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Prácticas cotidianas y registros memoriales fotográficos en Argentina: usos espaciales en la construcción de una memoria barrial
Silvina Mariel Fabri
Silvina Mariel Fabri
Prácticas cotidianas y registros memoriales fotográficos en Argentina: usos espaciales en la construcción de una memoria barrial
Práticas diárias e registros memoriais fotográficos em Argentina: usos espaciais na construção de uma memória de vizinhança
Daily practices and memorial records: uses in the construction of a neighborhood memory
PatryTer, vol. 4, núm. 8, pp. 80-91, 2021
Universidade de Brasília
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Resumen: En este artículo propongo reflexionar sobre la yuxtaposición de memorias en clave espacial a partir de la indagación de las prácticas socio-memoriales que fueron incorporadas al relato institucional del Predio Quinta Seré en torno a la conformación de un archivo fotográfico que reúne memorias e imágenes de prácticas vecinales. Los usos del espacio urbano de este lugar de la memoria están atravesados por estrategias institucionales cuyos objetivos fueron aunar relatos de múltiples actores que, en relación a sus contextos barriales y de las luchas políticas singulares a escala local, posibilitaron la emergencia de una narrativa que se conformó en soporte de un hacer memorial. Estas memorias barriales se cruzaron constantemente con los contextos político-institucionales. Pienso a estas memorias como propias de un territorio cotidiano, que revisó (o no) el papel siniestro de la última dictadura militar en Argentina y propició prácticas cotidianas de los vecinos/as que intervinieron en los modos de construcción y de significación de los imaginarios urbanos, la memoria local y el apego hacia el lugar. En ese punto, el giro espacial cobra sentido para indagar el solapamiento de prácticas sociales con sentido memorial, así como también la revisión de las estrategias espaciales de uso y marcación en el predio siempre en constante modificación.

Palabras clave:memorias yuxtapuestasmemorias yuxtapuestas,usos espaciales urbanosusos espaciales urbanos,territorio cotidianoterritorio cotidiano,institucionesinstituciones.

Resumo: Neste artigo, proponho refletir sobre a justaposição de memórias em chave espacial a partir da investigação das práticas sócio memoriais que foram incorporadas ao relato institucional do Prédio Quinta Seré, em torno da criação de um arquivo fotográfico que reúne memórias e imagens de bairros diversos. Os usos do espaço urbano desse lugar de memória são atravessados ​​por estratégias institucionais cujos objetivos buscavam combinar histórias de múltiplos atores que, em relação aos contextos de vizinhança e às lutas políticas únicas no nível local, permitiram o surgimento de uma narrativa em conformidade a um memorial. Estas memórias de vizinhança se cruzavam constantemente com contextos político-institucionais. Penso nessas memórias como típicas de um território cotidiano, que reviu (ou não) o papel sinistro da última ditadura militar na Argentina e levou às práticas cotidianas dos vizinhos que intervieram nos modos de construção e significado do imaginário urbano. , memória local e anexo ao local. Nesse ponto, a virada espacial faz sentido na investigação das sobreposições entre as práticas sociais com um sentido memorial, bem como na revisão das estratégias espaciais de uso e marcação na propriedade sempre em constante modificação.

Palavras-chave: memórias justapostas, usos do espaço urbano, território cotidiano, instituições.

Abstract: This paper intents to reflect the juxtaposition of memories in spatial key starting from the research of social memory practices that were incorporated to the institutional discourse of Predio Quinta Seré, regarding the construction of a photographic file that gathers memories and images of different neighbourhood practices. The uses of the urban space of this memory place are crossed by institutional strategies with the purpose of gathering narratives of multiple actors that in relation with the neighbourhood context and the particular political struggels at a local scale, making it possible that a narrative that became a support of a memorial doing could merge. These neighbourhood memories constantly intersect with politic-institutional context. I think of these memories as belonging to a daily territory that has re-examined or not the sinister role of the last dictactorship in Argentina and that has favoured daily neighbour practices that took part in the way of constructing signification of urban imaginary, the local memory and the bonding to the place. At this point a spatial turn makes sense in the investigation of the overlaps between social practices and memorial sense, as well as in the revisión of the spatial strategies of use and marking of the property in constant modification.

Keywords: justaposed memories, urban spatial uses, daily territory, institutions.

Carátula del artículo

Artigos

Prácticas cotidianas y registros memoriales fotográficos en Argentina: usos espaciales en la construcción de una memoria barrial

Práticas diárias e registros memoriais fotográficos em Argentina: usos espaciais na construção de uma memória de vizinhança

Daily practices and memorial records: uses in the construction of a neighborhood memory

Silvina Mariel Fabri
Universidad de Buenos Aires, Argentina
PatryTer, vol. 4, núm. 8, pp. 80-91, 2021
Universidade de Brasília

Recepción: 04 Febrero 2020

Aprobación: 02 Julio 2020

Publicación: 01 Septiembre 2021

1. Memorias in situ, espacialidades de las prácticas memoriales desde el giro espacial

Avanzaré en el análisis de una de las estrategias memoriales que se lleva a delante en un lugar de la memoria, ubicado en el Municipio de Morón, Provincia de Buenos Aires en Argentina. Este sitio fue inaugurado en el año 2000 y es el primer lugar de la memoria recuperado en Latinoamérica. Es importante destacar que este sitio formó parte del circuito represivo[i] sub-zona 16 durante la última dictadura militar y que, por su ubicación en el entramado urbano, más precisamente el Barrio Seré, impactó en las prácticas cotidianas de los/as vecinos/as (Fabri, 2019). Las prácticas espaciales asociadas a las distintas estrategias de memoración en el Predio Quinta Seré abrieron la posibilidad de revisar los cambios y las decisiones institucionales tomadas desde la Dirección Municipal de Derechos Humanos y, al mismo tiempo, pusieron en relieve el peso y el impacto de los vínculos entre el espacio, el lugar y el territorio para el quehacer de la memoria en este ámbito local.

El programa institucional tendiente a la constitución de un lugar de memoria en el ex centro clandestino de detención conocido como “Atila”, que actualmente lleva el nombre de Espacio Mansión Seré (EMS) definió una serie de actividades que intervinieron en la configuración de los procesos socio-espaciales en el Predio Quinta Seré a partir de las relaciones entre las instituciones que allí se encuentran: el Espacio Mansión Seré (el lugar de la memoria y Centro de Interpretación de la Historia Reciente), La Casa de la Memoria y la Vida (Dirección de Derechos Humanos Municipal) y la Dirección de Deportes Municipal (institución que organiza y gestiona las actividades del Polideportivo Municipal Gorki Grana). El programa memorial estuvo centrado en realizar un trabajo de recuperación arqueológica de los cimientos de la Mansión Seré o “Atila” que funcionó como Centro Clandestino de Detención entre los años 1977 y 1978 y formó parte del Circuito Represivo de la zona Oeste de la Provincia de Buenos Aires, la denominada sub-zona 16 integrada por el Partido de Morón, Merlo y Moreno (fig. 1).

En relación a ese trabajo arqueológico, desde su implementación, en el marco de lo que podemos llamar una política pública municipal de la memoria, apareció de manera explícita la preocupación por avanzar en la recuperación del patrimonio tangible es decir, los vestigios materiales, objetos recuperados que sirvieron luego como prueba en los juicios de lesa humanidad; así como también del patrimonio intangible donde se destacó el trabajo antropológico realizado a partir de la participación de los vecinos del predio y planteó la posibilidad de recuperar una serie memorias sociales del uso del predio antes, durante y después de ser utilizado como un Centro Clandestino de Detención (CCD) resultado que se refleja, en parte en las imágenes del archivo que analizo aquí. Con este planteo pongo en relación esa conexión temprana entre la memoria y el patrimonio inscripta en esa política pública municipal de la memoria.

Por lo tanto, el objetivo central de este artículo es analizar, desde la construcción de un abordaje teórico, un archivo fotográfico que forma parte del dispositivo de memoria social elaborado desde el lugar de memoria Espacio Mansión Seré. Me interesa en particular plantear los modos en que la selección de las imágenes fotográficas se convierte en soportes de las memorias barriales y vecinales a partir de la acción sostenida por las políticas públicas de la memoria en Argentina y su consecuente proceso de institucionalización o lo que se denomina la consagración de la memoria (Guglielmucci, 2013). En este punto, las memorias locales/barriales se entienden como anudamientos entre la vida cotidiana, los recuerdos compartidos y las experiencias vecinales que exceden a las memorias sobre el pasado reciente en Argentina.

Ese lente conceptual es, en definitiva, útil para reflexionar sobre definiciones y perspectivas en torno a: 1) la importancia de los soportes materiales como anclaje de la construcción de un relato sobre el pasado reciente, 2) la capacidad narrativa de los dispositivos visuales como nodo de estructuración de los relatos vigentes en el lugar de la memoria y 3) las aristas institucionales (de gestión, administración y decisión) sobre las que se construyeron las prácticas conmemorativas y memoriales in situ. Estos tres ejes, se plantean para dar cuenta de un caso en particular, pero, a su vez, son herramientas para revisar los presupuestos que se desprenden de la perspectiva del giro cultural en geografía y que, entiendo, colaboran en la manera en que este intento de geografizar las prácticas memoriales nutre a los estudios que en general se despliegan desde el campo de los estudios de la memoria.

Teniendo en cuenta lo anterior, retomaré las posturas que plantean entender el giro espacial como potencialidad teórico-epistemológica, y, por lo tanto, como herramienta heurística de reflexión sobre la espacialidad de las prácticas memoriales en el Predio Quinta Seré, en otra clave. Esta vez parto

de la política pública municipal que operó en su delineamiento sino en los efectos menos visibles que esta política propició a escala local y, más específicamente, en la microespecificidad de lo barrial. Por lo tanto, el Barrio Seré se convierte en un nuevo nudo dilemático para construir una mirada que habilite seguir reflexionando sobre los modos en que la memoria se activa o desactiva contextualmente y, en particular, sobre el trasvasamiento de lo íntimo hacia lo público. Esta intimidad de los sujetos sociales se sostiene por la emergencia de decisiones de algunos/as vecinos/as de la zona al donar parte de sus álbumes familiares como forma de participar en la elaboración de una memoria social compartida. Las fronteras en este punto se advierten como porosas y abren de manera sostenida nuevas preguntas y posibles abordajes.


Figura 1
Ubicación de los Centros Clandestinos de Detención y otros
Secretaría de Derechos Humanos de la Nación (2015, p. 1670).

Un archivo, en general, y específicamente un archivo visual plantean la posibilidad de presentar imágenes cotidianas que enlazan usos del espacio en sus múltiples contextos. No me detendré a especificar las características del Archivo Fotográfico de la Casa de la Memoria y la Vida in extenso[ii], para este trabajo me detengo en las fotografías donadas por los vecinos del Barrio Seré que dan cuenta de usos urbanos espaciales no prefigurados, aleatorios y cotidianos. Sobre este proceso, complejo y sin clausura aparente, versará este trabajo que se estructura en tres partes. La primera tiene que ver con las tensiones entre la proxemia[iii] y la diastemia[iv] en los modos de marcación espacial (Lindón, 2011) y en los procesos de carácter espontáneos que se dan al momento de decidir finalmente marcar el predio como un sitio de memorias a partir del año 1999. En la segunda, trabajo con la emergencia de lo que Borriaud (2009) denominó memorias radicantes. Las enlazo con la importancia de lo visual en las culturas urbanas que recrean, mediante lo visual, una cercanía sobre redes de relaciones con los espacios habitados, vividos y transitados (De Certeau, 2000).

Finalmente, intento repensar el carácter inacabado de los procesos memoriales que continúan incorporando posiciones y modalidades de participación de quienes se acercan, en la actualidad, a ese espacio público y lo hacen propio. En relación a este punto, aparece como sugerente la capacidad de los dispositivos fotográficos para tornarse en nuevas entidades escindidas de su objetivo primigenio de capturar un acontecimiento familiar. Se convierten soportes con posibilidad de ser leídos e interpretados en función del encadenamiento con otros recuerdos, en costura con la propia memoria social in situ, en articulación con otras fotografías de los vecinos. Lo interesante es que se puede leer el predio como una yuxtaposición de imágenes fotográficas que dialogan a partir de un hacer cotidiano del pasado compartido y que escapan a lo entendido como memorias del pasado reciente en clave de militancia, participación política y denuncia-reclamo por memoria, verdad y justicia.

En el plano de las prácticas memoriales, la fotografía doméstica ingresa por mecanismos institucionales de participación en el dominio público, se instala en la narrativa de los museos, ilustra y da cuenta de modos de vida de tiempos anteriores (Urruzola, 2018; Triquell, 2012). Esos tiempos pasados se entrelazan con la emergencia de contextos propicios para construir nuevas narrativas y dan sustancia a las llamadas memorias barriales. Es decir, arman nuevas posibilidades de acción para los recuerdos individuales. Las imágenes se escinden de sus álbumes familiares y encuentran de este modo referencias de un espacio social más amplio que desborda lo biográfico específico de los allí retratados para pasar a dar cuenta de identificaciones ideológicas, históricas y estéticas que permiten redefinir un lugar identitario y de acción (Fabri, 2016), de participación y elaboración conjunta entre actores institucionales y los/as propios/as vecinos/as del barrio. Por ello creo que los conceptos propuestos por Lindón (2011) sobre los modos en que se entrecruzan las prácticas sociales en la propia cotidianeidad pasada recrean proximidades y lejanías a la hora de decidir publicar/compartir los recuerdos familiares y encuadrarlos en el relato de un sitio memorial propiciando una lógica de reconstrucción del predio en torno a la imagen, la memoria y los usos urbanos.

En este sentido, el estudio y la problematización de los elementos culturales que intervienen en las conformaciones de los lugares de la memoria en escalas de significación particular (Lindón, 2011a) y que funcionan como soportes comunicacionales del pasado reciente potencian la relación entre el espacio físico y material con los espacios o, mejor dicho, con los ámbitos lugarizados y construidos subjetivamente en relación a cambios contextuales, particulares y específicos de un momento dado. En palabras de Lindón y Hiernaux (2006) es importante destacar que el giro cultural planteó el redescubrimiento de la dimensión cultural en geografía y su presencia, de una forma u otra, en casi todos los campos de la disciplina, al mismo tiempo que abonó el terreno para la consecuente construcción de un nuevo edificio teórico en torno al concepto de espacio.

Los fragmentos espaciales, al igual que los lugares, cobran significación y relevancia para los análisis que pretendan incorporar la construcción subjetiva de los lugares. Los lugares de la memoria estarían atravesados por estas implicaciones y podríamos pensarlos como espacios vividos en los que

los sujetos-habitantes realizan prácticas con implicaciones espaciales, haciendo uso de saberes y competencias territoriales, recurriendo a su memoria espacial, realizando negociaciones con los otros respecto al uso y apropiación del lugar, aun cuando se trate de formas de apropiación efímeras. (Lindón, 2011, pp.203-204).

Este punto es el que me interesa para pensar en el dispositivo del archivo fotográfico de la Dirección de Derechos Humanos (DDHH) municipal y que permite reconocer un paisaje vecinal del predio a partir de prácticas sociales diversas. En este punto, encuentro en las geografías culturales la capacidad para visibilizar y analizar un espectro particular de las prácticas sociales en clave de geografía situada y en una escala microespecífica y multidimensional. Teniendo en cuenta esta perspectiva, las prácticas sociales entablan diálogos con sus ámbitos espaciales y plantean nuevos puntos de partidas y de arribos que nutren los horizontes problemáticos de la geografía como disciplina.

A partir de los años ‘90, el giro espacial permitió pensar en los solapamientos, en las yuxtaposiciones de las prácticas sociales y culturales en los espacios de acción e interacción social. Definitivamente, los lugares de la memoria pueden ser un caso interesante para establecer nuevas preguntas en torno al recuerdo, la memoria y la proxemia/ diastemia de los ámbitos espaciales en los barrios, pues de alguna manera, el recuerdo de quienes son parte de ese pasado se torna relato para quienes no han conocido o vivenciado ese tiempo anterior en ese espacio compartido.

Al respecto, González (2018) parte de una aseveración sugerente: el giro espacial ocupa un lugar privilegiado dentro de los giros culturales tanto por la metáfora del movimiento propuesta por el uso del giro, como por la concepción de espacios alterables. La noción tradicional de identidad cultural, pasa a considerarse un factor de (re)creación y (re) significación de relaciones sociales, diferencias y entrelazamientos, como un resultado complejo y a menudo contradictorio de localizaciones, requerimientos de espacio, delimitaciones y exclusiones que conforman el imaginario sobre ese lugar.

La pregunta que me hago es ¿cómo se narra ese lugar? ¿A través de qué mecanismos, estrategias y dispositivos? Según Soja (2009) empezó a observarse en los últimos años lo que se denomina el giro espacial en la crítica literaria y otros campos del conocimiento en ciencias humanas, tales como la arqueología, los estudios jurídicos, los estudios religiosos, entre otros. Este giro espacial implica la lectura de diversos fenómenos a través de una concepción crítica del espacio, una concepción que, en consonancia con el planteo foucaoultiano, considera la producción social de la espacialidad y de los espacios como un proceso dialéctico. Lo espacial modela lo social tanto como lo social modela lo espacial (Soja, 2009). En esta concepción social del espacio se encuadra la noción de movilidad[v], de cambio, de proceso en curso donde se despliega la potencialidad para su repolitización. Por ello, en este artículo tomo la dimensión espacial[vi] como un ámbito de disputas por el poder sobre la memoria y los imaginarios que se generan en torno a esta. Los imaginarios habilitarían formas de sujeción, así como de resistencia.

Particularmente, en la actualidad se habla de un redescubrimiento del espacio como una categoría de las ciencias sociales y culturales, lo que significa que en algún momento se perdió, de hecho y empezó a tener menor atención a favor de una perspectiva temporal. Esto fue una constante desde la ilustración y a partir de la idea de colonización en conjunción con el pensamiento de evolución del siglo XIX. Mediante la perspectiva poscolonial los espacios se politizan y se redefinen por el poder. Se convierte así en una herramienta teórica que puede asociarse con el giro poscolonial (Edward Said y Homi K. Babbha[vii]). Otros teóricos que han desarrollado conceptos sobre el espacio como por ejemplo Gaston Bacherlard (2013) en La poetique de l´espace, Henri Lefevbre (2013) en La producción del espacio, plantean una visión marxista y de relaciones sociales construidas desde la propia subjetividad espacial. En ese plano, las heterotopías de Foucault (1984) también impulsaron los discursos críticos sobre las estrategias de relaciones de poder y discursividad como elementos centrales del espacio-tiempo, retomo estos planteos pues entiendo potentes los modos en que estas relaciones delinean la construcción de memorias institucionalizadas, así como también la visibilización de memorias emergentes o subalternas, lo que podríamos definir como las otras memorias.

Tal como afirmó David Harvey (2004) las prácticas espaciales y temporales, cualquiera sea la sociedad a la que hagamos referencia, abundan en complejidades y sutilezas, su implicación íntima con los procesos de reproducción y transformación de las relaciones sociales están marcadas por el cambio social; los trazos de la historia de ese cambio se encuentran capturados por la intersección de las categorías de tiempo y espacio en su forma ideológica y política. En ese sentido, consideramos el proceso de espacialización como del orden del acontecimiento, cercano a las heterotopías[viii] trabajadas por Michel Foucault (1984) y en sintonía con el espacio poético de la fenomenología propuesta por Bachelard (2013) donde los espacios se entraman con la imaginación, los recuerdos y la fantasía: el espacio es proceso temporal y acumulable[ix], comprimido en la memoria de quienes lo rememoran.

Castro Nogueira (1997) plantea que el espacio conforma interioridades y exterioridades como ocurre en y a través de múltiples figuras espaciales arquitectónicas. Al respecto, la figura de la casa habitada donde “hemos aprendido a soñar e imaginar” (Harvey, 2004, p. 243) adquiere relevancia para esta propuesta si tenemos en cuenta que el lugar recuperado para convertirse en lugar de la memoria es, sin más, una antigua casona escenario de usos diversos urbanos para los vecinos. Sin embargo, antes de ahondar en el concepto de espacio, sus procesos de representación y sus conexiones con los procesos memoriales resulta importante plantear la espacialización desde otro ámbito: el recurso visual fotográfico, justamente porque el espacio se comporta como una captura de los recuerdos compartidos.

2. La yuxtaposición de múltiples memorias: la escala local y lo micro como forma de indagación

Las memorias, y más específicamente las prácticas memoriales en un lugar de la memoria, suelen trazar modalidades de convergencia, que aúnan recuerdos diversos. Justamente, las memorias son siempre múltiples y albergan un carácter espacial subjetivo que es muy difícil de asir. En esa linealidad irresuelta se manifiestan semánticas heterogéneas en torno a la densidad asequible del espacio en términos de acontecimiento memorial. Tomo la propuesta de González (2018) para pensar los espacios semánticos de la memoria (los que intervienen en las visitas al predio y también en el propio relato histórico-contextual del sitio) que resultan de la definición de los dispositivos narrativos mediante tres niveles conformados cada uno por pares dicotómicos pero puestos en relación. Existe en el uso de las imágenes del archivo una estructura cuasi arquitectónica del recuerdo. En este sentido las fotografías muestran una imagen espacial de referencia a partir de tres niveles. El primero sería el nivel topológico, en el que el sistema binario estaría compuesto por los pares localizables del “arriba-abajo”, “derecha-izquierda”, “dentro-fuera”. Este nivel dimensiona lo material desaparecido que, en las fotografías de los vecinos/as, aparece como una arquitectura derruida y en ruinas. La arquitectura se señala como un ámbito de desafío para los juegos de los niños y se emplaza como espacio de abandono, miedo y fantasmagórico. El segundo sería el nivel semántico, el cual marcaría las diferencias topológicas semánticamente con pares opuestos usados frecuentemente, como, por ejemplo: “bueno-malo”, “propio-ajeno”, “natural-artificial”, etc. El espacio se carga de significaciones, de adjetivos que resumen los efectos del abandono, pero en clave de capacidad de proximidad, uso y apego. El tercer nivel sería el topográfico mediante el cual se concretiza el orden creado de forma topológica y semántica. Los pares topográficos podrían componerse por: “cielo-infierno”, “casa-calle”. Los límites topográficos son límites clasificadores solo cuando están codificados topológica- o semánticamente porque solo las transgresiones de límites clasificados funcionan como “acontecimiento”. Esto significa que el paso de un límite espacial como la entrada en una casa que no implique un cambio semántico y topológico, no representa un acontecimiento en el texto, ni un cambio en la modalidad con que se mira y significa una fotografía.

Es a partir de estos elementos que construyo conexiones de sentido con la propuesta de Lindón (2008), que, aunque enfocada en la construcción de la espacialidad desde una perspectiva constructivista, pone en cuestión los modos en que los espacios se tornan lugares y los lugares se vuelven territorios a partir del análisis de lo que ella denomina espacios del miedo. Teniendo en cuenta la articulación conceptual entre espacio, lugar y territorio (Fabri, 2016) insisto en la necesidad de prestar atención sobre la línea tan delgada que los separa y define. Estos espacios trabajados por Lindón (2008) estructuran la forma de relacionarse en el espacio urbano. A partir de un recorrido por distintas perspectivas sobre la relación entre miedo/violencia en las formaciones espaciales plantea que:

La forma espacial encarna la violencia/miedo, y por su misma materialidad induce a que el sujeto que la experimenta intente evitar la violencia/miedo eludiendo el lugar así marcado simbólicamente. Esto último tiene implicancias considerables en la vida urbana: dado que cualquier fragmento material de la ciudad puede ser reconocido como un lugar de la violencia/miedo esta simbolización de los lugares orienta a los habitantes de la ciudad a evitar estar o pasar por este tipo de lugares. Algunos son literalmente lugares individuales de la memoria violenta y del miedo, ya que un sujeto así los reconoce. Mientras que muchos otros se han hecho parte de una memoria colectiva del lugar violento y del miedo. Nunca será posible que un lugar sea reconocido por todos los habitantes de la ciudad como lugar de memoria violenta y del miedo. (Lindón, 2008, pp.12)

De esta manera, el predio y el proceso por el que atraviesa en este periodo, puede ser pensado como un proceso de desterritorialización por estar asociado, atravesado y construido sobre prácticas disfuncionales. Creo que, al no establecerse una relación directa entre la identidad de ese territorio, su control definido a partir de áreas específicas y los mecanismos de desintegración e inestabilidad (Haesbaert, 1995) se plantea la emergencia de un proceso que expresa una definición parcial del territorio, en el que determinado espacio es dominado y controlado por un poder y una memoria de los acontecimientos (Lindón, 2008). En definitiva, marca el acceso de ciertos sujetos sociales y excluye a otros en el momento de realizarse esa interacción. Las siguientes fotografías, se comportan como un nexo entre estos tres sistemas (fig 2 y 3).

Sobre las dos últimas fotografías presentadas, la primera fue tomada a principios de los años ochenta por algún familiar de Daniel, quien aparece en la fotografía y dona el material al archivo en el año 2006. La segunda donada por Jorge Chevallier en el año 2007 quien coloca entre 1980-1984 el periodo en que pudo ser captada la imagen.


Figura 2
En la primer fotografía familia reunida en el predio, sin referencia temporal. En la segunda los amigos Fabián y Roberto entre los años 1979-1980 en el camino cercado por pinos
imagen n. 49 n. 11 del Archivo Fotográfico de la DD. HH.


Figura 3
Niños y juegos en el predio
imagen n. 46 e imagen n. 111 del Archivo de la DD. HH.

Para Lotman (1998 como citado en Lindón, 2011), este orden espacial es el elemento organizador alrededor del cual se organizan los textos, incluso los que no tienen características espaciales. La configuración espacial es vista por el autor como un lenguaje que expresa las demás relaciones no-espaciales. Además, para el autor los textos que funcionan como acontecimientos pueden ser de dos tipos: los revolucionarios y los restitutivos. En los textos revolucionarios hay un traspaso de un límite que altera el orden del mundo representado el cual queda así tras el acontecimiento. Por el contrario, en los textos restitutivos puede ocurrir que exista este traspaso y la consecuente alteración del orden del relato, pero que finalmente este orden se reinstaure en un nuevo sentido. Esto constituye un asunto de carácter multidimensional. Es social, es espacial y es corporal. Esos tres planos de acción habilitan la emergencia de un recuerdo capaz de formar parte de una memoria social sobre ese ámbito espacial de referencia. En el caso de las fotografías analizadas en este artículo, podemos agregar también, el plano de lo memorial.

Los territorios de la proximidad son practicados, recorridos, compartidos: devienen en lugares de encuentro con conocidos, representan seguridad y así son cargados de sentidos. Corporalmente son experimentados como los lugares de nuestro cuerpo, los lugares en los que corporalmente no emerge el estado de alerta, sino la confianza ante lo conocido Estas estrategias construyen de manera clara el fenómeno con esencia temporal, manipulando sula propia espacialidad. Así, cuando la aceleración permite extenderse espacialmente y llegar a territorios muy lejanos, algunos sujetos optan por hacer eso y al mismo tiempo reducir parcialmente sus espacios de vida. Ello representa una búsqueda de proxemia corporal y afectiva de manera directa, a diferencia de los acercamientos mediados por la tecnología, como las comunidades virtuales. Esta reducción experiencial de los espacios de vida suele ocurrir en varias escalas geográficas: una es la barrial, otra es la de la casa y aun se podría reconocer la del tránsito por las veredas. Algunos sujetos reducen sus espacios de la proximidad en una o algunas de estas escalas, mientras que otros operan estrategias en todas estas escalas simultáneamente. En cualquiera de los casos, lo relevante es que estas reducciones espaciales muestran indirectamente el radio de acción del territorio de la proximidad que le genera certezas y seguridades sociales y corporales al sujeto. (Lindón, 2011, pp.19-20)

La Mansión Seré en estado de destrucción, indiferencia y uso no formal por parte de la comunidad en el periodo que va desde el año 1978 al año 1984, marca un antecedente para los futuros trabajos sobre la memoria del pasado reciente. Como señala el Proyecto Mansión Seré (2006) la casona semiderruida permaneció como testigo silencioso de los acontecimientos nefastos del período dictatorial. El paso del tiempo y la depredación del sitio deterioraron progresivamente las estructuras materiales arquitectónicas y es en este contexto cuando los vecinos del predio realizaron un uso no formal del sitio utilizándolo como un espacio recreativo, de paso, transitorio y ocasional. El predio abandonado condensó, por ello, prácticas que incidieron en la elaboración de determinados imaginarios urbanos (Lindón, 2007).

Con el abandono del predio, hasta su destrucción definitiva en el año 1985 y, en consonancia con la crisis económica en la Argentina (procesos hiperinflacionarios, crecimiento sostenido del desempleo, precarización de los salarios), se profundizaron las actividades del “cartoneo” y el “cirujeo” basadas en la recolección de objetos abandonados o descartados para su reutilización o reciclaje, su posterior venta, etc. (Doval & Giorno, 2010). Estas actividades y el renovado acceso de los vecinos al predio incidieron en la elaboración de imaginarios urbanos a partir de la puesta en relación de imágenes diversas que se construyeron en torno a la emergencia de las prácticas socio-espaciales, lo imaginario como formas estratégicas sociales que completaron los vacíos, que ocuparon fracturas o huecos de lo que no terminaba de conocerse en su totalidad. Resultó que los imaginarios no albergaron una correspondencia inmediata y mecánica (García Canclini, 1997; Castoriadis, 1997, 1993) con lo sucedido posibilitando la elaboración de una imagen fantasmal del sitio.

El predio abandonado fue usado y practicado por los vecinos de la zona, sin embargo, adquirió en este periodo una especie de halo fantasmagórico, como revela la figura 4. La primera fue tomada entre 1978-1980 por Jorge Chevallier y donada por él el 30/08/2007 al archivo. La segunda fue fotografiada por Daniel, sin fecha estimada y donada en el año 2004 al archivo.


Figura 4
Perspectiva del sendero arbolado que actualmente conduce a La Casa de la Memoria y La Vida
imagen n. 107 y n. 10 respectivamente del Archivo Fotográfico de la DD. HH.

Esta característica se relaciona con el planteo de Lindón (2008) sobre el concepto de espacialidad asociada al par conceptual violencia-miedo que muchas veces puede derivar de las formas y objetos que materialmente integran un lugar. Ella plantea que una construcción abandonada puede ser un claro ejemplo de cómo se activan ciertas representaciones de temor e inseguridad en los habitantes que, a su vez, construyen una simbolización urbana que incide en cómo ese espacio es apropiado o no por los sujetos sociales.

Por otra parte, los imaginarios urbanos son múltiples en los ámbitos espaciales y trascienden las condiciones de clases, las características del barrio en el que se habita y las condiciones en las que se producen relaciones de intercambio y convivencia como relaciones de sociabilidad. Resultan importantes los aspectos subjetivos de lo imaginario, pero, al mismo tiempo, es importante tener en cuenta que la subjetividad está organizada socialmente (Lindón, 2000). Los estudios culturales, en sentido amplio, analizan lo cultural en circunstancias localizadas en las ciudades. En este punto considero que los significados en relación acerca de cómo el predio fue apropiado, en su estado de abandono por distintos sujetos sociales y propició prácticas cotidianas singulares y particulares de este contexto local (De Certeau, 2000, 2007) definido por la proxemia espacial.

En definitiva, en esa construcción operaron las estrategias de uso del predio redefiniendo los sentidos que dejaron los usos arquitectónicos del pasado. En este sentido planteo la idea de que los espacios se tornan lugares y los lugares se vuelven territorios. La forma territorial pone en articulación lo social y lo político, marca puntos de contacto entre ese espacio material y las construcciones simbólicas asociadas a la experiencia y los atraviesa con mecanismos políticos y poderes de control. Ante la desarticulación del Centro Clandestino de Detención (CCD) este ámbito espacial, medible, mensurable y material abrió la posibilidad de volver a integrarse a las prácticas cotidianas del barrio. La antigua casona abandonada funcionó, a partir de ese momento, como escenario de juegos infantiles, de punto de reunión de los vecinos, de un uso que redimió, de manera rudimentaria, el uso como territorio de la Fuerza Aérea ese espacio del miedo, del secreto y del horror se modificó con la práctica espontánea vecinal (véanse fotografías de referencia ya citadas).

La espacialidad cotidiana buscó mitigar, quizás de manera inconsciente, la falta de identificación con ese territorio vedado, con esos territorios acelerados y extensos en los que se dispersó la cotidianidad (Lindón, 2011) y donde el acercamiento espacio-corporal (Tuan, 2007) que lo colocaba junto a, en proximidad con fue, sin lugar a dudas, inhabilitado por el terrorismo de estado. El espacio se convirtió en algunos casos como algo lejano, pero en otros se tornó sumamente amenazante.

3. Barrio, tiempo-espacio y memoria fotográfica

La imagen sobre la memoria del pasado reciente se vio atravesada por estos vaivenes particulares del contexto local y por el apego al lugar. Los vecinos imprimieron de manera constante y espontánea su relación con el entorno urbano, así como también los cambios en los escenarios políticos, la emergencia de nuevos actores sociales que buscaron dar un uso conveniente y provechoso al predio modificaron las sensibilidades socio-culturales y la propia representación (simbólica e imaginaria) de ese espacio urbano como veremos en el siguiente apartado. Sin embargo, antes de avanzar conviene precisar que estos espacios estructuran la forma de relacionarse socialmente con los espacios vividos (Lefebvre, 2013). Para este caso, la relación entre miedo/violencia en las formaciones espaciales plantea que la encarnadura espacial se manifiesta también de manera simbólica:

La forma espacial (…) por su misma materialidad induce a que el sujeto que la experimenta intente evitar la violencia/miedo eludiendo el lugar así marcado simbólicamente. Esto último tiene implicancias considerables en la vida urbana: dado que cualquier fragmento material de la ciudad puede ser reconocido como un lugar de la violencia/miedo esta simbolización de los lugares orienta a los habitantes de la ciudad a evitar estar o pasar por este tipo de lugares. Algunos son literalmente lugares individuales de la memoria violenta y del miedo, ya que un sujeto así los reconoce. Mientras que muchos otros se han hecho parte de una memoria colectiva del lugar violento y del miedo. Nunca será posible que un lugar sea reconocido por todos los habitantes de la ciudad como lugar de memoria violenta y del miedo. (Lindón, 2008, pp. 12)

De esta forma, la aceleración temporal cotidiana, o su interrupción abrupta junto a las estrategias de movilidad espacial -que es uno de sus correlatos-, se incorporaron a las vivencias pragmáticas del uso del predio. Perduran, resignificadas y articuladas, las vivencias con los territorios de la proximidad en los cuales se crean intersticios experimentados a través de una relación afectiva y corporal, tanto con los otros (vecinos) como con el lugar. La proximidad con el propio hacer barrio se hace más intensa en esos intersticios. Por un lado, la estrategia social porta consigo el deseo de residir en barrios con fuerte contenido simbólico, como los centros históricos o lugares que han sido escenarios de acontecimientos relevantes. En otros casos, esto se manifiesta como el regreso al barrio en el que alguna vez se residió y que por lo mismo contiene fragmentos de la memoria biográfica (Lindón, 2011) y que va gestando de manera sostenida la nostalgia compartida. Por otro lado, el sujeto intenta construir un vínculo afectivo fuerte con el lugar de residencia y genera así recuerdos y memorias que lo hacen propio. De esta manera es concebido como parte de sí mismo, allí el sujeto-habitante puede verse reflejado y habilitar su sentimiento de pertenencia, es donde percibe que forma parte de un relato que lo excede como individuo.

A su vez, estas muescas espaciales son demarcadas por las diferentes formas que cada sujeto elabora para habitar su barrio, en función de las experiencias biográficas vividas en ellos y de las prácticas que realiza en cada lugar. La proximidad afectiva y corporal con el barrio constituye una forma de territorialidad, es decir un sentido de pertenencia recíproca entre el sujeto-cuerpo y el lugar.

Para el sujeto, la territorialidad –que en esencia es inmaterial, es un sentido- tiene su anclaje en la corporeidad: el sentido de pertenencia y el bienestar que genera el lugar está corporizado. La proximidad corporizada respecto al entorno barrial, desborda el territorio y el propio cuerpo, haciéndose extensiva a los otros que habitan el barrio. Sin embargo, esa otredad es difusa. Se trata de cercanía con los otros, que pueden ser conocidos o desconocidos individualmente, aunque resultan cercanos, semejantes, con quienes tácitamente se comparte esa forma de territorialidad y también diversas prácticas frecuentes en el lugar, así como problemas y ventajas colectivamente reconocidos como tales. (Lindón, 2011, pp. 21)

Entonces, ¿por qué estas imágenes cotidianas, íntimas y familiares ayudan a reconfigurar espacialmente la imagen de ese predio en el pasado? La casona, en suma, estuvo anclada en la percepción y en la representación de los vecinos como un ámbito espacial no solo imaginario sino también experiencial que modeló las estrategias de acción de los sujetos sociales. Ese lugar de violencia reconocido como un territorio del poder represivo se tornó un lugar de uso colectivo sobre el que se plantearon nuevas territorialidades institucionales. Las siguientes fotografías (fig. 5) fueron tomadas durante los años 1980 y 1984 por Jorge Chevallier, vecino de la zona y donadas al archivo de la DD.HH, el 30 de agosto de 2007. Jorge participó de los talleres Memorias de un Barrio organizadas por el Equipo del Proyecto Mansión Seré.


Figura 5
Casona Mansión Seré en estado de abandono y niños reunidos en las ruinas de la casona
imagen n. 108 y n. 110 respectivamente del Archivo Fotográfico de la DD. HH de Morón.

En esos nuevos territorios el contexto local dirimió los conflictos y acordó finalmente, no sin tensiones que el predio adquiriera una nueva capa de significación propia de los procesos de memoración y conmemoración al convertirse en un lugar de la memoria. En estos territorios hay un juego de fuerzas con capacidad productora. Por ello, retomo la idea de territorio siempre vinculado con el poder y con el control del espacio a partir de la definición de un área de influencia. ¿Para quién, cómo y de qué manera se produce y se construye el territorio como ámbito operativo? Quizás esa pregunta nos permita identificar los procesos territoriales en clave visual para poder revisar el devenir territorial como un movimiento inacabado.

4. Usos del espacio y recuerdos compartidos. Las fotografías como soporte y como dispositivo de transmisión

Los otros parecen ser construidos en base a estereotipos, fijos y prefijados, imposiciones imaginarias o periféricas (Mohanty, 2008). Los otros son, al mismo tiempo, voces actuales que pugnan por emerger, pero también voces pasadas que están sujetas a reinterpretaciones y que compartieron una proximidad dada por la vecindad. Sobre este nudo que se articula entre la/s historia/s, la/s identidad/es y lo territorial como múltiple es que pienso la relación que puede establecerse entre los aportes de los estudios poscoloniales y los trabajos sobre construcción de la memoria. Esta perspectiva nos permite plantear ciertas cuestiones en cuanto a la multidimensionalidad territorial en cuanto a las marcaciones que sostienen lugares, sitios y territorios memoriales. Sin embargo, aquí la pregunta puede centrase sobre si esos, los que detentan otras memorias son otros, es decir: ¿esos vecinos son otros tan diferentes, en otro registro? ¿Son realmente esas memorias subalternizadas por la memoria oficial? Creo que en este caso esas memorias incorporadas a la narrativa del predio intentan ser traccionadas al relato hegemónico, sin embargo, bien sabemos que muchos jirones de esas memorias permanecen silenciadas por múltiples motivos que son difíciles de enumerar.

En consonancia, reitero que el espacio concebido como un constructo social opera en el registro de las significaciones que los sujetos le imprimen al lugar a partir de los usos que hacen efectiva o afectivamente de él y con él, es por ello que el mismo espacio puede condensar diversas prácticas y por ello atribuírsele diversos sentidos (De Certeau, 2007). Esos sentidos reformulan el espacio a través de prácticas concretas y específicas; el pasado asociado a formas simbólicas espaciales puede entenderse como un texto incompleto o como una imagen parcial y allí radica el efecto de que su conocimiento sea problemático pues se ponen en juego los repliegues espaciales íntimos del ser parte de… o estar en casa. Lindón lo deja en claro cuando advierte que:

Al concebir esa experiencia de interioridad protectora en oposición al mundo exterior, usualmente caótico, acelerado y amenazante, pone en juego sentidos y emociones fuertemente encarnados como son el arraigo, el sentido de la regeneración corporal, la tranquilidad y la calidez. El arraigo es una relación directa entre el cuerpo y el lugar, que resulta del uso constante del lugar, con el consecuente acomodo corporal al lugar y con la carga de sentido que ello trae consigo. Por ello, el arraigo por la casa está directamente relacionado con la estrategia de realizar huidas a ese espacio. El acomodo del cuerpo a la casa le otorga al sujeto certezas respecto a su orden y lógicas; y las certezas se plasman en las rutinas. En ese repliegue en el espacio de la casa, se pone en juego otro aspecto como es la apropiación del lugar, que en este caso es la casa. La apropiación le representa al sujeto el sentido de poseer un lugar propio y con un orden propio. Por ello, la apropiación es sobre todo de tipo emocional. Y el sentido de tener un lugar con un orden propio a su vez, le otorga seguridad frente a amenazas posibles. Por ello, ese repliegue frente al espacio público amenazante, le permite al sujeto cuerpo fortalecer una identidad. Por lo anterior, el repliegue en ese lugar apropiado, para el sujeto tiene el efecto de regeneración tanto en términos corporales como emocionales. (Lindón, 2011, pp.25)

El lugar, es decir el espacio apropiado y que parte de una identidad compartida, produce un ambiente de comodidad y tranquilidad pues se trata de un lugar conocido marcado por un orden propio, en donde el sujeto sabe hacer y cómo hacer. La experiencia conocida y compartida nutre estas fotografías del archivo, son en conjunto capaces de movilizar en el sujeto el sentido de recordar en pertenencia y en diálogo con otros. Toda esta red de sentidos asociada a la experiencia de “estar en casa” como una circunstancia del presente denso del sujeto, integra otros aspectos: uno es la memoria del lugar y el otro; las fantasías allí construidas (Lindón, 2011) conforman nuevos registros y relaciones. Las instancias que intervienen al compartir un recuerdo íntimo se solapan con las memorias barriales en una nueva escala, en una nueva forma de entrecruzamientos entre lo topológico, lo semántico y lo topográfico. Las imágenes del archivo son, en suma, producto de esta triangulación que estructura lo memorial en clave de estructura espacial, sentido de lugaridad y experiencia territorial de los/as vecinos/as.

5. Memorias vecinales, memorias íntimas, memorias radicantes

La selección, en este caso institucional, que opera sobre la configuración de este archivo fotográfico proporciona indicios para entender la construcción territorial en el predio. Las imágenes reponen usos del predio y, a su vez, dan cuenta de las marcas contextuales de un proceso político-social en ese territorio. Informan sobre un sentido memorial estrechamente vinculado a la construcción de una imagen del pasado que cobra valor en el presente. A partir de él se legitima un relato resultante de la yuxtaposición de imágenes fotográficas como un prisma del pasado reconstruido y reinventado (Corrêa, 2011, p. 33) desde los objetivos institucionales de una política pública municipal de la memoria. Creo que este sentido político permite la aproximación a una particular conformación territorial del espacio, a entender esa circunscripción como ámbito de acción de determinadas decisiones y selecciones como estrategias de comunicación y transmisión de las memorias.

La forma en que se entretejen esos significados políticos en el espacio urbano me sirve de puente para revisar el concepto de territorio, lo interpreto como resultado de un complejo proceso de apropiación del espacio, de significación y condensación de imágenes representativas, enfatizadas y cargadas de valor. Son el resultado de formas de intervenir en el territorio mediante la injerencia de la propia política de la memoria que estipula qué se recuerda, cómo se recuerda y a partir de qué soportes materiales. Así, lo que me pregunto abarca el quién decide sobre estos tópicos. Lo que está en discusión, asimismo, tiene que ver con la idea de subvertir la preeminencia de la Memoria por la/s memoria/s y, de esta manera, entablar la relación entre historia/s y no con la Historia. En estos términos, la idea planteada por Huyssen quien establece un vínculo estrecho entre recuerdo, memoria y olvido:

El recuerdo configura unestros vínculos con el pasado; las maneras en las que recordamos nos definen en el presente. Como individuos y como sociedades, necesitamos del pasado para construir y anclar nuestras identidades y para alimentar una visión de futuro. Después de Freud y Nietzsche sabemos sin embargo cuán volátil y poco confiable puede ser la memoria personal; afectada siempre por el olvido y por la negación, la represión y el trauma, en la mayoría de los casos la memoria sirve a la necesidad de racionalizar y mantener el poder. Pero la memoria colectiva de una sociedad no es menos contingente ni menos inestable; sus contornos de ninguna manera son permanentes en el tiempo. Siempre queda sujeta a la reconstrucción, a veces sutil, otras no tanto. La memoria de una sociedad es negociada en el seno de las creencias y valores, de los rituales y las instituciones del cuerpo social. En particular, en las sociedades modernas, es configurada por espacios públicos de la memoria, como museos, los memoriales y los monumentos. Aun así, la permanencia que promete un monumento pétreo siempre se levanta sobre arenas movedizas. (Huyssen, 2001, pp.144)

Los lugares de la memoria se multiplican al margen y por sobre los lugares. Siguiendo a Nora (1998), se constituyen como canales de nuevas voces que reclaman un ámbito de visibilidad para narrar, quizás en este sentido los territorios memoriales pueden mostrar en una nueva construcción narrativa otra historia de los otros, otra memoria de los silenciados. La memoria, en definitiva, es un acto del presente sobre un pasado (Escolar & Fabri, 2015). La memoria sería ese territorio que no deja de hacerse múltiple, que requiere de una re-actualización constantemente, se territorializa y desterritorializa como plantea Haesbaert (2003) y aquí, las imágenes fotográficas tienen un papel central para iluminar esos recuerdos parciales que aunados arman un collage capaz de transmitir un relato social del pasado. Intento reflexionar sobre estos movimientos de la memoria a partir del lugar y sus dispositivos de relato, la propuesta de Borriaud (2009) sobre prácticas radicantes podrían echar luz sobre lo memorial en el sentido que propongo.

El radicante, explica el autor, se desarrolla en función del suelo que lo recibe, sigue sus circunvoluciones, se adapta a su superficie y a sus componentes geológicos: se traduce en los términos del espacio en que se encuentra. Por su significado a la vez dinámico y dialógico, el adjetivo radicante califica a ese sujeto contemporáneo atormentado entre la necesidad de un vínculo con su entorno y las fuerzas del desarraigo, entre la globalización y la singularidad, entre la identidad y el aprendizaje del Otro. Define al sujeto como un objeto de negociaciones. De esta manera, como sostiene Landini (2018, p.13) el sujeto radicante es nómada y se presenta como una construcción donde su eje de acción es el movimiento. En ese tránsito dibuja un itinerario propio en el trayecto de los suelos sobre los que se desplaza antes de afincarse (si es que lo hiciere) en una identidad. Esa identidad está en constante movimiento. Sin lugar a dudas, esta es una idea potente para mi planteo que entiende lo barrial como un prisma de movimientos con memorias multiplicadas que no cesa de re-inscribirse y re-acomodarse, como la imagen del caleidoscopio. Intento trascender el concepto tradicional de barrio como circunscripción geográfica.

La construcción de un territorio memorial depende de la relación del sujeto social con el espacio y con sus vivencias de antaño. Esa relación se modifica y cobra distintos sentidos a lo largo del tiempo porque inevitable y necesariamente el sujeto social se trastoca, muta. Recuerda en clave contextual. Esa elaboración memorial resulta ser la causa y consecuencia de cómo se delinea el imaginario simbólico en general y la simbolización memorial, en particular. La tarea responde, según Borriaud (2009), a una apuesta colosal pues estamos en presencia de una reescritura de la historia/memoria oficial: una narrativa que opte (y aúne) por los relatos plurales, que permita la posibilidad de un diálogo entre esas versiones diversas de la misma historia con minúsculas. Agrego entonces, sobre la memoria en el lugar, la relevancia de la proximidad y del entorno compartido. Una memoria íntima se abre a la posibilidad de convertirse en parte de una memoria social solo cuando se vuelve pública y forma parte de una elaboración que la excede, la retroalimenta y habilita repreguntas sobre su propia emergencia.

6. Uso de los soportes de trasmisión en el territorio cotidiano, instituciones y prácticas barriales

El Archivo Documental de la Dirección de Derechos Humanos Municipal se estructura sobre los objetos donados por los vecinos [x], muchos de esos objetos entre los cuales se encuentran las fotografías, tienen un valor personal simbólico, es decir, son parte de recuerdos personales sobre el lugar. Como expuse con anterioridad me interesan las fotografías pertenecientes al álbum familiar de los vecinos que corresponden al periodo de finales de los años ´70 y principios de los años ´80, momento de fácil acceso al predio debido a su abandono y también porque es un período de proliferación de cámaras fotográficas. En este sentido, se encuentran fotografías que registran sectores de la casa y su deterioro, así como también las pintadas y grafitis que parecen en esos años de abandono. En algunas de esas imágenes aparecen personas posando con fines artísticos o expresivos. Sin embargo, en general, corresponden a fotografías pertenecientes a álbumes familiares de los/as vecinos/as de Mansión Seré pero también constituyen, quizás involuntariamente, documentos y testimonios del pasado (Margiotta, 2018).

El análisis de la memoria oral y de los relatos que acompañaron la donación de cada objeto nos permitió dilucidar que existieron tres causalidades que motivaron estas acciones: económicas, simbólicas y vandálicas. Además, la materialidad de un objeto pudo funcionar como un disparador de memorias y recuerdos vinculados a ese espacio desde la relación que ligó a cada individuo con el sitio (la infancia, el repudio, el barrio, etc.). En este sentido, la donación implicó un desprendimiento de un objeto con una alta significación para el individuo”. (Doval & Giorno, 2010, pp.46)

Al respecto, los movimientos o procesos espaciales de proxemia y diastemia se ponen en relación cuando intento dar cuenta de un acontecimiento espontáneo acerca de la espacialidad hecha imagen. Se detiene en la imagen, esa aceleración del vivenciar cotidiano que involucra a los sujetos que habitan el barrio, o lo habitaron, entramando su accionar, sus deseos y sus prácticas.

El sujeto manipula lo cercano y lo lejano. Lo cercano le representa certezas y confianza en sí mismo y en los otros, frente a lo lejano, desconocido y heterogéneo, que perturba, trae incertidumbre y nuevos problemas cotidianos. Por ello, amplía su espacio personal y corporal, ya sea el automóvil particular, la casa e incluso, el barrio como un espacio de la proximidad social, corporal y emocional. Sin embargo, por el hastío que producen los micromundos totalmente homogéneos y controlados y la pérdida de vida social que ello representa, integra una categoría de lo lejano, como escape. Es precisamente, lo lejano que ha sido socialmente depurado de incertidumbres y de perturbaciones. Esto es posible a través de las huidas distémicas a los lugares lejanos. (Lindón, 2011, pp.32)

Lo lejano, en este caso en particular, tiene que ver con lo vedado, con el avasallamiento de los tiempos cotidianos y la rutina de las prácticas barriales. El estallido de la estructura de los territorios propios del intercambio y del compartir en un espacio tangible de acción y de memoria sobre lo reconocido, cercano y cierto (Juan, 2000) en tiempos de dictadura militar en donde la retracción del espacio social se hace evidente. Se asistió a un desacomodo de los micromundos que conformaron el propio pasado de los sujetos-vecinos/as. Como señala Lindón (2011) existe la potencialidad de restituir parte de los lugares como anclaje de lo cercano, de un tiempo pasado maleable para el recuerdo compartido. Este es un elemento que interviene en la decisión de quienes deciden donar sus fotografías como parte de una estrategia radicante (Borriaud, 2009) pues así pudieron construir sus memorias en el sitio, con y a partir de su propia experiencia con la materialidad espacial (las ruinas y el predio abandonado) pero, al mismo tiempo, imprimiendo valores simbólicos particulares que dieron sentido a sus propias prácticas como vecinos/as del predio. Quizás, compartir las fotografías personales y familiares, podría entenderse como una forma de lidiar con esa huida diastémica y reelaborar sentidos de proximidad.

7. Palabras finales: Espacios y recuerdos de las imágenes compartidas

Frente al carácter irresuelto del pasado en el presente, las memorias se condensan en términos narrativos. Los sujetos que donaron las imágenes que conforman hoy parte del archivo fotográfico del lugar de la memoria elaboraron su espacio en clave de lo cercano y lo lejano. Lo cercano les representó certezas y confianza en términos de relaciones con los otros; frente a lo lejano, desconocido y heterogéneo, que perturba, trae incertidumbre y nuevos problemas cotidianos decidieron acallarlo y hacer propia la apuesta por el compartir sus recuerdos en el marco de la emergencia de lo institucional (Proyecto Mansión Seré, 2006).

Con la donación de las fotografías de sus álbumes familiares, los sujetos/vecinos participantes ampliaron su espacio personal y corporal. Esto se produjo, en un primer movimiento al mostrar cómo usaban el espacio, cuál era el valor de la casa en ruinas e incluso del barrio sentido como un espacio de la proximidad social y emocional. En un segundo movimiento, sin embargo, estos micromundos vueltos imágenes y documentos muestran su cariz heterogéneo, existen en ellos una fuga. La pérdida de la vida social conocida se integra con su propia reconstrucción de una memoria social. Es precisamente porque lo lejano, depurado de incertidumbres y de perturbaciones, siempre es algo que se difumina y retorna de manera novedosa por la activación de los recuerdos individuales.

La participación en el espacio público, y en la construcción de una memoria compartida del barrio, a partir de la donación de las fotografías al archivo de este lugar de la memoria, constituyen proceso de visualización de lo heterogéneo en el plano de los sentidos y en los modos de rememoración. Para Lindón (2011) esta procesualidad está fuera del control del sujeto o de la propia institución, los trasciende. El análisis de este proceso requiere innovar en las reflexiones sobre las narrativas, requiere estar atentos/as a lo que se presenta como unívoco, allí la geografía cultural resulta una perspectiva interesante para avanzar en estos estudios.

No existe un modo único de recordar cómo se habitó ese espacio; por ello lo heterotópico adviene como necesario para poder indagar sobre las imágenes espaciales y sobre las prácticas sociales vecinales. Allí reside la posibilidad (o imposibilidad) de elaboración de una memoria compartida; es seguro que la aceleración propia del devenir temporal tienda a diluir las prácticas tramadas espacialmente, pero la idea de homogeneizar los recuerdos también aproxima. Suelen estar encubiertas las tramas de la memoria por las rutinas, certezas y el confort corporal y emocional que produce lo cercano y lo conocido. Sin embargo, aun así, en los territorios de la proximidad, la co-presencia de sujetos aparentemente homogéneos puede generar formas de innovación e incorporación de otros recuerdos y diversas formas de resistencia en los lugares.

En los barrios, ámbitos de referencia y vivencia compartida, suele jugar un papel relevante en la construcción de la memoria de los lugares, la conjugación entre la imaginación y el recuerdo de las prácticas sociales propias del pasado, las fotografías funcionan como una imagen del mismo, un pasado acallado por contextos políticos adversos que puede releerse desde el presente. Los vecinos/as del Barrio Seré contaban con modalidades y estrategias de uso de un espacio abandonado, vivenciado como un ámbito de encuentro esto habilitó el ser y reconocerse como vecinos/as. En muchas ocasiones, las memorias hegemónicas ocultan o minimizan esos ámbitos de acción e interacción social. A partir del análisis de las fotografías aquí trabajadas resulta importante otorgar valor a la multiplicidad de las memorias, a la heterogeneidad de prácticas que las habilitaron y a las interrelaciones entre los recuerdos individuales y los diversos niveles analíticos que conforman lo que se entiendo como memoria social del pasado reciente.

Material suplementario
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Notas
Notas
[i] Especifico el término circuito represivo que, en Argentina, tiene que ver con la división territorial de funcionamiento y del accionar en términos administrativos del Terrorismo de Estado. En resumen, se trata de la exhaustiva división de zonas y zub-zonas a lo largo de todo el territorio argentino a nivel nacional. Este sistema delineó la forma organizativa de secuestro-desaparición-tortura en todos los Centros Clandestinos de Detención (CCD). El Predio que analizo en este artículo formó parte de esta red territorial conforme a una estructura burocrática y funcional que se reprodujo de manera constante en cada uno de los territorios que conformaron el Circuito Represivo del país. A través de la mecánica de la detención, el secuestro ilegal y la desaparición de personas el Centro Clandestino de Detención (CCD) Atila funcionó junto con las dos Brigadas Aéreas y las tres comisarías de Morón –Seccionales Primera, Segunda (Haedo) y Tercera (Castelar) como un engranaje fundamental de la reclusión ilegal. El sitio de detención ilegal Atila operó durante 1977 y 1978 bajo esta órbita y funcionó en la Mansión Seré, una antigua casona de dos plantas de estilo francés que fuera propiedad de la familia Seré. La arquitectura de la casona fue sometida a un incendio luego de la fuga de cuatro detenidos con el fin de borrar las huellas de su uso y la propiedad quedó abandonada.
[ii] Al respecto puede consultarse Margiotta (2019). En su trabajo detalla las distintas fotografías que conforman ese acervo: fotografías históricas, fotografías de reconocimiento institucional, fotografías de los vecinos en el periodo de abandono del predio y fotografías sobre la estructura arquitectónica, entre otras.
[iii] Se entende como proxémica la parte de la semiótica (ciencia que estudia el sistema de signos empleado en la comunicación) dedicada al estudio de la organización del espacio en la comunicación lingüística; más concretamente, la proxémica estudia las relaciones -de proximidad, de alejamiento, etc.- entre las personas y los objetos durante la interacción, las posturas adoptadas y la existencia o ausencia de contacto físico. Asimismo, pretende estudiar el significado que se desprende de dichos comportamientos. La competencia proxémica permite a las personas crear un marco de interacción acorde con unas coordenadas espaciotemporales que expresan determinados significados y que, en ocasiones, obedecen a un complejo sistema de restricciones sociales que pueden observarse en relación con el sexo, la edad y la procedencia social y cultural de las personas. A veces, la distribución del espacio está establecida de antemano, por ejemplo, en la sala de un juicio o en una ceremonia religiosa, en un aula o un transporte público de pasajeros. (Ver: https://cvc.cervantes.es/ENSENANZA/biblioteca_ele/diccio_ele/diccionario/proxemica.htm ).
[iv] La diastemia o diastema proviene de los efectos de la separación. Refiere a un hueco entre los dientes incisivos. Es de origen odontológico, sin embargo, esa separación o intersticio puede asumir caracteres metafóricos para pensar la espacialidad en relación a la aceleración temporal de nuestra sociedad actual (Lindón, 2011).
[v] Pueden darse gradientes medibles entre estos espacios: 1) Espacio íntimo, que va desde el contacto físico hasta aproximadamente 45 cm. Esta distancia podría subdividirse en dos intervalos distintos: entre 0 y 15 cm, distancia que presupone el contacto físico y que tendría lugar en situaciones comunicativas de máxima intimidad (por ejemplo, durante el mantenimiento de relaciones afectivas); y entre 15 y 45 cm, que se corresponde con una distancia menos íntima pero inserta en un marco de privacidad. 2) Espacio casual-personal, que se extiende desde 45 cm a 120 cm. Es la distancia habitual en las relaciones interpersonales y permite el contacto físico con la otra persona. 3) Espacio social-consultivo, que abarca desde los 120 cm hasta los 364 cm y aparece en situaciones donde se intercambian cuestiones no personales. 4) Espacio público, que va desde esta última hasta el límite de lo visible o lo audible. A esta distancia los participantes tienen que amplificar recursos como la voz para posibilitar la comunicación. Por ejemplo, durante una conferencia.
[vi] El enfoque de la cultura como espacio propone un análisis dinámico desde la construcción social y su consideración del espacio pone por delante lo sincrónico sobre lo diacrónico; lo sistemático sobre lo histórico: se resalta la simultaneidad y las constelaciones espaciales. La relación más significativa en el giro espacial consta de, por un lado, perspectivas de espacio políticas (poscoloniales y micro específicas) que ven el espacio como nodo de emergencia de poderes y, por otro, de aquellas perspectivas que ven este giro como un aumento de la atención hacia la parte espacial del mundo y su historia. El término es trabajado por el geógrafo Edward Soja (1996) en su libro Thirdspace.
[vii] Al respecto puede consultarse el trabajo de Miguel Mellino (2008), una apuesta interesante para revisar los conceptos y teorías vinculados a los estudios culturales para territorializar las identidades desde las prácticas políticas y desde el campo ideológico.
[viii] El concepto hace referencia a la coexistencia de un gran número de espacios fragmentarios en un espacio imposible, es decir, espacios inconmensurables que se yuxtaponen o superponen entre sí (Harvey, 2004). Así la construcción/activación de los contra-espacios corresponden a la esfera de la imaginación sobre la realidad física de un espacio real, dimensionable, adquirible con los sentidos, susceptible de ser dibujado en definitiva, apropiado, marcado. Esos espacios son el fondo de un jardín donde los niños plantan la tienda de apache, o la cama de los padres que se convierte en un océano, o un bosque poblado por fantasmas entre las sábanas, los espacios de la infancia (Bachelard, 2013). Esta capacidad de construir sobre lo construido, de alterar la significación re al de un espacio a partir de la imaginación, de proyectar en términos emocionales un significado que va mucho más allá que el estrictamente dado por la dimensión física y funcional de la arquitectura, es lo que llama Foucault una heterotopía. Sobre lugares de memoria pensados a partir de la lógica de los contra-espacios y los espacios heterotópicos (Hrehorow; 2016).
[ix] Al respecto García De León (1997) plantea las intersecciones entre espacio y tiempo a modo de constantes reacomodos procesuales. Allí, es donde la cotidianeidad asume un papel central en la construcción de los sentidos asociados con el cómo se realizan las interacciones espaciales (Juan, 2000).
[x] Fue muy importante la donación de objetos materiales pertenecientes a la Mansión Seré del periodo en el que estuvo abandonada como maderas, mármoles y fotografías del lugar. En conjunto, todos estos elementos, permitieron conformar el archivo documental de la DD.HH. Al respecto, uno de los investigadores señalaba. Toda la información recabada se contrastó con el relato de los detenidos, el material fue fichado, se analizó y se convirtió como prueba en el juicio por el que se condenó a los brigadieres de las bases de Morón y Palomar (Mariano Paciente, investigador en el área de archivo del proyecto. Proyecto Mansión Seré).

Figura 1
Ubicación de los Centros Clandestinos de Detención y otros
Secretaría de Derechos Humanos de la Nación (2015, p. 1670).

Figura 2
En la primer fotografía familia reunida en el predio, sin referencia temporal. En la segunda los amigos Fabián y Roberto entre los años 1979-1980 en el camino cercado por pinos
imagen n. 49 n. 11 del Archivo Fotográfico de la DD. HH.

Figura 3
Niños y juegos en el predio
imagen n. 46 e imagen n. 111 del Archivo de la DD. HH.

Figura 4
Perspectiva del sendero arbolado que actualmente conduce a La Casa de la Memoria y La Vida
imagen n. 107 y n. 10 respectivamente del Archivo Fotográfico de la DD. HH.

Figura 5
Casona Mansión Seré en estado de abandono y niños reunidos en las ruinas de la casona
imagen n. 108 y n. 110 respectivamente del Archivo Fotográfico de la DD. HH de Morón.
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