sociedad, orientada a la conquista del territorio y al dominio colectivo de los recursos naturales bajo la premisa del bienestar común para la humanidad, pone en riesgo las dinámicas sociales, políticas, culturales y los recursos naturales locales (Guerra, citado en Castillo, 2017, p.357).

Movido por sus fuerzas internas, el capitalismo global constantemente expande y renueva el estado de consumo superfluo en las distintas regiones del planeta, particularmente en las áreas urbanas y metropolitanas donde se concentra mayoritariamente la población económicamente solvente. Para lograr tal cometido el capital continúa evitando hacer concesiones innecesarias a los pueblos y territorios poseedores de abundantes riquezas naturales. En consecuencia el capitalismo global devasta los ecosistemas y daña sensiblemente a las poblaciones dependientes de los mismos. A raíz de ello y debido al modelo de desarrollo económico hegemónico:

(…) estamos ante un planeta absorbido por una crisis sistémica, compleja y global, una crisis epocal que tiene carácter muldimensional y exige un estudio inter y transdisciplinario, pues sus ámbitos son diversos, este incluye: emergencias morales, la crisis alimentaria, la crisis migratoria, crisis ambiental, crisis bélica, crisis de escasez, crisis de superpoblación, crisis hiperurbanización, crisis institucional, y una crisis económica-financiera (González, 2016, p.141).

Por lo anterior la humanidad ha ingresado al siglo XXI enfrentando un panorama por demás complejo y contradictorio. Los avances científicos y tecnológicos impulsados por la economía global perturban los hábitats naturales y trastocan los modos de vida mesurados en buena parte del planeta. Al respecto, no pocos estudiosos de la biodiversidad vienen considerando muy graves las secuelas del modelo civilizatorio que favorece la sobrepoblación humana y contribuye al agotamiento de los recursos no renovables y el exterminio acelerado de numerosas especies en el planeta.

Al parecer, tanto los sectores capitalistas interesados en expandir y consumar sus dominios, como la sociedad global, adolecen de suficiente conciencia ecológica y no han deparado en cuestiones decisivas para su sobrevivencia. De continuar la tendencia “en la era del Antropoceno puede darse el aniquilamiento de la humanidad. El sistema productivo y los ejercicios del poder promueven fuerzas destructivas, y en un sentido profundo conllevaría a una autodestrucción” (González, 2016, p.151).

El sistema social que soporta al capitalismo favorece los procesos de acumulación y concentración de la riqueza. La mayoría de los individuos y sectores en condiciones de libre mercado actúan reactiva e inercialmente a los dictados de la economía global. De acuerdo con Covarrubias (1995); la problemática que propicia el sistema coadyuva a explotar y alienar al colectivo a partir del sujeto individual, conforme la lógica predominante del capital. Dicha condición aparece desde el primer capitalismo de “libre competencia” y se mantiene vigente hasta nuestros días.

El llamado neoliberalismo o globalismo económico, más que una etiqueta ideológica, refiere a una lógica extrema cuya tasa de ganancia se sitúa por encima del ser humano y de la naturaleza, sin importar el daño a su dignidad y la catástrofe ecológica que amenaza, gravemente, con desaparecer la vida en el planeta Tierra.

Ante la insistente depredación de los ecosistemas alentada por los grupos que concentran el poder económico, nos vemos obligados a reconocer que la conciencia ciudadana a escala mundial se encuentra, actualmente, mayormente determinada y determinándose por la incesante lluvia de ideas publicitarias que el capitalismo propaga con el fin de mantener e incrementar, de forma ilimitada, el consumismo en la sociedad global (ideología). Solo las comunidades indígenas desde siempre han actuado ecológicamente, conservando y cuidando las tierra, aguas, flora y fauna, y no es hasta recientemente que algunos estratos sociales urbanos académicos, estudiantes y ONGs, han estado tomando conciencia y acciones prácticas de protesta. Los primeros –como en nuestro caso— investigando y denunciando daños al medio ambiente (Massé y otros, 2018), los segundos también investigando en sus programas de posgrado, publicando trabajos críticos al respecto y manifestándose en sus espacios locales contra la depredación ambiental, el cambio climático, etcétera.

Debido a que la sociedad actual resulta mayoritariamente urbana y ésta se encuentra alojada en espacios artificiales, es fácilmente sometida por los sistemas comerciales, hasta el grado de ser totalmente dependiente del abasto de mercancías requeridas para su sustento. Es así como las masas urbanas operan como recipientes disponibles para la publicidad de productos que deben ser consumidos y que al hacerlo, abonan a la producción y explotación capitalista de todos los recursos naturales.

La constitución de la conciencia

Dada su condición bio-existencial, el ser humano se constituye por múltiples incidencias naturales y sociales. En tal sentido su existencia como ser vivo resulta compleja, siempre en proceso de ser alguien, aunque permanezca inacabado; una manera de hallarse y a la cual se incorporan nuevos contenidos provenientes de experiencias y reacciones imprevistas. Proceso de vida interminable, devenido y deviniente que configura al ser en su mundo.

El ser humano como sujeto es también encarnación del todo, es fisicalidad material contenida y socialidad vivida. Ambas circunstancias expresadas en un bloque de pensamiento que logra diferenciarle del resto de los seres vivos. Hasta donde sabemos la conciencia resulta la expresión más compleja y sintética posible de lo real; la expresión más plena de la potencialidad de la materia. Conciencia que se realiza en la abstracción del mundo y que al ser interiorizada, sea como subjetividad en la individualidad o como realidad vivida y representada, expresa el verdadero ser del sujeto.

La conciencia humana, desde tiempos pretéritos, ha motivado hondas reflexiones en torno a la naturaleza más íntima de nuestro ser. En tal sentido el término conciencia refiere a procesos intangibles, hoy como ayer, de sumo interés para diversas disciplinas y que adquiere, en cada una de ellas, disímiles significados. En una aproximación filológica la distinción entre los lexemas wissen (conocer) y scire (saber) nos permite traducir la conciencia, en acto de tomar conciencia. Esta posibilidad obliga a examinar las certezas e incertidumbres coligadas con la existencia humana; tema que ha dividido por siglos a quienes sentencian que los contenidos de la conciencia proceden del interior de la persona, de aquellos que aseguran que la causa incontrovertible del ser consciente radica en el mundo exterior. Al parecer, en los últimos años, ambas posiciones han venido cediendo terreno en favor modelos interesados en conciliar ambos postulados.

Es por tanto que la conciencia, sin admitir definición precisa de su ente, ha venido a ser considerada una función del espíritu humano vinculada con las construcciones sociales y culturales, a través de las cuales los individuos confieren sentido a su existencia en relación con las realidades que afrontan. La conciencia, por tanto, no se limita al ego, debido a que proyecta el ser en su mundo, brindándole la posibilidad de examinar las circunstancias en las que se desempeña la vida propia.

Como fenómeno psíquico la conciencia constituye un logro notable de la evolución biológica. Nacida de la organización celular, la conciencia deriva de la complejidad alcanzada por las estructuras orgánicas que participan del despertar de la naturaleza sobre sí misma. Al respecto Antonio Damasio (2015) opina que: “la conciencia es un estado mental en el que se tiene conocimiento de la propia existencia y de la existencia del entorno” (p. 241). Sólo que a esta consideración hay que agregar la necesidad de la crítica. No es lo mismo contemplar el entorno, que aprehenderlo mediante la crítica para transformarlo.

Es la conciencia finalmente la que hace existir a los seres en el mundo, permitiendo a los organismos más complejos advertir su propia existencia y la presencia de otros entes. Para que la conciencia humana cumpla son su cometido resulta indispensable a cada individuo: “(1) estar despierto; (2) tener una mente operativa y (3) tener, en el interior de esa mente, un sentido de ser uno mismo el protagonista de la experiencia” (Damasio, 2015, p. 247). Pero una experiencia sin más puede referir simplemente a un deporte o pasatiempo. En el tema que nos ocupa, el sujeto que proponemos, al ser auto-eco-transformador, resulta también el protagonista crítico de su propia historia cotidiana.

La conciencia remite siempre a experiencias introspectivas, por medio de las cuales los sujetos, en condiciones imponderables, se percatan tanto de su propia condición interna, como de la relación que guardan con determinados entornos. La conciencia, por tanto, aparece como la manera de devenir del ser y su posibilidad de auto-examinarse. “La conciencia es como mil testigos (…) un juicio que se ejerce en nosotros mismos, hacia nuestros actos y nuestros pensamientos” (Casin, 2018, p. 283) y como cavilación humana en el mundo, la conciencia adquiere también proyecciones diversas. Por ejemplo la “conciencia central es la conciencia centrada en el aquí y ahora (…), la conciencia de gran alcance o expandida (…) se ocupa de la personalidad e identidad” (Damasio, 2015, p. 259).

En particular y bajo el régimen capitalista la conciencia es moldeada por el discurso hegemónico de dominación quien por medio del poder publicitario incita al consumo desmedido, convirtiendo al sujeto en un ente depredador que participa, con su granito de arena, en el ecocidio planetario.

Conciencia y sistema social

Al vivir en sociedad los individuos emprenden diversas prácticas acordes con su estado de conciencia. Cabe recordar que el concepto de “práctica social hace referencia a todas aquellas actividades humanas sociales que operan en el tiempo y en el espacio, y que están atadas a registros reflexivos y discursivos producidos por los mismos agentes sociales” (Murcia, 2016, p. 263). Sin embargo “las prácticas sociales no se dan aisladas de las formas de concebir las realidades, de las convicciones y creencias que sobre ésta se tienen, de las significaciones imaginarias sociales que las comunidades han configurado” (Murcia, 2016, p. 270). Motivo por el cual son resultado de las representaciones socio-culturales que imperan en cada tiempo y lugar.

Antes que el capitalismo fuera el modo imperante, los miembros de nuestra especie, independientemente de sus orígenes y circunstancias, se relacionaban estrechamente con sus similares para subsistir y prosperar. El fortalecimiento de los vínculos comunicativos incidió en su organización gregaria y legitimó las pautas culturales en dichos agrupamientos. Sistemas fácticos y simbólicos mediaron las principales representaciones y valoraciones colectivas, al tiempo que matizaron los medios y fines cotidianos.

Instalados en el régimen capitalista, más allá de lo fáctico, aparece en la conciencia expresada la totalidad histórica configurada de un modo determinado, estableciéndose lo que el sujeto es y no es, siendo a final de cuentas lo que la sociedad decide hacer de él.

Las constantes interrogantes: ¿Qué, cómo, cuándo, por qué y para qué se piensa? son finalmente resultado de las determinaciones sociales, que se ejercen sobre cada substrato. De este modo y acompañando la acción, “la estructuración de la conciencia individual se realiza en un proceso social en el que, paulatinamente, se van incorporando referentes de distinto tipo e intensidad constituyendo de una forma concreta el bloque individual del pensamiento” (Marx, citado en Covarrubias, 1995, p.15).

Con base en ello nos vemos obligados a reflexionar ¿Cómo puede operar el desenvolvimiento de la conciencia, a nivel social, sin un análisis exhaustivo y causal? Más aun, tomando en consideración que la historia registra un cambio muy significativo de la antigüedad a la era cristiana. Nos referimos al cambio socioeconómico y político en el cual la iglesia católica construyó su gran poder terrateniente y papal, logrando que la conciencia se sujete a la ideología del poder religioso y a la idea del Dios único. Periodo en el cual el grupo clerical se auto-constituye en “intérprete” legítimo y legal de los deseos divinos; dando inicio a una era donde la conciencia de las masas queda sujeta a dogmas que perdurarán por siglos confiriendo sentido a numerosas vidas.

En otro episodio de la conciencia, la historia de la ciencia muestra la fuerza del espíritu crítico. Desde el siglo XIII con Roberto Grosseteste y posteriormente con Giordano Bruno, Galileo Galilei y otros más, se inicia la reflexión invectiva alejada de preceptos religiosos. Los llamados sabios, exponían públicamente sus ideas desafiantes en relación al movimiento del mundo, basados en observaciones y argumentos que terminarían cuestionando el designio “divino” (Mardones y Ursúa, p. 1988).

Posteriormente, los descubrimientos de nuevos mundos y las conquistas de sus territorios y riquezas, fueron minando la conciencia sujeta a la religión. Primeramente emergieron otras ideas de Dios, con la aparición del luteranismo y el anglicanismo fueron, al lado de movimientos de grupos sociales, surgiendo múltiples actores y prácticas contrarias al régimen terrateniente y papal, mermando el bloque hegemónico asociado al Dios católico. De dicho proceso emerge la nueva clase social, devenida de la anterior formación feudal que se independiza (des-sujeta su conciencia del poder papal), la cual será denominada “burguesía” debido a que refiere a “los hombres de la ciudad”. Tal sector, aprovechando los logros de la primera revolución industrial, como los descubrimientos, invenciones de siglos anteriores, así como las ideas de los contractualistas y las críticas del ancien régime, impulsó las aspiraciones que servirían a los precursores de la llamada “revolución burguesa” (Groethuysen, 1981).

El conjunto de condiciones históricas asociadas a la formación de Estados nacionales provocaron un cambio significativo en el bloque de pensamiento. En los siglos XVIII y XIX, surge la nueva conciencia que da origen al movimiento social de la “burguesía”, cuyo grito de guerra acuñó la frase: sapere aude (atrévete a saber; piensa por ti mismo”) y la cual señalaría la necesidad intelectual de renunciar a la fe ciega (o fe del carbonero) en el llamado poder divino (Groethuysen, 1981).

Fue así como la conciencia burguesa se crea por la renuncia al viejo régimen cuyo manejo económico resultaba más bien de autosubsistencia para los pobres (o siervos de la gleba) y de opulencia para el poder papal terrateniente y de los “señores feudales”, circunstancia contraria a los anhelos de hombres devenidos de la anterior “nobleza” deseosos de mayores riquezas. Este proceso observado por Marx y Engels fue el que sentó las bases para aquella expresión ya clásica: “la historia de todas las sociedades hasta nuestros días, es la historia de la lucha de clases” (Marx y Engels, 1888), frase que marcó un parteaguas en la historia universal.

De acuerdo con Karl Marx quien, por estudiar abogacía, economía y filosofía sentía más en carne propia el sufrimiento en la época pre-capitalista, fueron los “siervos de la gleba” quienes, posterior a la descomposición del sistema feudal, conformaron la clase obrera entonces en condición de fuerza de trabajo “liberada”, pero desposeída y objeto de explotación por parte de la naciente burguesía.

Cabe destacar que Marx fue un crítico y no un apologista de su tiempo y de su contexto y a pesar de que él nunca se consideró como sociólogo, observó, diligentemente, el nacimiento del Estado nacional francés a la par del capitalismo continental, de ahí que los objetivos de conocimiento para el autor se orientaron a la praxis revolucionaria y no tanto a propósitos academicistas, aunque también buscaba leyes (Massé, 2014).

Desde sus inicios el Estado capitalista dictaría normas orientadas a fomentar la ganancia y la usura, objetivos que, en pleno siglo XXI prevalecen y contribuyen a reproducir la desigualdad social. Los marcos jurídicos en buena medida justifican y explican la presencia de riquezas estratosféricas en pocas manos, mientras que millones de pobres subsisten en condiciones indignantes formando parte de un inhumano círculo vicioso y patético.

El camino hacia la constitución de la conciencia eco-transformadora

La conciencia social según Covarrubias (Op. Cit.), se condensa en las conciencias individuales como resultado de los referentes provenientes de los distintos modos de apropiación de lo real que se combinan en los procesos que operan en determinados contextos culturales. Estos modos paradigmáticos de apropiación de lo real son: la empiria, el arte, la religión y la teoría, conjunto de representaciones que se realizan por medio de figuras de pensamiento en torno a la realidad y que integran la conciencia, dado que nadie se introduce una montaña en la mente; es la imagen y significado de la montaña lo que ingresa a la conciencia, formando parte de los referentes cruciales.

En relación a las formas de apropiación de lo real con referentes propios, la religión, por ejemplo, involucra nociones abstractas como son: la santidad, divinidad, obediencia, encarnación y la salvación. La teoría, por su parte, emplea categorías y conceptos; mientras que el arte se ocupa de los mensajes, las emociones y los estímulos sensoriales. Por su parte la empiria integra las experiencias que provienen de la practicidad propia, como de las de otros. Todos y cada uno de los referentes incorporados, lo hacen bajo la égida de la conciencia en la cual predominan los referentes previamente instalados y que, en última instancia, definen formas específicas de conciencia.

Los referentes generalmente no se incorporan y permanecen tal y como están en la realidad, sino que cada conciencia los asume bajo esa égida proporcionándoles un nuevo perfil, no con la significación con la cual fueron generados, sino con la que se articulan a la conciencia, de forma no original. Cabe decir que incluso existe la posibilidad de ser deformados e incorporarse en una versión contraria a su sentido original. Este proceso, en cada caso, resulta altamente complejo para ser abordado satisfactoriamente.

Durante el trayecto que hemos aludido, no sólo se incorporan referentes físico-materiales, sino también: ideas, valores, prejuicios, categorías, conceptos, creencias, suposiciones y todo tipo de recursos simbólicos que confieren sentido a lo real y lo vivido. Por tanto cada modo de apropiación se realiza con el conjunto de referentes que le son propios (Covarrubias, 1995, págs. 14 - 21).

El cúmulo de representaciones o referentes que denominamos bloque de pensamiento aunque resulte susceptible de experimentar reacomodos, siempre predispone a los individuos frente a las situaciones que enfrentan. Es por tanto que “la mutabilidad permanente de los bloques de pensamiento implica un proceso de constitución-desconstitución-constitución tal, que nunca cesa la articulación rearticulación de los referentes viejos, de los recientemente incorporados y de los que en ese momento se están incorporando” (Covarrubias, 1995, p. 16).

La mutabilidad de lo real hace inédita en todo momento a la realidad misma y por tanto la generación de referentes resulta una tarea interminable. A pesar del carácter mutable de la conciencia, por lapsos a veces cortos, en ocasiones demasiado largos, prevalece cierta lógica, en el bloque de pensamiento, que tiende a endurecerse y a convertirse en juicios permanentes a partir de los cuales se procesa el abanico de nuevos elementos que habrán de incorporarse a las perspectivas vigentes.

Al paso del tiempo se agregan, de manera subordinada, otros referentes que contravienen la lógica instalada y predominante en la conciencia; es decir, la lógica y los valores capitalistas. Por este motivo asumimos que la toma de conciencia frente al cambio climático, devenido de la contaminación por desechos derivados de sobre-consumos humanos; una vez que añadan una cantidad importante de referentes eco-transformadores de gran intensidad, harán explotar la lógica predominante, reconstituyendo la estructura y el funcionamiento de la conciencia (Covarrubias, 1995). En consecuencia se otorgará a la conciencia misma una nueva lógica (en donde prevalezca más el deseo de vivir en el planeta) que tendrá que renacer conforme a las leyes de la naturaleza y no a las del hombre (dominador y depredador del planeta), llevando a la práctica la crítica necesaria para que se instale como razón dominante. Apostamos a una premisa, que aún no podemos probar. Sin embargo nuestra esperanza es, como dijera Ernst Bloch (2007), práctica y crítica revolucionaria.

Evidentemente no se presupone la expulsión de los referentes anteriores, los cuales resultan constituyentes de la lógica predominante, más bien se trata de “una nueva forma de articulación de los mismos referentes procesados con otra logicidad, i. e., con otro modo de pensar lo real” (Covarrubias, 1995, pags.17, 18). A ello queremos aspirar mediante la extensión y socialización de la conciencia eco-trasformadora de las comunidades.

Por desgracia, la conciencia que predomina actualmente se encuentra anclada a un bloque de pensamiento conformista y utilitarista que, a nivel social, es sostenido, incluso, por las estructuras de gobierno más avanzadas del mundo. En el marco del capitalismo global los estados nacionales (hasta hoy), ya nada o poco tienen de nacionales. Sus gobernantes, casi todos, se han convertido en empleados de las corporaciones transnacionales y por tanto sirven dócilmente a intereses privados y hegemónicos inscritos en tratados mercantiles que, desde su diseño, aspiran a depredar todas las geografías y beneficiar a unos cuantos.

Hacia un sujeto auto-eco-transformador opuesto al sistema capitalista

Ante el difícil panorama que enfrenta la humanidad proponemos distinguir tres tipos de sujetos inmersos en la sociedad global:

  1. Sujeto 1: Sujeto sistémico, funcional, consumidor activo y potencialmente destructor de la biosfera.

  2. Sujeto 2: Sujeto en transición de conciencia. Aquel que intenta revertir su condición consumista e indiferente a la depredación ambiental, pero que aspira a una conciencia eco-transformadora

  3. Sujeto 3: Sujeto anti-sistémico, crítico, autocrítico y eco-transformador

Nuestra propuesta trata de la adquisición de una conciencia ecológica a partir de modificar la visión de los sujetos en torno al sistema en que participan. De modificar sus hábitos de consumo y emprender acciones conjuntas orientadas al cuidado del medio ambiente, tal vez podría evitarse la catástrofe ecológica mundial que se avecina.

La posibilidad de mudar de sujeto funcional hacia sujeto en transición o sujeto anti-sistémico exige, necesariamente, el despertar de la conciencia ecológica advirtiendo la emergencia asociada con la gran catástrofe ambiental. Este paso incluye el rechazo, de la mayoría, a dedicar más tiempo y dinero a disfrutar de las “ofertas” que dispensa el libre mercado. El consumo por tanto requiere ajustarse a satisfacer las necesidades básicas e ignorar las parvedades que la economía depredadora instaura. De esta manera infinidad de bienes materiales y simbólicos (necesidades creadas) que hoy la población puede adquirir con el poder del endeudamiento, dejarían de formar parte del imaginario social, como del patrimonio anhelado y coligado al poder de una firma.

El acontecer económico y cuanto provoca el capitalismo global en los entornos naturales es hoy, objeto de nuestras reflexiones críticas, mismas que respaldan a quienes luchan a diario, poniendo en riesgo su vida e integridad por el planeta y sus territorios libres de contaminación, con flora y fauna no tan depredada, donde el agua sea compartida con todos y nunca más robada y vendida para el lucro transnacional en envases que contaminan (Shiva, 2007).

Si bien las mayores amenazas que enfrenta la humanidad en el siglo XXI proceden del modo en que las sociedades industriales y posindustriales interactúan con la naturaleza, al acrecentarse el número de sujetos con visión eco-transformadora podrían revertirse muchos de los factores que amenazan la vida humana. Sin duda el agotamiento de algunos recursos no renovables, el grado de contaminación del ambiente, los daños provocados a los ecosistemas, como la pérdida de la biodiversidad y el cambio climático, son el resultado de un afán de progreso y dominio económico que no ha deparado en límites y consecuencias. Ante tal escenario apremia tomar conciencia ecológica del devenir humano y de nuestra racionalidad, dado que “la crisis ambiental es la crisis de nuestro tiempo. El riesgo ecológico cuestiona al conocimiento del mundo” (Leff, 2003, p. 7).

Por tanto se requiere alentar, entre las nuevas generaciones, una praxis ambiental que, en el sentido más amplio del término, se traduzca en acción política cotidiana en favor de la preservación de los ecosistemas y modos de vida humanos prudentes. Recordemos, para tal efecto, cómo el marxismo postuló una filosofía materialista y dialéctica por medio de la cual nuestra praxis logre transformar la realidad como totalidad en desarrollo.

La praxis transformadora, en esencia, constituye un acto de rebeldía enfocado en modificar las condiciones de vida que resultan impropias y con ello derogar el fatalismo histórico. Conforme el principio de la praxis, como acción guiada por la conciencia, la historia la escriben los hombres al liberarse de las circunstancias que los condicionan y sólo, por la praxis, resulta posible desalienar verdaderamente las conciencias.

La segunda tesis marxista sobre Feuerbach apunta que: “el problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva, no es un problema teórico, sino un problema práctico”; por tanto “es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento” (Marx, 1969), dicha sentencia significa que únicamente los hechos respaldan y dan validez a las interpretaciones.

El sentido de transformación incorporado a la conciencia ecológica le atribuye sentido práctico y opuesto a la indolencia que, con respecto al daño ambiental a escala local y planetaria, priva en la sociedad actual. Se trata por tanto de alentar un proceso global de concienciación, en el entendido de que:

(…) la concientización, según Freire, es un proceso de acción cultural a través del cual las mujeres y los hombres despiertan a la realidad de su situación sociocultural, avanzan más allá de las limitaciones y alienaciones a las que están sometidos, y se afirman a sí mismos como sujetos conscientes y co-creadores de su futuro histórico (Villalobos, 2000, p. 18).

El impulso emancipador de la conciencia aparece en escena cuando esta advierte el potencial de sus propias fuerzas, la necesidad de cambio, y resuelve afrontar, acuciosamente, los factores y circunstancias que le condicionan.

La conciencia eco-transformadora amerita la construcción de nuevos términos y argumentos críticos contrarios al consumismo; ideología nociva que sostiene a un sistema económico altamente depredador. La tarea enunciativa ha de fundamentarse en las evidencias más crudas y concretas que ofrece la realidad y no en entidades abstractas que evadan la complejidad del fenómeno y resulten incapaces de hacer visible y legible las conductas irracionales que provoca el capitalismo global; porque mientras la ética antropocéntrica se centra en el rol del hombre, lo considera superior y relevante, mientras que la flora, la fauna y la naturaleza en general deben estar dispuestas al servicio del hombre, su valor utilitario es el que prepondera, es un recurso a ser explotado. La ética biocéntrica considera a la naturaleza y a los seres vivos como moralmente relevantes, ellos están dotados de unos valores intrínsecos por su sola existencia; es una ética que asume la vida como el eje de su pensamiento, en ella convergen todos los sistemas vivos cuyas relaciones e interacciones son el fundamento de su operación, evolución y desarrollo (Leyton, 2009, citado en González, 2016, p. 146).

En el fondo de la cuestión requerimos ocuparnos de la peor crisis civilizatoria que pudiera enfrentar la humanidad, misma que opera a niveles muy profundos de nuestros modos de relacionarnos con los entornos naturales. “La crisis ambiental, entendida como crisis de civilización, no podría encontrar una solución por la vía de la racionalidad teórica e instrumental que construye y destruye al mundo” (Leff, 2003, p. 8). Ciertamente la “crisis ambiental no es crisis ecológica sino crisis de la razón” (Ibidem; 2003, p. 45).

Hasta aquí hemos propuesto la necesidad de autotransformarnos en lo individual, como sujetos antisistémicos; capaces de llevar a la práctica acciones reparadoras y compartir con otros conciudadanos la necesidad de transitar de una conciencia autocomplaciente del estado perturbado de la naturaleza; hacia una conciencia eco-transformadora que confronte al poder hegemónico que deriva del sistema económico y que en buena medida radica en la publicidad comercial que estimula el consumo superfluo y la producción depredadora de la biosfera por medio del consumo inmaterial (publicidad) y, material (bienes necesarios --los menos-- y superfluos, los más).

Para apuntalar lo anterior, un estudio con base en el análisis de revistas latinoamericanas, como “Cosmopolitan”, entre otras, muestra la manera en que a los países dependientes se les ha venido proponiendo, desde los años 70 del pasado siglo, imitar el modelo de consumo superfluo, acatando los dictados del llamado libre mercado que promete al individuo consumista, ser dueño de su propio destino. Tal concepto de libertad se reduce a la capacidad de acumular bienes innecesarios y consumir la mayor variedad de mercancías posibles. El pensamiento empresarial y transnacional asume esta tarea como un servicio requerido por todas las sociedades. La Revista Printers Ink predecía, ya para los años veinte, que: El futuro empresarial estriba en su habilidad para fabricar consumidores a la vez que productos” (Santa Cruz y Erazo, 1980).

Las evidencias muestran que la perspectiva transnacional (corporativa) no ve a los hombres y a las mujeres como seres humanos; únicamente los concibe como población de masas consumidoras. En la fábrica se generan productos –que sin duda depredarán a la naturaleza y al ser desechados habrán de contaminarla--. Productos que, a través de la publicidad, hacen creer a sus destinatarios que les resultan indispensables, porque a través de ellos se transmite la ideología que reproduce y sustenta el mercado: por tanto el ideal del ser humano es consumir aquello que el bloque hegemónico dominador de pensamiento haga circular eficazmente en los medios de comunicación.

Si se acepta lo anterior, la condición necesaria para la subsistencia del capitalismo radica en la necesidad de fabricar también consumidores, mediante la publicidad que fomenta diariamente el deseo de adquirir irracionalmente nuevas mercancías, impulsadas por estrategias de mercado que pretenden abarcar todo el quehacer y las aspiraciones humanas, masculinas o femeninas, mediante las promesas y estereotipos que despliega la publicidad comercial.

Para la mujer, concretamente de clase media, el empresario Charles Revson (1950) asume y declara: “En la fábrica hacemos cosméticos, en la tienda vendemos esperanzas” (Ibidem, p. 16). Ello significa que se vende la idea de que al consumir tal o cual producto se está en proceso de liberación (de falsa liberación) dado que la conciencia no se libera en tal acción. Lo que realmente se busca es un tipo de mujer desvinculada de su realidad, acrítica y despolitizada. Un ente que deambule por encima de las contradicciones de su tiempo, en busca de la supuesta felicidad que le dará el consumo, sin importar que exista sobre-explotación de la naturaleza que incluye a todos los seres humanos.

Si bien las ideas tomadas de Adriana Santa Cruz y Viviana Erazo (1980), incluyen pruebas históricas de cómo las propias mujeres se han opuesto a los cambios sistémicos; en Latinoamérica, consideramos que lo mismo resulta válido para los hombres. Ambos géneros constituyen la verdadera terminal del proceso productivo transnacional, tanto en el campo ideológico, como en su proyecto de consumo.

El mecanismo cultural que hace operativo el proceso es la publicidad, actividad que cobra importancia a partir del industrialismo y continua sofisticándose en la tercera ola hasta llegar a ser, en la práctica, un dispositivo de comunicación imposible de sustraerse o de evadirse en la vida diaria. El mensaje publicitario-consumista aparece a cada momento de muchas formas, entra como intruso en el auto, en la casa, en el celular, vía internet, con seductores mensajes que vinculan marcas y productos con todas nuestras actividades cotidianas. Incluso más allá de su finalidad comercial, la publicidad introduce una serie de asociaciones, representaciones, imágenes e imaginarios que condicionan las conductas de buena parte de sus destinatarios (García, 2000). Por ello la autora considera a la publicidad en su análisis:

Como una actividad comunicativa que tiene su fundamento en la actividad económica; a su vez, como un referente en procesos sociales de intercambio simbólico, en la vida cotidiana y en las representaciones que los sujetos se hacen de la realidad (…) y el papel que les toca cubrir a los diversos actores de la comunicación publicitaria en la globalización: los anunciantes como emisores; la mediación de las agencias publicitarias y los medios de comunicación; y la sociedad como receptora de sus mensajes (Ibidem, p.21).

Es a través de este monopolio de la publicidad comercial que los medios de comunicación, mayormente privados, emiten y depositan sus mensajes a los receptores potencialmente solventes, configurando conciencias pro-consumistas, es decir ad hoc a sus intereses. ¿Qué les interesa? Sino que las grandes masas consuman acuciosamente sus productos para lograr obtener las mayores ganancias económicas a través de la persuasión y el engaño.

El espíritu de la comunalidad y el sujeto anti-sistémico, crítico, autocrítico y eco-transformador

Aunque la constitución de una conciencia auto-eco-transformadora es una propuesta teórica para, en la práctica “correr la voz de que el mundo está en peligro”, estamos conscientes de que gente con un pensamiento conservador de la naturaleza, antisistémico, ha existido desde hace siglos, como acontece en la comunidades indígenas, dando muestras, a lo largo de la historia, de sus capacidades críticas y eco-conservadoras. En tiempos actuales, son los (las) principales activistas en defensa del agua y la tierra.

Muchas de estas personas, en las últimas décadas, han sido ultimadas por los poderes federales, estatales, locales, oficiales y también por agencias privadas; al oponerse al abuso y robo de sus recursos naturales. Por esta razón la oposición que hacen las comunidades y pueblos al sistema capitalista, aunque totalmente legítima, ha sido aislada e ignorada por las mismas ciencias sociales. Si bien la Teoría Crítica retomó de Marx la crítica de la sociedad, por otro lado la teoría tradicional, positivista, continua ignorando lo más valioso para la naturaleza en el mundo, los cuidados y la dedicación de los pueblos originarios en lucha por la defensa de sus tierras, aguas y bosques, nunca para apropiarse de la naturaleza, sino para trabajar, conservarla y coexistir en comunalidad.

Por esta razón de suma importancia, proponemos que es de ellos de quienes podemos aprehender a vivir en comunalidad, pero, requerimos hacerlo rápido tomando en cuenta la abundante información científica que nos anticipa la peor de las catástrofes; el fin de la vida humana en el planeta.

Ahora bien, ante la pregunta ¿Qué es la comunalidad? algunas voces sugieren vagamente que “es el elemento que define la inmanencia de la comunidad”. La enunciación precisa que resume lo esencial de esta categoría formulada por Floriberto Díaz Gómez, líder y pensador mixe, añade que fue generada a partir de una reflexión desde lo local, en el contexto de las discusiones sobre la autonomía de las comunidades indígenas, especialmente la de aquellas comunidades que, como la suya, están dotadas “de un cierto margen de autonomía” (Díaz Gómez, 2001b).

Nuestra visión del ser social comunitario se enriquece cuando se considera que “eso es, en realidad, la ‘resistencia’, una acción colectiva transformadora que mantiene viva la comunalidad”, apuntó Javier Sánchez en la presentación del libro de Jaime Martínez Luna: “Textos sobre el camino andado” (2013). Un texto que no responde a un interés académico, sino al compromiso de Jaime con los pueblos de la Sierra Norte de Oaxaca. Así, moderados por Benjamín Maldonado Alvarado, comentaron Alejandra Aquino Moreschi, Javier Sánchez Pereyra y José Manuel Del Val Blanco una serie de reflexiones y críticas sobre “la comunalidad”. Citemos aquí algunas de las intervenciones:

Alejandra Aquino comentó que no es la lengua la que define a los pueblos, sino su manera de vivir, su manera de relacionarse entre ellos y con su medio. En este sentido, la comunalidad no es un horizonte que hay que alcanzar, sino la manera en la que ya viven los pueblos. La comunalidad pone en jaque a las ciencias sociales, ya que es una forma de vida que se transforma al paso al tiempo y que depende completamente de una actitud colectiva de los pueblos de mantener vivos los lazos que les dan pertenencia e identidad frente al mundo moderno, en donde la guerra contra los pueblos no ha terminado, sino que existe hoy, de manera silenciosa y poco visible, a través de la imposición de proyectos de “desarrollo”, partidos políticos y modelos educativos. “Eso es en realidad la ‘resistencia’, una acción colectiva transformadora que mantiene viva la comunalidad” apuntó Javier Sánchez.

La comunalidad resulta lo opuesto a la individualidad que se enseña en la educación oficial y, sobre la cual no se han hecho cambios, sino que refuerza el modelo que continúa acatando las visiones adoctrinadoras provenientes del Banco Mundial, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el Fondo Monetario Internacional (FMI). Sus directrices únicamente fomentan el individualismo y la competitividad entre los miembros de una misma sociedad.

Por ello se considera que la pobreza emerge de la construcción de la individualidad; la comunalidad, que reconoce al individuo, lo hace para poder construir el colectivo que se resiste a la individualización, por eso no comulga con la desigualdad, pero tiene el reto de enfrentar la relación hombre-mujer, pero esto no lo hará desde el discurso, sino desde la cotidianeidad, como sugirió José Manuel Del Val, planteando a la comunalidad como una articulación de lo humano, en el presente, pasado y futuro. Por tanto no se trata tan sólo de un concepto, es la vida misma de los pueblos llamados indígenas la que permite responder a problemas globales y que da luces para la construcción de un mejor horizonte de comunión entre lo humano y la naturaleza.

El término comunalidad, a nivel argumentativo, suma resistencia y experiencia histórica al planteamiento de Martínez Luna, quien critica el raciocinio colonial, incluso antropológico y literario, que ha menospreciado el pensamiento indígena. No obstante, el autor es consciente de que el pensamiento actual de los pueblos indígenas es resultado:

Del violento cruzamiento de dos civilizaciones en el que podremos encontrar la explicación del comportamiento actual de nuestros coterráneos (...) nuestras comunidades no son puras, precisamente porque somos resultado permanente de presiones externas y energías internas que nos plantean una situación nueva cada vez (Martínez Luna, citado en López, 2011).

Por lo anterior, nos parece que hay que sumar esfuerzos con los sectores progresistas conscientes de frenar la depredación ecológica y educar en ese espíritu comunal, versus la idea de que ya no hay fronteras gracias al supuesto “fin de las ideologías” y el acceso a las nuevas tecnologías. El ingrediente histórico progresista, que no conviene a los indígenas, ni a una idea “pura” de comunalidad, puede contribuir realmente a una educación crítica ecológica. Esta contradicción es parte de una propuesta necesaria, dado que el mundo no es plano, ni lineal, sino contradictorio e injusto, tal como lo ha demostrado la contradicción capital-trabajo.

El sentido de utilidad, que no de utilitarismo, de nuestro planteamiento, no sólo resultaría oportuno para formar hombres útiles y trabajadores indígenas o no, sino también porque asegura una cultura ecológica, en una época de depredación de los ecosistemas exacerbada desde hace más de 30 años, a partir del consenso de Washington (Moreno, Pérez y Ruiz, 2004), mecanismo que apresuró el consumismo, como versión civilizatoria, y respaldó el avance de ciencias para la producción de nuevas mercancías altamente depredadoras y tóxicas, además de alimentos escasamente nutritivos y transgénicos.

En este contexto, la perspectiva homólatra lanza al individuo en búsqueda de la distinción frente a los demás, bajo la premisa de una superioridad consumidora de productos que ensalzan el narcisismo en detrimento de la atmósfera, los ríos y la vegetación. Esta visión irresponsable de la ciencia ha puesto al borde del desastre ecológico al planeta Tierra. Por tanto hay que hacer saber, en la escuela, que “no hay planeta B” y si lo hubiera, ya estarían apartados o vendidos los boletos y los predios para llegar a él. También, debemos hacer notar que ya no habrá lugares dignos donde vivir, ni crédito —aunque sean usurarios— para adquirir una vivienda en el paraíso inexistente. Por ello la tierra, en la cosmovisión de las comunidades indígenas, deviene en propiedad comunal. Recordemos a Pierre Joseph Proudhon en 1840 cuando señaló que: la propiedad privada es un robo.

La visión naturólatra, por el contrario, mantiene conscientes a los sujetos de aprendizaje como seres que devienen de la naturaleza y no a la inversa. Por esta razón todo ser humano requiere respetarla y amarla, como a él y sus seres queridos mismos. Sin tierra no hay hogar, sin lluvia no hay agua, ni alimentos. Sin paisajes naturales faltarán la belleza, colores, alegría; sin fauna no habrá compañía, ni alimentos, ni felicidad alguna.

Por todo lo anterior, la necesidad que planteamos de migrar como sujetos, de un sujeto sistémico, funcional, consumidor activo y potencialmente destructor de la biosfera; a un sujeto en transición de conciencia. Aquel que intenta revertir su condición consumista e indiferente a la depredación ambiental, pero que aspira a una conciencia eco-transformadora; para finalmente arribar, en el plano de la conciencia al sujeto anti-sistémico, crítico, autocrítico y eco-transformador. Finalmente, concebimos a éste último como el actor principal de nuestro tiempo que reconoce la sabiduría de los sujetos indígenas que viven en el espíritu de la comunalidad.

Conclusiones

En definitiva, no creemos necesario insistir en la búsqueda de nuevos elementos que coadyuven a la adquisición inmediata de la mayor conciencia ambiental eco-transformadora entre la población, tal como la hemos descrito en este trabajo, ello debido a que continuamos siendo escépticos sobre el significado de la catástrofe ambiental, sus graves repercusiones y la responsabilidad de los distintos agentes implicados en el fenómeno, visto ello desde la conciencia de los sectores hegemónicos.

Al parecer los accionistas de las grandes corporaciones y líderes políticos mundiales –que obedecen a dichas entidades, no admiten que, para que el planeta no desaparezca y con él la humanidad entera, hay que respetar a la Naturaleza, porque en el fondo del problema el espíritu del capitalismo es la avaricia, deseo que nutre la ideología transnacional e influye en la mente de los sujetos de ambos géneros. Sujetos que vienen siendo fabricados a su vez desde el boque hegemónico de dominación para el consumo creciente de bienes necesarios –los menos— y superfluos, la mayoría.

En este punto nos vemos desprovistos de estrategias eficaces que aligeren nuestra huella ecológica y sin embargo que a nivel de la vida en el planeta resultan apremiantes a cualquier escala. Por ello y siendo algo sencillo para divulgar en lo cotidiano, proponemos divulgar en nuestro entorno social el siguiente slogan: corre la voz, el mundo peligra, no consumas por consumir, limítate a lo indispensable. Ello presupone que el tiempo del planeta Tierra y nosotros con él, se está acabando y por ello urge reaccionar ante el colapso que se avecina para la vida en nuestro planeta.

Ello porque aquí se considera que una mayor conciencia ecológica contribuiría a reconciliarnos con la naturaleza, a través del modo de aprehensión de lo real en nuestro bloque de pensamiento, haciendo más fuerte el rechazo al bloque hegemónico de dominación que presenta al consumo como el valor más preciado de nuestras sociedades. Por este motivo hay que negar dicho bloque y con ello frenar nuestras prácticas consumistas y aspiraciones banales. Esto mediante la divulgación de saberes ambientales y comunales que increpen todas las conductas insustentables. A pesar de los esfuerzos encaminados a reaccionar, no cantamos victoria ya que es un largo y sinuoso camino lleno de obstáculos del propio bloque aún hegemónico de dominación; parafraseando a Foucault (citado en Langa, 2016) el poder produce y reproduce sus tentáculos de dominación.

La reflexión y autorreflexión son tareas complejas que nos permiten incursionar en la lógica del descubrimiento del modo de estar en el mundo, por ello asumimos que nuestra conciencia está determinada y determinándose por los diferentes procesos de la realidad empírica, referentes de un pasado que no acaba de perecer, que deviene en el presente y que al transformarse fluye hacia el futuro generando nuevas condiciones materiales y modelando las conciencias hacia la acción de consumir primordialmente aquellos bienes que provienen de la naturaleza, como totalidad en equilibrios dinámicos.

El discurso cultural que domina amalgama tantas dimensiones de lo real que resulta inmodesto pretender abarcarlo completamente, pero aprovechando la invariable mutabilidad de los bloques de pensamiento, podemos incidir sobre ellos con más valores naturalistas y ecologistas que pongan el dedo en la llaga previniendo, a quienes aún no lo saben, de la catástrofe que se aproxima. Para dicho propósito nos parece válido revertir algunos de los vectores que determinan la conciencia consumista en favor de una conciencia eco-transformadora, sea mediante estrategias de re-educación, incitación a la crítica y autocrítica o bien la difusión de los principios y prácticas de la vivencia en comunalidad, encaminado todo ello a frenar la ideología consumista depredadora.

Material suplementario
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Notas
Notas
1 A principios de los años sesenta del siglo XX comienza la preocupación de algunos Estados acerca de los problemas medioambientales, y en la década de los setenta dicha preocupación se canaliza hacia los límites del crecimiento humano y la globalidad como reza el informe del Club de Roma de 1972. Ese año, las Naciones Unidas organizaron la reunión de Estocolmo y prepararon la Declaración de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente Humano. A partir de ese momento, se originan dos criterios que guían la relación sociedad-naturaleza, a saber: la concepción de la naturaleza entendida ahora como el medio ambiente y la entrada de una regulación normativa de esta relación, consolidada con la creación de autoridades ambientales y la expedición de normativas legales para el uso de los recursos naturales (Castillo, 2017, p. 354).
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