Secciones
Referencias
Resumen
Servicios
Descargas
HTML
ePub
PDF
Buscar
Fuente


Populismo sin pueblo. Una paradoja tardo-capitalista.
Populism without people. A late-capitalist paradox
deSignis, vol. 31, pp. 93-102, 2019
Federación Latinoamericana de Semiótica

I. ESCENARIOS



Recepción: 15 Octubre 2019

Aprobación: 31 Octubre 2019

DOI: https://doi.org/10.35659/designis.i31p93-102

Resumen: Los conceptos políticos, como insiste Elías Palti (2005), son históricos y la fijación de su sentido, constitutivamente precaria. Sin embargo, creo que las transformaciones, los desplazamientos y aún la obsolescencia de los conceptos son efectos no de su intrínseca temporalidad, sino del discurrir de la semiosis (Peirce) a través de distintos estados de discurso. En ese marco, intentaré un recorrido forzosamente somero por los avatares de “el pueblo” en el discurso social (Angenot) argentino hasta el comienzo de este siglo.

Palabras clave: Discurso político, colectivos, semiosis, hegemonía.

Abstract: As Elias Palti (2005) insists, political concepts are historical and their meaning, therefore, constitutively precarious. Nevertheless, I believe that conceptual changes, shifts, and even obsolescence, are effects not of the intrinsic temporality of the concepts but of the unfolding of semiosis (Peirce) through different states of discourse. In this context, I shall attempt a perforce brief report on the avatars of “the people” in Argentine social discourse (Angenot) up to the beginning of this century.

Keywords: Political discourse, collective, semiosis, hegemony.

1. POPULISMOS

Según el Diccionario de Política (Bobbio et al. 2000: 1247- 1250), se definen como populistas aquellas formaciones políticas en las que “el pueblo, considerado como conjunto social homogéneo y como depositario exclusivo de valores positivos, específicos y permanentes, es fuente principal de inspiración y objeto constante de referencia”. En tanto generalmente proponen una ecuación entre pueblo y nación incompatible con el internacionalismo y con la lucha de clases, los populismos pueden considerarse como formas de nacionalismo. Al interior de los estados, el enemigo del pueblo es el no-pueblo, aunque esto puede remitir, según el caso, a algunos de los sectores dominantes o a partidos y sindicatos de izquierda.

A lo largo del siglo XX, no obstante, gobiernos y partidos de izquierda incorporaron componentes populistas y nacionalistas, produciendo transformaciones que la implosión de los socialismos reales y la globalización neoliberal iban a terminar de complejizar en las últimas décadas. La complejidad fundamental, sin embargo, sigue residiendo en la indeterminación intrínseca del concepto “pueblo” y su relación histórica con el poder; ya que, a pesar de sus connotaciones totalizantes, el colectivo no designa un objeto “natural”, sino más bien el lugar de una lucha por definirlo.1 A su vez, las adhesiones masivas y los prejuicios letrados que los populismos y nacionalismos frecuentemente concitan han hecho extensiva la sospecha, o al menos la incomodidad, al estudio de los mismos colectivos.

En los 80, Eliseo Verón (1987) consideraba “pueblo” y “nación” metacolectivos; Angenot (1989) los consideraba fetiches,... y seguían de largo. Las turbulencias e indeterminaciones de la política de este siglo llevaron a Verón (2002:370) a desplazar su interés hacia los colectivos de ciudadanos, pero sólo para declararlos colectivos formales o postulados, vacíos hoy de las antiguas identificaciones y adhesiones de los colectivos no formales. Aunque se trata de un planteo descriptivo, viene en parte a coincidir con Habermas, para el cual, según Elías Palti (2001a:275), el concepto moderno de ciudadanía definió un sistema enteramente nuevo de convivencia social, “organizado en torno de un marco jurídico-político de naturaleza estrictamente formal”, superador de “los modos sustantivos de identidad social característicos de las sociedades prepolíticas”. Sin embargo, el problema para el filósofo no es cómo se construyen los colectivos de identificación, sino cómo terminar de separar la noción contractualista de ciudadanía de los colectivos “prepolíticos”, el pueblo y la nación. Habermas, como vemos, no puede decirnos demasiado acerca del potencial simbólico de estos colectivos. Ni tampoco, atrapado en su utopía comunicacional, acerca de su construcción y su manipulación discursiva. Operaciones, por otra parte, que también afectan a la ciudadanía.

Volviendo a nuestro campo, las cosas no mejoran demasiado. En el artículo de Angenot “Fin de los grandes relatos, privatización de la utopía y retórica del resentimiento” (2005), la valoración negativa tout court de los nacionalismos y populismos y su homologación con otras ideologías “tribales” del resentimiento, en una vasta generalización, ocluyen la posibilidad de indagar cómo y por qué estas construcciones “funcionan” en condiciones de producción concretas, aunque a veces de manera divergente; es decir, como herramienta hegemónica de producción de consenso o como una forma de resistencia que puede estar directamente relacionada con cuestiones sustanciales de la vida democrática, como la problemática de la representación.

Es necesario entonces sustraerse de las valoraciones a priori para apreciar que el interés de los colectivos pueblo o nación reside en su relación inextricable con la semiosis del Estado. Esto implica que se trata, a pesar de Habermas, de categorías políticas en devenir, cuyas condiciones históricas de producción pueden inferirse de su puesta en discurso; de su investimento axiológico y de su función en la interpelación.

2. “EL PUEBLO”

La vinculación del colectivo pueblo con la vida de la polis es tan antigua como la fórmula Senatus Populusque Romanus, pero, en un sentido moderno, debe rastrearse a un período que se inicia a fines del siglo XVIII, al que Hobsbawm ha llamado la “era de las revoluciones”. Aunque algunos estudiosos subrayan el rol del romanticismo en el redescubrimiento del pueblo como posible sujeto de la vida política (cf. Bobbio et al. 2000: 1318-9), para el momento en que la metáfora del “despertar” de las nacionalidades atestiguó el efecto del discurso esencialista y organicista del romanticismo alemán, ya estaba instalada en Occidente una noción ilustrada de pueblo y nación que aludía “al conjunto de ciudadanos cuya soberanía colectiva los constituía en un estado que era su expresión política” (Hobsbawm 1992:27).

A su vez, esta noción -vinculada a procesos de democratización y a la configuración de las sociedades de masas- iba dando lugar a construcciones que polemizaban con la ecuación nación = pueblo, introduciendo oposiciones indiciales de tensiones políticas, sociales o económicas. De allí que, en el nivel más inocuo, el del diccionario común, la polisemia actual del vocablo conserve las huellas de las luchas por el poder de nominación:

1. Conjunto de personas que forman una comunidad. 2. Conjunto de individuos que tienen la misma nacionalidad, o que pertenecen a distintas nacionalidades pero que están agrupados en el mismo estado: el pueblo español. 3. Conjunto de hombres que no habitan en un mismo país, pero que están unidos por su origen, por su religión o por cualquier otro vínculo: el pueblo judío. 4. Conjunto de los pertenecientes a las clases sociales que menos tienen, en contraposición a los pudientes [...]. 5. Conjunto de los ciudadanos de un país en relación con los gobernantes. 6. Población pequeña [...] 7. ETNOL. Etnia (Pequeño Larousse Ilustrado 1997).

En la Argentina del siglo XIX, aunque convive con la acepción social (que designa a las clases menos pudientes), la construcción simbólica del pueblo es eminentemente política, vinculada a la soberanía territorial y, por lo tanto, fuente de legitimación de los gobiernos. En el discurso liminar de Mariano Moreno, la construcción del pueblo articula contrato social y soberanía, para fundamentar en la “soberanía popular” el derecho a la emancipación (cf. Goldman y Di Meglio 2008:132-133).

La alternancia pueblo /pueblos a la que se ve forzado Moreno, no remite a comunidades étnicas, sino a las determinaciones territoriales de la administración colonial. Territorialidad pretérita que las luchas interprovinciales prorrogarán en las décadas siguientes, en torno precisamente a la disputa sobre la forma de organización del Estado nacional y la sede, singular o plural, de su soberanía. Una cuestión que se resolverá con una paradoja, en las modificaciones de 1860 al Preámbulo de la Constitución Nacional de 1853: un Estado federal y un único pueblo-nación: “Nos, los representantes del pueblo de la Nación Argentina”.

En las décadas siguientes, sin embargo, el pueblo no pasará de ser una entelequia que sustenta formalmente la soberanía del Estado; ya que su transformación en ciudadanía no es una prioridad del orden conservador. Sólo el horror de las multitudes -producto de las migraciones externas e internas y del crecimiento urbano, pero también del desarrollo mundial de las “nuevas ideas”- logrará, hacia el cambio de siglo, generalizar la preocupación entre las elites dirigentes, introduciendo el problema de gobernabilidad. Para estos sectores, sin embargo, el problema principal es la identidad nacional, el pueblo y la ciudadanía están en el futuro.

De manera contemporánea a estas construcciones, se produce la aparición del primer partido de masas de la historia argentina: la Unión Cívica Radical. Como lo recuerda Raúl Alfonsín –en el único desborde histórico que presenta su discurso de investidura- son las luchas de esta formación política las que forzarán la promulgación de la Ley Sáenz Peña (1912), para suturar -al menos electoralmente- la falla entre pueblo y ciudadanía:

Venimos de un movimiento que no luchó en 1890 para ser gobierno, porque eso hubiera implicado establecer el principio de que el poder, como decían los guerrilleristas de hace diez o doce años, estaba en la boca de los fusiles.

Al gobierno no se lo podía elegir a través de un levantamiento, por popular que fuese. Se luchó para que hubiese elecciones libres […]

Históricamente nos opusimos a que una pequeña minoría de la población considerada a sí misma como población combatiente, eligiera al gobierno en reemplazo del pueblo. Por eso luchamos para defender el derecho a elegir el gobierno, pero sólo para defender el derecho del pueblo a elegirlo (Discurso de investidura de R. R. Alfonsín (10/12/1983), en Graglia y Specchia 2009:31).

Aunque el interés contemporáneo de este pasado revisitado se vincula a la puesta en discurso de la teoría de los dos demonios, es significativo que Alfonsín opte por pueblo, en lugar de ciudadanía para referirse al derecho electoral. Una opción, además, que se reproduce a lo largo del discurso y que, por lo tanto, puede leerse como una reformulación de discursos adversos, que le permite incorporar el potencial afectivo y movilizador de pueblo con el contenido totalizante de ciudadanía para, a la vez, encorsetarlo en la relación de representación.

Podríamos decir que este circunloquio es un efecto de poder de los avatares discursivos de “el pueblo” previos al golpe de estado de 1976. Para reciclar al pueblo soberano de la matriz ilustrada, el discurso del primer Presidente de la recuperada democracia necesita despegar el colectivo tanto de la relación complementaria con el líder carismático que le impuso el nacionalismo populista de Perón, como del giro revolucionario que le imprimió la nueva izquierda. Dos construcciones sucesivas entre las que se puede postular una continuidad, pero también una ruptura; ya que si bien ambas interpelan al pueblo como “conjunto sintético-antagónico respecto a la ideología dominante” (Laclau, cit. Bobbio et al. 2000: 1254), hay una diferencia marcada en sus condiciones de producción, ya que las competencias de los agentes según el poder son estrictamente inversas.

La interpelación de Perón se produce desde el ejercicio efectivo del poder estatal (primero un ministerio, después la Presidencia). Esto explica que su reciclaje del pueblo-nación (sustento de la soberanía), en relación antagónica con la oligarquía o los imperialismos, sea un enfrentamiento narrado, donde el enunciador pone en discurso las iniquidades sufridas por el colectivo (la pasión del pueblo) a manos de la anti-Patria (los liberales, la oligarquía, los imperialismos), para construirse como agente de la reparación.

Nos encontramos con un pueblo que durante cien años había sido explotado y engañado por quienes le habían prometido todo; olvidado y vendido por quienes tenían la obligación de servirlo con lealtad, y traicionado permanentemente por una oligarquía sin escrúpulos […] (J.D. Perón (01/05/50), en Sigal y Verón 2003:77)

A su vez, la relectura del peronismo que está en el origen de la nueva izquierda implica -aun en quienes se definen como marxistas- la incorporación de una noción sustantiva de “el pueblo” que permite predicar su continuidad entre la guerra de independencia y las luchas “por la segunda y definitiva independencia”. La relación antagónica, en este caso, remite, en el orden local, a la tríada burguesía- FFAA –burocracia sindical, y en el orden internacional al imperialismo capitalista. Se trata, por lo tanto, de sectores contradiscursivos, modalizados según el saber, el deber y el querer, pero sin competencia según el poder. Precisamente, el intento de construir esta competencia, que tiene como horizonte la “patria socialista”, hace que interpelen al pueblo como sujeto agente de la historia, protagonista (entre los marxistas, liderado por la clase obrera) de la lucha por la liberación.

Simplemente, [el Cordobazo] fue la más elevada expresión cualitativa de una toma de conciencia del pueblo para combatir una política contraria a sus intereses. En Córdoba, particularmente, existía un gobierno que pretendía hacer la experiencia neocorporativista. La dictadura de Onganía, al avasallar la democracia llevó a sectores populares, trabajadores y hasta empresarios y profesionales, a coincidir en esa tremenda lucha de tres días que expresaba esa toma de conciencia (Agustín Tosco, en Giardinelli [1973] 2007: 25).

[…] El 29 de Mayo amanece tenso. Los trabajadores de Luz y Fuerza son atacados con bombas de gases a la altura de Rioja y Gral. Paz. Una vez más la represión está en marcha […]

Corre la noticia de la muerte de Máximo Mena, obrero mecánico. Se produce un estallido popular, la rebeldía contra tanta injusticia, contra los asesinatos, contra los atropellos. La policía retrocede. Nadie controla la situación.

Es el pueblo. Son las bases sindicales y estudiantes que luchan enardecidas. El apoyo total de la población.

Es la toma de conciencia contra tantas prohibiciones. Nada de tutelas ni usurpadores del poder, ni de cómplices participacionistas.

El saldo de la batalla de Córdoba, “El Cordobazo”, es trágico. Decenas de muertos, cientos de heridos. Pero la dignidad y el coraje de un pueblo florecen y marcan una página histórica argentina y latinoamericana que no se borrará jamás. En medio de esa lucha por la justicia, la libertad y el imperio de la voluntad del pueblo, sepamos unirnos para construir una sociedad más justa, donde el hombre no sea lobo del hombre, sino su hermano […] (Rodolfo Walsh [1970] 2011).

Como se observará, el interpretante “pueblo” es efectivamente un signo más desarrollado, un colectivo dotado de conciencia y agencia y en marcha hacia su destino histórico, que debe, sin embargo, modalizarse según el poder:

La cuestión central que se nos plantea hoy a los trabajadores es la cuestión del poder real, sin intermediarios. Quien no haya visto surgir este tema en las ciudades de Córdoba y Rosario ocupadas por las protestas de nuestros compañeros está ciego ante la historia.

¿Qué separa al pueblo del poder? El dominio absoluto del Estado por los opresores, la posesión de la riqueza, las fuerzas represivas, los medios de expresión, la ley: todo eso separa al pueblo del poder.

Frente a eso, nosotros sólo tenemos el número y la razón histórica. Mientras no sepamos convertir el número en fuerza organizada, el poder será una meta inalcanzable (“Los caminos del pueblo”, en Órgano oficial de la CGT de los Argentinos (en la clandestinidad) Nº 55, Febrero de 1970, p.1)

3. DESLIZAMIENTOS Y DESAGREGACIONES

El desvanecimiento de “el pueblo” como sujeto agente de la historia comienza en la masacre de Ezeiza (1973) y se consolida con la dictadura que se instala en marzo del ’76, es decir, con el terrorismo de estado. Su correlato es la emergencia de una multitud ausente, que exige rostros y nombres, cuerpos e historia y que transformará a los organismos de derechos humanos en los principales operadores antidictatoriales.

Con el retorno de la democracia, en 1983, el pueblo soberano reaparece fugazmente para ser rápidamente domesticado en la relación de representación, pero la ausencia de los desaparecidos señala el lugar de una reconciliación imposible, que dificulta la construcción de colectivos totalizadores.

El discurso de la primavera democrática registra sin embargo la presencia de un nuevo actor en el espacio público argentino, una nueva clase de pobres para la cual, en años venideros, se irán nominalizando toda una serie de epítetos (los carenciados / los excluidos / los marginados…), cuyo rasgo común, además de la carencia extrema, es la desvinculación del mundo del trabajo. La priorización programática de los “desamparados” en el discurso de investidura de Alfonsín (cf. Graglia y Specchia 2009:53) articula una red de sentido donde se conjugan la solidaridad, la preservación del orden, y la manipulación orientada a morigerar las expectativas de los otros sectores sociales.

En 1989, cuando la hiperinflación y los primeros saqueos de supermercados en Argentina determinan el final anticipado del gobierno alfonsinista, el Objeto inmediato de “el pueblo” estalla en fragmentos que el populismo neoliberal de C. Menem y el reinado de la convertibilidad2 se encargarán de distribuir en nichos de consumo. La estratificación social se vuelve un tema recurrente de los discursos sociales, en tanto el “uno a uno” nos transforma en “ciudadanos del mundo” y, de paso, controla la inflación para disimular los efectos de la simultánea destrucción del Estado y del aparato productivo.

Por esos años, “el pueblo” sólo aparece en los discursos eleccionarios. En el discurso político de todos los días, pueblo y ciudadanía ceden lugar al anodino colectivo gente. De más está decirlo, “gente” -una multiplicidad cuya extensión es correlativa a su indeterminación- no figura en el Diccionario de política, ni ha sido objeto de desarrollos teóricos. Trasladada a la arena política, es un artefacto que contribuye, por una parte, al “efecto de real” de los discursos y, por otra a la construcción simbólica de una “collectio personarum plurium […], serie aditiva de individuos simplemente yuxtapuestos” (Bourdieu 1988:141).

4. QUE SE VAYAN TODOS

En 1999, cuando la fantasía (Žižek1992:173-4) del Primer Mundo ha sido atravesada por la recesión, el desempleo y la pauperización, el Justicialismo es derrotado en las elecciones por una coalición supuestamente progresista, la Alianza, cuyo presidente, el radical F. De la Rúa, se transformará no obstante en el continuador del modelo neoliberal ortodoxo. A fines de 2001, el rechazo ciudadano invade las calles. A los piquetes de desempleados y carecientes y a las movilizaciones sindicales se suman los ahorristas acorralados, los vecinos autoconvocados, los deudores hipotecarios, las asociaciones diversas… Cuando estos grupos de interés se reúnen en el espacio público, es para devolverles a los sectores dirigentes su amor por el número. De allí que las señales de identidad que articulan la heterogénea comunidad callejera sean los símbolos nacionales, la autodefinición como pueblo (por oposición a gobernantes), y un reclamo aporético: que se vayan todos. La protesta, sin embargo, parece encaminarse hacia formas más orgánicas de resistencia al modelo económico cuando comienzan a producirse, en distintos lugares del país, las demandas de alimentos seguidas de saqueo que el 19 de diciembre se extienden por toda la geografía. La represión es brutal y deja como saldo varios muertos, pero en lugar de reducir a la obediencia, fogonea la furia de las multitudes. De la Rúa decreta el estado de sitio a partir de la hora 0 del día 20 y, esta vez, el resultado es la desobediencia civil:

Miles de personas se congregaron espontánea y pacíficamente esta madrugada en Córdoba, Buenos Aires y Rosario para protestar contra el Gobierno y su política económica, coincidiendo con el comienzo del estado de sitio.

“Que se vayan, que se vayan” coreaban los manifestantes que llegaron desde diversos puntos de Buenos Aires a la Plaza de Mayo, frente a la simbólica Casa Rosada. Después, la policía los reprimió.

Protestas similares se realizaron también frente a la sede del Congreso Nacional, donde miles de manifestantes colocaron una gran bandera argentina.

Muy cerca de la medianoche y justo cuando comenzó a regir el estado de sitio decidido anoche por el presidente Fernando de la Rúa, los manifestantes corearon el Himno Nacional (“Desafiando el Estado de sitio, la gente protestó en las calles”, LVI 20/12/01:A3).

Pero lo que termina de despeñar a De la Rúa no son las multitudes cantoras y embanderadas, sino la llegada de lo irreductiblemente otro a las puertas de la Casa Rosada:

Protagonistas de una revuelta social elemental –cuyas imágenes evocan los motines por el pan en la Europa de los siglos XVII y XVIII- su acción se ofrece desnuda, desprovista de ropajes ideológicos, sin himnos políticos, sin graffitis, sin símbolos y con escasa presencia de consignas orales. Su potencial explosivo, fortalecido por su inorganicidad y autonomía con respecto a la clase política y los sindicatos, operó como caja de resonancia de todos los conflictos que atraviesan a la sociedad argentina y dibujó un novedoso jaque mate a la gestión presidencial (C. Tcach: “Humillados y ofendidos”, LVI 21/12/01: A17).

Esto no impide que el 21 de diciembre nazca un nuevo mito en la doxa política argentina: el de “la pueblada”. El fin (la acefalía deseada) echa un piadoso manto sobre los medios; el himno, la bandera y la furia se confunden en una unidad que permite desviar la mirada de las cicatrices profundas en el “cuerpo” social, como demuestra esta esperanzada reseña:

Los argentinos cansados de verse sumidos en una crisis que nunca acaba, decidieron hacer un ruido verdaderamente importante, como para ser escuchado y se arrojaron a las calles, de manera espontánea, a batir sus cacerolas gritando de esa manera “al gran pueblo argentino salud”. Mientras saqueadores hambrientos (y algunos oportunistas, claro) desmantelaban supermercados, ese pueblo dormido, sumido en el miedo, sumido en la continua esperanza de tocar fondo y superar la crisis, la crisis que no acaba porque los responsables de ella no están interesados en ponerle fin, se levantó de su letargo y salió a desmantelar a un gobierno que habiendo sido elegido en las urnas, no estaba cumpliendo con su deber ni con las promesas que hiciera.

El gran pueblo argentino volvió a ser pueblo y volvió a ser grande […] (M.S. Guzmán: “¡Juremos con gloria morir!”, HDC 03/01/02, Magazine: 1)

No escapará que, para enfatizar el reencuentro del “gran pueblo argentino” consigo mismo, el discurso ha ido excluyendo no sólo a los gobernantes (políticos y militares), sino a los “saqueadores hambrientos” y a “algunos oportunistas” que desmantelaban supermercados mientras el “pueblo dormido” se despertaba y desmantelaba un gobierno.

5. EL POPULISMO Y SUS LABERINTOS

Los gobiernos peronistas que suceden a De la Rúa postulan un retorno a las fuentes, pero se trata de un populismo adecuado a condiciones históricas muy adversas. No es casual que, en el intento de construir un “nosotros”, la interpelación se oriente a la nación más que al pueblo, ya que, como dice Hroch, “cuando la sociedad fracasa, la nación aparece como la garantía última” (cit. Hobsbawm 1992:183); pero ese “nosotros los argentinos” pronto se desagrega en los distintos estamentos sociales (y sus problemas sectoriales). En ese marco, los “excluidos” adquieren (no siempre para su beneficio) un peso sustancial en el diseño de la política.

El discurso de la emergencia social justifica el default, en términos internacionales; pero también la solidaridad salarial y contributiva de los trabajadores, e instala la carencia como fuente prioritaria de derecho: las políticas de inclusión, orientadas a reparar las disfunciones producidas por el mercado, agotan la función social del Estado, sin resolver el problema de fondo. La exclusión parece haber llegado para quedarse:

Existe, según las mismas fuentes, una tendencia a subestimar la estructura y la lucha gremial, a la que califican de “anacrónica” y relegada, afirman cerca de D’Elía, por la irrupción del nuevo sujeto histórico reunido en los asentamientos barriales y piquetes (M. García: “La CTA en una encrucijada”, HDC 12/03/03, Magazine: 1).

Aunque la novedad de este “sujeto histórico” es contestable (no es la primera vez que las revoluciones tecnológicas y la internacionalización del comercio producen un lumpenproletariado), es verdad que las condiciones de su aparición son históricas e intransferibles: esta vez el desarrollo capitalista no tiene futuro que ofrecer a las masas “redundantes”. Subsidiadas para garantizar la gobernabilidad, la necesidad las encadena al círculo interminable de los dispositivos clientelares.

En el plano simbólico, estos agentes operan una fisura insalvable en la construcción del fetiche del populismo; pero también en las construcciones contractualistas ilustradas. Mal que le pese a Habermas, la insustancialización de “el pueblo” no parece relacionarse con la optimización del estatuto ciudadano sino con el estallido de su Objeto dinámico a efectos de un debilitamiento del Estado y una miserabilización y atomización de las sociedades que inhiben a cualquier colectivo totalizante de producir efectos de real. En suma, constituye una prueba de la operatividad de la hegemonía discursiva global permeada por los presupuestos del fundamentalismo de mercado. En ese marco, los populismos del siglo XXI parecen condenados a desgastarse en una lucha sin futuro por una “inclusión” siempre precaria.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

ANGENOT, Marc (1989): 1889 Un état du discours social. Quebec: Le Préambule

––– (2005) “Fin de los grandes relatos, privatización de la utopía y retórica del resentimiento”, en Estudios, Revista del Centro de Estudios Avanzados, Nº 17. Córdoba: CEA-UNC, pp.21-34.

BOBBIO, N., Nicola MATTEUCCI y Gianfranco PASQUINO (2000) Diccionario de Política. México-Madrid: Siglo Veintiuno Editores.

BOURDIEU Pierre (1988) “Espacio social y poder simbólico” en Cosas dichas. Buenos Aires: Gedisa: 127-142.

GARCÍA, M. (2003) “La CTA en una encrucijada”, en Hoy Día Córdoba (HDC) 12/03/03, Magazine, p. 1.

GIARDINELLI, Oscar (2007) “El superhombre no existe” (entrevista a Agustín Tosco, revista Siete Días, 12/02/73), en Construyamos Nº 3, agosto de 2007. Córdoba: Centro de Estudios y Formación Agustín Tosco, pp.22-31.

GOLDMAN, N. y DI MEGLIO G. (2008), “Pueblo/pueblos” en Goldman, N. (ed.): Lenguaje y revolución. Conceptos políticos claves en el Río de la Plata, 1780-1850. Buenos Aires: Prometeo, pp. 131-143.

GRAGLIA, J.E. y N. G. SPECCHIA (2009) Camino al bicentenario. Los programas presidenciales en 25 años de democracia argentina. Córdoba: EDUCC.

GUZMÁN, M.S. (2002) “¡Juremos con gloria morir!”, en Hoy Día Córdoba (HDC) 03/01/02, Magazine, p.1

HOBSBAWM, E. (1992): Naciones y Nacionalismos desde 1780, Barcelona: Critica.

PALTI, E. (2005) “Temporalidad y refutabilidad de los conceptos políticos”, en Prismas Revista de Historia Intelectual 9, 19-34.

––– (2001a) “Los funerales de Patroclo y la sentencia de Habermas. Una reseña crítica de Facticidad y validez”, en Aporías. Tiempo, Modernidad, Historia, Sujeto, Nación. Buenos Aires: Alianza Editorial, pp. 233-279.

PEIRCE, Charles. S. (1974): La ciencia de la semiótica. Trad.: Beatriz Bugni Buenos Aires: Ed. Nueva Visión.

PERIÓDICO DE LA CGT DE LOS ARGENTINOS. Colección Completa. Números 1 al 55. Mayo de 1968 – Febrero de 1970. http://www.cgtargentinos.org/

QUÉS, M.E. y SAGOL C. (2002): “Mediatización de la política: discursos en conflicto, cruces y distinciones”, entrevista a Eliseo Verón, en deSignis/ 2 La comunicación política. Transformaciones del espacio público. Barcelona: Gedisa, pp. 367-377.

ROSANVALLON, Pierre (2003) Para una historia conceptual de lo político. Buenos Aires: FCE.

SIGAL, Silvia y Eliseo VERÓN (2003): Perón o muerte. Los fundamentos discursivos del fenómeno peronista [1986]. Buenos Aires: Eudeba.

TCACH, C. (2001) “Humillados y ofendidos”, en La Voz del Interior (LVI) 21/12/01, p. A17

VERÓN, E. (1987) “La palabra adversativa. Observaciones sobre la enunciación política”, en Verón, E.(comp.): El discurso político. Lenguajes y acontecimientos. Buenos Aires: Hachette, pp.12- 26.

WALSH, Rodolfo (2011) “El Cordobazo” [1970], Boletín de Noticias ECI Nº 243 (23/05/11) ECI | boletin@eci.unc.edu.ar

ŽIŽEK, S. (1992): El sublime objeto de la ideología. [1989] México: Siglo XXI.

Notas

1. Según Rosanvallon, “el pueblo no existe sino a través de representaciones aproximativas y sucesivas de sí mismo. El pueblo es un amo indisociablemente imperioso e inapresable. Es un ‘nosotros’ o un ‘se’ cuya figuración está siempre en disputa” (2003: 22-3).
2. Fijación de la relación cambiaria 1dólar= 1 peso convertible.


Buscar:
Ir a la Página
IR
Visor de artículos científicos generados a partir de XML-JATS4R por